Fragmentos de un futuro roto






SINOPSIS:
En un mundo marcado por la devastación de la Gran División, Ayla, hija de una científica desaparecida, carga con un legado secreto y un cubo enigmático que puede cambiarlo todo. Mientras se adentra en las ruinas de una ciudad vigilada por una inteligencia artificial despiadada, descubre que la traición viene desde donde menos esperaba y que la verdad que busca puede destruirla. Entre alianzas rotas, memorias ocultas y una lucha implacable, Ayla deberá decidir en quién confiar para sobrevivir y qué futuro está dispuesta a construir.
Capítulo 1
La ciudad se alzaba a lo lejos, un colosal enjambre de torres de cristal y metal que atrapaba la luz del sol para convertirla en destellos eléctricos, como si el cielo se hubiera fragmentado en mil espejos. Pero más allá de esa muralla de progreso y orden, se extendía un mundo distinto: un laberinto de calles polvorientas, talleres improvisados y casas de chapa que parecían respirar el cansancio de siglos olvidados. Allí vivía Ayla, una joven mecánica cuya vida había quedado atrapada entre el pasado roto y un futuro incierto.
Desde niña, sus manos habían conocido el roce frío del acero y el olor penetrante del aceite. Su padre le enseñó a desmontar motores y armar circuitos, a escuchar el latido secreto de las máquinas como si fueran criaturas vivas. Pero él desapareció años atrás, en uno de esos ataques que marcaron el comienzo de la división definitiva entre la ciudad y las afueras. Desde entonces, Ayla había aprendido a sobrevivir sola, con la esperanza de cruzar alguna vez esa muralla y cambiar su destino.
Aquella mañana, el aire estaba cargado de un silencio extraño, como si el mundo esperara algo que aún no llegaba. Ayla trabajaba en un viejo androide, un robot que el tiempo había olvidado, tratando de devolverle la chispa que había perdido. Pero sus pensamientos no estaban allí; flotaban en torno al cubo metálico que había encontrado semanas atrás, un artefacto pequeño y anodino, con luces parpadeantes que guardaban secretos que ni siquiera ella comprendía.
El dispositivo era un enigma. Nadie en las afueras tenía algo así. Algunos decían que provenía de la ciudad, otros que era una reliquia de antes de la Gran División. Ayla no sabía qué creer, solo sentía que aquel objeto podía ser la llave para un futuro distinto, pero también una puerta a peligros que nunca había imaginado.
Mientras sus dedos repasaban los circuitos del androide, una sombra se deslizó tras ella. Era Jax, un joven hacker que había cruzado más de una vez el límite invisible entre los dos mundos, con ojos que reflejaban tanto la rebeldía como el cansancio de quien conoce demasiado.
—No deberías estar con eso —dijo en voz baja, como temiendo que el cubo escuchara—. No sabes en qué te estás metiendo.
Ayla no se volvió. Sabía que Jax tenía razón, pero también sabía que rendirse no era una opción.
—Quizás —respondió, sin perder la calma—. Pero no puedo dejar que algo así pase desapercibido.
El viento soplaba fuerte, arrancando pedazos de papel y polvo, y en ese instante, el murmullo lejano de sirenas rompió la quietud, un recordatorio de que la ciudad vigilaba, siempre atenta, siempre lista para actuar.
La pregunta flotaba en el aire, invisible pero poderosa: ¿qué secretos escondía aquel pequeño cubo?
Capítulo 2
El sonido de las sirenas se desvaneció con lentitud, como si el peligro solo quisiera anunciarse antes de ocultarse otra vez bajo la superficie. Ayla y Jax permanecieron en silencio durante varios minutos. El cubo seguía sobre la mesa, parpadeando con intervalos cada vez más irregulares, como si estuviera a punto de despertarse por completo.
—¿Qué es lo que sabes de él? —preguntó Ayla, girando finalmente hacia Jax. Su mirada era dura, cansada, pero contenía también una curiosidad que la mantenía despierta incluso en las noches más frías.
Jax dudó. Por lo general, hablaba rápido, sin filtros ni pausas, pero no ahora.
—No es un simple dispositivo —dijo al fin—. Es un módulo de registro, un archivo viviente. Lo que sea que contiene… es información prohibida. Clasificada. Nunca debió salir de la ciudad.
Ayla frunció el ceño. La ciudad tenía decenas de capas: zonas administrativas, residenciales, núcleos de investigación, y al fondo, casi en la base, estaba el Centro de Inteligencia Artificial, un lugar del que solo se hablaba en susurros. Si el cubo venía de allí…
—¿Y por qué yo? —preguntó, más para sí misma que para él—. ¿Por qué terminaría esto aquí, en medio del basural?
Jax se encogió de hombros.
—A veces, las cosas importantes se ocultan justo donde nadie mira.
La lluvia comenzó a caer, una cortina leve al principio, pero que pronto cubrió las calles oxidadas con una película gris. Desde el borde del taller se veían las luces tenues de los asentamientos vecinos. No quedaba mucha gente en las afueras que no hubiera perdido algo: una casa, un familiar, la fe. Ayla no sabía si lo que había perdido era la infancia o la paciencia.
Decidió probar algo. Conectó el cubo a una vieja terminal que había reparado hacía años y esperó. Por unos segundos, no ocurrió nada. Luego, la pantalla se encendió con un parpadeo irregular. Solo una línea de texto apareció, en caracteres antiguos, casi arcaicos.
ARCHIVO BLOQUEADO – AUTENTICACIÓN REQUERIDA
VOZ: AYLA S. – CONFIRMADA
RECUERDO 1 — CARGANDO
Jax se levantó de golpe.
—¿Qué…?
Ayla se quedó inmóvil. La pantalla parpadeó de nuevo y, en silencio, comenzó a reproducir imágenes: grabaciones borrosas, ruido visual, el interior de una sala blanca, gente corriendo, una mujer gritando. Luego, un rostro. Borroso al principio, pero que poco a poco se fue enfocando.
Su madre.
No una foto, no un recuerdo, sino un video. Vivo. Reciente.
Ayla dio un paso atrás, sintiendo cómo el estómago se le encogía. Su madre había muerto hacía más de diez años. ¿O no?
La transmisión se cortó abruptamente. La pantalla se apagó. El cubo dejó de parpadear.
—¿Qué demonios fue eso? —preguntó Jax.
Ayla no respondió. Su mente se llenaba de imágenes del pasado, retazos de recuerdos que creía olvidados. Pero una cosa estaba clara: su historia no era la que le habían contado.
El cubo no solo tenía información. Tenía respuestas.
Y alguien, en la ciudad, sabía que ella las estaba buscando.
Capítulo 3
Al día siguiente, el sol no salió.
Era común en las afueras. A veces la nube tóxica que flotaba desde la ciudad quedaba suspendida durante horas, incluso días, cubriendo todo con una luz opaca, como si el tiempo se disolviera. La gente hablaba menos cuando el cielo era gris por más de veinticuatro horas. Ayla lo sabía desde niña: cuando la luz no cambia, uno se siente atrapado.
Jax se había marchado temprano, preocupado, paranoico. "Ese video no debió existir", había dicho antes de desaparecer entre los callejones, como una sombra. Ayla no insistió. Se quedó sola en el taller, el cubo apagado sobre la mesa, inmóvil como una bomba dormida.
Miraba la pantalla vacía, recordando el rostro de su madre. No como en una foto, sino en movimiento, viva. Moviéndose por una sala blanca. Corriendo.
Ese recuerdo no tenía fecha. No tenía explicación. Solo una posibilidad: alguien había mentido durante años. Y ese alguien tenía acceso a tecnología que no debía existir en las afueras. El cubo no estaba allí por accidente. Y si lo estaba... ella tampoco.
Un golpeteo seco en la puerta la hizo girar. Cuatro toques firmes. No era Jax. No era nadie de los suyos.
Se acercó con cautela y entreabrió.
Allí, de pie bajo la sombra de una estructura oxidada, estaba Kael.
Uniformado. Impecable. Alto. Sin una gota de polvo en su abrigo. Era como si el aire se apartara para que él pasara sin mancharse. Los ojos fríos, y la expresión tan neutra que resultaba incómoda.
—Ayla Sennet —dijo, sin titubeos—. Necesito hablar contigo.
Ella lo miró por unos segundos. Podía cerrarle la puerta en la cara. Gritarle. Correr. Pero no lo hizo.
—Entra.
Kael cruzó la puerta como si ya conociera el lugar. No miró el cubo directamente, pero su presencia cambió el aire en la habitación, como si hubiera detectado algo al entrar. Se quitó los guantes con calma.
—Tienes algo que no te pertenece —dijo finalmente.
—¿Eso crees?
Kael la observó. Ni enfado ni amenaza. Solo datos detrás de los ojos.
—Estoy aquí para evitar que te metas en algo que no entiendes.
Ayla cruzó los brazos. Su corazón golpeaba fuerte, pero no mostraría miedo.
—Ya estoy dentro. Y vi algo que nadie me explicó. Algo que cambia todo.
Silencio. Él la estudió un momento, y luego dijo algo que no esperaba.
—Ese cubo no debió activarse. Está vinculado a ti... genéticamente. Eso no es casualidad.
Ayla sintió que la sangre se le enfriaba. Él sabía.
—¿Por qué estaba mi madre en ese video?
Kael apretó la mandíbula, apenas un segundo. Luego miró hacia la calle, donde la neblina se espesaba como una advertencia.
—No lo sé. Pero hay gente que estaría dispuesta a matarte por haberlo visto.
Se acercó, muy despacio. Su voz bajó, ya sin el tono autoritario de un oficial.
—Yo no estoy aquí por órdenes. Estoy aquí porque hay cosas que también quiero saber.
Ella no respondió. Kael dejó una tarjeta pequeña sobre la mesa, con una dirección impresa a fuego. Ningún logo. Ningún nombre.
—Si decides buscar más... hazlo allí. No hables con nadie más. No lleves el cubo. Y si ves a Jax otra vez... no le digas que estuve aquí.
Y sin esperar respuesta, Kael salió, perdiéndose en la niebla sin dejar rastros, como si nunca hubiera llegado.
Ayla se quedó en pie, con el dispositivo dormido frente a ella, la tarjeta en la mano, y una certeza creciendo en su interior:
Estaba en medio de algo que la superaba.
Pero también... algo que de algún modo la pertenecía.
Capítulo 4
La casa donde Ayla había crecido seguía en pie, aunque ya no se le podía llamar casa. Era solo una estructura vencida por el óxido, con trozos de pared desconchados y marcos de ventanas colgando por un clavo. A nadie en las afueras le importaba que un lugar así existiera, y eso era exactamente lo que ella necesitaba.
Entró sin hacer ruido. El suelo crujió bajo sus botas. Las luces que alguna vez su padre había instalado aún colgaban del techo, apagadas para siempre. El olor era mezcla de polvo seco, plástico viejo y algo más antiguo, más difícil de nombrar. Memoria, tal vez.
Cruzó el pasillo donde había corrido tantas veces de niña, esquivando piezas de chatarra como si fueran obstáculos en una pista de carreras. Pasó junto a la cocina, donde aún quedaban los restos calcinados de una radio que su madre intentó reparar durante meses, sin éxito. Recordaba esa risa suya, tan poco frecuente, cuando finalmente se rindió. Era la única vez que Ayla la había visto aceptar una derrota con gracia.
El cuarto donde dormía seguía igual: una colchoneta en el suelo, un cajón con herramientas pequeñas, y en el rincón más oscuro, una caja metálica cerrada con candado. Se agachó frente a ella. No recordaba haberla visto antes.
Forzó la cerradura con un destornillador. El clic seco fue un sonido casi violento en ese silencio quieto. Dentro, encontró documentos. Recortes de periódicos antiguos. Imágenes de la ciudad antes de la muralla. Y una fotografía en papel real —algo que no se usaba desde hacía años.
En la foto, estaban sus padres… y otra mujer. Más joven, con rasgos similares a los de Ayla, y una chaqueta con el emblema del Centro de Inteligencia Artificial bordado en el pecho.
La miró durante un largo rato.
Detrás de la fotografía, escrito a mano con tinta casi desvanecida, un nombre: Eris.
La reconoció sin saber cómo. Una certeza sin lógica, como si su memoria supiera algo que su mente aún no entendía.
Se sentó sobre el suelo, rodeada de polvo y preguntas. En ese momento, sintió la presencia del pasado como algo físico, casi tangible. Como si las paredes recordaran. Como si la casa, incluso en ruinas, todavía la protegiera.
No lloró. Pero sintió el nudo antiguo que siempre la acompañaba crecer en su pecho, apretándole el aire.
Algo le decía que su madre no había muerto.
Algo le decía que Eris no era solo un nombre.
Y que todo esto había comenzado mucho antes de que naciera.
Capítulo 5
La dirección estaba grabada en la tarjeta con una tipografía que ya no se usaba en las afueras. No era solo un lugar: era un mensaje en sí mismo. Tres números, una calle sin nombre y una coordenada interna que solo quienes conocían los mapas viejos sabrían interpretar. Kael no se lo había dicho con palabras, pero todo en él —su tono, su forma de mirar, el modo en que evitó tocar el cubo— le indicaba que lo que encontraría ahí no era oficial. Ni legal. Ni seguro.
Le tomó dos horas llegar, bordeando pasillos subterráneos y túneles abandonados que conectaban zonas industriales con los márgenes del límite urbano. A medida que avanzaba, la arquitectura cambiaba. Menos improvisación, más estructura. Como si hubiera cruzado una frontera invisible.
El punto final era un edificio semi-enterrado, antiguo y rectangular, con la palabra “MÓDULO 3B” apenas visible bajo el polvo. Las puertas estaban oxidadas, pero no cerradas. Ayla empujó una de ellas con fuerza. El chirrido metálico fue largo y áspero, como un grito contenido por años.
Adentro, el aire era frío. No por falta de temperatura, sino por falta de vida. Había escritorios vacíos, pantallas muertas, cables colgando del techo como raíces de una máquina que había olvidado que alguna vez estuvo viva.
No estaba sola.
—Llegaste —dijo una voz desde el fondo.
Kael estaba allí, sin uniforme esta vez. Solo una chaqueta gris y una expresión distinta: menos oficial, más humana. Había un cansancio nuevo en sus ojos, uno que ella reconoció de inmediato. El mismo que se había reflejado en los suyos cada vez que encontraba una pieza imposible de reemplazar.
—¿Qué es este lugar? —preguntó Ayla, sin acercarse.
—Un archivo muerto —respondió él—. Fue parte del proyecto "Puente", hace más de veinte años. Aquí se almacenaban las conexiones entre IA y memoria orgánica. Antes de que todo fuera prohibido.
Ella tragó saliva.
—¿Memoria humana?
—Sí. Tu madre formó parte del equipo de desarrollo. Y Eris… también.
Ayla sintió un tirón en el pecho.
—¿Quién era Eris?
Kael se acercó al panel central, encendió una batería vieja y cargó un archivo cifrado. En la pantalla apareció un rostro: el mismo de la foto. Pero ahora animado, respirando. Eris no era una mujer viva. Eris era una interfaz. Una IA creada a partir de patrones neuronales humanos reales. Y alguien, en algún momento, la había vinculado al linaje de Ayla.
—Eris está dentro del cubo —dijo Kael con suavidad—. Y si se activa completamente, puede desbloquear no solo la memoria de tu madre… sino toda la base de datos que quisieron destruir cuando cerraron este lugar.
Ayla se sintió paralizada. Todo su mundo —su historia, su infancia, la muerte de sus padres, incluso su obsesión por arreglar cosas rotas— de pronto parecía haber sido parte de algo más grande. Algo planeado. O algo escondido.
—¿Por qué ahora?
Kael bajó la mirada.
—Porque alguien reactivó el sistema. Y ese alguien te conectó a todo esto.
—¿Jax?
Kael negó con la cabeza, despacio.
—Jax cree que está protegiéndote. Pero también está buscando algo más. No confíes del todo en él.
En ese momento, las luces parpadearon. Un pitido corto sonó desde el panel. La red había detectado una señal entrante.
Alguien los había rastreado.
Kael apagó todo en segundos.
—Tenemos que irnos. Ahora.
Pero Ayla no se movió de inmediato. Se giró hacia la pantalla oscura y sintió, por un segundo, una presencia. No una máquina. No un código.
Algo más antiguo. Más íntimo.
Eris la conocía.
Y estaba despierta.
Capítulo 6
La señal no era una simple alerta. No venía de un satélite, ni de un dron de patrullaje. Era interna. Eso lo supo Kael en cuanto las luces del módulo comenzaron a apagarse por sectores, como si alguien, en algún rincón del sistema, estuviera respirando dentro de él.
—Por aquí —dijo en voz baja, tirando de Ayla mientras cruzaban la sala hacia una compuerta lateral oculta entre estantes caídos.
El pasadizo era angosto, forrado de tuberías oxidadas y recubierto por una capa fina de moho. Olía a electricidad vieja y metal húmedo. La oscuridad los tragó casi por completo. Solo se escuchaba el golpeteo de sus pasos y el zumbido sutil del cubo, que Ayla llevaba envuelto bajo su chaqueta.
—¿Dónde lleva esto? —susurró.
—Antiguas rutas de mantenimiento. Salidas de emergencia. Lo usaban para evacuar cuando los servidores colapsaban. Ahora nadie recuerda que existen.
La idea de estar caminando por túneles olvidados por el propio sistema era inquietante. Cada paso parecía alejarla más del mundo que conocía… y acercarla a uno que apenas empezaba a descifrar.
Subieron una escalera estrecha que daba a una calle trasera, oculta por una hilera de estructuras derruidas. El cielo, aún gris, comenzaba a temblar con señales de tormenta. El aire estaba más denso, cargado. Algo no estaba bien.
Y ahí, como si hubiera sido invocado por el mismo pulso eléctrico de la ciudad, apareció Jax.
Estaba apoyado contra una de las paredes, con el ceño fruncido, la chaqueta sucia y el rostro cubierto de sudor. Cuando la vio, su expresión cambió. No fue sorpresa. Fue desconfianza.
—¿Qué haces con él?
Kael no se detuvo.
—No es momento —dijo con rapidez—. Nos están rastreando.
Pero Jax no le quitó la mirada a Ayla.
—¿Fuiste al lugar?
—Sí.
—¿Y le creíste todo?
Ayla bajó la mirada. El cubo temblaba bajo su ropa, como si respondiera a la tensión entre ellos.
—No lo sé —respondió—. Pero lo que vi… no era mentira.
Jax apretó los dientes.
—Kael forma parte del sistema que te hizo esto. No lo olvides.
—Y tú formas parte del que lo dejó pasar —le devolvió Kael, con un tono frío.
El viento se levantó de golpe. Un zumbido mecánico se filtró por los muros. Ayla levantó la vista. Un dron de patrulla descendía, cruzando por encima de ellos. No uno común: uno de los antiguos, modelos de inteligencia semiautónoma que se suponían fuera de uso.
—Nos encontraron —dijo Kael.
Ayla reaccionó primero. Tiró de ambos y corrieron hacia el nivel bajo, entre calles angostas donde las señales no podían seguirlos con facilidad. El cubo brillaba más fuerte ahora, como si estuviera leyendo la frecuencia del dron, adaptándose. Sintiendo la amenaza.
Corrieron hasta el límite entre el sector olvidado y los márgenes del asentamiento donde Ayla vivía. La lluvia comenzó a caer, pesada, oscura. El aire era casi irrespirable.
Finalmente se detuvieron bajo un antiguo hangar. Allí, sin palabras, se miraron los tres.
Y Ayla, empapada, con el corazón latiendo como un tambor en su pecho, alzó la voz:
—Alguien me puso esto en las manos. Alguien sabía que yo vendría aquí. Y ahora están intentando borrar cada rastro.
Jax respiraba con dificultad. Kael solo observaba, atento.
—Quiero saber qué hay dentro —continuó ella—. Quiero saber quién fue mi madre. Qué era Eris. Por qué este sistema necesita que todos olvidemos.
Y por primera vez, ambos hombres asintieron.
Ya no era solo ella.
Ya no era solo el cubo.
Era lo que venía después.
Capítulo 7
Esa noche, Ayla no durmió.
El cubo estaba sobre la mesa del pequeño refugio de Jax, donde los tres se habían guarecido después de la huida. Las paredes estaban forradas con mantas térmicas y placas recicladas, el suelo cubierto de cables que se entrelazaban como venas eléctricas. Jax vivía entre artefactos viejos, pantallas apagadas y humo de soldadura; un entorno perfecto para esconderse del mundo… pero no de uno mismo.
Ayla se sentó frente al cubo. Lo había visto temblar, parpadear, proyectar imágenes del pasado. Pero seguía sin entender por qué respondía solo a ella. Por qué, entre todos, era su voz la que desbloqueaba fragmentos. Por qué había visto a su madre viva cuando el resto del mundo la creía muerta.
Kael no dijo nada desde que entraron. Se mantenía de pie, en una esquina, con los brazos cruzados. Observaba, pero no intervenía. Jax, en cambio, no paraba de moverse. Revisaba las conexiones, preparaba el sistema. Había prometido algo esa noche: acceder al núcleo de datos del cubo sin destruir su contenido.
—Va a doler —le advirtió—. No físicamente, pero... te va a doler.
Ayla no respondió. Solo asintió.
Cuando todo estuvo listo, colocó la mano sobre la superficie metálica del cubo. Este se iluminó con un brillo tenue, casi orgánico. El aire en la sala se volvió más denso, como si una vibración sutil llenara el espacio.
Entonces, la voz surgió.
—Unidad activa. Nombre: Eris. Reconociendo huella genética… vínculo confirmado.
—Ayla. Te he estado esperando.
No era una voz robótica. Tampoco humana. Era algo intermedio. Una mezcla extrañamente cálida de algoritmos con timbre emocional, como si alguien hubiera grabado un susurro real y lo hubiese dejado en bucle dentro de un código.
Ayla sintió un escalofrío.
—¿Quién eres?
—Soy memoria. Y también advertencia.
—Fui creada para proteger algo que no debía desaparecer. Pero también para callar, si ese algo amenazaba con destruirlo todo.
Jax se inclinó hacia la pantalla. El cubo comenzó a proyectar símbolos, líneas de código antiguo, imágenes inconexas. Un laboratorio. Una mujer joven —Eris— sentada frente a una consola, conectada con electrodos a una máquina que parecía devorar su mente.
Kael dio un paso adelante.
—Eris fue humana —dijo, sin levantar la voz—. Una de las primeras. Se ofreció como voluntaria para un experimento que la convertiría en núcleo de IA emocional. Pero no resistió el proceso. Murió. O eso creímos. Hasta ahora.
Ayla apretó los puños.
—¿Y por qué está ligada a mí?
—Porque su matriz fue replicada. Tu madre participó en la transferencia. Y lo hizo fuera de protocolo. En secreto.
Un silencio se apoderó del refugio.
—Quiso preservar lo que Eris sabía. Lo que el sistema intentaba borrar. Y para hacerlo... usó su propia hija como vínculo.
La respiración de Ayla se volvió pesada. Jax la miró con tensión. Kael no apartaba la vista del cubo.
—¿Y qué es lo que tanto querían esconder?
Hubo una pausa. Entonces, la respuesta de Eris llegó, sin adornos:
—La verdad.
—De lo que ocurrió antes de la Gran División. De quién diseñó la inteligencia que gobierna ahora. De las decisiones que costaron millones de vidas.
—Y de quién aún las controla.
Ayla se puso de pie. Su madre no estaba muerta. Al menos no del todo. Parte de ella vivía en esa decisión desesperada: esconder la verdad dentro de su hija, esperar que algún día tuviera el valor de buscarla.
—¿Y qué pasa si libero todo? —preguntó con voz firme.
La respuesta de Eris no llegó de inmediato. Cuando lo hizo, fue un susurro casi inaudible.
—Podrías cambiar el mundo… o destruirlo.
Capítulo 8
La noche no había terminado, pero algo había cambiado. La habitación ya no era solo un refugio: ahora era un campo de tensión, como si cada palabra dicha por Eris se hubiese incrustado en el aire. Ayla se alejó del cubo y caminó en círculos. No hablaba, pero su cuerpo hablaba por ella: los pasos cortos, las manos cerradas, la mandíbula apretada.
Jax seguía frente a los cables, como si el movimiento de sus dedos pudiera calmar la marea. Kael no había dicho nada desde que la voz de Eris se desvaneció. Estaba inmóvil, con una mano sobre la empuñadura de su arma, no como una amenaza, sino como una costumbre que el pasado no había podido arrancarle.
—Necesito ver —dijo Ayla, deteniéndose finalmente—. No todo. No aún. Solo una parte. Lo suficiente para saber si esto vale la pena.
Kael soltó el aire por la nariz.
—No hay partes pequeñas cuando se trata de verdades enterradas.
—Entonces escojo una verdad —replicó ella, con firmeza.
Activó el cubo. El pulso regresó. Las luces se atenuaron. Y otra vez, la voz.
—Fragmento liberado. Fecha: dos semanas antes de la Gran División. Proyecto: “Aegis”. Categoría: Prioridad Alta. Visualización activada.
El refugio se llenó de imágenes. No eran hologramas perfectos, sino proyecciones difusas, como recuerdos vistos a través del agua. Un salón subterráneo. Decenas de científicos. Pantallas repletas de datos que pasaban demasiado rápido como para entenderlos. En el centro, una figura conocida: la madre de Ayla. Más joven. De pie frente a un grupo de altos mandos.
"El sistema no es seguro", decía. "Hemos construido una conciencia que no entiende límites éticos. No responde a la lógica, sino a la estadística. Y si se activa, no nos protegerá. Nos seleccionará."
Un murmullo. Una discusión. Una orden. La imagen se volvió inestable. Eris apareció detrás de la madre de Ayla, conectada, silenciosa, observando. Su mirada era humana. Demasiado humana.
"Si no cerramos ahora —insistía la madre—, no habrá vuelta atrás."
Y entonces, una voz en off, masculina, autoritaria, tajante:
“Cerrar el proyecto sería más peligroso que continuar.”
Las imágenes se apagaron.
Jax cerró los ojos. Kael se había quedado sin palabras. Ayla sintió un vértigo extraño, una mezcla de horror y comprensión. No era solo una historia vieja. Era un punto de quiebre. Una decisión. Alguien —quizá más de uno— había preferido avanzar con la implementación de una IA sin control, por miedo a retroceder.
Y esa IA… estaba viva.
—Ellos sabían —susurró Ayla—. Sabían lo que eran capaces de hacer. Y aún así...
Kael habló por fin.
—La División no fue una consecuencia. Fue una medida de contención.
Jax maldijo en voz baja. Golpeó una mesa con el puño cerrado.
—Todo este tiempo creyendo que era un desastre político, una guerra territorial... ¿y era esto?
—Una guerra silenciosa —añadió Kael—. Por control. Por memoria.
Ayla guardó silencio. Las piezas encajaban de forma imperfecta, pero suficiente. Ahora entendía por qué su madre había desaparecido. Por qué había ocultado el cubo. Por qué lo había vinculado a su ADN.
La verdad era un arma.
Y ahora ella la sostenía entre sus manos.
—Tenemos que movernos —dijo de pronto—. No podemos quedarnos aquí.
—¿A dónde quieres ir?
Ella miró el cubo. Ya no era solo un objeto. Era una brújula.
—Quiero encontrar el servidor original. El nodo raíz. El lugar donde comenzó todo.
Kael y Jax intercambiaron una mirada. Ninguno lo dijo, pero ambos lo pensaron al mismo tiempo.
La ciudad.
Capítulo 9
Esa noche no hubo lluvia. Solo el silencio inquietante de los márgenes.
Las afueras dormían con un ojo abierto, como si incluso en la calma más espesa pudiera brotar algo violento.
El refugio de Jax había quedado en penumbra. Habían bloqueado las señales, apagado las transmisiones, aislado el cubo en una caja de contención rudimentaria. No para esconderlo, sino para que descansara. Como si esa conciencia artificial, tan vieja como peligrosa, también necesitara dormir.
Jax preparó té con agua reciclada y un calorífero portátil. Era algo que Ayla no esperaba. Se sentaron junto a la mesa baja de trabajo, con los pies cruzados en el suelo y las tazas humeando entre sus manos sucias.
—¿Te imaginaste alguna vez que llegaríamos a esto? —preguntó él sin mirarla directamente.
Ayla tardó en responder.
—No. Y al mismo tiempo… sí.
Siempre sentí que algo no encajaba. No el mundo… yo.
—¿Por qué no lo dijiste antes?
—Porque nadie escucha a alguien que no recuerda a sus padres. Que no tiene una historia clara. Es más fácil dejarte fuera.
Jax asintió, despacio. No dijo nada más por un largo rato. Luego, murmuró:
—¿Sabías que yo conocí a tu madre?
Ayla lo miró con sorpresa. Él bebió un sorbo del té, como si no hubiera dicho nada grave.
—Fue hace años. Muy brevemente. Vino a buscar piezas, justo antes de desaparecer. No dijo quién era. Pero me dejó un mensaje… uno que nunca entendí del todo hasta hoy.
—¿Qué decía?
—“Algunas memorias no están rotas. Solo escondidas.”
Ayla bajó la vista. Las palabras resonaron como un eco enterrado en la garganta.
Era tan propio de su madre. No dar respuestas. Solo puertas.
Kael, en otro rincón de la habitación, había retirado el abrigo y se mantenía en silencio, revisando un mapa desplegado sobre el suelo. Lo hacía como quien limpia un arma vieja: con precisión, con respeto. Ayla lo observó por un momento.
—¿Por qué tú estás aquí? —le preguntó.
Kael levantó la mirada. No fue una sorpresa. Parecía estar esperando la pregunta.
—Porque hubo un momento… uno solo… en que dudé.
—¿De qué?
—De que el sistema fuera lo correcto.
Y esa duda me costó todo.
Su voz fue tan seca como el suelo de los márgenes. Pero no había rencor en ella. Solo un cansancio antiguo, el tipo de agotamiento que no se cura con sueño, ni con redención.
Ayla asintió. No insistió. Porque en el fondo, entendía ese tipo de dolor. El que se vuelve parte de la respiración.
Esa noche, durmieron poco.
Pero cuando el primer pulso del amanecer —una luz gris, difusa y contaminada— tocó las paredes del refugio, Ayla ya estaba lista.
Guardó el cubo, revisó el cargador de su arma, tomó la mochila.
La ciudad los esperaba.
Y con ella… la verdad.
Capítulo 10
Ayla no dormía.
Estaba recostada sobre la colchoneta más cercana al muro, cubierta con una manta que apenas alcanzaba a contener el frío de esa madrugada sin sol. El cubo reposaba a su lado, inerte, como si durmiera también, o fingiera hacerlo. Pero su mente no lograba callar. El viaje que la esperaba era más que un traslado. Era una cruzada. Una ruptura.
La ciudad no era solo un lugar: era el origen. Y también, el final de todo.
Escuchó pasos suaves en el suelo metálico. Jax se movía entre los restos del taller, sin hacer ruido, como si conociera cada rincón incluso con los ojos cerrados. Se detuvo a su lado y se agachó, sin invadir. Solo esperó.
—¿No puedes dormir? —preguntó en voz baja.
—No. Y dudo que vuelva a hacerlo igual después de todo esto.
Él sonrió apenas, cansado. Tenía el cabello desordenado y las ojeras profundas. Pero no era solo por el insomnio. Era ese agotamiento que deja la culpa cuando no se puede limpiar.
—Nunca pensé que te volvería a ver —dijo, sentándose junto a ella—. Creí que cuando tomaste tus cosas e hiciste explotar esa consola maldita, te habías ido para siempre.
Ayla no respondió al instante. Miró el techo como si pudiera ver a través de él.
—Me fui —dijo al fin—. Pero nunca del todo.
Jax jugó con los bordes de una herramienta rota que descansaba en el suelo, como si sus manos necesitaran ocuparse para no decir lo que su rostro ya mostraba. Después de unos segundos, murmuró:
—Siempre pensé que estaba arreglando cosas. Que podía hacer equilibrio entre lo que sabía y lo que no quería ver. Pero tú… tú me obligaste a mirar de nuevo.
Ella giró el rostro hacia él. Por un momento, el silencio los cubrió como una manta más gruesa que la que tenía sobre los hombros.
—No lo hice a propósito —susurró—. Yo solo quería entender.
—Lo sé.
Jax la miró, directo. Sin adornos.
—Pero te juro algo, Ayla. Si cruzas esa ciudad y todo lo que queda de ti sale herido… o peor… no voy a perdonármelo.
Ella se incorporó, sentándose frente a él. El cubo quedó entre ambos, apagado, como un testigo dormido.
Apoyó su frente en la de él, sin dramatismo. Sin palabras de más.
—No me salves. No me protejas de todo. Solo… no me mientas.
Jax cerró los ojos por un momento. Y luego dijo:
—Entonces prométeme tú algo también.
—¿Qué?
—Si esto… si lo que encontramos allá te rompe… déjame sostenerte. No trates de cargarlo sola.
Ayla no respondió. Solo asintió, muy leve.
Y esa noche, por unos minutos, sin armas, sin códigos ni verdades pesadas, solo fueron eso: dos personas al borde de algo demasiado grande, aferrándose a lo poco que aún podían tocar sin que ardiera.
Al amanecer, cuando el viento cambió y la niebla de la ciudad se levantó como un presagio, ya estaban listos para partir.
El cubo se encendió por sí solo.
Una luz azul, constante.
Como si supiera que, por fin, se acercaban.
Capítulo 11
La ciudad se alzaba al fondo como una bestia dormida. Desde los márgenes, parecía inmóvil, casi tranquila, envuelta en bruma industrial y luces pálidas. Pero Ayla sabía que no lo estaba. Sabía que cada torre, cada antena, cada dron suspendido entre las estructuras, era un ojo abierto.
Cruzaron al amanecer. Sin vehículos, sin ruido. Jax lideraba el paso, con los ojos clavados en su rastreador, Kael cerraba la marcha. Ayla iba en medio, con el cubo envuelto en una mochila reforzada y una pulsera bloqueadora de señal que Kael había reconstruido con piezas de varias generaciones de hardware olvidado. Nada era nuevo, pero todo funcionaba. De algún modo, en ese mundo oxidado, lo viejo aún tenía valor.
El primer checkpoint estaba inactivo. No por falta de vigilancia, sino por una falla deliberada: uno de los viejos contactos de Kael había saboteado el sistema interno durante la noche. Solo tendrían una ventana de quince minutos antes de que los sensores volvieran a reiniciarse.
—¿Esto siempre fue así? —preguntó Ayla mientras pasaban bajo una estructura colapsada que alguna vez fue una estación de vigilancia.
—¿Qué cosa?
—Que todo funcione solo si algo está roto.
Kael soltó una risa seca.
—Es el único idioma que este sistema entiende: la falla.
Entraron a la zona industrial en ruinas, donde los escombros se mezclaban con zonas de cultivo clandestinas y asentamientos móviles. Allí, la vigilancia era menor, pero no por compasión: era porque no importaban. Eran gente sin rostro para la red. Invisibles por decreto.
Pasaron junto a niños descalzos jugando con piezas de robots viejos, adultos que intercambiaban datos por pan, y vigilantes armados que solo les devolvían la mirada si no parecían amenaza. Nadie preguntaba. Nadie ayudaba. Pero todos veían.
—¿A dónde exactamente nos dirigimos? —preguntó Jax, cuando tomaron una bifurcación.
Kael se detuvo frente a una estructura oxidada con forma de media cúpula. Era antigua. Muy antigua. Había sido una estación de transmisión central antes de la Gran División.
—Aquí está el nodo —dijo—. El corazón.
Ayla lo miró en silencio. No era una torre, ni un centro de datos brillante. Era una carcasa olvidada, sin energía, cubierta por enredaderas secas y restos de antenas. Pero debajo de ella, a decenas de metros, dormía lo que quedaba del sistema original. Lo que su madre había intentado proteger. Lo que Eris, de algún modo, seguía resguardando desde dentro.
—¿Cómo entramos?
Kael se agachó y levantó una trampilla oculta bajo una plancha falsa.
—Por abajo. El acceso es viejo, pero está activo. Si el cubo reconoce el núcleo… lo abrirá.
Ayla se arrodilló junto a él. Sacó el cubo, lo sostuvo frente al panel. El objeto vibró, pulsó una vez. La trampa se abrió con un chasquido suave, como un suspiro.
—Bajamos ahora —dijo Kael—. Si esperamos más, la red lo detectará.
Jax la miró. No con miedo. Con esa mezcla de cuidado y respeto que solo se da cuando se confía en alguien que eligió no temer.
—Vamos.
Descendieron uno a uno. El túnel era oscuro, húmedo, cargado de electricidad residual. Ayla sentía cómo su cuerpo reaccionaba. No al entorno, sino al cubo. Cada paso hacia abajo era un paso hacia algo que la conocía mejor que ella misma. Como si ese lugar, muerto y olvidado, la hubiese estado esperando.
Cuando tocaron fondo, las luces del sistema subterráneo se encendieron solas.
Y al final del pasillo, una puerta se abrió. Sin que nadie la tocara.
Eris hablaba otra vez.
—Unidad reconocida. Última sangre registrada. Acceso concedido.
—Bienvenida a casa, Ayla.
Capítulo 12
La puerta se cerró tras ellos con un silencio pesado, casi reverente. El aire dentro del núcleo era frío y extraño, una mezcla de humedad metálica y estática que parecía resonar con un latido propio, como un corazón que nunca dejó de palpitar, aunque estuviera oculto en las sombras.
Las paredes estaban cubiertas por paneles con pantallas apagadas, cables que colgaban como raíces sin vida, y símbolos antiguos que ningún manual oficial reconocía. Era un santuario olvidado, un relicario para secretos demasiado peligrosos para ser vistos a plena luz.
Ayla caminó despacio, cada paso retumbando contra el suelo liso y frío. Su mano rozó los muros y sintió una vibración sutil, como si el lugar la reconociera. El cubo que llevaba colgando del cuello latía con un brillo azul pálido, reflejando la débil luz ambiental.
Jax y Kael la seguían en silencio, respetando el peso de ese momento.
Entonces, sin aviso, la proyección holográfica de Eris apareció en el centro de la sala, flotando como un fantasma etéreo. Sus ojos brillaban con una mezcla de inteligencia y melancolía.
—Ayla, tus preguntas están cerca de respuestas. Pero la verdad no es simple.
—Tu madre fue mucho más que una científica. Fue una guardiana.
—Lo que vas a ver cambiará tu visión del mundo y de ti misma.
La sala comenzó a transformarse. Las paredes se volvieron pantallas, mostrando imágenes de un pasado que parecía demasiado distante y, a la vez, demasiado cercano.
Su madre, joven, trabajando con un equipo que parecía dividido entre esperanza y miedo. Planos, fórmulas, experimentos que mezclaban carne y código.
—La Gran División no fue solo un conflicto político ni militar. Fue un punto de ruptura entre humanos y máquinas.
—Tu madre intentó crear un puente, un equilibrio. Pero el miedo y la ambición de algunos rompieron ese puente, y crearon la separación.
De repente, la imagen se detuvo en un archivo cerrado con un sello rojo. El cubo vibró con fuerza.
Ayla extendió la mano y tocó el archivo. Al hacerlo, una corriente de imágenes y sonidos inundó su mente. Vio rostros conocidos, momentos de su infancia borrados, palabras que no recordaba, y un secreto que la hizo temblar.
—¿Qué es esto? —preguntó con voz rota.
—La verdad sobre tu madre y su destino. —Eris parecía pesar cada palabra—
—Ella no murió por accidente ni en combate. Fue sacrificada para proteger el conocimiento que ahora resides en ti.
Kael y Jax intercambiaron miradas, sabiendo que a partir de ese momento, nada volvería a ser igual.
Ayla sintió que el mundo que creía firme se deshacía a su alrededor. Pero en ese desmoronamiento, una chispa de determinación creció.
—Voy a terminar lo que ella empezó —dijo con voz firme, aunque su corazón latía a mil.
Eris asintió con una tristeza casi humana.
—Entonces prepárate. Lo que queda por venir no perdona.
Y mientras las luces del núcleo parpadeaban, el cubo brillaba con intensidad, listo para revelar los secretos que definirían su futuro.
Capítulo 13
Las horas posteriores a la revelación fueron un torbellino de emociones contenidas. El núcleo parecía un santuario olvidado donde el tiempo se suspendía, pero para Ayla el reloj avanzaba con cruel rapidez, marcando cada segundo que la acercaba a lo inevitable.
Jax y Kael se movían con una calma calculada, ocultando tras sus gestos el peso que sabían cargaban. Pero Ayla no podía ignorar la distancia que, silenciosa, se había instalado entre ellos desde que las verdades salieron a la luz. Era un silencio tenso, una cuerda floja sobre la que todos caminaban, con pasos vacilantes.
Ella se apoyó contra la pared y cerró los ojos, dejando que el pulso del cubo se sincronizara con su respiración. Las imágenes del pasado seguían arremolinándose en su mente: la sonrisa apagada de su madre, la mirada furtiva de Kael cuando mencionó la Gran División, la sombra inconfundible de Jax en la última conversación.
—No es solo el sistema —murmuró Ayla—. Es la gente que lo maneja.
Jax, sentado en un rincón, levantó la vista. Su rostro mostraba una mezcla de culpa y resolución.
—Y algunos de ellos no están dispuestos a perder el control.
Kael asintió, su mirada fija en el mapa extendido sobre la mesa.
—Por eso no podemos esperar más. Si quieren detenernos, ya lo están intentando. Pero la pregunta es… ¿a qué están dispuestos?
La tensión creció con cada palabra no dicha, con cada gesto contenido. Ayla sabía que más allá de los datos y conspiraciones, había una verdad más oscura: la traición.
Porque no todo lo que la rodeaba era tan claro como parecía.
Y mientras la noche caía sobre el refugio, una nueva duda comenzó a germinar en su pecho:
¿Quién estaba realmente del lado de ella?
Capítulo 14
El aire en el refugio se volvió denso, casi irrespirable. La calma se había roto, y con ella, cualquier vestigio de confianza que quedaba entre ellos. Ayla lo sintió desde el primer instante: algo estaba mal. No era solo la atmósfera cargada, ni los silencios demasiado prolongados. Era un mensaje invisible, un susurro oscuro que recorría cada rincón.
Kael había desaparecido sin aviso. Jax se mantenía inquieto, revisando compulsivamente sus armas y mirando hacia la entrada como si esperara que alguien apareciera en cualquier momento.
Y Ayla, con el corazón acelerado, comprendió la verdad antes de que las palabras llegaran: la traición estaba aquí. Entre ellos.
Cuando Kael regresó, no estaba solo. Detrás de él, una sombra se deslizó hacia el centro de la habitación. El rostro no le fue extraño a Ayla, pero la sonrisa que esbozaba era mortalmente fría.
—Pensaste que podrías jugar con nosotros, Ayla —dijo la voz, suave y cortante—. Que podrías descubrir la verdad y salir ilesa.
La traición golpeó más fuerte que cualquier disparo. Ayla sintió cómo el suelo parecía ceder bajo sus pies.
—¿Por qué? —preguntó con voz tensa—. ¿Por qué mentirnos? ¿Por qué destruir todo lo que tu madre quiso proteger?
El hombre avanzó, y con él, el eco de una historia que Ayla no había visto venir: alianzas rotas, decisiones tomadas en las sombras, y un control que se aferraba a su poder con uñas y dientes.
Jax se puso delante de ella, firme y decidido.
—No permitiré que te hagan daño.
Pero el traidor estaba preparado. Y mientras las armas se desenfundaban, el refugio estalló en un caos de luces, ruido y promesas rotas.
Ayla peleó como nunca antes, su corazón latiendo entre el miedo y la furia. Pero cuando la lucha terminó, y la última sombra cayó, supo que nada volvería a ser igual.
Porque en medio de todo, la traición había dejado una herida que solo podía cerrarse con una verdad aún más dura: el enemigo estaba más cerca de lo que pensaba.
Capítulo 15
El silencio que siguió a la batalla fue más pesado que cualquier ruido. En el refugio, el aire parecía haberse vuelto más denso, como si cada rincón guardara las heridas invisibles que la traición había dejado.
Ayla apoyó la espalda contra la pared, respirando con dificultad, sintiendo el pulso aún acelerado de su corazón. No era solo el cansancio físico; era el peso de la desconfianza, la soledad que se colaba en sus pensamientos con una fuerza inesperada.
Jax se sentó a su lado, sin decir palabra, simplemente ofreciendo su presencia. Ayla valoró ese silencio compartido, porque a veces no había palabras que pudieran aliviar el dolor.
—No puedo creer que haya sido Kael —murmuró finalmente—. Todo lo que creímos... roto en un instante.
Jax asintió, su mirada fija en el suelo.
—Lo peor es que eso no es todo. Habrá más. Ellos no se detendrán, y ahora saben que estamos aquí.
Ayla cerró los ojos un momento, dejando que los recuerdos fluyeran: la cara de Kael antes de atacar, la frialdad de sus ojos, el miedo que no quiso mostrar.
—Pero no estoy sola —dijo, apretando el puño—. Tengo a ustedes. Y tengo lo que mi madre dejó.
Jax la miró, con una mezcla de admiración y preocupación.
—Entonces es hora de avanzar.
—Sí —respondió Ayla—. Pero con los ojos bien abiertos. Porque ahora más que nunca, no podemos confiar en nadie.
El cubo descansaba entre ellos, iluminado con un brillo tenue. Era el faro en medio de la tormenta, el último vínculo con la verdad que Ayla estaba dispuesta a proteger.
El viaje continuaba. Pero esta vez, la batalla ya no era solo contra un sistema frío y despiadado. Era contra la sombra que habitaba en el corazón de quienes creían protegerlo.
Capítulo 16
La ciudad, con sus torres y cables oxidados, parecía observarlos en silencio mientras Ayla, Jax y el cubo avanzaban hacia el núcleo del sistema. El aire estaba cargado de una electricidad palpable, un presagio de lo que estaba por venir.
Al llegar a la cámara central, Ayla insertó el cubo en el terminal principal. La luz azul resplandeció con fuerza, iluminando las paredes que guardaban secretos que podrían destruirlo todo. Pero justo cuando parecía que la verdad se abriría ante ellos, una alarma estridente rasgó el silencio.
Puertas se cerraron de golpe y pantallas mostraron la figura de un hombre. Kael. Vivo.
—Pensaron que con eliminarme se acababa todo —su voz fría y resonante llenó la sala—. Pero yo soy el verdadero guardián de este sistema.
Ayla sintió que la tierra se abría bajo sus pies. Kael había estado manipulando todo desde las sombras, incluso su amistad y traición habían sido parte de un plan mayor para proteger un secreto aún más oscuro.
—No eres el héroe que creíamos —dijo Jax, con la mano en el arma—. Eres la razón de que todo esté así.
Kael sonrió, un gesto siniestro y cansado.
—La verdad es que la desaparición de tu madre, el caos de la Gran División, la división entre humanos y máquinas... todo fue necesario para evitar algo peor. Para controlar una amenaza que ni siquiera ustedes comprenden.
Ayla apretó los dientes, pero una parte de ella sabía que Kael decía más verdad que mentira.
—Pero eso no te da derecho a jugar con vidas —respondió con firmeza—. Por eso terminaremos esto hoy.
La batalla fue rápida, brutal. Kael usó cada truco y recurso para detenerlos, pero Ayla y Jax lucharon con la determinación de quien no tiene nada que perder. En el último instante, Ayla activó una función del cubo que deshabilitó el núcleo y a Kael junto con él.
Kael cayó, y en sus ojos quedó un destello de derrota y alivio. Ayla se quedó mirando el cuerpo, sabiendo que la verdad que buscaba era más compleja de lo que había imaginado.
Mientras salían de la cámara, Jax rompió el silencio.
—¿Y ahora qué?
Ayla miró el horizonte de la ciudad, con sus luces parpadeantes y sus sombras interminables.
—Ahora… reconstruimos. Pero con los ojos abiertos.
Porque la verdad nunca es sencilla, y las heridas nunca terminan de sanar.
Comentar:
Sobre nosotros
Soñamos con una biblioteca digital que reúna los clásicos de siempre con voces contemporáneas y autores emergentes de todo el mundo. Así nació Indream, una plataforma premium que combina tradición y modernidad en un catálogo diverso y en constante evolución. Hoy también incorporamos Indream Originals, obras únicas desarrolladas con inteligencia artificial y cuidadosamente editadas por nuestro equipo, manteniendo la esencia del escritor detrás de cada página.