El cerro / Por Benjamín Miranda

#drama, #suspenso

SINOPSIS:

“El cerro” cuenta la historia de un terco guía de caminatas que intenta soportar a su esposa, a los que contaminan el medio ambiente y a los misterios del cerro que se dedica a escalar.

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Soy un hombre al que le gusta mucho conocer nuevos lugares y explorar cada rincón de estos, por eso quise dedicarme al senderismo. Comencé a recorrer distintas montañas por todo Chile, incluso llegó un punto en el que tuve la certeza de que mi propósito de vivir era explorar todos estos montes para descubrir sus historias y secretos. Y aunque esta actividad me apasionaba, fue la que acabó con mi vida tal y como la conocía.
Entre todos los viajes que hice, tuve la suerte de encontrarme con una turista que estaba interesada en cierta montaña de la región; la ayudé a llegar hasta ella, y luego recorrimos juntos el sendero que era apto para circulación humana. En el transcurso de las horas que pasamos juntos, me enamoré perdidamente de ella; ocho meses después nos casamos en la cima de la misma montaña que recorrimos el día que nos conocimos. Estuve muy feliz de saber que pasaría el resto de mi vida con ella, ya que era una persona muy divertida.
Mi familia siempre se esforzaba en reprocharme que yo era un sujeto muy terco. La razón de esto no la sé, un día me lo dijeron y de ahí en adelante me lo repitieron de forma bastante frecuente. Nunca tuve la misma opinión que ellos, así que, con el fin de demostrarle a mi familia que era alguien abierto de mente y bien dispuesto a cambios, dejé mi antigua casa en Chillán y junto a mi esposa me trasladé a la ciudad de Quillón. Esta ciudad se ubicaba cerca del cerro Cayumanque, el más grande de la provincia de Ñuble, por lo que estuve muy feliz de ir a vivir cerca de él.
Con el propósito de poder obtener el dinero suficiente para vivir una vida tranquila, comencé a trabajar como guía en una agencia de turismo. Mi trabajo era encabezar cada domingo una excursión al cerro Cayumanque, a la que de manera recurrente asistían unas treinta personas. Me pagaban extra si cada cierto tiempo recorría el sendero para despejar el camino o si encontraba nuevos senderos que poseyeran interesantes panorámicas de la ciudad y del campo.
De manera regular, mi esposa me acompañaba en los recorridos de los domingos. Ella estaba junto a los que se quedaban atrás y yo iba delante de todos, así evitábamos que alguien se perdiera. Realmente desconozco la razón por la que mi esposa dejó de acompañarme en estas caminatas, lo único que sé es que eso me puso de muy mal humor.

2

Es difícil explicar lo sucedido el 19 de octubre de este año, creo que ni siquiera yo tengo claro lo que ocurrió, todo está totalmente confuso en mi cabeza. La cadena de acontecimientos que me llevaron al horrible destino en el que vivo ahora, comenzó a las 20:52 del fatídico día. Había tenido una fuerte discusión con mi esposa, así que salí a tomar aire. No tuvo que pasar mucho tiempo para que aterrizara en mi cabeza la idea de hacer el recorrido solitario de la semana en ese momento, así me pagarían más, y si las cosas comenzaban a ir muy mal con ella, podría arrendar una cabaña para mí solo; así que, con este pensamiento en mente, comencé con mi viaje. Primero fui a pedirle prestada una linterna a mi vecino, ya que no quería encontrarme con mi esposa al entrar a la casa. Luego, me dirigí hacia el cerro.
Hace poco, a esos viajes se les había añadido un nuevo propósito: limpiar la basura que los malditos turistas dejaban botada por ahí. Cada vez que veía algo tirado en el piso me ardía la sangre, y con furia, lo recogía. Ese día, no había ni una pizca de basura en el camino; me puse tan feliz que me entró a la mente la intención de ir a reconciliarme con mi esposa. Iba a voltearme para regresar por donde vine, pero en ese momento vi algo que brillaba entre las plantas que rodeaban el sendero, me acerqué y vi lo inevitable. Era un envoltorio de plástico. Era un envase de galletas. Era basura.

3

Lleno de rabia, tomé el envase y lo deposité en una bolsa de papel que tenía en mi mochila. Cuando miré de nuevo hacia el frente, vi otro envoltorio de plástico. Miré más allá y no pude creer lo que vi: había otro, y casi como si indicaran un camino a seguir había siete más. Los recogí todos, y cuando levanté mi mirada después de haber tomado el séptimo, vi de nuevo algo que me impactó. Ahí, casi como incrustado en el cerro, había un edificio parecido a un hospital. Por más de un año había pasado por el sector cada domingo, pero nunca había visto ese edificio. Era tan grande que llegué a cuestionarme si realmente estaba ahí.
Inmerso en la curiosidad, me acerqué al edificio y entré. Al hacer esto, lo primero que vi fue una habitación que supuse que era una sala de recepción. Todo estaba pintado de un rojo brillante, y sobre todo, había un fuerte olor a sangre. Mientras me tapaba la nariz, caminé por un pasillo que iba hacia la derecha. En ese instante creí ver algo entrar a la última habitación del corredor, pero estaba tan oscuro que no podía estar seguro. Si había alguien ahí, seguramente era el que había tirado toda esa basura al piso. Tomé una decisión: si me lo encontraba, le enseñaría cómo respetar la naturaleza.
Cuando llegué al final del pasillo, pude estar seguro de que, en efecto, había alguien ahí, o más bien dicho, algo. El olor se hizo mucho más intenso en cuanto me paré al frente de la puerta de la última habitación. La abrí de una patada y, casi sin retraso, el olor se me hizo insoportable. Dentro de la habitación había una criatura que realmente no sé describir, pero haré mi mayor esfuerzo. Tenía una silueta humanoide, pero se notaba a kilómetros que no estaba ni cerca de ser un humano. Ciertas partes de su cuerpo eran fluidas y cambiaban de forma, color y posición en cuestión de segundos. Con lo que parecían sus ojos, miraba fijamente a una persona que estaba en una cama de hospital. La persona de la cama parecía ser mi madre, lo único distinto que tenía a la madre que siempre había visto era que esta tenía su piel demasiado pálida, como si fuera a morir pronto. Sentí una ira inmensa. Esa criatura estaba cerca de mi madre, quizás hasta causándole la muerte; además, le había hecho daño a la naturaleza al tirar esos envases plásticos en la tierra. Los que hacían cosas así no podían salirse con la suya. Esa cosa debía morir. Si moría, se podría habilitar el hospital de nuevo y seguramente me pagarían una suma inmensa de dinero por el descubrimiento del lugar. El por qué mi madre estaba ahí no importaba. Necesitaba matar a lo que estaba frente a mí.
Me acerqué al ser y con la linterna comencé a destruir lo que parecía ser su cabeza. Las zonas fluidas de su cuerpo comenzaron a expandirse, hasta que toda su existencia fue fluida. Con una rapidez impresionante, empezó a cambiar de forma. Pasó de ser esa criatura a ser un perro, luego un lobo, después un mono. Por último, tomó esa forma. La forma que me horrorizó, tanto que no pude moverme más.
Lo que yacía en el suelo con la cabeza sangrando no era ni la criatura, ni un animal. Era un ser humano. Era mi esposa. La misma esposa que yo amaba tanto. La misma esposa que ya no me acompañaba en los viajes guiados. La misma esposa que esa noche me había dicho que yo era la persona más terca que había conocido. La misma esposa que hace unas horas me había pedido que dejara de trabajar como guía en el cerro, porque me estaba volviendo loco.
Grité, y mi vecino me escuchó.


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Comentarios

user

Anonimo:

Estaba nerviosa en todas las páginas quedé wow...

Hace 2 días

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