18 de abril / Annie Landaeta

#drama, #juvenil, #romance

SINOPSIS:

“18 de abril” es un viaje íntimo entre recuerdos de infancia, sueños rotos y despedidas que dejaron cicatrices. Entre versos de melancolía, brilla una chispa de esperanza: la fuerza para sanar y reconstruir. Un poema a la resiliencia, donde incluso en la oscuridad, la luz encuentra su camino.

Capítulo 1

La autopsia de las flores que coronaron 

la tumba de mi infancia


«Huía con rapidez, 

pero enloquecía poco a poco».

—Bipolar

KAY R. JAMISON

 Rehén

Este año el otoño se niega a llegar 

y el calor del sol no es suficiente 

para calentar un alma que está cargada de pecados 

de una vida que no supo aprovechar. 

La chica que me mira desde el espejo 

me parece una desconocida,

pese a que lleva veinticuatro años 

conviviendo conmigo.

Me duele observarla.

La manera en que su piel se pudre, 

y cae por los lados, 

en que sus ojos carecen 

de emociones sensatas.

¿Habrá alguna versión suya 

que no tenga ojeras?

¿Existirán partes de su alma 

que todavía conserven 

la apariencia de la niña 

que alguna vez fue?

A veces no saberlo hace que me rompa un poco, 

porque soy como un equipaje olvidado, 

ese que no llegó al destino de su viaje,

mientras que las personas que me dejaron 

ya están demasiado lejos.

No las alcanzo.

Los monstruos que me rodean son tan poco amables.

En ocasiones me siento en la mesa

y les sirvo una taza de té 

solo para tratar de convencerlos de que nos llevemos bien.

Les hago preguntas sutiles.

Les muestro mi mejor sonrisa.

Pero nada funciona;

no cambian,

sino se borran del papel tapiz raído

que adorna esta casa de fantasmas.

Finjo que todo está en orden 

cuando sé muy bien que no hay nadie cerca 

que pueda verme

u oírme.

¿Adónde huye un corazón roto 

cuando le han quitado los pies, las ganas?

¿Adónde se refugia un trozo de carne 

que no tiene fuerzas 

para sobrevivir un día más?

El camino es demasiado largo,

y yo siento que me arrastro sobre él desde que era una niña.

En esta habitación no hay nadie más 

que los monstruos y yo.

El café que se derramó sobre la alfombra 

llena la estancia de aquel amargo aroma.

El frío que me cala los huesos no se va 

ni con el calor de la estación 

que está derritiendo al resto del mundo.

Es como si yo no formara parte de nada.

Estoy aislada.

Soy como el rehén que espera con ansias 

que alguien vaya a rescatarlo.

O que sus secuestradores 

le den el dulce alivio de la muerte.

Aquella que se pinta con hermosura

y perspicacia en las acuarelas de un día soleado.

El amanecer se asoma por la ventana

como el cruel recordatorio 

de que el tren pasó hace mucho,

y que yo me quedé sentada en los rieles

viéndolo marcharse, 

sin atreverme a tomarlo.

¿Cómo he llegado hasta aquí?

¿Por qué dejé que me destruyeran 

de este modo?

Si en este instante pudiera liberarme de mis males 

sería yo quien tomara el arma 

y apuntara a aquella chica del espejo, 

a esa intrusa que tiene mi cara.

En medio de la nada

Cada paso que doy 

es como si estuviese cayendo en un vacío.

Uno muy largo y estrecho.

Es muy parecido a aquel túnel por el cual cayó Alicia, 

pero aquí no hay un país de las maravillas, 

solo un mar oscuro 

con olas que superan los dos metros de altura,

y que pueden ahogarme 

si me doy el lujo de acercarme de más a ellas.

Quizás sí sea buena idea avanzar.

Dar un paso a la vez.

Uno tras el otro;

hasta que el agua me sobrepase,

Volviéndome a tirar al inmenso agujero por el cual caí 

hasta llegar a esta parte que desconozco, 

pero que da la alusión de ser igual a mi alma.

Muchos me dijeron que estaba exagerando las cosas.

Que tener miedo en exceso no era necesario.

Me gritaron que solo aceptara la vida tal y como era, 

porque no había más matices, 

porque la vista no alcanza a apreciar 

el verdadero horizonte

donde se oculta el final.

En ocasiones creo que tienen razón.

Por eso me esfuerzo por ser normal.

Enderezo la espalda

y trato de mantener la cabeza alzada 

mientras camino por las calles de la ciudad,

siendo consciente de que las demás personas no me observan, 

ni me señalan.

No puedo terminar de comprender por qué no lo hacen 

a pesar de mi hilarante aspecto de cadáver.

Tengo miedo de descubrir la verdad.

Tengo miedo de que otros puedan ver 

más allá de lo que muestro.

Que para ellos sea evidente que estoy muerta, 

que estoy marchita,

que ya no llevo nada por dentro.

Hace tanto tiempo que dejé de sentir.

Ya no espero nada de nadie,

ni que me salven 

ni que recojan mi cuerpo, 

si es que el mar lo trae de vuelta alguna vez.

Tuve que aprender por las malas 

que estoy sola en este enorme océano.

La arena se mete por los recovecos de mi piel expuesta.

Me escuece los ojos.

Me quema la garganta.

Me aprisiona el pecho 

entre toneladas de sentimientos no expuestos.

¿Será cierto eso de que las personas 

pueden vivir de semejante manera?

En toda mi vida 

lo único que he recibido son reproches 

por la intensidad con la cual percibo el dolor; 

porque el amor y la felicidad han sido tan escasas 

que ni siquiera he podido aprender de ellas.

Nunca están.

Me han abandonado.

Entonces caigo y me ahogo.

Me ahogo y caigo.

Son las dos percepciones 

más acertadas que tengo de la vida.

O puede que sea de la muerte.

Ya no puedo diferenciarlas.

«No tienes que pedir perdón 

por irte y crecer».

—Matilda

HARRY STYLES

 Desilusiones

No busco disculpas.

No quiero que las personas 

que me han lastimado 

vengan y digan que están arrepentidas.

Que sienten haberme dejado sola

cuando más necesitaba 

que alguien cuidara de mí,

que alguien se hiciera cargo 

de esa chiquilla rota y escuálida 

que no lograba ponerse de pie por sí misma, 

ya que la dureza de la vida 

le estaba comenzando a pasar factura.

No estoy ansiando escuchar palabras de consuelo, 

ni que me digan que se quedarán cerca de mí

por si en el futuro las cosas vuelven a ponerse feas.

Porque ya no lo hago.

Aprendí a recoger mis pedazos,

a separar trozos de mi piel 

de los cristales del espejo que rompí

para no seguir observando las cicatrices 

que me cubren los brazos

y que me recuerdan lo frágil que he sido en el pasado.

También aprendí a hacer el mejor café

y así consolarme en los días fríos, 

en aquellos en los que todo el mundo 

busca el calor en alguien más, 

y yo lo encuentro en un buen abrigo que me compré 

esperando reponer los pares de brazos 

que no supieron sostenerme.

Sobre todo, tuve que hacerme una experta 

en el arte de extrañar a las personas 

que aún no se han marchado, 

porque idealicé tanto a las que viven conmigo

que en mi mente solo estoy rodeada de extraños; 

de cascarones vacíos que no reparan en mi dolor.

A veces me creo eso de que tengo una madre que me quiere,

que me abraza cuando llego a casa,

en lugar de la mujer que me grita que me odia,

y que trata de romperme

de la misma forma en que la rompieron a ella.

A veces incluso hago como si de verdad tuviese un padre,

y no un adorno que viene a visitarme algunos fines de semana

solo para recordarme que debo comer menos,

porque no estoy tan joven ni delgada como antes.

E imagino que mi hermana 

no toma un cigarrillo en sus manos, 

sino mi cara, 

y me mira con ternura a los ojos,

mientras que me dice  

que lo estoy haciendo bien.

Vivo de ilusiones perdidas 

que jamás podrán hacerse realidad, 

porque estoy pidiendo tanto 

que el universo jamás podrá recompensarme

con algo más que las migajas de afecto 

que me lanzan los demás 

queriendo que las atrape 

y diga que es suficiente.

Ya no quiero disculpas.

Yo fui quien rompió ese espejo.

Yo me hice estas cicatrices.

Yo me lastimé pensando que podía tener una familia, 

aun cuando lo que en realidad hago 

es pasearme entre los restos

de aquello que la vida rompió.

Las esquirlas se me clavan en las plantas de los pies 

y me impiden huir.

Aquí no hay salida,

sino un abismo.

«A todas las víctimas del mundo:

llegará el día en que perdamos,

pero ese día no es hoy. Hoy luchamos».

—Not Today

BTS

La niña deficiente

Si tuviese que dedicarle algunas líneas 

a aquella pequeña

que apenas lograba levantarse de la cama 

para enfrentar la vida, 

—de vez en cuando,

porque las fuerzas siempre le menguaban

como para hacerlo seguido—,

terminaría escribiendo cuatro simples palabras 

en ese papel blanco y arrugado

que jamás lograría entregarle:

“Sé que lo intentaste”

Porque lo hizo.

Se esforzó todo lo que pudo 

para caminar por los pasillos 

llenos de maleza de una mazmorra, 

donde los verdugos 

que portaban enormes hachas en sus manos

esperaban verla caer,

para usarlo de excusa y picarla en pedazos.

Sonrió cuando la nombraban de forma despectiva,

y fingió que aquellas burlas sobre su debilidad 

no estaban dirigidas hacia ella,

aun cuando hubo más de un duendecillo molesto 

que le tiró de las coletas,

mientras se las repetía al oído, 

anhelando que nunca las olvidara.

Y le dijo a la bruja malvada que dominaba el reino 

que estaba agradecida por la corona de papel

 que le colocó en la cabeza frente a los nobles,

y en la cual se leía una sola frase que la marcaría de por vida: 

“Deficiente”

La niña rara que no merecía un príncipe que la salvara,

ni mucho menos darle una mordida 

a la manzana que la haría dormir para siempre.

Porque no era una princesa.

Era una roca con la que ella misma tropezó 

un millón de veces, 

que le hizo caer de bruces al suelo,

y le abrió grietas en las rodillas 

donde crecían las zarzas,

esas que trataba de arrancarse 

para que no le impidieran arrastrarse sobre el lodo

que manchaba sus relucientes zapatos negros.

Pero lo que no sabía esa bruja malvada, 

—que siempre se burlaba de ella 

por sus desesperados intentos de levantarse—, 

era que su fuerza de voluntad no iba a ser doblegada 

por ningún conjuro, 

que ya no le interesaba darles besos a las ranas,

y que aquellos duendecillos molestos 

que siempre le lanzaban las sobras de sus logros,

no le importaban en lo absoluto.

Porque a esa niña deficiente

nunca nadie pudo detenerla.

Ella no quería ser una jodida princesa, 

porque no estaba segura de que algún príncipe 

quisiera ensuciarse la ropa 

al entrar en el fango para ayudarla, 

y hace mucho que la manzana fue devorada 

por uno de los verdugos 

que ahora yacía muerto a sus espaldas.

Esa niña quería ser más que una palabra, 

por eso cada día se enfrentó 

a esa misma despiadada bruja,

cuyos hechizos se fueron debilitando

al punto en que no lograban rozarle la piel magullada.

Se hizo indestructible

y portaba con orgullo la corona de papel

empapada de sueños rotos.

Porque esa fue la parte más importante 

de su cuento de hadas, 

y aquellos que los miraban desde las gradas, 

mientras se humillaba sobre el suelo, 

le temían.

Porque todos se hicieron terriblemente conscientes 

de que el peso de una ropa sucia de lodo 

podía doblar con facilidad el de cientos de ellos en oro.

Por eso no pudieron avanzar más, 

mientras que la niña deficiente 

logró rozar la meta;

y poco importa que no lo haya conseguido del todo.

En su memoria siempre se quedará grabada su fuerza, 

esa que siempre será envidiada

en un reino de duendes y brujas

que nunca pudieron alcanzarla

y hacerla regresar.

«Mi corazón tiene mil años, 

no soy como otras personas».

CHARLES BUKOWSKI

 Luces tenues

Estoy envejeciendo.

Los años que llevo a cuestas comienzan a pesar, 

como el amargo recordatorio 

de que se me está acabando el tiempo.

He logrado tan pocas cosas en mi vida 

que no me siento realmente orgullosa de ninguna, 

como si todas se tratasen de esas luciérnagas 

que guardaba en un tarro de vidrio cuando era niña, 

y que terminaban muriendo antes del amanecer.

Ahora soy yo la luciérnaga atrapada

en este tarro de mis anhelos,

los que he ido coleccionando con el paso de los años

y que no han sido tachados 

de mi lista vacía de sueños cumplidos.

Las luces van apagándose;

el pasillo está oscuro, 

no hay ninguna lámpara encendida a mi alrededor

y el sol comienza a ocultarse 

tras un horizonte perenne, 

cargado de la nostalgia 

de aquellas cosas que dejé pendientes por hacer,

porque esta vida no trajo muchas ocasiones 

que supiera aprovechar.

Yo misma puedo sentir que mis dedos 

se van entumeciendo con cada línea que escribo, 

y el ardor de mis partes rotas 

se ha ido apagando de a poco, 

como la llama de una vela 

que está a punto de consumirse.

Me digo que voy a levantarme, 

pero ya no queda mucha vida por delante.

Mis más hermosos años se marcharon, 

sin que sintiera que los haya disfrutado.

Conocí el amor 

y dejé que me destruyera.

Me tracé una meta que se hizo cada vez más grande

e imposible de alcanzar,

porque los pasos que daba eran tan pequeños

que terminaron convirtiéndose en insignificantes.

Me comparé con tantas personas 

que ya no sé quién soy, 

o quién fui, 

porque hace mucho 

que no me siento viva, 

como formara parte de los fragmentos 

que tomé de otros

que ya no me acompañan.

La soledad se ha vuelto mi mejor amiga, 

y en sus manos sigue sosteniendo 

el pastel de cumpleaños 

que todavía no he cortado.

Al final ambas sabemos 

que será ella quien se quede con la mejor parte.

Y el cuchillo entre mis dedos tiembla 

con cada segundo transcurrido,

hasta el día en que no pueda seguir posponiéndolo,

y deba entregársela.

El sol está descendiendo más rápido de lo que esperaba.

Las luces se están terminando de apagar.

Felicidades por llegar a este último punto, 

ya puedes cerrar los ojos.

El camino se acabó.

Capítulo 2

La separación de bienes

de un amor vehemente

«No sé por qué, 

pero hoy me dio por extrañarte, 

por echar de menos tu presencia. 

Alguien dijo que el olvido 

está lleno de memoria».

MARIO BENEDETTI.

Veintidós

He muerto más veces de las que he vivido.

He sentido el impacto del final golpearme el pecho, 

destrozarme las tripas,

desgarrarme la piel hasta dejarme hecha harapos.

He sido testigo de la forma desdeñosa 

en la que mis más grandes miedos se burlan de mí, 

que me toman de bufón 

y me obligan a caminar 

por la cuerda floja de mis ilusiones 

incluso cuando todos sabemos 

que se me da muy mal eso de mantener el equilibrio.

Entonces cada vez que lo hago,

termino en el suelo,

con el alma desangrándose de ilusiones 

y rodeada de un enjambre de abejas muertas, 

porque nunca he sido capaz de pensar en ellas 

como si fuesen mariposas.

Las abejas son más letales.

Y yo estoy llena de pinchazos que me arden 

cuando los rozo con las puntas de mis dedos rotos.

Todo lo que queda de mí 

son pedacitos pequeñitos, 

casi irreconocibles.

Siento que dejé atrás mi vida, 

sufriendo por nimiedades,

mientras que el resto del mundo 

ya había enfrentado a sus demonios.

Supongo que lo que más me duele 

es que los míos tienen tu cara.

Ese hermoso rostro con sonrisas amables 

que me enamoraron hace ya tantos años,

 y que se encargaron de convertirse en un tormento.

Todavía me levanto de madrugada llorando y gritando,

pidiendo que desaparezcas de una vez por todas,

porque estoy comenzando a odiarte

y no me gusta asociar esa emoción contigo.

Fuiste mi persona favorita, 

a veces lo sigues siendo.

Mi chico de las segundas oportunidades,

¿podrías darme otra solo para olvidarme de ti?

Si tan solo pudiera arrancarte, 

como quien se quita las espinas de las rosas

incrustadas en la piel tras haberla acariciado, 

una por una hasta que ya solo queden las heridas abiertas 

que se convertirán en cicatrices,

y se irán borrando con el paso del tiempo;

si tan solo pudiera hacer eso,

lo más probable 

es que pudiera dormir por las noches.

No digo que seas el culpable,

pero, ¿por qué tuviste que cambiar tanto?

A los veintidós tuve que dejar de amarte.

Actuar como si no te recordara 

a pesar de saber todo sobre ti, 

a pesar de conocerte mejor que a mí misma, 

tanto que me sorprendió 

tener que enfrentarme a un desconocido 

en aquel juzgado en el cual dividimos nuestros bienes.

Tú te quedaste con las ilusiones,

las obras de arte,

las letras

y la inspiración que se apoderaba de mí

en aquellas madrugadas que compartimos.

Y yo me quedé

 con el corazón roto, 

las dudas 

y la tristeza 

de que ya no nos pertenecíamos.

Esa fue la peor parte de tener que dejarte:

aceptar que ya no éramos, 

que jamás volveríamos a ser jóvenes, 

que todo eso se había ido 

y nos abandonó, 

dejándonos a nuestra suerte.

O dejándome a mí, 

porque sé que tú estás bien.

Quisiera que sufrieras, 

aunque sea un poco.

Que te arrancaras pedazos de la piel 

para reponer los que a mí me faltan.

Que te acordaras de mí 

de vez en cuando,

 sobre todo, cuando abril llega 

y las noches anuncian 

el agujero que dejé en tu vida.

Sí, en serio creo que te estoy odiando.

Y eso sí que es culpa mía.

Porque me obligué a amarte al conocerte 

y ahora no puedo deshacerme de tu fantasma, 

aquel que me abraza por las noches 

con tanta fuerza que me corta la respiración.

Hacia el infinito

Corro en círculos, 

como un ave que no puede usar sus alas 

por miedo a las alturas.

Estoy tratando de salir de este bosque 

del cual provienen susurros extraños.

Siento que alguien me persigue,

y tengo miedo de mirar hacia atrás

porque no soportaría verte.

¿Fue tan malo haberte amado?

Sé que no lo hice como debía.

Sé que te utilicé más de lo que te cuidé.

Sé que me burlé de tus dudas 

para que no vieras las mías.

Pero ya han pasado los años 

y te he escrito tantas líneas 

en las que te pido disculpas 

por haberte fallado 

cuando tú solo querías amarme 

como de verdad se hace.

Me han recomendado que haga las paces con mi pasado, 

que vuelva a escuchar aquella música 

que bailamos juntos cuando nos conocimos, 

que vuelva a empañar de ti mis letras, 

esas que resuenan en cada parte de mi alma 

cuando te pienso.

Sin embargo, no soy tan valiente

como para atreverme a tanto.

El día en que te dije 

que no podía seguir viéndote 

porque tu cara me enfermaba 

y llenaba mi alma de veneno 

al tener que apreciar la forma 

en que dejabas de ser todo para mí, 

justo ese día tomé tus cosas 

y las quemé.

Esperé a que el fuego transmutara este ardor

que me abrasaba por dentro

y que me impedía abrir los ojos,

por temor a enfrentar la realidad

que se escurría a nuestro alrededor

como cientos de goteras sin reparar.

Me volví una arpía, 

exclamando improperios a la nada

para limpiarme de ti, 

de esto que dejaste clavado 

en cada una de las esquinas de nuestra casa.

Te dije adiós millones de veces.

Muchas a tus espaldas, 

porque verte de frente 

era demasiado doloroso.

Muchas ni siquiera hablé en voz alta, 

sino que me guardé las despedidas para mí, 

encerrándolas en cajitas de cartón 

que aún escondo bajo las mantas 

de tu lado vacío de la cama.

¿Cómo pudimos destruirnos tanto 

en tan poco tiempo?

Al principio lo teníamos todo.

Éramos los reyes del mundo.

No nos faltaba nada.

Ahora a mí me faltas tú, 

y tú actúas como si nunca nos hubiéramos conocido.

Si no supiera cómo eres realmente 

diría que para ti no importó nuestra historia, 

que solo fue una más,

pese a la intensidad con la que vivimos 

cada día juntos.

Pero te conozco.

Tengo grabada en mi alma cada esquina 

y transición de tu corazón, 

me sé de memoria 

las venas que lo arropan 

y que lo hacen ser tan quebradizo 

como no le permites a nadie más ver.

Y sé que te he perdido para siempre

y no puedo hacer nada 

para rescatar lo que fuimos.

Que no hayas luchado por mí me jodió.

Fue entonces que supe 

que había tomado la decisión correcta, 

y quizás sea por eso mismo que dueles tanto.

Te he perdido,

eso es cierto,

pero me dolió más perder

a la persona que eras 

cuando estabas conmigo.

Me enamoré de una alucinación, 

de lo que quedaba de ti 

antes de marcharte, 

y desde entonces huyo de tus recuerdos 

como un canalla huye de sus pecados.

El problema es que estos nunca desaparecen.

No hay alma que pueda borrarlo todo, 

ni un conjuro para remendarlo.

Por eso mismo ruego por perder la memoria, 

perderlo todo, 

perderme a mí 

así como te perdí a ti.

Y entre tantos, no estás tú

Hay ocasiones como estas

en las que te recuerdo cuando no debería,

y en las que me reprendo 

porque estoy mejor desde que te fuiste.

Porque recordarte 

es traer al presente las culpas.

Los remordimientos.

El daño que nos provoqué a ambos

cuando todavía éramos jóvenes e inexpertos.

Y es que eres tan tóxico, amor.

¿O fue mi amor hacia a ti 

lo que nos contaminó?

El caso es que ya no puedo sentirme así.

Ya no quiero seguir recordando 

lo que me hiciste sentir 

la primera vez que te vi.

De aquel abril ya ha pasado mucho tiempo,

En aquel entonces yo era menos inestable,

Tú estabas más cuerdo.

En aquel entonces despreciaba la soledad,

y tú me ofreciste un buen lugar 

en el cual echar raíces 

que se fueron pudriendo 

con el paso de los meses

tras afrontar nuestra despedida.

Ya nada queda de lo que fuimos,

ni de lo que sentimos.

Hagamos lo que hagamos,

ya nada será igual.

No existes.

Yo no existo.

Nada de lo que sentimos sigue vivo.

Tan solo el amargo dolor que pugna por mi alma,

en una subasta donde la tuya es la más cara,

y que ni siquiera yo puedo pagarla.

Querido nadie

La tinta que ha impregnado mis manos 

es solo uno de los tantos recuerdos que has dejado por aquí.

El olor a duraznos aviva tus memorias.

Las mañanas frías de agosto se sienten como abrazos 

dados por tu fantasma.

Julio no es lo mismo

desde que ya no estás a mi lado

en mi cumpleaños.

Y abril me duele 

como quien entierra parte de su alma 

y la deja abandonada ante la absurda idea 

de que podrá estar bien sin ella.

Hoy no conservo muchas cosas tuyas, 

la mayoría las he tirado a la calle de la vida, 

donde transitan nuestros buenos momentos, 

aquellos que fueron tan pocos 

que parece desolada cuando me atrevo a mirarla.

Me quedé con la taza de corazones que me regalaste.

También con el libro de poemas de Bécquer 

en el cual resaltaste tus favoritos, 

y que no he vuelto a leer desde que te marchaste.

Escondo entre los álbumes una fotografía tuya 

porque tengo miedo de olvidar tu cara, 

pero ya no puedo oír tu voz 

por mucho que desee recordarla.

El murmullo de tus risas

de vez en cuando me levanta entre sueños,

y es desesperante tratar de encontrarte

cuando sé muy bien que ya no estás por aquí,

que te fuiste mucho antes de que un nuevo amanecer

despuntara en el horizonte de este amor sin reservas,

y que me dejó sin nada más que el dolor

de tu ausencia.

Aquel que dijo que el amor era una maldición 

no se equivocó en lo absoluto.

Estoy maldita por haberte amado 

aun cuando mis intenciones 

distaban mucho de querer hacerlo al principio.

Supongo que me he condenado.

Ahora hago poemas 

en los que rimo tu cara 

con las pocas fuerzas 

que me has dejado.

Te escribí un libro 

y te lo envié por correo

a aquella dirección imaginaria 

que me diste cuando nos conocimos,

y que ahora se ha vuelto mi mejor escapatoria

de esta realidad en la que ya no te tengo.

Te compuse una balada 

cantada a todo pulmón 

durante una de esas mil madrugadas 

en la que me emborraché del amor que no me diste, 

y que ahuyentaron a los amantes desconocidos

que pudieron reconocer el dolor de mi voz desafinada.

Ya no me importan los sentimientos,

ni lo que opine el resto de aquello que siento

y que me carcome con lentitud.

Me encerré dentro de mí misma, 

Porque, cuando estuve fuera, 

tus caricias me perforaron la piel 

de una manera inhumana, 

dejándome expuesta a infecciones 

y decepciones.

Ahora parece que colecciono 

huellas de muertos 

que no dejan de pasearse por la sala. 

Primero estoy yo, 

y luego la razón que me advirtió 

—como buenamente pudo—, 

que entregarme a ti 

sería el más grande error 

que cualquier persona 

pudiera cometer.

Pero eras adictivo.

Aún creo que lo eres,

por eso no quiero buscarte 

a pesar de que me muero 

por volver a amarte.

Amarte sin que duela tanto.

Mi amor vehemente.

Mi querido nadie.

Déjame dedicarte los últimos alientos 

que le quedan a esta voz 

que ya no te llama, 

que ya no te necesita, 

porque ha aprendido a colocarse de pie 

y avanzar sin tu presencia.

Ya no me acuerdo con exactitud cómo se escribe tu nombre. 

Por eso te quedas como «nadie»,

incluso cuando en un pasado lo fuiste todo, 

y puede que en este presente inmediato lo sigas siendo.

Quiero tener esperanzas para el futuro.

Quiero dejar de amarte 

tan mal como lo hago.

De vez en cuando

Ahora te veo de vez en cuando.

Casi nunca apareces por aquí,

casi nadie habla de ti;

tan solo yo lo hago.

Cuando estoy sola y en silencio

me gusta evocar tu recuerdo.

Cuando no hay nadie cerca

y la luna brilla con fuerza,

me gusta concentrarme en lo que fui,

en lo que quedó de ti en mí,

en lo que perdí por elegirte cientos de veces,

cuando lo mejor era ignorarte.

Ahora te veo de vez en cuando, 

y siempre que lo haces 

pareces tener intenciones de quedarte,

entonces yo trato de huir lo más rápido 

que mis piernas enredadas entre recuerdos me lo permiten.

Ya no me queda nada que pueda darte.

Pero mentiría si te dijera que,

en esas ocasiones en las que pasas,

quisiera pedirte que no te marcharas.

«Prometo dolerte tanto,

que reconocerás la felicidad

a simple vista».

—Aquí dentro siempre llueve.

CHRIS PUEYO

Reproches a un corazón herido

Desde que te conocí 

me envolví en la duda constante 

de estar haciendo lo correcto o no.

Me mantuve anhelante ante tu llegada. 

Siempre aparecías en medianoche, 

y solo bastaba con una sonrisa tuya 

para sentir que el mundo cobraba sentido.

No supe en qué momento te comencé a amar,

pero puedo detallar a la perfección

el día en que rogué por dejar de hacerlo.

Porque dolías tanto que no se me venía 

ninguna otra idea a la cabeza para olvidarte 

más allá de la locura de arrancarme el corazón.

Entonces lo hice.

Me lo fui quitando poco a poco.

Pieza por pieza.

Algunas esquirlas de desilusión 

se me clavaron en las palmas de las manos 

y me llenaron los dedos de aparatosos cortes

de donde brotaron pequeñas flores

de no me olvides,

como si de verdad fuese capaz de hacerlo.

Me costó mucho avanzar cuando mi amor goteaba 

y manchaba el suelo, 

haciendo un charco a mi alrededor 

que solo dejaba en evidencia lo que tenía en mi mente.

El hedor a podredumbre me abruma 

ante las expectativas fallecidas que me niego a enterrar.

Sigue grabada en mi memoria

la forma en que las vi perecer a cada una de ellas,

de esa forma agónica y lenta

que me arrebataron los alaridos más horribles

que mi alma herida pudo emitir en aquel jueves de mayo

en el que me enfrenté al final.

La lluvia que caía por fuera 

apenas lograba asemejarse 

a la que me empapaba por dentro.

Mientras que yo me mantuve 

aislada y silenciosa, 

quitándome los cables 

que mantenían conectado 

mi corazón 

a tus recuerdos.

Tuve que hacerlo con lentitud 

porque dolía demasiado, 

sobre todo, por el hecho de que hayas sido tú 

quien me destruyó de semejante manera, 

quien me quitó piezas 

como si fuese solo un simple puzle 

del cual te deshiciste sin avisarme.

Quise aprender de ti,

y pensar que no fue para tanto.

Te recordé largándote sin poner objeciones,

aceptando la despedida sin más,

como quien comprende que,

donde acaba un capítulo,

puede escribir otro.

Entonces sentí rabia, 

pero por mí, 

porque te pedí que te fueras 

cuando más te necesitaba.

El resto del mundo era un caos.

Todos estábamos lejos.

Y yo estaba herida ante las rupturas de mis sueños.

Quería que hicieras algo para repararme, 

pero nada era suficiente.

Sé que trataste de que no me afectara 

la forma en la que las puertas se me cerraban en la cara 

cuando apenas había conseguido asomarme un poco 

entre las bisagras desgastadas.

Aun así, mi alma estaba presa del miedo, 

y no dejaba de verte como un enemigo más.

Porque en parte era culpa tuya

que todo haya acabado de esa forma, 

porque fuiste tú quien me dio la brillante idea de soñar, 

de enlistarme en una guerra que era obvio que perdería, 

y si no te hubiese conocido 

lo más probable es que pudiese dormir hoy por las noches 

sin creer que es el fracaso el que me cobija en la cama 

y me da un beso en la frente, 

mientras me desea que sueñe con él.

Pero si te echo la culpa 

entonces las ratas 

que fueron adiestradas por la melancolía

me muerden las piernas, 

se me suben encima, 

me hieren, 

porque nadie es culpable, 

tan solo yo porque me creí capaz de borrarte,

de alejarme de ti.

Me quedé para siempre en aquel septiembre 

en el cual fuimos felices, 

mientras en el fondo de mi cabeza 

se reproduce la canción que me dedicaste 

y que ya no he vuelto a colocar, 

porque siento que apareces y vuelves a apuñalarme.

Y a mí solo me quedan trocitos 

de corazón en el pecho, 

todos 

cada 

uno 

de 

ellos 

latiendo 

por 

ti.

18 de abril

Conocerte fue un salto al vacío.

Lanzarse a la calle transitada en pleno mediodía.

Mi hermoso acto suicida.

Decir adiós

Te dediqué mi alma sin que lo supieras.

Te hice creer que iba a poder vivir sin ti 

porque de ese modo 

también quería convencerme de que era cierto,

a pesar de que muy dentro sabía la verdad.

Era consciente de que, 

cuando llegase el momento de nuestra despedida, 

tú ibas a dejar un enorme vacío en mí.

Ahora ya no sé de quién se basa mis poemas, 

si de ti, de mí, 

o de este jodido amor 

que ambos cultivamos en una sola cosa 

que todavía sigue atormentando mis días.

Y me duele porque, 

dejar ir lo único que nos unió, 

sería como renunciar a lo poco que dejaste.

Estaría despidiéndome para siempre 

de nuestras noches de lluvia compartiendo sueños, 

entretejiendo una vida que ambos anhelábamos 

de una forma que hasta hoy resultan irrisoria.

¿Todavía las recuerdas?

Porque yo no puedo olvidarlas.

Y ahora que debo decir adiós 

siento que me pesan más que nunca.

Pero esta es nuestra tregua, 

nuestro último camino.

Debo quitarme el hierro 

que ha mantenido mis piernas clavadas 

al mismo lugar por donde te marchaste.

Nuestros días de gloria se fueron, amor mío.

Las luces del escenario fueron apagadas,

antes de que pudiera bajarme.

Alguien ha cortado el aire que respirábamos.

Debemos salir de aquí mientras nos quede oxígeno,

para que esta perniciosa guerra de silencio

no destruya este hermoso pasado.

Solo nos quedarán recuerdos 

que se irán borrando

con el paso de los años.

Me siento nostálgica porque hoy, 

más que nunca, 

te recuerdo.

Déjame brindar una última vez 

por nuestro amor de teatro, 

ya luego tiro la botella de vino 

y me marcho también.

Espero algún día reunirme contigo 

para decirte que, 

a pesar de ti, 

lo intenté.

Capítulo 3

El silencio que reposa en mi alma 

ante la ausencia de sueños

Fue nuestro comienzo

Al principio de esto,

tú me dedicabas canciones,

yo te daba versos.

Al principio de esto,

prometimos quedarnos cerca,

para no correr con la mala suerte 

de perdernos.

Al principio de esto 

no teníamos ni la más mínima idea 

de que el final se estaba acercando,

que asechaba cada uno de nuestros pasos,

que nos estaba buscando.

También admito 

que a veces me duele,

que mientras duermo apareces 

y me susurras las mismas palabras,

aquellas en las que me pides que me quede,

que te elija por sobre mis miedos,

que nunca me vaya.

Suelo salir de medianoche 

buscando lo poco que me ha quedado 

de aquel tiempo que estuvimos juntos,

en la que solamente estábamos enamorados de la vida,

porque eso es lo que uno tiende a hacer en la juventud.

Y al mirar por dentro,

veo todo el daño que provocó tu presencia,

la sensación de encadenamiento 

que representaban esos jodidos versos 

que tanto te gustaban.

Al principio de esto,

ambos dimos mucho,

ambos quisimos quedarnos,

pero el tiempo es cruel 

y nos los quitó todo,

nos desahució 

dejándonos sin sueños.

Al principio de esto,

ni siquiera imaginábamos un después,

un ayer en el que nuestros dedos se mantendrían entrelazados,

y ahora 

al final,

las manos vacías apenas encuentran 

algún lugar donde calentarse cuando el invierno llega 

y nos hace creer que nuestra muerte 

fue provocada por hipotermia.

El dolor nos congeló.

Eso nos mató.

La lluvia de mis anhelos

Bajo la gotera de agua que hay en la sala,

he colocado un vaso,

y me siento enfrente esperando que el agua lo rebase

para así cambiarlo.

Quisiera decirte que mis días son más interesantes,

que me he dedicado en cuerpo y alma 

a lo que amo,

que no te espero,

que no te siento,

que no te quiero,

pero hace mucho 

que los días de lluvia 

solo se basan en esto.

Sentarme en silencio.

Esperar tu regreso,

aquel que ni yo misma deseo.

Porque entre tantos días que se fueron,

se esconde la idea de que todo lo que pido

lleva tu retorno como el final perfecto.

Fue bueno

Y cada vez que tiene oportunidad

el pasado da una vuelta por aquí,

toca el timbre y me hace abrirle la puerta.

Cuando nos vemos cara a cara 

me confunde por completo,

porque en sus ojos lo que veo es tristeza absoluta,

pero su sonrisa es la que más me cautiva;

y es que por unos instantes 

en serio creo que todo lo que vivimos fue bueno.

Soledad

El aire comienza a faltar en cada paso que doy.

Es como si las válvulas que envían el oxígeno 

a la ciudad de mi mente, 

se hubiesen averiado.

Ya no hay nada a lo que sostenerse.

El pasado comienza a desdibujarse,

el rostro de las personas que alguna vez amé

se van perdiendo entre la neblina

provocada por la contaminación de un océano hecho de lágrimas,

y aquello a lo que antes no podía soltar,

fue lo que me terminó soltando a mí.

Ahora estamos solos 

mis miedos y yo, 

expectantes ante la idea 

de qué es lo que debemos hacer ahora.

Si nos movemos, 

los cimientos de una casa en ruinas 

que construimos en algún momento perdido del ayer, 

podrán ceder y sepultarnos entre fobias e incertidumbres 

que nunca antes logramos imaginar, 

mientras la opción de quedarnos quietos 

se vuelve cada vez más espeluznante.

El suelo se puede apreciar desde el otro lado de la ventana rota;

ahora solo debemos saltar.

O debo hacerlo yo sola, 

sin los miedos, 

porque el peso extra me provocará una caída espantosa 

que podrá romperme las piernas,

quitándome la oportunidad de huir de esta ciudad 

cargada hasta el tope de podredumbre 

de unos sueños que coleccioné 

y que nunca supe cumplir.

Entonces llega el momento de separarme, querido amigo.

Hasta aquí pudimos compartir algo, 

hasta aquí las canciones de Ultimo seguirán sonando 

mientras que agito mi mano para despedirme 

en el perfecto italiano que aprendimos juntos

 durante tantos años sobreviviendo 

bajo el mismo techo, 

ese mismo que ahora está lleno de grietas 

por donde no puede entrar ni un rayo de sol, 

porque allá afuera ya no queda nada 

que pueda alumbrar 

con la misma intensidad 

con la que lo hace mi corazón roto.

Si debo decir que voy a extrañarte, 

estaría mintiendo.

No quiero nada de ti.

Ni lo bueno, ni lo malo.

Ni los recuerdos, 

ni lo que antes podías causarme con un roce

en aquellos sitios donde, 

al querer acariciarme, 

solo me abriste heridas 

en las que se cuelan los tallos de unas margaritas 

que me iré quitando mientras avanzando 

hacia un lugar nuevo.

Uno donde no estés tú.

No le temo a la soledad 

desde que un día me levanté 

y, al observar tu cara, 

no pude percibir 

absolutamente 

nada más 

que dolor.

Allí comprendí que era suficiente, y aprendí a decir adiós.

Las partes más hermosas

de una vida perdida entre las brumas

Capítulo 4

La libertad de las noches lluviosas

Mi corazón siempre ha sido más grande de lo usual.

Lleno de arterias y venas que conectan mi cuerpo a mi memoria, 

lo cual solo provoca que crezca de tamaño, 

pero que hace que le mengüen las fuerzas.

La sangre que me recorre entera 

está contaminada de dolor y malos recuerdos, 

de esos que colecciono 

con el afán de un adicto que no puede pasar mucho rato

sin algo que aligere su carga;

lástima que a mí se me dé muy mal eso de fumarme las heridas. 

Me cuesta demasiado romper el papel 

donde en antaño tracé los pasos de mis sueños, 

y que ahora guardo como si fuese el testamento 

que el destino me dejó para que jamás olvide 

lo que perdí por no saber escoger a tiempo.

El tamaño exagerado de mi corazón

no es porque quepan muchas personas

—pues casi nadie es capaz de entrar

sin salir mutilado—,

sino porque cuento los años por las velas que no he soplado,

de esos pasteles que se quedaron en las vitrinas

y que nadie fue a recoger.

He escondido en mí el camino a la felicidad, 

y lo he hecho con tanto cuidado 

que hasta yo misma lo perdí.

Recuerdo vagamente las avenidas llenas de utilería barata 

y el cruce a la izquierda por donde pasó la flecha 

que me condenó al más puro y efímero amor, 

aquel al que le sigo escribiendo poemas 

para ir limpiando la herida.

El tamaño de mi corazón tampoco se trata

de que sea alguien extraordinariamente amable,

de hecho, nadie que hable conmigo

puede quedarse más de dos o tres segundos sin sangrar,

porque todas las palabras que salen de mi boca

suelen ser como puñales

que son lanzados con precisión justo al pecho.

Lo siento, 

eso de vivir en tierra firme no es lo mío, 

prefiero mantener los pies bien anclados a las nubes, 

porque me cansé de ser un ave en medio de una cacería, 

al cual los hombres del rey pueden apuntar con mucha facilidad, 

y, con la cicatriz que reluce en mi alma, 

me basta.

La razón de que mi corazón sea así de inmenso

es para que las palabras puedan aglomerarse en su interior,

que las letras dancen,

que encuentren ese camino que yo perdí,

pero que ellas saben recorrer con los pies descalzos.

Porque allí donde no había nada 

tuve que plantar hileras de poemas 

que me salen de los trocitos desperdigados de este corazón

que no sabe cuándo podrá irse a descansar.

Porque la belleza de las noches lluviosas 

es que siempre otorgan la más fresca y pura inspiración.

En ese pequeño espacio entre los párrafos y los diálogos, 

nazco yo de nuevo, 

así como muero ante los puntos finales.

Me sé de memoria todos y cada uno de ellos, 

pero cómo adoro tener comienzos.

Lo poco que dejaste de mí

Cuando te conocí, 

ya tenías la piel colmada de arrugas, 

pero tu corazón nunca envejeció.

Me sentaste en tus piernas para que pudiera soplar las velas 

de mis primeros cumpleaños,

y de tus manos callosas 

yo conocí lo dulce que podía llegar a ser el primer amor.

Secaste mis lágrimas con las faldas de tus vestidos,

mi favorito era aquel azul con palmeras, 

y el de color roja con lunares 

que solías usar para ir a misa los domingos.

El sonido de tu risa se volvió nuestro último recuerdo, 

aquel que todavía guardo en mi memoria

como la confirmación de que alguna vez estuviste aquí, 

y no solo te inventé 

porque estaba demasiado sola y asustada 

como para comprender que no había nadie más 

que pudiera cuidarme.

Te hiciste cargo de inculcarme sueños.

Siempre quisiste que fuera artista.

Querías coleccionar mis cuadros 

como lo hacías con las hojas sueltas de dibujos 

que dejaba por allí;

aunque los colores de mi vida 

te los llevaste cuando decidiste partir.

Por eso me refugié en la poesía, 

esa que tú misma me enseñaste a escribir,

mientras venerabas tardes de faenas 

de una juventud que no pudiste vivir 

con la libertad que no te dieron tus padres 

solo por nacer mujer 

en una época donde expresarte estaba prohibido.

Me resguardé entre letras y rimas 

de este mundo que, al final, 

al verme sola y desprotegida, 

decidió derrumbarme.

He deseado tantas veces echar a correr para ir a buscarte, 

evocar tu recuerdo de ultratumba 

y pedirte que me dejes ir contigo, 

así como la niña de las cerillas 

de aquel cuento que nos contabas cuando llegaba diciembre 

y el aroma a hogar emanaba de tu piel morena y suave, 

llena de vivencias que decidiste marcar como propias 

porque no querías que tus hijos se lastimaran, 

pese a que ellos fueron los encargados de enterrar tus restos 

en una fosa común que se fue perdiendo 

tras la maleza de la vida cotidiana.

Con lo testaruda que eras 

sé con certeza que no me dejarás volver a verte, 

pero quiero hacerlo.

Cada día ansío cerrar los ojos y que, 

al volver a abrirlos, 

lo que pueda apreciar sea tu cara, 

no el techo descolorido y polvoriento de una casa en ruinas 

que apenas ha soportado los años de abandono desde que no estás;

porque nadie quiso encargarse de regar las flores que plantaste, 

y mis sueños se empolvaron en una esquina de la sala, 

junto a mi cuerpo, 

aquel que se va apilando de dolor y pesadillas, 

como la niña rota que siempre he sido, 

y que tú intentaste arreglar con besos en la frente 

y palabras de cariño que ni el tiempo 

y la muerte podrán quitarme.

Porque todavía no olvido tu voz, 

tampoco lo bien que sabía tu café en las mañanas, 

o lo buena que fuiste al ocupar el papel de madre 

en esta vida que se me escurre entre los dedos 

desde que llegué a casa en aquel invierno 

del último año del siglo pasado.

Siempre fuiste consciente 

de que mi alma era igual de antigua que la tuya, 

y los baches que siempre han estado en mi piel 

solo aumentaron su tamaño desde que ya no colocaste tiritas

en las zonas más frágiles de mi ser.

Querida abuela, 

solo te pido que esta noche, 

al irme a la cama, 

aparezcas en mi sueño 

y me recuerdes cómo escribir poesía, 

porque esto lo que hago ahora 

no es más que una carta desesperada 

cargada de un dolor incurable,

que de seguro me pesará por siempre.

Y yo ya estoy agotada 

de llevar tanto peso a mis espaldas.

Brújula color magenta

Sonrisas congeladas en el tiempo. 

Abrazos perdidos entre las lágrimas 

de los náufragos que nunca lograron llegar a tierra firme.

Intentos que comenzaron siendo del tamaño de una guerra, 

y puede que sea por eso que acabaron en ruinas.

Historias que nunca serán narradas, 

y que pronto el alma comenzara a olvidar.

Silencios de madrugadas 

que se oían demasiado altos.

Esta pequeña habitación 

estaba llena de mis más grandes y dolorosos fracasos, 

cubriendo las paredes desteñidas.

Rodeando las nuevas oportunidades 

que no me atreví a tomar,

y borrando la poca fuerza que lograba reunir 

para dar un solo paso.

Estaba aterrada.

No había dirección ni un lugar seguro al cual huir, 

o es que por mucho tiempo no quise verlo, 

porque, entre tantos colores azules 

que se arremolinaban a mi alrededor, 

te hallabas tú, 

lleno de luz, 

dispuesto a hacerme reír 

cuando ya ni recordaba cómo se sentía la felicidad.

En la tempestad 

no solo te convertiste en mi refugio, 

sino que me guiaste 

hasta que mis pies lograron tocar tierra firme,

en el país de Nunca Jamás.

Eres mi brújula.

Mi querido compañero.

Contigo siempre sé el camino que debo tomar 

para llegar a donde quiero.

Iluminas mis noches de una forma tan especial

que hasta la luna te tiene envidia.

Te has quedado conmigo, 

incluso cuando no tenía nada más que ofrecerte 

que un par de letras 

cargadas de la amargura de mis pecados.

Me elegiste 

hasta cuando todo lo que tenía era el llanto acumulado 

por esas esperanzas moribundas

que te encargaste de revivir 

con solo un mensaje enviado en el momento justo.

Desde entonces no te has apartado de mi lado,

y es gracias a ti 

hoy puedo escribir de nuevo.

Galletitas saladas

Un buen día me dijiste 

que a la vida hay que comérsela 

como si fuese una galletita salada.

No siempre se combina con todo, 

y hay a quienes no les gusta 

—muchos prefieren lo dulce o lo amargo, 

antes que lo salado—, 

pero saben bien si te las comes con quienes amas.

Nuestras promesas fueron rompiéndose una por una.

Ya casi no sé si fui yo la que se marchó, 

o fuiste tú quien decidió dejarme ir 

al ver que me estaba adelantando más 

de lo que ambas esperamos que avanzara.

Quizás fue por eso que también me dijiste 

que amar es soltar cuando llegase el momento, 

y ahora comprendo que tus palabras solo fueron un augurio 

para lo poco que dejamos por allí.

Porque puede que ya no estemos juntas, 

pero el olor a pan recién hecho 

siempre llenará los pasillos que recorrimos de la mano 

mientras nos burlábamos del mundo 

que intentaba apartarnos.

Dejamos una estela que nadie podrá borrar 

en aquel comedor donde pasábamos tardes completas 

recogiendo nuestros trozos 

y riéndonos de lo que no podíamos cambiar,

mientras que, por dentro, 

anhelábamos tener más oportunidades.

Tu nombre compite entre la pureza 

del primer capítulo de la biblia, 

y el descaro que otros tienden a ver 

en tus ojos color avellana.

Siempre te gustó romper las reglas, 

y las tardes contigo sabían a whisky barato 

y a la lluvia que apreciábamos caer por la ventana.

Me respaldaste las mentiras, 

y me apoyaste al partir 

pese a que sabías muy bien que nuestro vínculo 

se rompería 

una vez ya no siguiéramos juntas.

Perdí tu contacto el mismo día en que me perdí a mí.

Me refugié tras la excusa de que estaba avergonzada, 

creíste que lograría alcanzar mis sueños, 

y, al no poder hacerlo, 

preferí alejarme de todo para que nadie me juzgara.

Ahora te extraño tanto 

que no paro de buscarte cada vez que salgo.

Miro con detenimiento las caras sin expresiones de las personas, 

pero no te hallo.

No sé dónde estás, 

tampoco lo que te diré si te vuelvo a encontrar.

Quizás que lo siento.

Quizás que te quiero.

Que todavía recuerdo que éramos algo más 

que solo dos personas 

que se conocieron por deber más que por necesidad.

Que eras como una hermana mayor para mí,

esa que siempre limpió mis lágrimas 

y me atiborró con galletitas saladas 

mientras el mundo tosía con fuerza la infección 

que provocó un egoísmo 

del cual nunca lograremos liberarnos.

El Génesis comienza hablando sobre la luz.

Quizás sea por eso

que 

todo 

quedó

oscuro 

desde 

que 

no 

estás.

Mikrokosmos

Puedo verte incluso cuando cierro los ojos 

y dejo que la realidad se difumine a mi alrededor.

Tu voz sosegada 

se ha encargado de revivir los sueños 

que anhelo cumplir 

solo para dedicártelos.

Las mariposas me dejaron de dar miedo 

cuando las usaste en tus canciones 

para demostrarme que el amor que sentías por mí 

era inmenso y delicado, 

y que es por eso mismo que lo cuidas con tanto afán.

Te has tatuado mi nombre en tu mano derecha, 

la cual siempre extiendes en mi dirección 

cada vez que caigo, 

entonces puedo aferrarme a ti,

que eres como un refugio 

en medio de esta tempestad 

que alguien más se encargó de provocar en mi vida 

solo porque me atreví a abrir una puerta equivocada

 que me costó mucho volver a cerrar.

Sigo aquí a pesar de todo, 

caminando bajo un cielo color púrpura, 

esperando tus sonrisas 

y contando los meses para verte llegar.

Ya me he acostumbrado a quererte, 

porque es imposible no hacerlo 

cuando tienes un alma tan pura

que puedo ver lo que ocultas con una facilidad 

que me desquebraja por dentro.

Quiero protegerte cuando lo necesites.

Quiero darte las gracias por amarme.

Quiero decirte que, 

desde que apareciste en mi vida, 

me he convertido en la mejor versión de mí.

Me has enseñado a amarme, 

haciendo uso de esa paciencia 

con la que resuelves acertijos difíciles, 

y yo me estremezco de ternura 

al verte fruncir la nariz 

cada vez que te concentras.

De ti aprendí que la vida sigue.

Que te tengo incluso en las noches más oscuras.

Que debo mantenerme con vida.

Y yo quiero brindarte mi existencia entera 

a cambio de que me sigas salvando, 

porque no hay malas épocas 

si pienso en que bailé de tu mano 

las mejores canciones del mundo, 

mientras que seguía atrapada 

en el fondo de mis más grandes miedos, 

y fue de ese modo que pude sobrevivir.

Elegí bien al querer quedarme contigo, 

al renunciar a otras personas 

que apenas lograban hacerme sentir algo, 

cuando tú provocabas una verdadera revolución en mi alma.

Las canciones de amor me las sé de memoria, 

por eso mismo yo te amo, 

porque no me dedicas palabras superficiales

que cualquier persona puede pronunciar,

sino que me embriagas de la certeza 

de que puedo colocarme de pie 

por mi propia cuenta.

Crees en mí, 

en mis sueños, 

en que soy capaz de lograrlo todo 

y que merezco respeto por el simple hecho de existir.

Me ayudaste a crear una galaxia para mí sola.

Me enseñaste a contar hasta tres para olvidar el dolor.

Me permitiste la esperanza que otorga la primavera.

Y, sobre todo, me hiciste a pruebas de bala.


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