El mecánico que arregla corazones / Bloom






SINOPSIS:
Tras una serie de infortunios, Kim Yuri se ve obligada a reparar su coche en un taller perdido en un pueblo que ya no reconoce. Allí, se encuentra con un mecánico enigmático que no es como los demás: su presencia ruda, sus manos llenas de grasa y la atmósfera del lugar parecen desafiar todo lo que Kim conocía. Sin saber cómo, comienza a entender su trabajo, mientras él, sin decir palabra, arregla no solo su coche, sino sus inseguridades y vacíos. Un encuentro que no fue planeado, pero que cambiará su vida de maneras que nunca imaginó.
1
El polvillo de la tierra ascendía a su nariz incluso con las ventanillas altas, como una bomba de humo reseco. Desconocía cómo era siquiera posible. Su glamuroso KIA K5 en brillante azul Francia había sido lustrado con un efecto cristal, como siempre que se preparaba para viajes largos, el encerado era parte de la rutina. Sin embargo, nunca le duraba tan poco como en esta ocasión. La chapa lucía opaca, cubierta de una tierra densa en tonalidad ladrillo y por si fuera poco, las llantas estaban repletas del barro que parecía haberse acumulado por la temporada de lluvias en diciembre. Yuri sabía que había pisado alguna piedrilla en el camino, porque el coche hacía un ruido extraño al avanzar.
El campo de Daegu había sido su primer hogar. Allí, a unos cuantos kilómetros del famosísimo pueblo turístico Otgol, Yuri había crecido en un extenso predio con sus abuelos maternos. A pesar de que sólo había vivido allí hasta su preparatoria, cuando finalmente se mudó a la ciudad de Seúl para continuar sus estudios, todavía guardaba recuerdos vivos de ese polvillo de la ruta que le secaba la garganta y le hacía pensar que aunque fingiera molestia, se sentía familiar.
No obstante, esta vez Yuri no venía a visitar a sus abuelos. En un área rural limítrofe al pueblo de Otgol, residía un viejo amigo de su infancia con el que por ciertas vicisitudes había perdido el contacto. Era su amigo más íntimo en aquellos tiempos, probablemente el único que tenía. Muchas veces se preguntó si alguna vez encontraría un vínculo como ese en la ciudad, o si es que acaso hay personas a las que uno siempre volvería, a veces sin tener una razón.
Claro, si es que lograba llegar entera. El traqueteo de las llantas finalmente colmó su paciencia y Yuri se apeó del coche abruptamente. Se agachó, haciendo equilibrio con sus stilettos de Prada en tono negro, comprobando que en la rueda trasera izquierda definitivamente había una piedra triangular atascada. El enigma actual era cómo sacar el intruso sin llenarse los dedos de barro y aceite. Intentó unas dos veces, procurando que sus uñas no se quebraran por la fuerza ahora que habían conseguido su largo perfecto, pero no había caso. Estaba demasiado atascada. Tal vez se saldría por su cuenta con el andar.
Suspirante, Yuri volvió a subir al coche, sin notar que había ensuciado el borde de su falda con el polvo de Daegu. Arrancó el coche y encendió la radio para despistar el irritante truck, truck de la rueda y avanzó los kilómetros que le faltaban con total mansedumbre, dando curso libre a sus pensamientos.
El otoño empezaba a enfriarse cada vez más, dando paso al invierno como una nube se traspone a otra. Había olvidado lo cruel que podía ser el campo en esta temporada. Sobre el horizonte se expandía el cielo pálido de inicios de diciembre, apenas entibiado por los rayos superficiales del sol. A media mañana se respiraba un perfume amable y ligeramente reseco debido a las altas montañas que rodeaban la zona del campo.
Tras chequear por quinta vez el GPS y tomar giros equivocados, Yuri finalmente logró divisar la cabaña de su amigo a lo lejos. Hace cinco inviernos que no venía a visitar a su querido dongsaeng dos años menor, Junho. Incluso había olvidado cómo llegar a esa acogedora choza de estilo vintage en un color jade que hasta ahora, no supo había ansiado reencontrar inmensamente.
Yuri se bajó del coche y estiró las piernas como hace rato venía deseando hacer. Trabó las puertas de su querido KIA K5 y cuando sus ojos barrieron desde lo alto el capó, casi vocifera un grito de espanto por el polvo ladrillo que lo cubría. Ya vería la manera de solucionar esto. Tal vez debió haberle hecho caso a Junho y tomar un bus de larga distancia. Desistió de la idea, ya que sabía que él insistiría en recogerla en la estación y no le gustaba depender de los demás.
Curiosamente, a pesar de su vínculo, la vida los había hecho tomar caminos en sumo diferentes. Era cuestión de verlos juntos en el mismo lugar para percatarse de ello. A menudo, la gente no entendía cómo es que congeniaban tan bien, pero eso es algo para lo que ellos tampoco tenían respuesta. Cuando Junho escuchó el KIA K5 estacionarse con un sonido limpio en la entrada, salió disparado a su encuentro como si fuera un cachorro batiéndole el rabo a su dueño.
Yuri contemplaba las plantas silvestres de su alrededor, sobre todo cuán descuidado se había tornado el pastizal estos años. Como furioso y despojado a su suerte, había crecido tanto que ahora hacía cosquillas en sus pantorrillas, justo en el inicio de sus stilettos. En ese momento oyó la voz de su mejor amigo, que a pesar de estar en sus veinte, seguía siendo la misma voz de niño chillón que tenía antes de la pubertad.
—¡Yuri-ah, mi citadina! —exclamó, profundo desde los pulmones.
Un hombre alto y de complexión delgada se acercó coreando y casi corriendo como un niño. El pelo era de un particular tono cereza sin atisbo de raíz negra, lo que evidenciaba que lo había decolorado recientemente. El flequillo caía lacio hacia sus ojos que, pese a conservar los rasgos asiáticos, eran increíblemente grandes de cerca, como si desnudara al mundo en su primera vida con aquellas pupilas titilantes. Junho tenía la piel ligeramente pálida por el invierno, un lunar debajo de la boca fina y su rostro de facciones adolescentes no había cambiado en lo absoluto desde la última vez. Tenía un aura que irradiaba la amabilidad de la primavera y los nuevos comienzos.
Resultaba un tanto agridulce descubrir que el paso del tiempo no era el mismo para todos. A él le había dado un delantal azul claro con manchas de pintura acrílica, unos pinceles de cerdas de nailon en su bolsillo delantero y un pin con el logo de un jardín de infantes a la altura de su corazón. A pesar de su corta edad, Junho era maestro plástico en un jardín del pueblo Otgul. No asistían más que diez o nueve niños por año, puesto que los padres en esa sociedad generalmente prefieren llevar a sus hijos a instituciones del centro de Daegu, donde desde los primeros años de vida les enseñaran modales que ellos no podían por sus apretadas agendas y la cultura del esfuerzo.
—Junho... ¿Por qué nunca cambias y eso se siente tan bien? —soltó Yuri.
Tal vez es que ella se sentía obligada a cambiar todo el tiempo y ese era el producto que había hecho el tiempo en su caso, una suerte de maldición con su nombre. Distintas facetas según el nuevo jefe, el nuevo cliente o simplemente para sentirse como la adulta que a veces no podía ser. Tantas facetas había que cocinarlas despacio, como una sopa de miso a la que se agregan los ingredientes uno a uno, revolviendo con mesura. Pero entonces Junho sería siempre como un hogar, la certeza de algo que siempre estaba allí inmarcesible sin importar el curso del tiempo.
—Siempre serás mi noona que nunca llamaré noona —se burló, quitando del pelo de Yuri lo que parecía un pétalo marchito del árbol de cerezos—. Ven, entra a casa. Estaba hirviendo algo de leche. Debes estar ansiando algo caliente luego de tanto viaje.
Yuri asintió con gusto, aliviada. Sentía la piel de la cara seca, al igual que la garganta. No pidió permiso antes de pasar y tampoco se quitó los zapatos. Recordaba que allí no tenían esas costumbres, pues los suelos de las cabañas eran fríos en invierno y a no ser que fuera de noche, pues cada uno tenía sus pantuflas de cama, durante el día el rocío que caía sobre los techos de chapa enfriaba demasiado el ambiente. Ir descalzo era un resfrío asegurado.
Como siempre, la choza de su viejo amigo lucía hermosa, aunque un poco más descuidada en comparación a la última vez que vino y eso le daba una profunda desazón.
En la entrada, donde había estacionado el KIA K5, las curvas de un pavimento empedrado rodeado de malezas llevaba a la puerta principal como un juego de rayuela. En algún momento el pasto había estado cuidadosamente recortado. El árbol de mandarinas a un costado seguía luciendo frondoso, lo había visto crecer tanto como a la altura de su amigo todos estos años y le guardaba un cariño especial. Ahora estaba lleno de jugosas mandarinas de estación que perfumaban el camino de piedras como si fuese un paraíso de cítrico dulzor. Era la temporada de las mandarinas y también de los limones; un precioso limonero decoraba con su cálido amarillo, de redondez perfecta, escondido entre las espesas hojas verdes que brillaban tímidas.
La choza, rodeada de aves pasajeras y cuidada por la gatita anaranjada de Junho que se llamaba Mandarina, era de un tamaño medio y lucía acogedora sólo por su hermoso verde jade de ventanas cuadradas con rejas negras. Había macetas de colores con geranios rosas y enredaderas con finas, casi imperceptibles, espinas. La puerta era de madera simple, a falta de timbre tenía una campana dorada de la cual, al tirar con un hilo improvisado que la sostenía, suscitaba un sonido cuyo tintinar era tan dulce como un colibrí.
En el interior, había una alfombra de bienvenida, en la cual secar los pies y dejar las botas en temporada de lluvias. Los pasillos eran de madera y las paredes de un cálido amarillo pastel. Al fondo estaba la cocina que era el lugar favorito de Yuri, pues los muebles eran de un precioso avellana con puertecillas en verde jade, el mismo que recubría la choza en su exterior. Había pequeñas plantas verdes en las encimeras, numerosos utensilios y cucharas colgando en el lavabo, por la ventanilla podía ver una vista al árbol de mandarino con su profundo naranja chillón y el árbol de cerezos que para ese entonces estaba tan graciosamente pelado.
La nevera estaba llena de dibujos de los niños que Junho conocía en el jardín y lo tomaban como su maestro favorito, según contaba algunos incluso lo llamaban papá Jun. Había pinturas y muchos imanes de restaurantes, heladerías, un calendario con fechas resaltadas y números de teléfono importantes que recordar.
La sala de estar era el segundo lugar favorito de Yuri porque adoraba tanto esos sillones en color oliva, los jarrones llenos de flores que Junho siempre se encargaba de renovar y el perfume fresco de los limones que se estacionaba allí. Además estaba la chimenea, justo en el centro, donde Mandarina solía acostarse a dormir la siesta con cuidado de no quemar su pelaje. Allí ya estaban colgadas dos botas de navidad, una de Junho y otra de Yuri, tenía sus nombres bordados por la abuela del joven y se conservaban increíblemente bien a pesar de los años.
Al notarlas, Yuri esbozó una sonrisa.
—¿De verdad ya pusiste las botas, Jun-ie? No me sorprendería que las tengas listas desde noviembre. Aunque por lo que veo, has decidido esperarme para armar el árbol.
La mesita donde siempre iba el árbol de navidad estaba vacía.
—No todos los días podemos vernos, Yuri-ssi. Me prometí hacerte pasar una navidad increíble y claro que iba a poner las botas. De hecho, están desde la semana pasada —se rio desde la cocina.
Su amigo había cortado leña esta mañana temprano, por lo que la chimenea estaba encendida y las últimas brasas refluían su relajante chispado. Mandarina se había acostado en el regazo de Yuri, quien suspiró cuando notó que su costoso suéter de lanilla azul ahora estaba lleno de pelos naranjos, pero es algo que debía acostumbrarse en Daegu. Ya no estaba en la ciudad, no tenía que preocuparse por su apariencia.
Junho llegó pronto con dos tazas y un jarrón de leche caliente. Sirvió para los dos y luego tomó asiento a su lado, cruzando sus piernas en posición de loto. Miraba a su amiga con dos ojos de ciervo brillantes, como si abrigara tanto para decir que no sabía por dónde empezar. Optó por lo más sencillo.
—¿Hace cuánto no nos veíamos, Yuri-ssi?
Siempre que empezaban a hacer la cuenta, sentía el cuerpo repentinamente pesado. En algún momento la vida empezó a correr y ella, despojada de sí misma y sin saber qué hacer, sólo pudo acelerar mientras a sus ojos el paisaje se transformaba rotundamente. Se acomodó en su asiento, sacándose los stilettos y sorbiendo la taza con las dos manos. Sabía dulce por una mezcla de miel y jengibre.
—Creo que un año completo, Jun-ie. La última vez que nos vimos viniste a Seúl para estas fechas.
—Cierto. Esa vez me sorprendí de los ceros que pueden tener los precios. Un simple trozo de gimbap en la estación y una noche de tragos hicieron que tuviera que pedirte prestado dinero para el bus.
Yuri soltó una risa, llevando un mechón de pelo negro detrás de su oreja, donde brillaba un arete de perlas.
—Realmente lo siento. No sé cómo es que sigues a mi lado a pesar de que con los años descuidé tanto nuestra amistad. Sobre todo, ha sido mi trabajo.
Volvió a sorber de la leche despacio, contemplando los ronroneos que la gatita Mandy soltaba por la comodidad de dormir en su regazo. Entonces algo volvió a oprimir su pecho. Tal vez no merecía esta calidez.
—¿Qué te parece si armamos el árbol de navidad mientras nos ponemos al tanto? —ofreció el de cabellos cereza, enseñándole una de esas tantas sonrisas de dientes de conejo.
Sus grandes ojos de ciervo se empequeñecían en algunas arrugas que el tiempo había acentuado. Lucía más apuesto y fresco que nunca a sus veinticuatro años. En ese momento, Yuri sólo pudo asentir, prometiéndose a sí misma que ya no quería perderse de compartir esos cambios a su lado.
A los pocos minutos, Junho volvió con un gran pino artificial y una caja de cartón que guardaba los elementos decorativos. Siempre eran los mismos cada año.
—¿Realmente no quieres que vaya a comprar unos nuevos? —preguntó Yuri con una expresión lastimera.
Veía el color pálido de esas bolas de navidad e incluso algunas manchas sin color en sus puntas. Había partes que no podrían recuperarse por mucho que lustraran con un trapo y quizás algo parecido le sucedía a ella, sólo que para eso no había posibilidad de cambio.
—De ninguna manera. ¿Qué tiene de especial la navidad si no es esto? Desempolvar los mismos viejos recuerdos cada diciembre, algo así como un cofre del tiempo. ¡No puedes cambiar eso! Se quedarán hasta que ya no sirvan.
Junho era realmente serio en asuntos como este. Algo similar debía sucederle con la cabaña jade que solía pertenecer a sus difuntos abuelos y que años después, seguía conservando. No estaba segura de hasta qué punto la nostalgia pasaba a ser conformismo.
—Claro, tienes razón —sonrió Yuri, siguiéndolo en la ardua tarea de desarmar las ramas del pino.
Mientras comenzaban a decorar en un mutuo trabajo, sonaba alguna radio de fondo que Junho había encendido con la música local. Sonaba en ese momento Cho Yong Pil. Todavía guardaba esas viejas costumbres de su abuelo. Las últimas chispas de leña acaecían al final y se sentía en el perfume de la casa, camuflándose cálidamente entre el aserrín de la madera y el limonero. Un aroma limpio, a hogar.
—¿Y me dices que entonces te ascendieron? —inquirió el de cabellos cereza, luchando con una bola que había perdido su hilo y ya no podía ser colgada.
—Sí, algo así. El diseño de interiores es bastante cotizado en Seúl, pero también por eso se lleva gran parte de mi tiempo. Trabajo con arquitectos la mayoría de las veces, aunque podría sorprenderte la cantidad de profesionales que integran el equipo, incluso espiritistas. No te preocupes, me quedaré aquí como te prometí, hasta mitad de enero —Yuri asomó su cabeza entre el pino para sonreírle, golpeándose con una bola sin querer—. Auch.
—Entonces tendremos tiempo suficiente para que te presente a mi novia —asintió para sí, volviendo a colgar la bola que Yuri tiró con su cabeza.
—¿Novia? ¡No me contaste esa parte, Jun-ie! ¿Hace cuánto que lo ocultas?
Era la primera vez que Junho le hablaba de una chica bajo ese presuntuoso título. En general, él solía ser sumamente recatado en su selección, considerándose quizás un tanto ermitaño.
—Sí, somos novios, pero ella todavía no lo sabe. Así que procura no gritarlo.
—Junho...
—¡Ya lo verás! De todas formas, quiero presentártela. También a mis amigos. En estos años muchas cosas cambiaron, noona. Ya no soy un lobo estepario.
—Me pone tan feliz saber que ya no estarás solo cuando me vaya.
—Ah, ni que te necesitara tanto, babosa.
—Crecimos como hermanos, por supuesto que lo haces.
—¿También me necesitas en Seúl o tu trabajo te nubla la magnífica capacidad humana de sentirnos solos?
Yuri le arrebató una bola amarilla de las manos y le sacó la lengua.
—Claro que me siento sola a veces. No tengo muchos amigos allí, al menos no sinceros... En el mundo laboral la gente es muy solitaria. Se siente como si aquellos que no pudimos formar nuestros vínculos en su momento, de pronto perdiéramos la oportunidad a medida que nos hacemos mayores. O quizá sólo sea yo. Al menos en mi experiencia, las personas parecen ser muy plásticas o sólo te utilizan a su beneficio, quizá por algún ascenso o trabajo, y luego te olvidan por completo.
—Eso suena muy triste.
—No es que en Daegu la gente fuera perfecta tampoco. Eso sería idealista. Pero a veces... Nada, olvídalo —suspiró silenciándose, tomando la punta del árbol en forma de estrella.
—¡Yo quiero ser el que ponga la estrella! —arremetió el menor, robándosela.
—¡Pero yo soy tu invitada!
—¡Ah! Está bien, hagámoslo juntos.
Cada uno tomó una punta y finalmente la colocaron juntos, despacio. Cuando llegó el turno de las luces, ambos terminaron casi enredándose por esos endemoniados cables finos que habían estado juntando polvo desde el diciembre anterior, sin embargo todo valió la pena cuando vieron el resultado final.
A pesar de que los adornos estaban pálidos por el tiempo, el árbol un poco chueco y Yuri sabía que su criterio estético de Seúl se lo recriminaría, ahora no pudo hacer más que ignorar cualquier voz ajena al momento. Sólo pudo sonreír cuando las luces se encendieron, algunas no funcionaban pues se habían quemado con los años, pero seguía pareciéndole el árbol de navidad más hermoso del mundo.
—Quien sabe noona, tal vez tengas suerte y encuentres el amor también —Junho palmeó su espalda con más fuerza de la debida, sobresaltándola.
Yuri sonrió poco después, admirando cómo las luces multicolores alumbraban la chimenea y Mandarina jugaba con sus patitas intentando tirar los adornos colgantes. Se preguntó, ¿Cuántas aventuras le esperarían en Daegu esta temporada?
2
En su segunda mañana en Daegu, el clima anunciaba lluvia. El rocío se esparcía con la brisa regando la humedad en la tierra. Aquel dulzor ascendía mezclándose con el perfume de las flores circundantes. Un cielo de oscuros nubarrones auguraba la tormenta y se tragaba la claridad como un abismo mientras Yuri, ajena a su alrededor, recolectaba pacíficamente las mandarinas del árbol.
Su amigo se había ido al jardín de infantes a las siete en punto, cuando apenas los pichones de invierno comenzaban su canto. Como Yuri todavía dormía, no había tenido la oportunidad de despedirse. Sus horarios de vacaciones eran naturalmente caóticos y llevaba el cansancio acumulado de todo el año en su cuerpo. Sumado a la tranquilidad del campo, la hacía arrullarse en sueños profundos como hace tiempo no lograba. De todas formas, no era su intención despertarse a las diez de la mañana todos los días y perderse del desayuno con su amigo. Haría el intento por acomodar su sueño y poder pasar más tiempo a su lado.
Mientras tanto, como siempre que el perfume de la lluvia endulzaba el aire con la tierra, a Yuri se le antojaba comer bizcochos cítricos, tal vez alguna tarta de manzana y canela recién horneada, acompañada con una taza de té verde. Como no había árbol de manzanas, es por eso que se encontraba recolectando mandarinas para su budín. No era la mejor cocinera, pero siempre había adorado la repostería dulce, en especial cuando los ingredientes eran del campo, recolectados por sus propias manos. Tras comprobar su blandura y color, entre otras cualidades, Yuri bajó de la pequeña escalera de madera con cuidado y se llevó tres mandarinas en su bolsillo.
Recién acababa de llegar a Daegu, era apenas su segunda mañana, contando la anterior del día que había arribado, y ya se sentía más suelta. Podía permitirse estar con el rostro lavado, sin una gota de maquillaje y las ropas cómodas de entrecasa, al menos en la cabaña de Junho; todavía no se había dado el lujo de salir a pasear por el centro. Con un chasquido de dedos, llamó a Mandarina y se adentró a su cocina favorita. ¡Cuánto adoraría hacer su budín allí!
—Mandarina-ssi, acompáñame a hacer un budín de mandarinas. Ah, eso suena tan divertido —rio suave por su tonta broma, rebuscando los elementos necesarios para hacer su bizcocho.
Afortunadamente se consideraba una mujer limpia y partidaria del orden, quizás en exceso. Al terminar, con seguridad todo quedaría impoluto como si nada hubiese sucedido allí. En cambio, su amigo solía ser un poco más desastroso, lo supo por algunas cacerolas al revés y cucharas que estaban en el mismo lugar de los tenedores y lo más usual, las tazas acumuladas en el lavabo. Tenía presente que sería la encargada de mantener el orden este mes y medio y que luego Junho extrañaría la disposición de las cosas. Era naturalmente bohemio, no tanto por la falta de tiempo sino por su despiste. De esas personas que no perdía la cabeza sólo porque la tenía pegada al cuello.
Yuri comenzó a tararear mientras las aves alrededor cantaban, sintiéndose una encantadora representación de Blanca nieves con rasgos asiáticos. Mientras tanto, batía tres huevos con sus yemas y claras, aclarando los doscientos gramos de azúcar. Hacerlo a mano era más complicado que usar una simple batidora, pero no había necesidad de apuro. Cuando terminara el budín, se lo iría a llevar a su amigo al trabajo y podrían compartirlo con los niños.
El perfume cítrico y dulzón de las mandarinas comenzó a camuflarse con la esencia de vainilla en ramos en un aroma completamente estimulante para su boca. Las aves dejaron de cantar cuando las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer. Allí las gotas se acumulaban gélidas en el cuenco de las hojas.
El budín estaba listo cuarenta y cinco minutos después. De textura esponjosa en sus adentros, aroma a vainilla dulce con un toque de mandarinas en su perfecto punto, nada que invadiera el olfato en exceso; a Yuri le agradaba el equilibrio entre los ingredientes y si su olfato no le fallaba, este budín había salido exquisito. Decoró con azúcar glass y ralladura de chocolate amargo; había encontrado una barra a medio morder en la nevera.
Cuando terminó, su corazón se sintió tibio. Fuera la lluvia se había intensificado un poco más hasta volverse un arrullo sobre las hojas. Los charcos de agua se acumulaban en el camino de piedras y Yuri rogó porque no hubiera goteras en la casa, su amigo no le había advertido nada de eso, pero aun así cerró las ventanas más cercanas al jardín.
—Mandy, cuídate y cuida la casa también, ¿está bien? Tía Yuri volverá pronto, le dejaré esto a tu bohemio dueño y volveré luego de jugar un rato con los niños —le prometió a la gatita, la cual maullaba a gusto como si entendiera sus palabras—. Siento no poder compartirte budín, sé cuánto querías probarlo.
Con un último maullido de Mandarina, salió de la casa luego de haberse arreglado un poco. No quería que los niños se espantaran, prefería dar una buena primera impresión en cada lugar. Se había maquillado los ojos suavemente y coloreó sus finos labios con un suave tono rosa. Se vistió con una falda marrón, una blusa azul claro y un abrigo negro que esperaba no se mojara demasiado.
Tras comprobar que el budín estuviera seguro en el asiento copiloto, Yuri arrancó su precioso KIA K5, el cual había limpiado como pudo con un trapo húmedo y ahora lucía mejor bajo el baño de la lluvia. Marcó en el GPS la dirección del jardín de infantes y, tarareando las canciones de radio, con un humor que prevalecía a pesar de la lluvia, Yuri siguió el camino sintiéndose emocionada.
Conducía tan ensimismada que no advirtió que el coche comenzaba a emitir un ruido extraño, como cierto cacareo en el motor, sino hasta que las revoluciones disminuyendo se tornaron evidentes y el coche amagaba apagarse de súbito. Aunque probó acelerar, no obtuvo la respuesta que esperaba. De pronto, el tacómetro se alumbró de un vivo flúor y el coche se apagó por completo.
—No, no, esto no puede estar pasándome... —se lamentó, sintiendo el pánico en su cuerpo.
Por fortuna, todavía se encontraba en una calle vacía a los adentros del pueblo y no había tomado ninguna ruta. No había avanzado más de un kilómetro. Mal que mal, no podía volver así como así y tampoco conocía algún mecánico en la zona. De llamar a la grúa, estaba segura que demorarían al menos cinco horas en un lugar como este, justo en el medio del campo.
Solía hablar sola como una chiflada cuando estaba en situaciones críticas, justo como ahora, quizá como mecanismo de defensa para no abrumarse. Recordaba que cuando era adolescente, su amigo había trabajado de medio tiempo en un taller mecánico cerca de la cabaña, pero no había manera de acordarse exactamente en dónde quedaba.
Decidió llamarlo, tal vez él sabría orientarla en este momento.
—¿Junho? Lamento mucho interrumpirte en tu trabajo, sé que estás con los niños ahora, pero en serio no sé qué hacer —lo embebió a palabras—. ¡El auto se detuvo de pronto, no sé dónde estoy y…!
—¿Tu KIA K5? ¿El poderosísimo coche citadino, tercero de los más cotizados en Seúl?
—¡Ah, es en serio! Ya sé que hay chatarras de los ochenta que funcionan por más tiempo a pesar de tener la mitad del motor roto. Pero mi bebé es sensible. ¿¡Qué diablos hago!?
—¿Qué tanto avanzaste, noona? —preguntó.
Yuri cambió el auricular de oreja. De fondo, se oían las risas de los niños jugando. Junho exclamó que volvería con ellos en un segundo, pero ellos no parecían dispuestos a calmar sus cuerdas vocales.
—Tal vez un kilómetro, no más que eso.
—Genial. Entonces debes estar en una zona de fábricas, medio abandonada, cerca de un cartel azul de una tienda de veinticuatro horas. También hay un sauce llorón en una esquina —describió, como si tuviera la imagen impresa en la memoria.
—Sí, sí, creo que pasé algo de eso antes. De hecho, puedo verlo ahora mismo.
Yuri notó que el paisaje de atrás efectivamente coincidía con su descripción.
—Bingo. Tuviste la suerte en la desgracia de quedarte varada en el mejor lugar. A mitad de cuadra está el taller mecánico del viejo Gyu, trabajé con él hace unos años. Lo reconocerás de inmediato porque hay autos estacionados en la vereda y una cortina metálica nueva. Dile que vas a nombre de Junho y te atenderá enseguida —parloteó apresurado, los ruidos de fondo intensificándose—. Ah, debo volver con los niños, estos mocosos me están jalando del delantal. ¡Buena suerte, Yuri-ssi!
No pudo siquiera abrir sus labios para despedirse cuando su amigo ya había cortado la llamada. Yuri bufó, saliendo del coche con un portazo que probablemente alertaría a la cuadra entera de haber alguna casa circundando. Pero no, allí la zona estaba vacía, rozaba lo deprimente y justo frente a ella, como si fuera obra del destino, las cortinas metálicas brillaban bajas entre tanta naturaleza muerta.
La lluvia continuaba, enfriando el cemento y arruinando el delicado material de su chaqueta justo el día en que decidía ponérsela. Y por si las cosas no podían salir peor, nadie parecía próximo a atenderla, por mucho que golpeara como una desesperada las cortinas de metal.
—¡Oiga! ¡Señor Gyu, vengo de parte de Junho! ¡Señor Gyu, ábrame! —exclamó por tercera vez.
Justo cuando estaba por darse media vuelta para refugiarse de la lluvia en su coche, el portón de metal se abrió con un chirrido continuo y agudo. El delgado cuerpo de Yuri temblaba como un cachorro mojado y sus dientes castañeaban. La puerta metálica se abrió lentamente hasta exhibir los inicios de un enorme taller polvoriento.
Lo que nunca esperó es que el señor Gyu luciera tan esplendorosamente joven. Los labios fríos de Yuri se abrieron del asombro, mientras no dejaba de abrazarse a sí misma.
Su corazón dio un vuelco que atribuyó a lo fortuito del encuentro. La recibía un hombre de pálida piel y amplio pecho, enfundado en una gruesa camisa de denim azul arremangada, a juego con sus tejanos. Dejaba ver dos brazos blancos y manos sutilmente finas con dedos de pianista, sólo que en él estaban llenos de grasa ennegrecida y sostenía un trapo gris que alguna vez fue blanco, sucio de aceite. El rostro que la miró de arriba abajo, sin vergüenza medida, era maduro, ligeramente redondeado, sostenía una piel tan pálida como las nubes del invierno y unos ojos rasgados tan oscuros como un anochecer sin luna.
Al verla temblar bajo la lluvia, el hombre arqueó una ceja gruesa como el carbón y continuó limpiando sus dedos de la grasa, quizá por costumbre. Yuri no pasó por alto la forma en la que la miraba, nada cercano a la lástima por más que abrazara su pequeño cuerpo helado y sus negros cabellos fueran un desastre de agua. Más bien, parecía escrutarla con un sentimiento similar al desagrado.
—No eres de aquí. ¿Qué es lo que quieres, citadina?
Yuri descubrió que el hombre no sólo tenía una mirada dominante, sino que también su voz lo era.
De textura ronca y grave tesitura, se deslizaba con un eco arrullado por la lluvia que no se detenía. Ella arrugó su pequeña nariz, detestaba a la gente sin modales. Si en algún momento había pensado que ese mecánico podía ser amable, ahora toda esperanza se había hecho trizas.
—No es a usted a quien busco. Fui clara anteriormente, usted no puede ser el señor Gyu. Aunque no es difícil que a alguien tan amargado se le sume años encima —contestó, altiva.
Ante ello el mecánico soltó una risa. Escueta, quimérica. Con un sonido que no podría olvidar porque había erizado la piel de sus brazos lentamente y sólo por un momento, se arrepintió de su sagaz lengua.
—El viejo Gyu era mi abuelo. Estás hablando con su nieto, dueño actual del taller y veo que no lo sabes, claro, eres una citadina ajena a cualquier cosa que sobrepase tu ombligo. Cuando llegas a un lugar nuevo, asegúrate de tener más respeto, lindura. El viejo falleció el año pasado —sin pudor alguno, el mecánico le lanzó el trapo sucio de aceite, el cual Yuri atrapó por reflejo, mirando su espalda alejarse.
Lo soltó con una mueca de asco, limpiando sus anillos de plata de una suciedad inexistente. ¿Quién se creía que era ese imbécil? No tenía forma de saber lo de su abuelo y no soportaba esas miradas. ¿Qué culpa tenía por ser de Seúl? ¿Por qué todos la miraban de esa forma, incluso Junho, como si estuviera tomando un camino equivocado?
Lo siguió dejando que sus zapatos de tacón resonaran en el cemento lleno de polvo y manchas viejas de humedad.
—Lo siento. No sabía lo de su abuelo. Realmente vengo de visita y aunque no lo crea, nací en este mismo lugar —reprochó, mirando cómo el hombre tomaba una llave inglesa y la ignoraba completamente.
—Sí, sí, lo que digas.
Con un claro tono de burla, el mecánico se agachó bajo un auto viejo para revisar sus llantas.
—¡Hablo en serio! Nací en Daegu y crecí en el campo de mis abuelos. Como sea, no tiene por qué creerme, simplemente se lo digo para que no juzgue a la gente sin conocerla. No me gustó esa forma de mirarme y dirigirse a mí como una simple citadina —reclamó, poniendo las manos en su cintura.
Entonces el hombre volvió a mirarla. Notó que de su espeso flequillo azabache, largo y ligeramente ondulado, resaltaban dos mechones grisáceos, casi blanquecinos.
—¿No es eso lo que eres? —ladeó su cabeza, mofándose.
Por unos momentos Yuri había quedado ensimismada en el movimiento de sus acolchonados labios rosados y la sonrisa ladina, ampliándose en cámara lenta cuando el mecánico notó sus intenciones. Finalmente se puso de pie y dejó la llave inglesa en el suelo. Se acercó a ella y la miró, otra vez, de arriba abajo.
—¿Qué es lo que quieres? ¿Viniste a arreglar tu coche? —hizo una pausa, sonriéndose—. O... ¿Me estabas buscando a mí?
Yuri parpadeó sin entender ese deje de diversión repentino.
—Mi KIA K5 se averió, de algún modo. Pensé que usted podría ayudarme pero si no es así, dígame y me iré.
—Ah, con que era eso... ¿Dónde está esa niñita? —
—No le diga a mi bebé de ese modo.
—No todos los días viene un coche citadino a mi taller, ¿qué quieres que haga? —el pálido se encogió de hombros levemente.
Bastaba observar alrededor para entenderlo. Todos los coches que estaban allí eran camionetas grandes o autos viejos Fiat de la anterior generación. También había algunas motos de alta cilindrada con pegatinas que Yuri no reconocía.
—Está justo ahí, es el coche azul Francia —señaló la calle del frente.
El mecánico rascó sus cabellos mientras admiraba el panorama. Para Yuri, simplemente estaba mirando el coche sin más por lo que pareció una eternidad.
—¿Qué le pasó? —preguntó al fin.
—Estaba conduciendo. Iba a tomar la ruta hacia el pueblo Otgul cuando de pronto la velocidad empezó a bajar hasta que simplemente se detuvo. Cuando se apagó, ya no pude volver a encenderlo —explicó, jugando con sus anillos.
—¿No notaste ninguna señal antes o después de que se apagara? —continuó interrogando.
Yuri negó, subiendo retraídamente la mirada hasta su perfil. El mecánico mordía sus labios con un gesto pensativo y había hecho un desastre con su cabello luego de batirlo con sus manos grasientas.
—Déjame echarle un vistazo.
—¿Es algo muy serio? ¿Saldrá caro? —lo detuvo, inquieta.
—¿Qué te dije, lindura? Espera un poco, aún ni lo he visto. Quédate aquí bajo techo o te mojarás más de lo que ya estás —le advirtió.
Al pueblerino realmente no le importaba exponerse bajo la lluvia. Se calzó una gruesa chaqueta marrón sobre la camisa de jean y simplemente salió sin más. No obstante, estaba muy equivocado si pensaba que Yuri lo dejaría solo con su auto. Todavía no confiaba en ese hombre sin modales.
Trotó hacia él y lo vio abriendo el motor, chequeando sus partes. Comprobó el estado del líquido refrigerante y luego le pidió las llaves. Intentó encenderlo por su cuenta, sin respuesta alguna. Parecía observar cada detalle en el tacómetro, velocímetro y cualquier mínimo cambio en el motor que le indicara un posible diagnóstico.
—¿Y? ¿Ya sabe qué tiene? —insistió.
Yuri de pronto soltó un estornudo tan agudo como un gatito.
—Te dije que te quedaras adentro. No harás que mi trabajo sea más rápido siguiéndome como un cachorrito. Es más, me estás molestando —el mecánico negó con su cabeza—. Como sea... Vamos adentro, ya sé qué le pasa a tu niñita.
Una vez en el interior del taller, el mecánico se despojó de la chaqueta vaquera y volvió a arremangar su camisa, como si entrara en calor o la lluvia fría no hubiese traspasado su cuerpo hasta salpicarle la ropa. Lo miró seriamente mientras el nerviosismo de Yuri sólo se incrementaba.
—Lo siento, pero no podrás volver a usar tu coche por un tiempo. Tienes el retén del cigüeñal averiado. Tengo que desmontar gran parte del motor, llevará tiempo y es una de las piezas más caras —le informó sin rodeos—. ¿Hace cuánto no le haces una revisión a tu coche? Esto ha sucedido porque tienes los inyectores sucios de hace probablemente el nacimiento de mi querida abuela.
—¿Inyectores sucios? ¡Eso no puede ser, yo mando a lavar el coche cada fin de semana! —exclamó, incrédula—. ¿Está intentando verme la cara de estúpida?
—Los inyectores los limpia un mecánico, no un jodido lava carros. ¿Eres tarada? —devolvió, cruzándose de brazos.
—Pero es imposible, este coche es casi nuevo, tiene apenas cuatro años... —siguió, necesitaba encontrar una explicación lógica porque esto no podía estar pasando.
—Y por lo que llegué a ver, ya tienes sesenta mil kilómetros. No lo estás cuidando como debes. Los inyectores suelen taponarse a los cincuenta mil kilómetros, es el punto recomendable para llevarlo a revisión al taller. Veo que no lo hiciste. Cuando los inyectores se taponan, el motor empieza a golpetear, hace ruidos como de tirones y si continúa de este modo, termina quebrando una pieza mucho más pequeña llamada cigüeñal. ¿Quieres que te lo explique con manzanas o ya lo entendiste, lindura?
Yuri suspiró, abatida. Sin su coche no podría movilizarse por Daegu y tenía que arreglarlo sin excepción antes de volver. Tampoco tenía una gran cantidad de dinero ahorrada así que esperaba que no fuera un precio sumamente alto, porque no estaba en condiciones de pedir un préstamo al banco.
—De acuerdo... ¿Podría decirme cuándo estará listo? —murmuró, notoriamente decaída.
—Tal vez en unas tres semanas. El repuesto de una pieza tan pequeña es jodido de conseguir.
El mecánico hurgó en sus bolsillos hasta sacar una cajetilla de cigarros Marlboro. Encendió uno con su mechero desprendiendo un espeso hedor a benzina.
—Está bien. Supongo que volveré para ese entonces. ¿Hay un precio estimado?
—Probablemente sea algo cerca al millón y medio de wones —el hombre exhaló el humo petróleo suavemente, volviendo su voz más ronca.
—¿¡Qué!?
Yuri sintió que se desmayaría en ese momento. ¡Era una locura! ¡Literalmente tres meses de alquiler juntos y un poco más!
—El cambio de cigüeñal es la cuarta avería más cara de un auto. No quieres saber el precio de las primeras tres —se carcajeó en lo bajo.
La mujer sostuvo su cuerpo con la mano en la encimera llena de herramientas y cerró sus ojos. Sentía que la presión se le había bajado desde que le dijo el precio.
—Santo cielo...
—Te la estoy dejando barato, lindura. Créeme. Te estoy cobrando sólo el cambio de cigüeñal y te dejo gratis la limpieza de inyectores. Podría salirte dos millones de wones en otro lugar, o incluso más en tu ciudad —intentó consolarla.
Yuri asintió con una mueca de cortesía. Por más que quisiera sonreír, no podía en esos momentos.
—Siento si lo traté mal antes. Creo que me siento pésimo ahora... Volveré a casa, caminando como una idiota —suspiró con desgano—. Ah, antes de que me olvide... ¿Le gusta el budín de mandarinas?
El mecánico la miró con una ceja en lo alto.
—Hice un budín de mandarinas pero se mojará con esta lluvia. Quédeselo, es lo mínimo que puedo hacer luego de su ayuda —sonrió mínimamente—. Está en el asiento de copiloto, tiene las llaves.
Yuri hizo el amague de marcharse pero el hombre la detuvo del brazo, suavemente.
—¿Cuál es tu nombre? Necesito dejar asentado tu nombre junto al de tu auto.
—Soy Kim Yuri. ¿Y usted?
No se dio cuenta de que lo había preguntado, pero ya era tarde. Vio la sonrisa ladina del hombre envuelta en humo azul.
—Minho. No olvides ese nombre, lindura.
3
El ánimo de Yuri estaba por los suelos desde que llegó del taller mecánico. De alguna forma se las había apañado para llegar a casa otra vez, hasta había memorizado el camino hasta el taller por si alguna vez tenía que volver a ir. Claro, a pie, porque por allí no pasaba ningún taxi y no quería molestar a su querido amigo, quien además se llevaba la moto al trabajo cada día. Tal vez debería alquilar una bicicleta, pero no podía darse el lujo de despilfarrar el dinero en estos momentos.
Llegó a casa empapada como un perro callejero, por lo que lo primero que hizo fue darse una ducha caliente para volver a entibiar sus músculos. Se enfundó en el suéter de lana más grueso de su valija y se acurrucó en su sillón oliva favorito, justo frente al árbol de navidad, con Mandarina en su regazo y una acolchonada manta polar roja cubriéndolos.
Repartiendo caricias en sus orejitas, permaneció ahí toda la tarde hasta que oyó a su amigo volver a la hora del té, tocando la campanilla de la entrada para molestarla.
—¡Yuri-ssi, estoy en casa! —vociferó dulcemente y luego olfateó el aire como un conejito—. ¿Por qué huele a mandarina? ¿Hiciste un pastel? ¡Quiero pastel!
Al no encontrarla en la cocina, Junho se apresuró a la sala de estar. La escena de entrada lo dejó pasmado. Yuri despendía un aura tan negativa y oscura que sintió que podría contagiarlo de sólo acercarse un paso más.
—Noona, ¿qué le sucedió a tu coche? No lo veo en la entrada. No me digas que... —dramatizó, llevando una mano a su boca—. ¿Murió?
Junho limpió falsas lágrimas en sus ojos, pero eso no había funcionado para hacer reír a su noona. La situación era más grave de lo que imaginaba. Despacio, se acercó hasta empujar el cuerpo de Yuri al rincón del sillón y sin discreción alguna, invadió su espacio personal hasta que sus cuerpos se juntaron como uno solo, con la anaranjada felina en el medio.
—Yuri-ssi, puedes contarme lo que ha sucedido. Jun-ie ya está aquí. ¿Quieres una taza de té caliente? —preguntó con su tersa voz, corriendo algunos mechones de pelo negro de su rostro.
Yuri negó con su cabeza y el puchero en sus labios acentuándose.
—¿Sabes algo, Jun-ie? Cuando los inyectores se taponan y si la falta de limpieza persiste, el motor empieza a fallar. Si eso sucede, ¿sabes lo que le pasa al cigüeñal? Se rompe.
—Oh...
—¿Sabías que el servicio de los autos se hace a los cincuenta mil kilómetros? —continuó murmurando, fuera de sí.
—Noona, noona respira conmigo...
—¿Sabes cuánto sale reparar un jodido cigüeñal? ¡Los dos ojos de la cara, así es! —comenzó a patalear en su lugar, sollozando entretanto.
—Pero... ¿Eso es lo que te dijo el señor Gyu? Estás jodida entonces. Él nunca se equivoca con sus diagnósticos.
—No, él... Él falleció el año pasado, Junho. Su nieto es el que está atendiendo el taller ahora.
Los ojos de su amigo brillaron en sus fóveas. Había trabajado un año entero con ese anciano y aun así nunca tuvo la decencia de volver a preguntar por él. El tiempo había hecho una de las jugadas más crueles que le podía hacer a los seres humanos. La culpa lo invadió como un veneno espeso y deseó regresar el tiempo atrás, pero eso ya no era posible.
—Así que el viejo ya no está... Diablos, me siento una mierda de persona —Junho subió sus pies al sofá, abrazando sus rodillas.
—No es tu culpa, Jun-ie. Realmente entiendo cómo te sientes, el mundo de los adultos apesta porque apenas tienes tiempo para los que quieres, o siquiera para pensar en ti mismo. Lo siento.
Yuri lo abrazó como un koala, intentando transmitirle su calidez.
—Está bien, no te preocupes. Sólo me tomó por sorpresa y... Espera, no sabía que tenía un nieto. Ese viejo ocultaba muchos secretos en vida.
—Y vaya nieto...
—¿Qué?
—Es un descarado y sin modales, pero parece que me ha dejado el precio barato por alguna razón. Creo que sólo le di lástima porque soy de la ciudad —infló sus mejillas, recibiendo un cálido apretón en ellas por las manos de su amigo.
—Tal vez le gustaste, eres muy atractiva Yuri-ssi. El tipo ideal de un pueblerino, además.
—¡Claro que no! —se sonrojó, alejándolo de pronto—. Además, te enojarás por esto, pero sí te cociné un budín. Tenía mandarinas y chocolate amargo. Se lo regalé a él como agradecimiento.
Sabía que su amigo reaccionaría del modo más dramático posible. Y en efecto, Junho había puesto esa cara de cachorro mojado que inevitablemente llenaba sus profundos ojos galaxia de lágrimas finas. Él podía llorar como todo un actor cuando le convenía.
—¿Mi budín?
—Estaba lloviendo, entiéndeme. Las cuadras de campo son demasiado largas y en cuesta arriba, estaba con zapatos de tacón. No iba a llevar un budín bajo la lluvia en este contexto —intentó razonar—. Te haré otro, lo prometo.
—Aish, de acuerdo... Por cierto, ¿cómo te movilizarás a partir de ahora sin tu bebé? —curioseó, comenzando a acariciar a Mandarina que se había despertado de la siesta y exigía mimos.
—No lo sé.
Recordarlo le daba dolor de cabeza porque realmente no sabía qué haría tres semanas encerrada, sin movilización alguna.
—Tal vez puedas pedirle ayuda al mecánico, ¿no? Digo, si te dejó el precio barato, esos son amigos que quieres a tu lado.
Yuri lo miró como si hubiera dicho una barbarie.
—Jun-ie, tienes que dejar de juntarte con los niños. Te están contagiando su gran imaginación.
—Piénsalo bien, puedes pasar a preguntarle casualmente sobre los repuestos de esa cosa... ¿Cómo era? ¿Cigüeña?
—Cigüeñal —corrigió.
—Ah, eso. Puedes preguntarle casualmente y en un abrir y cerrar de ojos... Te ofrece ser tu chofer personal e incluso acompañarte a hacer las compras cuando yo no pueda. En serio, piénsalo.
—Sólo quieres deshacerte de mí —reclamó con un puchero.
—¡No! Bueno, un poco sí. Me preocupa que estés aquí sola y ese mecánico me cae bien desde que te rebajó el precio. En serio.
—Bien, supongo que lo pensaré... Pero no pienses que te librarás de acompañarme a hacer las compras.
—¡Aish, está bien! Ahora, una ronda de cosquillas para subir el ánimo —se acercó, amenazadoramente.
Lo próximo que se sintió en la cabaña verde jade sólo fueron carcajadas, largas y dulces carcajadas.
***
A la mañana siguiente la lluvia se había evaporado por completo dejando paso a un cielo azul colmado de nubes tan suaves como el algodón de azúcar. Cuando hallarles forma mientras se balanceaba en la hamaca del jardín la terminó de aburrir, Yuri decidió ir al taller mecánico. Simplemente porque estaba aburrida y su mejor amigo no volvería hasta la hora del té otra vez. Al llegar al taller mecánico de Minho, fueron dos las novedades que notó: primero, su coche ya no estaba donde lo había dejado y segundo, la puertecilla de metal estaba completamente abierta.
Se asomó tímidamente, enfundándose en su cárdigan rosa cuando sopló una enérgica ventisca que trajo las hojas marchitas y el polvo de la tierra. Despeinada y ligeramente sonrosada, entró al taller sintiendo el aire tibio envolverla y una serie de aromas aceitosos mezclarse en su nariz.
—¿Minho? ¿Está aquí? —musitó suavemente, buscándolo con la mirada.
Realmente el muchacho parecía haber desaparecido por cuenta de magia. Y por si fuera poco, el taller estaba con las cortinas abiertas tan despreocupadamente que cualquiera podría entrar con malas intenciones. Allí había coches y seguramente piezas carísimas esperando a ser cambiadas, como su cigüeñal que mejor no seguir trayendo a recuerdo.
Yuri rastreó el lugar con la mirada como la diseñadora que era. El taller era tan amplio como un depósito, mas estaba saturado de autos, algunos incluso sin sus ruedas y en aparente desuso, lo que lo hacía ver más pequeño o al menos no permitía utilizar todo el espacio. El techo era de lámina industrial, no concedía el paso del sol sino por algunas aberturas en el fondo del taller, a través de las cuales ingresaban tibios anillos de luz solar. El suelo de cemento se extendía poblado de manchas de humedad o grasa de procedencia dudosa; había numerosas encimeras a los costados llenas de herramientas, partes de coches e incluso ventiladores, cables, máquinas, martillos y niveles.
De los muebles y cajas de herramientas, mucho Yuri no podía reconocer ni sabía para qué servía. A medida que se adentraba al taller un poco más, logró admirar ruedas y patentes de auto colgadas en las paredes como si fueran un trofeo. Allí también decoraban banderines y telares de coches de modelos viejos. En general estaba limpio, pero bastante desordenado. Probablemente Minho se entendía en ese caos.
Cuando finalizó su recorrido, Yuri divisó a su querido KIA K5 durmiendo cómodamente en un costado del taller, justo en medio de dos coches de mediana marca. Viéndose sola, pues el mecánico aparentemente no estaba allí, trotó hacia él como si no se hubieran visto desde hace tiempo y lo abrazó. Su lindo azul llamaba la atención de inmediato.
—Oh Dios, estás tan sucio. Te ha caído polvo —advirtió, pasando el dedo por el capó y sacándolo casi negruzco.
Estaba a punto de ponerse a sollozar de nuevo cuando el ruido de una herramienta cayéndose al suelo, emitiendo un metálico sonido, la hizo sobresaltar. ¿Había tirado algo sin darse cuenta?
Sorprendida, al bajar la vista se encontró con un par de ojos negros mirándola desde el suelo.
—¿¡Minho!? ¿En qué momento ha aparecido?
Yuri llevó la mano al pecho del susto. Su corazón bombeaba con tanta fuerza que lo sentía nublarle los oídos. El espeso pelo negro de mechones grises caía descuidado en el sucio suelo y su mejilla tenía una pequeña mancha negra como el carbón. El aceite del coche que estaba revisando, recostado bajo el chasis, caía viscosamente sobre sus pantalones tejanos de tela gruesa, como los que se usaban en los años ochenta y ya casi no se conseguía en el mercado.
Ella se sonrojó sin quererlo. Las manos del mecánico estaban completamente grasientas por su trabajo, al igual que toda su ropa.
—He estado aquí todo este tiempo —se burló—. ¿De verdad no lo notaste?
—No... —levemente apenada, se aferró aún más a su cárdigan—. Está usted casi escondido en el suelo, en serio pensé que era parte del coche.
Minho soltó una carcajada ronca que hizo a sus hombros sacudirse de arriba abajo.
—Está bien. Fingiré que no escuché tu dramático reencuentro con tu bebé. ¿Me pasas esa herramienta de allí? —señaló con su cabeza.
Yuri bajó su vista hasta hallar una llave inglesa justo en sus pies. Arqueó una ceja y le devolvió la mirada al mecánico, quien sólo la miró sonriendo con su boca arrogante.
—La tiraste tú, ¿verdad? Sólo quieres que me agache.
—Yo no hice nada —se encogió de hombros, volviendo su atención al chasis.
El pálido estaba terminando de desmontar el motor con unos destornilladores. Con el esfuerzo los músculos de sus hombros se ajustaban tanto a la tela que parecía a punto de resquebrajarse en sus hilos azules si no fuera de excelente calidad. Era la misma camisa de jean modelo viejo que llevaba el día anterior, dos botones desabrochada enseñando unas finas clavículas como el papel, contrastables en su amplio pecho.
Yuri viró sus ojos y tomó la llave inglesa, dándosela en la mano.
—Por cierto Min, dejó las puertas metálicas abiertas. ¿No es eso peligroso? El lugar es grande y podría entrar cualquier persona —le advirtió, llevando las manos detrás de su espalda mientras lo admiraba desmontar cada parte del coche con renombrada habilidad.
Lucía experto, tan acostumbrado a hacer lo mismo cada día que incluso podría mantener una conversación perfectamente mientras sus manos laboraban.
—Ay, ay... Citadinos, siempre iguales —susurró, pero Yuri lo había escuchado perfectamente.
—¿Puede parar? Estoy intentando ser respetuosa.
—Es que no sucederá nada, lindura. Ayer dejé las puertas cerradas por la lluvia, imaginarás que no puedo dejar que se inunde el taller. Pero aquí nos conocemos todos y nadie osará robarle al taller del barrio. La gente me ama. Gracias por preocuparte por mí, lindura —volvió a burlarse.
—¿Por qué me coquetea? ¿Acaso soy su tipo? —ladeó su cabeza, incómoda.
De pronto recordó las palabras de su mejor amigo.
¿Realmente los pueblerinos querían salir con citadinas como ella? A Yuri nunca le había interesado alguien de Daegu y no quería tener que rechazar al mecánico que tenía en cuidado a su bebé. Eso no estaba dentro de sus planes.
—Sí, creo que eres mi tipo —admitió sin pudor.
Y eso definitivamente la dejó descolocada. Yuri retrocedió por reflejo, tropezando con su propio coche. ¿Por qué su corazón se había acelerado de esa manera? Un fino halo solar caía sobre el rostro pálido del mecánico, haciendo que frunciera sus cejas gruesas cegándose levemente. Su piel parecía brillar tanto como las nubes de esta mañana, incluso aunque luciera una sutil mancha de material en su mejilla y estuviera completamente sucio.
Extrañamente lo había vuelto atractivo en ese instante.
—Qué descarado —dijo finalmente, rehuyendo demostrar cuánto le habían afectado esas palabras.
Tal vez si dejaba de mirarlo funcionaría y su corazón podría calmarse. Podía sentir sus mejillas calientes, por lo que se dio la vuelta y comenzó a caminar alrededor generando un compás hueco con sus tacones cuadrados. Observaba el auto de al lado y tocaba los espejos retrovisores como si fuera lo más interesante del mundo.
—¿Para qué viniste, lindura? No es que me moleste que me hagas compañía, pero te dije que tu bebé estaría en tres semanas —inquirió el hombre.
—¿Qué le interesa? Tenerme aquí es un regalo, no sucederá a menudo. Yo que usted debería estar contento.
—¿Quieres trabajar conmigo?
—¡No! —exclamó.
—Bueno, podría pagarte por pasarme las herramientas cuando te lo pida.
—¿En serio? ¿Cuánto? —cayó inocentemente.
El mecánico terminó de desmontar el chasis y se puso de pie, luciendo impoluto a pesar de la suciedad de sus pantalones. Con sus grandes manos de falanges esqueléticas, recogió las herramientas que había utilizado y por fin, después de lo que pareció una eternidad, le devolvió la mirada.
Los ojos de Minho eran perturbadores y misteriosos como el témpano.
—¿De verdad quieres saberlo? —se sonrió con burla.
—Mejor ya no.
—No hablaba de dinero, lindura —le dijo de igual manera.
Yuri se sonrojó rabiosamente, compitiendo con el rosado de su cárdigan.
—¿Le ofrece lo mismo a todas?
—No, de verdad eres exclusiva. Me gustan las citadinas como tú, tan inocentes —le confesó todavía divertido, guardando las herramientas en su caja.
—Pues lamento decirle que no tomaré su oferta, Minho. Usted no entra en mi tipo.
A pesar de sus palabras, Yuri siguió al mecánico a la distancia cuando lo vio dirigirse hacia la puerta de entrada. Sus pasos resonaban con eco por el suelo de cemento, a diferencia de los del pálido que eran más silenciosos porque sus borcegos marrones eran lisos y no tenían taco.
—A ver, ¿no soy tu tipo porque estoy grasiento y soy un sucio mecánico? —curioseó sin mirarla, mientras tomaba unos papeles de la mesa que hacía de recepción y anotaba algunas cosas.
Pero Yuri no dejaba de mirarlo en ningún momento, verlo trabajar resultaba algo bastante entretenido por algún motivo. Cuando se concentraba, el mecánico lucía sumamente serio y su perfil era tan atractivo que parecía tallado a mano.
Yuri fingió pensar su respuesta, aunque realmente estaba pensándola de verdad.
—No, creo que eso no me molesta. Usted no es mi tipo simplemente porque no me gustan los hombres que no cuidan su lengua por ser excesivamente directos —finalizó, convencida de su ilustre respuesta.
—¿Entonces sólo viniste para malhumorarte?
Minho le alcanzó un papel.
—¿Qué es esto?
—Mi número de teléfono. Llámame cuando quieras.
Yuri miró el papel sintiendo sus mejillas incendiarse. Sin embargo lo tomó y lo guardó en el bolsillo de sus jeans, fingiendo hacerlo obligada.
—Si sigue coqueteándome, realmente no volveré a venir —advirtió con una molestia poco creíble.
¿Por qué su voz temblaba y todo su ser se estremecía? Ella nunca actuaba de una manera tan infantil pero estaba poniéndose tan nerviosa a su lado que no sabía qué hacer para no exhibirse a sí misma. El corazón le martillaba con fuerza y no alcanzaba a pensar con claridad.
—Eso sería una pena, Yuri-ah —comenzó a negar con su cabeza—. Descansemos un rato antes de arreglar el Ford Fiesta de allí. Necesito un cigarrillo y luego un café cargado.
El pálido se dirigió hasta un balde de pintura que hacía de asiento en la entrada y se sentó allí, no sin antes traerle una silla como la gente para Yuri. Ella se arrimó a su lado, agradeciendo con timidez. Vio cómo el mecánico encendía un cigarrillo de su cajetilla y expulsaba el aire de sus pulmones con alivio, observando el panorama tranquilo del barrio y el cielo que se extendía inmenso por la falta de edificios.
Las nubes brillaban gráciles entre el sol de mediodía.
—¿No almuerza usted? —preguntó Yuri.
—No. A veces la señora Cho me trae algunos sándwiches, pero si no, no como nada.
—¿Quién es la señora Cho?
—Ah, citadinas... —se burló, recibiendo un codazo y finalmente carcajeándose—. Es la panadera del barrio, su local está en la calle del frente. Es el de allí —señaló una tienda pequeña con el letrero en rojo de un croissant.
—Oh... Entonces mañana le traeré el almuerzo, si le parece.
—Ah, acabas de recordármelo. Tu budín estaba delicioso, lo comimos con Shilby mientras veíamos las mismas películas que pasan siempre en el canal de aire.
—¿Quién es Shilby?
—Mi perro —volvió a exhalar el humo.
Lucía desgarradoramente atractivo para Yuri mientras fumaba de perfil y sostenía la colilla con sus dedos blancos, un poco más limpios luego de usar un trapo. De vez en cuando apretaba la mandíbula y sus mechones negros caían sobre sus rasgados ojos.
—Me alegra que le haya gustado el budín —sonrió, más contenta de lo que debía por el cumplido.
—Sí, para ser una citadina, cocinas increíble. No por eso me aprovecharé de ti, no es necesario que me traigas el almuerzo. Puedo vivir de café y coñac.
—Eso no suena muy saludable.
Minho se encogió de hombros.
—No conozco otro estilo de vida y dudo cambiar a mis veintiocho años.
—Oh... Sólo es dos años mayor que yo —se asombró.
Creía que el hombre tenía al menos treinta. Los jóvenes que conocía en Seúl de su edad no eran nada parecidos a él. Eran mucho más inmaduros y sus únicos intereses eran todavía salir de fiesta luego del trabajo o encerrarse en las salas de juegos.
En cambio el hombre vestía tejanos viejos de los ochenta y su mirada era calculadora, razonada y pulida por la experiencia de los años. No era nada parecido a un hombre de Seúl, en él las manos obraban trabajadoras y despedía un aura llamativamente varonil que endurecía su rostro.
—¿Me veo más viejo? —preguntó, lanzando la ceniza de su cigarro al suelo.
—No realmente... Por cierto, Min, tiene algo negro en su mejilla.
—Límpiamelo.
Yuri se sonrojó, ya perdiendo la cuenta de las veces que lo había hecho en este tiempo con él. ¿Siempre era así de desvergonzado o sólo era porque coqueteaba con ella? A Yuri nunca le había puesto tan nerviosa un hombre, y no es que no tuviera experiencia con ellos. En Seúl, en las fiestas que solía ir, los chicos iban directo al grano y ella también. Eso no le molestaba en ningún momento.
Pero ahora se sentía diferente, no había ninguna intención sexual detrás. ¿Por qué entonces no era capaz de limpiar la mancha de su mejilla y sus dedos temblaban tanto?
—Límpieselo usted —intentó regañarlo, pero su voz flaqueó.
—Eres mala, lindura. No puedo ver dónde está sucio. ¿Es por aquí? ¿O aquí?
Minho tanteó algunos terrenos de su rostro, pero realmente no tenía cómo saber dónde estaba esa mancha suave como el carbón. Entonces Yuri suspiró, resignándose a él, y finalmente tomó suavemente su rostro con su delicada mano cuyos dedos traían anillos de plata.
—Como es tan torpe, lo haré por usted. Déjeme ver... —susurró suavemente.
Tomó su barbilla con la mano izquierda y con su pulgar derecho intentó quitar la mancha con suaves toques que parecían caricias. La suciedad comenzó a esfumarse paulatinamente hasta desaparecer. Notó que la piel de Minho era tan suave como la porcelana blanca y tan delicada que parecía a punto de quebrarse si ejercía más fuerza que la efectuada. Sin embargo, aunque la mancha desapareció hace tiempo, Yuri no dejó de acariciar sus pómulos un poco más.
Y se miraron a los ojos, compartiendo un silencio que decía muchas cosas.
4
Ese martes Junho no tenía que ir al jardín debido a que el establecimiento permanecería cerrado todo el día por arreglos. La calefacción a gas se había averiado y los niños no podían estar pasando frío en medio del campo, lejos de sus casas. Es por eso que la dirección había hecho demandas y enviado cartas documento con insistencia a la municipalidad de Daegu. Finalmente, un equipo de gasistas matriculados había viajado para hacer los arreglos que el jardín necesitaba.
Para Junho era una maravillosa noticia. Muchos niños habían enfermado e incluso él se sentía resfriado trabajando en esas condiciones. Podría pasar el día entero con su mejor amigo en casa. Sin embargo, ese día al despertar, no imaginó que la situación en su cocina estuviera de ese modo.
Particularmente caótico.
—Yuri-ssi, ¿qué demonios haces? —interrogó apenas puso en pie en la cocina—. Dios sabe sólo qué te pasa por la cabeza. Tal vez te picó una avispa del jardín, creo que hay algunas especies venenosas —concluyó, aunque su amiga no estaba escuchándolo realmente.
Yuri estaba cocinando desde temprano en la mañana, aparentemente un almuerzo. Cabe destacar que Junho jamás había visto a su amiga cocinar algo que no fuera dulce en los veintiún años de amistad que llevaban. Sabía que en Seúl la situación no era ciertamente otra. Por lo que su amiga le comentaba, su alimentación básica consistía de fideos instantáneos y comida pre-elaborada de tiendas de guarniciones. A duras penas, llegaba a hacer un gimbap casero si se sentía aburrida en casa, pero siempre ponía demasiada verdura o mucho arroz y terminaba desarmándose antes de siquiera apoyar el cuchillo para cortarlo en rodajas.
Verla ahora rajantemente concentrada, con la cocina hecha un desastre y las uñas rojas sucias de condimento era algo sumamente conmovedor.
—Dios, ¿¡por qué es tan difícil ser una citadina!? —bramó, viéndose únicamente trastornada para los ojos de su amigo.
—Noona, ¿tienes fiebre o algo? Podría llevarte al…
—¡Podrías ayudarme en lugar de ver! —completó enmarañada.
Estaba cocinando arroz, salchichas y gimbap. Nada complicado en realidad.
—¿Por qué te esmeras tanto si estás haciendo un simple almuerzo para mí? Como te salga, seguro será comestible.
—Porque no es para ti, Junho. Es para alguien más.
Oh. Eso tenía sentido.
Junho ignoró el hecho de que se haya sentido como una patada baja.
—Primero mi budín, luego mi almuerzo... ¡No me digas que es por ese mecánico! —aclamó, señalándola sin creerlo.
La respuesta que recibió fue el silencio, totalmente suficiente. Yuri continuó intentando enrollar el gimbap sin grandes resultados, pero él no la ayudaría. No luego de verse humillado de ese modo. Además, si quería cortejar a un hombre, él no era quién para meterse en medio de sus asuntos.
—Yuri, en otras cuestiones, respóndeme algo. ¿Ese número telefónico que está en la nevera, con el papel mugroso y amarillo, es de él? —se cruzó de brazos. Eso ya era tema serio.
La pelinegra lo miró con ojos cansados.
—Sí, es de él. Nunca está mal tener el número de un buen mecánico por si algo sucede —razonó, volviendo su atención inmediata al gimbap.
De pronto, exclamó un grito agudo y corroboró que las salchichas con forma de pulpo no estuvieran quemándose. También debía lavar algunos tomates cherry para decorar el puñado de arroz. Yuri comenzaba a sentirse agobiada.
—Yuri-ssi... No te hagas la tonta, que de tonta no tienes nada. Sabes que ese número te lo dio con otras intenciones. Sácalo de mi nevera o lo hago yo —intentó ser rudo.
Pero su amiga estaba histérica, el gimbap no le estaba saliendo como quería y terminó desistiendo de todo en algún punto, tal vez las palabras de Junho habían terminado de embarrar el terreno. Porque pronto Yuri salió disparada hacia el patio, dejando que las salchichas y el arroz terminaran de cocerse con el fuego al mínimo. Se sentó en una hamaca y arrancó una margarita con un enojo infantil. La situación era tan parecida a los niños de jardín con los que Junho trataba a diario que no pudo evitar sonreír con ternura. ¿Desde cuándo su citadina amiga se comportaba de este modo?
Observó cómo comenzaba a deshojar a la pobre margarita lentamente, con una tensión ahogada y murmurando algunas palabras inconcebibles para el oído del ser humano cuerdo. Junho intentó ocultar su sonrisa al momento de sentarse en la hamaca de al lado. Alrededor las aves cantaban suavemente y las abejas absorbían el polen de las flores bajo el tibio sol de invierno.
—Yuri-ssi, ¿qué ocurre? Puedes contar conmigo y lo sabes.
Súbitamente, desbordada por algo que sólo ella entendía, Yuri arrancó todos los pétalos de la pobre margarita con rabia. Lanzó el tallo pelado lejos de su vista y se cubrió el rostro con las manos, pequeñas y de uñas rojas.
—¡Me siento tan confundida! ¿Por qué hago cosas como prepararle el almuerzo? ¡Quise que comiera algo decente! ¡No es mi problema, no es mi problema! —pataleó, hamacándose con más velocidad.
—¿Qué tiene de malo si él empieza a gustarte, noona? —intentó entenderla, pero realmente no hallaba el motivo de su malestar.
—Es... No lo entiendes. Me sentí una idiota cuando lo fui a visitar al taller. No supe qué decirle y el muy idiota se la pasa burlándose de mí. ¡Es tan descarado! —gritó al final.
—¿Y qué tienen que ver las margaritas con eso? —rio.
—Pues... Estaba intentando decidir. Me gusta, no me gusta. Ya sabes, esas cosas.
—Tienes que escuchar a tu corazón en lugar de hacer esas cosas, noona.
Yuri suspiró, calmando su semblante a uno más racional. Su amigo tenía razón.
—¿Por qué siento que este hombre también sabe arreglar corazones además de autos?
—Iugh, qué cursi. ¿Tienes el corazón roto?
—Roto no, pero tal vez destartalado. Ese hombre... Olvídalo, creo que sólo estoy fantaseando cosas. ¡Ah, las salchichas Jun-ie, las salchichas!
Yuri se levantó a las corridas. Por suerte nada se había quemado. Al final a Junho le dio un poco de pena, o tal vez sólo fue manipulado por sus anteriores palabras, pero la ayudó a enrollar el gimbap exitosamente y hasta acomodaron juntos la comida en una vianda con los rojos tomates adornando.
—Definitivamente le encantará, noona.
—No me interesa su opinión. Yo sólo lo hago porque me dio lástima, que no se acostumbre —avisó al aire.
—Como digas, como digas... —rio—. Ve a ponerte linda, Blanca nieves. Tu príncipe te espera.
—¡No es un príncipe, de ningún modo! Es más bien como el pirata borracho de los cuentos.
—Qué feos gustos, noona.
Yuri viró sus ojos, pero no dijo nada más. Tenía que prepararse para salir o la hora del almuerzo se iría volando y no quería que la señora Cho le llevara los sándwiches antes que ella. Nadie podía ganarle hoy.
***
Las nubes del cielo se dispersaban con una gélida ventisca para cuando Yuri llegó al taller mecánico. Tiritaba ligeramente con la vianda en manos. Había caminado despacio las cuadras de distancia para que nada se saliera de su lugar. Se sorprendió abiertamente cuando encontró al mecánico en la entrada del taller, sentado en el balde de pintura con las mismas ropas del día anterior y sorbiendo de una petaca de estaño escocés.
Esta vez no se encontraba solo. En otro balde un poco más bajo yacía un joven que daba la impresión de ser menor que él. Vestía una simple chaqueta de mezclilla oliva, pantalones tejanos amplios del mismo modelo antiguo, empero sin ninguna mancha de aceite en ellos. El pelo color miel caía lacio por su frente y al sol lo hacía lucir como una pequeña ardilla. Su sonrisa tenía la forma de un corazón y ablandaba su rostro grácilmente, sobre todo los pómulos altos y el defecto de la forma de su nariz, con el puente marcado, parecía pasar desapercibido cuando sonreía. Abrigaba una piel suavemente bronceada para ser invierno, como si fuera oriundo de una provincia más cálida.
El nuevo joven volteó a verla cuando lo vio llegar, empero Minho estaba demasiado concentrado en lo que le estaba relatando. Por un momento, Yuri pensó en retroceder por donde vino. De alguna manera se sentía fuera de lugar. El apuesto desconocido dejó de mirarla enseguida y su atención volvió como el imán hacia el relato del mecánico. Ellos se sonreían y por un momento pensó que lucían demasiado cercanos para ser colegas.
Cuando ya no pudo soportar su rol de espectadora, Yuri se acercó provocando ruidos huecos con sus stilettos en el cemento. No supo de dónde sacó el valor para pronunciar sus próximas palabras.
—¿Esto es lo que usted llama "trabajar", Minho-ssi? —reclamó, con su voz serena.
El hombre se giró a verla parpadeante y sin descaro alguno, rastreó de arriba abajo su silueta. Había optado por una falda marrón con medias y una camisa en tono crema con el cuello en V, tal vez demasiado fina para esta temperatura invernal. Sobre ella, una capa similar a un hanbok en tonalidad marina, de sedoso material; larga hasta las rodillas y afelpada por dentro. A Minho parecía haberle capturado la atención.
—¿Quién es ella, hyung? —habló el castaño cuando el silencio fue torturante. Su voz era varonil, pero más suave que la del mecánico.
—Ah... Una citadina, ¿que no lo ves?
Minho no le quitaba los ojos de encima y eso la hacía sentir excelsa, ciertamente poderosa ante él. Sin embargo sólo bastaba escucharlo hablar para que esa burbuja fuera reemplazada por la molestia en un chasquido.
—Sí, definitivamente no luce como alguien de aquí —rio el chico, perdiendo su interés.
El mecánico sorbió de su petaca escocesa, de amarronado cuero sosteniendo el estaño, mientras sentía burlonamente la expresión caprichosa de Yuri sobre él.
—Realmente no merece tener mi KIA K5 en su taller. De hecho, ¡ni siquiera merece mi presencia! Me iré por donde vine. Puede seguir con su... Irrespetuosa compañía —lo atacó notable, corriendo el flequillo de sus ojos con un suave movimiento de cabeza.
—¿Estás celosa, Yuri-ah? —el hombre se carcajeó en lo bajo—. No te vayas, lindura. Hoseok ya se iba.
—¿Me estás echando? —el joven lo miró de mala gana.
Sin embargo, Yuri decidió intervenir.
—Dije que me marcho, ¿qué no escuchó? Pero antes, toma tu estúpido almuerzo, Min —le extendió la vianda brutamente, envuelta con un moño delicado en una tela celeste pastel y flores de cerezo—. Te lo prometí y yo cumplo mi palabra.
Hoseok miró sorprendido cómo su amigo aceptaba la vianda que la mujer le ofrecía y una sonrisa honesta se dibujaba en su rostro.
—No te vayas, por favor. Quédate mientras ves mis reacciones al comer tu exquisita comida, y déjame darte un cumplido al terminar. ¿No es eso lo que estabas esperando?
Minho se puso de pie y la tomó de la muñeca sin previo aviso, evitando su escurridiza huida.
—No esperaba nada. Sólo cumplí con mi palabra, eso es todo —retrocedió un paso, casi trémula.
—Es una lástima, porque yo sí estaba esperando que vinieras —le confesó en una voz grave, infinitamente oscura.
Lo miró a los ojos y sintió que algo en su interior se sacudía fascinante. Parecía indagarla con la mirada, tal vez convencerla de que se quedara y Yuri realmente no podía negarse si la miraba de esa forma. Los cabellos oscuros se batían en desordenados bucles sin peinar, supo que tenía reflejos chocolate bajo el sol y que sus ojos danzaban genuinamente amarronados a la vez, ejerciendo una fuerza magnética.
—Sólo será un momento —cedió.
Minho sonrió, liberando su muñeca cuando obtuvo la respuesta que quería.
—Hoseok, ve a recepción por favor. Tráele una silla a la chica y ofrécele algo de beber.
—Ok, ok, marchando.
Obediente, el castaño llevó el balde en el que estaba sentado hacia adentro y le alcanzó una silla a Yuri. Acto seguido, desapareció en el interior del taller no sin antes haberle traído una taza de té en un cuenco de porcelana.
—Ten. No sé si te gusta el té verde, pero es el único que Minho tiene en su taller —se disculpó amablemente.
¿Por qué tenía que ser tan simpático? Yuri quería molestarse con él por haber causado esas sonrisas en el mecánico hace unos momentos, pero sólo pudo aceptar cohibida su acto de atención.
—Está bien, gracias —le sonrió.
Cuando Hoseok se marchó, dejándolos solos, se pronunció un silencio sólo interrumpido por los movimientos del pálido al abrir la vianda. Yuri se removió incómoda a su lado, sorbiendo del té humeante que calentó su esófago de inmediato.
—¿Estaba bebiendo antes? —preguntó, recordando la petaca que había visto.
—Creí haberte mencionado que vivo del coñac y café.
—Es apenas mediodía, ¿cómo puede beber alcohol a esta hora?
—Hay que entrar en calor en invierno —respondió indiferente—. Ah, esto... ¿Por qué luce tan jodidamente lindo para un hombre tosco como yo?
Minho sonreía mientras observaba la vianda blanca con los alimentos que Yuri había preparado, incluso con adornos y formas. De pronto se sintió torpe, había preparado un almuerzo como el que una colegiala le daría a su enamorado en la adolescencia. ¿En qué cabeza cabía que eso iba acorde con el hombre a su lado, completamente sucio por una mañana llena de herramientas?
—Tal vez me excedí un poco —reconoció con un sonrojo.
—No, está perfecto —aseguró, probando una de las salchichas.
Yuri había incluido un juego de palillos descartable en la vianda porque supuso que el hombre no tenía en su taller y en ese momento agradeció su brillante mente previsora. Tímidamente, observó de reojo la reacción del mayor. Leer sus gestos era difícil, pero al menos no lo había escupido y eso era buena señal.
Masticaba en silencio, admirando la lividez del cielo. Su perfil era un mapa perfecto, de nariz redondeada, labios rellenos con forma gatuna y una línea maxilar que dividía las fronteras de su soñado rostro. Era un paisaje lleno de llanuras, curvas y brillaba como estrellas blancas.
—El chico de antes... ¿Él trabaja aquí? —inquirió cuando sintió la necesidad de llenar el silencio. Era peligroso.
Si su atención no iba a ninguna conversación, comenzaba a tener ese tipo de pensamientos vergonzosos. El mecánico terminó de masticar el trozo de gimbap antes de asentir con su cabeza.
—Le estoy enseñando de a poco. El viejo Gyu lo quería demasiado, nos conocemos desde niños. Aunque a mí siempre se me hizo un poco pegajoso. Creo que en parte lo he aceptado por las insistencias de mi abuelo. Ahora somos buenos amigos y futuros colegas —le explicó, lamiendo sus labios cuando algo de salsa de soja quedó humedeciéndolos.
Yuri se obligó a desviar la mirada. De pronto su garganta sintiéndose seca y sus oídos bombeando su inquieto corazón.
—Bueno, eso explica haberlos visto de ese modo tan cercano antes —jugó con sus anillos de plata, desviando su mirada hacia un contenedor de basura en la otra esquina.
Sí, literalmente estaba dándole la espalda al hombre. No podía seguir viéndolo, no hacía uso de razón. Se sentía tan nerviosa a su lado que podría desarmarse en mil pedazos, y de pronto desear que sus manos la volvieran a arreglar.
Caprichosamente.
—Ah, sí. Él siempre viene por estos lares cuando no tiene nada que hacer. Veo que en eso es parecido a ti —se burló.
Yuri se cruzó de piernas sutilmente, fingiendo no haberlo escuchado. De reojo, observó cómo la vianda estaba ya vacía. Para ella, sólo había transcurrido un parpadeo. ¿Cómo es que el tiempo se pasaba volando a su lado, tornándose tan insignificante como una mota de polvo? Tal vez simplemente su razón se apagaba como desconectarías un enchufe de la corriente.
—Bien, como ya ha terminado su almuerzo, creo que es hora de irme —resolvió, poniéndose de pie—. Gracias por el té.
—Todavía no escuchaste mis cumplidos —abrió sus finas piernas y cruzó sus brazos, quizás a la defensiva.
Yuri arqueó una ceja, mirándolo con descreimiento.
—Lo escucho, Min.
—Estaba delicioso, aunque a la próxima no le pongas tanta sal al arroz e hidrata el gimbap antes de enrollarlo.
—¿Qué clase de cumplido es ese?
—Las salchichas salieron perfectas —sonrió.
Yuri arrugó más su nariz, sin querer haciendo un puchero. Creyó que le diría algo más bonito, pero al parecer sus expectativas habían volado hacia el espacio como un niño dejando ir un cometa. Siempre se creía incapaz de volver a encontrar su hilo entre tantas nubes.
—De acuerdo. No volveré a traerle el almuerzo nunca más.
—Yuri-ah —lo llamó, obligándolo a girarse—. Hoy cerraré temprano.
—¿Qué hay con eso? —se sonrojó, arropándose con su hanbok cuando sopló una fría ventisca que heló su cuello descubierto.
El mecánico se puso de pie, cerrando la vianda con delicadeza y dejándola sobre el balde de pintura. Sólo entonces conectaron miradas. Se sintió como si hubiese pasado una eternidad de la última vez, a pesar de haber sido hace sólo unos segundos. Simplemente no podía evitar sentirse de ese modo, algo diferente cuando el hombre la tomó de la mejilla y acarició suavemente, haciendo que sus ojos brillaran.
—Te estoy invitando a salir, citadina.
La baja voz estremeció todo su cuerpo. De pronto allí no había brisa, no había tierra en los árboles ni pájaros cruzando el pálido cielo de diciembre. Sólo existía esa aura magnífica que envolvía su cuerpo como un sedante, el pulgar de rugosa yema acariciando burdamente su mejilla, un tacto que jamás había sentido porque no había visto unas manos como esas, tan instruidas, tan blancas, jamás en su vida.
Cuando Minho ahuecó su rostro entre las dos manos y miró su boca más de lo debido, ella lo empujó de la camisa tejana con fuerza, alejándolo un poco. No podría resistir la cercanía.
Estaba perdiendo un juego que no había querido iniciar.
—Lo siento, no creo poder salir con usted.
—¿Me rechazarás así como así luego de haberme preparado un almuerzo tan lindo como tú? —le dijo, pero allí no había ninguna pizca de broma como solía tener.
Minho parecía un poco lastimado con sus palabras. Es por eso que Yuri no tuvo valor para decir nada más, sólo admiró en silencio cómo las manos que ahuecaban su rostro ahora se alejaban. Observó los cabellos espesos brillando bajo un tibio fulgor que penetraba las nubes y su nítido perfil, cada vez más lejano.
—Ven, te mostraré a mi bebé —como si nada, de pronto el mecánico desapareció en el interior del taller.
Y Yuri no pudo hacer otra cosa que seguirlo, suspirando al aire porque de haber sido sincero consigo misma, su respuesta habría sido completamente diferente. Tal vez culparía a esas torpes margaritas y al hecho de que le había tocado un "no me gusta" con la primera flor.
Cuando Minho habló de su bebé, realmente no esperó que se subiera a un auto descapotable en tono verde militar. El modelo era antiguo pero lucía inmaculado, su color tan brillante que parecía recién lustrado al igual que los faroles de blanco refulgente. Las ruedas brillaban un plateado hermoso, los sillones eran de un acolchonado rojo y Minho parecía realmente cómodo allí, con sus finísimas piernas bien abiertas mientras sostenía el ancho volante con sus manos varoniles.
Yuri sintió que una oleada de verano arremetió en su cuerpo.
—¿Qué hace, Minho? —puso sus manos en la cintura, admirándolo encender el coche con un juego de llaves.
—Sube.
—De ninguna manera. No me subiré a esa cosa.
—¿Nunca viste un Chevrolet Nova del 62' convertible en tan buen estado? Es mi bebé, así como tú tienes el tuyo. Si no quieres subir al copiloto, ¿tal vez subirás si te ofrezco este lugar? —descarado como él era, palpó sus delgados muslos.
Yuri chasqueó la lengua con vergüenza, su rostro tornándose rojo. Hoseok había escuchado eso y estaba intentando con todas sus fuerzas no reírse.
—Me subiré sólo porque no quiero que Hoseok se haga ideas raras con tus comentarios.
—Encima de mí o no hay trato —sonrió ladino.
Ella viró los ojos, tomando el asiento de copiloto de todas formas. Esperó a que él le dijera a dónde se dirigían, pero eso no iba a suceder.
—Hoseok-ah, cierra bien el lugar. No volveré esta noche.
Esas fueron las últimas palabras de Minho antes de desaparecer con el viento. Arrancó el coche a toda velocidad, sin importarle que fuera descapotable y el cabello de Yuri se despeinara en el frío helado del invierno y soltara un chillido hacia su nombre.
5
Yuri no estaba segura de que el Chevrolet Nova del 62' estuviera en tan buen estado como lucía. Según el nuevo dueño, había sido la primera adquisición del abuelo Gyu cuando tenía apenas veinte y se había mantenido impecable desde entonces, con revisiones y limpiezas anuales. Pese a todo, despedía un gas oscuro al andar que definitivamente no era bueno para el medio ambiente.
No había opinado ni pronunciado palabra alguna, tampoco del cuestionable sonido del motor, que según Minho era algo normal en los coches antiguos porque su maquinaria era más pesada que su KIA K5. La radio estaba encendida en el canal local, pero no podía oírse en lo absoluto puesto que el viento aumentaba cada vez más en la vacía ruta y presionaba en sus inexperimentados oídos. Yuri estaba completamente despeinada, su flequillo negro molestaba en el rostro y sus ojos ardían por el viento. Por supuesto que lo había maldecido en contadas ocasiones para que bajara la velocidad.
—Le quitas lo divertido a la vida, lindura —le respondía él, sonriendo con una colilla de cigarro mordisqueada entre sus dientes.
El humo también era dejado atrás. Tras el cigarro, Minho se llevaba un chicle a la boca, lo que le hacía tener un aliento de menta camuflada en tabaco, algo vulgar. Tras eso, el profundo aroma a crema de afeitar y los líquidos aceitosos todavía adheridos a su ropa con perfume a jabón y naftalina, culminaban en una mezcla desagrdable al soplar en su dirección.
En plena tarde el sol comenzaba a dar de frente en el asfalto, por lo que en cierto punto agradeció que el coche fuera descapotable. El polvillo seco de Daegu ascendía con la rotación de las ruedas, pero el Chevrolet Nova era lo suficientemente alto para que no se sintiera en su nariz. A medida que avanzaban en la ruta, la tierra fresca comenzaba a volverse una suerte de arenilla dura.
Y todavía Minho no le decía a dónde se dirigían. Hastiada, lo observó de reojo. A él no le importaba en lo absoluto. Lo decían las finas piernas abiertas y la relajación de su mano derecha al conducir. El brazo izquierdo reposaba en la ventanilla baja, con la piel blanca brillando bajo el sol por la camisa arremangada. Sus flequillos chocolate al sol y gris se batían furiosamente a los cien kilómetros por hora que el coche mantenía, dejando ver su frente de a ratos y las gruesas cejas negras relajadas.
—¿Por qué no me dice a dónde vamos? ¡Ha agotado mi paciencia! Lleva conduciendo una hora. Son las tres y media de la tarde. Anochecerá a las seis en punto y tendremos al menos otra hora más para regresar a casa —Yuri parloteó sus cálculos, un poco más alto para que su voz se oyera molesta entre el fervoroso vendaval.
—¿Quieres que paremos? Falta al menos una hora más —le ofreció, girándose a verla—. Hay una estación de servicio a mitad de camino. Piénsalo bien lindura, si no, tendrás que esperar hasta que lleguemos.
—¡Sigue evitando mi pregunta! ¡Es usted increíble! —protestó, llevando una mano a su frente para evitar la corriente de aire en sus ojos.
—Tal vez porque quiero que sea sorpresa, ¿no crees?
La verdad es que tenía ganas de ir al baño y también comenzaba a sentir hambre. No había almorzado luego de su ajetreada mañana y no estaba en sus planes quedarse en el taller tampoco. Como siempre, todo había salido al revés. No tuvo más opción que asentir a su propuesta, estirar las piernas y descansar sus ojos del viento le haría bien. Además, su piel comenzaba a secarse con el polvillo y odiaba sentir la cara áspera.
—De acuerdo, paremos.
—Prométeme que no saldrás corriendo.
—Como si tuviera dónde ir —viró sus ojos—. Créame que lo he pensado desde que me subí a esta cosa.
—Nada te ha detenido, lindura. Tú decidiste subirte sola.
—¡Cállese! ¡Lo lanzaría de los barandales si hubiera! —gritó, recibiendo otra carcajada más alta.
La ruta estaba desértica de no ser por algunos camiones productores. El polvillo duro del suelo permitía únicamente la plantación de algunas plantas verduzcas, pastizales casi amarillentos por el seco clima. Todavía estaban cubiertos de la escarcha que se había formado esta mañana. Yuri se cuestionó si realmente había una estación de servicio o si el mecánico en verdad la estaba secuestrando.
Afortunadamente su mente soltó el resto de cavilaciones cuando una gasolinera se mostró a lo lejos. La velocidad del auto fue descendiendo de a poco.
—Dios santo, por un momento creí que... —musitó, llevando la mano a su corazón.
—¿Creíste que estaba secuestrándote?
—¿Cómo lo supo?
—Sé cómo piensan los citadinos como tú —sonrió, estacionando el coche en un costado.
Yuri intentó abrir la puerta, pero estaba tan dura que no pudo hacerlo. El pálido la abrió por ella desde afuera, fingiendo galantería y ganándose una mala mirada. La mujer comenzó a caminar hacia la estación de servicio, ignorándolo por puro berrinche.
—Ay, ay... ¿Por qué me tratas así, Yuri-ah? ¿Qué te he hecho? —murmuraba el mecánico, alcanzándola fácilmente, pues no estaba yendo tan rápido.
—No lo sé, quizá secuestrarme, ¿no lo cree? Cómpreme un sándwich y lo trataré mejor. Iré al baño, espero que al volver tenga todo listo —le advirtió, dándole la espalda y saludando amablemente al chico de la tienda, quien le indicó con una sonrisa dónde estaba el sanitario.
Minho sonrió ladino, admirando la silueta marchándose.
—Ah, esta chiquilla... ¿Tienes algo bueno que ofrecer?
El joven que atendía lo miró cohibido. Era un adolescente y el mecánico solía intimidar a las personas menores que él con su rudeza.
—Claro, hay sándwiches de atún, jamón y queso, de pollo y huevo. ¿Cuál desea llevar, señor? —ofreció toda su carta, expectante.
Minho rascó su cabeza, observando las heladeras frente a él que contenían los aperitivos con sus precios. El más barato era el de huevo y el más caro el de pollo. Meditó por unos momentos su elección.
—Dame uno de jamón y queso. Y si tienes algo dulce que acompañe bien, ya sabes.
—¿Algo dulce para beber como un batido de fresas?
—Sí, sí, eso. Y un chocolate, de esos caros. Pero tampoco tan caro, el que tengas estará bien —Minho sacó su billetera, de grueso cuero marrón carcomido por el tiempo, otra herencia más de su abuelo.
Comenzó a contar los billetes que había cuando el joven le dijo el precio. Al ver que no era tan elevado, le pidió un café enlatado y otro paquete de cigarrillos por si acaso. Cuando terminó de pagar, Yuri regresó de los sanitarios, nuevamente peinada y con el maquillaje impecable.
—¡Minho-ssi! —lo señaló con el dedo, lucía furiosa.
El mecánico tomó la bolsa con sus compras luego de agradecer. Sólo entonces se giró a ver a esa pequeña bola de cabellos negros que lo miraba con chispas en sus ojos.
—¿Qué se te ofrece, lindura?
—¡No me avisó que me veía tan desastrosa! ¡Tenía hasta pasto en el pelo, idiota! ¡Estaba hecho una zarrapastrosa como usted! —alegó, cruzándose de brazos.
Adorable. Eso fue todo lo que cruzó por la cabeza del pálido, incluso aunque hubiese sido rebajado de esa manera frente a un púber.
—¿Zarrapastroso? Ah no, no dijiste eso. Me temo que te quedarás sin comida por comportarte tan desobediente en tu secuestro —negó con su cabeza en ironía, marchándose tras saludar al joven de la tienda, quien miraba la escena consternado.
Esperaba que no pensara que se trataba de un real secuestro. Por la forma en la que ella lo siguió, zapateando ruidosamente, resultaba casi seguro que era un simple capricho.
—¡Tengo hambre, no sea desalmado! ¡Le hice un almuerzo con todo mi cariño!
—Pues qué poco te duró ese cariño. No lo sé, no me convences Yuri-ah. Intenta algo mejor —se burló, sentándose en el suelo a la sombra. Su espalda reposando en el costado del coche.
Minho palpó el suelo a su lado y muy a su pesar, la citadina se sentó allí. Su delicada ropa ensuciándose de tierra seca y el polvillo de la ruta. Podría simplemente haberse sentado en el coche, pero quería estirar las piernas.
No es que le agradara sentarse a su lado.
—Por favor, no traje dinero. No tiene que ser tan ruin, suficiente he pasado el día de hoy —imploró con su voz más suave.
—Te daré tu sándwich con una condición —hizo una pausa, mirándolo fijamente—. Llámame Minho a partir de ahora, sin ningún sufijo. Tienes que entrar en confianza.
Yuri resopló por la nariz, asintiendo sólo para que dejara de mirarla. Su estómago gruñía ansioso.
—De acuerdo, Minho. ¿Me puede dar mi sándwich, por favor? —le hizo ojitos.
El pálido sonrió de lado, entregándole la bolsa. Allí había también un batido de fresas y un chocolate que supuso eran suyos, porque no le gustaba el café enlatado y tampoco fumaba cigarrillos.
—¿Esto es para mí? —sus mejillas se calentaron a pesar del frío de la ruta.
—Sí, es por haberte secuestrado —murmuró, abriendo su lata de café y dándole un trago.
—Gracias...
Su voz había salido más dulce de lo normal, entibiando el aire alrededor. El pálido inhaló hondamente, como si de esa forma pudiera prolongarlo en su ser. Por unos instantes sólo permanecieron de ese modo, sus codos chocando por la cercanía y las piernas estiradas en el frío pasto mientras admiraban la ruta vacía. La escarcha helaba sus pies, allí había un cielo inmenso de pálido azul, los oscuros nubarrones habían quedado atrás en el pueblo así como las flores y frondosos árboles. El campo era llano y descolorido, tan al aire libre que el sol debía ser intenso en verano, sin embargo ahora se sentía como cálidas cosquillas. Pronto llegarían las primeras nevadas.
Yuri sorbió su batido de fresa, encontrando su dulce sabor con la lengua. Estaba congelado por lo que sus manos no podían sostenerlo tanto tiempo y su boca se había entumecido. Sin embargo era refrescante, necesitaba algo frío luego de haber aspirado tanto polvillo.
—¿De verdad seguirá sin decirme a dónde vamos? —volvió a preguntar, esta vez con tranquilidad, reflejando que no estaba reclamándole nada y simplemente era curiosa por naturaleza.
—En serio no es un mal lugar. Confía en mí, quiero que lo veas con tus propios ojos —respondió con el mismo sosiego.
¿Y cómo reprochar si él lucía de ese modo? Pertrechando su corazón con su delicado perfil, la línea de su mandíbula oscilando cada vez que remojaba sus labios resecos con saliva. Pensó ofrecerle su bálsamo labial, pero supo que él no aceptaría usar un pintalabios con su forma de ser. El cielo claro de la ruta se reflejaba en sus pupilas, ausente de nubes pero a cambio un brillo foveal auténtico que parecía acompañar siempre a sus ojos naturalmente misteriosos.
Yuri sintió el dulce de las fresas en sus papilas exaltarse cuando Minho la miró a los ojos.
—Cuéntame de ti. ¿A qué te dedicas en Seúl?
—¿PPor qué se ve repentinamente curioso?
Los labios del mecánico estaban húmedos con una capa oscura de cafeína. A pesar del aire seco, su piel todavía brillaba inmarcesible, bajo el sol destellaba delicada como los pétalos de una dalia en primavera.
—¿No es este el mejor momento para conocernos? Estamos en la ruta vacía, nadie nos escuchará aparte de nosotros. Es invierno, pronto refrescará pero el sol todavía está alto y nos mantiene tibios. Por lo tanto, tenemos tiempo —dio un trago a su café, lamiendo sus labios para pronunciar el amargo sabor.
Se obligó a desviar la mirada y volver la atención a su sándwich, quizás el sabor salado del queso fundido con el jamón, mezclándose con el dulce de las fresas batidas, no sería una mala combinación como pensaba.
—Soy diseñadora de interiores. Trabajo en una empresa internacional. Los horarios son algo aplastantes, pero me gusta lo que hago —resumió.
—Así que diseñadora de interiores... ¿No crees que hacemos un contraste interesante? —sonrió de lado.
—¿A qué se refiere?
—Mientras yo desarmo los coches para arreglarlos, tú desarmas los lugares para volverlas a armar en un diseño nuevo. Al final del día, los dos terminamos haciendo el mismo puzzle pero en aspectos diferentes.
—Nunca lo había visto de ese modo —admitió.
Por algún motivo sus palabras la habían conmovido. Le hacía sentir que no estaba tan errada a su lado, que no era tan poca cosa.
—¿Tienes familia allí en Seúl? —continuó preguntando.
—No, no realmente. Como le dije, me crié en el campo de Daegu con mis abuelos. Soy huérfana, aunque no me mire con lástima, nunca me sentí sola. Adoro mucho a mis abuelos.
—Imagino que te extrañan mucho, seguiste un estilo de vida muy diferente. También soy huérfano, aunque supongo que tenemos motivos diferentes, porque mis padres sí están vivos —Minho arrugó su lata, lanzándola en un basurero con perfecta puntería.
Yuri arrugó el ceño, pero entendió que no era el mejor momento para preguntarle los detalles.
—Ellos están felices de verme crecer profesionalmente. Si me quedaba en el campo con ellos, sólo hubiese sido una empleada de cosecha. Y no me malinterprete, todo trabajo es digno. Sin embargo, no es lo que hubiese deseado para mí —añadió.
—Lo sé. Aunque bromee contigo, no eres como cualquier citadina. Tal vez todavía está la esencia del campo dentro de ti.
El mecánico hurgó en sus bolsillos para encender un cigarrillo. Le ofreció uno a ella, quien negó con su cabeza.
—Por supuesto que lo está. Adoro el campo y Daegu siempre será mi hogar —coincidió.
—No creas que por eso dejaré de decirte citadina en cada oportunidad —se burló otra vez.
—Usted no tiene remedio.
Minho exhaló el humo gris al aire, su mirada perdida en el cielo mientras una sonrisa se dibujaba despacio, sutil, en las hendiduras de su rostro.
—Supongo que viniste para ver a tus abuelos, ¿no?
Yuri negó con su cabeza, terminando de masticar lo último del sándwich. Que a pesar de estar un poco salado, tenía un sabor admirable, o tal vez sólo tenía mucha hambre.
—Todavía no fui a visitarlos, pero claro que lo haré antes de irme. Tal vez luego de año nuevo, cuando esté lista la cosecha de fresas —se sonrió—. En realidad estoy quedándome en lo de mi mejor amigo. Nos conocemos desde la infancia y siempre intento venir para estas fechas, aunque los últimos años no pude hacerlo.
—¿Sueles venir y nunca nos hemos conocido o siquiera cruzado? Es una lástima.
Esas palabras no deberían haber surtido tanto efecto en su corazón, pero habían calado profundo antes de siquiera notarlo, actuando como una droga estimulante y su opuesto sedante a la vez.
—Supongo que todo sucede a su tiempo —prefirió decir, desviando la mirada hacia sus anillos de plata para comenzar a moverlos.
Minho coincidió con un murmuro bajo.
—¿Has terminado tu sándwich? Será mejor que sigamos nuestro camino antes de que anochezca.
Lo admiró ponerse de pie y sacudir ligeramente su ropa luego de lanzar el cigarro al suelo.
—Sí, tiene razón —se levantó también.
Yuri tiró la bandeja de plástico del sándwich en el basurero. Como aún le quedaba un poco de batido, lo llevaría consigo en el auto.
Pese a que todavía se preguntaba a dónde se dirigían, algo se manifestaba distintivo, difícil de explicar. Porque ahora había un sentimiento de calma que la hacía no dudar de él, no importa a dónde los llevara el viento al final.
—Yuri-ah —la llamó roncamente cuando volvieron a subirse al coche.
—¿Sí?
Yuri estaba abrochándose el cinturón de seguridad cuando volteó a ver sus ojos negros. Él le sonrió antes de arrancar el coche y que el ruido del motor se llevara sus palabras.
Sin embargo lo había oído claramente.
—Gracias por venir conmigo, pequeña citadina.
6
Yuri esperaba que la llevara a algún antro de mala muerte con hedor a ron barato, pero se llevó una gran sorpresa cuando el hombre estacionó en un pequeño pueblo que jamás había visto. Lucía más bien como una aldea, serpenteante de vida a pesar de que el sol ya hubiera dejado su paso a la luna. Parecía estar celebrándose un festival, pues los pasillos de arenilla estaban iluminados por faroles chinos amarillos que colgaban circundantes como las luces de un árbol navideño. Las tiendas eran montadas en carpas luminosas, tan cercanas entre sí que no podía reconocer cuándo iniciaba una y terminaba la otra. Tal vez por eso los colores brillaban tanta vida a la distancia, enmarcándose bajo un cielo de profundo índigo en el que a las seis en punto, apenas titilaban las primeras estrellas.
—Minho... ¿Cómo ha sabido de esta aldea? —boqueó sin ocultar su asombro.
Se habían detenido en la entrada un momento, puesto que Yuri estaba demasiada maravillada en su entorno como para moverse. La pequeña villa estaba rodeada de altas montañas amarronadas que surcaban el cielo, un encanto propio de Daegu. En tan sólo unas semanas sus cúspides se tornarían blancas por la nieve, cubriendo todo rastro de naranja y verde.
—Se podría decir que crecí aquí gran parte de mi adolescencia —le confesó, encogiéndose de hombros.
A pesar de su naturaleza impasible, podía distinguir un brillo de emoción en el pálido mecánico. Él se veía feliz de estar ahí en este momento y Yuri se contagió en seguida, pensando cuánto se hubiera arrepentido de no haberlo acompañado. Sobre ellos la media luna relucía plateada, refulgente, como si regara su brillo en los jóvenes de cantarinas risas y los ancianos que terminaban de montar sus tiendas. El ambiente era tan alegre que podía sentirse en primavera, incluso aunque allí la ventisca aplastara sus huesos gélidos y todos estuvieran enfundados en sus bufandas y abrigos.
—¿Cómo es eso posible? Creí que había vivido en Daegu siempre —curioseó, frotando sus manitas entre sí para entrar en calor.
Desearía haber traído algo más que esa tonta capa elegante. Su cuello estaba descubierto y por él atacaba el frío sin piedad alguna. Por mutuo acuerdo, comenzaron a caminar, observando las tiendas montadas; algunas vendían comida local pero la mayoría presentaba juegos para niños y venta de productos artesanales como miel, lana o pulseras bordadas a mano.
—Aunque no lo creas, esto sigue siendo parte de Daegu. Cuando mi abuelo no podía cuidarme, me traía a esta aldea con la noona. Ella debe estar por aquí —Minho alzó su cabeza, como si buscara una persona o lugar en específico—. Ah, se pondrá demasiado empalagosa de verme. ¿Quieres venir?
—Claro, me encantaría conocerla —se sonrió tímida, mirando detenidamente una pulsera que le había llamado la atención.
De pronto sintió el fuerte brazo de Minho rodear su cintura y atraerla a su cuerpo. Se sobresaltó cuando el contacto se sintió cálido, contrastante con el aire frío, tan estimulante que ansió la cercanía por un débil momento, no permitiéndose alejarse.
—Estás fría, acércate más —la sostuvo con fuerza—. ¿Crees que vamos muy rápido, lindura?
Caminar de ese modo era incómodo, por lo que Yuri tuvo que pasar el brazo por su espalda ancha y estacionarse en su cintura. De ese modo estaba un poco más caliente y no era tan molesto al caminar. El abdomen del mecánico se sentía formado, la silueta era fornida y repentinamente sintió vergüenza de tocarlo tanto, a pesar de que fuera sobre la ropa.
—¿Muy rápido? No lo entiendo.
—Apenas nos conocimos hace un día y ya te traje a este lugar. Te presentaré a mi noona en unos momentos. ¿No te sientes incómoda con eso?
—No he reparado en ese punto, siendo honesta. Creí que esto contaba como una salida normal y por ese motivo no he llegado a incomodarme.
—¿Qué intenciones tiene una salida normal para ti? —rio, acercándolo más a su cuerpo cuando el flujo de personas aumentó alrededor.
Por reflejo, Yuri afianzó su agarre en la cintura del azabache, clavando sus dedos con fuerza cuando sintió la mano áspera rodear tan sencillamente la curvatura de su torso. Las manos de Minho eran grandes, tanto que la rodeaban por completo y a pesar de no sentirlo piel a piel, podía jurar que sus dedos eran rugosos, de yemas laboriosas.
Comenzaba a sentir su estómago tibio.
—Realmente no lo sé. ¿Es necesario hablarlo ahora? Hace mucho frío —tiritó, no mentía diciendo aquello, aunque en el fondo también quisiera rehuir al tema.
La temperatura rozaba los tres o cuatro grados y no estaba realmente abrigada. Se preguntó cómo es que el mecánico podía soportarlo tan cómodamente, siendo que vestía esa simple camisa de jean que jamás parecía quitarse. Todavía sus ropas estaban manchadas con grasa y aceite, pero a él no parecía importarle su apariencia en lo absoluto y eso no tenía que ser tan atrayente, pero la seguridad que desprendía lo era.
—Bien, entremos. La noona atiende el restorán de allí —señaló una choza con aires de templo—. Le pediré que te alcance un abrigo.
Yuri asintió, sintiendo sus dientes castañear cuando sopló una enérgica brisa helada.
—Deberíamos dejar de abrazarnos, se verá extraño —le dijo con su voz ahogada por el frío, intentando soltarlo.
Pero no importa cuánto forcejeara, Minho no tenía intenciones de dejarla ir. Con capricho repentino, la apretó con más fuerza que antes.
—Ah, deja de querer huir. Ya te he atrapado, no puedes hacerlo —se carcajeó ronco, dejando que sus hombros se sacudan al viento—. Entra, estará más cálido aquí.
Subiendo unos cuatro peldaños de madera estaba la puerta de entrada. La campanilla dorada hizo un tintineo cuando Minho la abrió para ella, al final sí la había soltado, pero su mano seguía posándose en su espalda baja suavemente, recordándole su fuerte presencia. El lugar estaba ambientado como un templo oriental, con globos de papel seda en sus linternas amarillas y unas pequeñas mesillas al suelo. Las paredes construidas con fina madera cubrían el papel de seda traslúcida, amplias ventanas cuadradas dejaban ver el paisaje de las montañas en el horizonte. En el frío suelo del mismo material se extendían los tatamis y en un costado, una pequeña recepción de mesa negra con anotadores, budas de decoración y una campanilla más pequeña.
El lugar olía a hierbas chinas y té. Yuri aspiró el aroma, sintiendo ganas de estornudar y no pudo controlarlo, el sonido salió como un pequeño gatito y justo en ese momento, una señora de unos setenta años se acercó desde el interior de la tienda.
—Estornudas como un bebé. Ah, hola noona —Minho la soltó por completo en ese instante, una sonrisa genuina dibujándose en su rostro.
Yuri sorbió su nariz y subió la mirada. La anciana los miraba sorprendida, incluso sus manos arrugadas y blancas habían comenzado a temblar.
—¿Minho? Tesoro, ¿qué haces por aquí? Oh Dios, no sabía que vendrías. ¿Por qué no me avisas, pedazo de demonio? —soltó un quejido, agarrando una escoba de su palo y alzándola hacia él.
—Noona, no me hagas pasar vergüenza. Así espantarás a todos tus clientes —suspiró, señalando a la chica a su lado.
La señora dejó la escoba y miró pausadamente a la joven, con una pizca de brillo circulando en sus rasgados ojos repletos de arrugas. Rápidamente, la noona limpió sus manos en su delantal blanco y negro, cubriendo su vestido de falda gris y aceleró sus pasos hacia ella. Tomó las manos de Yuri entre las suyas, que estaban heladas, y la observó fijamente por varios segundos.
Los cabellos grises de la mujer estaban sostenidos en un moño en lo alto de su cabeza. A pesar de sentirse nerviosa por la situación, Yuri podía encontrar calidez en esa mirada receptiva por los años.
—¿Eres la novia de este zaparrastroso? ¿Cómo una chica tan adorable está con alguien tan descarado y grosero? Dios, sólo mírate, Minho ha sacado la lotería. Te ves tan elegante que no sé qué le has encontrado a mi nieto, supongo que tiene su encanto para ti verlo siempre lleno de herramientas y aceite de autos —comenzó a parlotear, ignorando las mejillas encendidas de la chica a punto de explotar—. Oh, no tengas vergüenza hija, si Minho te ha traído aquí es porque es serio.
—Noona... —suspiró él, rascando el hueco detrás de su oreja—. Ya déjala en paz, ni siquiera llevamos tres días conociéndonos.
La anciana quedó pasmada por unos momentos, pasando luego a mirarlo mal. Yuri sintió que era el momento correcto para intervenir.
—Hola, señora. Mi nombre es Kim Yuri. Vengo de la ciudad pero me he criado en Daegu, estoy de vacaciones y conocí a su nieto porque se rompió mi coche y él se burló de mí por ser una citadina. Creo que luego de eso nos comenzamos a llevar... ¿Bien? —miró al mayor dudoso—. No, no realmente, estamos sólo conociéndonos, pero su nieto quiso traerme aquí.
—Para conocer, ya sabes. Los citadinos no conocen la magia de la villa —agregó Minho, carraspeando—. Como sea, ¿todavía atiendes esta cosa?
—¿De qué te crees que vivo sino, muchacho? —golpeó su brazo—. Cariño, Yuri, dime qué deseas. Estoy segura de que el descarado de mi nieto pedirá algo de alcohol a estas horas. De hecho, ya me resulta extraño que no ande con la petaca del abuelo.
—Ah, yo... De hecho algo de soju estará bien para entrar en calor. Si es que no es molestia —añadió tímida, jugando con sus dedos.
—¿Lo ves? Yuri-ah es una borracha, de los míos —Minho lo abrazó por los hombros—. Noona, si puedes tráenos dos capas. Estamos muertos de fríos.
—Claro que sí, venir vestidos de ese modo al campo. Madre mía, me dará un infarto un día de estos —negó con su cabeza, marchando al interior de la choza otra vez.
Yuri sintió que su corazón comenzaba a latir con fuerza ahora que se quedaron solos y el perfume varonil del mayor se olfateaba tan de cerca. Suavemente, se despojó del pesado brazo que lo rodeaba y evitó mirarlo directamente.
—¿Nos sentamos?
—Ah sí, siéntate donde quieras.
Ella tomó uno de los cojines azul marino que estaban al lado de la ventana. Minho se sentó a su frente, con sus piernas cruzadas como indio. La luna brillaba sobre ellos y el cielo parecía estar salpicado de estrellas, pero no podían apreciarse por completo desde el interior. Sin embargo lo más maravilloso eran las montañas, tan altas sobre el cielo y rodeadas de tonalidades verde y cobre.
—Realmente la vista es increíble... Nunca vi unas estrellas tan brillantes —murmuró absorta, sosteniendo su rostro con la mano.
—Cuando salgamos será completamente de noche y podrás verlas mejor —coincidió, estirándose en el suelo.
—¿Ella es tu abuela de verdad?
—Ella es mi segunda noona. La primera se ha ido de mi vida hace mucho tiempo —resumió—. No es mi abuela de sangre por si preguntas, pero sigue siendo lo mismo para mí.
Yuri asintió. Poco después, la señora regresó con un cajón de botellas de soju frutal, había por lo menos seis. Lo dejó en el suelo, junto a dos vasos de vidrio.
—Les colgaré las capas en la entrada. Pónganselas al salir. Volveré adentro, prometo que no se escucha nada desde mi habitación —les sonrió, especialmente a la chica, antes de marcharse.
Ambos agradecieron a la anciana.
—¿Por qué trajo tantas botellas? —Yuri todavía seguía sorprendida.
—Ella me conoce, sabe que soy de buen beber. El soju es como agua para mí —alardeó, abriendo la botella para empezar a servir.
—Cierto, olvidé que vivías a base de coñac barato —concordó, tomando el vaso con sus dos manos cuando le fue ofrecido.
—¿Creíste que te llevaría a un lugar barato y de ese estilo?
Yuri le dio un trago a su soju, vaciándolo al instante.
—No te mentiré, eso pasó por mi cabeza.
—No me ofende, te dije que sé cómo piensan los citadinos como tú. Sin embargo, te he sorprendido. Has aprendido que no me conoces en lo absoluto y que las personas ordinarias también podemos ser caballerosas con la persona indicada —declaró, y nunca se vio tan serio como en ese instante.
Acostumbrado a burlarla todo el tiempo, resplandecía ahora con sus ojos negros relajados, suavizándose tenuemente bajo las linternas volátiles. Las montañas en un cielo plomo de eternas estrellas blancas se reflejaba en su silueta, de revoltosos cabellos oscuros y piel tan pálida como la nieve. Minho se le apareció genuino de pronto, como un sueño encantado que él recibiría con sus brazos abiertos, sin esperar nada a cambio.
—¿Cree usted que soy la persona indicada para eso? —preguntó, al verse sin más vueltas que dar.
Pronto Minho comenzó a beber de la botella y ella, contagiada por su tranquilidad, hizo lo mismo.
—Creo que traerte aquí es suficiente respuesta, lindura —musitó, su voz un poco más baja, más sosegada, tal vez rozando lo íntimo.
Yuri se removió en su asiento. Hace tiempo que su corazón no se sentía tan tibio. Hace tiempo que no sentía sus nervios temblar tan llenos de vida, quizá desde nunca, porque el aleteo que las mariposas hacían en su estómago al ahogarse de alcohol y algo más, de naturaleza cálida y escurridiza, era algo que sencillamente no podía describir con las palabras que conocía.
Era nuevo, y lo nuevo siempre asustaba.
—Usted es tan despreocupado que me hace sentir en paz... —confesó, su lengua empezando a soltarse—. Estoy tan acostumbrada a vivir acelerada, a preocuparme por cada tontería o estresarme a diario por los estándares, que no puedo evitar sentirme sosegada en estos momentos. Como si nada fuese lo suficientemente importante para perturbar mi ánimo. Creo que quizá sólo soy consciente de la vida y de la muerte, no por usted sino por el estilo de vida que hay aquí. En Seúl es como si ese tiempo no corriera.
Minho relamió sus labios, sin dejar de mirarla con atención. Escuchaba cada palabra que salía de su boca mientras asentía suavemente y sus cejas se alzaban con interés.
—Suena como si taparas la tristeza con algo todo el tiempo.
—Creo que sí... El trabajo es como una enorme alfombra capaz de cubrir la suciedad que son los pensamientos —Yuri dejó su botella en la mesa, sintiendo que entraba en calor rápidamente.
Se quitó el hanbok, quedando en su camisa crema.
—Podrás pensar en eso luego. Todavía tienes más de un mes aquí. Tu último pensamiento antes de irte puede ser muy diferente que el que tienes ahora —resolvió sensato, dando un largo trago a su botella.
Yuri asintió bajito. No era consciente de las miradas disimuladas que él daba a su pecho, brazos y cuello. Su semblante se había decaído un poco desde que el tema de Seúl fue mencionado y el mayor no permitiría eso. No en esta noche tan hermosa.
—Yuri-ah... ¿Puedo hacerte una pregunta?
—Claro.
Sus ojos conectaron en ese instante, avellana con ónix.
—¿Qué dirías si te confieso que mis intenciones con esto no es tener una salida normal contigo? —él relamió sus labios lento, inclinándose sobre la mesa.
Sintió la mirada del pálido ir desde sus ojos hasta su boca, para ascender despacio hasta sus pupilas otra vez. Cuando ella mordió su labio ansiosa, de pronto una nueva oleada de calor la invadió, algo que precisaría como una primavera creciendo en su corazón, con todas las flores preciosas del mundo dando génesis en ese preciso momento.
—Creí habérselo dicho antes —murmuró sonrojada, casi sin respirar.
No supo si era efecto del alcohol, pero Minho se veía tan seductor en ese momento. Como si fuera un galán de película, un príncipe del cuento de hadas, no ese pirata malvado que le había dicho a su amigo que él era. Justo en ese instante, bajo un cielo estrellado, a kilómetros de distancia de casa en una aventura que jamás habría pensado encabezar, Minho brillaba tanto como la luna y su presencia era el tesoro que había estado esperando encontrar todos estos años.
—¿Qué es lo que has dicho? Repítemelo, soy tan tonto que lo he olvidado —sonrió.
Pero esa no era una sonrisa como las que solía dibujarse en su rostro, teñidas de una amarga burla. Esa sonrisa era diferente, golpeaba su corazón como una estaca cálida, era sincera y dejaba ver una pizca de cariño en su mirada, algo que comenzaba a atemorizarla y encandilarla en igual medida.
¿Cómo podría escapar de una situación como esta en su fragilidad actual?
—Minho, creo que está usted apurando demasiado las cosas. No me haga rechazarlo en la tienda de su noona —suspiró, removiéndose nuevamente cuando lo vio alejarse.
—Ah, está bien. Tienes razón. Pero sólo para que sepas, yo no me doy con vueltas. Soy un hombre seguro de lo que quiero. Y lo que quiero eres tú —confesó, hurgando en sus bolsillos para encender un cigarro.
Yuri se sonrojó y dejó caer su cabeza entre sus manos. No quería que lo viera de ese modo, completamente roja como una rosa. Minho sonrió con ternura cuando la vio esconderse y murmurar, tan bajo que resultaba casi imperceptible al oído.
—¿Por qué tiene que acelerar tanto mi corazón, tonto mecánico? ¿Dónde están sus herramientas en este momento? Lo único que está haciendo es desarmarme cada vez que me mira, y temo que pueda romperme un poco más si yo le doy la vía libre.
El mecánico lo miró con una especie de cariño creciendo en el vértigo de sus ojos.
—Tal vez si me dejas, este bruto mecánico pueda arreglar tu corazón. No olvides que debo desarmar mi objetivo antes de dejarlo como nuevo.
—Idiota —sonrió, todavía cubriéndose.
—No te presionaré, pero no olvides que mis manos son muy instruidas y yo sé lo que hago. Antes de que puedas notarlo, tu corazón estará lleno de herramientas —le sonrió, tomando sus manos suavemente para revelar su rostro. Y sus ojos conectaron como la luna brillando en un claro lago en medianoche—. Y entonces, sanarás, Yuri-ah. Sanarás para no volver a romperte otra vez.
7
Minho le había confesado que él nunca mentía, su primera y tal vez única ley como el hombre que era, debía ser mantener férreamente su palabra a pesar de las circunstancias. Lo había dicho con tanta seguridad que le robó el aliento y Yuri no pudo hacer más que creerle, ciegamente y sin más pruebas que los recuerdos de esa noche a inicios de diciembre donde, por primera vez, sintió que el ser humano había nacido para ser completamente libre.
Yuri, que vivía en un laberinto eterno donde nunca se hallaba a sí misma, se había sentido como un ave rompiendo un mundo, alzando vuelo por ese cielo negro de estrellas infinitas. Jamás había visto tanta naturaleza rodeándola y se comprendió pequeña, tan poca cosa, de pronto afligiéndose como si hubiera perdido la vida entre altos rascacielos y luces halógenas.
El sentimiento que lo acompañó fue tan real que juró que el caso de Minho sería su única vez entregando su fe a alguien de ese modo, cabal y absoluto.
Suavemente, el mecánico la cubría por los hombros con la capa que su abuela le había dado. Ambos vestían ahora lo mismo, unas largas y afelpadas capas de polar en color café claro, esta era sostenida por sus hombros con un broche que Minho se encargó de abotonar. La punta de sus dedos fríos rozó con su cuello expuesto al terminar su cometido, acariciándola íntimamente.
—Listo, no se saldrá de su lugar —susurró bajo, en pleno campo y con la ruta vacía el silencio era sepulcral por lo que no había necesidad de hablar demasiado fuerte.
Sin embargo las manos de Minho no se alejaban del broche. Fingía acomodarle la capa lisa, tras haber abrochado la propia por su cuenta porque Yuri no se había animado a hacerlo por él. Los ojos de Minho lo miraban serenos, quizá deseando lo mismo que ella: que el tiempo se detuviera en ese instante.
—Deberíamos volver, ya es tarde y tenemos dos horas en la ruta por delante —musitó la pelinegra, reprochándose a sí misma por romper el momento.
—Hemos bebido mucho. ¿No tienes miedo de que maneje en este estado? —sonrió, haciendo que sus ojos rasgados lucieran más pequeños.
—Confío en usted, dijo que me regresaría a salvo.
Yuri le devolvió la sonrisa. El aire frío soplaba blanco en el rostro ajeno cada vez que hablaban. Estaban todavía demasiado cerca, no sabría precisar si era por el frío o algo más los estaba uniendo en ese momento. A pesar de que la capa era abrigada y se sentía caliente, Minho todavía sostenía su cintura cuando comenzaron a moverse en dirección a la feria.
—Caminemos un poco. No estoy borracho, pero será mejor disipar cualquier posible adormecimiento. De todos modos, la ruta estará vacía —la mano de Minho escaló hasta debajo de la capa, colándose en su fina camisa.
Se sobresaltó, pero no pudo decir nada al respecto. Estaba deseándolo con tanta fuerza que se sentía debilitada. Caminaron en un cómodo silencio de regreso a la aldea, sintiendo el aire frío en sus pulmones al respirar. Habían hablado de tantas cosas mientras bebían que no se sentía incómodo estar de esta forma ahora.
Sólo sentir el cuerpo del otro irradiando cercanía parecía más que suficiente para llenar sus corazones de tibieza. A lo lejos, las luces de la villa todavía seguían encendidas. El reloj marcaba apenas las diez de la noche, no habían estado tanto tiempo allí pero cada minuto había valido la pena.
—¿Te comiste el chocolate? —recordó Minho de pronto.
—Sí, ha sido mientras se despedía de su noona. El azúcar ayuda a bajar la borrachera.
—Es cierto, estabas tambaleándote antes.
—¿Por eso me está sosteniendo tan fuerte? —la pregunta salió sola de su boca.
—No se me ha ocurrido esa excusa, sinceramente.
Yuri subió su vista de a poco, admirando el perfil blanco del mayor. Era hermoso, su aspecto rústico equilibraba a la perfección las delicadas curvas de su perfil. Era dulce y agrio en su punto justo y lo hacía sentir seguro como en casa, frente a la chimenea de la sala con Mandarina en su regazo. Era el mismo sentimiento cuando estaba a su lado, simplemente siendo él mismo con las luces amarillas reflejándose en sus pupilas negras, ello junto a sus espesos flequillos batiéndose con la brisa conformaba la combinación más atractiva que alguna vez había atestiguado.
—Su nariz es muy bonita y sus labios también —pensó en voz alta, mirándolo más de lo debido.
Afortunadamente Minho no se había girado en ningún momento, a pesar de saber que estaba escrutándolo desde hace tiempo. Pronto se adentraron por los pasillos del festival y la gente comenzó a rodearlos con sus sonidos y la alegre música de algunas tiendas en un volumen bajo.
El mayor no dijo nada, simplemente sonrió y pudo ser testigo de cómo su rostro se relajaba. Hermoso, más hermoso que cualquier estrella.
—¿Quieres un helado? —ofreció a cambio.
—¿Helado con estas temperaturas? —Yuri rio, no supo por qué aquello le había causado gracia.
Tal vez sólo estaba demasiado nerviosa, pero Minho no dejaba de mirarla reír.
—Pensé que sería buena idea. Aunque ahora que lo dices, si finalmente pescas un resfriado, extrañaré tu presencia en el taller. Ah, creo que no lo vale —negó con su cabeza varias veces, convencido.
—¿Cree que iré a visitarlo todos los días? Su imaginación es admirable —sonrió grande, sólo para molestarlo.
—No podrás despegarte de mí luego de esta noche, nena.
—¿Nena?
Yuri estaba completamente en llamas, creía que su corazón finalmente había empezado a entrar en ignición, su rostro no podía sentirse tan caliente y sus manos sudaban a pesar de las gélidas temperaturas. ¿Qué era ese apodo y por qué sabía tan satisfactorio en sus oídos? De pronto perdió de vista al mayor, en algún momento había soltado su cintura y ella estaba tan estupefacta que no lo había notado.
—¿Minho? —musitó, recomponiéndose cuando dejó de verlo.
Hasta que halló su silueta de espaldas, enfundada en la misma capa que ella tenía, sólo que su espalda lucía amplia y la nuca tenía sus cabellos largos como un mullet. Pensó que podría reconocerlo para siempre a partir de ese instante.
—Ah, estaba comprándote esto —admitió, guardando su billetera en el bolsillo de sus jeans.
Minho le extendió la pulsera bordada a mano que Yuri había permanecido viendo cuando apenas llegaron. Era delicada, de un hermoso tono azul brillante, similar al de su coche, rodeada de perlas celestes.
—¿Cómo supo que la quería? —sonrió, tanto que sus ojos desaparecieron como dos medialunas.
—Soy un hombre observador —alardeó, tomando su muñeca para colocársela él mismo—. Vamos, hay que volver a casa.
Y sin decir nada más, Minho la tomó de la mano, entrelazando sus dedos con los suyos, para arrastrarla por el festival en silencio.
Yuri sólo podía mirar la pulsera relucir en su muñeca de manos entrelazadas mientras sentía a su corazón latiendo en su pecho, con tanta fuerza por su culpa.
En algo más Minho no había mentido. Primero, el cielo cerca de la medianoche era venerable, la cantidad de estrellas surcando el cielo la deslumbraba cabalmente como si fuera su primera vez conociendo el mundo. En segundo punto, la ruta estaba efectivamente vacía, llevaban por lo menos cincuenta kilómetros sin haberse cruzado con ningún coche. Como Yuri tenía sueño y el frío no ayudaba, se acurrucaba en su asiento, no pasó mucho transcurso del viaje cuando su cabeza fue reposada en el hombro huesudo del mecánico.
—Descansa, te despertaré cuando lleguemos —le ofreció.
—No, no quiero dormir. La vista es demasiado hermosa y no creo poder volver a ver algo así —murmuró adormilada.
No supo a qué vista se refería con exactitud. De verdad, el sólo hecho de haber pensado que Minho era el paisaje que había estado buscando para ser libre, era una confesión que la estaba atemorizando a grandes niveles. Talló sus ojitos intentando no desordenar tanto su maquillaje y se acercó un poco más al mayor, rozando sus rodillas.
—Volverás a verlo, no te preocupes. Si sigues a mi lado, prometo que verás vistas más hermosas —confesó, hurgando con su mano libre del volante en su cajetilla de cigarrillos—. ¿Te molesta si fumo?
Yuri negó con la cabeza, apachurrada. El aroma no le molestaba, quedaba bien en él, tal vez demasiado a pesar de ser un hábito insano que en ninguna otra circunstancia toleraría.
—¿Por qué me dice palabras tan preciosas? Ni siquiera me conoce y ya me ansía a su lado —reprochó, algo molesta por no entenderlo.
—No busco detenerme a pensarlo, quiero vivirlo. ¿Por qué no haces lo mismo?
—Porque a diferencia de usted, yo sí tengo miedo.
Minho permaneció en silencio, exhalando el humo. El coche pisó una irregularidad de la ruta, saltando levemente.
—Si piensas que soy lo suficientemente cretino para enamorarte y jugar con tu corazón, es porque realmente no me conoces bien.
—No creo que usted haga algo como eso. Sólo... Olvídelo, no es importante ahora —dejándose llevar por el frío, Yuri enroscó sus brazos y se acercó todavía más, frotándose.
—Podría chocar si sigues haciendo eso —sonrió el mayor.
—Sé que le gusta.
Minho lamió sus labios, intentando no sonreír de esa manera.
—Lo hace.
A partir de ese momento, comenzaron a viajar en silencio hasta que media hora después, con el camino liberado, arribaron al pueblo. Con algunas indicaciones de una adormilada Yuri, fácilmente llegaron a la vivienda de su amigo.
Minho estacionó en la entrada. La cabaña verde jade resplandeció hogareña, las luces estaban apagadas por el avanzado horario, salvo un farol amarillo en la puerta.
—Bonito lugar. ¿Me invitarás a pasar? —bromeó, volviendo a aquella faceta que lo caracterizaba.
Yuri viró los ojos y cerró la puerta, tal vez lo hizo con un poco más de fuerza de lo debido.
—No sea grosero, esta ni siquiera es mi casa.
A pesar de haber llegado, había algo en el aire que perfumaba sus corazones de nostalgia. No querían despedirse tan pronto. El mecánico pareció obrar primero, pues salió del coche tras lanzar su cigarro al suelo, había dicho que sería el último de la noche y Yuri le creía. Entonces él rompió la distancia con cortos pasos, tan lento que el tiempo parecía haberse detenido. La noche alumbraba su atractivo rostro de una manera divina, casi soñada.
Cuando Minho se perdió en su boca como una abeja en las anteras de una flor, Yuri odió que su cuerpo temblara tanto. Y sin embargo no había retrocedido, no tenía las fuerzas para hacerlo, creyó que él la besaría y la noche terminaría de ese mágico modo, tal vez continuándose en sus sueños.
Sin embargo él no hizo nada. Minho no lo había besado. En un parpadeo, su ligeramente borracho cuerpo cayó sobre el suyo y lo abrazó, o algo parecido. El mentón del mayor se perdía, olfateando el pelo negro de mujer y los brazos lo rodeaban débiles, sin tanta fuerza. Parecía más bien reposarse sobre ella. Tan lindamente como nunca nadie había hecho.
Era el abrazo más torpe del mundo y por eso le había resultado el más real. Minho sólo quería tenerla cerca, cerca un poco más y Yuri no opondría objeción alguna. Con sus manos, acarició los omóplatos suavemente, apenas rozándolo con sus dedos. Sus ojos se cerraron antes de que pudiera notarlo.
Y cuando el tiempo siguió su curso, unos minutos después que habían bastado para desteñir sus azules corazones, Minho dejó caer la boca en su frente, dejando un contacto tibio que tampoco podía denominarse un beso.
—Descansa bien —le sonrió suave, peinando el flequillo negro que se había desordenado.
Y Yuri lo quiso un poco más.
***
De algún modo al despertar, todo lo vivido se había sentido como un sueño. Porque Minho se había comportado como un príncipe y eso sólo existía en los cuentos de hadas. Había sido realmente feliz y libre, tanto como nunca antes en la vida. De pronto notó que quizá sus estándares de felicidad en Seúl eran realmente bajos cuando se trataba de ella misma.
No obstante bastaba ver la pulsera de perlas celestes en su muñeca otra vez para recordar que eso que sentía en su corazón era real. Y sin quererlo una tonta sonrisa se dibujaba en su rostro hasta que sus mejillas dolían de mantenerla.
Apenas había abierto los ojos y estaba en la cama, intentando recuperarse del cóctel emocional. No pensó que sería casi mediodía y que lo primero que oiría minutos después, además del canto de las aves alrededor, era el timbre agudo de su celular penetrando en sus oídos.
Era un tono de llamada molesto que tenía asignado especialmente para Junho, su único contacto no silenciado. A regañadientes, estiró el brazo con pereza, enroscándose en las blancas sábanas hasta arrastrarlas por el suelo.
—¿Sí? —musitó con su voz ronca.
—¡Eres la peor amiga del planeta tierra! ¡Tenía mi día libre y lo iba a pasar contigo pero desapareciste todo el día con ese sucio mecánico! —reprochó Junho con molestia, un sonido vibrante para estas horas de la mañana.
—Junho, déjame explicarte...
—¡No, nada de eso! ¡Eres la peor noona del universo, ni siquiera del planeta tierra solo!
—Jun-ie, en serio déjame explicarte. No estaba en mis planes tampoco —alargó las palabras, cayéndose en la cama y soltando un quejido adolorido.
—¡Aish, eres malvada! Sólo te perdono porque me prometiste un budín. Lo quiero al regresar, ¿me escuchaste? Y nada de perderte por ahí con ese mecánico, llegaré a casa a la hora del té y quiero pasar tiempo con mi amiga —reclamó de forma adorable.
—También quiero pasar tiempo contigo. Descuida, tendrás tu budín listo hoy y no iré a verlo. ¿Limón o mandarinas? —preguntó, tallando sus ojos para despabilarse.
—Mandarinas, eso está claro. Quiero que sea exactamente el mismo que le diste a ese flaco. Y por cierto, creo que hay que hacer algunas compras, ¿puedes encargarte de eso?
—Sí, Jun-ie, lo que digas —bostezó.
—Genial. Entonces volveré al trabajo, el recreo ha terminado. ¡Hasta luego Yuri-ssi!
—Sí, sí, adiós...
Debía levantarse ahora mismo y comenzar a preparar el budín luego de su desayuno-almuerzo. Pero antes... ¿Cómo se encargaría de las compras sin su coche? Era algo que tendría que hablar con Junho cuando viniera.
No importaba, nada podía arruinar su euforia de hoy. Yuri sonrió tan ampliamente mientras miraba su pulsera otra vez, acariciando las perlas celestes y pataleando en la cama, desarmándola más de ser posible.
Creía que ese mecánico le gustaría mucho, mucho.
8
El dulce perfume de las mandarinas embalsamaba el aire del hogar, tintado en el fondo de vainilla y motas de chocolate amargo. Flotaba como una nube que la seguía incluso hasta su habitación, en el piso de arriba. Había llegado hace varios días pero todavía no tuvo tiempo de ordenar sus pertenencias. Mientras esperaba a que su amigo arribara a la casa, Yuri aprovechó a hacer algo de limpieza luego de haber cocinado un nuevo budín.
Siguiendo un largo pasillo de madera, en el cual el techo se sentía un poco bajo, había tres puertas: la más cercana al pasillo en color aguamarina era la habitación de invitados que actualmente ocupaba Yuri. La puerta del frente era en color blanco y tenía numerosos dibujos y pinturas, claramente siendo la habitación de un artista como Junho. Entre lo más llamativo había distinguido una calavera hecha con tinta negra, un micrófono sombreado y algunas frases en inglés en verde flúor como rather be dead than cool. Cada vez que volvía a la casa, nuevos dibujos se agregarían haciéndole imposible llevar la cuenta.
La habitación de al lado estaba casi en el final del pasillo, al costado de una pequeña puertecita similar a un ojo de buey por la que ingresaba un halo fino de luz de los árboles vecinos. Consistía en una simple puerta de madera caoba en donde Junho elaboraba sus dibujos y pinturas, algo parecido a una sala artística. Yuri había entrado alguna vez, aunque hacía ya tiempo, pero recordaba el hedor a pintura, los atriles de vinilos desparramados y un amplio ventanal que daba vistas al bosque y el vasto cielo, un motivo de inspiración recurrente de los artistas.
En la actual habitación de Yuri también había una gran ventana que daba al jardín, de cortinas blancas finas como el tul con bordados de rosas azules. La cama estaba en el centro, era individual y tenía las sábanas negras: por preferencia de Junho todas las sábanas eran de ese color. Había un armario de pared que quedaría pequeño para toda la ropa que Yuri tenía en Seúl, pero estaba bien para lo que solía traer para un mes de estancia. Actualmente estaba ordenando la ropa en sus perchas, porque odiaba tener que revolver su maleta para buscar una camiseta o falda en específico. La cama terminaba hecha un desastre de bolas de ropa y todo se arrugaba, obligándola a hacer uso de la demoníaca plancha.
No había más mobiliario allí que una mesita que había traído Yuri hace muchos años y había construido su abuelo. Era por lo tanto de madera de roble macizo, barnizado por la misma Yuri de once años que a esa edad sentía curiosidad por la carpintería. En estos momentos la utilizaba como una mesita de noche, dejando allí algunos libros, su celular y perfume.
Cuando terminó de ordenar, se lanzó agotada en la rasposa alfombra de yute que había frente a su cama. Apoyó la espalda en el colchón y de inmediato, Mandarina saltó de la cama hacia su regazo. La gatita llevaba durmiendo desde hace rato entre las montañas de ropa, como si disfrutara el desorden. No dejaba de ser la mascota de Junho después de todo.
Yuri comenzó a acariciar su pelaje, perdida en el color blanco de las paredes. La brisa fría del jardín ingresaba pacíficamente por las ventanas abiertas, batiendo las cortinas atadas en sus moños azul seda. Cada vez que presagiaba este silencio, no sabía bien cómo sentirse. Le sucedía especialmente durante el día, cuando los engranajes del mundo funcionaban más velozmente. En Seúl, no tenía ni siquiera tiempo para pensar en qué almorzar, por supuesto que no repararía en sí misma. Pero era algo a lo que se había acostumbrado antes de poder cambiarlo.
Y ahora, cuando la invadía esta tranquilidad repentina y se veía con todo el tiempo del mundo para empezar a pensar, tanto en ella como en la vida, se sentía tan inquieta como angustiada. Luego de tres años corriendo sin parar, este sentimiento la descolocaba profundamente. Tenía todo el tiempo del mundo para hacer lo que quisiera, desde cocinar un budín hasta balancearse en la hamaca, pasar tiempo con una mascota o regar las flores. Se supone que la vida debía ser algo más acelerado que esto.
No podía salir y eso estaba empezando a aburrirle. Como una niña inquieta, se pasea por la casa, vuelve a ordenar su habitación, juega con Mandarina en el jardín y abre y cierra el refrigerador repetidas veces. Fue en uno de esos tantos viajes de un minuto que advirtió el papel amarillento que todavía lo esperaba en el refrigerador, con una serie de números bruscamente apuntados en bolígrafo negro.
Lo arrancó y sin pensarlo dos veces, agendó el número del mecánico en su celular. Quiso escribirle, pero pronto cayó en cuenta de que ese número no existía en ninguna red de mensajería. Corroboró que lo hubiera anotado tal cual y así había sido. ¿Qué clase de coreano de veintiocho años no tenía red de mensajería? Pensó que eso definitivamente lo volvía alguien excéntrico, de porte ermitaño, pero no le dio gran importancia y a cambio lo llamó directamente.
Yuri llevó el teléfono a su oreja oyendo uno, dos y tres pitidos. Comenzó a caminar ansiosa por la cocina, acariciando las plantas enredaderas en la ventana hasta que finalmente fue atendida.
—¿Quién jode? —espetó la ronca voz.
—Esos no son modos de saludar, Minho.
¿Él de verdad respondía a números desconocidos de esa forma?
—Ah, Yuri... Olvidé que te había dado mi número.
—Está bien, no se preocupe. ¿Es un mal momento para hablar? Tal vez está usted debajo de un coche ahora mismo, con sus manos engrasadas e intentando no ser aplastado por un chasis —describió con una sonrisa, sintiendo que la imagen se volvía brillante.
—De hecho, piensas bien. Pero supongo que son ese tipo de malabares que puedo hacer para hablar contigo —su grave voz ondeaba coqueta, erizando sus oídos incluso del otro lado de la línea.
—Puedo llamar en otro momento. Su celular se ensuciará si lo toma en el trabajo.
—No me importa lo que le pase a esta chatarra, si vieras cómo tengo la pantalla de rota luego de traerlo al trabajo. Es lo mismo —aseguró, oyéndose el sonido de algunas herramientas de fondo y una radio baja—. ¿Cómo estás? ¿Estás en casa?
Yuri sentía la cara caliente, por lo que salió al jardín y tomó asiento bajo un árbol para enfriarse. No le importaba realmente el frío ni ensuciar sus pantalones de chándal con la tierra y el polvillo. Sus pulmones necesitaban el oxígeno que Minho le robaba.
—Lastimosamente, sí. Quiero salir pero no puedo —puchereó a pesar de no ser vista.
—Te dije que podíamos solucionar ese problema. A donde quieras ir, puedo llevarte —ofreció, sin saber el peso que esas palabras seguras tenían en el corazón de la menor.
—No, no, en verdad no es necesario. Tal vez alquile una bicicleta, si conoce algún buen lugar para hacerlo se lo agradeceré.
—Ah, sí. Tienes la bicicletería del señor Lee, allí también conseguí mi moto —contó, haciendo una pausa de trabajo—. Aunque no sé si te convenga alquilarla o comprarla directamente. Si la usarás todo el mes, lo más conveniente sería comprarla y de paso te queda para futuras ocasiones, ¿no crees?
—Podría ser una buena idea. ¿Me acompañaría luego?
—Claro, no es tan lejos.
—Tampoco sabía que conducía moto. Sería divertido dar una vuelta —comentó tímida, sonrojándose por la imagen mental que tenía del mayor manejando.
—Mh, eso suena bien. Aunque si te asustaste cuando subí la velocidad en mi Chevrolet Nova, no sé si puedas soportar mi Kawasaki W800. Chillarás como una bebé —se burló.
—¿Qué tan diferente puede ser? —restó importancia, altiva—. Le aseguro que no me asustaré.
—Si eso dices, tomaré tu palabra... —rio, sin creerle en lo absoluto—. Cerraré el taller a las siete de la tarde. Puedo pasarte a buscar con mi moto esta noche y vamos a la bicicletería, si quieres.
Yuri asintió, esperando que su amigo no se molestara por eso. Justo como si estuviera invocándolo, oyó el sonido de la moto de Junho estacionando.
—De acuerdo. Colgaré porque mi amigo ya ha llegado a casa. Lo veo esta noche, señor mecánico —sonrió.
—Nos vemos, lindura. Cuídate.
Yuri sonrió como una tonta y soltó un chillido de emoción cuando colgó la llamada. Todavía sentía el sabor de su ronca voz explotando como ecos de burbujas en su audición, estaba tan embelesada que ni siquiera notó la mirada que le daba Junho desde arriba, sus cabellos cerezas desordenados por el viento de haber andado en su moto por la ruta.
—¿Señor mecánico, lo veo esta noche? —parafraseó burlón—. ¿Es en serio? Ya qué, huele a budín así que me voy con mi budín. Espero que te recuperes pronto de la enfermedad del amor, Yuri-ssi.
Resultaba irónico cómo alguien podía destilar tanta dualidad como Jeon Junho, con su delantal lleno de pinturas y el pin de la escuela, pero su mandíbula dura al igual que sus pómulos, tallados por un artista de mayor calibre. Yuri infló sus mejillas ante su comentario, mirándolo marcharse antes de que pudiera responderle. A cambio, admiró la moto estacionada con el casco en la entrada de la casa y sintió cosquillas en el estómago, mezclándose con la emoción. Espabilando, se puso de pie y siguió a su amigo por la casa, quien efectivamente estaba mordiendo un trozo de budín luego de haber lavado sus manos.
—¿Quieres que prepare leche, Jun-ie? —preguntó, recibiendo un eufórico asentimiento de cabeza, pues este no podía hablar con su boca llena.
Las migajas caían despreocupadas de sus labios hasta el suelo. Yuri respiró profundo para calmarse, tal vez haber barrido hoy no fue la mejor idea. Comenzó a hervir la leche en un jarro y separó dos tazas, dejando caer un espeso chorro de miel en cada una.
—¡Tan delicioso! Ah, por cierto Yuri-ssi, les he hablado a los niños de ti. Ellos quieren conocerte. ¿Quieres venir mañana?
—Sería grandioso. Realmente necesito salir un poco, tanta calma me pone intranquila, por paradójico que suene —confesó con pesadez, sirviendo la leche con cuidado cuando comenzó a hervir.
De inmediato el aroma dulce empezó a mezclarse en el aire.
—Ah, esos problemas de ciudad. ¿No crees que el ser humano no pertenece a la ciudad al final del día? Mira en lo que terminamos convirtiéndonos —reflexionó con su budín en la boca—. En seres que se apresuran todo el tiempo y necesitan consumir fiestas, alcohol, trabajo, sexo o cualquier cosa que siga acelerando el tiempo en lugar de llevarlo al lugar que debería estar.
—¿En qué momento te has vuelto tan sabio, Jun-ie? —alzó una ceja, llevando las tazas a la sala de estar.
—Han sido años observando cómo tu salud empeora, noona. Creo que no hay mejor experto que el que observa en primer plano en lugar de vivirlo directamente, con toda la negación y emociones que eso implica. Tal vez no lo notes todavía, pero algún día me darás la razón. La ciudad no es para los seres humanos, los enferma —concluyó, dejándose caer en el sillón con pesadez y murmurando el alivio.
Yuri hundió el ceño, abrazando sus rodillas. Por algún motivo no le gustaba el ritmo que la conversación estaba teniendo. Terminarían discutiendo, como siempre que el tema era mencionado. Pero Yuri, en su terquedad, jamás daba el brazo a torcer.
—En el campo también hay enfermedades. El abuelo también tuvo depresión un tiempo, me dijo que la vida de campo lo había terminado deprimiendo en cierto punto. No sé qué tanto es culpa de la ciudad o del ser humano en sí mismo —rebatió.
Su vida no tenía por qué estar mal. La ciudad no tenía que tener la culpa de todo. Si ella decidía apresurarse, si decidía dejarse de lado a sí misma, era únicamente por su propia decisión. Y tal vez su suerte con las personas no había sido la mejor por otras cuestiones, no por el ritmo maníaco de Seúl.
—Bueno, ninguno de los dos es un profesional para responder eso —bostezó su amigo, tomando su taza de leche—, pero luego de haber probado las dos cosas, Seúl y mi lindo barrio en Daegu, creo que me hago una idea de por qué la gente allí es tan insana.
—Simplemente son dos estilos de vida diferentes. No me digas que nunca has deseado algo distinto a esto, porque es parte de las personas odiar su realidad todo el tiempo.
—Por ahora nunca me ha pasado. Si lo haces, tal vez es señal de que hay algo que tiene que cambiar.
—Lo que digas... —murmuró—. De todos modos, me aburro mucho aquí. Que se haya averiado mi auto fue simplemente el colmo. No puedo salir a beber, a pasear o recorrer el centro, y tampoco puedo ayudarte con las compras. Pasar todo el día en casa es algo que no acostumbro y me pone un poco ansiosa.
De pronto Junho se puso de pie, entre dolido y molesto.
—Entonces, ¿para qué viniste en primer lugar, Yuri? Sabías que esto es todo lo que tengo para ofrecerte. Lo siento por no tener un coche para prestarte o una sala de entretenimientos. Es mi humilde casa, mi humilde jardín y mi humilde barrio. Si no estás contenta con eso, no deberías haber venido para decirme todo eso, ¿sabes? —largó sus palabras con frustración.
—Junho...
—Porque todo lo que haces que yo sienta es impotencia, eres mi amiga pero cada día que pasa sólo te desconozco más y más —Junho le dio la espalda, llevándose su taza—. ¿Lo recuerdas? Antes disfrutábamos de salir a mojarnos al río y volver embarrados aunque nos regañaran. Éramos felices por saltar los charcos luego de la lluvia, no necesitábamos nada más que nuestra imaginación para divertirnos. Antes, cuando éramos niños, podíamos entendernos. Crecimos, claro, es normal que ya no hagamos esas cosas como antes. Pero tampoco es bueno sentir que cada cosa que hago te aburre. Eso me frustra. Mi casa te aburre, la paz que hay aquí te aburre, no puedes estar quieta por un día como si necesitaras algo nuevo todo el tiempo y eso me agota, noona. ¡Todos los citadinos son de ese modo y por eso hace años que no nos entendemos!
Yuri sintió que su corazón se teñía de tristeza, chorreando sin cesar en su pecho. Junho jamás la había tratado de ese modo y no se sintió nada bien, porque en el fondo, admitía que todo lo que decía era cierto. Ellos no eran los mismos amigos de antes y Yuri tenía miedo de haber perdido a la única persona que siempre la había entendido en la vida además de sus abuelos.
Porque habían cambiado, porque tomaron caminos diferentes, caminos que cada vez se hacían más lejanos.
Su cuerpo pesaba tanto que no pudo detenerlo ni decir palabra alguna, su amigo ya se había ido de la sala llevándose la taza, subiendo las escaleras hacia su habitación. Desde abajo pudo oír un fuerte portazo que terminó de romper su corazón.
¿Qué había de malo en ella que no podía ser feliz?
***
Junho estuvo todo el día encerrado en su habitación, ni siquiera bajó a comer el budín. En algún momento lo vio deambular por los pasillos, pero sólo estaba subiendo algunos materiales de pintura a su sala artística y no le devolvió la mirada. Yuri se sentía tan culpable que incluso sus ánimos para ver a Minho esta noche eran nulos, pero no se veía capaz de rechazarle ahora. Además, creyó que Junho preferiría que ella no estuviera ahí por un rato. Parecía molestarle su presencia.
Es por eso que se vistió con lo primero que vio en su armario, unos pantalones de mezclilla holgados y un abrigo amplio negro de lluvia sobre su suéter naranja de casa. Se calzó unas zapatillas y salió, sin ánimos de maquillarse como siempre, a esperar al mecánico sentado en la entrada. Hacía frío, pero no quería volver a entrar para buscar una bufanda.
Esperó un cuarto de hora, abrazando sus rodillas para entrar en calor y contemplando el cielo plomo vacío de nubes y estrellas. Cuando finalmente escuchó una moto a una cuadra de distancia, subió su mirada y lo vio acercándose. La moto se estacionó frente a ella con un torrente sonido en el caño de escape. El vehículo era completamente negro y suntuoso, apenas podría verlo en la noche si no estuvieran las luces delanteras encendidas, de un blanco tan brillante como las llantas lustradas.
Minho se sacó el casco y sus cabellos se sacudieron con el movimiento. Sopló el aire y el humo blanco salió de su boca gélida. Llevaba una chaqueta de cuero negra y sus pantalones eran de mezclilla azul. Tampoco llevaba las mismas botas de siempre, estas eran en un marrón oscuro gastado y lucían pesadas.
Yuri se sorprendió, estaba acostumbrada a verlo con la misma ropa todo el tiempo. Se puso de pie cuando miró al mayor más de lo debido.
—¿Tan guapo me veo que no sales de tu trance? Sé que a los citadinos les encanta ver hombres rudos en moto —intentó bromear altanero, pero eso no surtía el mismo efecto de siempre y lo notó de inmediato.
Cuando la pelinegra escondió su mirada con una sonrisa mínima, Minho bajó de su moto tras asegurarla en el suelo. Sin previo aviso, acercó su mano hasta su rostro para alzar su barbilla y obligarla a mirarlo a los ojos. La mirada del mecánico era penetrante y escondía cierta preocupación por ella.
Y su corazón volvió a romperse un poco.
—¿Qué ocurre?
Yuri negó con su cabeza, no valía la pena. No quería arruinar la noche por su culpa y tampoco tenía la confianza suficiente con Minho para hablar sobre este tema.
—No es nada. Vamos —tomó la mano del mayor para alejarla de su rostro.
Minho frunció el ceño, mirándola tomar distancia de a poco, abrazándose a sí misma.
—Yuri... No te subiré a mi moto si no te sientes bien. No estás asustada, ¿o sí? Si es eso, dímelo —insistió, aunque sin volver a tocarla.
—Claro que no.
—¿Entonces?
—Por favor, no preguntes. Sólo súbeme a tu moto y acelera —le pidió, mirándolo con impaciencia.
Necesitaba un poco de adrenalina y el viento en su rostro. Minho pareció entenderlo, porque una sonrisa comprensiva se dibujó mínima en su rostro.
—Ten, ponte el casco. Iremos rápido, así que espero que no te asustes, lindura.
Yuri asintió. Realmente no era aquello lo que le asustaba.
9
La poca valentía que Yuri tenía en su corazón se esfumó en un chasquido cuando apenas pasó su pierna izquierda por la moto. Sin exagerar, creyó que se caería sólo por ese hecho. Ni siquiera había acelerado aún, pero el vehículo se sentía inestable.
—Agárrate fuerte de mí, Yuri-ah —advirtió el mayor tras encender el motor.
Ella rodeó la amplia cintura con sus brazos, intentando no tocar su abdomen.
—Siento si lo incomodo abrazándolo de esta forma —musitó en su espalda en un tono apenas audible, tanto por la vergüenza como por el casco que cubría su rostro.
Antes de que la moto arrancara, Minho tomó las pequeñas y suaves manos y las acercó más a su pecho, afianzando el agarre. Y sin decir nada más, con un sonido ahogado en el caño de escape aceleró por la vacía ruta.
A partir de ese momento sólo podían escucharse los gritos agudos de Yuri barridos por el fuerte vendaval de la aceleración.
—¡Para, para! ¡Baja la velocidad! —aullaba, hundiendo sus dedos con fuerza en la camiseta que el mayor traía bajo su chaqueta de cuero, casi arañándolo.
El viento era tan fuerte que tenía que cerrar sus ojos a pesar de llevar el casco puesto. Sentía que en cualquier momento se caería al asfalto, por lo que se sostenía de Minho como si fuera su única salvación en este mundo, la cuerda de huida. No le importaba estar tironeando su ropa de la fuerza que ejercía en sus manos, ni los fornidos músculos del abdomen trabajado que podían tocar sus dedos.
Sólo pensaba en llegar de una maldita vez y con todas sus facultades íntegras.
—¿¡No querías adrenalina, lindura!? —bramó él, alto para que pudiera oírlo entre el motor y el viento—. ¡Mira alrededor y siente el viento!
—¡No puedo, tengo miedo!
—¡Sólo abre los ojos, Yuri!
La citadina chilló, moviendo sus manos en el pecho del mayor para sostenerse fuerte al momento de abrir los ojos. El vértigo la invadió como una avalancha pesada, podía ser testigo con todos sus sentidos de cómo los árboles se desdibujaban como ráfagas veloces y el cielo se confundía borroso con el horizonte producto de la aceleración. No era nada parecido a viajar en tren o en coche, a altas velocidades el alrededor desaparecía atrás como pinceladas de espátulas raspando al viento y podía expresarlo con todo su cuerpo, como si las sensaciones estallaran desde dentro.
No pudo volver a cerrar los ojos, pero su agarre no se había relajado. Tenía que sostenerlo con fuerza para drenar la adrenalina que centelleaba en su cuerpo. En algún momento, su nariz empezó a enrojecer y aguar por el frío y se preguntó qué tan bien estaría Minho sin su casco en el fragor del invierno.
Justo cuando iba a preguntarlo, la moto se detuvo en una esquina. No fue consciente de cuántos kilómetros hicieron ni del tiempo que había pasado. Para Yuri todo se sintió como un parpadeo y a pesar de su temor inicial, ahora sentía unas febriles ansias de subirse de nuevo, como una niña sumergida en la adrenalina de un parque de atracciones.
—¡Eso fue tan divertido! —Yuri se sacó el casco, sin notar cuán despeinada había quedado hasta que vio el estado del mayor.
Las ondas oscuras de Yuri parecían tener vida propia y tenía la punta de la nariz ligeramente enrojecida. Él le ofreció la mano para ayudarla a bajar, quien la aceptó de inmediato.
—Tenías que confiar en mí, ¿lo ves? —sonrió suavemente, peinando las hebras de cabello negro.
Yuri asintió como un cachorro manso, sus mejillas estaban coloradas por el frío que contrastaba con la vergüenza. A unos pasos de distancia podía ver una tienda brillando con neón azul y algunas bicicletas en sus bastidores. Alrededor había humildes chozas, una farmacia pequeña y un mercado de veinticuatro horas.
—Vamos, el señor Lee cerrará pronto —sin pedir permiso, Minho tomó su muñeca y comenzaron a caminar.
Se supone que ya le había dado la mano una vez, ¿por qué no lo hacía ahora y la tomaba de esa forma tan grotesca? Yuri viró sus ojos pero no dijo nada, tal vez era su tosca manera de ser que flaqueaba sólo en momentos determinados. Se acercaron a la tienda y ella comenzó a admirar las bicicletas en exposición con su boca entreabierta y los ojos brillando curiosidad.
—Viejo, ¿estás? Soy Minho —mientras tanto, el mecánico abrió la puerta e ingresó descaradamente luego de arrastrar a la chica consigo de la muñeca.
Segundos después se acercó un anciano algo panzón, con el cabello blanco y lentes redondos. Tenía un habano en la mano y una mirada circunspecta que sólo se aflojó cuando pareció recordar quién era.
—¡Ah, pero si eres Minho! No te reconocí con esas pintas, hijo. Siempre estás lleno de mugre —se carcajeó en lo bajo—. ¿Y esa chiquilla?
—No seas grosero, viejo. Se llama Yuri y venimos a comprar una bicicleta.
—No me digas que te has vendido a la ciudad, Minho.
—¿De qué carajos hablas? —enarcó una ceja.
—No, no, sólo decía, sabes que puedes hacer lo que quieras. Y dime niña, ¿querías una bicicleta en especial?
Yuri, quien había observado toda la situación con una expresión incómoda, ahora subió su vista del suelo cuando los dos presentes la miraron con atención.
—Quería algo sencillo para pasear por el centro.
—Entonces puedo ofrecerte alguna de estas, son bicicletas híbridas por lo que podrás manejarte bien por la zona de tierra también —señaló un sector en el exterior donde las bicicletas reposaban.
—Oh, entiendo. ¿Cuál es el precio de estas, señor? —preguntó, señalando unas en color celeste cielo.
—Salen 50.000 wones, hija —respondió, fumando del habano que desprendía un fatídico hedor a tabaco barato.
Yuri puchereó en silencio. El mecánico, notándolo, subió su pesada mano por su espalda, acariciando sus omóplatos, y se giró a ver al señor Lee.
—¿Puedo usar el favor que me debes ahora? —preguntó Minho.
—¿Qué favor te debo?
—Me vendiste mi Kawasaki a bajo precio porque estaba hecha una chatarra. ¿No recuerdas que nadie te compraba nada luego de haberla visto juntando polvo por tantos años en tu tienda? Yo arreglé esa cosa y te traje muchos clientes nuevos. Me debes un favor —alardeó con soltura, llevando la mano libre a sus bolsillos.
—Bueno, tienes razón en eso... Supongo que podré hacerle un pequeño descuento a tu novia.
—No me decepciones —asintió Minho, dejando que Yuri probara emocionada la montura de una de las bicicletas.
Para la chica la situación era incómoda, pero pronto ellos se olvidaron de su presencia y siguieron charlando acerca de la moto de Minho. Luego de haber probado algunas bicicletas, finalmente se decidió por una aguamarina que también tenía una canasta para transportar cosas y moños celestes en las ruedas. Le había parecido linda y aunque su precio era un poco más elevado, el descuento era de ayuda.
—Te la tendré lista para mañana temprano. Le haré un ajuste en los frenos, el manubrio y la inflaré perfectamente para que no tengas problemas, niña. También puedo engrasarla para que el andar sea más fluido así no tienes que pedírselo a Minho luego.
—Muchas gracias, señor —musitó complacida, sabiendo que eso contaba como parte del favor.
Luego de que el mecánico haya regateado un descuento del cincuenta por ciento, Yuri salió de la tienda con una sonrisa radiante. ¡En Seúl jamás habría conseguido una bicicleta por ese precio! Por supuesto que estaba sumamente feliz, tanto que no temió enredarse del brazo de Minho y rascar su cabeza con cariño en la chaqueta de pesado cuero negro.
—¡Usted es el mejor! —canturreó.
—Me alegra que estés contenta. Ahora podrás pasear por donde quieras, aunque no esperes que el centro sea como lo que acostumbras. Seguramente te resulte insulso en comparación a tu ciudad.
Cuando de pronto Yuri detuvo sus pasos, Minho, quien estaba tomando el casco de la moto para volver a casa, lo dejó en su lugar y se giró a verla.
—¿Quieres caminar un poco antes de volver? —le ofreció.
Yuri se encogió de hombros, sin saber qué responderle. No quería seguir incomodando al mayor con su notorio estado de ánimo, pero tampoco tenía ganas de volver a casa con Junho sabiendo que quizás él no se sentía cómodo con su presencia luego de la discusión de esa tarde. El mecánico, notando su lucha interna, esta vez tomó su mano suavemente y comenzaron a caminar por los alrededores.
Cruzando la calle estaba la avenida principal y a unas cuadras el inicio del centro. No se dirigieron para allí, sino hacia la dirección contraria, sin embargo pasaban más coches por la avenida, había semáforos, algunas tiendas distintivas y un flujo de gente que no había en el pueblo. Era un ambiente que podría haberla animado en otras circunstancias.
—Sé que no tenemos tanta confianza, pero sabes que puedes contar conmigo. No soy idiota, sé que algo te está incomodando desde hace rato —comenzó a decir.
Se detuvieron en un semáforo en verde. Las luces halógenas de los pocos autos pasaban alrededor respirando un aire ahogado por el humo y el frío del invierno. Yuri miró sus pies, sintiendo un nudo en su garganta. De pronto quiso volver al campo, alejarse de esos semáforos y los ruidos de los autos alrededor que le traían agrios recuerdos.
—Sólo son problemas de una citadina cualquiera —respondió al fin mientras cruzaban la calle en rojo.
—Compremos una cerveza y déjame escucharte.
Minho afianzó su agarre y no la soltó en ningún momento, ni cuando sacó su billetera de cuero y pagó las dos latas en una de las tiendas abiertas, ni cuando volvieron a caminar otra vez. El sabor burbujeante de la malta amarga danzaba en sus bocas siendo todo lo que hablaba por ellos.
Y Yuri pensó que abrirse con él tal vez no era tan malo si después de todo, ya no había nada que pudieran arrebatarle.
—Creo que estoy perdiendo a mi mejor amigo —habló con su mirada en el asfalto—. En serio, no creo que usted pueda entender cuánto significa Junho para mí, pero es... Simplemente mi corazón tiene un agujero desde que me volví una adulta, tal vez no soy una adulta en absoluto, porque no debería sentirse tan desesperanzador. Pero si me deja explicarle... Es como si viera mi camino lleno de espinas desde hace años, pero yo no sentía miedo de avanzar porque sabía que Junho estaba a mi lado. Entonces no me importaba realmente salir lastimada. Nunca supe cómo avanzar sin salir herida. Pero teniendo a mi mejor amigo a mi lado, pensé que podría hacerle frente a cualquier dolor.
—Incluso al dolor de estar lejos, en ciudades diferentes.
—Sí, así es... Pero tal como usted dice, yo nunca quise ver que siempre estuvimos solos. Hace tiempo que el camino se bifurcó en dos y cada uno tomó direcciones contrarias. Es como si mi mente se hubiera quedado anclada en aquellos años, cuando éramos niños y caminábamos juntos bajo el canto de las aves, saltando charcos en un cielo cristalino de verano. Pero ahora todo ha cambiado y ni siquiera podemos vernos a los ojos como antes —su voz se quebró, dolida—. Algo se ha roto y no sé cómo ni por qué. Tal vez estuve demasiado despistada, demasiado concentrada en hacer mi propia vida en Seúl y que esas espinas no dejen heridas muy profundas en mí, que nunca reparé en mirar qué tal estaba él, si acaso se había herido por intentar caminar en este pantano al que me he abocado.
Minho acariciaba su espalda mientras seguían caminando bajo los árboles verduzcos, casi negros por la oscuridad de la noche que todo lo abrazaba, sin siquiera un farol que iluminara su pasar.
—¿Has intentado hablar con él?
—Algo así... Junho ya no quiso volver a hablarme o verme desde que discutimos esta tarde. Mi amigo me dijo la pura verdad, nada más que la verdad que yo no he querido ver todo este tiempo.
—Cuéntame.
Yuri subió su mirada a la luna solitaria y el silencio de la ruta vacía que moría en la noche.
—Sé que soy yo el problema. Pero no sé cómo remediarlo ahora, si el problema soy yo, no puedo simplemente derribar todo lo que he construido estos años, no sin destruirme a mí misma en el proceso —explicó, dando un trago a su helada cerveza—. Ustedes tienen razón. Una citadina no puede entenderse con este pueblo, al menos no yo. Y eso me duele.
Minho guardó silencio y ambos se detuvieron en el costado de la ruta, que pronto se había convertido en un puente. Podían observar las calles de abajo, los árboles casi desnudos por la temporada y el bosque que se fundía como uno en las montañas hacia el horizonte. El cielo era de un profundo petróleo, ligeramente anaranjado en la zona más alta y las constelaciones brillaban alrededor de una perfecta media luna.
Los dedos de Yuri estaban entumeciéndose por la transpiración helada de su lata a medio vaciar. Y sin embargo, no pudo evitar pensar que en otras circunstancias, jamás se había sentido tan viva. Irónicamente, fue en una ruta vacía, en la oscuridad del pueblo sin luces, que había hallado la vida con una claridad magnífica.
—Creo que no soy feliz en la ciudad y me aterra, porque es todo por lo que he trabajado estos años —confesó abiertamente, como si se tratara de la epifanía de su vida.
—¿Quieres venir a vivir al pueblo? —preguntó el mayor.
A pesar de no mirarse a los ojos y de que cada uno estaba perdido en el paisaje nocturno, Yuri sintió que nunca se había comunicado tan sinceramente con alguien; o al menos, nunca se sintió tan libremente comprendida por alguien más. ¿Cómo es que un hombre que apenas conocía podía ser su confidente en estos momentos, leer sus sentimientos con un esmero genuino, sin necesidad de mirarla con el falso detenimiento que toda su vida ha recibido de las personas?
—No estoy segura. Pero creo que es más un "no" que un "sí". Es como si... No me sintiera parte de uno, ni del otro —resopló, sosteniéndose del barandal y cerrando sus ojos. Ni siquiera ella mismo se entendía, no pretendía que otra persona pudiera hacerlo.
Minho no dijo nada por unos momentos. Estaba aclarando sus ideas, porque él también sentía que la chica estaba perdida.
—Tal vez necesitas ser más sincera contigo misma. Eso aplica también a tu amistad. Nada cambiará si no eres sincera con lo que sientes, o si no cambias tú primero. Eres tú la única que tiene las respuestas para esto —esas fueron sus últimas palabras, las cuales fueron barridas por el viento.
Allí todo se sentía sin sentido. Podría fácilmente gritar, gritar absolutamente todo lo que sentía, y nadie la oiría en el vacío. Sus sentimientos se irían con el bosque como si no fueran absolutamente nada, con las aves que migraban como puntos negros en el cielo, o tal vez ascenderían a las montañas. Pero no había ningún ojo ni oído humano capaz de recibir ese mensaje y se sintió, extrañamente, demasiado pequeña e insignificante.
Nadie más que ese mecánico, que apenas la había conocido, era testigo de sus hechos. Entonces Yuri pensó por qué no hacerlo.
Grande fue la sorpresa que se llevó Minho cuando la menor empezó a alzar su voz al viento.
—¡Odio la ciudad! ¡Odio el pueblo! ¡Pero sobre todo, odio no entender el mundo a mis veintiséis años! —vociferó, cubriendo sus labios al gritar.
Tras el asombro inicial que lo había hecho parpadear desentendido, Minho soltó una carcajada.
—¿No es esto muy cliché? —siguió riendo, aunque por supuesto que no de lo que ella sentía, sino de su particular forma de ser.
Yuri le estaba pareciendo una persona más brillante de lo que creía, tal vez sólo llena de miedos e interrogantes que la hacían ser todavía más interesante a sus ojos. Porque la mayoría del mundo, ese que había logrado conocer a sus veintiocho años, vivía pretendiendo no tenerlos.
—Inténtalo, te aseguro que te sentirás mejor. ¡Odio sentirme tan confundida desde que llegué a Daegu! ¡Pero odio más que mi vida de antes no haya sido nunca tan satisfactoria como para desear volver a eso! —continuó gritando.
Minho carraspeó y lanzó su lata vacía por ahí antes de imitar a la menor.
—¡Yuri-ah, en estos momentos, desearía que el abuelo te hubiera conocido! —gritó.
Ella lo miró con sorpresa y se detuvo tambaleante.
—¡Él te habría dado un golpe en la cabeza, porque claramente, dudar de la ciudad ya te hace ser del pueblo! ¡Aún no lo sabes, pero espero que puedas encontrarte, Yuri-ah! —continuó, ahora girando para verla y hablar en un volumen bajo—. La gente cambia todo el tiempo y no hay nada de malo en eso. Sólo te diré que aproveches que tienes a tu amigo vivo y le digas todo lo que sientes antes de que sea tarde, porque así como la gente cambia, ellos también se van.
Minho habló con rapidez, con el vapor blanco acumulándose en su boca como si hubiera estado guardando sentimientos también desde hace tiempo y ahora, en ese preciso instante, salieran desempolvados de su cofre más profundo. Los ojos de Yuri brillaron con fuerza y no pudiendo soportarlo más, dejó caer su cabeza en su pecho.
El mecánico la rodeó con un brazo, cerrando sus ojos sólo para sentir que lo que daba vueltas ahora mismo no era el mundo, sino sus propios corazones.
10
Yuri siempre se había considerado una persona débil. Solía dudar de estar haciendo lo correcto la mayoría del tiempo y no podía tomar decisiones importantes por sí misma sin consultar a alguien más. Tal vez eran esos monstruos de ciudad que la hacían dudar siempre de todo, menos de aquello que debía cumplir al pie de la letra. Era quizá porque nunca se detuvo a pensar en sí misma que ahora tenía este tipo de problemas.
Había despertado temprano, las aves apenas empezaban a cantar en el cielo oscuro por un amanecer que todavía no había llegado. Soplaba un aire frío que helaba sus huesos, pero se obligó a sí misma a salir de la cama con su pijama de seda rosa puesto y bajó las escaleras rápidamente, temiendo que él no estuviera ahí.
La respiración volvió a su cuerpo cuando lo halló de espaldas, encendiendo el fuego de la chimenea con sus amplios brazos enfundados en una sudadera negra con manchas de lavandina por el uso. Sus cortos cabellos cereza brillaban frente a las brasas del fuego que empezaba a nacer en el gélido temporal de las seis en punto. Junho se dio vuelta cuando escuchó unos pasos acercarse.
—Jun-ie... —murmuró, tallando sus ojos para obligarse a despertarse—. Por favor, respóndeme. ¿Todavía me quieres a tu lado?
Tras esas palabras, su amigo volvió la atención a las llamas, acomodando la leña para que el fuego avivara. Por unos momentos sólo pudo observar su espalda y el silencio que espesaba en un mal presagio.
—Explícate, no entiendo a qué te refieres —dijo finalmente el menor.
Yuri se sentó en el sillón despacio, temiendo que pudiera romper la burbuja que se había creado entre los dos con el más mínimo paso.
—Bueno... Si todavía me quieres a tu lado, puedo quedarme aquí contigo. No olvidé que me invitaste a conocer a los niños hoy —sonrió—. Y si por el contrario, no me quieres a tu lado... Supongo que puedo tomar un tren a Seúl y venir a buscar mi coche cuando esté arreglado. Yo... No quiero molestarte. Para que sepas, yo sí quiero quedarme, pero-
Su habla se detuvo abrupta cuando Junho se puso de pie, limpiando el aserrín de sus manos frotándolas ruidosamente entre ellas. Entonces se giró a verla, casi en cámara lenta, para escrutarlo con esos ojos grandes de avellana dulce, que ahora rezaban una mirada vacía como un témpano. Era esa mirada que no veía hace años, la misma que Junho ponía cuando algo lo había lastimado y ella, tan torpe como siempre, no sabía entenderlo; o cuando la abuela lo retaba por su culpa, por algo que Yuri había hecho, pues en el fondo él siempre intentó cubrirla aunque no lo supiera.
Era esa mirada que ahora calaba profundo y se volvía tan real como el hecho de que el sol saldría, tarde o temprano, para todos en este mundo.
—Irte no solucionará nada, Yuri-ssi. Eso sólo es de cobardes y yo no tengo alma para echarte, no haría algo como eso —respondió, pasando de largo para ir hacia la cocina.
Yuri lo siguió rápidamente, sin importarle que las plantas de sus pies se helaran con la madera fría, a centígrados bajo cero.
—Jun-ie, siento si dije algo que te molestó. En serio quiero hacer lo mejor, por eso te pregunté, sabes que yo no quiero irme —justificó, puchereando sin quererlo—. ¿Puedo ir al jardín contigo hoy?
Junho estaba concentrado haciendo algo de café, pero aun así, asintió con la cabeza. Y eso fue suficiente para hacer a la mayor sonreír, a pesar de que las cosas se sintieran tan tensas.
Luego de haber desayunado juntos en silencio, subieron a sus habitaciones a cambiarse; Junho con su delantal azul celeste y Yuri con un abrigo de invierno y sus botas. Tras eso, salieron en el pálido temporal rumbo a la moto del menor.
Yuri no pudo evitar sentir cierto déjà vu cuando su amigo le ofreció su casco y ambos subieron al vehículo, que era un poco más bajo que el de Minho, aunque profería el mismo tono negro como la noche.
—¿Seguro que no tienes miedo? —preguntó su amigo, sin poder esconder su preocupación genuina.
—Te lo aseguro, no te preocupes. Aunque si te sostengo fuerte, no te asustes —rio.
Junho asintió y la moto se puso en marcha, dejando atrás una gran bola de polvillo y humo. Cruzando la ruta y un poco más allá, el alrededor empezaba a cambiar tornándose algo parecido a una llanura. El suelo de arenisca con el pastizal amarillento era reemplazado gradualmente por un llano verde que empezaba a brillar. Cerca del jardín, las primeras vacas aparecían pastando bajo el frío amanecer. Algunos kilómetros más allá llegarías al campo propiamente, donde se daban las cosechas en suelo fértil, las producciones de leche y donde también estaban los abuelos de Yuri.
Diez minutos después y tras cruzar una rotonda de arenilla, el jardín hizo aparición a lo lejos rodeado de algunas chozas humildes y otras tantas plantaciones de maíz, árboles de fruta y verduras de hojas. Allí había incluso algunos gallos sueltos que todavía cacareaban e inspeccionaban el alrededor, quizá huyendo de los niños que los molestaban. El aire que se olfateaba allí era seco y ligeramente más tibio por el sol que empezaba a iluminar de lleno el terreno.
Se apearon de la moto y Yuri no pudo evitar sonreír cuando sus pies tocaron la tierra.
—¡Huele tan bien! —exclamó gustosa.
El aroma que se sentía era una mezcla de pastizal, rocío y las cosechas circundantes. Incluso parecía que el sol regaba su propio perfume en el campo. Era un aire puro que no se sentía en ningún recoveco de la ciudad, no importa cuánto saliera a su balcón o dejara las ventanas abiertas en el departamento. Allí todos sus sentidos eran llenados al mismo tiempo, haciendo que sus ojos empezaran a picar por el brillo del sol y se arrepintiera de no haber traído unos lentes oscuros.
—Ven, noona. Me harás llegar tarde si no te mueves —el menor la sacó de su trance, pues Yuri no dejaba de dar vueltitas alrededor y mirar a los animales que pastaban maravillada.
—¡Ah sí, lo siento! —rio, trotando para alcanzarlo pronto—. ¿No le pondrás seguro a tu moto?
Junho negó, haciendo que sus cabellos cereza se batieran bajo el tibio sol, tan brillantes como fruta.
—Claro que no, no estás en la ciudad Yuri-ssi. Aquí nadie roba a nadie porque todos nos conocemos —explicó con obviedad, ingresando al jardín por una puertecilla de madera.
Yuri asintió de acuerdo, sintiéndose algo tonta por preguntar. El jardín, según le había dicho su amigo, hacía a la vez de escuela primaria. Tras cruzar la puertecilla de entrada, similar a la que habría en un establo, encontrabas el patio de juegos. Había un tobogán construido con planchas de madera, una casa del árbol, pelotas de fútbol, sogas y algunos juguetes de construcción para los más pequeños como baldes y palas. Avanzando un poco más en el terreno natural rodeado de flores multicolores y plantas, que era notoriamente más amplio que el que tendría un jardín de ciudad, Yuri abrió sus ojos con asombro al encontrarse algo que para ella lucía como una casa, pero debía ser el jardín.
Una pancarta en la entrada estaba decorada con flores de dibujo y algunas huellas de manitos con pinturas coloridas. En el centro, una caligrafía preciosa en tinta negra rezaba el nombre del jardín, «Los Colores de Daegu», allí había también algunas fotografías de las montañas típicas de la ciudad y folletos turísticos en una canasta de yute.
—Luce genial... —admiró Yuri, tomando algunos de los folletos e incluso comparando el tamaño de su mano con las manos pintadas de los niños, sonriendo con suficiencia.
—Lo he pintado yo con los niños —anunció el menor.
Yuri apreció cómo la mirada de su amigo se ablandaba como un capullo, tal vez llena de recuerdos de pureza e inocencia. No pudo evitar sonreír también cuando siguieron su camino e ingresaron en aquella amplia casa, cuyas paredes eran de un rosa viejo y tenía numerosas puertas, que suponía eran las aulas.
Apenas ingresando, había una señora en recepción que tenía las ropas de una auxiliar y estaba preparando una bandeja con panecillos y mermelada dulce. Yuri suponía que era el desayuno de los niños. Junho tiró del hilo de una campanilla dorada, anunciando su presencia.
—Hola, señora Bae. Se ve bonita hoy, el corte de cabello le sienta bien —elogió a la señora de unos cincuenta años de edad, quien al parecer se había recortado el rubio cabello, un poco más abajo que los hombros.
—¡Oh, Jun-ie! —rio con un ligero sonrojo—. Tan detallista como siempre, mis hijos deberían aprender de ti.
Yuri sonrió por la tierna escena.
—Hoy ha venido una amiga a conocer a los niños. Es Yuri, ¿recuerdas? —la señaló, quien hizo una venia respetuosa.
—¡Cómo no recordarlo si me vienes hablando de ella desde que eras un pasante! Pero mira qué cosita adorable has traído, los niños se pondrán como locos —le sonrió—. Espero que cuides bien de Junho, es un chico bondadoso como pocos.
—Lo haré, señora. Muchas gracias por cuidar de él —sonrió cálidamente.
La señora asintió, satisfecha con la primera impresión que la chica había dado. Mientras ellos conversaban, Junho se abrochaba el delantal y tomaba un maletín con sus cosas que al parecer siempre dejaba en la escuela.
—Los niños están en la salita con la maestra de literatura, que ya se está por ir. Iba a llevarles el desayuno porque ya debes saberlo, algunos no comen nada en el día —señaló la bandeja.
—Me gustaría hacerlo yo esta vez, si no es molestia —se ofreció Yuri.
—Oh, claro —sonrió la mujer—. Estarán encantados, explícales que eres amiga de Junho.
Yuri asintió, tomando la bandeja cuidadosamente con sus manos. Cuando el de cabellos cereza se volteó a verla, su mirada detonó sorpresa pero no dijo nada. Caminaron por los pasillos hasta la última puerta, decorada con flores de cartulina y decía una serie de frases: "salita para: reír, soñar, imaginar...". Yuri mordió su labio no pudiendo soportar tanta calidez, sabía que Junho había hecho todas esas decoraciones y su corazón se sintió flotando en una nebulosa de ternura.
Fue al abrir la puerta y encontrar una masa de pequeños niños gritar el nombre de Jun-ie que pensó que quería recuperarlo más que nada en el mundo.
La chica que estaba antes, que suponía era la maestra de literatura, se despidió amablemente de los niños y se marchó luego de intercambiar algunas palabras con Junho. La salita era pequeña, todos los niños estaban sentados en ronda y algunos jugaban entre ellos. No parecían tener más de tener cinco años. Cuatro niños y tres niñas lo miraron fijamente llegar con la bandeja, mientras que una niña correteó encantada hacia Junho y no se despegó de él desde que lo vio llegar.
—¡Príncipe Jun-ie! —la oyó exclamar, recibiendo algunas caricias en su cabello color miel por parte de su maestro.
—Princesa Mei, ve a desayunar. ¿Qué es lo que te dije? Las princesas tienen que comer para ser fuertes —le sonrió, agachándose para verla pucherear por unos momentos.
Sin embargo, cuando la niña vio a Yuri con la bandeja, pareció también quedar encantada por él, pues sus ojos brillaron. Ella tragó saliva, no sabía cómo tratar con niños y todos la miraban con notoria curiosidad.
—Bueno, yo... ¿La hermanita del maestro Jun-ie? —titubeó, mirando a su amigo para recibir ayuda, pero él estaba intentando no reírse, ocultando su cara entre un libro de cuentos—. ¡La hermanita del maestro Jun-ie ha llegado! ¡Y tiene desayuno! ¿Quién tiene hambre, pequeños, pequeñas? —sonrió tensa, no tan convencida de que estuviera haciéndolo bien.
Si Junho estaba decepcionado con ella, ¿estaba mal utilizar este momento para llamarse a sí mismo su hermanita? Bueno, los niños no sabían nada de lo que estaba pasando en el mundo de adultos y al parecer estaban emocionados de conocer a la hermana del maestro. O quizá sólo era la magia del desayuno, pues algunos niños corretearon notoriamente hambrientos.
—¡Hermanita! —exclamaron, casi al unísono, como si se hubieran puesto de acuerdo.
Pronto Yuri se vio envuelta en una masa de niños y niñas. Casi solloza de ternura.
—Niños, sentados —ordenó el maestro plástico suavemente—. Ustedes no lo saben, pero cuando la hermanita Yu se enoja despide fuego por la boca. No querrán ver eso.
—¿Como los dinosaurios? —preguntó un niño asombrado.
—Sí, sí, exacto. Si hermanita Yu se enoja, ella sólo hace "¡waah!" y el fuego "¡boom, boom!". No queremos eso, ¿verdad? —negó Junho con su cabeza, dramatizando su actuación con efectos especiales.
—¡No! —chilló ese mismo niño—. ¡Si hay dinosaurio de fuego, todos seremos del color de tu cabeza!
Yuri rio a carcajadas, haciendo que sus ojos desaparezcan. Tras ese momento, todos los niños se sentaron con paciencia y obedientes.
—Oye, Jun-ie, hablaremos sobre que me dijiste dinosaurio luego. Por ahora, ayúdame a darles el desayuno a los niños —le pidió.
—Lo de que escupes fuego por la boca es cierto, sé cómo te ves enojada —se encogió de hombros, tomando algunos panecillos y pasándoselos a los niños para ayudar.
Cuando todos los niños tuvieron su panecillo de mermelada y su taza de leche, Yuri tomó asiento al lado de su amigo, emocionada por ver cómo se desarrollaba su clase.
—Bien niños, saquen sus blocs de hojas y colores. Hoy pintaremos lo que más me gusta en el mundo. ¿Alguno tiene idea de qué es eso? —preguntó con su dulce voz, paseándose por la salita.
Los niños empezaron a exclamar lo primero que venía a su cabeza, como nubes, vacas, dulces o incluso uno dijo "nosotros", haciendo a Yuri morir de ternura.
—Sus respuestas son interesantes, pero... Ninguno ha adivinado. Lo que más me gusta en el mundo son los sueños. ¿Alguno sabe cómo podemos pintar los sueños? —cuando los niños negaron, Junho tomó una de sus hojas para empezar a explicarles—. Como estuvimos viendo anteriores veces, ¿alguno podría decirme qué es un sueño?
—¡Es lo que quieres ser de grande para ser feliz! —respondió la princesa Mei, orgullosa de recordarlo.
—Exacto. Pero también, un sueño es aquello que quieres hacer en el día a día, tanto niños como adultos nunca dejamos de tener sueños. Incluso, ser feliz puede ser un sueño en sí mismo, ¿lo sabían? —mientras hablaba, Junho pintaba con toda la naturalidad y sencillez del mundo algo que parecía ser la entrada del jardín—. Este lugar es un lugar donde todos harán que sus sueños crezcan, sin límite alguno. Aquí nadie se reirá o burlará del sueño del otro, porque todos los sueños son importantes y valiosos. ¿Lo entienden, niños?
A medida que su explicación avanzaba, el dibujo del jardín se empezaba a llenar de niños, flores y colores brillantes de primavera.
—Bien, les dejaré este dibujo como guía. Si no saben qué pintar, pueden pedirle ayuda a la hermanita Yu —sonrió, malvado.
—¿Hermanita Yu es la maga de los sueños? —preguntó un niño, curioso.
—Así es, Soobin.
Yuri sonrió enternecida, mirando cómo los niños empezaban a pintar alrededor. Algunos subían sus ojos a la pintura de Junho de vez en cuando. Cuando lo hacían, su amigo sonreía genuinamente, acercándose para felicitar a algunos soñadores y animar a algunos otros inseguros que no sabían cómo empezar.
Y cuando en un momento, Junho sonrió también para ella, quien estaba divertida con los dibujos que los niños le mostraban a la "Maga Yu" de los sueños, no pudo evitar sentirse profundamente feliz.
Quería recuperar a su mejor amigo y ya no había dudas de que lo conseguiría. Tal vez, en algún momento mientras los observaba, desearía volver a ser una niña como ellos. Si volvía a empezar, ahora que sabía qué camino tenía espinas y en cuál tendría más posibilidad de perderse en la oscuridad, podría remediar todas las heridas que el mundo le había dejado.
Pero entonces, ¿qué sentido tenía? Tal vez todos terminábamos perdiéndonos en algún momento, no importa qué camino tomáramos.
Lo importante, tal como Junho le había enseñado hoy, era no perder la fe en tus sueños.
11
Mientras los niños terminaban sus pinturas, Junho se había sentado a su lado en el suelo y también comenzó a pintar con suma concentración. Al principio Yuri se sintió algo incómoda por ser la única que no estuviera pintando, así que también se dejó llevar y tomó una hoja para dibujo, sólo que no tenía claro cuál era su sueño.
Junho se giró a verla, notando que no podía pintar como los demás.
—¿Necesitas ayuda? —le ofreció, mirando la hoja en blanco desde hace tiempo.
Él definitivamente era la persona más bondadosa de este mundo. Yuri se removió en el suelo con timidez.
—Creo que sí... ¿No es algo tonto que la maga de los sueños no tenga un sueño? —agachó la mirada, absorta en el pincel entre sus dedos.
—Claro que no, noona. Sabes que no. ¿Me dejas ayudarte?
Junho dejó su dibujo de lado, como si nada fuera más importante que su amiga.
—Pensé que estabas enojado conmigo. Pensé que te decepcioné y lastimé —insistió, sin entenderlo.
—Y lo hiciste, pero ahora mismo eso no importa, eres como una niña más queriendo soñar en esta salita. Ven —palpó el suelo a su lado, a lo que Yuri se acercó enseguida—. Conversemos mientras piensas en qué pintar. ¿Hay algo en particular que quieras decir?
—Bueno, yo... No he podido evitar preguntarme por qué amas tanto este lugar. Sé que podrías conseguir un lugar mejor y también sé que estos niños podrían ir a un jardín con más compañeros y comodidades. Por supuesto que es hermoso estar aquí y que juntos están construyendo algo increíble, pero... Creo que quiero escuchar las razones de tu boca, porque nunca te lo he preguntado, ¿verdad? —sonrió algo triste.
—Lo entiendo, noona. Cualquiera que lo viera desde afuera creería lo mismo. Tal vez estos niños sean más exitosos el día de mañana si fueran a un jardín donde aprendan algo más que a pintar sus sueños. Yo, a su vez, podría cobrar más dinero enseñando en otro lugar. Pero al final del día, ¿cuáles son los valores y recuerdos que tenemos? ¿En qué momento empezamos a vivir? ¿Los últimos veinte o treinta años de nuestra vida, cuando nos jubilemos? Eso es lo que intento transmitirles a los niños y eso es lo que quiero recordarme continuamente a mí —reflexionó el menor, continuando con su propio dibujo.
Yuri asintió, digiriendo sus palabras. Y sin darse cuenta, su mano también había empezado a pintar en silencio.
—Así que vivir... En el fondo, tiene un mensaje muy bonito.
Junho asintió, tomando algo de verde de la paleta de colores.
—Quizás en algunos lugares del mundo no se enseñen esas cosas. Pero tienes que ver cómo se ponen los niños cuando ven a las gallinas o a las vacas —sonrió—. Yo también me pongo a jugar con ellos sin darme cuenta.
—Eso es hermoso. Creo que, luego de escucharte, ya sé cuál es mi sueño —asintió con una sonrisa.
Ambos siguieron pintando en silencio, intercambiando alguna que otra palabra trivial de vez en cuando. No dejaron de estar concentrados en sus pinturas en ningún momento hasta terminarlas. Para cuando eso sucedió, la mayoría de niños ya había terminado y empezaron a jugar entre ellos, sin armar tanto escándalo.
—Muéstrame primero, Jun-ie —puchereó una adorable Yuri, escondiendo su pintura.
—Aish, está bien —refunfuñó, pero aun así, le enseñó su pintura.
Yuri abrió sus labios maravillado. Junho se había pintado a sí mismo en el jardín de la casa verde jade, mirando las estrellas de un cielo azul oscuro con varias personas. Pudo distinguir a una chica que no conocía, pero suponía era su novia-no-tan-novia, de tez morena y cabellos negros. Él estaba dándole la mano y señalaba la luna. En otro costado, estaba Yuri con sus abuelos y Mandarina entre sus brazos, alrededor había muchas pinturas y la pareja de ancianos sonreía abrazados.
Yuri estaba llena de pintura en el rostro y no pudo entender la razón de eso.
—Es tan bonito, Jun-ie... Pero, ¿por qué el suelo está lleno de pinturas de colores e incluso yo estoy manchada?
—Porque para mí el arte es felicidad y quiero que seas feliz. Es por eso que estás manchado de pintura, porque en mi sueño, las cosas malas dejan de importarte —resumió, algo apenado por su explicación.
—Jun-ie... —sonrió, sus ojos aguándose por la emoción.
No pudo evitar rodearlo con sus brazos y empezar a sollozar. Fue cuando un notoriamente avergonzado Junho palmó su espalda para que se alejara que sorbió de su nariz y le mostró ella su pintura.
—No soy tan buena como tú y los niños, pero es sincero.
Su amigo la admiró en silencio. En la pintura de Yuri había una niña y una adulta de apariencias similares. Estaban dadas de la mano y caminaban por un sendero de árboles coloridos y charcos de agua que reflejaban las nubes, dejando atrás un mundo lleno de puntos de luces multicolor.
—Esta de aquí soy yo ahora, y esta soy yo de niña —señaló las dos figuras—. Mi sueño es poder volver a hablar con la Yuri que era antes y poder entenderla. La Yuri que todavía no perdió la inocencia y tal vez contagiarme un poco de su forma de ser. Sé que resulta algo tonto e imposible para ser un sueño, pero... Me gustaría poder darle un abrazo, ese abrazo que necesitó en su momento y nadie estuvo para darle. Entonces tal vez ella podría abrazarme ahora que yo soy quien lo necesita.
Junnho sonrió, satisfecho. No le diría cuán conmovedor le había parecido su sueño, quería que ella lo descubriera por sí misma.
—Es un buen dibujo considerando tus habilidades —se burló.
—¡Oye!
—Es en serio, ya viste que los niños dibujan mejor que tú, ni siquiera podemos decir que dibujas como alguien de pre-escolar porque sería insultarlos —continuó mofándose.
Yuri lo fulminó, inflando sus mejillas.
—Comienzo a pensar que te llevarías bien con ese estúpido mecánico, pero no soportaría verlos en el mismo momento y lugar sin volverme loca —suspiró, sabiendo que sólo ella entendía sus razones.
—Ya te lo dije, comienza a caerme bien desde que te hizo un descuento. Pero si podemos burlarnos de ti juntos, tiene mi completa aprobación —rio.
Yuri viró sus ojos. Para sorpresa del menor, estaba contándole cómo consiguió otro descuento para su nueva bicicleta cuando la puerta de la salita se abrió de pronto. Cuando suavemente ingresó una maestra con un delantal azul cielo, los niños comenzaron a exclamar su sobrenombre, contentos.
—¡Tata! —rieron algunos niños, acercándose a ella para mostrarle sus pinturas.
La joven era de tez morena y tenía una presencia jovial. Enseguida mostró una peculiar sonrisa cuadrada, sus ojos eran de un oscuro chocolate amargo que combinaba idílicamente con sus cabellos despeinados en rulos azabaches. Las facciones de su rostro eran simétricas donde quiera que lo veas y la mandíbula fina, con una piel canela tan suave que parecía de papel. Yuri notó de inmediato el parecido que tenía con la chica que Junho había pintado a su lado y no necesitó más pruebas que simplemente ser testigo de cómo la mirada de su amigo cambió a partir de ese momento.
No sólo dejó de escucharla, sino que sus ojos se abrieron sorprendidos y empezaron a brillar de sobremanera, siguiendo sus movimientos con perfilada atención. Yuri arqueó una ceja y sonrió pícara.
—¿Quién es ella, Jun-ie? —le susurró.
La maestra de delantal azul sonreía y hablaba de una manera infantil con una voz de tesitura profunda pero cálida, agachándose a la altura de los niños. Traía un estuche de instrumento en su espalda, tenía la forma de un saxofón y al igual que Junho, tenía una serie de pines con el emblema del jardín en su ropa.
—Ah, ella es... —titubeó.
No pudo responder, o quizás el habla escapó de su cuerpo, pero pronto la chica de tez morena se acercó a ellos dos y Junho fue el primero en ponerse de pie, seguido de Yuri. De cerca, la joven música era incluso más atractiva. Tenía una serie de lunares desparramados en su nariz, rostro, orejas y cuello y su mirada era afectuosa con su alrededor.
A Yuri ya le cayó bien sólo por su sonrisa.
—Tiana-ssi, te presento a mi amiga de la infancia, Kim Yuri. Y Yuri-ssi, te presento a mi... —carraspeó—, colega, Park Tiana.
Por supuesto que entendió absolutamente todo con sólo el aire cálido que se sentía entre los dos. Yuri le sonrió, queriendo estrechar sus manos pero viéndose sorpresivamente interrumpido por un abrazo amistoso.
—¡Eres tan adorable! ¡Seremos mejores amigas! —la apretó entre sus brazos. De cerca, Park Tiana olía a una peculiar combinación de fresas y chocolate.
—¡Es mi mejor amiga! —recalcó el de cabellos cereza, intentando separarlos.
—Ya, ya... —Yuri palmó la espalda de la joven música, riendo para alejarse. No estaba muy acostumbrado a ese tipo de confianzas—. Es un gusto conocerte, Tiana-ssi. Ustedes dos deben ser muy cercanos, ¿verdad?
—Sí, sí, somos muy cercanos —se sonrojó ella, rascando su oreja—. Soy la maestra música, es mi clase ahora pero Jun-ie la da conmigo desde el año pasado y hacemos actividades juntos. Digamos que trabajamos codo a codo todo el tiempo.
—Oh, eso es genial —sonrió pícara, observando cómo su amigo miraba hacia otro lado haciéndose el tonto—. ¿Hace un año que se conocen y Jun-ie no me ha dicho nada? Mira qué tonto es. Estaré emocionada de ver lo que hacen.
Yuri se sentó en el suelo otra vez, pero en esta ocasión del lado de los niños. Por supuesto que iba a molestarlo durante el resto de la jornada, porque nunca le había dicho que su novia-no-tan-novia era tan amable, su colega de trabajo y que además, parecía ni siquiera saber que le gustaba.
Definitivamente tenía material para molestarlo por el resto de los días aquí.
***
Cuando la jornada de hoy terminó, el par de amigos se despidió de Tiana, quien se marchó caminando en dirección al campo con su saxofón en la espalda. A las cuatro de la tarde empezaba a refrescar otra vez, pues en invierno eran pocas las horas de calor en el día. Yuri se abrazó a sí misma mientras caminaban en dirección a la moto del menor, la cual estaba intacta en su lugar.
—¿Dónde vive Tiana-ssi? —inquirió curiosa al haberla visto caminar.
—En una de las casas de por allá —señaló un complejo de chozas a lo lejos, casi como una pequeña aldea—, es relativamente cerca, serán unas doce o trece cuadras quizá. A veces la alcanzo con la moto pero le dije que hoy no podía.
—Oh, es mi culpa —se apenó.
—Descuida. A ella realmente no le molesta caminar, sólo lo hacemos para pasar más tiempo juntos —confesó algo avergonzado—. Vamos, sube noona.
Yuri obedeció, ocultando su sonrisa traviesa dentro del casco. No quería molestarlo ahora que estaba por conducir, pero definitivamente le esperarían varias preguntas al llegar a casa.
Era en momentos como este donde sentía que nada había cambiado en los dos, en lo absoluto. Tal vez el mecánico tenía razón y hay afectos que no cambian con el tiempo, sólo debía esperar un poco más para que las respuestas llegaran por sí solas.
El viaje transcurrió tranquilo, Yuri llevaba sus ojos cerrados abrazándose a la espalda de su amigo y olfateando su aroma a cuero y colonia que el viento traía. Llegaron rápidamente, Junho había acelerado un poco más para pasar algunos coches o tal vez era otra cuestión la que lo tenía ansioso.
Yuri se bajó de la motocicleta, sintiendo sus cabellos hechos una maraña desastrosa, pero extrañamente cómoda con eso.
—¿Sabes? Creo que deberíamos hacer una cena este fin de semana. Podrías invitar a Tiana y yo al tosco mecánico para que lo conozcas de una vez. ¿Qué opinas? —lo siguió, correteando por el jardín.
Su amigo estaba notoriamente apresurado por algo, pues dejó las llaves en cualquier lugar y comenzó a subir las escaleras de a dos en dos.
—¡Jun-ie, no me ignores! —bufó.
—¡Ah, sí, es buena idea, pero no cocines tú noona! —gritó desde arriba.
—¿Por qué estás tan apresurado?
Se oyó un silencio por unos momentos. Mientras tanto, Mandarina llegó bajando del sofá para maullar en sus pies, dejando su aroma, sus pelos naranjos en sus pantalones y quizá exigiendo comida. Yuri suspiró, buscando la bolsa de comida para gatos.
—¡Tengo una cita esta noche! —oyó un grito nervioso.
—¿¡Con Tiana!? —preguntó, tan asombrada que casi se le cae toda la bolsa en el pote de la gatita.
—¡Y quién más si no, maldita sea!
Yuri sonrió emocionada. No estaba realmente seguro de que Tiana supiera que eso se trataba de una cita, pero lo dejó ser. Subió apresurada luego de haber alimentado a la mascota del hogar, encontrando que la habitación de Junho estaba hecha un desastre de ropa.
Parecía haber vaciado todo su armario y ahora simplemente estaba acostado en forma de estrella encima de toda esa montaña de desorden, mirando el techo. La pelinegra se cruzó de brazos y lo miró con una ceja alzada. Por dentro, la habitación de Junho era tan excéntrica como por fuera. Las paredes eran negras a excepción de la del cabezal de su cama, que se mantenía de un liso blanco. Las cortinas eran de un rojo vino y estaban la mayoría del tiempo cubriendo la ventana que daba hacia la choza vecina, a varios metros de distancia. Al igual que las sábanas negras, había una alfombra de polar oscuro con un puff y una guitarra acústica colgada en la pared llena de muebles con discos de música, vinilos y cualquier colección friki del mercado.
Las luces de la habitación eran blancas, rojas o azules, aunque también tenía la opción de una lámpara de estrellas que simulaba un cielo mágico de aurora boreal.
—¿A dónde es que irán que justifique este desastre? —preguntó Yuri, corriendo las cortinas para que entrara la luz natural.
Ese lugar ya empezaba a parecer una cueva.
—Iremos a cenar al centro. Luego seguramente caminemos por la avenida y cosas así —fingió desinterés.
—¿Como amigos? —escarbó sin rodeos.
—No... No hemos hablado esa parte.
Junho acariciaba sus abdominales bajo la ropa, pensativo.
—En serio, son tan lentos —viró sus ojos—. Déjame ayudarte. Si mi experiencia citadina sirve de algo es para estas cosas.
Yuri prácticamente empujó al menor de su lugar, dejándolo en el suelo y comenzó a rebuscar el mejor conjunto para la ocasión; algo que lo hiciera ver sexy, notoriamente interesado, pero al mismo tiempo no fuera vulgar, sino que resaltara sus cualidades y personalidad.
Le arrojó una camiseta blanca, una chaqueta de jean vieja y unos pantalones de mezclilla rasgados con unas botas de cuero.
—Ten, pruébate esto.
Perezoso, Junho obedeció y se cambió con la chica de espaldas. Fue cuando le dijo que estaba listo que Yuri se volteó a verlo y el corazón casi se le sale por la boca.
Lo había vestido literalmente como el tosco mecánico.
—¿Por qué te sonrojas, noona? ¿Tan bien me veo? —rio, aunque convenciéndose de la idea, Junho se miró al espejo con seguridad—. Wow, ¿y este chico tan guapo?
Yuri tragó en seco. Su inconsciente le había hecho una jugada irónica, diciéndole que su definición de apuesto era precisamente ese tipo de hombre. Le pareció sumamente retorcido el hecho de ni siquiera intentar disfrazarlo. Era muy claro ahora que lo veía vestido de ese modo.
—Bien, te prestaré unos pendientes y te ayudaré a peinar tus cabellos. También puedo maquillarte y...
—Nah, así estoy bien. Rudo y al natural —rio.
Yuri asintió y lo vio terminar de arreglarse, eso consistía en ponerse desodorante y "peinarse" desarmando su cabello con sus manos de un modo para nada estilizado. Viéndolo prepararse para salir, Yuri pensó que también tenía ganas de hacer algo esta noche.
Si lo pensaba bien, es como si nadie la necesitara realmente. En los días que llevaba en Daegu, ninguno de sus supuestos amigos de Seúl le había enviado siquiera un mensaje preguntándole cómo estaba. Y se sentiría solitario si tan sólo hubiese esperado algo diferente. En el fondo lo sabía, pero no podía hacer nada diferente. Sólo era esa clase de amigos con los que saldrías a beber o bailar luego del trabajo, tal vez te cubriría en algún momento o saldrían a almorzar si sus horarios coincidían, pero nada que le escapara a lo superfluo. Era vacío vivir de ese modo.
Estaba tan concentrada dándole vueltas a esa idea que no se percató de que su teléfono estaba sonando abajo, sino hasta que Junho le avisó, por poco dándole un coscarrón para que espabilara. Algo molesta, Yuri bajó antes de que la llamada terminara, leyendo el nombre Mecánico Minho brillar en la pantalla.
¿Ahora qué es lo que tenía para decirle?
12
Varonil. A Yuri, quien en realidad sólo le simpatizaba el aroma de las flores, sus últimos pensamientos le resultaban algo fuera de lugar. Esas orejas libres de perforaciones, los dedos libres de anillos y cualquier joyería plateada; el aliento a menta camuflada por el tabaco amargo y todo eso que lo volvía un completo opuesto a ella. Desagradable, vulgar pero extrañamente suave.
¿Quién en su sano juicio permitiría arreglar algo gratuitamente? Sin quererlo se había vuelto su pasatiempo favorito. Adoraba molestarlo.
Cuando en el taller él le decía que no tocara nada, pero simplemente no podía evitarlo. Quería llamar su atención, quería que la mirara. Las herramientas caían al suelo, una tras otra, perdiendo el tiempo. Quería comprobar cuán rugosas eran sus manos, cuán huesudos sus hombros o qué tan espesos podían sentirse esos gruesos cabellos suyos al tacto, tal vez un poco sucios de polvo pero no importaba, para Yuri él siempre olía bien, olía varonil, olía diferente y le atraía mucho.
Quizá porque él representaba la esencia que había perdido hace tiempo y cuando lo veía era como si pudiera delinearla con sus dedos, los ojos cerrados y de pronto el ansiado reencuentro consigo misma. Cuando todavía tenía sueños, cuando ser adulta no era ponerse una máscara diferente cada día, un traje pesado de sobrellevar, sino una ilusión o ensueño. Pero de pronto esa luz al final del túnel se volvió tan grande que la encegueció y todo lo que alguna vez soñó se convirtió en su pesadilla. Porque el mundo te daba tanto como te quitaba, pero eso no estaba en ningún manual de instrucciones.
De nuevo se preguntaría: ¿la dejaría así; así de desarmada, después de haberla destartalado sin siquiera advertirlo o, por el contrario, atinaría a arreglar el desastre de piezas en que la había convertido? Parecía que cada día algo nuevo se salía de su lugar, algo que ni siquiera conocía como propio porque cuando estaba entera, cuando era unidad, no era consciente de sus partes.
Y cuando ese día él la invitó a una cita formal, sólo pudo sentir que los tornillos caían al suelo como gotas pesadas.
—Creí que ya habíamos tenido varias salidas antes, Minho —rebatió nerviosa, cambiando el auricular de lado.
—En ningún momento te invité a una cita. Repetiré tus propias palabras, lindura. Sólo salidas normales. Te dije que mis intenciones eran diferentes contigo. Bien, este es el momento en que lo tomas o lo dejas, así de sencillo —determinó la grave voz, oyéndose algo robótica por la señal que empezaba a fallar.
Yuri respiró profundamente.
—De acuerdo, pero no pasará más que una cita.
—Paso por ti a las nueve —dijo y colgó la llamada.
No más salidas normales. Eso lo volvía algo peligroso, pero estaba dispuesta a tomar el riesgo. Sentía que el mecánico tenía las respuestas que estaba buscando, quizás él mismo era una especie de epifanía en su vida. Si no estaba rota, sino destartalada, eso significaba que todavía podía tener arreglo.
En ningún momento esperó que la definición de cita para Minho fuera esta. Se había arreglado para salir al centro, quizá lo más viable era tener una cena como Junho tendría con Tiana esa noche; por tal motivo había optado por sus ropas citadinas de noche y un maquillaje cargado. No obstante, al abrir la puerta a las nueve y media pasadas, porque Minho al parecer no era puntual, encontró una escena que no había esperado bajo ningún punto.
El hombre tenía en sus manos varias bolsas plásticas con comida dentro. El viento de la motocicleta había despeinado sus cabellos azabaches y gris, pero parecía sortearlo bien con esa chaqueta de cuero roja como la sangre y sus borcegos ahora de marrón oscuro, lustrados o quizá pulcros por la ligera llovizna de invierno. Rastreó unos pantalones tejanos en azul lavado y un par de anillos en sus falanges finos, así como dos argollas de plata en sus lóbulos que brillaban inmaculadas y se batían con el viento.
¿Dónde estaba el mecánico que había conocido, vulgar y poco amable, con un aspecto que siempre dejaba mucho que desear a la ciudad? Ahora todo lo que podían ver sus ojos era a un hombre hecho y derecho, pulcro, completamente limpio y listo para hacer sobresaltar a su corazón. Tan fácilmente podría confundirse con un hombre de ciudad que los últimos tornillos cayeron al suelo despojándola.
—¿Minho? ¿Qué es todo esto? —dijo cuando su cuerpo logró descongelarse.
El hombre sonrió de lado, mordiendo su labio para contener una risa socarrona.
—Te dije que esta era una cita. Es normal que me esmere más que para una salida normal, ¿no crees? —continuó parafraseando, aquello empezaba a volverse un claro motivo de burla.
—Admito que me ha sorprendido, sólo eso —se cruzó de brazos, a la defensiva para no flaquear—. ¿Y esas bolsas? ¿A dónde iremos?
—No iremos a ningún lugar hoy.
Yuri arqueó una ceja.
—¿Y nuestra cita?
—Nuestra cita somos nosotros. ¿Me dejarás pasar? —la apuró, lamiendo sus labios fríos.
—¡No sea descarado! Esta no es mi casa —murmuró.
La había tomado por sorpresa y necesitaba algo de tiempo para hacerse a la idea, especialmente frente al hecho de encontrarse tan transparente esta noche estrellada. Uno frente al otro, ese lugar donde el silencio parecía ser brutalmente llenado con su presencia.
—Dijiste que tu amigo saldría esta noche. No veo el problema.
—Pero... —susurró, terminando por desistir—. Que conste que sólo lo dejaré pasar porque hace un jodido frío afuera.
Con pesar, Yuri se hizo a un lado y cerró la puerta. El hombre ingresó, dejando una estela de tabaco y su perfume al pasar, algo hipnótico ahora que lo sentía encerrado entre las mismas cuatro paredes. Y por un momento, temió dejar que su sistema se inundara por completo en el fragor de su aroma.
Con total libertad, Minho se introdujo en la cocina donde dejó las bolsas en la mesada. Como era de noche, las luces del hogar estaban encendidas en un cálido anaranjado. Por la ventana de la cocina, las altas y opulentas hojas verdes se mecían en un azulino verdor impregnado del rubor nocturno. La melodía que el viento pronunciaba se camuflaba en los sonidos que Minho hacía al sacar los ingredientes de la bolsa. Yuri siguió con la mirada cada uno de sus movimientos, sin saber bien cómo actuar ahora que lo veía de ese modo, manejándose sin pudor en la que a veces sentía como su única casa.
—¿Qué es todo esto? —se acercó a la mesada, naturalmente curiosa.
El cítrico dulzor que solía sentirse en la cocina, por su cercanía a los árboles de frutas invernales, ahora se mezclaba en el aire con el propio perfume que Minho solía desprender. Y eso no debería haberse sentido tan llamativo para ella, como si quisiera perpetuarlo un poco más para entenderlo.
—Me cocinaste una vez. Ahora es mi turno de hacerlo, Yuri-ah —pronunció, terminando de sacar todos los ingredientes de la bolsa—. ¿Podrías dejar mi chaqueta por ahí?
El mecánico se despojó de la prenda lentamente, casi a propósito. Yuri fue testigo de los músculos de su espalda flexionando el movimiento hasta quedar en una camisa tejana a cuadros rojiza, cuya tela era todavía gruesa. Ella asintió, algo abombada, dejando la chaqueta en la entrada justo al lado de su propio abrigo.
Cuando volvió a la cocina, Minho ya se había puesto manos a la obra con su platillo. Al parecer iba a hacer una lasaña, pues había una caja negra que era claramente de láminas de masa para su preparación.
—Usted es una caja de sorpresas, Minho —confesó al acercarse—. Estoy seguro de que cocinará algo mejor que lo que yo le hice, y eso me enoja un poco.
Agradeció haber limpiado la cocina antes de su llegada, puesto que Junho había hecho un desastre esta tarde al intentar hacer waffles con miel para la merienda.
—No sé cocinar tantos platillos, pero la lasaña siempre será mi especialidad.
—¿Lo aprendió de alguien en particular?
Minho asintió ronco como si la nostalgia lo embriagara.
—Mi hermano. De los dos, solía ser el que más maña se daba en todo. Hacíamos un buen contraste —sonrió, cortando algunas verduras con ayuda de Yuri—. Él era el típico excelente en todo, el que siempre se esforzaba y por eso tendría un futuro lleno de esperanza. Yo, por el contrario, era el rebelde bueno para nada.
Yuri rio por eso último, picando algunas zanahorias mientras el mecánico empezaba a hacer caras extrañas por el picor de la cebolla en sus ojos. Mientras tanto, una olla humeante se encargaba de hidratar las láminas de masa. La atmósfera que se había creado era sutilmente doméstica.
—¿Y cómo es su hermano ahora?
Se arrepintió al instante de haber preguntado aquello, pero ya era tarde, las palabras habían salido de su boca.
—Supongo que está lleno de gusanos. Hace tres años que falleció.
—Lo siento, no debí haber preguntado.
—Está bien. La muerte no debería ser algo tan tabú —se encogió de hombros, comenzando a llorar por la cebolla—. Ah, maldita sea, no puedo ver nada. ¿Por qué son tan jodidamente fuertes?
—Déjeme cortarlas por usted —rio.
—Bien. Seguiré con los pimientos. Como te decía... La muerte es algo natural. O tal vez me he acostumbrado demasiado a estar rodeado de ella luego de que mi hermano se vaya y dos años después, fuera el turno del viejo Gyu. Terminé por naturalizarla, quizás de más. No me asusta ni tiemblo al hablar de ella. De hecho, cuando visito sus tumbas... No sé si es normal, pero no puedo sentir nada. No como las otras personas al menos, que se acercan a hablar con sus difuntos o dejarles flores. Yo simplemente no puedo hacerlo por mucho que lo he intentado —confesó, dejando que sus codos chocaran de vez en cuando por la cercanía.
Yuri sintió que su corazón se apretujaba, como un trapo viejo siendo escurrido en su pecho. Ella también había perdido a sus padres, pero era apenas un bebé cuando eso había sucedido. Ni siquiera tenía recuerdos que le confirmaran que la muerte era algo real alrededor, quizá por eso, porque jamás había perdido a nadie a consciencia, era que no podía entender a la muerte por completo.
—Minho... Tal vez necesites un poco más de tiempo. Habrá sido muy triste para ti perder dos seres queridos en un transcurso tan corto.
—Sí, tal vez. Supongo que el tiempo lo dirá.
Continuaron cortando las verduras necesarias para el relleno. Al terminar, Minho comenzó a sofreírlas. Pronto el ambiente se vio invadido por el tibio aroma a comida. Para disiparlo un poco, Yuri abrió las ventanas dejando ingresar el aire frío.
—Realmente las cebollas le hacen mal —se carcajeó dulcemente, pues el mayor seguía estornudando y con sus ojos picando.
—Ah, siempre he sido sensible a esas malditas.
Despacio, Yuri tomó su rostro entre manos y no supo qué la había alentado a hacerlo, pero sus ojos conectaron al instante, tentándola a retroceder. A cambio, secó sus lágrimas suavemente con los pulgares y le regaló una sonrisa.
—¿Mejor ahora?
Minho asintió, algo colorado y renuente. En ese momento, al sentir el aroma a carne y verduras, Mandarina se acercó saltando en la encimera y miró al desconocido con curiosidad. El mecánico la observó, iniciando una guerra de miradas propia de los gatos.
—¿No le gustan los gatos? —intervino Yuri, preocupada.
—Me gustan, pero creo que no nos llevamos bien.
La pelinegra rio, bajando a Mandarina de la encimera y dejándola en el suelo. De inmediato, empezó a olfatear los pies de Minho y dejar sus pelos naranjos en Yuri, como marcando su aroma. Fue entonces que el mecánico arrastró a la chica más cerca de sí, transmitiéndole el calor que desprendía su cuerpo.
Yuri no pudo evitar admirar su blanco perfil mientras se concentraba en picar la carne. Su pelo caía en bucles desordenados por su frente y lucía más suave esta vez, desprovisto de polvo o cualquier suciedad.
—¿Por qué tiene algunos mechones de pelo gris? Desde que lo vi he sentido curiosidad por ese hecho.
—Ah, eso... —rio—. Es una larga historia. Solía tener el cabello teñido de menta en mi adolescencia, pero cuando entré al taller me di cuenta de que era un color muy fácil de ensuciar. De inmediato se notaban las manchas de polvo, carbón o material. Entonces volví a mi color natural, pero algunos mechones no los teñí y ahora el color verde se deslavó, quedando este producto extraño que ves ahora.
—Ya veo... Pensé por un momento que tenía poliosis o algún síndrome de ese estilo.
—De tenerlo, jamás me enteraré. No me gustan los hospitales.
Yuri estaba por rebatir, pero no pudo hacerlo. No cuando él se giró a verla a los ojos y su cuerpo tembló por completo. La mirada de Minho siempre la hacía sentir destartalado a su lado. Como si se desarmara un poquito más cada vez que la miraba hasta temer volverse polvo o burbujas, quizás eso sucedería si él finalmente terminaba de romper la distancia entre los dos, pero todavía no lo había hecho.
—Yuri-ah. ¿Tienes vino?
—Creo que sí... —suspiró nerviosa bajo los ojos negros.
Yuri abrió uno de los muebles, encontrando algunas botellas de vino blanco y tinto. Por recomendación del mayor, tomó una de las botellas rojas y lo dejó descorcharla con sus habilidosas manos. Los dedos blancos presionaron hasta que el corcho salió con un sonido hueco y tras alcanzarle dos copas, el violáceo líquido con motas bordo comenzó a llenar lentamente el cristal.
El relleno de la lasaña seguía cocinándose junto a la salsa bechamel, que aguardaba en su cacerola para ser unida al resto. El aroma que flotaba era exquisito, pero todavía había que esperar algunos minutos para continuar con la preparación y llevar la lasaña finalmente al horno. Yuri respiró con ansias aquel preludio, tenían unos momentos libres y no sabía cómo hacer para calmar a su alocado corazón.
—¿Por qué no me muestras el resto de la casa? —se ofreció con una sonrisa burlona, ya que ella no parecía salir de su trance.
—Claro. Sígueme.
Tomaron las copas y se dirigieron a la sala de estar. La chimenea todavía refulgía en una caliente llamarada luego de que Junho se haya encargado de encenderla esta tarde. Sabía que Yuri era muy perezosa para hacerlo y la casa tendía a enfriarse de inmediato si la calefacción estaba apagada.
—Podemos quedarnos aquí si quieres, está más cálido en la sala. Esos sillones oliva son mis favoritos, también es la cama de Mandarina. Y este árbol de navidad solía ser de mi abuela, al igual que las botas con nuestros nombres —contó paseándose por la sala, un poco más relajada ahora que estaba en su lugar favorito.
Minho asintió con interés, observando las decoraciones alrededor. Finalmente tomó asiento en el sillón, palpando su costado para que ella se acercara. Y eso hizo. Sus cuerpos terminaron algo apretados como solía estar con Junho cuando compartían los sillones individuales. Pero esta vez se sentía diferente, porque el contacto de sus muslos chocando ardía y la obligaba a cruzar sus piernas para alejarse de su calor. Pronto sus mejillas empezaron a colorearse, no supo si eran las llamas de la chimenea que borboteaban cálidas o si acaso la presencia del mecánico a su lado era lo suficientemente fuerte para hacerla entrar en calor de ese modo.
Bastaría para confirmárselo cuando él volvió a acercarse, recuperando ese espacio que había intentado romper y su corazón otra vez dio un tibio vuelco.
—Háblame más de ti, Yuri-ah —rompió el silencio tras beber suavemente de su copa.
Yuri lo imitó, dando un trago largo que ardió en su garganta y encendió aún más sus mejillas.
—¿De mí? Pues no hay mucho más que agregar. Te conté de Junho, de los abuelos, de mi trabajo...
—No quiero saber eso. En primer lugar, mírame cuando hablas. Es de mala educación dar la espalda —ordenó.
Yuri se giró, atrapando sus labios finos entre dientes. Suavemente, su mirada subió hasta que sus ojos conectaron como un solo ser. Las brasas anaranjadas se reflejaban en las pupilas del mecánico, fundiéndose en un color que jamás creyó ver en una mirada. Como un paisaje de atardecer hermosamente tibio. La piel de sus brazos se erizó cuando se vio incapaz de desviarse del sumergimiento, como si estuviese acelerando con sus frenos rotos directo al vacío. En ese instante, así se había sentido mirarlo a los ojos, pero la ausencia de miedo era profunda y lo descolocaba, porque caer no le importaba en lo absoluto.
—Lo estoy mirando ahora —afirmó, casi en un susurro.
—Entonces respóndeme, sin dejar de mirarme. ¿Mentiste aquella vez?
—¿Qué vez?
—Al decir que yo no era tu tipo. ¿Fue una mentira?
Sus ojos rasgados lo llevaron a una realidad diferente. A una que ardía peligrosamente, oscura y llena de incertidumbres, algo parecido al pecado o la manzana prohibida. Todo el dulzor del mundo parecía concentrado en esos orbes flameantes que brillaban y la atraían como un artista buscaba la luna cada noche. Yuri se vio obligada a desviar la mirada, sin poder cumplir con su palabra.
—Claro que no, yo jamás miento —pronunció, bebiendo el resto de vino de un trago.
Escéptico, Minho sonrió antes de que pudiera atraparla.
—¿Entonces por qué escapas y me miras de ese modo?
—¿De qué modo?
—Como si desearas que besara tu boca.
Con esas palabras Yuri comenzó a sentir la taquicardia nublando su razón. El vino no podía surtir efecto tan rápido. Eso que embriagaba sus sentidos como burbujeante champán derramándose de su copa no podía ser otra cosa que el hombre a su lado, su mera presencia y ese perfume que empezaba a hacerle picar el corazón. De pronto su rostro entero ardió y sintió la necesidad de huir de allí, de respirar aire fresco, algo que no fuera Minho invadiendo sin permiso todo su sistema.
¿Por qué se sentía tan nerviosa? Sus manos estaban sudando destartaladas y casi lanza la copa al suelo cuando el mecánico la tomó suavemente de la barbilla y otra vez esa mirada, otra vez esos ojos que no tenían respuestas pero sí muchas preguntas que jamás en la vida creyó poder hacerse. Y ahora ansiaba de algún modo salir de ese trance, de ese nudo en que se había convertido su cabeza desde que él puso un pie en este lugar.
O tal vez desde que le abrió la puerta del taller por primera vez, temblando bajo la lluvia.
—Dime la verdad y pararé. No puedes escapar ahora que estamos en las mismas paredes —anunció con cierta ansiedad en su voz.
—No es mentira. Usted realmente no es mi tipo... ¿Por qué no lo acepta de una vez? —murmuró.
Sin quererlo sus ojos se movieron hasta la boca, repitiendo la anterior declaración en su cabeza. Los labios del mecánico lucían rojizos por el vino, acolchonados por las mordeduras que él solía hacerse por mera costumbre, algo que taladraba su corazón de deseo cada vez que era testigo. La piel de su rostro brillaba ligeramente anaranjada por el reflejo de las llamas en la oscuridad de la noche. Con las luces apagadas, únicamente iluminado por la chimenea y el ligero halo que ingresaba desde la cocina, Minho se esfumaba antes de que pudiera atraparlo, tan tibio como un amanecer de verano.
—Acepta que estás mirando mi boca como una idiota.
Minho relamió sus labios y fue como si ese simple acto la descongelara. Entonces volvió a mirar sus ojos, arrepintiéndose al instante cuando ya no pudo soportarlo.
—¿Y qué? ¿Y qué si usted no es mi tipo y aun así quiero besarlo? Lo sabe. Sabe que mi orgullo no me deja aceptar que una citadina como yo puede pensar algo como eso, si usted todo lo opuesto a lo que he conocido —explotó.
El mecánico la dejó ir, rozando lentamente su barbilla con la punta de sus dedos antes de alejarse, volviendo a su lugar. Entonces sólo sonrió con ironía, volviendo a beber su copa y soltando lo que para Yuri se sintió como un signo de interrogación oscuro manchándose en su alma.
—¿Cuántas cosas has perdido por orgullo, lindura?
13
No supo cómo responder. En realidad, la había dejado pasmada, completamente sin habla como si la lengua se le hubiese enredado en palabras sin sentido. ¿Fue siempre su orgullo todo este tiempo? ¿Era por mero orgullo que había perdido a su mejor amigo y que no podía aceptar que la ciudad sencillamente no era para ella? ¿Era por orgullo que tampoco podía admitir que Minho le gustaba, por error o desatino, por azar o costumbre; por algo que era imprecisable pero la instaba a dilucidarlo despavoridamente?
¿Qué diablos era el orgullo que manchaba tanto el corazón de las personas?
La había dejado allí, simplemente estática en la pregunta, mientras con la excusa de llevar la lasaña al horno y llenar las copas de vino abandonó la sala. Yuri suspiró, dejándose resbalar del sillón al suelo y abrazando sus rodillas frente a la chimenea, sin importarle que su piel quemara y se resintiera por la cercanía al fuego.
—¿Por qué me hace esto? —lloriqueó entre sus rodillas, sólo oída por Mandarina quien se acercó a su regazo para consolarla.
Flotaba un aroma a lasaña indistinguible y delicioso. A pesar de su ligero desazón, supo que no quería seguir arruinándolo. No necesitaba ser su peor enemigo en este momento, ninguno de los dos lo merecía. Se puso de pie unos minutos después, limpiando las lágrimas traicioneras que se habían acumulado finas en sus párpados. En ese mismo momento, Minho se acercó desde la puerta que conectaba con la cocina.
—Supongo que no te perderás mi lasaña, ¿o eso tiene algo que ver con que no sea tu tipo en lo absoluto? —bromeó con la espátula de plástico en mano.
—Cállese, Min. Creí que había dejado las bromas atrás —refunfuñó, caminando a largas zancadas hasta la cocina.
Allí el aroma se concentraba increíble. Yuri aspiró profundamente cerrando sus ojos y sin poder evitar soltar un sonidito gustoso.
—Las dejaré atrás cuando admitas que te derrites por mí —sonrió, comenzando a servir en los platos con ayuda de la menor.
—Nunca diría eso por un hombre. Sería patético de mi parte. Así que no lo esperes —anunció, sentándose en la mesa seguido del hombre.
Ambos agradecieron por la comida antes de probar bocado. El primero en hacerlo debía ser naturalmente Yuri.
—¿Los roles se invirtieron y ahora eres tú el que espera ver mis reacciones y cumplidos? —preguntó con sorna, soplando el bocado de lasaña que desprendía un caliente humo.
—No temo admitirlo, lindura.
Finalmente llevó el tenedor a su boca, sintiendo de inmediato los sabores explotando en su paladar. Cerró sus ojos sin querer, la salsa bechamel estimulaba delicadamente y se camuflaba con el sabor fuerte de los tomates y la carne suavizándose con las verduras acolchonadas en masa suave. El picante y salado estaba perfectamente equilibrado así como el resto de condimentos que Yuri desconocía podían combinar tan bien en un platillo.
—Dios... Es tan delicioso que lloraré.
Minho rio bajo, comenzando a comer satisfecho sólo por haber oído lo que quería. Los sonidos que hacía el metal al chocar con los platillos de cerámica blanca eran todo lo que ocupaba el ambiente, acompañando las conversaciones triviales que mantenían acerca de la comida y cómo el hermano de Minho aprendió a cocinar trabajando para varios restaurantes del centro.
El mecánico estaba realmente gustoso de recibir tantos halagos y no tenía intenciones de disfrazar su ego con nada.
—Yuri-ah, ¿realmente no tienes pareja? —continuó en algún momento que la conversación se apagó.
Ella limpió su boca con una servilleta, agradeciendo no haberse ahogado con el vino.
—¿Seguirá coqueteando descaradamente?
—No estoy coqueteando, lindura. Simplemente me sorprende que estés soltera siendo tan linda.
—¡Eso es un claro coqueteo! —se sonrojó—. No tengo pareja. De hecho, nunca tuve una pareja muy estable. Creo que la máxima duración ha sido alrededor de medio año y ni siquiera nos veíamos tanto.
—¿No te gustan las relaciones cerradas? Personalmente, soy un fiel creyente de la monogamia —confesó, mirándola atentamente.
—No es eso. Simplemente no confío en nadie lo suficiente para entregarme de ese modo. Las personas generalmente te miran como si fueras una flor más en el jarrón —resumió, inhibiéndose al sentir cómo los ojos de Minho intentaban leerla.
—Supongo que eso es lo jodido de esto.
Yuri asintió con pesadez.
—Créame que la gente que me rodea en Seúl no busca nada serio. Sólo nos la pasamos de fiesta en fiesta, acostándonos con cualquiera. En cierto punto es un ciclo vacío y emocionalmente agotador.
Minho arqueó una ceja, cruzándose de brazos. Si algo no escapaba a la percepción de la menor, es que parecía estar ligeramente a la defensiva.
—¿Te acuestas con cualquiera?
—No con cualquiera, pero sí personas que conozco y sé que son seguras o al menos no intentarán sobrepasarse ni hacer algo que yo no quiera. También siempre me aseguro de cuidarme debidamente. ¿Por qué se pone así? ¿Piensa que soy una vulgar por eso? —frunció el ceño, no sabiendo bien cómo sentirse ante esa reacción.
—No. Simplemente no comparto ese estilo de vida, pero tú puedes hacer lo que quieras —concluyó, no volviendo a decir nada más del tema.
El mecánico hundió su rostro en la copa, dejando que el vino lo embriagara. Yuri supo que se había molestado, sus ojos negros no chispeaban con la misma energía que antes, aunque todavía le resultaba confuso definir sus emociones.
—¿Y usted, Minho? Suena como alguien que se ha enamorado varias veces —inquirió, lamiendo sus pomposos labios.
Habían terminado de comer, pero la conversación estaba interesante y las copas de vino todavía estaban llenas.
—Sí, he estado en pareja en el pasado. Con una chica.
—¿Y qué pasó con ella? ¿Ya no le gusta? ¿Hace cuánto? —curioseó.
—Ella me fue infiel. No perdoné algo como eso y simplemente la mandé al carajo. Cuando lees un libro malo, simplemente lo cierras, no es algo que quiera volver a leer.
—Oh...
—Aunque mi aspecto varonil pueda decirte lo contrario, no soy un mujeriego cualquiera ni entrego mi interés en papel de regalo.
—No se preocupe, jamás se me ocurrió algo como eso. Usted es más centrado y maduro que el resto. Eso me sorprendió cuando lo descubrí y lo hace lucir atrayente —confesó.
No supo si era el efecto del vino que finalmente estaba subiendo a su cabeza, pero no notó lo que había dicho sino hasta que escapó de sus labios y tan torpe como era, cubrió su boca apenada por lo que dejó escapar.
—Gracias por el cumplido. Sé que tener una mente madura es una de mis mejores cualidades —sonrió.
Yuri se sonrojó, apretando sus cachetes para que el color se destiñera del lugar, únicamente logrando que la sangre se acumulara más en esa zona. Finalmente bufó y tan avergonzada como estaba, se puso de pie para ayudar a juntar los platos.
—Lavaré luego, no se preocupe. Creo que mejor será tomar un poco de aire —corrió su flequillo suavemente de su rostro, evitando mirarlo.
—¿Quieres tomar aire con dos grados de temperatura? Tal vez se te salió un tornillo —se mofó.
—Nada de eso. Agarre la botella de vino blanco. Le mostraré mi segundo lugar favorito —sonrió.
Antes de arrepentirse, Yuri extendió su mano hacia él. Minho entrelazó sus dedos tras mirarla con intriga. El contacto inmediatamente afloró cosquillas tibias que ascendían desde la punta de sus dedos. Trotando por la emoción, la citadina salió al jardín y de inmediato la brisa helada golpeó en sus cuerpos sin piedad.
—Yuri-ah, entiendo que sea tu lugar favorito pero se me congelarán las bolas.
Ella rio, haciendo caso omiso. Detrás de la cabaña verde jade había un patio trasero donde el pastizal lucía más crecido y apenas llegaba la luz de la luna. A lo alto relucía una casa de árbol, algo pequeña como si estuviera construida para niños, rodeando había una escalera de caracol que permitía su subida sin peligro alguno.
—Aquí solíamos venir Jun-ie y yo cuando éramos niños. La cabaña era de sus papás, pero ahora es suya. Ven, subamos —tironeó de él emocionada.
Minho no se vio capaz de decir nada ante esa sonrisa. Rápidamente subieron las escaleras, teniendo que agacharse considerablemente para entrar, lo bastante apretados, en la pequeña casa de madera.
A un costado había un pequeño cofre dorado que según Yuri estaba lleno de juguetes y cartas de Santa Claus, con promesas y deseos que los niños Jun-ie y Yu depositaban para sus yo del futuro. Aunque el interior de la casa lucía ligeramente carcomido por los años, al menos el techo era alto para que no golpearan sus cabezas. Olía a aserrín mezclado con rocío y aunque no había ningún foco que iluminara, a lo alto la luz de la luna penetraba directamente por una ventana. Su perfecta forma era capaz de ser atrapada por sus dedos a través de la distancia, iluminando sus siluetas de un rubor azul.
—Min, revisa que no haya ningún bicho por favor —rogó la chica, algo asustadiza.
—No veo un carajo, ¿cómo quieres que me fije?
Yuri bufó, pero terminó por sentarse de igual forma. Desde la casa del árbol podía contemplarse el cielo estrellado, la luna y las nubes que circulaban blancas por el oscuro cielo. También batían las hojas cerca, muy de cerca y era divertido escuchar su danzar desde allí arriba.
—¿No es genial? Estamos solos en el mundo cada vez que subimos a una casa del árbol. Y es como volver a ser niños —sonrió, emocionada—. Hace mucho no subía porque no me gusta venir sola. Han pasado años.
—Supongo que debo sentirme halagado por ser la primera persona que se lo muestras además de tu amigo.
Yuri asintió de acuerdo, volteando para mirarlo a los ojos y regalarle una sonrisa honesta. A pesar de la carente iluminación, la luz de la luna y los faroles vecinos propiciaban la claridad necesaria para poder ver al otro a la perfección.
—Bien, ahora sí. Dame la botella —exigió.
—Creí que sentías nostalgia, algo parecido a tu infancia, cada vez que subías aquí. ¿No es algo excesivo emborracharte en tu lugar favorito? —se carcajeó él, dejando que sus hombros bajaran y subieran libremente.
—Eso ya no importa, no soy una niña hace tiempo. Precisamente hoy, no me importa —negó, dándole un sorbo al vino blanco dulce.
—¿Entonces tampoco te importa si me acerco un poco más? —susurró Minho.
No podía evitar el hecho de que allí arriba las cosas se sintieran diferentes. Tal vez era una forma más de prolongar las fantasías de su infancia, cuando se creía una capitana de un barco o jugaba a las escondidas con Junho; quizá subiría para ver las estrellas con un microscopio de juguete. Sólo que ahora su única fantasía era dejar de pensar en lo correcto o incorrecto; tal vez, de a poco, olvidar sus miedos.
Simplemente dejar de pensar era la fantasía adulta de estos tiempos.
—Supongo que no importa... —murmuró ella, dejando la botella en el suelo.
De a poco, casi con una lentitud tortuosa, el mecánico gateó hasta posicionarse sobre ella. La sombra que su cuerpo ejercía tapó la luna y todo rastro del cielo, siendo su rostro lo único que sus ojos podían ver. La mirada de Yuri estaba anclada en su boca, como si la brújula hubiera hallado finalmente su guía.
—¿Me besará? —susurró.
Y no podía decir que estuviera borracha en ese instante. No había nada a lo que culpar más que a sí misma. No estaba soñando, ni era producto del momento. Yuri realmente deseaba que él la besara.
—Lo siento, Yuri-ah. No beso personas que no están seguras de sentir lo mismo por mí —sonrió, sabía que esa era otra de sus bromas.
—No es el momento para chistes, idiota. Te estoy diciendo que quiero besarte.
Podía sentir el aliento a vino del mayor chocando ligeramente tibio en su rostro, tentándola a sentirlo en su propia boca. Estaban a tan sólo centímetros de distancia, pero todavía podían verse a los ojos bajo la bruma azul.
—Mh, tendré que pensarlo un poco más. Puedo hacer otras cosas además de besarte —ronroneó, con una voz que se le había presentado secreta hasta ahora.
Al menos dos tonos más baja y gravemente áspera, así era como se oía la voz que arañaba sus oídos con una sensualidad infinita, escindiendo como el humo en la intimidad tensa entre los dos.
—¿Ah, sí? ¿Como qué cosas? —coqueteó y supo que ya no había vuelta atrás.
Su vergüenza había desaparecido dando faceta a su lado menos limpio. Cuando de pronto las manos de Minho subieron por su cintura, sintió que la piel se le erizó enviando un profundo escalofrío. De a poco, las manos grandes y pálidas comenzaron a quitarle la chaqueta lentamente, casi acariciándola con la tela a través de sus movimientos instruidos.
—Me muero por sólo tocarte, Yuri —suspiró gustoso.
Sus ojos no podían cerrarse, no ahora que deseaba ver con tanta fuerza cada expresión de Minho bajo la luz de la luna. Tomó un amplio respiro llenando sus pulmones con su perfume, dejándose invadir en él con sus cinco sentidos entregados. Cuando la chaqueta de polar fue lanzada lejos, el mecánico acarició sus pequeños brazos, los cuales estaban expuestos pues sólo tenía una fina musculosa blanca. En casa no hacía frío y allí arriba, curiosamente, tampoco.
Su piel estaba erizada al sentir las rugosas yemas tocarlo. Sentía el rostro acalorado y sus brazos ardían como un fuego ante el contacto que los dedos fríos depositaban al escalar por las curvas de su cuerpo. Era un contraste que se sentía fascinante, incluso era capaz de sentir cómo se adormecía bajo él.
—Minho... —susurró—. Béseme de una vez.
Su espalda se arqueó y emitió un agudo sonido gutural cuando las manos del mecánico escalaron bajo su única prenda, acariciando la sensible piel de su vientre. Los dedos subieron y las grandes manos la rodearon como si su cintura no fuese absolutamente nada, casi de cristal. El hecho de que sus manos fueran tan amplias y sus dedos tan rugosos era lo que más ardía en su deseo.
—Tu cintura es tan pequeña... —sonrió ladino, mordiendo sus labios para resistir el encuentro—. ¿O son mis manos muy grandes para ti?
Cuando los dedos de Minho se hundieron hacia su suave pecho blanco, deteniéndose hasta pinzar sus pezones, sintió que esa casa del árbol se había convertido en una suave nube que la hacía flotar. Había olvidado quién era, de su nombre a su apellido; había olvidado todo lo que dijo anteriormente y su imperiosa necesidad de ocultar lo que estaba creciendo en su pecho.
Ahora mismo, era como si un caballo salvaje hubiera sido liberado a rienda suelta y ya no podía detener sus fuertes pisadas.
Yuri se estremeció, sólo ante su tacto. Él ni siquiera estaba usando su boca, mucho menos su lengua. Era simplemente sus manos, sólo con sus manos, que él estaba creando una vorágine sin vuelta atrás.
—Minho... Nos dolerá todo si seguimos aquí arriba —gimió sin quererlo cuando él la tomó de la espalda, alzándola hasta ponerla a ahorcajadas.
—Nada de eso. No hay nada más hermoso que poder ver las estrellas mientras te acaricio.
—Las estrellas somos nosotros... —murmuró.
Las manos de Minho ahora acariciaban sus omóplatos bajo la ropa, ardiendo nuevamente. Eso no había bastado para convencerlo.
—No te besaré ahora, porque soy un caballero y un caballero no tomaría ese paso en la primera cita. Confórmate con mis manos por hoy —ronroneó, seguro de sí mismo pero con cierta ansiedad en su voz.
Y Yuri por un momento deseó que él no fuera tan caballero, pero ya lo había convencido de serlo y no podía flaquear ahora, no por un hombre cuya camisa de cuadros olía todavía a naftalina y tenía un extraño sentido del humor, camuflado en un ego más alto que la luna. Sonrió y de a poco, Yuri lo despojó de su camisa, imitándolo.
—Entonces, me dejarás explorar el terreno un poco a mí también —susurró.
Lo que nunca pensó es que la piel pálida de Minho, su formada espalda y el amplio pecho, serían su nueva adicción a partir de ese momento; que ya no quería volver atrás y mucho menos temer, nunca más.
14
Esa mañana Yuri se calzó ropa cómoda, preparó unos sándwiches y bebidas y se subió a su bicicleta luego de haber dejado la casa en orden. Como hacía mucho frío, pues las nevadas estaban cada vez más cerca, llevaba una campera inflable de lluvia en un tono plomizo como el que el cielo tenía esa mañana, bien cerrada en lo alto de su garganta. Las zapatillas deportivas que calzaba harían que manejar los pedales no fuera incómodo y los guantes la protegían del helado temporal. Tras acomodar sus pertenencias en la canasta delantera, Yuri subió a su bicicleta aguamarina y partió con los moños traseros volando al viento.
Había días como ese en los que quería estar sola. No es que despreciara las compañías que había adquirido, claro que no, ella era en realidad una persona bastante gregaria. Sin embargo, no por eso dejaría de necesitar días como estos, simplemente con el curso de sus emociones y pensamientos, sintiendo el aire fresco acariciarle la piel así como de vez en cuando, las palabras iban y venían.
Yuri tomó la carretera en dirección al lago que solía ir con Junho cuando eran niños. El viento frío aguaba su nariz al pasar. Se preguntó si, al igual que ella, su lago de la infancia también había cambiado. Había leído alguna vez que los aromas y sentimientos asociados a un lugar jamás mudaban y que, para reconstruir tu historia, era útil visitar aquellos lugares en los que fuiste feliz. Especialmente allí, Yuri guardaba preciosos recuerdos como viejas polaroid.
Permaneció pedaleando mientras admiraba a los pájaros alzando vuelo en el horizonte. Como puntos negros sobre el gris profundo, vio una bandada de aves batir sus alas en sincronía justo cuando la bicicleta se detuvo. Incluso creyó haber escuchado sus alas a la distancia sacudirse fervorosas.
Lo próximo que siguió fue un rastreo general de su alrededor. Tenía que explorar aquel terreno que creía olvidado o que tal vez sólo recordaba diferente. A un costado estaba la ruta, vacía y con sus pozos de destiempo en el asfalto. El barandal de metal era bajo y por lo tanto fácil de saltar. Yuri no tuvo problemas en pasar incluso su bicicleta hacia el otro lado y bajar por la cuesta de pasto hasta la ribera.
Los colores de los arbustos oscilaban entre gráciles tonalidades de verde oscuro hasta el más opaco marrón. Incluso el resabio naranja del otoño todavía debatía entre el rojizo y el color de la tierra. El pasto yacía húmedo por la reciente temporada de lluvias y la tierra no había tardado en adherirse a la suela de sus zapatos, su textura pegajosa como el barro. Sin embargo, lo más llamativo era el lago, de aguas que todavía se mantenían cristalinas, no tanto como el mar o el río, con su ligera turbulencia en lo más profundo por lluvias y ramas caídas que lo hacían genuinamente honesto, quizá más humano.
Y no obstante siempre amaría cómo el cielo empezaba a dibujarse en el reflejo de sus aguas, a veces azul y otras tantas llenas de nubes con todos los colores que pudieras imaginar. Al horizonte las montañas se alzaban en lo alto, imponentes, pero todo lo que siempre detallaría era este sentimiento de profundo alivio cuando notó que, al igual que ella, tantas otras cosas no habían cambiado.
El árbol de flores amarillas era una de las maravillas que descubrió cuando era una niña. El lago estaba, por lo tanto, completamente pintado de ese color con sus cálidos pétalos danzando al viento. Era un paisaje amarillo, justo como su segundo color favorito luego del azul, pero el cielo siempre estaría allí, aunque hoy estuviera ligeramente nublado, completando la que para ella era la vista más deslumbrante que ha conocido.
Yuri tomó asiento en el pasto, dejando su bicicleta a un costado y llevando consigo sus sándwiches. No pudo evitar sonreír cuando el sonido de las ligeras ondulaciones del agua llegó a sus oídos batiendo un profundo aroma a piedras húmedas, rocío y agua dulce. Si tenía suerte, algunos pequeños patos se acercarían a beber de la ribera y compartir unos trozos de pan. Desde niña siempre había sido de ese modo. Cuando venía con Junho, se divertían armando barcos de papel y viendo qué tan lejos podían naufragar hasta perderse en el solitario viaje. A veces, jugaban a perseguir algunos animales salvajes que quizá nunca existieron, pero era divertido al menos cuando los patos aparecían o las gaviotas venían a engullir el agua.
Ahora mismo sentía que en ningún momento había dejado de naufragar, que quizás esos barcos que habían partido nadarían solitarios hasta que algún día alguien pudiera encontrarlos. Y todo volvería a empezar, seguiría adelante.
En ese panorama grácil, Yuri masticaba sus sándwiches de tomate y jamón mientras admiraba el curso que sus pensamientos adoptaba en el naufragio. Extrañamente, su punto de estación parecía ser lo que había sucedido hace unos días en la casa, junto al mecánico. Habiendo descubierto unas manos tan grandes que parecían desarmarla al tacto y que al mismo tiempo, eran las únicas que podían volver cada cosa a su lugar, a donde siempre han pertenecido.
Con unos ojos de tierra húmeda que lo miraban como si sus últimos tornillos se hubieran averiado, pero más que honestos al saber que había sido por su culpa, por obra de unos dedos sagaces y nada, absolutamente nada estaba dentro de su arrepentimiento.
Supo que Minho era más que una cara atractiva y una espalda grande que recorrer con sus pequeñas manos. Era una mente ilustrada que no tenía pavor de soltar preguntas perspicaces que siempre la descolocarían de la misma forma, porque la harían cuestionar cabalmente todo lo que sostenía como seguro. Quizá sería bueno dejar de verlo algunos días y ver en qué se transformaba todo esto. Si incluso a la distancia él sería capaz de revolver esto que creía cierto, que era su espacio seguro, ese espacio que había diseñado y nada tenía que ver con su trabajo como diseñadora, porque era su interior y no los exteriores; hasta ahora, allí había un orden perfecto, olía a vainilla y era predominantemente dulce, tan sosegado como su caminar y aquel habla citadina de la que él y su amigo solían burlarse. Si ahora había algo más, si ahora algo estaba fuera de estructura, ¿cuánto tiempo pasaría hasta volver a recuperarlo? ¿O es que acaso tendría que volver a rearmarse otra vez, como aquel barco naufragando contra viento y marea?
Negó con su cabeza, dando un gran mordisco hasta terminar su último sándwich de la vianda. No valía la pena seguir cavilando sin sentido, al menos no estando sola. Con el tiempo supo que los barcos no podían encontrar el camino adecuado por sí mismos, y que si bien remar en soledad era posible, la tarea se hacía menos ardua cuando eran dos los que remaban. Por eso, Yuri decidió que llamar a su abuela era una buena opción en estos momentos.
Marcó el número de línea con su celular y aguardó respuesta. A juzgar por la hora, su abuela estaría preparando el almuerzo y probablemente regañando al abuelo como siempre, luego de una mañana llena de labores en la cosecha desde el primer amanecer.
—¿Hola? ¿Hola? Esta chatarra no funciona, Bong-Cha. ¡Ven a ayudarme! —gritó su abuela del otro lado.
Pudo oír la voz de su abuelo, Bong-Cha, refunfuñando a sólo unos centímetros.
—A ver, querida. Déjame a mí. ¿Quién es?
—¡Es Yu! ¡Yu, no te oigo! Como me entere que rompiste esta chatarra hoy duermes con las ovejas, Bong-Cha —amenazó insistente.
En realidad Yuri no había hablado en ningún momento, pero no se atrevía a interrumpir su discusión. Estaba aguantándose la risa hasta que simplemente no pudo más y una carcajada salió disparada.
—Abue... No se ha roto nada. Deja al pobre abuelo en paz. Ni siquiera he hablado en principio —rio.
—Pero pedazo de sin vergüenza, niña malcriada, ¡mira la hora que recuerdas llamar! Espero que hayas almorzado o te atragantarás a verduras cuando vengas.
Yuri volvió a reír, alegando con presura que está comiendo adecuadamente, mejor que nunca. Su abuela era del tipo de personas que definitivamente la haría atragantar a comida, no tenía alguna duda de ello, por lo que no se atrevía a dejarlo pasar.
Y sí, de hecho tenía bastante descuidados a sus abuelos. Cuando estaba en Seúl, apenas los llamaba una vez al mes y no podía evitar sentirse culpable por ello, porque sus abuelos podrían no estar algún día y ella habría olvidado llamarlos por semanas. En serio se odiaba a sí misma por el ritmo de vida tan ajetreado que llevaba. Se prometió que los llamaría más seguido y eso estaba intentando. Sin embargo, esta vez, su recurrencia tenía un motivo en especial.
—Abue, ¿tienes algo de tiempo libre ahora? —inquirió, jugando con su bocamanga—. No es para hablar de los animales de la granja, del clima o los dramas de televisión... Aunque claro que disfruto conversando de eso contigo, pero esta vez quiero pedirte un consejo.
Se pronunció un silencio meditativo por unos segundos.
—Bien, deja que eche a tu abuelo lejos. ¡Bong-Cha, ve a tomar la siesta en la hamaca! —gritó, lo suficientemente alto para que se oyera a pesar de estar cubriendo el auricular.
Tras oír la afirmativa de su obediente abuelo, quien desde casados le teme a la abuela, Yuri tomó aire por la nariz suavemente, preparándose para lo que estaba a punto de decir.
—Te escucho, hija.
—Bueno, yo... En primer lugar, quería disculparme con ustedes. Pensaba hacerlo cuando vaya a verlos, pero no puedo esperar más tiempo para decirlo. Lo siento.
—Yuri...
—No abue, escucha. Jamás me lo hubiese perdonado si ustedes... Simplemente debí llamar más seguido, uno nunca sabe lo que puede pasar, sea a mí o a ustedes. Sé que lo sabes. Y aunque no estén solos, eso no justifica mis acciones descuidadas. Prometo aprovechar más el tiempo a su lado. Ustedes no son eternos, abue —susurró con pesar.
—Ya, ya. No tienes que disculparte tampoco. Es normal que los nietos salgan disparados cuando logran su independencia. Los viejitos nos ponemos muy cargosos y cada vez las cosas nos cuestan más, ustedes los jóvenes son muy impacientes —comentó—. No estoy enojada por eso y Bong-Cha tampoco. Te entendemos, Yu.
—Lo sé, pero eso no justifica las cosas. Y no vuelvas a decir que son una carga, por favor —le pidió con franqueza—. De hecho, aunque no lo creas ya no me siento como antes. Estos tiempos fueron muy reflexivos para mí. Haber venido a Daegu después de años se sintió como un reencuentro que no sabía que necesitaba. Bueno, no ha sido sólo Daegu el que me está cambiando la mirada. Es una combinación entre Jun-ie, yo mismo y... No importa, antes de hablarte de él, quiero hacerte una pregunta. Abue, ¿ustedes qué sintieron cuando me fui a la ciudad?
Se escuchó el relinchar de unos caballos de fondo y no pudo evitar sonreír, imaginando a su abuelo cabalgando por el campo o quizá cepillando sus pelajes fibrosos como le había enseñado en su infancia.
Era nostálgico el hecho de que todas las personas que quería se encontraban, sin excepción, bajo el mismo cielo.
—¿Qué sentimos? No sé cómo responder eso, hija. Supongo que decidimos apoyarte porque era lo que querías para ti, eso es lo más importante para nosotros.
Yuri tragó saliva, pensando la mejor manera de explicarlo.
—Y más allá de lo que yo quisiera... ¿Ustedes se sienten orgullosos de lo que soy hoy? Cuando hablan de mí con los vecinos y los otros abuelos, ¿se refieren a mí con orgullo? —preguntó, sin poder evitar su entonación triste—. A veces siento que he perdido mi juventud, o al menos me he desviado de lo más importante, que es vivir. Únicamente por correr hacia una meta que cambia todo el tiempo, antes de que yo pueda alcanzarla. Ser mejor profesional, ganar mejor, entrar a una empresa mejor... ¿Cuándo termina este ciclo odioso, abue? —soltó lastimosa.
La abuela suspiró del otro lado y aguardó las palabras en su boca unos momentos, intentando ordenarlas de la forma más honesta.
—Yu... ¿Sabes? Con tu abuelo pensábamos que esto iba a pasar tarde o temprano. Pero es tu camino, hija, es tu vida y lo que tú decides para ella. Nosotros no podíamos decirte nada, una vida exitosa es todo lo que siempre has perseguido y sabemos que no podíamos dártelo desde nuestras raíces. Pero ese ritmo acelerado no es para todos. No, más bien, es para la mayoría, pero tú no eres la mayoría. Eres de esos pocos que tienen un corazón enorme para dar y no pueden, ni piensan, en achicarlo por el ritmo del resto.
—Eso no es así. Olvidé llamar a mis abuelos por meses... Alguien con un corazón enorme no haría eso —susurró.
La abuela negó varias veces.
—Sabes que tienes un corazón precioso, hija. Sólo te has perdido y eso es normal, eres joven aún. No tienes que esforzarte demasiado a partir de ahora cuando vuelvas a Seúl, ¿está bien? No olvides que nosotros siempre te apoyaremos, Yu. No necesitas ser el mejor en todo para ser feliz —le sugirió—. Y siempre recuerda que si el dolor nunca estuviera en tu pasar, al camino le faltarían colores. Y si un color falta, la obra pierde sentido. En este caso, la vida, no es nada sin dolor, si no nos perdemos para volver a encontrarnos más fuertes que el pasado.
Los ojos de la pelinegra se llenaron de lágrimas finas. Cada vez que escuchaba los consejos de la abuela, su corazón se sentía tibio, su niña interior afloraba y reía como si pudiera ser protegida otra vez y nada del mundo adulto la asustara lo suficiente para paralizarla. Era su lugar seguro en la vida y por eso temía perderlo más que a nada.
Porque allí, en la ciudad, en el ajetreado día a día, la muerte no era algo que las personas pensaran. Allí la muerte no existía, era negada todo el tiempo, porque ni siquiera había tiempo en primer lugar.
—Abue, te quiero tanto. Por favor, no me odien por haberlos dejado —hipó, comenzando a llorar antes de poder notarlo.
—Claro que no. Siempre serás nuestra Yu que corría por la casa con las patas sucias y el cabello mojado por la lluvia.
—¡No recuerdes lo de las patas sucias! —rio—. Abue, también hay algo más que quería decirte.
—Bien, dime si tengo que ir por las pastillas de la presión. Espero que no estés embarazada.
—Abue, sabes que no quiero niños —viró sus ojos.
—Bueno, siempre se puede cambiar, ¿no es así?
—¡No es nada de niños! Yo... De hecho creo que me gusta un hombre —bajó su voz algunos tonos, sintiendo que empezaba a acalorarse—. Él es tan apuesto... Pero tan opuesto a mí. Es un mecánico de por aquí, ¿recuerdas que te dije que Jun-ie trabajaba de medio tiempo en un taller mecánico en su adolescencia?
—¿El del viejo Gyu?
—¡Sí, ese señor! Bueno, que en paz descanse... No he tenido la fortuna de conocerlo. Pero su nieto es él, Minho. Está a cargo del taller ahora y resulta que nos conocimos cuando llegué, a pesar de que seguro debimos habernos cruzado tantas veces en el pasado. ¡Sin darnos cuenta, cuántas veces habremos pasado uno al lado del otro y sin girar a vernos! —sonrió.
—¡No me digas que sales con ese zaparrastroso! —exclamó.
—¡Abue! Él no es así. Créeme, es tan... —chilló—. Es un hombre de Ford Cortina, autos viejos que le gustan al abuelo. Tiene una motocicleta genial que no recuerdo el nombre, puede hacer que cualquiera me dé un descuento, es caballero conmigo y aunque siempre huela a su taller de autos, es tan sexy —describió.
—Lo conozco, Yu. Tu abuelo va a su taller. Admito que es guapo, en otros tiempos me hubiese enamorado de él.
—¡Abuela! —clamó.
—Ya, pero mira cómo te pones —se carcajeó la abuela.
—Lo siento, estoy muy exaltada. Es que en serio abue, es un hombre increíble, tan maduro y centrado que lo quiero para mí, pero ambos sabemos que eso no es posible. Me tengo que regresar a Seúl en un mes —puchereó.
Era la primera vez que lo decía en voz alta y por lo tanto, la primera vez que realmente la idea se volvía algo real en su cabeza.
—Bueno, mi consejo es que lo disfrutes lo más que puedas. En el amor todo se trata de intentarlo. No pierdes nada y ganas el hecho de no arrepentirte, porque al menos lo has intentado —aconsejó—. Oye, Yu, tráeme a Minho un día de estos. Tu abuelo querrá hablar con él de algunas cosas y yo no me quedo atrás.
—¡Abue, no! ¡No me harán pasar vergüenza de ese modo!
—Ese hombre tiene pinta de ser un poco pervertido. Yo sé lo que te digo, no te dejes engañar.
—¡Claro que no, él es el hombre más caballero con el que me he encontrado! Deberías conocer a los chicos en Seúl entonces.
—Hija, los niños de Seúl son unos pollitos en comparación a un hombre de campo. Sé lo que te digo, ya lo verás —se carcajeó—. Sólo cuídense siempre, por favor.
Yuri se sonrojó rabiosamente. No quería tener ese tipo de charlas con la abuela y menos con su abuelo rondando por ahí cerca.
—Bien, te prometo que lo llevaré conmigo la próxima vez que vaya. Ahora debo cortar, tengo que volver a casa en bicicleta y Jun-ie llegará temprano hoy.
—De acuerdo, yo iré a lavar los platos.
—Te quiero mucho abue, gracias por todo.
—No hay de qué, tesoro. Te quiero más. Besos grandes a Jun-ie y a ver si me lo traes también para llenarle esos cachetes de comida, que cada día está más delgado.
—Está bien —rio y colgó la llamada.
Sentía su corazón liviano, mucho más liviano. Y a pesar de que sus preocupaciones no hubieran desaparecido, es como si hubiese recuperado su fortaleza de nuevo para poder afrontar lo que venga, a partir de ahora, en su vida.
15
Ese sábado en la noche la cabaña verde jade centelleaba de vida. Brillaba con las luces del árbol de navidad encendidas a pesar de todavía estar lejos de nochebuena y los faroles amarillos alumbrando cada rincón con tibieza. La chimenea estaba naturalmente encendida y las ventanas cerradas, manteniendo la temperatura. La casa no acostumbraba a relucir tanto porque solía estar vacía. Pero una noche como esa sólo podía haber risas serpenteando un cálido vapor en el aire, tanto que incluso las paredes parecían agradecerles y dejar de llorar. Y esa vez, no importaba si la chimenea se hubiera apagado en algún momento de la velada; el calor no podría desaparecer.
En la cocina, Yuri y Tiana amasaban las masas para pizza concentradas en su labor. Mientras que el otro par, Minho y Junho, estaban lo suficientemente entretenidos en admirar el Chevrolet Nova del mayor como si fueran dos ancianos del campo. Podían verlos mirar al coche desde hace media hora a través de la ventana de la cocina, ambos con la misma gesticulación corporal. En realidad Yuri en ningún momento había esperado que congeniaran tan bien, pero parecía que sus personalidades encajaban, así como ella se sentía cómoda al lado de Tiana.
Teniendo en cuenta que Junho ya conocía al mecánico de vista la hacía sentir un poco fuera de lugar, porque todos parecían conocer a Minho desde hace tiempo, incluso sus abuelos, menos ella. Como si irónicamente tuviera que haberlo visto incontables veces en el pasado hasta que llegara el día donde finalmente pudiera verlo, con todo lo que eso implicaba.
—Tal vez las cosas tenían que suceder de ese modo —dijo Tiana de pronto, amasando con ímpetu.
—¿Cómo dices? —preguntó confundida.
Llevaba hablando con Tiana sólo algunas horas pero en ese tiempo descubrió que tenía algunas manías raras con el lenguaje, como inventar palabras o soltar sus pensamientos súbitamente, a veces como si pudiera leer a los demás de alguna manera.
—Luces pensativa, mira cómo estás dejando la pobre masa —se rio—. ¿Estabas pensando en Jun-ie?
Yuri parpadeó desentendida, bajando la mirada hacia su masa por instinto. Era cierto, tenía la marca de sus uñas en todos lados. Suspiró, comenzando a estirarla adecuadamente. Ni siquiera era tan buena en el arte culinario en primer lugar y de ello había pruebas suficientes.
—Él te lo contó, ¿cierto?
—Me contó muchas cosas de ti, claro. Después de todo eres su mejor amiga desde que son niños —asintió—. Pero si te refieres a su última discusión... Sólo diré que tienes que darle tiempo al tiempo. Se solucionará. Siempre que dos personas se quieren tanto como ustedes dos, no hay malentendido capaz de separarlos.
Yuri asintió con una sonrisa. Le gustaba la manera de pensar que tenía la chica y su disposición siempre abierta. Cuando ambas terminaron de amasar, llevaron las masas a dos fuentes para que eleven y empezaron a cortar la mozzarella y preparar las salsas de tomate.
Se suponía que cada una haría una pizza por su cuenta para variar los sabores. Yuri esperaba no hacer un desastre ni estar compitiendo con una gran cocinera, pero Tiana le había asegurado entre risas que era la primera vez que hacía pizzas y estaba siguiendo una receta en internet. No supieron por qué Minho y Junho, que sí sabían cocinar, les habían asignado esa tarea a ellas. ¡Menudos vagos! Si la cena terminaba por ser incomible, sería culpa de ellos dos.
—Por cierto, Tiana. ¿Cómo es que Jun-ie y tú se conocieron? ¿Realmente fue en el jardín de niños? —preguntó la citadina, cortando algunos tomates en cubos.
La castaña negó con su cabeza, batiendo su flequillo de rulos desordenados que ahora estaba recogido en una bandana.
—No fue exactamente así. Jun-ie no te lo dijo, pero yo soy enfermera. No soy maestra de música. Pero en el jardín no hay muchos maestros como habrás visto además de nosotros dos y la otra chica de literatura. Entonces simplemente me metí y me aceptaron porque soy buena con los niños y toco el saxofón —sonrió de forma rectangular—. Pero a Jun-ie lo conocí mientras trabajaba de enfermera.
—Siento que hay una gran historia detrás.
—La hay. ¿Quieres saberlo?
—Pues sí, Tiana.
—Dame un pedazo de queso y te diré —condicionó traviesa.
Yuri metió un trozo de queso en su boca después de virar sus ojos. La castaña masticó feliz, probablemente tenía hambre porque eran pasadas las nueve de la noche.
—Bueno, fue hace aproximadamente un año y medio. Yo estaba haciendo una de mis guardias en el centro cuando de pronto recibo un llamado de la secretaria diciéndome que hay un chico tirado en la puerta y que tiene sangre en su nariz. Yo salí apresurada y como podrás deducir, me encontré con Jun-ie, él tenía sangre en toda su camisa blanca. Recuerdo perfectamente que era verano, hacía un calor de infierno, él tenía la nariz rota y estaba sudando —hizo una pausa de suspenso—. Lo llevé a una camilla y curé su nariz, también vendé sus nudillos que estaban lastimados. No sabes cuánto me costó hacer que el muy tarado me cuente lo que pasó. Se metió en una pelea, eso era algo obvio, pero al parecer fue para defender a una chica de un borracho a la salida de un bar.
Yuri escuchó la historia atónita, troceando un pedazo de queso con sus dientes.
—No sabía que Jun-ie se metía en peleas callejeras.
Fue entonces que notó cuánto se habían perdido del otro todo este tiempo.
—Sí, tuvo su época con complejo de Batman. Tal vez es porque salía mucho a bares cuando yo lo conocí y en esos lugares lamentablemente pasan muchas cosas horrendas. Con el tiempo él simplemente dejó de salir de noche y yo me uní al jardín cuando me confesó que buscaban un maestro de música que cobrara poco. Ah, si lo hubieras visto en esas épocas... Con su cabello más largo, los tatuajes y esa motocicleta del demonio, cada día con nuevas marcas de golpes por meterse en peleas en los bares. Lucía como un verdadero chico malo —rio.
—Sí, creo que puedo imaginarlo —se carcajeó también.
—Cuando lo conocí, para esas épocas yo le tenía mucho miedo a su moto. No me gustan los chicos malos, aunque yo en el fondo sabía que él no era realmente así, que sólo se había perdido por algún motivo. Jun-ie es el tipo de chico con un corazón enorme, tú lo sabes más que yo —dijo, recibiendo una asertiva de Yuri—. Entonces por un tiempo yo me negaba a subir a su moto, me costaba confiar. Pero él me ayudó a superarlo de a poco. Ahora encuentro divertido andar con él.
—¡Tan bonitos! —chilló con una sonrisa—. Creo que le haces muy bien a Jun-ie. Él ha podido superar esa faceta gracias a ti. Realmente te agradezco por eso, Tiana. También tienes un enorme corazón.
—Pero tú no sabes cuán bien le haces a Jun-ie. En serio, él te adora como su familia y ahora que estás aquí, él sonríe mucho más que antes y muestra más emociones positivas —aseguró, haciendo sonrojar a la chica baja.
Continuaron concentradas en pintar las masas con la salsa de tomate que habían preparado, cada una con distintos ingredientes y recetas. La de Yuri era un poco más picante y tenía menos hierbas que la que Tiana había preparado, algo más suave y aromática. Desde aquí podían oír como Junho y Minho seguían hablando de autos, ambas no evitaron rodear los ojos y reír a carcajadas por reaccionar de la misma forma.
—Aburridos —se burló Tiana.
—Ah, realmente sí. Y vagos, porque en lugar de ayudarnos están paveando como dos niños.
—Tu marido me da algo de miedo, he de confesar.
—No estamos casados, Tiana. ¿Cuántas veces he de decirlo? —rio.
—Aun así, él da miedo.
—¿Por qué lo dices? Él puede ser algo tosco y directo, pero créeme que es un buen hombre. Dale la oportunidad a conocerlo —sugirió.
—No lo sé, no lo sé, creo que somos como polos opuestos. Ni siquiera me miró al saludarme y me ignoró cuando le pregunté si le gustaba la pizza con ananá.
—Él es así, Tiana. Puede actuar algo borde con los sentimientos de los demás sin darse cuenta. No le des importancia.
La castaña hizo una mueca y le sacó la lengua a Minho desde la ventana, volviendo su concentración a las pizzas que ya estaban dorándose en el horno. Poco después, los dos fanáticos de autos dejaron de hablar de sus cosas e ingresaron a la cocina.
—¡Yuri-ssi, siempre quise un Ford Taurus! —entró exclamando el de cabellos cereza—. ¡Minho hyung me conseguirá uno con descuento!
—Oye, concéntrate en arreglar a mi bebé en lugar de hacer negocios —le reclamó la pelinegra, amenazándolo con el palo de amasar.
—De algo hay que vivir —respondió el mecánico, encogiéndose de hombros—. Por cierto, traje algunas cervezas. ¿Me ayudas a bajarlas del auto, Yuri-ah?
—Estoy cocinando, ¿qué no puedes hacerlo tú solo? —bufó.
No confiaba demasiado en esos ojos pícaros que le estaba poniendo Minho. Desde lo que sucedió en la casa del árbol hace tres días, esta era la primera vez se volvían a ver. Y no podía evitar sentir que algo había cambiado. Quizás era la forma de su mirada o esos comentarios que soltaba en una complicidad que empezaba a agitarla, no tenía que acariciarla para suscitar en ella tales fabulaciones.
—No, no puedo —enfatizó el mayor, con sus manos en los bolsillos del jean—. Podría caerse alguna y no podemos perder el alcohol. ¿Acaso me tienes miedo?
Yuri miró a su costado, encontrando que Tiana estaba alimentando con grisines a Junho y ambos pasaban completamente de la conversación. Suspiró, dejando el palo de amasar en la mesada y quitándose el delantal.
—Bien, sólo será un momento. Tiana, controla las pizzas por favor —le dijo, recibiendo una afirmativa algo vaga.
El aire frío golpeó su cuerpo, cálido por la temperatura del horno y la chimenea. En silencio, se dirigieron al Chevrolet Nova del mecánico y no importaba cuántas veces su mente maquinara el asunto, en realidad lo supo todo el tiempo. Que esto no era más que una excusa para tenerla a solas, aunque sea un momento.
Sin embargo, efectivamente habían tres packs de cervezas en el baúl, acomodados en una conservadora llena de hielo que permitía mantenerlos fríos. Sus respiraciones se tornaban un blanco soplo bajo el cielo estrellado. Cuando Yuri quiso tomar uno de los pack para llevarlo adentro, la mano rosácea por el frío de Minho la detuvo, colándose bajo su suéter por el brazo.
—¿Debería ponerte borracha otra vez para que me enfrentes? —planteó sin una pizca de inseguridad en su voz.
Los ojos rasgados la escrutaron con una estela de brillo naufragando solitaria en sus pupilas oscuras. Tenía la nariz enrojecida por haber estado mucho tiempo afuera y los cabellos tan desordenados como un árbol bajo la tormenta. Sin embargo, Minho siempre le parecería tan hermoso como la llamarada de una vela en el lugar más oscuro. Con sus labios como suaves pétalos bajo la lluvia, rosáceos y de una delicadeza que quería retratar entre palabras y sentidos.
Bajó su mirada, sintiéndose algo extraviada a su lado.
—No tengo nada que enfrentar, usted no es mi problema ni mi enemigo.
La mano que la sostenía escalaba por su brazo, levantando su suéter de lanilla amarilla. Y sus ojos la desnudaron sin pudor bajo la fría luna blanca.
—Puedo volverme todo eso en un instante. Creo que no me conoces en lo absoluto —se burló, o así lo había sentido ella.
Yuri se apartó, tomando el pack de cerveza.
—Usted tampoco me conoce —aseveró—. Volvamos adentro, hace frío y no confío en Tiana cuidando las pizzas.
Minho la imitó y tomó los otros pack de cervezas, cerrando el baúl sin gran esfuerzo. Un amplio humo blanco salió de su boca cuando se giró a verla y fue como si el viento pudiera traerle su vicioso aliento.
—Podrías volver a explorar el terreno cuando quieras —la voz del pálido escaló, erizando su piel.
Luego de aquello Minho se marchó adentro, dejándola con el corazón encendido y los recuerdos de esa noche más vivos que nunca. Bufó, presionando sus mejillas para que dejaran de sonrojarse, antes de seguirlo con pasos torpes.
Dejó el pack de cervezas en la heladera luego de notar que Minho ya estaba sacando cuatro cervezas fuera. Entre charlas, no faltó mucho para que las pizzas estuvieran listas. Junto a Tiana, ambas presentaron sus obras culinarias al nuevo par de amigos. Habían armado la mesa improvisada frente a la chimenea, corriendo los sillones oliva en un costado. La madera era verduzca y tenía un mantel a cuadrillé que combinaba con las sillas y la camisa que Minho llevaba en tono verde militar.
Curiosamente, las pizzas se veían bastante parecidas, pero despedían aromas diferentes.
—Bien, supongo que es la hora de la verdad —suspiró Yuri—. ¿Lo hacemos como dijimos, Tiana?
La castaña asintió algo nerviosa a simple vista. Mientras tanto, Junho observaba todo con una sonrisa emocionada. En cambio, Minho seguía bebiendo en silencio y desapercibido.
Cortaron las pizzas oyéndose únicamente el sonido de los cubiertos y el rock viejo de fondo que el anfitrión había colocado. Tal como habían pautado, Tiana le dio una porción de su pizza a Junho mientras que Yuri le ofreció una de la propia a Minho.
—Supuse que eras de los sabores picantes —murmuró avergonzada al entregarle el plato—. Espero que esto sepa mejor que el almuerzo de la otra vez.
Yuri se sentó en su silla y sin decir más, tomó una porción de pizza para juzgar ella misma su sabor. Minho no pudo ocultar su sonrisa al tomarla con su mano.
—Me gusta lo picante, pero también puedo degustar lo dulce. Huele bien —relamió sus labios antes de dar una mordida.
La pelinegra rehuyó su mirada, esperando que ninguno de los presentes haya escuchado ese febril coqueteo. Como si nada, Junho comenzó a parlotear acerca de lo deliciosa que era la pizza en todas sus expresiones y que había algo artístico en ella. Tiana le siguió el hilo, ambos compartían el mismo tipo de locura o extravagancia. En cambio, Minho sólo parecía prestarle atención a ella, a nada más que a ella.
—Has mejorado, Yuri-ah. Me has sorprendido —admitió, degustando—. Creo que sólo necesitaba que cocines pizza deliciosa para finalmente elegirte.
Yuri, al oír aquello, lo pateó bajo la mesa y cubrió su boca con una servilleta. Estaba decidida a ignorarlo el resto de la cena. Tal vez de esa forma, él aprendería a comportarse debidamente frente a otras personas y dejaría de avergonzarla.
—Tiana, ¿qué tal salió tu pizza? —preguntó.
—¡Está deliciosa! Pero probaré también la tuya. ¡También prueba la mía, Yu! —habló con su boca llena.
—Claro que sí —sonrió.
—Por cierto, ustedes dos... —comenzó a hablar Junho, tragando—. Se han hecho muy amigos desde el accidente del auto de Yuri-ssi, ¿verdad?
—¿Quieres más cerveza, Jun-ie? —desvió Yuri.
—No, gracias, aún tengo. Respondan mi pregunta.
Esto no podía estar pasando. No era el mejor momento para uno de los interrogatorios de su mejor amigo justo ahora.
—Sí, somos algo así como amigos. Verdad, ¿Minho? —le sonrió sin flaquear.
Minho tomó disimuladamente una segunda porción de pizza.
—Grandes amigos —confirmó.
—Creí que ustedes... —murmuró Tiana, mirándolos confundida.
—Recuerda que Yuri-ssi ha llegado hace apenas dos semanas. Claro que ellos no son pareja o algo así, boba —rio el de cabellos cereza, tomando otra porción de pizza de su novia-no-tan-novia.
Yuri ya no tenía hambre en absoluto. Y aunque la conversación afloró hacia otras direcciones, donde incluso Minho comenzó a tomar más la palabra, comentando cómo conoció a Junho en la adolescencia cuando él trabajó con el viejo Gyu, ella realmente no podía prestar atención.
No si cada vez que Minho la miraba ella sentía la necesidad de cubrir su rostro para que no la viera. Incluso lo había pateado bajo la mesa varias veces para que la dejara de mirar tan fijamente. Estaba actuando como una niña y lo sabía, pero no podía evitarlo y fingir frente a los demás se estaba haciendo una tarea difícil.
¿Qué eran estos sentimientos tan estúpidamente parecidos al amor?
16
Por el resto de la velada, las bromas y risas se hicieron presentes entibiando esa noche tan fría de mediados de diciembre. El árbol de navidad brillaba sobre sus rostros con sus luces cambiantes y las brasas de la chimenea llenaban el ambiente con el relajante sonido de la leña quemándose. Habían jugado a las cartas luego de la cena y bebido mucha cerveza. Yuri supo que los juegos de mesa era algo muy habitual por estos lares y lo encontró bastante divertido.
En un momento de la noche, Tiana salió a tomar aire para recuperarse del alcohol, puesto que su cuerpo no lo toleraba tan bien. Naturalmente, Junho fue por ella y estuvo ayudándola a hidratarse con agua fresca por varios minutos en los que Yuri se encargó de mimar a la gatita del hogar, ignorando al pálido. Para cuando volvieron a la sala, Tiana parecía completamente recuperada.
—¡Tengo una idea, tengo una idea! —comenzó a exclamar, moviendo su cuerpo en un baile raro, a la par que obligaba a Junho a saltar con ella..
Tiana se lanzó en el sillón casi rodando, llevándose una mala mirada del mecánico que estaba ahí pelando una mandarina del árbol tranquilamente. Lo hacía con suma concentración, sus dedos eran finos y nada le impedía realizar su tarea al detalle, quitando incluso el albedo blanco de los gajos dulces.
—¿Qué idea loca tienes ahora? —bostezó Yuri, sentada en el suelo entre las piernas abiertas de Minho.
El reloj marcaba la una en punto de la madrugada y Junho también tenía sueño, pero hacía su mayor esfuerzo para seguirle el ritmo a la castaña que definitivamente era el alma de las fiestas.
—Jun-ie, ¿quieres decirles tú?
—No, hazlo tú.
Tiana aclaró su garganta y enderezó su postura. A continuación, su voz salió con seriedad.
—¿Saben lo que es la Ouija?
—¿De qué hablas? Claro que sí —afirmó Yuri.
No le gustaba el rumbo que estaba tomando esto y menos la expresión divertida en el rostro de su mejor amigo.
—¡Pues juguemos! Jun-ie, trae el tablero —animó Tiana, dando golpecitos en su espalda.
El de cabellos cereza asintió sumisamente y salió corriendo escaleras arriba. Yuri juró sentir un escalofrío y sólo por instinto se subió en el sillón, apegándose a Minho.
—¿Tablero? ¿Tenemos esa cosa aquí en la casa? —sintió que la presión empezaba a bajarle.
—Y no sólo eso, también hemos jugado varias veces —asintió Tiana con su cabeza.
—¿¡Me estás diciendo que duermo en el mismo lugar donde invocaron espíritus!?
La castaña se encogió de hombros, como si eso no fuera la gran cosa. Mientras tanto, Yuri sintió el brazo del mecánico rodearla protectoramente por los hombros.
—No seas tonto, Yuri-ah. Ese es un juego de niños que sólo funciona por sugestión. Lo único divertido es asustar al más miedoso del grupo, que en este caso, claramente eres tú —se mofó.
La citadina lo miró mal y le dio un codazo en las costillas. Intentó zafarse del agarre, pero terminó cediendo con frustración cuando vio que el mayor no tenía intenciones de dejarla ir y volvía a atraparla antes de que pudiera escaparse.
—¿No quieres que te proteja de los espíritus, Yuri-ah? Te apuesto que vendrás corriendo a mis brazos cuando el tablero empiece a moverse —se carcajeó en lo bajo.
Definitivamente los chistes de Minho sólo le hacían gracia a Minho mismo.
—Sé que estas cosas no son reales, no me tome por tonta. En mi experiencia, los que más se hacen los superados, son los más miedosos ante la primera cosa que pasa —Yuri corrió su flequillo con sus dedos con elegancia.
—No me asustan los espíritus, lindura. He visto muchos en mi vida y ninguno de ellos habla o hace algo malo.
—Ajá, como diga, señor exorcista.
Minho rio, acariciando su hombro suavemente.
—¿Por qué no admites que quieres que te abrace y estás asustada? —su voz se deslizó ronca por su cuello.
Mientras tanto, Tiana los miraba fijamente con su boca abierta de la impresión. Le estaba gustando verlos juntos y la química que ellos despedían, no se veía capaz de interrumpir nada. Pero pronto Junho bajó con el tablero en manos, rompiendo la posible respuesta que Yuri estaba por darle, luego de haberse mirado a los ojos por una eternidad.
No quería saber cuántos abrazos se llevaría su tosco mecánico esa noche.
***
Hace mucho tiempo que Minho no tenía una reunión de amigos y tal vez eso explicaba la sensación desolada que lo invadió al día siguiente, cuando despertó en el duro sillón de su sala. Por primera vez en largos años volvía a sentir resaca. Era irónico, considerando que no habían bebido más que un par de cervezas, un simple refrigerio para él. Como sea, no quería pensar mucho en ello, ni en el dolor de espalda que lo atacó apenas abrió los ojos por haberse dejado caer en la sala en lugar de subir a su cama.
Su choza no era algo que lo enorgulleciera, pero retrataba bastante bien la dejadez que lo caracterizaba y su nulo interés por la estética. El suelo era de madera, como la mayoría de chozas alrededor, había una chimenea más pequeña que la que tenían Junho y Yuri pero que calentaba el sillón de la sala, el cual no era ni remotamente cómodo. No había ni una brizna de color más que el negro de los muebles y el marrón oscuro de la madera. Prefería que no hubiera manifestaciones de vida que cuidar más allá de sí mismo, por lo que tampoco tenía plantas ni cosechas en el jardín delantero.
Por supuesto, nada más que Shilby, su perro; compañero de desgracias, penas y alegrías. Aquel que logró rescatar en una ocasión hace cinco años atrás, cuando todavía el viejo Gyu y la abuela vivían. El taller estaba a punto de cerrar cuando llegó un pequeño cachorro que había sido atropellado, su pata cojeando y la mirada abandonada que incluso llegó a conmover un corazón como el suyo.
Los tiempos difíciles habían quedado atrás, el Shilby que conocía era un perro sano, fuerte, de pelaje corto y duro en color chocolate. Con grandes orejas saltarinas y la peculiaridad de despertar a trompazos a su dueño cada vez que quería dar un paseo. Shilby era un perro callejero e inteligente, por lo que no necesitaba de Minho para salir a pasear, podía ir y regresar solo, pero su dueño no confiaba en los autos porque cada vez había más viejos locos en la calle. No podía permitir que tuviera otro accidente, es por eso que siempre lo acompañaba.
—Mocoso, deja de babearme... —gruñó Minho, corriendo la trompa húmeda fuera de su rostro.
Shilby dio un ladrido grave en respuesta. Algo así como "ábreme la puerta, humano vago". Era el único capaz de hacer madrugar a Minho un domingo y peor aún, obligarlo a salir con él.
Minho se sentó adormilado en el rígido sillón, recibiendo las lamidas de Shilby en sus manos. Cuando sus ojos rasgados se acostumbraron a la poca claridad, pues todavía no terminaba de amanecer por completo, dejó que su espalda crujiera adolorida y se calzó las botas.
—Vamos Shilby —lo llamó, tomando las llaves y abriendo la puerta.
Ni siquiera lavó su cara ni revisó las lagañas en sus ojos. El perro chocolate, que era de un tamaño medio, saltó de alegría y rascó con su cabeza la pierna de Minho, presionándolo a ir más rápido. El hombre se calzó una chaqueta de cuero sobre la camisa de ayer.
—¿No ves que acabo de despertar? Sigo en modo ahorro de energía. Además, sabes lo duro que es el sillón. Tengo que comprar uno nuevo —se recordó.
Tras abrir unas rejas negras, salieron a la calle. Por ser apenas las siete menos veinte de la mañana, las chozas vecinas estaban con las luces apagadas y los pocos faroles nocturnos continuaban alumbrando en un cálido oro. El cielo coloreaba un profundo púrpura y hacia el este, donde se asomaría el sol, se difuminaba en un pálido lila con nubes oscuras que surcaban las estrellas vencidas. Minho encendió un cigarro, dejando que Shilby lo guiara hacia donde quisiera ir.
El humo blanco se perdía entre las nubes y las calles de hojas marchitas. Su mascota aprovechaba a olfatear todo y hacer sus necesidades donde otros perros lo podrían haber hecho. Con pesadez, él lo siguió mientras intentaba despabilarse. El aire frío chocando en su rostro ayudaba a disipar el sueño, pero también empezaba a hacerlo tiritar.
Se detuvo en un almacén de barrio que estaba abierto y aunque no era de su agrado, compró un café para llevar. El calor del vaso traspasó hasta entibiar sus manos en el helado temporal. El humo hirviente del líquido oscuro se esfumaba entre su aliento blanco. Hacía un frío de cojones pero él era un dueño ilustre.
—Shilby, ¿no puedes cagar en casa, joder? —resopló.
No era nada cómodo tener que juntar su excremento mientras tomaba el desayuno. El perro pareció entenderlo, pues siguió caminando batiendo su rabo y Minho suspiró de alivio, dando un sorbo del café amargo.
Pronto nevaría. Las temperaturas empezaban a ser cada vez más frías. Y no había nada que odiara más en el mundo que estas épocas. Adoraba el invierno, pero la nieve le traía horribles recuerdos. Lo más común es que cerrara el taller durante las primeras nevadas y volviera a abrirlo una vez que la necesidad económica lo absorbiera. Simplemente no soportaba estar tanto tiempo afuera cuando el mundo estaba pintado de blanco.
Continuaron caminando algunas cuadras, respetando los semáforos aunque no viniera ningún coche. El centro del barrio empezó a hacerse visible poco después. Al parecer, Shilby quería recorrer las tiendas.
—¿Quieres comprar un regalo de navidad? —se burló Minho.
El área comercial estaba organizada en pasillos de piso empedrado con la fuente del tigre en el centro. Las tiendas estaban pegadas unas a otras, algunas en galerías donde podías encontrar de todo, pero que a estas horas estaban cerradas. Como navidad era en dos semanas, los negocios estaban ambientados con colores verde y rojo, figuras de Santa Claus y el aroma a galletas de jengibre. Tampoco podían faltar las luces multicolores en los árboles de pino, que nunca dejaban de iluminar a pesar de estar la gran parte de los locales cerrados. Cuando el paisaje estuviera completamente blanco, los colores de las luces de hada se reflejarían en su lividez, además de mantener el calor con las chimeneas encendidas y la comida caliente. Y a pesar de las tradiciones, Minho no podía sentirse parte de todo eso.
—Temo decirte que te estás adelantando. Navidad es en dos semanas, mocoso —le dijo cuando Shilby se sentó frente a un negocio—. Ah, si tanto insistes... Supongo que puedo darte un regalo adelantado.
El pálido palpó el bolsillo de sus gruesos tejanos, encontrando su billetera. Entró al almacén en el que su mascota se detuvo y compró unas galletas para perro con la estúpida forma de los pinos de navidad y muñecos de jengibre.
Notó que había un torpe cascanueces en la entrada de la tienda y Shilby parecía querer jugar con él, así que le lanzó una galleta para que lo dejara en paz, la cual atrapó en el aire. Cansado, tomó asiento en la fuente de piedra con forma de tigre. El agua caía a sus espaldas enviándole un escalofrío. El café ya se le había enfriado, pero no le impidió seguir bebiéndolo mientras el cigarro moría en sus dedos.
Shilby parecía bastante entretenido en morder la galleta en el suelo. No tenía frío, pues además de ser un perro resistente, tenía el abrigo que la abuela le tejió antes de morir. De un polar azul marino, combinaba sobriamente con su pelaje chocolate y le permitía estar abrigado en el invierno. Minho no sabía tejer, así que era el único que tenía, no vendían algo como abrigos para perros en el centro e incluso así, ninguno tendría el espíritu de la abuela.
El cielo pálido empezaba a amanecer en un frío temple mientras las luces no dejaban de encenderse y apagarse. Y Minho no puede evitar pensar cuánto ha olvidado la sensación de la navidad mientras los años han pasado.
Cuando era niño, su hermano y él no recibían regalos de sus padres, sino de sus abuelos. Minho nunca entendió por qué mamá y papá no actuaban en coherencia a los roles que llevaban. Por unos años, llegó a pensar que sus abuelos eran sus padres verdaderos. Ellos eran los que les daban presentes cada navidad, los que preparaban el almuerzo luego de la escuela y los que regulaban el agua de la ducha cuando todavía no entendía su mecanismo.
El viejo Gyu separó a los hermanos de sus padres cuando estos eran muy pequeños, antes de iniciar la escuela primaria. Minho nunca pudo estar agradecido por eso. A cambio, resintió al abuelo durante largos años, sin siquiera dirigirle la palabra. Aunque mamá y papá no le dieran regalos en navidad, olvidaran su cumpleaños y a veces ni siquiera llegaran a dormir, ellos no dejaban de ser su familia. O eso es lo que se obligó a pensar hasta que la realidad lo golpeó a sus diez años.
El mundo de las drogas era algo difícil de escapar una vez que entrabas y podía arrasar con todo en tu vida, incluso con tus propios hijos. Tenía la fuerza demoledora de un huracán y el pequeño Minho no conocía las distintas destrucciones que había en el mundo, aquellas que no eran desastres naturales, sino propias del ser humano. Fue entonces que Minho se disculpó con su abuelo y ese día fue, quizás, la última vez que el viejo Gyu lo vio llorar.
Sus padres pasaron a ser las personas que lo engendraron y desde entonces, él se declaró huérfano. No necesitaba a nadie más en el mundo que a sus abuelos y su amado hermano, quien siempre estuvo para él incluso en sus momentos de mayor vulnerabilidad, cuando tuvo emociones de las que jamás se enorgullecería recordar.
Su vida cambió por completo cuando se fue a vivir con sus abuelos oficialmente, dejando atrás la muerte y oscuridad. Todas las navidades que recordaba en ese tiempo eran igual de felices, porque estaba rodeado de familia y amigos. Recibía regalos, comía comida deliciosa y jugaba en la nieve con su hermano y Hoseok por horas, esperando a ser regañados por la abuela.
Tal vez eso podría explicar su odio por la nieve. En el fondo, Minho siempre lo sabía. Que la nieve sólo le haría recordar a Sunho.
Su hermano era un chico sumamente alegre y por lo tanto, amaba jugar. A pesar de ser un año mayor, se comportaba como un niño a su lado, o quizá Minho era demasiado serio, pero todos sus vecinos e incluso los abuelos recalcaban el jovial corazón que poseía el mayor. Porque nunca temía jugar a pesar de que lo tacharan de infantil, y sin embargo, nunca olvidó cómo crecer. Poder volverse adulto sin olvidar al niño interior era algo que pocos lograban. Minho mismo sentía que había fracasado en ese proceso.
Quizá nadie más que Seuho podía hacerlo.
Su hermano adoraba la navidad, así que estas fechas siempre le dolerían un poco. A pesar de que amara esta época, Seunho era sumamente sensible al frío, lo que lo hacía enfermarse fácil cuando jugaban en la nieve. Absolutamente siempre pescaría un resfriado, a pesar de los regaños de la abuela para que se cuidara. Tal vez siempre había sido su cuerpo el verdadero problema, porque Seunho no sabía defenderse.
Siempre había necesitado a su torpe hermano menor; el serio, el rebelde, el caso perdido. Cuando llegaba navidad y Seunho tenía un resfriado, Minho siempre lo cuidaría, él no le echaría en cara nada ni le diría los tercos "te lo dije" que la abuela le repetía hasta el cansancio. Minho tampoco le decía que no jugara en la nieve porque, sino, ¿qué de divertido tenía este paisaje blanco, insulso, lívido y carente de color? Le parecía demasiado triste quedarse en casa viendo cómo la temporada moría.
Entonces en Navidad, Minho permanecía a su lado cuando su hermano se enfermaba. Encendía la chimenea para él, le traía las sopas de verdura de la abuela —pues Seunho nunca podía comer lo que los demás comían, por alguna razón que nunca supo— y pasaba el tiempo a su lado, entre mantas. Para muchos podía parecer una navidad aburrida y triste, pero para Minho no lo era. Su hermano siempre sabía hacerlo sonreír.
Ah, cuánto extrañaba a Seunho. Cuánto extrañaba a la abuela. Cuánto extrañaba al viejo Gyu, al muy maldito cuya muerte todavía no sabía aceptar. Su partida hace un año atrás lo había dejado solo, sin nadie en su familia. Poco a poco, Minho vio cómo todos lo iban dejando solo, a pesar de que el viejo Gyu le prometió no hacerlo, que serían los dos contra el mundo. Él no pudo mantener su promesa.
Y Minho no pudo hacer nada en esas épocas, cuando el viejo Gyu estaba triste y solo. La muerte del ser humano siempre es progresiva. De a poco, se sabe cuándo alguien está muriendo. Son como huellas mínimas que la persona va dejando y permiten ver la muerte cara a cara, a pesar de no poder retratarla con palabras. Primero, luego de la muerte de la abuela, el viejo Gyu dejó de abrir el taller con regularidad. La época de auge del taller empezó a irse con la nieve que se disipaba. Luego, paulatinamente empezó a atender los coches de conocidos del barrio, ningún nuevo ingreso ni reparación que llevara mucho tiempo.
Estaba todo el tiempo cansado. No salía con frecuencia de su casa y las bromas que lo caracterizaban habían pasado a ser risas bajas.
—Estoy bien, Minho. Estoy bien, concéntrate en ti, tienes toda una vida por delante para preocuparte por un viejo como yo —le decía Gyu, modesto y sin importancia.
Pero Minho no tenía toda una vida por delante porque no había nadie más que Shilby a su lado. No necesitaba a nadie y nadie lo necesitaba a él. ¿Cómo podía llamarse a eso vida, si sólo era resistencia?
No vivía con el viejo Gyu para ese tiempo y era algo que todavía se recriminaba. Porque tal vez fue él quien lo dejó solo primero, quien no pudo mantener esa promesa. El viejo le insistía con que se fuera a vivir solo, que necesitaba la independencia de cualquier joven en su media veintena, no podía seguir viviendo con su moribundo abuelo. Minho sólo se marchó, pensando que quizás ese contento era todo lo que podía darle.
Pero todavía recuerda ese día que fue a visitarlo y nadie le respondió la puerta. Sintió miedo. Pensó por un momento que la muerte se lo había llevado. Sólo después supo que fue la tristeza.
La vida no dejaba de ser una lucha contra la soledad. Y a esa edad, simplemente había guerras que ya no querían lucharse, porque ya no tenías la misma fortaleza.
Y cuando entró, desesperado tirando la puerta abajo, todavía puede recordar vívidamente la imagen del abuelo en su cama. Sus manos estaban pálidas, tan frías como el témpano. Ese no era el viejo Gyu. La carne del ser humano no era absolutamente nada. El alma de su abuelo no era ese pedazo de piel fría como el barro.
Las últimas palabras de su abuelo no salieron de su boca, sino de una servilleta con letra temblorosa que supo que escribió antes de morir. Minho la llevaba en su billetera continuamente como un legado y de poder hacerlo, las llevaría tatuadas en su piel.
"Minho, no estés solo.
Encuentra a alguien con quien compartir tu vida,
la soledad no es un lugar que querrás habitar, ni la tumba en la que querrás ser enterrado,
porque aquí todo es muy frío
y no mereces morir de este modo,
solo en una cama helada
que ni siquiera es tu hogar".
Minho tragó duro, tomando la servilleta entre sus temblorosas manos. Por mucho que el tiempo pasara, la letra del abuelo seguía ahí y sus palabras, igual de grabadas en su memoria. El constante recordatorio lo seguía. No sentía que estuviera cumpliendo con el último deseo de su abuelo.
Él siempre estaba solo. Incluso, podría decir que estaba siguiendo su misma triste vida, yendo del taller a la casa, de la casa al taller en primera mañana. Tal vez moriría del mismo modo.
Minho terminó su café y le lanzó otra galleta a Shilby, esta vez con forma de estrella. Sin pensarlo demasiado, se puso de pie en dirección a una de las tiendas que llevaba viendo hace rato, mientras sus pensamientos seguían el triste curso.
—Shilby, espérame aquí —le pidió, desapareciendo tras la puerta.
¿Estaría mal comprarle un regalo a esa citadina? Tampoco pensó demasiado su respuesta. No sabía si le agradaba la navidad pero por lo que llevaba conociéndola, Yuri amaba los regalos. Si le compraba un recuerdo, tal vez ella no lo olvidaría cuando volviera a Seúl.
La gente moría cuando las personas dejaban de recordarlos.
Compró lo primero que pensó que podría gustarle y al salir, el aire fresco volvió a golpear su rostro. Era la única persona comprando un presente de navidad un domingo a las siete de la mañana, tan cerca de las primeras nevadas.
Minho apretó el regalo entre sus manos. Estaba tibio.
—Vamos, Shilby. Es hora de volver a casa.
17
Un día antes de Navidad.
No importa cuánto tiempo pasara, Minho siempre la dejaba igual de desarmada. Se preguntaba dónde estaba ese mecánico que arreglaba todo lo que tocaba con sus manos si a ella sólo la destrozaba un poco más cada día. Y los parches al día siguiente volvían a salirse, porque ninguna cura le duraba demasiado cuando se trataba de él.
Esa tarde, como era usual, Yuri se encontró con Minho. Esta vez salieron a caminar bajo un paraguas transparente. No necesitaban salir a ningún lado excepcional, ni gastar dinero, de hecho jamás habían salido más que a hacer compras por el centro. Hoy Yuri quería verlo por otros motivos.
Hace varios días que el taller mecánico no abría y eso no había pasado desapercibido para ella.
—¿Me has secuestrado el auto y no me quieres decir? —continuó insistiendo con suavidad.
Tomó su mano blanca y entrelazó los dedos. La diferencia en el color, textura y tamaño era algo que siempre la conmovería. Contrario a Minho, sus manos eran delicadas, suaves por las cremas de durazno que solía utilizar y de dedos pequeños, brillantes por los anillos de plata y las uñas pintadas. A Minho le gustaban mucho sus manos.
—No es eso, Yuri-ah. Simplemente estoy tomándome unas vacaciones. ¿No crees que eso es bueno? ¿O quieres hacerme trabajar? ¿Ya no me soportas a tu lado? —recriminó entre risas.
Yuri bufó, sabiendo que él no era sincero. Había algo más allá que no le estaba diciendo. Decidida a dejar de presionarlo, selló sus labios con la duda. Tal vez con el tiempo él le diría, aunque el tiempo en realidad fuera un concepto escaso.
Se encontraban en una zona rodeada de árboles desnudos, parecido a un parque enorme arrasado por la temporada que Minho decía era su motivo de inspiración cuando a veces escribía. Yuri supo que ejercitaba la escritura en un cuaderno de hojas amarillas, repleto de notas que sólo él entendía, no únicamente porque su letra fuera desprolija. Actualmente, el colchón de hojas que pisaban atenuaba la tierra mojada con sus tonalidades rojizas por algún retazo del otoño que había pasado. Caía una ligera lluvia, pero aun así Minho había insistido bastante en que usaran un paraguas por si llegaba a enfermarse. Mañana se celebraría nochebuena y no quería que Yuri estuviera resfriada.
—Minho... ¿Por qué siento que estás triste de pronto? —susurró.
Estaba preocupada. No era el silencio. Minho no solía hablar a menudo, la mayoría de las veces siendo ella quien llenaba los espacios con palabras por los dos. Era quizá la manera en la que veía la lluvia en ese instante, humedeciendo la corteza de los árboles con su aroma fresco; la forma en la que sus ojos captaban las sombras, los bordes, la textura de las cosas.
Yuri sabía que las personas observaban nimiedades como si fuera lo más interesante del mundo cuando estaban deprimidas.
—Supongo que no me gustan estas épocas —se encogió de hombros.
Minho la apegó más a su cuerpo. Yuri traía puesta la gruesa chaqueta del mayor, aquella con aroma a tabaco y espuma de afeitar, cubriéndola por los hombros. Estaba repentinamente feliz de que el paraguas fuera sólo uno y tuvieran la necesidad de estar así de cerca.
—¿Dónde pasarás la navidad, Min-ie?
Realmente esperaba que su respuesta no fuera la que estaba pensando. Pero por mucho que lo hubiera deseado en su corazón, no pudo hacer nada para no oírlo.
—Con nadie. No celebro la navidad —carraspeó—. De hecho, probablemente abra el taller mañana por la noche. Sabes que los accidentados aumentan en nochebuena. En consiguiente, significa que tendré más trabajo.
—Eso suena triste.
—Tengo una mente de negocios, lindura —se carcajeó.
Yuri apretó la mano que la abrazaba, porque su corazón se estrujó en ese momento, como un viejo trapo dejando sus últimos hilos.
—Min...
—Después de todo, ya no tengo familia —confesó entonces—. Podría irme de fiesta y salir con alguna chica, pero prefiero trabajar porque sé que no estarías de acuerdo con eso.
Ella le dio un golpe en el brazo y se detuvo de pronto. Ambos se miraron. La lluvia reflejada en los ojos oscuros del mecánico y sus cabellos ligeramente húmedos por algunas gotas que lo volvían brillante.
Se sintió enojada, sumamente enojada. Tal vez Junho tenía razón y era una especie de dragón que desprendía fuego por la boca cuando estaba molesta, porque en ese momento, nada le importó más que los sentimientos que la invadían. No quería que Minho saliera con ninguna chica. Y tampoco quería que él estuviera solo, trabajando en un día tan especial y teniendo que aguantar a los viejos borrachos que armaban discusiones por sus autos chocados.
—No harás nada de eso, Minho. Vendrás conmigo, ¿me oíste? —alzó un poco su voz.
Tenía el ceño fruncido y las palabras salieron seguras de su boca pintada de durazno. Tal vez fue eso lo que hizo que Minho esbozara una sonrisa ladina.
—Eres una molestia, Yuri-ah —negó con su cabeza, pero eso no evitó que las blancas manos escalaran hasta sus mejillas.
Los dedos de Minho siempre estaban fríos. Pincharon sus cachetes, volviéndolos rosáceos bajo la gélida lluvia. Sin embargo, nunca podía sentirse fría a su lado.
—Estoy hablando en serio, Minho. Mantendrás el taller cerrado y vendrás a la cabaña con Jun-ie. Pasarás navidad a mi lado y no se discute más.
—¿Y qué si no quiero ir? No podrás obligarme.
—Claro que puedo, no me conoces enojada. Soy capaz de perseguirte hasta la Antártida sólo para que me hagas caso. No te dejaré solo —suavemente, tomó las manos que molestaban sus mejillas.
Los movimientos se detuvieron y sólo permanecieron acariciándose. La lluvia le sentaba tan bien a él. Con su camisa a cuadros, las botas negras de lluvia, el aspecto despreocupado y los labios ligeramente paspados por el viento.
Pero sobre todo, la lluvia le sentaba tan bien a él con esa mirada oscura que ahora sonreía, que ahora brillaba un poco más que antes. Minho realmente estaba feliz, aunque no se lo diría.
—Volvamos a casa. Si te enfermas para mañana, no podré perdonármelo —habló suave su mayor, acariciando algunos mechones de pelo negro.
Yuri asintió, aunque no entendía su insistencia, y comenzaron a caminar de regreso bajo el paraguas. El sonido de las gotas chapoteando y la calidez de sus manos entrelazadas relajando sus corazones.
—¿Vendrás? Quiero que me lo prometas —insistió.
—Está bien, supongo que puedo perderme mi noche de negocios por ti.
—Y nada de salir con chicas.
Minho soltó una carcajada.
—Como si pudiera ver a alguien que no seas tú —se sinceró.
Yuri sintió que podría derretirse allí mismo.
—¿Seremos sólo nosotros dos y Junho?
—Nop. Vendrá también Tiana y una amiga de Jun-ie. Puedes invitar a Hoseok también si quieres.
—Ah... Él tampoco celebra navidad, creo que será una buena idea obligarlo a venir.
—Claro que sí. No debería haber personas solas y tristes en una fecha como esta. Hornearé galletas de jengibre y ayudaré con la cocina —sonrió, emocionada.
—¿Cocinarás tú? Yuri-ah... Espero que no quemes nada —se burló.
Yuri comenzó a reírse, estaba tan feliz que no le importó empezar a correr bajo la lluvia, llevándose un regaño del mayor cuando terminó todo empapada. Minho corrió para atraparla.
Y cuando llegó a ella, sin mucho esfuerzo, la atrapó fuerte entre sus brazos.
—Pequeña traviesa. No te dejaré escapar otra vez —le había dicho.
—¿Me mantendrás así por siempre? —musitó en su pecho, sintiendo los amplios brazos que lo envolvían.
—No me tientes, sabes que podría hacerlo.
Ambos estaban hechos un desastre de lluvia luego de haber corrido y sus pies estaban llenos de barro.
—Creo que si no entro en calor, podría enfermarme —sonrió traviesa.
Minho se carcajeó. Para ese entonces, el paraguas terminó en el suelo, pero nada importaba en lo absoluto, ni siquiera se sentía capaz de tener miedo.
—Entonces deja que te abrace un poco más. No te dejaré pasar frío —aseguró con seriedad, ahogando su nariz en los negros cabellos que olían a miel y peonias rojas.
Yuri sonrió, depositando un beso en el cuello contrario.
—No me sueltes, Minho. Te prometo que yo no te soltaré tampoco.
***
Tal como le había asegurado al mecánico, ese veinticuatro se la pasó amasando y horneando galletas desde temprano en la mañana. El jengibre y la vainilla inundaban la casa con su poderoso aroma, despertando incluso a Junho quien no tardó en bajar las escaleras emocionado, exigiendo galletas.
—No puedo darte Jun-ie, tienes que esperar a la merienda para comerlas —Yuri lo regañó, golpeando su mano suavemente cuando intentó robar una a escondidas.
—¡Pero noona! ¡Dame al menos las defectuosas! He visto que hay algunos hombrecitos sin piernas o brazos —reclamó.
Yuri sintió la vena de su frente hincharse, molesta. Pero era cierto, aunque se esforzara en hacer que los estúpidos muñecos quedaran perfectos, a veces terminaba decapitándolos o rompiendo alguna extremidad, pues la masa era a base de delicada manteca, lo que la hacía difícil de manipular.
Suspirante, terminó por reunir todos los hombrecitos defectuosos y se los entregó a su amigo en una pequeña bandeja. No eran más que seis o siete, pero Jun-ie estaba gustoso por desayunar galletas navideñas y empezar a comer delicioso desde tan temprano en la mañana. Eso fue suficiente para hacer a la chica sonreír, había alguien que comiera sus galletas defectuosas y apreciara su esfuerzo.
La discusión entre los dos parecía sentirse cada día más lejana, a pesar de que Yuri la tuviera presente todo el tiempo. Empezaron a llevarse cada vez mejor desde ese día en el jardín de infantes y todo jugó a su favor notablemente desde que con Tiana se hicieron grandes amigas. Incluso, Junho le había dicho que empezaba a actuar como la vieja Yuri, pero en una versión que podría ser mejor que la anterior. Dormían juntos luego de una noche de películas y palomitas, compartían sus comidas cada vez que podían, bromeaban a cada momento, hacían la limpieza y no podía faltar su actividad preferida: hablar de la persona que les gustaba hasta altas horas de la madrugada, mostrándole el celular al otro cuando no sabían qué responder a un mensaje.
A esta altura, Yuri no podía negar cuánto le gustaba ese tosco mecánico, que nada de tosco tenía cuando lo conocías a fondo. Y por lo mucho que Minho le gustaba es que no había dejado de dar vueltas acerca del asunto más inquietante para un enamorado. ¿Qué podría regalarle para navidad a un hombre como él?
Junho le dio muchas ideas el día de ayer, cuando le hizo esa pregunta.
—Bueno, creo que principalmente podrías darle una nueva camisa. Ese flaco lo agradecerá. Usa siempre la misma camisa a cuadros o la que es de jean. Hasta yo me sé su closet de memoria y eso que lo vi pocas veces, Yuri-ssi —negó con su cabeza en desaprobación.
—¿Tú crees? Según me dijo, tiene aprecio a esas camisas por los años que llevan y que además, la ropa de antes se conserva mejor que la de ahora —parafraseó.
—¡Ni que tuviera cincuenta años, noona! ¿Ropa de antes? Pff, sólo es excusa. Bueno, si no quiere una nueva camisa, también puede ser unos nuevos pantalones. Hasta yo veo las manchas de aceite que no se quitan ni con lavandina —siguió tirándole palos—. Si no quiere ropa, puedes darle un perfume decente para que deje de oler a taller mecánico. O un tinte de cabello para que corrija esos estropajos grises. O unos pendientes a ver si luce como la gente.
—Los pendientes le quedarían hermosos, pero no creo que los use con frecuencia —lloriqueó, deshaciéndose en la mesa como un helado derritiéndose al sol.
Estaba frustrada. ¿Por qué Minho era tan difícil? Nada de lo que su amigo le decía le convencía, tal vez porque lo único que Jun-ie hacía era tirarle mala vibra al pobre Minho en su ausencia.
De tanto pensarlo, al final Yuri encontró el regalo perfecto, sin quererlo en una conversación trivial con el pálido de pronto le sobrevino la magnífica idea. Se suponía que hoy, veinticuatro, le llegaría por domicilio. Había pagado el envío casi con un ojo de la cara, así que esperaba que le agradara su regalo.
Otra cosa que hizo estos días, además de pensar su regalo, fue comprar una bota de navidad y coser el nombre de Minho a hilo, para luego colgarla en la chimenea junto a la suya y la de Jun-ie. Quería incluirlo con todo su corazón para que él no se sintiera solo, sino que pudiera sentirse parte de la pequeña pero humilde familia. Luego su amigo terminó copiando su idea y fabricó una para Tiana. Como se sintieron mal por los otros dos invitados, Yuri hizo una para Hoseok también y Jun-ie una para su amiga, la cual todavía nadie conocía, de nombre Nami. No querían discriminar a nadie y mucho menos que se sintieran incómodos.
Cuando su amigo terminó de desayunar, lo ayudó con algunas galletas y luego ambos se pusieron con la comida salada. La cocina de Yuri había mejorado notoriamente porque además, recibió algo así como clases virtuales con su abuela. Optó por seguir sus recetas y consejos en lugar de buscar en internet y parecía tener increíbles resultados.
Minho dijo que traería el postre, así que estaba realmente emocionada por degustar sus deliciosas creaciones otra vez. No le dijo qué clase de postre haría, pero estaba segura de que buscaría sorprenderla.
Aquel fue un día arduo, lleno de cocina y tareas decorativas para dejar la cabaña incluso más hermosa de lo que ya era. A pesar de las insistencias de su amigo, Yuri compró varias decoraciones de navidad en las tiendas del centro. Ahora había luces de hadas en toda la casa y coronas de adviento en distintos colores en cada puerta. Incluso la campanilla de entrada tenía un moño rojo y verde. Y aunque todavía las primeras nevadas no llegaron, la navidad seguía sintiéndose en cada rincón del lugar.
Tras colgar las botas navideñas en la chimenea luego de que Mandarina las haya tirado con sus patitas, Yuri subió a tomar una ducha, pues ya se hacía tarde y los invitados llegarían. El día se iba volando cuando estabas ocupado.
Preparó una ropa especial para la noche de hoy, la cual se colocó luego de un largo baño caliente. En realidad no solía vestirse bonito para estas fechas, pero hoy era una ocasión especial porque lo celebraría con sus amigos y no en su cama.
Usaría un vestido blanco junto a unas sandalias de taco liso color café, cómodas para ir de un lado a otro. Para tener algo de abrigo, una capa delicada similar a un hanbok en tonalidades marrones como el otoño.
Mientras maquillaba sus ojos, pensó que sería buena idea hacer una videollamada con los abuelos. Primero los llamó por teléfono de línea y volvió a explicarles, por quincuagésima vez, cómo encender la laptop y abrir la aplicación de videollamadas. Como ya lo habían hecho varias veces en el pasado, no tardaron tanto en recordar cómo funcionaba.
Yuri enfocó su propia laptop arriba del lavabo, de modo que lo vieran mientras se maquillaba. Cuando los abuelos lo vieron, casi se lanzan a abrazarla, en especial el abuelo.
—¡Bong-Cha, cálmate! ¡Bong-Cha! —le gritó la abuela, pegándole un coscarrón porque casi abraza literalmente el computador.
El abuelo tenía manos brutas de una vida entera labrando en el campo.
—Ya, ya, no grites tanto abuela. Estás en altavoz y te escucharán todos —rio Yuri, delineando su ojo izquierdo.
—¿Quiénes son todos? —alzó una ceja suspicaz.
—Vendrá Minho si eso es lo que quieres saber. También algunos amigos y la novia-no-tan-novia de Jun-ie.
—¿Jun-ie también? —rechistó Bong-Cha—. ¿Es que mis nietos favoritos se han puesto de acuerdo para casarse?
—Cállate Bong-Cha, deja hablar a la niña.
—Bueno, en realidad estoy muy feliz. Hace años no pasaba una navidad como esta. Probablemente desde que me mudé a Seúl. Estuve decorando todo el día y cocinando tus recetas, abue —sonrió.
Yuri dejó sus ojos libres y giró a ver la pantalla. Sus abuelos estaban con una gran sonrisa en el rostro.
—Ya sabes lo que dicen, hija. Navidad es una fecha perfecta para conquistar a un hombre a través de la comida. Las recetas de la abuela no te fallarán —aflojó Bong-Cha—. Minho tiene mi visto bueno desde aquellas épocas, cuando arregló mi Ford Taurus en un santiamén. Lástima que ahora esté a la venta porque tu abuela no quería que conservara esa chatarra.
Yuri rio. ¿Podía ser el mundo tan pequeño y que ese Ford Taurus fuera el que Junho quería comprar y Minho podía dejarle con descuento? Tenía la corazonada de que sí.
—Minho es un genio en lo que hace —sonrió, volviendo a maquillar su ojo.
—Que no se sobrepase —advirtió el abuelo.
—Sabes que no. Todos los hombres en mi vida se han sobrepasado menos él.
—Ya, ya, deja de molestar a Yu —se metió la abuela—. Estás hermosa, tesoro.
Yuri se sonrojó con timidez.
—¿Y ustedes dónde pasarán la navidad? ¿Será donde el vecino Lino como siempre?
—Ah, sí. Nos pondremos borrachos y jugaremos juegos de mesa hasta tarde —aseguró Bong-Cha.
—¿Estarán bien, abues?
—Claro que sí. No necesitamos una cría como tú alrededor que nos diga que dejemos de beber o que no armemos peleas —insistió la abuela.
—De acuerdo. Pero los llamaré luego de las doce al teléfono de línea de Lino.
—Si es que te escuchamos, seguro estamos todos borrachos y no escuchamos el teléfono, no olvides que la mayoría estamos un poco sordos —bromeó el abuelo.
Yuri viró sus ojos. Llamaría de todos modos. Tras conversar un poco más con sus abuelos sobre lo que comerían en la noche, colgó la llamada para terminar de arreglarse.
Minutos después, oyó cómo la puerta era abierta y la escandalosa voz de Tiana escaló hasta el baño de arriba, alegando que había traído mucho alcohol, regalos y su jovial presencia para animar la noche y que nadie se duerma antes de las doce.
Yuri rio, apagando la canilla tras lavar sus manos, decidida a bajar para recibirla.
Presentía que esta sería una navidad increíble.
18
Esa fue la navidad más feliz que Yuri tuvo en su vida. No le importó que Minho se hubiera puesto gruñón de a ratos cuando se les dio por cantar villancicos a todo pulmón entre todos. Incluso Hoseok se había unido pronto a la atmósfera festiva. Nami, la amiga de Junho, era algo cauta, reservada y parecía ponerse reflexiva con unas copas encima. Fue la compañera perfecta para su huraño mecánico en esos momentos.
Repartieron uvas pasas con chocolate cerca de las doce, todos estaban bastante bebidos para ese momento. Las copas largas de cristal mantenían el champagne burbujeante y dulce como el oro. La mesa había quedado hecha un desastre luego de toda la comida y alcohol que pasó por sus bocas. Cerca de la hora del brindis, el ambiente se había aminorado e irremediablemente algunos se habían apartado para conversar tranquilamente.
Tiana en el regazo de Junho dándole uvas pasas con chocolate en la boca y Nami hablando con Hoseok, ambos haciéndose grandes amigos en el transcurso de la noche. Tenían personalidades completamente opuestas, pero complementarias. Nami era una mujer amable y paciente para hablar, como si siempre eligiera las palabras con cuidado. Su temple era racional y observador. De aspecto fornido y piel canela, un metro setenta de altura que la hacía ver enorme al lado de los más bajos y lacios cabellos cortos que mantenía en un mullet. Era trabajadora jardinera porque amaba la flora de Daegu y vendía cosechas a los vecinos en temporada. De hecho, Junho la había conocido por las ofertas de calabazas en la época de Halloween, algunos meses atrás, cuando se le dio por decorar la casa con ese ambiente y oyó de su puesto cerca de la escuela. Tal vez fue en la misma temporada que adquirió el juego de la Ouija y la obsesión con lo paranormal.
Hoseok era un simple ayudante de taller mecánico, su personalidad más sencilla, no pensaba dos veces antes de hablar y siempre tenía una risa bajo la manga para todo lo que oyera. Solía sorprenderse mucho cuando escuchaba a los mayores en la mesa, de temple más reservado, casi como si tomara nota mental. Ambos eran humildes trabajadores y habían vivido toda su vida en Daegu por lo que tenían estilos de vida parecidos, fáciles de acoplarse.
Quizá porque se llevaban tan bien entre todos y la noche lucía avanzada es que Yuri se permitió alejarse un poco. Había comido chocolate hasta reventar, así que no tenía ganas de comer pasas uva. Y sin embargo, con algo de pudor, tomó uno de los boles con los dulces y la muñeca de Minho en su otra mano, arrastrándolo hasta la cocina.
Afuera el clima estaba helado y en la sala estaban los demás chicos haciendo escándalo. Cerca de la chimenea, estaban las seis botas y también los regalos, por lo que no podrían ir para ese lado sin que el resto pensara que estaban husmeando.
—¿Ahora tú me estás secuestrando? —bromeó él, su voz más ronca por el alcohol que había ingerido.
—Sólo quería estar contigo unos minutos. No te emociones, volveremos pronto para brindar —le aclaró con el mismo tono burlesco.
Si no podía luchar contra eso, adoptaría un buen contraataque. Sin decir nada, Yuri se sentó en la mesada, con sus piernas colgando y Minho enfrentándola en el medio de ellas. A su lado, la ventana verde jade estaba ligeramente abierta, dejando soplar el gélido aire de una noche sin brisa. A esta hora el cielo invernal luciría completamente a oscuras, pero gracias a las luces de hadas que Yuri había colocado en la entrada, el escenario era tan mágico y luminoso como miles de luciérnagas.
—¿Ya te dije lo preciosa que estás hoy? —preguntó el pálido, subiendo la mano por sus muslos, enfundados en medias polares, haciéndose el tonto.
Yuri tomó una de sus manos y la bajó hasta su rodilla, dándole un ligero golpecito para que se quedara ahí.
—Lo dijiste varias veces —asintió.
—Siempre estás preciosa, pero cuando usas esta ropa citadina, no puedo evitar verte como un ángel.
Minho rio cuando otro golpecito fue a parar a sus inquietas manos y una pasa uva fue a parar a su boca, callándolo de improviso. Los dedos deslizándose suavemente por sus labios y mejillas mientras el chocolate se derretía y un nuevo dulce se agregaría en reemplazo del anterior.
Y en ese momento, Yuri sólo pudo pensar cuán afortunada había sido por perderse, por haber dejado de ser esa versión que brillaba tanto para el resto, pero lucía tan opaca cada vez que miraba hacia sí misma.
—¿Está rico, Min? Admito que es una buena forma de callarte.
—Conozco mejores.
—Creo que no quiero saberlo —rio, dándole otro dulce.
—No decías lo mismo el otro día en la casa del árbol.
Yuri arrugó su nariz con molestia, obligándolo a comer un puñado de pasas uva, a lo que el mayor simplemente viró sus ojos.
—Tiempo al tiempo, Min. Tú me lo has enseñado, después de todo. A no ser tan impaciente. Todo termina llegando a su tiempo, tal como el dolor, llegará la felicidad y los buenos momentos.
—¿Has estado reflexionando?
Ella asintió, dejando el pote de dulces a un costado.
—Por ahora, ¿puedo sólo abrazarte?
Minho la miró suavemente, como si su mirada se hubiera ablandado en las fibras más profundas. Sin necesidad de decir nada, la envolvió con sus fuertes brazos por la cintura, apegando sus pechos. Podían sentir los latidos de sus corazones uniéndose como una misma melodía. El calor que concentraban sus cuerpos era el hogar de aquellos sentimientos que comenzaban a expandirse sin freno alguno.
—Siempre puedes hacerlo, Yuri.
Cerró sus ojos, sintiendo que también sus preocupaciones desvanecían. Efímeras, como las luces de navidad que se encendían y apagaban alrededor. Iban y venían, pero en sus brazos no tenían sentido alguno. Tal vez todo lo que estuvo necesitando todo este tiempo era un alma que la comprendiera. Que pudiera ayudarla a sostener esa carga que ella sola estuvo llevando todo este tiempo.
Y no supo cuánto llevaba necesitando ese abrazo hasta ahora. No supo cuánto tiempo estuvo sola, aguantando el nudo en su garganta hasta que sin más aviso, terminó por explotar.
Las lágrimas saladas caían silenciosas por sus mejillas. A pesar de llevar sus ojos cerrados, podía verse a sí misma; podía sentirlo a él a su lado y nada se le había figurado tan claro en la vida. Los espasmos del llanto se hicieron presentes alertando al mayor, quien optó por estrecharla con más fuerza cuando los hipidos se volvieron inatrapables, sacudiendo sus hombros apenas perceptiblemente.
Las manos de Minho sobaron su fina espalda en un intento de consolarla.
—Shh, pasará. Lo estás haciendo bien, Yu —susurró.
Incómoda por la posición, la menor enredó las piernas en su cintura, a lo que Minho terminó por cargarla en el aire como si fuera un bebé. La suave risa de Yuri resonó en el aire.
—Bájame... No soy un bebé.
—Ahora mismo llorabas como un bebé. No soy bueno consolando a los demás, así que sólo deja que te cargue —alegó, sosteniéndola de los muslos con sus brazos fuertes—. Pesas como una pluma, bebé. Creo que podría sostenerte toda la noche y no me cansaría.
—No diga esas cosas... —se sonrojó.
Otro tipo de pensamientos había aflorado en su cabeza y no podía permitirse aquello, se supone que estaba llorando ahora mismo. Pero las lágrimas habían dejado de salir luego de esa acción.
—¿Ves? Sólo necesitabas que te cargara para dejar de llorar, justo como un bebé —alardeó.
—¡Sólo me ha incomodado! ¡No me deja llorar en paz! —bufó, removiéndose para bajarse.
—Si no puedes llorar a mi lado, eso es bueno. Nunca estés al lado de alguien que deja que llores de esa manera y no busca robarte una sonrisa.
¿Por qué él podía decir ese tipo de cosas como si no fuera absolutamente nada? ¿Es que no tenía vergüenza y era un hombre irreprochablemente franco todo el tiempo? Él le había dicho una vez que su primera ley como hombre era ser sincero siempre, pero jamás creyó que llegaría a este punto.
Las personas inseguras como Yuri iban por la vida buscando una certeza inquebrantable. Minho era un hombre seguro de sí mismo.
—Ya bájame, he dejado de llorar.
Quizá no debió salir del escondite, quizá no debió verlo a los ojos. Sus rostros estaban tan cerca que podía sentir sus narices rozando y el estupor que su aliento provocaba en el arco de sus labios. Fue como si su corazón se reiniciara de cero en ese preciso instante, volviendo a la vida.
Un grito hacia sus nombres los devolvió a la realidad. En dos minutos era navidad y ninguno estaba en la mesa con sus copas. Junho apareció enojado, hecho una maraña de cabellos fantasía y un puchero frustrado.
No dieron explicaciones de la posición en la que se encontraban. Yuri bajó de un saltito y ambos regresaron a la mesa luego de ser regañados por el menor. Las copas de champagne estaban llenas y frías esperándolos en sus asientos, las cuales tomaron entre cómplices miradas. El resto de los chicos estaba haciendo la cuenta regresiva junto al canal de radio encendido y no prestaron real atención al hecho de que estaban tomados de las manos.
Y cuando las copas de todos chocaron a las doce en punto, bajo una unánime exclamación, de repente le deseó algo a Santa que jamás creyó poder decir en su vida.
Santa, lo quiero a él.
Con su huraña forma de ser y la rústica apariencia de finales del siglo pasado. Con la sonrisa ladina y el sentido del humor arruinado; el aliento a menta camuflada en el amargo tabaco que se volvía un sucio vicio y el pequeño talismán que brillaba en sus ojos cada vez que lo veía.
Con sus dedos largos y blancos cubiertos en llagas endurecidas y los vellos bajo sus nudillos. Con aquella dulzura que se escondía detrás de la capa de hielo como el carozo de una flor y que poco a poco empezaba a derretirse en tan adictivo sabor. Con su amor por las mandarinas, los caninos y el alcohol; con su amor por sí mismo y el que también empezaba a crecer a su lado.
—Feliz navidad, lindura —susurró para que sólo ella lo oyera, volviendo a chocar su copa de cristal.
—Feliz navidad, Min-ie.
Realmente feliz navidad.
***
Tras el brindis, llegó la hora que muchos estaban esperando incluyendo Yuri. Frente a la chimenea, todos tomaron asiento sea en los sillones o en el suelo. Repartidos por todos lados estaban los regalos envueltos en papel de navidad o bolsas de cartón. La sombra naranja de las llamas caía sobre sus rostros y las botellas de champagne que sudaban en los cubos de hielo.
—Díganme que no soy el único que no compró regalos —se apenó Hoseok.
—Yo tampoco compré. No sabía qué les podría gustar —Nami rascó su nuca.
—¡En serio, no se preocupen! La comida que trajeron fue suficiente para un banquete —Junho palmó sus espaldas con fuerza—. Aunque Hoseok hyung podría hacer el arreglo gratis a mi moto y a mi futuro Ford Taurus. Y Nami noona podría darme cosechas gratis por lo que dure el invierno.
—Suena como un regalo bastante conveniente para ti —sonrió la jardinera, mostrando dos hoyuelos en sus mejillas.
—¡No lo escuchen! Prometo que lo enderezaré a golpes —se interpuso Tiana, arrastrando al de cabellos cereza consigo—. No puedes pedir esas cosas, pedazo de tonto. Respeta sus trabajos. ¿Podemos abrir los regalos ya?
—Sí, basta de vueltas —coincidió Yuri.
Estaba muy ansiosa por la reacción que tendrían los demás. Y sin más preámbulos, la entrega de regalos inició.
El primero en dar sus regalos fue Junho, quien compró para todos y comenzó a entregarlos de mayor a menor edad. Tal como había dicho, para Minho compró una nueva camisa tejana. Esta no era a cuadrillé como la que solía utilizar, sino que era completamente negra mate y tenía unos bordados plateados en la zona de los hombros.
—Úsala, por favor. Creí que necesitabas una nueva camisa luego de usar siempre la misma —se la extendió con alivio.
—No es mi estilo, pero supongo que gracias —asintió el mecánico.
Junho viró sus ojos y siguió entregando los regalos. A Hoseok le compró una camisa similar a la de Minho pero en color borravino, no sabía exactamente qué gustos tenía pero supuso que sería un clon de Minho cuando Yuri le dijo que eran amigos. Ahora que lo conocía, podía decir cuán diferentes eran. Hoseok agradeció bastante contento con su nuevo regalo.
Nami recibió un sombrero de paja y unos lentes oscuros que la protegían contra el sol en su arduo trabajo. A su mejor amiga le dio un álbum de dibujos hechos por él que le dijo que abriera cuando estuviera a solas, porque era demasiado emotivo y terminaría llorando. A Tiana le dijo que le daría su regalo cuando todos se fueran, pero Yuri ya sabía que eran una de esas cursis pulseras de pareja.
Tanto Nami como Hoseok y Minho no habían comprado regalos para nadie porque no conocían los gustos de los otros, así que el próximo en repartir regalos fue Tiana. Al mecánico le dio unos pantalones de jean, porque oyó de Junho que siempre vestía los mismos.
—Honestamente no sé cómo tomarme esto. ¿Qué tienen con mi ropa? —suspiró Minho—. Gracias de todos modos.
Tiana soltó una carcajada y continuó entregando los presentes. Hoseok y Namirecibieron medias invernales de navidad rellenas de algodón para mantener los pies calientes en el frío. A Yuri le dio un precioso collar relicario de plata en el que podría poner las fotos que quisiera. A Junho le dio uno muy parecido, pero tenía forma de corazón y las fotos que había dentro eran de ellos dos.
Luego fue el turno de Yuri para dar sus regalos. Dejando a Minho para el final, entregó un juego de tazas para Hoseok, a quien había visto beber té en cuencos ya oxidados en el taller mecánico. A Nami le dio un juego de preciosos jarrones con dibujos de girasoles que vio en el centro, al que seguro le quedarían hermosos unas flores amarillas. A Tiana le regaló un suéter de hilo delicado con motivo de navidad que iría precioso con su tono de piel. Su mejor amigo recibió una nueva lámpara para su habitación que tenía efectos de galaxia y nubes, la cual había traído desde Seúl porque sabía que la amaría tanto que la usaría todas las noches.
Y cuando todos estuvieron concentrados en sus nuevas adquisiciones, Yuri aprovechó para escabullirse a un costado con el mayor.
—Realmente quiero privacidad para darte mi regalo. No sé cómo reacciones —jugó con sus dedos, nerviosa.
—¿Subimos arriba? —ladeó su rostro.
—¡No es nada de eso, pervertido!
—Entonces no sé por qué te preocupas tanto. Déjame que te dé mi regalo primero —hurgó en sus bolsillos hasta sacar un pequeño sobre—. No es nada muy grandioso, pero lo vi y pensé en ti. De hecho, odio dar regalos. Ya sabes que no me gustan estas fechas, pero supongo que puedo hacer una excepción por ti.
Yuri abrió el sobre de cartón, sintiéndose enternecida sólo por sus palabras. Y cuando encontró un bonito anillo de plata con un zafiro azul, sus ojos se aguaron porque era demasiado débil para soportar ese tipo de atenciones.
—Gracias Min-ie, es hermoso. Recordaste que amo los zafiros azules —lo abrazó cortamente.
—Ah, eso no es todo. También...
Minho hurgó nuevamente hasta sacar un juego de llaves que Yuri reconoció de inmediato. Eran las llaves de su KIA K5.
—¿Cómo...? ¿Tan rápido? —susurró atónita, viendo las llaves ahora entre sus manos sintiéndose lejanas.
—No preguntes cómo, sólo conseguí los repuestos rápido. Tienes a tu bebé de vuelta. Ya no necesitas seguir molestándome en mi taller.
—¿Y si quiero seguir yendo de igual manera?
—No te abriré para que me desconcentres. Los negocios se acabaron entre tú y yo, Yuri-ah —bromeó.
—Entonces volveré a romper este tonto auto y no tendrás opción —amenazó, cruzándose de brazos.
—Ah, gastarás mucho dinero si lo haces. ¿Todavía quieres hacerlo?
Yuri golpeó su hombro suavemente para que dejara de molestarla.
—Por ahora, déjame darte tu regalo. Sé que podrás molestarte porque es algo costoso, pero no intentes rechazarlo ahora —Yuri rebuscó debajo de un mueble, donde había escondido la caja y se la extendió.
Minho la miró confundido antes de empezar a abrir esa caja que tenía demasiada cinta y lo empezaba a volver impaciente.
—Me dijiste que te gustaba ir de campamento con tu perro Shilby, el cual todavía no conozco y pensé que podría comprarte algo relacionado a eso —comenzó a explicar inquieta, casi rebotando en sus pies por el nerviosismo.
Minho vio con sorpresa el kit para campamentos que había dentro y aquella costosa brújula que brillaba inmaculada en la caja sin abrir. Yuri nunca había ido de campamento así que no sabía qué podía necesitar, pero era lo mejor que encontró en internet luego de una larga investigación.
—¿Cuánto gastaste en todo esto?
—Eso no importa. Gasté más en mi tonto auto que en ti.
—Joder... Tienes razón, no sé si puedo aceptar algo como esto.
—¡Minho!
—Al menos ven conmigo la próxima vez. Quiero decir, ¿no es esto una clara invitación para ir de campamento juntos? —sonrió, estaba sumamente feliz.
Jamás había visto esa sonrisa en él. Sus rosadas encías se exhibían entre pequeños caninos blancos. Adorable, muy adorable.
—N-No es eso... —bajó su mirada, nervioso.
—Yuri-ah, ven conmigo. No te animabas a pedírmelo y por eso has hecho esto. Eres linda —su sonrisa se amplió, acercándose a ella—. Gracias. Estoy muy feliz. Tu regalo ha sido mejor que esas estúpidas camisas cuando yo ya tengo ropa.
Yuri rio, dejándose abrazar por el mayor, quien avanzaba en el abrazo hasta hacerla retroceder entre sus pies.
—No digas eso, Minho. No seas desagradecido con los demás —lo regañó.
Y cuando la noche siguió avanzando, terminaron tan borrachos que él le había dicho que le daría un segundo regalo en su habitación. Se apartaron de todos y cuando Yuri finalmente creyó que él la besaría, otra vez quedó como una tonta. Minho sólo acariciaba su cintura, perdiéndose en su cuello, regalándole su aliento a champagne con motas de chocolate y uvas. Y cuando creyó que la besaría, otra vez él se detuvo.
—De verdad quiero ir de campamento contigo, Yuri. No es ninguna mentira, yo nunca miento.
Esa noche no tuvo el valor para pedirle que se quedara. Él se había ido, pero supo que podrían dormir juntos a partir de ese día.
19
Cuatro días después de la noche de navidad, Yuri y Minho decidieron iniciar su primera experiencia de campamento, si es que podría llamarse de ese modo. Aunque odiaba madrugar en sus vacaciones, ese día la emoción la había atrapado haciéndola despertar antes de tiempo. Tras despedirse de Junho, quien estaba realmente feliz de que su amiga tuviera este tipo de experiencias en el campo, emprendieron viaje a primera hora del amanecer en una de las camionetas que el viejo Gyu le había dado a su nieto especialmente para este tipo de viajes. De un color blanco como la nieve que a pesar de estar brillante, terminaría sin dudar completamente salpicado en la tierra. Gruesas ruedas mantenían el vehículo en lo alto, imponente contra todo lo que se avecinara. En la zona trasera de carga iba el kit de campamento, los elementos para armar la carpa y bolsas de dormir. En los asientos de cuero doble estaban las mochilas de aventura que utilizarían para movilizarse junto a algunas cajas de herramientas de Minho.
Y no menos importante, Shilby estaba allí, durmiendo plácidamente entre todas esas cargas. Al saber que originariamente era un perro callejero, Yuri esperó que no se llevara tan bien con los desconocidos. Sin embargo, sucedió todo lo contrario. Shilby la adoró desde el primer momento que la vio, saltando sobre su torso y exigiendo caricias en su lomo. Lo cierto es que Minho se había puesto un poco celoso. A su dueño sólo lo utilizaba con mimos de por medio para pedirle un paseo o una nueva galleta perruna.
Tras media hora de viaje, tomaron la ruta y el ambiente inicial del barrio se había aminorado. A Yuri le hubiese encantado traer a su KIA K5 consigo, pero Minho bien le había advertido que su bebé de ciudad no podría soportar llenarse de tierra en un terreno como este. Ciertamente a medida que avanzaban, el campo se volvía más abierto y el suelo terroso. Al horizonte, el cielo flameaba con su llama naranja, escindiéndose en un pálido rosado vacío de nubes y con recesos de estrellas. Sin siquiera un árbol circundando se volvía inmenso y las primeras aves volaban en el viento como minúsculas manchas en el infinito.
Todo lo que se respiraba era paz y el frío rocío. Junto al sonido de las ruedas al pisar algunos pozos del asfalto, los pequeños saltos que la carga trasera hacía y los ronquidos suaves del canino. De fondo, viajaban con la radio encendida transmitiendo las canciones de rock viejo que Minho amaba, aunque en un volumen bajo para que Shilby pudiera descansar. Yuri temía que si cerraba sus ojos, todo esto desapareciera cuando los volviera a abrir.
Al menos agradecía que esta camioneta no tuviera el techo descapotable, porque el frío era demoledor.
—¿Está todo en orden, Yuri-ah? ¿Te sientes cómoda? —Minho alzó su voz suavemente, mirándola de reojo.
Yuri tiritaba con un gorro de lana gris que era del mayor, oculta bajo una amplia bufanda. Casi no se le veía el rostro más que sus pequeños ojitos sin maquillar, apenas abiertos hace algunas horas atrás.
—Hace mucho frío, pero me siento bien —asintió, volteando a verlo—. ¿Y tú? ¿No se te congelan las manos al manejar?
Yuri buscó las manos de Minho que estaban desnudas sobre el volante. Lucían ligeramente rosadas por las bajas temperaturas y apretaban con fuerza el manubrio. El contacto con su propia piel le envió un escalofrío. Estaba helado como la nieve.
—Puedo soportarlo —aseguró, sabiendo lo que ella estaba a punto de decirle.
—Te congelarás, Minho —reclamó pese a sus palabras—. Ten, toma mis guantes. De verdad no puedo creer que no hayas traído un mísero par de guantes. ¡Es invierno! ¡Se supone que tienes experiencia en esto de los campamentos! —regañó, quitándose los guantes que llevaba.
El pálido sujetó la fina muñeca con su mano libre, interrumpiéndola.
—No tienes que hacerlo. Porque tengo experiencia, dije que puedo soportarlo. Abrígate tú, eres la más probable a pescar un resfriado —continuó, su voz ronca por el recién despertar.
—Usarás uno y yo usaré el otro. Es mi última oferta. Dame tu mano.
Minho suspiró ante la insistencia de la menor y terminó por darle su mano izquierda, dejando que lo enfundara en el cálido guante de lana negra. Su otra mano desnuda fue atrapada por la mano izquierda de Yuri, sin guante.
—Si nos damos las manos, nuestras manos sin abrigo tomarán calor —le sonrió—. Ah, y también...
Se aseguró de envolver el cuello de Minho con su bufanda. Ella no necesitaba una, pues su abrigo era de cuello alto.
—¿Mejor así, Minho?
El mecánico asintió con su cabeza sin decir nada. A pesar de que la bufanda cubriera hasta sus mejillas, podía notarse que estaba avergonzado por la reciente situación, pues su piel adquiría una suave tonalidad durazno. Yuri soltó una baja risa por lo adorable que resultaba.
—¿Cuánto tiempo de viaje dices que tenemos? —le preguntó, tomando el termo de té caliente que estaba entre sus piernas.
Hurgó en su bolso de mano hasta alcanzar un cuenco de madera.
—Al menos tres horas. Puedes dormir un poco.
Yuri negó con su cabeza y vertió el humeante líquido en la taza, ofreciéndole al mayor un sorbo.
—Si duermo, ¿quién podrá cuidar de ti? Ten, calienta tu estómago.
—Gracias.
Minho aceptó el sorbo de té todavía un poco avergonzado. Luego llevó su mano a la de la menor otra vez, envolviéndola con su helada temperatura y afianzando el agarre sobre su rodilla. Continuaron viajando en ese cómodo ambiente, calentando sus cuerpos con el té caliente y sus cercanías. De a poco el sol comenzó a alzarse, entibiando el campo y trayendo el ansiado alivio. Cerca de las ocho, los primeros animales empezaron a reunirse alrededor: vacas, ovejas y algunos caballos que pastaban entre la escarcha y batían sus sedosas colas. Yuri se había encargado de sacar fotografías y señalarle emocionado a Minho cada vez que veía un nuevo animal en la ruta.
Pero al final del día, el amanecer sólo lucía etéreo en su perfil.
Y entre tantos paisajes hermosos, no podía quitar sus ojos de él. Era la manera en la que las nubes naranjas se reflejaban en sus pupilas y el cielo iluminaba suavemente su piel con sus tonos rosados. En el campo abierto y la velocidad, el cielo desaparecía como febriles pinceladas en un atril y el paisaje de antes moría olvidado en el frenesí de la ruta.
Pero él seguía ahí, como un charco de agua reflejando la hermosura de los árboles, con la punta de su nariz enrojecida y la piel tan pura como la nieve. En el mapa de su rostro las pupilas eran profundas y la forma de sus ojos concentrándose en el horizonte, rasgaban hermosos como luna llena en la noche. Y nunca era suficientemente cerca.
Abrazaría sus manos entrelazadas a la altura de su corazón. Tal vez podría entenderlo si sentía sus latidos por propia cuenta.
Prometió que no se dormiría, pero era normal que sucediera si sus ojos se habían sobreestimulado. Cuando agotó sus energías de tanto mirarlo, Yuri cayó dormida abrazando su mano blanca y con la sensación de un estómago caliente.
***
Cuando despertó, lo primero que Yuri sintió fue el contacto del sol haciendo cosquillas en el rostro. Sus ojos se movieron en sus cuencos de a poco, luchando con la necesidad de mantenerse cerrados por la luz que lo irradiaba. Emitió un quejido cuando una grande sombra cubrió aquel reflector, obligándola a abrir sus ojos del todo.
Su nariz recibió el aroma de la leña quemándose y algo dulce, como malvavisco. Sus ojos, por su parte, lo atraparon a él. El rostro de Minho estaba cerca, parpadeaba con una curiosidad que no sabría definir del todo, pues su expresión llamaba tan neutra como siempre. Los mechones grises desprendían su aroma a champú y algo de menta mezclándose con el tabaco.
—Llegamos, lindura —avisó escueto.
Aquello fue suficiente para que despabilara por completo y fuera consciente de lo cerca que se encontraban. Avergonzada, pensó cuánto tiempo lo había admirado dormir de esa forma; sintió el calor invadir desprevenido sus mejillas y ansió retroceder, pero el respaldo del asiento se lo impedía. Afortunadamente Minho se había alejado primero, dejándole el espacio para ver el lugar en donde se encontraban.
Emocionada por descubrirlo, Yuri bajó de la camioneta con prisa, cuya puerta estaba abierta y comenzó a examinar su entorno como un pequeño animalito. Lo primero que notó es que Minho había construido una pequeña fogata y efectivamente, estaba cocinando malvaviscos. Junto al fuego estaba su caja de herramientas, las mochilas y algunos troncos que funcionaban como asiento. Shilby por su parte estaba olfateando detrás de algunos arbustos, sus orejas estaban alzadas en alerta, tal vez buscando un lugar donde hacer sus necesidades o algún insecto que llamó su atención.
El suelo era de tierra dura, pasto amarillento a punto de morir y tornarse arenisca. Resultaba llamativo lo seco que el aire se sentía, pues alrededor las altas montañas atrapaban la humedad. Yuri abrió sus ojos con asombro al verlas tan de cerca, su cuerpo cosquilleando de magnificencia. Eran impresionantes, sus colores se alzaban vivos bajo el rayo del sol. El cielo se había despejado por completo, alrededor de las diez en punto ya había amanecido y algunas aves cantaban a campo abierto.
Allí no había absolutamente nada. Y fue un fragor tan perturbador como extravagante. No había nadie que los viera o escuchara; no había ni un edificio, tienda o ser humano cerca. Sólo el espacio abierto y los sonidos de la naturaleza.
—¿Sigues teniendo frío, Yuri? —se acercó el mayor, quien estaba terminando de dorar los malvaviscos.
Sin decir nada, la envolvió suavemente con una capa. Ahora que Yuri veía bien, era la misma que su noona les había prestado aquella vez. Al parecer Minho las había traído, pues llevaba también la misma vestimenta.
—Gracias —le sonrió, sonrojada—. ¿Hace mucho que llegamos? ¿Por qué no me despertaste?
Tomó asiento en uno de los troncos junto al fuego. De inmediato, Shilby se acercó a pedirle mimos, los cuales le ofreció gustosa. El canino se arqueó de espaldas al suelo, enseñándole la pancita para que Yuri lo rascara. Minho observó la escena con sus brazos cruzados, olfateando la traición.
—No hace mucho. Sólo me dispuse a encender la fogata para que tuvieras algo de calor al despertar. Shilby, ven aquí —demandó.
—¡Oye! No seas celoso, déjalo hacer lo que quiera.
—Mira tu ropa llena de pelos de perro —excusó.
—Sabes que no me importa eso y sólo estás celoso de que Shilby se lleve tan bien conmigo —viró sus ojos, mirando al perrito que fue hacia su dueño con las orejas hacia atrás.
Minho gruñó en lo bajo y se acercó a los troncos, sentándose frente a la menor. Tomó la rama con la que estaba crujiendo el malvavisco y se la extendió a Yuri sin mirarla a los ojos.
—Gracias, Minho. Pero si vuelves a regañar a Shilby por algo así, ninguno de los dos te hablaremos —advirtió segura, acariciando al canino que rápidamente volvió hacia ella ahora que tenía comida.
—Ah, los dos sólo son unos interesados —siguió renegando, mordiendo su malvavisco y quemándose en el proceso.
Yuri rio cuando él casi escupe el esponjoso dulce en la tierra. Por su lado, mordió el suyo suavemente, sintiendo su crujiente sabor endulzando su paladar y aquella particular textura cremosa pegarse en sus labios.
—Lo siento Shilby, no puedes comer dulce —puchereó, recibiendo un ladrido como respuesta—. El paisaje es realmente increíble. ¿Subiremos a las montañas?
—Si eso quieres. Pero tendrás que hacer mucho esfuerzo, dudo que tus piernas y brazos estén preparadas para eso.
—¿Disculpa? —arqueó una ceja—. Es cierto que no suelo usar tanto mi fuerza física, pero podrías sorprenderte. En Seúl hacía crossfit todos los fines de semana.
Minho relamió sus labios, los cuales estaban pegajosos por la textura del malvavisco, y la miró de arriba abajo sin discreción alguna.
—¿Crossfit? Pareces muy delicada para algo como eso.
—Sigues portándote como un imbécil, Minho. No has visto lo que hay debajo de esta ropa. Yo también tengo músculos —espetó, dando una mordida al dulce.
—No lo sé, tendrás que darme una demostración —bromeó.
Yuri le lanzó una rama, llevándose un ladrido de Shilby que creyó que era para jugar con ella. No valía la pena responder a una insinuación como esa. Avergonzada, desvió su mirada al campo abierto. El sol caía sobre la camioneta blanca que efectivamente ya no lucía tan reluciente, pues la tierra había salpicado desde las ruedas hasta las puertas. A un costado, a lo que parecía un kilómetro de distancia, un bosque llamó su atención rodeado de altos árboles verdosos. El inicio de la ruta había quedado atrás, las huellas de las ruedas en la tierra señalaban que se habían desviado del camino.
—¿Tienes curiosidad por explorar? —Minho subió su mirada, había notado que Yuri no dejaba de mirar su alrededor.
—Mucha. Jamás vine a un lugar como este.
—Podemos montar la carpa ahora, será mejor asegurarnos de tenerla lista antes de que anochezca. Luego podemos ir a recorrer si quieres. Hay muchos lugares que quiero mostrarte —habló, lanzando su rama cuando el último malvavisco desapareció en su boca.
—Me parece un buen plan. ¿Has venido aquí varias veces en el pasado? —curioseó, mirando cómo Shilby correteaba para perseguir la rama que el mayor había lanzado segundos atrás.
Minho asintió, volteando para ver la misma escena. Finalmente Shilby alcanzó la rama y ahora corría para devolvérsela, a lo que terminó suspirando y volviéndola a lanzar.
—Me gusta estar solo. Como verás, no hay absolutamente nada aquí.
—Suenas como un ermitaño —rio—. Pero ahora lo entiendo. Creo que es un lindo lugar para descongestionarse de la rutina.
—Esta vez no estoy solo. Viniste conmigo.
—¿Eso no te molesta? —preguntó con voz suave, alzando su cabeza para mirarlo.
Los ojos del pálido estaban perdidos en el fuego y acercaba sus manos a las flamas, intentando calentarse.
—Me gusta tu compañía. Eres lo suficientemente ruidosa para que pueda apreciarte, pero no llegas a ser molesta.
—¿Por qué tu forma de halagar suena tan mal a veces?
Minho la acompañó con la risa.
—Termina tu malvavisco, Yuri-ah. Te enseñaré cómo montar una carpa y luego podremos explorar —se puso de pie.
—¡Espera! ¿No tienes miedo de que algún animal nos robe las cosas?
—No te preocupes, Shilby cuidará la carpa.
Yuri abrió sus ojos sorprendida. ¿Realmente un perro podía ser tan inteligente? Asintió y terminó su dulce velozmente, siguiéndolo hacia el pedazo de terreno donde armarían la carpa. Estaría cercana a la fogata pero no lo suficiente para terminar incendiados.
—Antes de montar una carpa, siempre tienes que asegurarte de encontrar un terreno plano y resguardado del viento. En esta zona los árboles nos cubrirán de posibles ventiscas —señaló con una estaca hacia el bosque—. Mi carpa es de buena calidad, así que no sucederá nada malo. Confía en mí y sólo sigue mis indicaciones.
Ella asintió, tomando el extremo de la tela naranja para ayudarlo a estirarla. En su vida jamás había hecho algo como esto, por lo que sentía mucha curiosidad y ansiedad por hacerlo bien.
—¿Dormiremos en bolsas de dormir?
—Hay un colchón inflable dentro de la carpa. Las traje porque quizá preferías dormir en el exterior, al lado de la fogata. O simplemente lejos de mí.
—¡De ninguna manera dormiré afuera! Podría venir una serpiente o una araña a atacarme —se estremeció.
Minho soltó una carcajada, negando con su cabeza.
—No hay animales salvajes cerca y los insectos no se acercan con estas temperaturas, lindura. Además, puedes estar segura de que Shilby te cuidará —tomó una de las varillas, pasándola por el centro de la carpa con ayuda de la menor—. ¿O es que quieres dormir calentita conmigo?
Yuri casi se pincha con la varilla, su corazón empezando a acelerarse ante la idea. Como no supo qué responder, prefirió concentrarse en armar la carpa. Cuando las varillas fueron colocadas, tomaron la carpa de sus extremos para alzarla y darle su forma.
—Shilby también dormirá con nosotros, ¿verdad? —preguntó ella, preocupada porque el perrito pudiera enfermarse afuera.
—No lo creo. No le gusta estar encerrado. Seguramente huirá en medio de la noche y su instinto protector se activará, por lo que querrá salir a vigilar afuera —explicó—. No te preocupes, nunca se aleja de la fogata. Es guardián, pero no torpe.
Yuri asintió, ayudándolo a poner las estacas.
—¿Lo estoy haciendo bien? Realmente no sé hacer esto.
—Déjame a mí a partir de ahora. Esta es la parte más difícil. Sólo sostén desde arriba para que no se desarme. Afortunadamente, el viento está a nuestro favor hoy.
Minho lucía como todo un hombre aventurero en esos momentos. Realmente sabía lo que hacía y no bastó más que un minuto para que la carpa estuviera perfectamente montada. Definitivamente sus manos eran hábiles para muchas cosas.
Yuri se sonrojó cuando él se sacó el gorro, el cual le había robado en algún momento, y sus cabellos oscuros se liberaron bajo el sol sobre la carpa. Él se acercó y puso una mano en su hombro, ambos mirando la carpa montada sobre el terreno y Shilby que se acercaba a curiosear.
—Esta será nuestra casa por los próximos días —comentó el mecánico—. ¿Estás listo, Yuri?
Ella lo miró con una sonrisa en sus labios, algo tibio para su razón.
—Más que lista.
—Entonces, vamos a explorar el terreno ahora —Minho se giró a mirarla, abrochándole la capa que se había salido con el esfuerzo—.Yuri-ah, si estamos juntos, será como volver a descubrir el mundo por primera vez.
Yuri sintió que su corazón se derretía y nadaba en la profundidad de sus orbes negros.
Pensó en sus palabras y en esa respuesta que no logró decirle, pero que acarició sus labios con la misma dulzura que su nombre.
El mundo siempre había sido algo extraño, algo que jamás llegó a entender por completo a pesar de los años vividos pero que, a medida que más conocía, sólo esparcía en ella un veneno profundo, de efecto irremediable.
Pero a su lado, el mundo era completamente distinto.
Al lado de Minho, el mundo tenía un sabor cabal, enteramente nuevo, un sabor que una vez atrapado, ya no quería perder: el sabor de la libertad.
20
Tal como Minho le había dicho, fueron a pasear por el campo abierto luego de haber montado la carpa. Efectivamente Shilby se había quedado cuidando sus pertenencias, sentado de espaldas a la fogata como todo un perro guardián, con su pote de galletas perrunas preferidas para tener energías.
—¿Realmente Shilby estará bien? —insistió Yuri, preocupada por el canino.
—Confía en mí. No dejaría a mi cachorro solo si sé que puede haber peligro.
—¿No escapará?
Minho suspiró. Era la quinta vez que Yuri le preguntaba lo mismo y no volvería a responder otra vez. A cambio, simplemente tomó su mano y ambos caminaron el kilómetro en dirección al bosque. El reloj oscilaba cerca del mediodía, por lo que el sol acariciaba tibiamente sus espaldas y nucas, alumbrando el amarillento pastizal que los rodeaba. Mientras se acercaban a la zona de árboles, Minho le comentaba algunas curiosidades acerca de este lugar y cómo había dado con él hace algunos años atrás.
—La actividad favorita de Sunho era pescar. Cuando él estaba vivo, no había persona a la que no le ofreciera pescar. Era su manera de hacer amigos, supongo. Pero a mí me molestaba ir con él y solía rechazar todas sus ofertas. Es algo de lo que ahora me arrepiento, tal vez podría haber conocido mejor a mi hermano si no hubiese sido tan egoísta —evaluó el mayor—. Como sea. Una de esas veces, cuando supe que su enfermedad avanzaba, era un idiota pero al menos empecé a aceptar sus propuestas y busqué un lugar donde podríamos ir a pescar con esta misma camioneta que conociste hoy. No sé cómo, terminamos llegando aquí.
—Imagino que habrán pescado mucho esa vez.
La manera en la que Minho hablaba de su hermano siempre estaba impregnada de fuertes sentimientos. Hablaba, además, con una necesidad traslúcida de decirlo, como si esos recuerdos hubiesen crecido demasiado en su corazón y ya no pudieran mantenerse en esa misma caja.
—No, no pescamos un carajo —rio—. No encontramos un río adecuado por esta zona. Pero no la pasamos tan mal ese día. Acampar también fue divertido, como ya sabes él era hábil con la cocina así que hicimos una parrillada y hablamos hasta el anochecer. Se supone que con su dieta no podía comer tiras de cerdo, pero ese fue nuestro secreto.
—Y a partir de ese momento, adivinaré que este es el lugar al que regresas cada vez que lo extrañas. ¿Verdad? —Yuri apretó el agarre entre sus manos.
—Sí, lo entiendes bien.
—Claro que sí. Fueron buenos recuerdos para ti.
—Fue la última vez que estuvimos juntos antes de que él se vaya —confesó.
Yuri bajó su mirada, sintiendo el dolor que había tras esas palabras. Minho extrañaba mucho a su hermano, quizás hasta a su anterior vida, cuando no estaba solo. Se introdujeron en el bosque, el pálido sosteniendo algunas ramas con hojas para que no golpearan a la menor y pudiera pasar sin lastimarse.
El aire que se respiraba allí era más fresco y húmedo.
—¿Tiene esto alguna relación con lo que me dijiste la anterior vez, Min-ie? Cuando me confesaste que no te gustaban estas fechas.
Minho asintió con un murmuro bajo.
—Sunho amaba la navidad y solíamos pasarla con los abuelos. Ahora que ninguno está, admito que se siente bastante triste para mí —le dijo, con la mano en la espalda para guiarla—. Ten cuidado con las piedras y pozos. No querrás caer en ninguna arena movediza —bromeó.
—¡Minho! No hay nada de eso aquí, ¿verdad? —se alertó, mirando alrededor.
Sólo veía tierra y frondosos árboles cubriéndolo todo, quizás alguna mariposa o ave forastera.
—No, pero sí hay arañas salvajes.
En ese momento, una hoja rozó el brazo de Yuri, quien saltó escandalizada en los brazos de Minho, sin importarle quedar como una llorona.
—¡Quítamela, quítamela! —chilló.
—Ah, Yuri-ah... No me molesta que me abraces de este modo, pero no tienes nada. Era una hoja.
Yuri sollozó, escondiendo el rostro en los pectorales del mayor.
—En serio no me asustes, odio los insectos y más si son arañas —bufó, con su voz ahogada.
Minho rio, sobando su espalda.
—¿Tendré que cargarte otra vez para consolarte?
—De acuerdo, hazlo.
A pesar de que estaba claramente bromeando con eso, el pálido no captó su sentido sarcástico, o quizá sólo hizo caso omiso, pues de inmediato Yuri sintió que los fornidos brazos la alzaban en el aire, esta vez como si fuera una postura nupcial.
—¡Estaba bromeando, tonto! —gritó, pues él seguía caminando como si nada.
—Ahora te quedas aquí, en el lugar donde perteneces.
—No pertenezco a un tosco hombre que no se lava la boca antes de hablar.
—Sí, perteneces. Y calladita —siseó.
Yuri se molestó, pero no volvió a decir nada. Enrolló sus brazos alrededor del cuello de Minho y observó su alrededor desde la nueva altura. Las cortezas de los árboles estaban húmedas por las recientes lloviznas y había algunas mariquitas rojas entre las ramas. A Yuri le parecían bonitas, pero si una lo tocaba, era capaz de lanzar a la pobre mariquita por el aire.
—Sobre lo de antes... Sé que nada podrá reemplazar jamás el calor de tu familia, pero realmente espero que esta navidad haya sido un poco más feliz para ti.
Minho sonrió. Lo supo, a pesar de no ver su rostro directamente, porque el alrededor se sentía más cálido cada vez que lo hacía. Era algo difícil de explicar, pero podía sentirlo.
—Lo fue. Tener que escucharte cantar borracha junto a Tiana fue algo que desbloqueó nuevos niveles de vergüenza ajena en mí —rio.
—Eres un tarado. Algún día te pondré cien por ciento borracho y veré qué payasadas haces —refunfuñó, tirando de un cabello gris de Minho, el cual gruñó quejumbroso por el dolor.
—Si me tiras del pelo otra vez, te lanzaré como un saco de papas. Y segundo, si me emborrachas, no querrás saber lo que podría suceder —advirtió doblemente.
—¿Qué tan malo podría ser? —alzó una ceja, volviendo a tirar del cabello sólo para molestarlo.
Pero Minho no la lanzó a la tierra, sino que hizo algo completamente diferente. Como venganza, mordió la mejilla de Yuri con poca fuerza, recibiendo un quejido inmediato tanto por el dolor como por la saliva que quedó allí.
—Podría hacerte muchas cosas si me emborrachas.
—Eres mucha palabrería, Min-ie. Nunca me has dado siquiera un beso.
—Tal vez porque soy un caballero y quiero hacer las cosas bien contigo, entonces no me emborraches.
—De todos modos, eres como una esponja que absorbe alcohol. Debería comprar toneladas de whisky para que te pongas algo ebrio —lo molestó con sorna.
—Ah, Yuri, bájate. Ya no te soporto.
La citadina rio, porque al fin había logrado molestarlo y Minho molesto lucía realmente adorable. Él pronto empezó a acelerar el paso, dándole su amplia espalda, enfundada en esa misma capa que llevaban los dos.
—No te enojes, Min-ie —lo abrazó desde atrás.
Descubrió que el abdomen del mecánico era fornido y que su espalda era una amplia almohada para abrazar. Sus manos se enredaron a la altura de su pecho, sintiendo que las propias de Minho se deslizaban hasta acariciar las suyas. Aquel fue un acto tan precioso que sonrió como una tonta, comenzando a rascar su nariz en la espalda ajena, sintiendo que sus manos eran entrelazadas sobre el plano vientre.
—No podría enojarme por algo como eso. Pero quédate así, me gusta que me abraces por la espalda —le pidió en voz baja.
—Y a mí me gusta abrazarte, eres calentito. Por cierto, ¿a dónde vamos? Llevamos caminando mucho tiempo ya —se quejó.
—De hecho, ya llegamos.
De pronto Minho corrió algunas ramas y se detuvo. Aunque Yuri no quería salir de su cómodo escondite, la curiosidad le ganó y alzó su cabeza, aunque sin separarse del abrazo.
Su corazón dio un vuelco, aquel que sólo las manifestaciones hermosas del mundo podían provocar. El paisaje era belleza pura y recordaba otra vez que el arte existía desde hace millones de años en la naturaleza de la vida. Allí había un hermoso lago verde esmeralda, un color que la había maravillado, no sólo porque era uno de sus favoritos sino porque jamás había visto un lago tan claro como ese, ni siquiera en su lugar preferido de Daegu. A un costado, una preciosa cascada natural caía regándose sobre un camino de piedras húmedas, rodeadas por un camino de nenúfar y algunas plantas exóticas.
Parecía un paisaje sacado de un cuento de hadas. Allí no había ningún humano que cuidara de esas flores o plantas, simplemente era la expresión de la naturaleza y los animales que habitaban. Podía ver algunos pececitos pequeños en el fondo del lago nadar libremente y bellas mariposas que circulaban, naranjas y rosadas, batiendo sus alas espolvoreadas con magia.
—Este lugar es precioso —admiró, agachándose para tocar el agua del lago.
Tal como pensó, estaba helada.
—Te dije que te mostraría lugares hermosos.
—Tenemos que volver en verano —correteó emocionada, con una sonrisa de oreja a oreja, para admirar las mariposas que revoloteaban.
En ese momento no pensó lo que implicaban sus palabras, ni el efecto que provocó en su mayor. Estaba absorta en lo que sus ojos contemplaban y lo que sus sentidos capturaban en su ser. Sus dedos rozaron absolutamente todas las flores que había allí, coloridas y salvajes, simplemente libres como ella deseaba ser a veces.
—Realmente volveremos si tanto te gusta —Minho se cruzó de brazos, mirando entretenido las reacciones de la menor.
—¡Sí! Volvamos, pero quedémonos un poco más. Empieza a hacer frío, ¿no crees? —volvió a trotar hasta llegar a él, atrapándolo en un abrazo desprevenido que por inercia, lo llevó un poco hacia atrás.
Yuri introdujo sus manos debajo de la capa para tocar su piel más de cerca sobre el suéter que llevaba. Sintió el calor que su pecho desprendía, el olor de su cuello, ropa y los omóplatos bajo sus dedos. Estaba tan feliz que no pensó en la vergüenza que podría sentir.
Sólo quería disfrutar de él, sólo seguir su corazón sin más.
—¿Tienes frío, Yuri? —preguntó, quizá genuinamente.
—No, ya no.
Yuri alzó su cabeza hasta que sus finos labios rozaron la piel del blanco cuello. No se animó a dejar un beso, pero sus labios lo acariciaron lo suficiente para dejar una huella tibia en la piel.
De besarlo, no sabía lo que podría sentir, y aquello todavía la asustaba.
Minho salió de su estupor y la envolvió con más fuerza, cerrando sus ojos y dejando que sus manos también se perdieran bajo la capa. Y se sintieron más de cerca, un centímetro a la vez.
***
La tarde se pasó volando entre todo lo que caminaron por el bosque. Tomaron algunos sándwiches de almuerzo y volvieron algunas horas antes del atardecer para corroborar que Shilby estuviera bien. Tal como Minho había dicho, él estaba durmiendo plácidamente calentito por la fogata y había comido todas sus galletas perrunas. Todas sus pertenencias estaban tal como las dejaron y no había ninguna araña salvaje dispuesta a atacar, para tranquilidad de la menor.
Por la tarde, además de recorrer, ambos decidieron tomar un baño en el lago verde esmeralda, por supuesto que con turnos. A pesar de que hiciera mucho frío, ninguno de los dos quería descuidar su higiene, así que habían traído los elementos necesarios para tomar un buen aseo personal. Luego de los relajantes baños, se enfundaron en los abrigos y caminaron un poco más antes de regresar a la carpa.
—¿Qué cenaremos hoy? —preguntó Yuri mientras ayudaba a encender la fogata con más leña.
—Podríamos hacer algo de ramen si quieres.
Ella asintió de acuerdo. Como ambos tenían hambre por la caminata, decidieron hacer una primera ronda de ramen ahora. El cielo estaba casi oscuro, debía ser cerca de las siete de la tarde.
—Yuri-ah. Estuve pensando algo. Te conté muchas cosas de mí y de mi familia, pero tú no me has dicho mucho acerca de ti, además de tus problemas con la ciudad y los estándares —soltó Minho, tomando una olla con agua y sal para hervir.
Ella torció sus labios, abrazando sus rodillas para entrar en calor y con la mirada perdida en el fuego.
—No hay mucho más que decir... También me siento sola y triste allí, pero pensé que es todo lo que había para mí. Me di cuenta de que los amigos que creía tener ni siquiera recordaron enviarme un mensaje para navidad. Puede parecer tonto para ti, pero eso me dolió un poco, porque yo sí me acordé de ellos y esperaba recibir lo mismo.
El fuego tenía una cierta fuerza liberadora en las personas que lo veían. Ahora que se encontraba ahí, en medio de la nada en campo abierto, bajo las primeras estrellas que empezaban a brillar en el cielo, finalmente empezaba a entender muchas cosas de la vida.
—No es tonto, Yuri-ah. Sé bien cómo te sientes —la apoyó—. ¿Volverás a Seúl luego de tus vacaciones? Es algo que me estuvo torturando la cabeza y si no lo digo ahora, no sé qué podré hacer.
Yuri suspiró, subiendo sus anaranjadas pupilas hacia el cielo abierto.
—No, realmente no quiero volver.
—Hay un 'pero' allí. Sólo dilo, Yuri.
—No quiero volver, pero tengo miedo de cambiar de dirección a esta altura. Sé que nunca es tarde, pero me da miedo. Es como si hubiera acelerado con el coche hacia un mismo lugar, con una misma dirección, y de pronto quisiera maniobrar hacia un lugar completamente distinto. Me da miedo —confesó.
—Sólo tienes que disminuir la velocidad un poco. Verás que no es tan drástico como crees —añadió su mayor, comenzando a cocer el ramen.
—Sí, tienes razón. Tal vez pueda hacerlo de a poco. Volver y darme un tiempo, no lo sé. No quiero, pero me asusta renunciar y no tener nada que hacer aquí, no conseguir empleo, o ese tipo de cosas. No es tan fácil y lo sabes.
—Sí, eso es cierto.
—Además, mal o no, también estoy acostumbrada al estilo de vida de la ciudad. No sé qué tanto pueda adaptarme a la vida aquí, mirándolo a largo plazo y no como sólo unos meses de vacaciones —continuó reflexionando, ahora su mirada atrapando los movimientos que Minho hacía al cocinar.
El mayor asintió, dejando escapar un suspiro.
—Decidas lo que decidas, sólo asegúrate de pensar en lo que te haga feliz. A ti, a nadie más que a ti. ¿Lo entiendes?
Yuri asintió. Realmente no quería seguir pensando en eso ahora. Una vez que el ramen estuvo listo, se ofreció por servir en los cuencos y ambos se sentaron juntos en el mismo tronco, pegados al fuego para no perder el calor. Por su parte, Shilby estaba acostado durmiendo a los pies de Yuri.
—La noche está hermosa hoy, ¿verdad? —comentó la menor.
—Lo está. ¿Ves la cantidad de estrellas que hay en el cielo? En la ciudad no puedes ver algo así.
—Tienes razón. El sabor de la vida se siente plástico cuando estoy entre edificios todo el tiempo… El ramen está delicioso también —sonrió, sorbiendo sus fideos.
—Es más delicioso cuando estás con la persona que quieres, bajo un cielo como este en el invierno.
Yuri asintió, apoyando su cabeza en el hombro del mecánico.
—Minho...
—¿Sí?
—Cuando terminemos el ramen, ¿puedes tocar la guitarra para mí? Vi que la trajiste.
Él asintió emocionado y terminó su ramen rápidamente, levantándose para traer su guitarra. Era una simple acústica en color café claro, al parecer construida hace años por uno de los lutier de Daegu y era propiedad de un viejo amigo que se la había regalado antes de mudarse a la ciudad.
—No suelo tocar a menudo, pero es perfecto para situaciones como esta —se burló—. Canta para mí, Yuri-ah.
El mayor comenzó a rasguear algunos acordes, bastante entretenido. El sonido que emitía era limpio y a pesar de asegurar que no tocaba precisamente bien, se oía precioso para los oídos de la chica.
—No sé cantar, tonto —se avergonzó.
—Mientes. Te oí cantar villancicos con Tiana. Tenías una buena voz.
Pese a sus insistencias, a Yuri le daba mucha vergüenza, así que fue Minho el que terminó cantando en el inicio de la noche. Su voz tenía una tesitura hermosa, a pesar de no dedicarse al canto. Acompañando la melodía, los hábiles dedos blancos rasgaban cada acorde casi a la perfección. Incluso en sus errores, Minho era perfecto.
Podría admirarlo hasta el cansancio, incluso quedarse dormida otra vez, pero no quería que esa noche terminara tan rápido. Las estrellas fueron testigo de su guitarra y las voces que pronto se acoplaron, una con otra, entre cuerpos que se llamaban cada vez más cerca.
21
Cuando el reloj osciló cerca de las once de la noche, cansados del viaje y del esfuerzo del día, ambos se fueron a acostar dentro de la carpa. La fogata todavía seguía encendida consumiéndose en sus brasas, lo suficiente estable para durar las horas restantes hasta el amanecer. Shilby, tal como le había dicho, rehuía a los espacios cerrados por lo que prefirió dormir afuera.
El colchón inflable era doble, ligeramente duro y lo suficiente amplio para que sus cuerpos no se tocaran. Y aunque esta era la primera vez que dormían juntos, eso no se sentía así en lo absoluto. Yuri estaba incómoda de dar tantas vueltas en el colchón. La tela de la carpa estaba cerrada, aunque no del todo, por lo que podía ver la luz de la luna y las estrellas colarse entre sus pies. Gruesas y oscuras colchas los cubrían del frío, pero a Yuri la lana le molestaba y su espalda no lograba acomodarse a la dureza del colchón.
A su costado izquierdo, Minho dormía plácidamente dándole la espalda. Se había quitado la capa y el suéter, quedando en una simple camisa negra manga larga. A pesar de las temperaturas mínimas, Yuri sentía calor y de pronto el sueño se había esfumado de su cuerpo.
¿Es así como todo terminaría? ¿Él ni siquiera la abrazaría en su pecho? Minho tenía un sueño pesado, podía oír su respiración acompasada. Él cayó dormido apenas tocó el colchón. Lo envidiaba y admiraba en igual medida, porque Yuri ni siquiera podía cerrar sus ojos sin que las imágenes lo invadieran. Quizá Minho realmente estaba cansado, pero no podría permitir algo como esto. Si pensaba darle la espalda toda la noche, estaba desde ya equivocado.
—Min... ¿Estás durmiendo? —murmuró, dándose la vuelta en la cama otra vez.
Al parecer a Minho no le molestaba que girara sin parar de un lado a otro. Podía ver su mullet oscuro con ligeras ondas por el gorro que aplastó su cabello durante el día, cayendo en su nuca blanca y los amplios hombros continuándose hacia su cintura. La espalda lucía fuerte y alumbrada bajo la luz de las estrellas como si pequeñas velas blancas se derritieran sobre él.
—Min-ie... —volvió a quejarse, un poco más alto.
El hombre emitió un sonido ronco, quebrándose en el aire. La silueta era endemoniadamente bella, pero el paisaje pronto se había fragmentado cuando Minho se dio vuelta hacia ella. Tenía todavía sus ojos cerrados y la mejilla ligeramente aplastada por la almohada.
—¿Qué pasa, Yuri-ah? —habló con grave voz.
—¿Por qué ni siquiera me tocas? Estamos solos... Pero pareces satisfecho dándome la espalda hace una hora.
Minho se obligó a abrir sus ojos, tan negros y hermosos como la luna llena. La miró con parsimonia, analizando lo que había recibido de sus labios. Su piel lucía blanca bajo la oscuridad del cielo.
—Me pediste que fuera un caballero contigo. Si llegara a intentar tocarte en una situación como esta, estando solos en medio del campo, ¿no crees que podría verse de mala manera? —respondió, ya totalmente despierto.
—Pues no me importa. ¿No es suficiente ya? —hizo una mueca lastimosa, dejando que su nariz adquiriera un rosado color bajo la noche.
Minho alzó sus cejas, sorprendido. Luego, de a poco, sus labios dibujaron una sonrisa ladina que dio paso a un riso.
—Ah, Yuri... ¿Estás jugando con fuego?
La pelinegra abrió sus ojos sorprendida cuando sintió la mano del mayor jugar con el borde de su vestido de seda desde la punta. Fue como si un escalofrío electrificara aquella zona de su cuerpo, a la altura de sus muslos.
—Tú incendiaste el fuego primero —reclamó.
—Entonces, me pregunto quién arderá primero —sonrió, curioso—. No pienses que de todas formas podría ser un caballero contigo por mucho tiempo. No soy esa clase de hombre por mucho que lo intente.
Los dedos de Minho jugueteaban con su prenda blanca, apenas rozando la piel.
—Parecía que no me tenías deseo, ¿sabes? —susurró, sus ojos de almendra entornándose por las sensaciones.
Fue como si sus palabras hubieran encendido una chispa en sus ojos, pues de pronto la expresión del mayor se transformó por completo. Con el ceño fruncido y la mirada afilada, Minho subió su cuerpo hacia el suyo, tomándola con fuerza por las muñecas.
Su corazón se estremeció dentro de su pecho. La silueta del mecánico brillaba sobre la suya por la luz de la luna que rasguñaba entre las sábanas mientras aquellos ojos negros la miraban, refulgiendo las últimas brasas del fuego rojizo penetrando en la tela de la carpa.
—No vuelvas a decir algo como eso —dictaminó, su aliento chocando en su cuello.
El agarre dolía, pero no quería escapar de él.
—Min...
—Me gustas, Kim Yuri. Quiero hacer las cosas bien contigo, ¿entiendes? Eso no significa que no me muera de ganas de verte desnuda y besar cada parte de tu cuerpo. Realmente no conoces el tipo de hombre que puedo ser y no sé si estés lista para descubrirlo. Dime que sí, Yuri-ah —apretó sus muñecas con fuerza—. Dime que sí y desatarás una faceta de mí que no has imaginado.
Yuri jadeó, perdido en el magnetismo oscuro que la envolvía entre palabras tan dulces como una serpiente a punto de envenenarlo.
—Sabes que me gustas desde el primer momento, Minho. Sabes que siempre te he buscado.
—¿También sabes que no podrás detenerme a partir de ahora?
—Lo sé... Y nunca estuve tan seguro de querer a alguien en mi vida como te quiero a ti.
—Entonces pertenezcámonos, esta noche y las que restan.
Los cabellos de Minho caían como una cascada ónix a los costados de su rostro. La luna todavía brillaba y las estrellas se salpicaban en su cuerpo escindiendo junto al fuego, todo aquello no significaba nada, todo era absolutamente nimio cuando Minho la vio por última vez antes de finalmente sellar su promesa con sus labios.
Sus bocas se encontraron lentamente y fue como si dos galaxias chocaran con los ojos cerrados. Se sintió nadar en el fuego de los labios que la atraparon con urgencia, donde su boca encajaba tan malditamente bien con la suya que supo que se volvería su más endemoniada adicción a partir de ahora. Yuri jadeó en medio del beso lento, sus manos fueron liberadas y buscó la espalda de Minho entre la ropa, escabulléndose hasta ceñir la suave piel con sus dedos.
Lo había ansiado con locura y por eso el contacto ardía con tanta intensidad. Minho succionó su labio inferior con un sonido limpio y abrió su boca buscando su lengua, él besaba tan jodidamente bien en un compás exquisito que se maldijo por no haber provocado su colisión tanto tiempo antes.
La lengua del pálido la encontró en la suya, enredándose en su humedad y la saliva, el aliento le olía a tabaco y aquello la hacía derretir con insignificancia, como si pudiera tornarse una suerte de luz y sombra a la vez bajo su tacto.
Podía sentir en sus labios el deseo y en su lengua la llamarada de un hombre que, efectivamente, jamás mentía en lo que decía.
—Minho... —jadeó, arqueando su espalda.
Se separaron un momento para quitarle aquella molesta camiseta negra. Quería ver con sus propios ojos la piel del hombre que estaba robándose su cordura. No le permitió ahondarlo mucho tiempo, porque Minho volvió a morder su boca como un león hambriento ante su presa.
—Quiero hacerte mía, citadina —mordió su mandíbula, su pulgar introduciéndose suciamente en su boca.
¿Podía un hombre ser más sugestivo que ese instante? Con la piel de su torso desnuda y algunas cicatrices en su hombro izquierdo; los lunares salpicándose en su espalda y clavículas como cientos de estrellas. De pecho amplio y fornido, realmente ansió admirar la obra de arte que él era pero Minho no dejaba de besarla, como si exigiera asentar el peso de sus palabras.
La besaba lento, explorando el terreno por vez única. Quería conocer qué tan bien sus labios encajaban con los suyos. Morder cada parte de su boca y que su lengua lo llevara a los lugares más lejanos y profundos.
Sus cuerpos y sus almas se necesitaban y ya no podían prolongarlo.
—Minho... Basta, adoro besarte pero quiero tocarte —se quejó caprichosamente.
Los finos labios del mecánico bajaron hasta su suave cuello, repartiendo un camino de huellas húmedas. Yuri jadeó suavemente, supo que tanto el oxígeno como la cordura le faltarían esa noche, porque Minho sabía besar cada punto preciso y sin ningún apuro.
—Todavía no pruebas mis manos, lindura. Eres demasiado sensible —se burló, mordiendo la piel de su cuello.
No podía considerarlo brusco, pero no era suave en lo absoluto. Minho se tomaba todo el tiempo que tenía para recorrerla con su lengua. Lo hacía lento y con paciencia, pero con una intensidad que se aceleraba más a cada segundo.
Minho introdujo su pulgar otra vez en su interior, mirándola a los ojos. Refulgía en lujuria, tanto que incluso se creyó capaz de tocar el cielo con sus manos sólo por ser mirada de esa forma. Él era hermoso, sin comparación alguna.
Lo quería.
Por eso mismo, guiada por sus bajos impulsos, Yuri lo tomó de los hombros hasta darlo vuelta en el colchón. Finalmente su torso quedó expuesto al aire. No supo cuánto había ansiado ver la piel del mayor desnuda, tan blanca como la nieve y tan cálida como el infierno en ese instante. Yuri se sentó a ahorcajadas de él, justo bajo el centro de su cuerpo, sintiendo la dureza que su ser emitía.
Con sus pequeñas manos recorrió el plano vientre, apenas unos abdominales visibles y de amplio pecho, quizás era su parte favorita de él. Los pectorales duros y trabajados y aquellos hombros que tanto amaba tocar. Incluso sus bíceps eran duros por lo que exigía su trabajo de años.
Quería que esas manos sostuvieran su cintura y como si leyera su mente, eso mismo hizo. Yuri deslizó sus caderas sobre él, sin dejar de acariciarlo.
—Minho-ssi... Incluso tus cicatrices son hermosas. Quiero que me alces con esos brazos... —lo acarició tersamente, mordiendo su maltratado labio.
—Quítate el vestido. Ahora.
Yuri rio bajo por el tono demandante, pero obedeció sin rechistar. Sintió un alivio recorrerla como un fragor cuando su piel quedó desnuda. Minho la miró de arriba abajo, apretando sus labios en línea recta. Su ceja se alzó en sorpresa cuando halló la tinta negra en su costilla derecha.
—No me digas, ¿no te gustan los tatuajes? —rio traviesa la menor.
—Vuelve a repetir eso ahora.
Las manos de Minho eran tan grandes que la cubrían casi por completo. Pronto los dedos atraparon sus blancos pechos, ansioso mientras admiraba los exquisitos movimientos que Yuri hacía sobre su cuerpo, casi como una danza. Yuri ahogó un gemido cuando los dedos pinzaron sus botones con fuerza, llevando su cabeza hacia atrás.
La vista de sus labios entreabiertos y sus gemidos como música estaban volviéndolo loco.
—¿Por qué eres tan sensible, bebé? No podrás soportar lo que viene —Minho apretó su mandíbula, embistiéndola sobre la ropa.
Las manos de Yuri acariciaban la tela del bóxer, la cual se salía por el pantalón de jean.
—¿Es porque vienes deseándome hace tanto tiempo? ¿O realmente te gusto tanto? —ladeó su cabeza, curioso—. ¿Cuántas veces has fantaseado al verme en el taller con mis herramientas y las manos engrasadas? ¿Eres esa clase de mujer, Yuri-ah?
—No voy a negarlo —gimió, deslizando sus manos hasta el cierre del pantalón.
Minho rio, satisfecho con su respuesta.
—Lo siento, pero no serás la primera en hacer esto hoy, lindura —negando con su cabeza, Minho volvió a invertir las posiciones, atrapando a Yuri bajo su cuerpo.
La citadina se quejó, pero un nuevo beso se encargó de callarla. Otra vez él utilizaba su lengua, enviándole las sensaciones más calientes desde su boca al resto de su cuerpo. Sus ojos se cerraron en obediencia, la última imagen que moría en sus retinas fue aquella sonrisa ladina de ojos rasgados, a milímetros de su rostro, con el ligero rubor del fuego escindiéndose.
Las manos de Minho se deslizaron blancas por su cintura, el contacto ardía y la recluía entre las paredes de un infierno que llevaba su nombre impreso en todas partes; pronto las sensaciones se intensificaron haciéndola bailar entre las sábanas cuyo director era el ritmo que su toque dirigía. No necesitó desnudarse físicamente para sentir que levitaba. Los dedos largos se perdían bajo su ropa interior y la profanaban con firmeza, moviendo sus pulgares entre pétalos, iniciando una danza exquisita que ya la había vuelto suya.
Sus impulsos fueron silenciados entre quejidos y sintió el alivio humedecer su cuerpo como una ola.
—Yuri-ah... No olvides mi nombre —le había dicho, con un tinte de astucia.
Era descarado incluso en los últimos momentos. Sabía el poder que ejercía cuando acariciaba no sólo su cuerpo, sino algún lugar más profundo. Yuri gimió, sintiendo que aquel placer no encontraba salida entre tan estrechas paredes.
—Minho… —ronroneó, su espalda arqueándose y las manos palideciendo en las sábanas—. Detente...
No quería cerrar sus ojos, aunque resultara inevitable. No quería perderse ningún momento. De aquella sonrisa gatuna y ojos rasgados, brillantes, se desprendía algo más, algo que la conmocionaba en lo profundo. Comprendió que al igual que ella, Minho no tenía que desnudarse en cuerpo para verse el uno al otro, tal y como el mundo los había hecho; un producto despedazado de lo que alguna vez fue entero.
¿Cómo olvidaría su nombre luego de aquellas promesas?
—¿Mis manos no te tocan lo suficientemente bien, Yuri-ah? —alzó una ceja suspicaz.
Su mano izquierda se perdía a la altura de su cuello, presionando la yugular con su pulgar; la derecha la estaba llevando al otro límite del mundo, más alto de lo que alguna vez ha subido. Y el vértigo no tardaría en llegar.
—Tus manos... Tus manos no son el problema —jadeó, tironeando del cabello de su nuca.
—Llámame Minho. No olvides mi nombre.
—Minho... Quiero sentirte —lloriqueó.
No podía ser posible. Las sensaciones rebalsaban de su cuerpo como un envase roto. No podía concentrarlo mucho tiempo dentro suyo y temía que la noche acabara demasiado pronto. Todavía la luna brillaba en lo alto del cielo y el halo naranja del fuego seguía consumiendo la leña.
—Entonces abre tus piernas para mí, cariño —sonrió tras dejar un beso en su cuello.
Observó las venosas manos desabrochar el cinturón de hebilla y el cierre del pantalón de jean. Yuri sólo pudo suspirar cuando al liberarse tan de cerca, lucían húmedos el uno junto al otro. La erección de Minho incluso le había parecido hermosa, pero en ese momento estaba demasiado excitada para adjudicarle algún adjetivo. Sólo podía sentir, sentir aquel ardor que recorría su cuerpo y cómo su pequeña mano se acercó automáticamente para acariciarlo. Quería descubrir cuáles eran sus reacciones. Junto a Minho había tanteado tantos terrenos que esto parecía sólo un viaje más, uno del que no quería bajarse.
Con sus cuerpos juntos, el ceño del pálido se arrugó y tragó en seco. El movimiento de su nuez de adán al subir y bajar parecía iniciar alguna de sus canciones favoritas; la boca que se entreabría mordía el labio inferior y terminaba de encender un lugar que sólo era suyo. Aquel suspiro que salió cuando sus dedos jugaron con el límite de su extensión se llevaría por siempre cada una de sus fantasías. Podía sentir la hinchazón progresiva y el grosor que la cubría cada vez que subía y bajaba.
Su mano había terminado húmeda con su esencia como la miel de una flor.
No bastó palabra alguna para que Minho sacara un sobre azul del bolsillo de su jean. Al parecer lo tenía preparado y ya no había excusa que sonara creíble, por lo que ambos soltaron una baja risa. Admiró cómo su mayor rasgó el sobre con sus dientes y antes de dar el paso final, volvió a acariciarla.
—Tengo los dedos largos, podría tocar tu punto dulce sólo con ellos —se sonrió ladino, quizá con cierta jactancia.
Yuri estaba a punto de rechistar, devolverle aquel improperio con su derecho a la duda, pero cuando entró a su interior otra vez sólo atinó a abrazarse a la ancha espalda con un jadeo ahogado. Los dedos de Minho eran largos, resultaba cierto. Sólo había ingresado un dedo y lo podía sentir profundo, ciñendo sus paredes.
Un armónico vaivén inició en su interior y sin quererlo, él comenzó a tocarla más fuerte en su suplencia. Minho también soltó un gemido roto, el cual murió en sus oídos con aquellos cabellos negros que caían en su rostro por el dolor y el placer; un segundo dedo invadió su interior. Para ese momento su mente se había nublado completamente en hedonismo. Nada podía sacarla de la fuerza magnética que ejercía aquel hombre y su belleza de infierno.
—Minho... —jadeó entrecortado.
—Si sigues tocándome así... No lo soportaré, Yuri-ah —gruñó con dificultad, arqueando sus dedos en un gancho—. Tu punto dulce... Creo que lo he encontrado —asintió con orgullo.
Lo supo cuando las uñas de Yuri se clavaron en su espalda y un pequeño grito escapó de su boca. Pronto un camino de ramas rojas empezó a surcarse en la piel dorsal del mayor, la cual sólo había iniciado a partir de ese momento y se prolongaría hasta lo que durara la luna llena.
Él se movía demasiado bien. Sabía lo que hacía, pero predominantemente, Minho sabía leer los gestos de su cuerpo. Sabía cuán enfermiza estaba volviéndola y al mismo tiempo, la llevaba al borde de la cura, porque cuando liberación se sentía cada vez más cerca, él volvía a retroceder con esa torpe sonrisa.
La mano libre de Minho se detuvo en su cuello, a la altura de su mandíbula. Presionó con sus dedos mientras el pulgar volvía a ingresar dentro de la cavidad húmeda de su boca.
—Joder, eres tan sensible... Tienes que decirme lo que quieres, lo sabes.
Se miraron a los ojos, los movimientos volviéndose lentos. No sabía identificar qué era ese sentimiento que empezó a crecer en su pecho cuando sus miradas chocaron y joder, eso no podía ser solamente sexo.
Lo sentía de la punta de sus pies hasta el último cabello de su cabeza.
—Amor... —murmuró, mirando su boca—, creo que debes hacerme el amor, Minho.
Y besó su boca, sintiendo que ella quizás estaba amando en ese instante, sin aún saberlo. Su interior fue liberado y una nueva presión se asomó, una que se sentía dulce. Minho rozaba su entrada en suaves círculos, pausadamente.
—¿Sabes lo que dicen que hay que hacer cuando haces el amor por primera vez? —le preguntó el mayor, con voz grave pero suave a la vez—. Dicen que tienes que mirar a los ojos. Sé que el placer puede ser muy grande... —Minho introdujo la punta con una estocada, respirando agitadamente y arrugando su gesto en satisfacción—. Sé que querrás cerrar tus ojos, porque no podrás soportar... Ver tanto placer junto —con una embestida lenta, la fue penetrando hasta la base—. Pero tienes que prometer que seguiremos mirándonos de este modo hasta el final.
Cuando Minho estuvo en su interior por completo seguían viéndose a los ojos, formando una burbuja que los envolvía en el calor de todos esos sentimientos liberados.
Y esa vez no sólo sintió completo su cuerpo, sino también algo que ella creía perdido dentro de su alma; un pedazo roto había hallado un complemento.
22
Sus cuerpos se acoplaron y danzaron por el resto de la noche. Entre uno de los tantos cigarros después del placer, Minho le había confesado que no sólo era la primera persona que traía a su lugar especial luego de la muerte de su hermano, sino que también hace mucho no se enredaba con alguien entre sábanas.
Quizá tenía el título de ser la primera en muchas cosas, pero por un momento deseó que también le pidiera ser la última. Tal vez Yuri se estaba volviendo demasiado ambiciosa a su lado, porque eso sólo lo diría el tiempo.
Pero ojalá, ojalá el tiempo estuviera a su favor por única vez en la vida. Ojalá con Minho el universo sólo tuviera sí para darle.
Aquellos pensamientos fueron callados a lo largo de la noche, sintiéndolo en su interior otra vez luego de una pausa para el cigarro. La leña todavía avivaba el fuego y Shilby dormía, ajeno a todo lo que estaba sucediendo. Tal vez la luna terminó de dar la vuelta al cielo, tal vez las estrellas más débiles finalmente lograron perecer; nada estaba importando lo suficiente. Afuera el frío de invierno era demoledor, pero dentro de la carpa naranja, bajo las sábanas blancas y la luz que los cubría, todo desbordaba de calidez.
Habían creado su propio mundo esa noche, uno del cual no querían huir luego de conocerlo. De fondo sonaba algún rock & roll de esa vieja radio que casi no agarraba señal y la noche continuaba con sus cuerpos unidos, armónicos, bajo la lluvia de sollozos y gemidos que se perdía en la inmensidad del monte abierto.
Y Yuri pensó que quizás el amor debía sentirse así de espontáneo, bajo esa forma que todo tomaba alrededor cuando Minho estaba ahí.
Y pensó que estaba amándolo más rápido de lo que alguna vez había hecho, no sólo cuando él estaba entre sus piernas, navegando entre mundos que sólo creía existentes en sus fantasías. Sino que también, Minho empezaba a ser especial cuando pasaba desapercibido.
Era conflictivo, porque de ese modo no necesitaba romantizar lo absurdo, ni regalarle flores o cantarle serenatas bajo la luz de la luna. Bastaba con únicamente ser él mismo, y eso también significaba que Yuri no tenía escapatoria alguna.
Minho estaba de espaldas al colchón, con su cuerpo recostado y Yuri subiendo y bajando lentamente, su piel brillando por el fuego a lo lejos. Las manos del pálido se aferraban con fuerza en sus caderas, ayudándolo en el vaivén. Desde arriba podía ver su pecho agitarse al respirar con fuerza con ligeras gotas de sudor que lo volvían brillante; también la manera en la que mordía su labio con un desastre naciendo en sus cabellos. Las mejillas sonrojadas por el esfuerzo y el reciente orgasmo se leía en sus ojos negros.
Yuri acarició el torso húmedo y cálido, salpicado de lunares como estrellas. Los gemidos se escapaban de su boca antes de que pudiera evitarlo. El placer la sumergía en una marea de la que no quería regresar, sino ir más profundo. Los saltos sobre Minho se hicieron más rápidos intensificando las corrientes de placer, se desarmaba sobre él inestable hasta que ansió lo físicamente imposible.
Yuri cayó, abrazando su cuerpo y besando su boca desesperadamente. Las lenguas danzaron por un largo tiempo, llenando sus labios de saliva y gemidos que se ahogaban al final. Cuando Minho ya no pudo dilatarlo más, la tomó de las caderas con rudeza y comenzó a embestirla enérgicamente.
Los sonidos invadían el ambiente por sus pieles chocando con brutalidad.
Sintiéndose atacada una y otra vez, sus ojos se cerraron sin poder evitarlo, pero Minho seguía estando ahí, con su voz resquebrajada, algunas octavas más baja y aquellos melodiosos gemidos que salían de su garganta cerrándose por el placer.
El mayor apretó su mandíbula con fuerza y abrió sus ojos vidriosos para verse. Fue entonces que la empujó hacia su cuerpo para abrazarse más de cerca y hundió sus dedos en la carne de sus glúteos; con sus pechos chocando y las manos de Yuri acunándose en su rostro.
Las fuertes estocadas de Minho junto al aroma a menta y tabaco que podía sentir en sus cabellos, aquellos gemidos bajos rozando su lóbulo, terminaron de romperla por completo.
Y todo lo que después quedó, fueron los vestigios de dos almas haciendo el amor entre sábanas desarmadas.
***
Era treinta y uno de diciembre. Cuando Yuri despertó, cerca de las diez de la mañana, el reflejo del sol caía brillante sobre las sábanas blancas impolutas, como si todos los recuerdos del día anterior hubieran sido un simple sueño. Fue al removerse en búsqueda de su ropa que su cuerpo le envió un tirón dulce y se aseguró que todo había sucedido realmente.
Al salir de la carpa, encontró a Minho calentando un jarrón en la fogata y pinchando algunos malvaviscos entre ramas. Vestía un grueso tapado de lana en tonalidades verde, roja y amarilla que lo protegía de la helada matutina. A su lado, Shilby comía galletas perrunas con un abrigo azul en su lomo. Yuri talló sus ojos, sin poder evitar el pensamiento intrusivo de que quizá despertar así todos los días no era mala idea.
—¿Todavía no nieva? —se acercó a él tiritando, tomando asiento a su lado.
Minho tomó el extremo de su poncho y la cubrió, protegiéndola bajo su brazo.
—Probablemente nevará la primera semana de año nuevo. Esta escarcha no estaba ayer —señaló alrededor, con el vapor humeando blanco de su boca, antes de volver su atención al fuego.
El suelo estaba cubierto de una capa de escarcha blanca que parecía anticipar la nieve. Los pequeños pastizales amarillos se habían helado por completo, fríos como el aire que ascendía en un pálido cielo con una neblina densa que atrapaba las cúspides de las montañas.
Pero allí estaba tan cálido junto al fuego, con dos tazas de café y pegajosos malvaviscos.
—La nieve es hermosa. Quisiera que nevara pronto para que podamos verla juntos —confesó, calentando sus pequeñas manos en el fuego.
—Tendrás que esperar, Yuri-ah —sonrió, entregándole un malvavisco el cual su menor aceptó gustosa.
—Creo que extrañaré desayunar malvaviscos —rio, dándole una pequeña mordida—. ¿Estás despierto hace mucho?
Minho asintió, tomando un dulce para él también.
—Supongo que no me cuesta madrugar luego de tantos años de costumbre. Además, alguien tenía que cortar la leña para el fuego. Por cierto, babeas cuando duermes —se burló.
Yuri limpió su boca por reflejo, sintiendo sus mejillas enrojecer, porque creía que ese era su secreto; sucedía que ya no era más suyo.
—¡Y tú...! Ah, en serio. Realmente no puedo decir nada de ti porque duermes con la misma cara que tienes siempre. ¿Por qué eres tan raro? —bufó.
El mayor se carcajeó bajo, sirviendo el café en un termo que lo mantendría caliente.
—¿Qué quieres hacer hoy, Yuri? ¿Quieres que volvamos? Es treinta y uno, supongo que querrás festejar con Jun-ah o tus abuelos.
Yuri miró al cielo, pensativa. El paisaje del día anterior se había esfumado. No era capaz de ver nada con la espesa bruma blanca que cubría el horizonte, casi como si cayera desde lo alto del cielo. Y aunque el panorama podía lucir tétrico, en medio de la nada bajo la neblina húmeda, Yuri todavía seguía pensando que no volvería a tener una experiencia como esta.
Por eso no dudó de sus próximas palabras, con el corazón latiendo en el pecho.
—Quiero recibir el año nuevo aquí. ¿Podemos? —se giró a verlo y sus miradas chocaron.
No existía la manera de explicar lo que sentía cada vez que se miraban a los ojos. Era una abstracción pura, una especie de explosión o desatino que no dejaba nada de ella libre de esa conmoción. Lo sentía brotar como una fiebre en todo el cuerpo.
Minho parpadeó algunas veces antes de desviar su mirada otra vez a su malvavisco. Su rostro se había tornado ligeramente durazno como gerberas al sol, o tal vez era el reflejo del fuego que brillaba en cada una de sus sombras.
—¿Estás segura de eso? —murmuró tras una pausa.
Yuri ladeó su cabeza confundida. Para ella no era ninguna novedad.
—¿Por qué no lo estaría?
—¿Realmente me estás eligiendo a mí?
—Bueno... —se removió tímidamente—, puedes ser un poco descarado, tienes un sentido del humor fuera de moda y fetiches raros con los citadinos pero aun así... No dudo que me siento cómoda cuando estoy contigo.
El mecánico sonrió de lado, dejando escapar un soplido. Sus hombros se sacudieron al soltar una melodiosa risa.
—¿Fetiches raros con los citadinos? Creo que no has entendido nada, lindura. De citadina sólo tienes la ropa y ni siquiera es el caso ahora mismo —la miró de arriba abajo.
Yuri vestía la polera de Minho, lo primero que encontró entre sábanas y unos pantalones de chándal con gruesas medias de lana.
—Cállate.
—Lo siento, no puedes detenerme. Sólo me callo con...
Ella se puso de pie, alisando las arrugas de su ropa.
—Gracias por los malvaviscos. Iré a preparar mi mochila —lo cortó—. ¿Podremos subir a la montaña con este clima?
Minho se puso de pie, tomando el termo y estirando los brazos tras su espalda.
—Ah... Prepara tus muslos, nena. Estrenaremos tu costosa brújula.
***
Cuando él le insistió que escalar era difícil, realmente no pensó que lo sería a ese extremo. Habían caminado varios kilómetros hasta llegar a la montaña más cercana y el sólo trayecto ya la había cansado, teniendo en cuenta que el frío era incluso más intenso al acercarse al norte. Llevaban sus capas y algunos ponchos para vencer el clima, pero sus pies pesaban al ir contra la húmeda neblina.
Debido a su condición física, en lugar de escalar la montaña por completo optaron por rodear el área del bosque y subir hasta la colina. Minho le aseguró que el paisaje allí era igual de bello y que a pesar de no estar en el punto más alto, podría sentir esa particular sensación de libertad.
Yuri se sintió feliz cuando notó cuán útil era su brújula en estos casos. El mayor lucía genuinamente emocionado por utilizarla, siendo que era su primera vez. No dejaba de mirarla como un juguete nuevo.
—Yuri-ah, ¿notaste que la aguja siempre oscila antes de encontrar la orientación correcta? En la vida sucede algo parecido.
—¿Por qué de pronto estás dándome enseñanzas? —rio.
Minho se encogió de hombros con cierta travesura, enseñando sus encías rosadas y pequeños caninos. Él podía ser realmente tierno detrás de su fachada cuando llegabas a conocerlo mejor.
—¿Te sientes bien? Podemos detenernos un momento si quieres —llevó la mano a su espalda.
—Está bien. Creo que algo de agua estará bien —respiró agitada, aceptando la botella de metal que Minho le extendió.
—Realmente eres una flojita. Tendré que entrenarte a menudo —acarició su brazo, mirándola jadear con cansancio—. Mis pulmones llenos de humo pueden soportarlo mejor que tú. Algún día tendrás que ser quien me cuide en estos casos.
Yuri sonrió con ternura.
—Sigamos, ya me he recuperado —le entregó la botella.
—Pero antes, ven aquí.
Minho tiró de su mano para robarle un beso fugaz. Sus dedos estaban fríos al igual que sus labios, los cuales presionaban los suyos suavemente. Cuando su boca se separó, soltó una sonrisa juguetona. Entonces Yuri supo que era capaz de sonrojarse en temperaturas bajo cero.
Continuaron su camino con las manos entrelazadas y la brújula dirigiendo sus pasos. Después de todo, la colina no estaba realmente lejos de donde estaban, pues a los pocos minutos de ascender cuesta arriba, Minho tiró de su cuerpo para ayudarla a subir y su corazón se removió asustado por la altura.
La niebla cubría absolutamente todo el paisaje con sus blancas pinceladas, pero aun así nada podía equipararse a la sensación de vértigo y libertad que invadió su cuerpo cuando logró admirar las montañas tan cerca, con sus irregulares cúspides.
El mundo que minutos antes pisaban se sintió demasiado pequeño.
—Wow... ¿Esa de allí es nuestra carpa? —señaló asombrada una minúscula mancha naranja a lo lejos, apenas visible.
Minho asintió en un murmuro, sentándose en el suelo de tierra ligeramente húmeda. La menor lo imitó titubeante, sus piernas temblaban por el miedo a deslizarse y caer kilómetros abajo.
—Bebe un poco de café caliente, Yuri-ah —suavemente, Minho le acercó el termo que llevaba en su mochila.
—Realmente es increíble... Shilby ni siquiera puede verse desde aquí —sonrió, dando un sorbo y devolviéndole el termo a su dueño.
El mecánico asintió, dando varios tragos y jadeando de alivio.
—Mira eso, Yuri-ah —señaló hacia el este.
—¿Qué hay? —se giró. Por mucho que buscara, no podía ver nada.
Entonces sus miradas chocaron y Minho volvió a reír.
—Nada. No hay nada en especial. Estamos solos.
—¡No bromees así! Creí que realmente había algo —bufó con un puchero.
—Ah, no lo sé. Tal vez puedas encontrar mi corazón en algún lugar del este —mencionó como si nada.
—¿A qué te refieres?
—Tonta citadina. Supongo que lo has dejado en algún lugar en el camino.
Yuri se sonrojó, sintiendo su corazón latiendo frágilmente como el aleteo de una mariposa. Sus manos unidas empezaban a sentirse calientes.
—¿Qué cosas dices? ¿Cómo podría dejarlo olvidado? En realidad, lo tengo conmigo —presumió con sorna—. Y no pienso devolvértelo.
—Juegas sucio. Tomas el mío sin permiso, pero no me ofreces el tuyo —apretó sus manos entrelazadas, mirándola directamente a los ojos.
No tenía que ofrecérselo. No tenía que decir absolutamente nada. Minho había arreglado algo sin darse cuenta, algo que ni siquiera había estropeado en primer lugar.
Porque había llenado su corazón de herramientas, porque desarmaba todo de ella y de repente, lo volvía a acomodar entre sus brazos, sin grandes esfuerzos. Era un trabajo limpio, como si nunca se hubiera descompuesto.
¿Sería muy desatinado volver a desarmarse sólo por el gusto desquiciado y compulsivo de que él lo arreglara?
—Sabes que lo tienes, Minho... —murmuró, sintiéndose tímida al confesarlo otra vez.
No era lo mismo cuando lo decía haciendo el amor, pero en una situación como esta, en una colina que empezaba a darle miedo de resbalarse y morir cuesta abajo, porque sus músculos no querían responder más. No era lo mismo cuando allí no había nada, absolutamente nada más que ellos dos y esa libertad, quizás omnipotencia, de que el mundo les pertenecía en ese instante.
Regresaron a la carpa tras pasar un largo rato abrazados en la colina, recuperando fuerzas con el café y la sopa caliente que había preparado Minho esa mañana. Tras el cansancio de la mañana durmieron una siesta, jugaron a las cartas y se emborracharon antes de medianoche. Para cuando el reloj marcó un nuevo año, hacían el amor otra vez bajo la luz de unos faroles a vela que el mayor había encendido.
Y Yuri pensó que no había mejor manera de recibir el año que esta, sintiendo que los surcos de su corazón se suavizaban hasta barrer viejas heridas.
Tal vez finalmente mejores tiempos vendrían.
23
Esa mañana, cuando Minho volvió a Daegu, las primeras nevadas se habían adelantado tiñendo el paisaje de un frío blanco. Empezaba a saturarse del helor de la nieve, de esa misma sensación golpeando la puerta que aunque él siempre ignoraría, no cambiaba con el tiempo. Yuri no regresó con él ya que al ser primero de enero pensó pasar unos días en lo de sus abuelos. Ambos acordaron que era muy pronto para intentar presentarlo, sólo llevaban un mes conociéndose, por lo que su camioneta se despidió en la ruta hasta el pueblo. Además, ninguno de los dos lo había dicho, pero sabían que tenían varios asuntos en los que pensar y era mejor hacerlo a la distancia. Tal vez la nieve le hubiera parecido hermosa de recibirla juntos, pero no había resultado como planearon.
Por eso al llegar encontró su taller cubierto de una capa blanca acumulada en los pasacalles y en el techo. Incluso las hojas de los árboles se habían congelado hasta caer aplastadas por el cemento, de ellas pronto sólo restarían ramas secas intentando sobrevivir al temporal. Minho no se molestó en llevar los bolsos de camping a su choza, tenía mucho trabajo para hacer después de tener el taller cerrado por una semana entera.
Se estacionó con esfuerzo y lo primero que hizo fue agarrar una pala del interior del taller para empezar a sacar la nieve que se había acumulado. No era demasiada, pero sí entorpecía y no podía trabajar de esa forma. Apostaba que llevaba nevando desde el día de ayer. La revelación de que si él no estaba aquí, el taller del viejo Gyu sólo era un pedazo de metal abandonado que terminaría cubierto entre la masa de hielo blanco, era algo desoladora.
No podía evitar que los malos recuerdos lo turbaran en este escenario sin color. La idea no sonaba tan mal cuando Yuri estaba a su lado, pero viéndose solo con una gran masa de nieve, sólo podía rememorar su tiempo. Aunque el sentimiento no se iría, tampoco podía prolongarlo. Tenía varios clientes que esperaban recibir sus coches estos días. Por eso se obligó a seguir retirando la nieve con la pala, sintiendo sus suelas hundiéndose y el frío traspasando hasta sus pies. Como hoy, la mayoría de las veces no tenía oportunidad de frenar en sus pensamientos.
Regresar se había sentido extraño, tal vez porque lo había hecho solo y eso le hacía pensar que en realidad, Yuri y él no eran tan diferentes. En el caso de Minho, él no sabía bien qué lo esperaba al llegar. En Seúl, Yuri solía decir que no tenía nada y que a menudo sentía que no estaba viviendo el mundo de la manera adecuada. No sabría decir si ese era precisamente su caso, porque lo esperaba el taller y sus recuerdos. Pero nunca pudo entender por qué aquella citadina creía tan inquebrantablemente que aquí, en Daegu, las cosas podían ser radicalmente distintas a la ciudad.
Era cierto que el estilo de vida pueblerino no era ni un tercio de lo acelerado que era en Seúl, pero todavía los dedos de las manos no le alcanzaban para contar las injusticias que ha visto, la sangre que se ha derramado en días como estos, con un suelo completamente blanco. Tal vez por su convencimiento Yuri lo hacía ver como si aquella fórmula, aquella que dice cómo es que se debe vivir el mundo, existiera y estuviera escondida en algún rincón de este lugar. Entre la tierra seca y las montañas altas. De ser así, Minho desearía que se lo hiciera saber. Porque también la ha perdido de vista.
Honestamente, era fiel creyente de que aquello que Yuri buscaba en realidad no existía en lo absoluto; ni en la ciudad, tampoco en el pueblo. Pero no era quién para decírselo. Él también odiaba la ciudad, aunque por otras razones, pero bajo ninguna circunstancia adoraría este lugar de la manera en la que la citadina lo hace. Tal vez, en su caso, sólo tenía una ajenidad generalizada a todo, lo cual tampoco era bueno.
Yuri debía darse cuenta por sí sola de lo que para ella era correcto. Tampoco era nadie para darle enseñanzas de vida si, al igual que ella, también seguía anclado a un lugar dañino. Tenían miedo de cambiar, de dejar atrás o de crecer. O, si lo pensaba más en profundidad, el miedo era a ser feliz.
Pero se prometió que la próxima vez tomaría las riendas y le diría algo a Yuri. Ante la disyuntiva acerca de qué se trataba la vida, Minho le diría que se trata de insistir. Son pocos los momentos en donde siente que lo que ha estado haciendo vale la pena, porque la mayoría de las veces, lo que cosecha muere antes de ser sembrado. Pero esas pocas veces que las cosas salen bien, por más escasas que fueran, el sentimiento es tan intenso que lo ve capaz de compensarlo todo. Quizá sólo se trata de la voluntad que tiene para seguir adelante.
Todavía tenía que aprender a convivir con esta lividez que lo invade de vez en cuando, en especial en días como estos donde la nieve cae, cae y se acumula en los pasacalles de su corazón, asfixiándolo. O tal vez sólo ha pasado demasiado tiempo en su soledad y ahora no sabe cómo lidiarlo. Haber regresado solo, aunque no se lo dijera, le había suscitado malos recuerdos. No quería sentirlo de ese modo, pero era como si de pronto, también temiera que ella se fuera de su lado.
Maldita citadina que no sabe lo que quiere.
Fue deshojando pensamientos mientras el taller volvía a quedar limpio. Fue cerca de las tres de la tarde que Hoseok hizo aparición en el taller, estacionando su vieja scooter bajo techo. Fueron varias las veces que le ofreció cambiársela por otro modelo, pero su amigo seguía anclado a esa vieja motocicleta.
—¡Ah, hace un frío de cagarse! —exclamó con voz aguda, casi arrancándose el casco con sus dedos helados.
Dejó su moto en el interior del taller, donde Shilby dormía en un almohadón viejo de sofá con el poncho de su dueño cubriéndolo del frío.
Entonces Hoseok regresó afuera, donde Minho todavía seguía luchando con la nieve. Frotaba sus manos con afán de entrar en calor y un gorro de lana rojo cubría sus cabellos color miel. Alrededor, el escenario podía lucir apagado, tanto que parecían ser las seis de la tarde. Pero cuando Hoseok estaba allí, un ligero atisbo de verano renacía entre las nubes.
—Si sólo estarás mirándome como un perro, mejor toma otra pala y ayúdame —se quejó Minho.
Aunque nunca lo dijera, le agradaba la presencia de Hoseok de nuevo en su vida. Hace algunos años, cuando Sunho alzó vuelo, ambos se alejaron. En el caso de Minho, él directamente se alejó de todos a su alrededor y no acudió a nadie cuando sus abuelos también se fueron de este mundo. No dejaba que nadie se acercara a él y fue así como la gente simplemente dejó de saludarlo para algo que no fuera relacionado al trabajo. Ahora mismo, no sabía qué tan fuertes eran sus murallas, pero tenía la sensación de que siempre seguirían estando ahí desde ese día.
Hoseok soltó una carcajada, pero tomó otra pala a pesar de todo.
—Ya, ya. Cálmate o te saldrán más arrugas de las que ya tienes —comenzó a quitar la nieve del techo—. ¿Cómo te ha ido en el viaje con Yuri? Hubiese agradecido al menos un mensaje, ya que al fin decidiste dejar de ser un lobo estepario y te instalaste KakaoTalk.
Fue en nochebuena, en algún momento de la noche luego de brindar. Estaba tan borracho que simplemente le dio su celular a Yuri y Tiana para que hicieran lo que quieran y ellas le instalaron esa aplicación que la citadina varias veces le había mencionado.
—Olvidé que tenía esa aplicación. No estoy acostumbrado a usarla todavía —se sinceró.
—Está bien, sólo intenta recordar más seguido —se rio—. No respondiste mi pregunta sobre qué tal te fue con Yuri. Ella me mandó algunos mensajes por año nuevo, pero no me dijo detalles, creo que espera que tú me cuentes.
—Ah... —corrió algunos mechones de su rostro con sus dedos fríos, apoyándose en la pala para descansar—. Fue bien. Lo necesitaba. Hace mucho no iba a ese lugar, ya sabes... Con alguien más. Creo que pude rememorar viejos recuerdos pero sobre todo, siento que viví el presente. No sentí dolor.
Hoseok asintió con una gran sonrisa, también reposando en su pala y admirando el paisaje descolorido.
—Eso significa que estás sanando, ¿no crees? Tal vez esta es la prueba que necesitabas para empezar a cerrar esas heridas.
El mecánico se encogió de hombros, tomando una pausa para fumar un cigarrillo. Tomó uno de la colilla y lo encendió ahuecando el fuego en sus manos. Soltó el humo con alivio. La nieve había empezado a caer otra vez suavemente, pero llevaría algunas horas para acumularse.
Le ofreció uno a Hoseok, quien lo tomó gustoso.
—¿Recuerdas aquellos días? Cuando solíamos jugar los tres. Amábamos este clima —pensó Minho en voz alta, absorbiendo el blanco a su alrededor.
—Claro que lo recuerdo. No podría olvidarlo. De hecho algunas noches todavía sueño con esos días —concordó, soltando el humo suavemente.
Sus dedos se helaban fuera de sus bolsillos, pero la necesidad de fumar todavía era más fuerte, así como no podía dejar de mirar la nieve sangrando ahora mismo. De pronto sus ojos se detuvieron en Hoseok, quien al igual que él, tenía esa misma mirada en momentos como este.
Como si sus pupilas también se hubieran descolorido.
—Sinceramente, siento que no quiero olvidarme de ellos. De Sunho y los abuelos. Creo que es por eso que sigo en el taller, en la vieja casa y no tolero días como estos. ¿Hay manera de superar la muerte? —preguntó, realmente sin saberlo.
—No se trata de olvidar, Minho. Hay cosas con las que sólo puedes aprender a vivir.
El mayor asintió de acuerdo, sintiendo su nariz empezando a aguar y tornarse colorada por el frío. Decirlo sonaba lindo y era más fácil que la práctica, porque en la vida real, aprender a vivir estaba lleno de pantanos.
—¿Cómo estás estos días? —si quería ser un poco más amable con Hoseok, debía empezar por mostrarse interesado.
Minho sabía que el castaño no quería dedicarse a esto. Hoseok, a diferencia de él, tenía más potencial para dar que este dolor en los hombros y las manos llenas de grasa. Pero estaba convencido de que no podía irse. Cuando finalmente se fue a la ciudad de Daegu a estudiar para ser bailarín, luego de años dilatándolo, tuvo que regresar a los meses porque Sunho había fallecido.
Ahora tenía miedo de volver a irse y perder a alguien más. Minho lo entendía, él tampoco tendría ánimos para continuar en su lugar. Tal vez él ni siquiera hubiera tenido el valor para iniciar algo diferente. Por casi dos años, Hoseok estuvo en terapia y le hizo bien entender que estaba pasando por un momento traumático del cual debía hacerse cargo.
Minho jamás había ido a terapia a pesar de que quizá lo necesitara porque no creía en esas cosas, aunque más allá de eso, le tenía miedo a los cambios.
—¿Estos días? Pues, cómo estoy... Creo que bastante bien —asintió con su cabeza, seguro—. Paso el tiempo en familia y atendiendo lo que puedo del taller cuando tú no estás. También he estado saliendo con Jun-ie, su novia-no-tan-novia y la granjera Nami. Estoy bien, como puedo.
El pálido sopló el humo, inhalando con cierta prisa. Su ceño se había hundido tras oír esas palabras.
—Si me permites darte un consejo, vete de aquí. No mueras en este lugar —sentenció, haciendo que el menor lo mirara sorprendido—. Intenta salir de este lugar, salir adelante incluso si tus sueños hoy se sienten lejos y tus pies sangran de tanto bailar después de un día entero en el taller. Sé cuán duro puede ser eso, porque el éxito sólo llega para el que renuncia a ciertas cosas. Por eso, olvídate de este lugar. Siempre recuerda que vivir en el pasado te quita más de lo que te da. Es algo que habrás aprendido en terapia, pero quería decirlo como tu hyung —desvió la mirada al suelo, incómodo por el silencio que se había formado.
Segundos después, los cuales parecían haber congelado el tiempo entre paredes, Hoseok soltó una risa asombrada y conmovida al mismo nivel.
—Wow... —exclamó—, suenas como una persona frustrada con sus sueños, Minho.
—Nunca tuve algo como un sueño. Puede sonar triste, pero ya me he acostumbrado y la vida puede ser más tranquila sin algo tras lo que correr —se convenció.
Y más vacía al mismo tiempo, pero era un pensamiento que no saldría a luz ahora.
—No sería capaz de dejarte a ti, o a mis nuevos amigos, o mi familia —contó, poniéndose más serio.
—Pero tampoco puedes atarte a este estilo de vida —refutó, lanzando su cigarro al suelo, el cual se apagaba en el manto helado—. Si quieres seguir aquí, terminarás como yo. Anclado a un tiempo diferente. Veo que las paredes del taller siguen agrietándose por la humedad y las viejas decoraciones empiezan a ponerse amarillas por los años. Y yo, a pesar de que todo a mi alrededor sea víctima del paso del tiempo, no puedo hacer otra cosa que seguir llevando este taller adelante. Porque sin mí, lo último que tengo de mi abuelo terminaría de morir.
—Minho...
—Sigue lejos. Alza vuelo y no mires atrás. Tienes toda la fuerza y capacidad para lograrlo. Por favor, sostén tu sueño con plenitud y sal de este lugar —se puso de pie, sin dirigirle la mirada.
Hoseok tragó saliva, sintiendo el nudo apretarse en su garganta. Se puso de pie, también lanzando su cigarro lejos.
—Entonces sigue tus propios consejos. No es tarde para que encuentres un sueño —insistió.
—Hoseok-ah, yo he nacido con una llave inglesa en la mano. ¿Qué quieres que haga a mis casi treinta años? —se rio—. De todas formas... Es algo que estuve pensando. Tal vez me vaya lejos. Tal vez venda el taller y me vaya de este lugar.
El pasado lo ataba a este lugar y este lugar lo ataba al pasado. Minho lo sabía bien. Era un círculo de angustia que debía romper por sí mismo. Ya había perdido demasiadas cosas.
Entró al taller, dejando al chico de gorro rojo bastante confundido por su cambio repentino. Aunque sólo fuera una idea, llevaba algunos días pensando qué podría hacer para efectuarla. Como por ejemplo, de dónde sacaría dinero si el taller ya no era su trabajo, dónde viviría o qué haría en su día a día si esto era todo lo que sabía hacer.
Hace poco, ese día antes de navidad, tuvo la revelación de que no estaba haciendo más que seguir el camino que dejó la muerte del viejo Gyu. Él no quería morir de ese modo.
Tal vez lo hablaría con Yuri cuando regrese. Esa citadina era buena para ayudarle a ver ciertas cosas. Por ahora, tenía que concentrarse en lo que tenía en frente y esos autos por arreglar que esperaban a sus dueños. Al minuto, Hoseok volvió a entrar animadamente.
—¿En qué te ayudo hoy? —sonrió, parándose a su lado.
Minho suspiró, volteando a verlo con su estúpido gorro rojo que sólo lo volvía más llamativo de lo que ya era.
—Oye... Vuelve a tu casa, ¿no sirvió nada de lo que dije? Empieza a planear la continuación de tus estudios desde ahora. No puedes ir a la ciudad con mugre bajo las uñas —se burló, empezando a abrir su caja de herramientas.
Shilby había despertado por el ruido y a pesar del frío, saltó para saludar a Hoseok, quien le dio caricias jovialmente. Al parecer su mascota era amable con todo el mundo menos con él.
—Para ir a la ciudad necesito dinero, genio. Trabajaré contigo hasta ese entonces, te guste o no.
Minho volvió a suspirar cansino, pero asintió de todas formas. Tampoco es como que iba a echarlo y siendo sincero, necesitaba una mano ahora mismo.
Era primero de enero. En la calle no había ni un alma pasajera. De vez en cuando, cada hora, la nieve volvía a acumularse en el pasacalle, pero sus espaldas ya estaban cansadas de tanto limpiarlo. Podrían soportar ver el blanco un poco más. Mientras tanto, la vieja radio sonó durante toda la tarde.
Minho incluso había recibido mensajes de Junho, Tiana y Nami deseándole feliz año nuevo. Le daba cierta esperanza, porque hasta hace un mes atrás, no hubiera recibido ningún saludo más que la señora Cho en la panadería o algún cliente loco.
El año había iniciado de la mejor manera posible, con aquella linda citadina que pase lo que pase, siempre estará agradecido de haber cruzado en su camino. Sólo esperaba que continuara de este mismo modo.
Minho tipeó una rápida respuesta para sus nuevos amigos, ocultando su sonrisa bajo el cuello de polar.
24
Hace una semana que Yuri estaba conviviendo en el campo de sus abuelos y todo se sentía liviano desde entonces, como si el mundo entrara en una especie de pausa cada vez que su abuela la miraba cocinar con una sonrisa orgullosa o el abuelo le mostraba satisfecho una de sus nuevas creaciones de madera. Entonces sus propias cargas también eran dejadas atrás; por primera vez, decía no tener tiempo para ellas.
La mayoría de las veces cuando sentía este tipo de paz, también llegaba una profunda desconfianza. Desde hace años, lo normal era convencerse de que la vida se trataba de constantemente sortear obstáculos. Pero también debía aprender a estar en paz consigo misma y eso implicaba poder dejar de pensar en ciertas cosas y poder pensar en muchas otras al mismo tiempo, como el perfume particular que regaban las flores al mezclarse con el agua congelada y el trigo escarchado; los hermosos paisajes que podía ver desde el primer momento que abría sus ojos hasta el momento de ir a la cama, con la luna pendiendo luz en sus sueños.
Era la casa de su infancia. Estaba de regreso al lugar donde todo había comenzado, como siempre que las personas perdían su camino. Entonces era normal que los recuerdos oscilaran como las motas de polvo que ondularon en el aire cuando volvió a abrir aquella pesada puerta blanca que era su habitación. Casi se asfixió al respirar el ambiente empolvado, era similar a abrir una caja del tiempo luego de años enterrada metros bajo tierra, y sintió el vértigo cuando pudo ver a su viejo yo a los ojos.
De todas formas, era peor convivir en la misma habitación que Minho y sus excesos de humo. Limpiarlo no fue complicado, sus abuelos lo hacían al menos una vez al mes, pero esa puerta no se abría hace tanto tiempo, tantos años, que eso resultó ser lo más difícil. Podía sentir los recuerdos como una pequeña mancha de humedad en la punta de su nariz. También, una suave mariposa se posaba entre sus dedos cuando acariciaba los bordes blancos de la ventana, con la pintura agrietada y esas manillas de acero desgastado que chirriaban al abrir, tenía que usar bastante fuerza.
Pero todavía pensaba que probar la cama sería lo más delicado. ¿No volvería a ser una niña cuando volviera a despertar? Yuri rio por sus tontas ocurrencias. Al final, lograr conciliar el sueño fue de sus menores preocupaciones, porque el día allí era sumamente largo a pesar de que anocheciera a las cinco y media de la tarde y amaneciera casi a las ocho del día siguiente.
Y si creyó que empezaba a comer bien desde hace un mes, es porque definitivamente no pasó por la cocina de la abuela. Amaba los fideos instantáneos, pero no había nada comparable a las sopas caseras y nutritivas.
Cuando al segundo día tras despedirse del mecánico, Yuri abrió las ventanas, encontró un paisaje color blanco que hizo temblar su corazón. Primero fue la belleza del campo cubierto de nieve; luego fue salir corriendo a avisarle a la abuela que las cosechas morirían por la época. Posteriormente, comprobó que las cosechas principales estaban en un invernadero desde ayer, que la escarcha anticipó las primeras nevadas. Algunas flores morirían, pero era parte del ciclo de la vida, renacerían en primavera. Rosales se habían congelado, plantas de lavanda y los pastizales de trigo. Las flores favoritas de la abuela estaban bajo el techo de la entrada, una lámina transparente que impedía que la nieve se acumulara en la puerta de la casa. Desde la ventana de la sala podía ver el ligero halo de luz que las mantenía vivas, como un respiro entre tanto blanco brillaban los rosados pétalos de los rododendros, las margaritas blancas que se camuflaban con la penumbra fría y aquellas hortensias de invierno lila.
Yuri respiró el aire frío aguando su nariz. Podía admirar los paisajes que sus abuelos tanto cuidaban por días enteros. Era precioso para retratarse con palabras, por eso podía sentirlo en todo el cuerpo sin razón, como cuando Minho y ella se miraban.
Naturalmente, su regreso a Seúl se había retrasado al menos una semana más de lo que tenía previsto en inicio. Todavía se quedaría algunos pocos días más en el campo de sus abuelos. Entonces, tenía fe de que muchas de sus dudas se aclararían y además, le daría la privacidad merecida a Junho en su cabaña, sabía que estaba invitando a su novia-no-tan-novia ahora que ella no estaba.
Esa mañana, Yuri bajó trotando a la cocina. Solía hacerlo de ese modo porque le emocionaba iniciar un nuevo día. La sala de estar era bastante similar a la cabaña verde jade de su mejor amigo, sólo que en lugar de sillones había una mesa de madera con un juego de cuatro sillas construido por su abuelo y almohadones amarillos tejidos por la abuela. Al lado de la chimenea, un poco más grande que la que tenía Junho, estaba el almohadón naranja donde dormía el perro de sus abuelos. No tenía nombre, porque cada uno lo llamaba por distintos apodos cada vez, pero aun así le recordaba bastante a Shilby en su comportamiento. Era más pequeño de tamaño y un poco más juguetón, puesto que tenía un año y medio. Su pelo era grisáceo, ligeramente sucio por el polvo de la tierra y el campo y tenía dos ojos color avellana claro que sus abuelos decían se parecía a los suyos.
Había un camino de jarrones que su abuela pintaba, cubiertos de flores y recuadros de plata brillante con fotos familiares, incluso de los abuelos cuando eran jóvenes. A un costado estaba la cocina, el lugar donde su abuela solía pasar el tiempo, era sumamente amplia que incluso tenían un segundo comedor, donde en realidad la abuela tejía y obraba cerámica.
Ese día al bajar encontró que no había ni un alma en la cocina. Extrañada, Yuri se acercó a la pequeña ventana, desde donde podía ver el invernadero, las montañas y también el lugar donde su abuelo estacionaba el Ford Cortina, bajo un techo de lámina lleno de pajaritos piando.
El lugar del coche estaba vacío. Si ninguno de los abuelos estaba, eso significaba que tendría que hacer la mayor parte de las tareas del día por sí sola, de modo que al regresar no tuvieran mucho acumulado por hacer.
Suspiró, sintiendo el tirón dulce que hacían sus músculos al moverse. El día anterior había ayudado al abuelo a limpiar el establo donde estaba su caballo Félix y a sacar malas hierbas. Había terminado tan cansada que cayó rendida luego de la cena y durmió casi diez horas.
Ahora el reloj marcaba las ocho y media de la mañana. Quería llamar a Minho porque hace mucho no escuchaba su voz, pero tal vez era demasiado temprano para molestarlo un sábado. No tenía la confianza suficiente para despertarlo sólo porque estaba sola en casa y aburrida, pero sí no tenía ningún problema en hacerlo con su mejor amigo.
Mientras saludaba al cachorro de sus abuelos y le daba algo de alimento para perros, Yuri marcó el número de Junho y aguardó unos momentos ser atendido.
—Mhh... —oyó un murmuro adormilado.
—Jun-ie, soy Yuri noona.
—Agh... —se quejó.
—No me gruñas. Soy tu mejor amiga.
—¿Qué hora es? Sueño...
—Son las ocho y media pasadas. No exageres, dijiste que tenías una vida de campo y ya es tarde.
Más sonidos incoherentes se prolongaron por varios segundos hasta que Junho logró despabilarse. Podía imaginar su rostro aplastado por la almohada, de ojos cerrados por la luz e hinchados en el reciente despertar.
—Ah, es muy temprano... Ayer salí de copas con Minho hyung y volví tarde —gruñó con la voz ronca.
Yuri abrió sus labios muda, todavía acariciando al cachorro quien comía batiendo su vaporosa cola gris.
—¿Ustedes se han vuelto amigos?
—Algo así. Supongo que ambos necesitábamos compartir nuestro mal de amores. Ah, pero de verdad, seguirle el ritmo a Minho hyung es complicado. Él no se pone borracho con nada y yo estaba ahí diciendo la primera pavada que venía a mi cabeza. Quedé como un tonto anoche.
—No me digas que él te trajo a ahorcajadas como un padre con su hijo adolescente —rio por la escena mental.
—¡Claro que no! —bufó tiernamente—. Eso no, tampoco a ese límite. Como sea, ¿no preguntarás qué pasó?
Yuri hizo una mueca pensativa.
—Lo que pase entre ustedes sólo es asunto de ustedes. Pero me preocupa que haya pasado algo con Tiana. ¿Qué es eso de "mal de amores"?
Mientras esperaba que Junho arrancara cuerda para hablar, se puso de pie para hervir algo de té en la pava. Su estómago necesitaba entrar en calor.
—Con Tiana... No pasó nada, sólo digamos que finalmente seguí tu consejo y me declaré.
Yuri casi se quema con la pava hirviendo.
—¿¡Que hiciste qué!?
—Sí, lo que oíste. No te hagas. Le dije que me gustaba y que quería formalizar algo con ella, ya sabes. Que seamos una pareja con todo lo que eso implica. Pero ella...
—¿Te rechazó?
—No sé si me rechazó, sólo me dijo que no se siente lista. Dice que le tiene miedo al compromiso, no porque no confíe en mí sino porque no tuvo experiencias precisamente buenas y hace mucho tiempo que no está con alguien en plan serio. Me pidió algo de tiempo, pero las cosas no están bien entre nosotros desde eso. Estamos algo tensos porque ella cree que yo no podré esperarla y me iré con alguien "sin problemas de confianza", como dice ella. Y yo, bueno... No puedo evitar sentirme algo triste en el fondo —relató.
—Oh, realmente lo siento... Debe ser muy difícil para los dos —empatizó, sirviendo el té de jazmín sin tanto ánimo como antes.
Junho asintió afligido.
—De todas maneras, descubrí que los consejos que da Minho son mejores que los tuyos. Es un hyung muy sensato para hablar.
—¡Oye, yo también soy tu noona y puedo ser igual de sensata! —reclamó.
Junho rio.
—No lo sé, Yuri-ssi. Igualmente, déjame decirte que has escogido bien. Minho es un hombre correcto. Me dio varios consejos sobre lo que puedo hacer ahora. También hablamos mucho de ti, como podrás suponer, e incluso él me pidió consejos sobre cómo proseguir contigo ya que soy tu mejor amigo y te conozco como si fueras mi otro par de medias. Y obviamente le dije todo lo que no debe hacer con una papanatas como tú.
—A ver, por ejemplo ¿qué le has dicho? —se sonrojó, sorbiendo de su té.
Así que Minho acudía a su mejor amigo para hablar en situaciones como estas.
—Le dije que cuando se casen, no espere que te despiertes temprano y le sirvas el desayuno, y que no te hable apenas te despiertas porque tienes un humor de perros. Pero al parecer él viene haciendo un buen trabajo.
—¿¡Cómo puedes decir eso de mí!? ¡Lo vas a espantar!
—Si no se ha espantado luego de convivir días contigo, no lo hará nunca —siguió burlándose—. Por cierto, ¿cómo vienen estos días dándose su espacio? Al final de la noche, él me vio algo borracho y me confesó que te extraña. Pensó que no lo recordaría, pero Junho no olvida nada de lo que le confiesan borracho.
Yuri apretó la taza de té entre sus manos y soltó un largo suspiro. De pronto ya no había necesidad de entibiar su cuerpo.
—Supongo que bien... Pero también empiezo a extrañarlo. Sé que sólo ha sido un mes desde que nos conocimos, pero realmente me he acostumbrado a su presencia. Tal vez porque he vivido cada día desde que empieza hasta que termina, siendo consciente de mi tiempo.
—Él también te extraña —se apresuró a decir.
—Es muy lindo —sonrió con cariño—. Siento que estamos avanzando a un ritmo prolongado que ambos controlamos a nuestro gusto. Se siente bien. Nunca me sentí tan cómoda al lado de alguien. Ya sabes que todas las relaciones que tuve antes estuvieron llenas de problemas, idas y vueltas que no llegaban a ningún lugar. En cierto punto, puedo entender a Tiana porque siento algo parecido. Cuando sólo hay problemas, tanto en la vida como en las relaciones, y finalmente llegas a un punto donde sientes paz, también llega la desconfianza y el miedo.
—Tienes razón. Tiana me dijo algo parecido. Que conmigo se siente cómoda pero eso le asusta, porque sus anteriores relaciones no fueron de ese modo.
Yuri asintió de acuerdo.
—Eres nuevo para ella y Minho es nuevo para mí. La diferencia es que ustedes llevan más de un año estando de este modo. Y a diferencia de nosotros, ya tuvieron ese tiempo necesario para conocerse —señaló—. En mi caso... Ahora que estamos un poco lejos, puedo permitirme pensar las cosas mejor. Y me doy cuenta que no quiero prolongar la distancia, porque quiero a Minho a mi lado y siento que este tiempo, además de hacerme reflexionar, también me está haciendo perderme días a su lado. ¿Por qué no le das un espacio a Tiana para que pueda pensar estas cosas? No intenten forzar algo que no encaja todavía.
Junho reflexionó en lo bajo.
—Sí, Minho hyung me dijo algo parecido. Que tomemos distancia por unos días para que ella pueda ordenar sus sentimientos sin sentirse presionada.
—Te aseguro que es lo mejor. Ella realmente te ama, Junho. Pero la vida y las personas no somos perfectas. Deja que pueda procesarlo —aconsejó, bebiendo de su té.
—Será difícil mantenerme lejos pero lo haré por ella. Ah, en fin... Y tú, idiota, si tanto extrañas a Minho hyung, ¿por qué no vas por él?
Yuri rio, dejando su taza en el lavabo para refregarla luego.
—Porque mis abuelos también son importantes para mí y ellos también me han extrañado. Todo llegará cuando sea su momento.
—Ajá, lo que digas... Por cierto, ¿no te aburres allí? ¿Qué es lo que haces?
Continuaron hablando cerca de media hora más, Yuri contándole cómo pasaba sus días aquí, entre las pinturas de su abuela y las labores del campo, hasta que fue hora de colgar y ponerse manos a la obra con las tareas del día.
Cuando sus abuelos llegaron, cerca de las seis de la tarde, ya había anochecido y Yuri se encontraba preparando la cena desde temprano, puesto que al día siguiente todos madrugaban. Los abuelos encontraron la casa impoluta, el caballo cepillado, alimentado y el campo libre de nieve.
—Hija, ¿has hecho todo eso tú? No lo puedo creer —musitó el abuelo, dejando las llaves de su coche en la mesa.
—Cállate, Bong-Cha. Agradece a la niña en lugar de decir tonterías que no suman nada —lo regañó, dejando algunas bolsas en las sillas—. Yu, tesoro, gracias por haberte encargado de la casa. Trajimos varios litros de leche, frutas y verduras de la granja del señor Wang. Nos quedamos charlando y entre cosa y cosa se nos hizo tarde —se lamentó, acariciando el hombro de su nieto.
Yuri cortaba arduamente algunas zanahorias para cuando ellos llegaron.
—No tienes que disculparte, abue. No tienen que avisar a la hora que llegan, esta es su casa después de todo —le sonrió para que se despreocupara—. Estoy preparando la sopa que me enseñaste. Hoy cocinaré yo, así que pueden descansar.
—Te haré un postre mañana, hija. Tenemos litros de leche y hay que usarlo en algo. Bong-Cha, ve a poner la mesa mientras yo ordeno las cosechas —le pidió, o más bien ordenó.
El abuelo accedió, llevándose el mantel de la abuela, los tazones, vasos y cucharas.
—Yu, ¿te acuerdas de la nieta del señor Wang? Ustedes jugaban con ella cuando eran niños —le dijo el abuelo, refiriéndose a Junho y a él—. ¿Cómo era su nombre, abuela?
—Ay, no me preguntes a mí. Sólo me sale "nardo".
—Con Na empezaba —insistió el abuelo—. Intenta hacer memoria. ¿Namu? Nam... ¡Nami!
—¡Nami! —exclamó la abuela de acuerdo.
—¿¡Nami!? —fue el grito de Yuri—. ¡Pero si es la granjera Nami! ¡Cómo pude olvidarlo! ¡Realmente ha cambiado mucho desde que era niña!
—Hija, ¿de qué hablas? —preguntó el abuelo, acercándose curioso a la cocina.
Sus abuelos estaban algo sordos así que se la pasaban gritando y tampoco la escuchaban muy bien cuando les hablaba desde otra habitación.
—Nami está en el barrio de Daegu ahora y es amiga de Junho. Pasamos la navidad juntos. No puedo creer que ninguno de los dos se acuerde del otro. Tienen una memoria de pez.
—Ohh... —exclamó la abuela—. ¿Cómo está Nami? Según el señor Wang, hace años se fue de casa y ahora está trabajando en las cosechas, pero parece que está ahorrando porque quiere irse a estudiar al centro.
—No sabía eso —se asombró—. Bueno, hablamos cada tanto por mensajes pero no somos muy cercanas aún. El que es más cercano con ella es Junho. Podría preguntarle cómo está.
—Sí, los Wang estaban preocupados por ella porque hace tiempo no viene a visitarlos —habló el abuelo, guardando los litros de leche en la heladera.
Yuri prometió que le preguntaría a su mejor amigo y les contaría. Mientras sus abuelos conversaban del tema, recordando algunas anécdotas de cuando su nieta era una niña, una bocina se escuchó desde la entrada.
Ella se acercó a mirar por la ventana, pero la noche era muy oscura para distinguir algo más que las luces delanteras de un coche brillando. Sus abuelos estaban sordos y no llegaron a escuchar nada.
—¿Esperaban a alguien, abues? Hay un auto afuera —gritó para que lo oyeran.
—No, hija. Debe ser el vecino de siempre pidiendo la cosecha de trigo. ¿Puedes ir a decirle que la cosecha se retrasó por la nieve? Yo seguiré con la sopa —pidió su abuela.
Yuri asintió, quitándose el delantal y lavándose las manos. Se calzó su bufanda y un abrigo antes de salir al frío de la noche.
Por supuesto, lo que no esperaba era ver aquel Chevrolet Nova verde militar y Minho reposando afuera con su cazadora de cuero, un cigarro a medio acabar entre sus manos, la nariz tan roja como reno de navidad y unos ojos que decían todo sin necesidad de palabras.
Y las escarchas de nieve alrededor se derretían.
25
Él estaba ahí y brillaba. Era todo lo que sus ojos podían ver. Con el aliento enfriándose en sus labios, apenas escapando de su cuerpo y la conocida sensación de mareo cada vez que estaban cerca. Cuando Minho tocó su rostro, sus manos se sintieron frías.
Ahuecó sus mejillas entre manos y se agachó varios centímetros, lo suficiente para verse a los ojos directamente. Supo que él llevaba unos zapatos de tacón negros, lustrados y lo sobradamente relucientes para alguien que solía ver con borcegos de tierra. Todo le quedaba bien, incluso las facetas que no conocía.
Agachado, Minho la miró de cerca, entre largas pestañas oscuras de ojos rasgados.
—Te extrañé, Yuri-ah. No pude soportarlo más y vine a verte —le confesó, con su aliento vaporeando blanco.
Siete días alejados. ¿Jun-ie le había recomendado hacer esto el día anterior? ¿Él le dijo cuánto le gustaban estas tonterías románticas? Era una noche nevada de principios de enero. Empezaba a caer una llovizna fría que se congelaba al tocar el suelo y sus piernas, enfundadas en un pantalón de pijama, empezaron a temblar. Fue una noche como esta que Minho vino a buscarla, a pesar de que no había huido en primer lugar.
Sus cabellos negros, largos hasta los pómulos, caían suavemente con aquel desproporcionado mechón gris. Dos ojos negros lo miraban profundamente y brillaban con el paisaje blanco.
—Minho...
Y quiso decirle tantas cosas, pero sólo pudo abrazarlo en ese instante. Sus cortos brazos lo estrecharon con fuerza, sintiendo las largas manos reposando despacio en su espalda. Lo rodeó, sintiendo que esa chaqueta de cuero estaba tan helada como el aire y que quizás, así debía sentirse el mundo entre brazos.
—¿Por qué pareces tan sorprendida? —se asombró él, escondiendo una sonrisa.
—Porque lo estoy, idiota... —musitó sin separarse—. ¿Cómo puedes ser así de idiota? Es de noche y está nevando. Manejar en la ruta en estas condiciones es muy peligroso, y encima en un descapotable... Estás helado. Podría haberte pasado algo. ¿Qué hubiera hecho de ser así? Torpe, eres torpe —se separó unos centímetros para verlo a los ojos.
Sus manos se aferraban a sus hombros, sus ojos se llenaban de lágrimas.
—Cállate, citadina. Sólo cállate —le pidió él, tomándola de la cintura—. Sabes cuál es mi manera de callarte, pero no lo hago por respeto a tus abuelos. Realmente mereces un beso ahora mismo.
Minho tocó sus finos labios juguetonamente con su pulgar antes de volver a ahuecar su rostro entre manos.
—Tengo razón, podría haberte pasado algo. No tienes excusa —reprochó en lo bajo.
—Y yo dije que no hay hora para extrañar a mi chica y venir a verla. ¿Tienes algún problema con eso? —volvió a insistir, alzando el pequeño rostro y sus ojos penetrándola con la seguridad de sus palabras.
Minho lo vio todo en esos ojos avellana. Y Yuri no se vio capaz de decir nada, sólo pudo cerrar sus párpados y dejar que sus narices se acariciaran, heladas por la nieve que empezaba a llenar sus cuerpos de agua.
Tomó su mano entre la suya y lo guio hacia adentro.
—Supongo que no tendrás vergüenza de que te presente a mis abuelos ahora, ¿verdad? —preguntó antes de abrir la puerta, sólo para estar segura.
Minho se carcajeó, negando con su cabeza. Yuri realmente no pensó que su noche terminaría de esta manera, pero era también por lo imprevisto de la situación que se sentía profundamente emocionada. Tomó un largo respiro antes de arrastrar a su mecánico favorito hasta la cocina.
Los abuelos no se dieron cuenta de que llegaron, pues estaban de espaldas probando la sopa que su nieta había hecho. La casa estaba tan caliente en comparación al cuerpo de su mayor que de pronto quiso protegerlo para siempre.
—Abues... —alzó la voz para que lo oyeran—. Abues, pongan mesa para cuatro. Tenemos un invitado especial hoy.
Su voz había temblado ligeramente por los nervios, mas todo resto evaporó de su cuerpo cuando observó la expresión de sus abuelos. Si bien estaban tan sorprendidos como ella, sus rostros también se habían iluminado.
Minho tenía ese efecto en las personas.
La abuela fue la primera en acercarse y rastrear la apariencia del hombre de pies a cabeza. Minho llevaba los pantalones negros que Tiana le había regalado, así como esa camisa a cuadros azul y la chaqueta de cuero sobre la misma. Junto a sus cabellos desordenados y el aroma a tabaco, profería un aire sumamente varonil.
—Minho. Encantada de conocerla, abuela Kim —se apresuró a ser el primero que hablara, haciendo una ligera reverencia.
Yuri lo miró orgullosa, mientras que la abuela quedó muda por unos segundos.
—¿Minho? Pero no luces como ese mecánico. Oye, Bong-Cha, ¿realmente es el mismo tipo del Ford Taurus? —le pegó al abuelo al brazo para que despertara de su asombro.
—No sé querida, ha pasado tiempo. Debe ser el mismo pero un poco más limpio.
Yuri soltó una carcajada inevitable. Sus abuelos eran lo mejor.
—Bueno, basta de formalidades. Él es Minho, el hombre que les dije que... —tragó saliva—, como sea. La sopa ya está lista. Toma asiento donde quieras, Min.
El mecánico negó, sin mostrar expresión en su rostro.
—Déjame ayudarte a servir, lindura.
—¡No me digas así frente a los abuelos! —exclamó apenada, tomando un tazón.
Minho tomó el otro, ignorando los ojos juzgones del abuelo Bong-Cha y los golpecitos que la abuela le daba por mirarlo de esa manera.
—¿Citadina?
—¡No!
—Bebé.
—¡Sólo dime Yuri! —le extendió el tazón lleno con algo de fuerza para que lo llevara a la mesa.
Minho se carcajeó, llevando también los próximos tazones a la mesa.
—Sólo intentaba aligerar el ambiente. ¿Qué tal ha estado su Ford Cortina, abuelo?
Y con esa pregunta, supo que ya le había caído genial a Bong-Cha. A la abuela, como sucedió con ella, ya se la había ganado desde el primer momento.
***
En inicio, el abuelo había prohibido que durmieran juntos en la habitación de su nieta. Yuri intentó convencerlo alegando que no había un sillón en la casa y tampoco otra cama disponible, pero Bong-Cha seguía prefiriendo que Minho durmiera en el piso con el perro en lugar de estar con su nieta en su propia casa. Por supuesto, todo su escenario duró hasta que la abuela le cerró el telón con un par de regaños. El abuelo se calmó y terminó accediendo cuando su esposa lo tomó de las orejas con fuerza y lo amenazó con que pasaría la noche en el establo para reflexionar sobre sus actos. Tras el cese de su discusión, los mayores de la casa subieron a su habitación para dormir ya que al día siguiente despertaban temprano. Mientras tanto, ellos se quedaron limpiando la cocina.
—Le caíste excelente a los abuelos. Pero no olvides que sigo enojada contigo por arriesgarte en la ruta —le volvió a decir, alcanzándole una olla limpia y señalando la alacena en la que iba—. Aun así... Yo también te extrañaba mucho. Pensaba regresar el lunes a primera hora.
—Acabo de ganarme a tus abuelos, Kim Yuri. Ya no puedes recriminarme nada —insistió él, abrazándola por la espalda.
Su corazón dio un vuelco cuando sintió el rostro de Minho reposando en su hombro izquierdo, mientras el calor de su pecho formaba una burbuja cálida en la zona de contacto.
—Lo que digas... —continuó lavando las cucharas—. ¿Junho tiene algo que ver con todo esto? Me contó que salieron de copas anoche.
—No. Todo fue idea mía. Ese mocoso no podría dar tan buenos consejos.
—Ah, porque el sensato eres tú... —rio.
Podía sentir la respiración de Minho por encima de su cuello y algunos cabellos negros haciéndole cosquillas, despidiendo aquel aroma a menta y champú.
—Supongo que me falta algún tornillo en la cabeza, pero no es nada grave —bromeó, separándose para guardar las cucharas.
Yuri secaba sus manos luego de haber terminado de lavar y se colocaba una pequeña crema de manos que su abuela utilizaba para evitar la resequedad del detergente.
—¿Cómo has estado estos días, Min?
—Trabajando bastante —resumió—. Más allá de eso, hay algunas cosas que quiero contarte.
—¿Quieres subir arriba? —ofreció, su gesto más preocupado.
Minho aceptó con un asentimiento de cabeza, dejando que la citadina tomara su mano para subir las escaleras de madera blanca, las cuales rechinaban hacia el final. Llegaron a un pasillo de paredes color durazno con tres puertas: la más alejada era la habitación de Yuri, a su lado había un segundo baño. En el otro extremo yacía el cuarto donde los abuelos dormían.
Como tenía una caldera eléctrica encendida en su habitación, la diferencia de temperatura los abrazó apenas entraron.
—Ponte cómodo, Min-ie. Si tienes mucho calor, puedo apagar la caldera —ofreció, quitándose las pantuflas y lanzándolas por cualquier lado.
—No, está bien. Puedo desvestirme —dijo como si nada.
Minho se quitó la chaqueta de cuero, dejándola sobre un puf azul que había en el cuarto. Luego fueron sus zapatos y la camisa tejana, quedando en una camiseta blanca manga larga. Yuri se había sonrojado sólo por verlo desabrochar los botones uno a uno.
La caldera seguía encendida, manteniendo el ambiente en una temperatura cálida. Paralelamente, la luz de la luna caía fría sobre las sábanas blancas, desarmadas desde esta mañana. No había necesidad de encender ninguna luz porque la luna tenía el paso libre para iluminarlos junto a los faroles blancos de la entrada.
Pronto el mayor tomó asiento en el colchón y palpó sus muslos, invitándola a sentarse en su regazo. Yuri pensó que podría quedarse allí por siempre al sentir el peso de sus brazos envolviéndola por la cintura y el perfume que la embriagó tan de cerca, como una nube de calor.
Hace tiempo que los colores se sentían más vívidos cuando él estaba cerca.
—Te escucho, Min-ie —murmuró, con el rostro hundido en su cuello.
Sentía su aroma camuflándose en su nariz y sus pulgares rozando su cintura sobre la ropa. En ese escenario, la voz de Minho la arrulló al colorearse.
—No es una gran noticia. Vendí el taller esta mañana —confesó.
—¿Qué? —soltó en su asombro, separándose de su nueva almohada para verlo a los ojos.
Al notar que su cuerpo se había tensado, el mecánico la abrazó con fuerza para transmitirle calma.
—Hay un cliente que está interesado hace años en comprar el taller. Después de pensarlo por un tiempo, simplemente tomé la opción de hacerlo —resumió ante la mirada perpleja de la menor—. Te preguntarás qué haré de mi vida a partir de ahora, pero no es algo que pueda responder, porque yo tampoco lo sé. Sin embargo, algo tengo seguro y es que no tengo problema en salir a cosechar para ganarme la vida hasta averiguarlo. Sólo ya no quiero más herramientas en mi vida —hizo una pausa, con sus ojos en la luna—. Sabes que mis últimas herramientas las usé en ti.
—¿En mí? —titubeó.
La esfera blanca se reflejaba en sus pupilas como la frágil luz de una luciérnaga parpadeando en el limbo. A pesar de que él no la mirara a los ojos al decirlo, pudo saber que no mentía.
—Lo sabes. A esta cabecita le faltaban algunos tornillos —se burló—. Y a tu corazón... ¿No lo hemos hablado ya varias veces? No me hagas repetirlo. También puedo sentir pena.
Yuri sonrió, sintiendo su rostro calentarse y se escondió en el amplio pecho. Tal vez hablar desde allí se le haría más sencillo.
Porque era cierto y también temía de ello. De la manera en la que él podía decirlo tan fácilmente, como si no temiera escarbar más profundo y encontrar esos aspectos que más lo decepcionaban de sí misma.
Se preguntaba si tal vez Minho era el indicado, si acaso tenía la manera exacta para hacer que se quedara.
Antes de que deseara huir. Antes de que fuera demasiado tarde.
Creía que en el fondo lo sabía demasiado bien. Eso que atemorizaba hace tiempo estaba sucediendo. El humo se había disipado y sus heridas se habían transformado en estrellas. Temblaba, pero era fácil de abrigar. Y cuando Minho notó lo frío que estaba su cuerpo, él le repitió que se quedaría a su lado aunque no tuviera más que una pobre cobija rota para los dos.
—Así que supongo que los dos estamos perdidos... Otra vez —sonrió Yuri.
—¿Por qué lo dices? —murmuró él en su oído, con un tibio aliento.
Las caricias en su cintura se intensificaron, de pulgares a manos completas. Y le gustaba, porque a pesar de sentirse frágil, él no temía romperla.
Yuri suspiró, anticipando que lo próximo sería difícil. No había una respuesta clara del por qué estaba perdida, pero podía empezar por lo que estaba a su alcance.
—Volveré a Seúl —confesó, saliendo de su cobijo.
La decepción que leyó en los ojos de Minho la paralizó por un momento. Ella sabía que el amor era peligroso, pero aun así no quería ser la que dañara de los dos.
—No, no pienses que será para quedarme —detuvo sus próximas palabras, tomándolo de los hombros—. Sólo iré a buscar algunas cosas. Después de todo, ya no puedo volver a ese lugar. No puedo volver a pisotearme a mí misma de esa manera. Y bueno... Puede que también me hayan despedido del trabajo —rio.
El jefe de Yuri la había llamado hace un par de días preguntándole por qué no había regresado, ya que su fecha de reingreso había vencido tiempo atrás y tenía varios trabajos pendientes que esperaban su respuesta. Cuando Yuri atendió su llamada, no pudo evitar mandarlo al carajo.
—Y eso hice. Lo mandé al carajo. Se sintió muy bien —asintió, orgullosa de sí misma.
Minho soltó una carcajada, pero aun así no podía evitar manifestar su preocupación.
—¿Estás segura de esto, lindura? Perder el camino es algo difícil.
—Lo estoy. Iba a hacerlo incluso si no nos conocíamos, tarde o temprano. Tal vez estoy a punto de estrellarme, pero no pienso detenerme.
—Esa es la actitud. Lo superaremos —aseguró Minho, fundiéndola en un abrazo.
Yuri asintió, rodeándolo con fuerza mientras sus pechos chocaban cálidamente. De pronto, la cercanía fue tanta que ambos cayeron de espaldas a la cama, entre risas.
Se acariciaron por unos minutos, bajo la frígida luz de la luna y sus miradas conectadas.
—¿Qué tan mal estaría si te hago el amor en la casa de tus abuelos? —le preguntó él, sus dedos largos escabulléndose bajo la camiseta.
La menor negó, con sus mejillas sonrojadas.
—Ellos están sordos y de todas formas sospechan que sucederá.
Entonces Minho sonrió, atrayéndola a su cuerpo para besarla y quizá, sentirla un poco más de tiempo para dejar de sentir.
26
Minho no estaba acostumbrado a ser la primera opción de alguien más, por lo que aún lo descolocaban algunas acciones de Yuri. Especialmente el hecho de que aunque había visto sus cicatrices, ese dolor profundo que cambia de tonalidades todo el tiempo y se arraiga más con los años; incluso así, Yuri decidió permanecer a su lado.
Era en momentos como esos que ella se le aparecía como un grácil girasol al viento, meciéndose bajo el cielo despejado de primavera. Una flor delicada que carecía de espinas que pudieran lastimarlo. Y aunque ella no lo supiera, tampoco tenía la capacidad de lastimarse a sí mismo, ni sus preciosos pétalos ámbar. Poseía una belleza que persistía con una fuerza dorada y vibraba bajo los débiles rayos del invierno. Que se arrullaba en el silencio incluso si con sus miedos llegaba el paisaje plomo, aquel en el que Minho más se reconocía.
Por un momento, tuvo miedo de saberlo. Creyó que ella no se quedaría a su lado, porque así como las estaciones cambian cada año, las personas también se esfuman cuando una nueva temporada arriba. ¿No era eso algo extraño? Tenía la sutil corazonada o presentimiento que pocas veces llenaba su corazón, algo cercano a la esperanza: el amor podía ser inestable, de bordes suaves dulces, pero contrario a lo que esperaba, allí no había un profundo amargor en su interior.
De vez en cuando, Minho ansiaba huir lejos. A ese mundo monocromo que había llegado a instalarse en sus fóveas todo este tiempo, al que irremediablemente se había acostumbrado. Porque descolocaba la facilidad con la que el mundo había cambiado desde que Yuri llegó a su vida y los colores lo invadieron todo como tibios suspiros. Quizá por ese afán realmente no creía merecer ser mirado de esa forma, como si algo en él valiera la pena, como si el entendimiento cabal de lo que la palabra amor significaba estuviera justo allí, en sus pasmados ojos negros y el cuerpo que estaba frío, siempre frío, necesitado de huesos que nadaran en volutas de humo.
No importaba si tenía que armarse, ropa por ropa, frente al espejo opaco de su cuarto de baño antes de iniciar el alba para poder resistir esa imagen que él había creado y llevaba su nombre. Yuri estaba allí y lo miraba, lo miraba siempre como si fuera suficiente, incluso aunque ya no hubiera un bosque verde que entregar en su corazón, desforestado de cenizas ambarinas que refluían con más fuerza cuando el ambiente estaba oscuro.
Pese a que no tenía nada que lo volviera capaz de amar a alguien más, supo esa mañana que la fuerza de sus sentimientos no podía ser efímero, ni parte del tiempo. Creyó que finalmente había sido capaz de entibiarse, y no era un desatino decirlo. Todo esto, ellos dos, repentinamente valía la pena.
Porque si de pronto volvía a perder el rumbo o terminaría volviéndose un mínimo error, una partícula en el aire, de igual manera se deslizaría despacio a quitar aquellos mechones rebeldes de su frente cuando, luego de regresar del campo de sus abuelos y arribar a su choza, Yuri soltó un suspiro cansado.
Deseó que pudiera entenderlo en ese momento, pero resultaba demasiado ambicioso de su parte. Por primera vez, Minho estaba invitando a alguien a su hogar. No podía ser otra sino ella, que entendía exactamente lo que tenía para darle.
—Déjame ayudarte con alguna mochila, Min-ie —se apresuró Yuri, intentando tomar una de las dos que su mayor llevaba.
—No es necesario. Las dejaré aquí —las arrojó a su duro sillón—. Lamento el aspecto de mi choza. Si preguntas por Shilby, fue a dar un paseo con Hoseok.
Le había prometido al castaño, quien se autoproclamaba el tío de Shilby, que le prestaría a su mascota por unas horas. No se sentía muy contento con la idea, pero como no había estado presente para darle el paseo matutino creyó que podría tener al menos una buena acción. Ellos dos se llevaban bastante bien, en realidad su mascota parecía preferir a cualquiera más que a su huraño dueño que no le dejaba orinar los postes de luz.
—Es la tercera vez que te lamentas por el aspecto de tu casa —rio la menor—. No creo que esté tan mal como dices...
Minho lo miró con descreimiento.
—No me ofenderé si lo admites, lindura.
Las paredes tenían manchas de humedad y nicotina, sumando al hecho de que las cortinas llevaban bajas desde hace dos días y el aire se olfateaba viciado, en una mezcla de encierro y tabaco.
—De hecho, luce más limpio y ordenado de lo que pensé —volvió a insistir, recorriendo la sala como si fuera un museo.
No había muchas decoraciones de igual manera. La mayoría eran recuerdos de sus abuelos y Sunho que todavía conservaba en algunos muebles, pero Yuri parecía entretenida en sacarle el polvo con los dedos a aquellos retratos y fotografías. Mientras lo veía pasearse por su sala, Minho tomó asiento en el sillón y cruzó sus piernas divertido.
—Estás equivocada si piensas que mi casa será igual que mi viejo taller. ¿Creíste que aquí también habría herramientas y manchas de aceite? —se burló.
—Claro que no. Pero no olvides que soy una diseñadora de ambientes, después de todo.
—¿Y cuál es su conclusión, señora licenciada? —ahogó un bostezo, inclinándose para tomar una mandarina del frutero.
Comenzó a pelarla con sus dedos largos y una paciencia que sólo dedicaba a contadas cosas.
—¿Por qué no le damos un poco de color? Creo que eso es lo que le falta. ¡Pintaremos tu casa y la dejaremos como nueva! —exclamó dando saltitos eufóricos, como si esa fuese la idea de su vida.
Minho resopló.
—Creí que estabas agotada luego de una semana ayudando en el campo de tus abuelos. ¿No te quejaste de eso durante todo el viaje? ¿Cómo tienes tantas energías para eso?
Llevó un gajo a su boca, sintiendo el cítrico jugo exaltar su lengua. Mientras tanto, Yuri lo miraba como si hubiera sentenciado una condena.
—¡Se supone que hago esto por ti! ¡No se trata de mi satisfacción personal!
—Ajá, como digas. ¿Qué pinturería conseguirás cerca de aquí? Ah y por si no estás enterada, el litro de pintura sale realmente caro.
—Eres un huraño pesimista, Minho —lo fulminó, con las manos en su cintura—. Al menos podremos pintar algunas paredes. Estaba por decirte que Jun-ie tiene algunos baldes de pintura sin usar.
—Ah, qué conveniente.
—Si está cansado de manejar, présteme sus llaves y yo lo llevo —extendió su palma abierta.
Minho terminó su mandarina con una ceja alzada y limpió sus pegajosos dedos en sus pantalones.
—¿Por qué me tratas de usted de pronto?
—Es la única forma de que cerremos este trato —persuadió.
El mayor soltó una carcajada baja, pero terminó hurgando sus bolsillos hasta dar con su juego de llaves. Se lo lanzó, el cual fue atrapado por Yuri rápidamente.
—Apenas llegamos y ya me haces salir de nuevo. Eres todo un caso único, Yuri-ah —negó con su cabeza.
Fue así como cerca de una hora después, luego de recoger la pintura y quedarse conversando un rato con Junho, que ambos volvieron a la casa de Minho con dos pesados baldes de veinte litros.
—Conduces como una niña —se burló el mayor.
—Nada de eso. Que tú no respetes las normas de tránsito no es mi culpa —viró sus ojos, dejando el balde con fuerza en la entrada—. Por cierto, ¿qué colores son estos?
Ni siquiera se habían tomado el momento de revisar las etiquetas. Fue entonces que un suspirante y ligeramente gruñón Minho se acercó a leerlas.
—Una es azul y la otra... Amarillo —gruñó en desacuerdo, llevando su flequillo hacia atrás—. No pienso pintar mi casa como un circo. Deberías haberme avisado antes, Yuri.
La pelinegra puchereó. Eran sus colores preferidos. Recordaba que hace un año atrás su mejor amigo le había dicho que tenía intenciones de renovar la cabaña para cuando ella viniera, pero al final no lo hizo porque Yuri no pudo visitarlo ese invierno.
—No seas malo. Confía en mi criterio. Además, será divertido —intentó convencerlo—. ¿No crees que le falta algo de color a este lugar?
Bastó que Yuri le pusiera esos ojos de cachorro para que el mayor se ablandara.
—Como sea, haz lo que quieras. Con una condición —alertó antes de que ella festejara—, no pintaremos mi habitación, al menos no de estos colores.
Yuri celebró de acuerdo, envolviéndolo en un cálido abrazo donde su mayor terminó despeinando la mota de cabellos negros.
Lo primero que hicieron fue ventilar el ambiente y sacar las cortinas. Luego, Minho se encargó de correr los muebles con uso de su fuerza. Tras prestarle una camisa vieja a Yuri, la cual le quedaba larga hasta las rodillas y ponerse una él mismo que pudiera ensuciarse, ambos comenzaron a preparar la pintura.
—¿Has pintado alguna vez? —curioseó ella mientras mezclaba la pintura azul.
—Ayudé a pintar el taller, la vieja casa de mi infancia y también esta choza hace varios años. ¿Y tú?
Minho mezclaba la pintura del otro color con un broche en su cabello que sostenía su largo flequillo para que no se manchara. Era de una margarita amarilla y solía ser de su abuela, lo que le sentaba adorable. A pesar de haberse mostrado renuente al principio, su expresión lucía ahora relajada.
—También pinté varias veces. Así que puedes estar tranquilo de que no resultará en un desastre.
El plan de Yuri estaba en su cabeza y lucía genial. La cocina iría en amarillo y el resto de la sala sería azul, el cual no resultaba desagradable porque era un tono oscuro en marino. Le parecía un bonito color para una sala de estar y el amarillo siempre quedaba bien con las cocinas, especialmente en la de Minho que era tan opaca por la falta de luz.
Luego podrían añadir cortinas a juego y algunas plantas como decoración. Mientras le comentaba todo eso a Minho, no pudo evitar pensar que parecían una pareja de recién casados.
Comenzaron a pintar entre aquellas conversaciones, con la radio meciendo sus sonidos de fondo.
—¿No sientes que los días están pasando demasiado rápido últimamente? —caviló él de pronto, concentrado en dar sus pinceladas.
Tenía un jardinero de jean azul que junto al broche de margarita en su cabello lo hacía lucir realmente tierno, como si ese tosco mecánico hubiera quedado sepultado en el tiempo. Sus dedos ya se habían manchado de pintura aunque apenas habían empezado con la primera pared.
—¿A qué te refieres con eso, Min-ie? —preguntó luego de unos instantes.
—No lo sé. Desde que llegaste a mi vida, el tiempo simplemente parece no sentirse.
Yuri sonrió con cariño. Quizás el tiempo realmente dejó de correr desde ese día.
Fuera el cielo estaba completamente gris y empezaba a caer una ligera llovizna de invierno. Pero extrañamente, cada vez que estaban juntos, el ambiente se nublaba de una calidez profunda de hogar.
—La pintura tardará en secarse con este clima. Intenta no mancharte, Minho.
—No me estoy manchando, citadina —aseguró, algo molesto por recibir esas indicaciones como si de un niño se tratara.
Entonces Minho rascó su nariz cuando uno de sus cabellos cayó del broche, haciéndole cosquillas. Yuri se giró a verlo curiosa, encontrando que él efectivamente tenía un punto azul en la punta de su nariz luego de eso.
Minho escuchó una carcajada que no logró entender.
—¿De qué te ríes, citadina? —gruñó.
Pero Yuri no dejaba de sonreír y señalarlo con su brocha, que por cierto empezaba a gotear en el suelo. Minho le recriminó ese hecho, tomando su muñeca para que enderezara la mano y la alejara de su pobre piso.
—Tienes... Tienes una mancha en tu nariz —rio.
El pálido llevó su mano a la nariz por reflejo, manchando ahora su mejilla con la pintura que no terminaba de secar en sus dedos.
—Joder... Lo empeoré, ¿verdad?
Yuri asintió entre risas, tomando su rostro entre sus manos, las cuales estaban completamente limpias. Intentó quitar la pintura azul de la delicada piel con la bocamanga de su camisa, mirándolo como si fuera un pequeño gatito bebé.
—Minho, eres tan tierno —rio.
El mayor se sonrojó, sintiendo sus mejillas calentarse como pocas ocasiones hacía. Tras limpiar su piel lo mejor que pudo, ambos continuaron pintando, Minho esta vez teniendo más cuidado de no mancharse.
Sus codos chocaban de vez en cuando por la cercanía.
***
Fue cerca del anochecer que terminaron con su larga sesión de pintura, pues se habían tomado algunos descansos en el proceso. Pidieron una pizza a domicilio y Minho descorchaba dos cervezas de su nevera, todavía con algunas manchas de pintura azul en sus brazos pálidos. Las llevó a la mesa de la sala, ahora azul, y tomaron asiento en el suelo.
Hace tiempo que su mundo no se veía como antes, pero no era más que una mera idea. Ahora que se había materializado a su alrededor, con unos colores que jamás creyó atestiguar en su propia casa, no podía evitar sentir que ese no era su hogar en lo absoluto.
Se lo mencionó varias veces durante la cena.
—Creo que tardaré en acostumbrarme, pero no está mal —Minho le dio un trago a su vaso, admirando alrededor con ojos críticos.
Shilby había vuelto hace unas horas y también lucía igual de curioso por su ambiente, donde incluso la disposición de los muebles había cambiado. Quizás era el más descolocado de todos.
—Minho... —murmuró.
Y Yuri no tuvo que decir nada, porque él lo dijo todo.
Sabían que desde aquella semana de distancia las cosas se sentían diferentes. Algo había cambiado, barrido por la lluvia. Como si el agua de sus cuerpos se hubiera renovado por completo y dictara que algo en sus interiores ya no era lo mismo.
Minho apartó la cerveza en el suelo, relamiendo sus labios. Todavía flotaba aquel aroma que lo definía y ahora enviaba un tirón pesado en su corazón de lo que alguna vez fue dulce.
—No te pediré que te quedes a mi lado, Yuri —dijo, mirándola a los ojos—. Te lo dije antes, ¿no? Quizás el Minho que conoces durante el día es muy diferente al Minho que, de noche, agacha su cabeza.
—No importa el Minho que seas. Cuando yo te miro a los ojos, sólo hay uno para mí —rebatió la menor, ya entre cansada por el viaje y la sesión de pintura.
Durante el día, Minho decía que le mentía sin quererlo. Solía preocuparle el hecho de no tener nada que ofrecerle, de sentirse quizás como un saco de tinta estropeado que manchaba erradamente alrededor.
Y nadie quería ensuciarse en estos tiempos. Especialmente, como el mecánico tan instruido que decía ser, no era nada natural el sentimiento de que todo bajo sus manos se rompiera. Esa era su sensación cada vez que se decía a sí mismo por qué no intentarlo.
A veces sentía que podía regalarle aquellas palabras de aliento. Decirle lo que él mismo querría escuchar, que podrían superarlo y seguir adelante. Pero otras veces, cuando su verdadero yo despertaba del sueño profundo, Minho agachaba su cabeza y huía antes de ser lastimado.
—Aun así, no puedo pedirte algo tan egoísta. Sabes que no tengo nada para darte. Ni siquiera estamos seguros de llamar a esto amor —continuó, volviendo a tomar su cerveza—. Y sólo... Te pediré una cosa más. Si regresas, si encuentras algún lugar donde regresar que no sea a mi lado, sólo hazme el favor y no me olvides.
Yuri sintió el dolor acumularse en su pecho, junto a ello su alrededor se tornaba difuso. Los espasmos enviaban corrientes como olas furiosas en su cuerpo. De aquella vez, extrañamente, sólo podía recordar las manchas azules de los brazos de Minho y cómo estás se traslucían con el color de las paredes, quizás porque todo su mundo estaba sacudiéndose en ese momento, hasta que las imágenes perdían su unidad.
Junto a eso, había muchas cosas que el tiempo no podía borrar.
—¿No eras un hombre seguro de lo que quería? Me prometiste que eras sincero, siempre —atinó a decir en un hilo de voz.
Supo que aquello se sintió como su último intento.
No fue capaz de reconocer la voz que había salido de su propia garganta. Para Yuri, nada de eso tenía sentido y es por eso que no quería escucharlo.
—¿Estás enamorada de mí, Yuri?
Minho no la miraba a los ojos. Y por primera vez no se sintió capaz de delinear su perfil de blanco escarlata, el cual se le aparecía como una nube que poco a poco empezaba a perder su forma en el cielo.
—Si digo que sí, ¿saldrás corriendo asustado? —abrazó sus rodillas.
El estómago se le había cerrado. No quería sentirlo, no quería escucharlo. Minho negó con su cabeza, ahogando una pequeña risa.
—Lamento darte la bienvenida tan tarde, Yuri-ah —dio un trago a su cerveza.
Quizás sólo buscaban un lugar en el que descansar todo este tiempo para evitar ser destruidos.
Un lugar de pétalos desolados, esparcidos entre fragmentos rotos, como un castillo de arena efímero arrojado a la tormenta.
—Está bien, lo entenderé —sonrió ella, comedida—. Pero entonces no pidas que no te olvide, mi lindo Minho. Sabes que el hecho de ser recordado en sí mismo conlleva que alguna vez existió eso que tanto temes.
Él soltó una carcajada, porque ella siempre sabía hacerlo tropezar con sus palabras.
—No estoy exagerando. Me has salvado de mí mismo y es por eso que no podré olvidarte. Porque soy egoísta es que espero lo mismo. Si no te hubiera conocido, creo que sólo me hubiera rendido a mi muerte.
—Y ahora que has sido salvado, ¿simplemente me dejarás ir?
El mayor lo meditó unos momentos. Otra vez lo había dejado sin nada que decir, por lo que soltó un suspiro que resumió su fuero interno.
—Jamás podría dejarte ir, Yuri. Tengo miedo de que tú lo hagas cuando descubras lo aburrido y desdichado que puedo ser.
Yuri se acurrucó bajo el brazo que lo rodeaba, lleno de manchas azules y del aroma a colonia que lo embriagaba.
—Una vez me preguntaste cuántas cosas dejé ir por orgullo. Ahora yo te pregunto a ti, ¿cuántas cosas has perdido por miedo, Minho?
Permanecieron abrazados por el resto de la noche. Para eso, él todavía no tenía respuesta.
Epílogo
En el departamento de Yuri flotaban las estelas de humo por el aire y se mezclaban al final de su nariz. Abrir la puerta era, en ese caso, como degustar un platillo en el que sólo al final se descubría la sazón de los ingredientes. Las personas solían decir que en la convivencia los perfumes se mezclaban hasta volverse uno. Hasta el momento, Yuri no había creído que algo como eso sería posible. Sin embargo ahora su departamento olía a Minho y dondequiera que vaya, creía ver volutas de humo azul evanesciendo.
Un año completo se ha deshojado y la primavera arribó el tren de las estaciones. El aire de Daegu se había transformado en una brisa templada sobre un verde profundo que lo abarcaba todo. Ahora el sol hacía cosquillas en la piel, los colores brillaban con fuerza sobre las montañas y se sentía como el sentimiento de estar enamorado.
Cerca de las diez de la mañana del sábado, Yuri colgaba las sábanas limpias en el cordón del balcón, siguiendo por los pares de medias. El aroma al suavizante de ropa se mezclaba con el perfume de la primavera y se preguntó por qué su sentido del olfato estaba tan sensible últimamente.
Tal vez las mudanzas tenían esos efectos.
Tras haber pasado estos meses en la cabaña de su mejor amigo haciendo números y malabares con su tarjeta de crédito, finalmente logró estabilizarse. Encontró un trabajo en el centro de Daegu y pudo arrendar su departamento con ayuda de Junho. No sólo estaba rodeado de rascacielos y edificios blancos, allí también estaban las montañas verduzcas y las flores de cerezo que volaban por el aire.
A unas cuadras de allí, Hoseok estaba alquilando un piso junto a sus compañeros de danza. Nami también lo había seguido porque planeaba hacer el examen de ingreso a la Universidad.
Al principio se sintió desnuda frente al mundo. Luego fue como si cayera al vértigo con los ojos cerrados. Pero el golpe nunca llegó al final.
Yuri revisó el reloj luego de terminar de colgar la ropa limpia. Los sábados Minho llegaba cerca del mediodía y debía empezar a preparar el almuerzo pronto. En aquel lugar que flotaban sus aromas, la primavera y el suavizante de ropa, ahora se mezclaba el perfume de la comida casera.
Justo cuando estaba sirviendo el arroz en los cuencos, Yuri creyó ver algunas volutas de humo a sus espaldas. Estaba a punto de regañarlo, le iba a recordar que no le permitía fumar en su departamento, él lo sabía perfectamente, sabía que la única excepción era una: cuando hacían el amor. Pero entonces, al darse vuelta, sólo encontró su figura de espaldas pulcramente, colgando su largo delantal blanco en el perchero de la entrada.
—Minho, llegas temprano —dijo, volviendo su atención al almuerzo.
El pálido dejó su maletín en la silla y abrió los dos primeros botones de su camisa. Para ese entonces su cabello estaba más corto y ya no tenía aquellos rebeldes mechones grises que lo caracterizaban, hallándose un uniforme chocolate oscuro que se aclaraba más en los meses de verano.
—El examen no estaba difícil. El profesor liberó antes a los que terminamos rápido.
—¿No será que eres tú el que estudia demasiado? —rio, llevando los platos a la mesa.
—Supongo. Ver cuánto has mejorado en tus habilidades culinarias este tiempo es suficiente para hacerme creer que nada es imposible —se burló, tomando los palillos—. Gracias por la comida.
Yuri bufó, comenzando a comer en un ritmo más lento que su hambriento mayor.
—Cuando seas un gran médico, te aceptaré como mi novio. Así que tienes que esforzarte —le sonrió.
Sus amigos pensaban que iban demasiado lento y no se cansaban de repetírselo en cada oportunidad, en especial Junho y Tiana, quienes ya se habían puesto en pareja algunas semanas después de que hubieran decidido tomar distancia. Sin embargo, ellos se sentían cómodos de este modo. No necesitaban tener el título de novios ni vivir juntos para sentir que se amaban.
Porque siempre se gustarán, en los buenos y en los malos momentos. Estando juntos o lejos del otro. Siempre estarán en sus corazones porque un amor así, deja huella. Como esa canción que se escucha luego de un tiempo y sigue llenando los ojos de lágrimas. Incluso si nunca lo han llamado de la forma en la que es: amor.
Todavía se mirarán a los ojos y probablemente el corazón nunca se sentirá tan cómodo. Cuando Minho regresaba a casa los sábados, solía irse los lunes a primera hora. Entonces sólo sería esperarse para regresar a ese yo que sólo es del otro, a ese nombre que sólo le pertenece a él, porque cada vez que estaban juntos es como si naciera una nueva especie de flor en el mundo, una que sólo era suya.
Y al final del día toda cicatriz valía la pena si el otro estaba allí esperando con sus brazos abiertos. Porque el amor era así de caprichoso, obstinado y extrañamente suave al lado de Minho.
—Min-ie. ¿Puedo hacerte una pregunta?
Él asintió con un murmuro ronco. Su cabeza estaba apoyada en los muslos de la pelinegra, recibiendo gustosas caricias mientras sus brazos se aferraban a la fina cintura.
—¿Seguirás fumando incluso cuando seas un exitoso médico? Sabes los riesgos que tiene para la salud.
—¿Y tú seguirás a mi lado si lo hago?
Yuri sonrió.
Hace poco Minho le había confesado por qué fumaba y lo había comparado con lo que sentía por ella, lo que terminó generando una pequeña hendidura en su corazón.
Fumaba para perpetuar las sensaciones, las cosquillas que hacen las palabras desde su boca hasta los ojos, los brazos y el resto de su cuerpo. Para que todo evanesza con el humo y se prolongue en la caja que era su corazón. Y allí las palabras, los momentos, se impregnaban en su alma como las huellas del humo en sus pulmones.
Amar dejaba exactamente la misma marca en su paso y hacía que no pudiera dejarlo ir.
No podía ser borrado. Era un veneno que se afirmaba más, día tras día, que volvía a reiniciarse con el alba como un juego de niños.
—Yuri-ah. Respóndeme tú a mí ahora. ¿Eres feliz aquí?
—¿A qué te refieres?
Mientras admiraba su blanco rostro adormecerse en sus piernas, Yuri sólo podía pensar que era feliz en cualquier lugar donde estuvieran juntos.
—¿Se trató de Daegu todo este tiempo? ¿Finalmente eres feliz?
—¿No es la felicidad un concepto demasiado vago? —rio, pero supo por su expresión que él hablaba en serio—. Bueno, si te refieres a mis problemas con la ciudad, creo que encontré un perfecto equilibrio. Estoy lo suficientemente cerca de Junho para poder visitarlo con mi coche y tomar algún respiro. Las personas aquí son amables conmigo y no me siento presionada por mi jefe. Pero...
—¿Pero?
—Tal vez deba intentar algo nuevo. Así como tú te decidiste por medicina. Tienes motivos genuinos para ello, ¿no es así?
—Sí —gruñó ronco.
Minho quería salvar a aquellos niños enfermos como su difunto hermano. Fue en una de esas mañanas blancas de febrero, cuando la nieve estaba por desvanecerse del paisaje, que se lo comentó finalmente. Desayunaban algo caliente en la cabaña de Junho, mirando por la ventana, cuando él tuvo aquella revelación de vida.
—Yo también quiero hacer algo genial como tú. Pero incluso si lo pienso, no se me ocurre nada —puchereó.
—Podrías convertirte en una heroína —se burló.
—Muy gracioso, Minho.
—Intento que no lo pienses demasiado. Lo sabrás en algún momento. No tienes que forzarlo. Yo tardé treinta años en enterarme cuál es mi camino —ronroneó él, acomodándose en el sillón hasta quedar abrazados—. Duerme un ratito conmigo y pasará cuando despiertes.
—No quiero dormir, Min. Me levanté hace unas horas —rio.
Sentía el brazo amplio abrazarlo por la cintura y las cosquillas que hacía la respiración de Minho en su nuca.
—¿Quieres hacer el amor? —susurró él, apretando el agarre con su mano.
Yuri se sobresaltó, quitando la mano que escalaba bajo su ropa.
—Duerme, Min. Te cuidaré el sueño.
Unos segundos después, el pálido quedó completamente rendido. Yuri sabía que estuvo estudiando toda la noche para su examen por lo que el cansancio le ganaría pronto. Solía decir que su cuerpo treintañero ya no soportaba tanto como antes.
Yuri se quedó viéndolo dormir.
Tal vez se casarían algún día. En unos años, cuando Minho se gradúe, comprarán una cabaña juntos cerca de la de Junho y sanarán a las personas del pueblo. Si quería llevar ese estilo de vida, tal vez podría estudiar para ser enfermera.
Entonces le diría Doctor Min en el trabajo, pero "cariño" fuera de jornada. Ella sería la enfermera Kim Yuri y fuera de ello, el amor de su vida.
Yuri rio, acariciando la mejilla blanca de su futuro esposo. Tal vez estaba fantaseando demasiado.
Pero ningún comienzo resultaba imposible cuando se trataba de ellos dos. Casi sentía que tenía toda la vida por delante para caer, errar y volver a empezar a su lado.
Sí, tenían toda la vida para equivocarse. No era tan grave volver a mudarse a un lugar diferente, dejar un trabajo de toda la vida o empezar a estudiar una carrera cumplidos los treinta años.
No era tan grave amar a alguien como Minho.
Era algo que jamás cambiaría, sin importar el camino que tomaran sus vidas de ahora en adelante.
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Comentarios
Anonimo:
Yo también quiero conocer a un mecánico como ese...
Anonimo:
Me gustó mucho la obra, me la leí de inicio a fin!!!