Media distancia / Cristian Briceño






SINOPSIS:
Tras algunos excesos de la última noche de fiesta en la ciudad española de Albacete, resulta un poco difícil para el protagonista levantarse para abordar el tren hacia Madrid, donde se reunirá con Rebecca. Acompañado de su amiga Pri, la conversación en aquel tren es la consolidación de ese cariño y confianza fraternal entre ambos, donde exponen sus miedos, confusiones y, por supuesto, de sus romances.
No podría determinar el momento en el que el tren se había detenido en la estación. Varias veces vio enormes convoyes cruzando el horizonte a toda velocidad, casi en un parpadeo; no sabía si este se trataba de uno de esos que, por casualidades del destino, se habría detenido para compartir el viaje. Echó a reír: claramente no era uno de esos fantásticos voladores, sino un regional o de larga distancia. ¿O de media distancia? ¿Cuál era la larga distancia? Ahí estaba y no contaba con demasiado tiempo para reflexiones absurdas en el momento en que entregó el ticket y dio un salto al vehículo que cerró sus puertas casi en el acto. Eran las 07.27 de la mañana y con suerte recordaba cómo se había puesto la ropa. Miró a su acompañante, que reía con burla.
— Ha estado buena la fiesta.
— No me cabe dudas.
Visualizó un baño que parecía bastante extraño. No quiso detenerse a analizar su figura futurista, sino que ingresó tan rápido como pudo. El tren se desplazaba rápidamente por las vías, perdiéndose en la llanura: en unos pocos minutos, ya distarían un par de kilómetros de Albacete. Cuando emergió tras la puerta, se encontró con una mirada seria que desembocó rápidamente en una carcajada.
— ¿Ya te sientes mejor?
— Un poco. Esto va a durar bastante.
Regresó al asiento con intenciones de dormir y pasar la resaca durante el trayecto de unas dos horas y media hasta la capital española. Pero su acompañante le empezó a hablar.
— Mi venganza será no dejarte dormir.
— Pero…
— ¿Te recuerdo que estuve media hora tocando el timbre?
— Vale, vale. Es justo.
Le acercó una botella de agua que bebió con fruición. Necesitaba mucha agua, tanta como la que su cuerpo habría perdido tratando de equilibrar los litros de whisky o de vodka. ¿Qué habría sido? Tenía imágenes difusas en que su compañera de viaje le decía que dejara de hacerlo, que al día siguiente debían partir a Madrid, pero animado por la música y las risas, su garganta se fue adormeciendo ante los brebajes ardientes.
— Me duele la cabeza horriblemente.
— Claro que sí.
— ¿A qué hora te fuiste a casa, Pri?
— A las tres y media. Insististe en llevarme, pero Mike te detuvo.
— Sí, lo recuerdo. Pero estaba bien.
— ¡Claro que no! No te podías mantener en pie.
Se sintió avergonzado. No había llegado hasta ese lugar para mostrar su peor espectáculo. Agachó la cabeza. Pri lo miró con una sonrisa.
— Venga, hombre, que no es nada. A todos nos ha pasado, ¿no?
— Creo que es la primera vez…
— ¡No te creo!
— Que sí, que es verdad. He estado ebrio, claro, pero no a este nivel.
Se levantó de golpe, casi impulsado por una fuerza extraña. Se dio cuenta de que todavía se sentía ligeramente ebrio. ¿Cuánto tiempo tardaría en evaporarse por completo el maldito líquido? No había alcanzado a tomar una ducha antes de salir, solo se recordaba vistiéndose con lo primero que había pillado antes de ver el reloj: 07.20 de la mañana.
— Mierda, habrá que correr.
Y la mirada hermosa de Pri que, dentro de su ternura de muñeca, no escatimaba en mostrar su enfado, reclamando la media hora que llevaba afuera tocando el timbre.
— Si perdemos el tren…
— Sí, yo pago el siguiente boleto.
Le gustaba viajar en tren, de sobremanera. Quizás porque en su país los trenes no eran algo tan común en su zona, quizás por la tranquilidad con la que aquellos enormes vehículos se desplazaban por rieles, quizás por la certeza y seguridad que le daba ese medio transporte que solía promocionarse como mucho más ecológico que los motorizados tradicionales. Miró por la ventana y se recostó en uno de los asientos, pensando en las infinitas líneas que se iban cruzando durante el trayecto. ¿Por dónde habría cruzado Sancho, tratando de salvar a su amo de sus locuras? Cabalgó cuidadosamente hasta encontrarse en una llanura verde de ensueño.
— Por allá, amo.
— ¿Qué sucede?
— Por allá vienen.
— ¿Quiénes?
— ¡Los romanos!
— ¿Los romanos?
Y en el cielo celeste profundo, algunas nubes empezaban a colorear de blanco la salida del sol que se iba haciendo cada vez más potente. Aunque, confiando en la previsión del tiempo, no debería durar demasiado al llegar a Atocha. ¿Sería posible una de esas lluvias veraniegas que solía ver en las películas? Había vivido algunas en su tierra también, pero como algo completamente anecdótico. Pensó en los romanos y en su avance por esas tierras que alguna vez hubieran conquistado, dominado y hasta hecho crecer de alguna forma. Pensó en los gigantes molinos de viento que ahora se transformaban en enormes generadores eólicos que decoraban un paisaje en cámara lenta. No podría decir que cruzaban el paisaje a toda velocidad, porque había otros mucho más rápidos, pero sí que atravesaban varios pueblos que se convertían en un parpadeo.
— ¿Pasó algo entre tú y Mike? -se atrevió a preguntarle.
Pri rió con picardía.
— Era obvio que iba a suceder.
— Tanto como tú y Rebecca.
— ¡Oye!
— No entiendo por qué ninguno se atrevió antes.
— Tengo mis miedos…es eso.
— Y yo tengo novio… o algo parecido -rio Pri.
— Deberías dejarlo de una vez, Pri.
— Es que llevamos tanto tiempo que no podría conocer a otra persona como él.
— Ya conociste a Mike.
— No lo conozco.
— Y ya es mejor que ese muchacho que ni conozco.
— Lo dices porque Mike es tu amigo.
— ¿Mi amigo? ¡Claro que no! Pero te veo entretenida, al menos.
— No lo voy a negar.
Eran cerca de las nueve de la noche cuando todos se agolparon al interior de aquel departamento de proporciones engañosas. ¿Cuántos estaban en su interior? Quizás unas treinta o cincuenta personas apiñadas entre asientos, suelo, terraza, mesa de la cocina y hasta camas. Recordó a aquel nefasto Daniel intentando meterse a su habitación a follar con su nuevo ligue, descartando la opción al ver que la cama estaba ocupada por su dueño y la evidente reacción negativa ante un ficticio encuentro más dinámico. Qué ser más detestable, paseándose a torso descubierto por el departamento, como si quisiera lucirse. ¿Lucir qué? Su arrogancia, seguro. Nunca se cuestionó cómo ni de dónde seguía entrando gente a ese lugar. Solo veía las botellas que entraban, los vasos que aparecían una y otra vez sobre la mesa. No vayan a romper la planta, que la dueña se puede molestar. Cuidado con el exceso de ruido, no quiero molestar a los vecinos. Y daba igual como todos, de pronto, hablaban de la vida, se pegaban risotadas intensas que hacían temblar el edificio por completo. Ahí viene una de whisky, otra de ron, otra de vodka. Otra de no sé qué. Una nube de humo en el ambiente. Salió a la terraza. Echaba de menos a Rebecca, sí, le hubiese gustado mucho que estuviese ahí con él, disfrutando de aquella fiesta, besándose de pronto.
— Yo creo que hace rato que Mike te ha estado mirando.
— Lo sé.
— ¿Y no habría opciones de que fuera algo?
— ¿Por qué todo tiene que ser tan serio? Hay que vivir y punto.
El tren se detuvo en una estación cuyo nombre no conocía. ¿Qué tan cerca o lejos estaban de Madrid? No lo sabía, pero no había pasado tanto tiempo desde la salida inicial. Vio su reflejo en el vidrio y echó a reír al ver sus ojeras: al menos, Pri se había maquillado para lograr mayor discreción, pero él iba completamente destruido. Después de algún rato, logró deshacerse al fin del deseo innato de quedarse dormido. Quizás fue luego de que el inspector viniese a revisar el billete. El paisaje de la península era realmente encantador y estaba obnubilado.
— Voy a echar tanto de menos esto.
— No pienses tanto en el futuro, ni en el pasado. Vive el presente.
Montado en Rocinante, vio el tren que cruzaba el horizonte a gran velocidad, perdiéndose luego entre las colinas aledañas. El paisaje era verde y fantástico, de ensueño. Echó a correr a todo galope, en busca de alguna aldea o algún sueño, en busca de alguna persona con quien poder conversar. Estaba ahí, en medio de la historia que soñó, en medio de castillos abandonados y escondidos dentro de la llanura.
— ¿Cuánto falta para Madrid?
— No lo sé.
Sacó de su mochila una caja de jugo y le ofreció otro a Pri. Comieron un paquete de galletas que nadie sabía cuánto tiempo llevaba guardado, pero cuyo sabor delataba su verdadero frescor.
— Tú y Rebecca -rio.
— ¿Qué pasa?
— Nada, nada. Solo que me causan gracia.
— ¿Por qué?
— Son tan distintos.
— ¿Eso es malo?
— No, no, en absoluto. Se ven bien juntos.
— Creo que voy a llorar… en el futuro.
— Ya te dije.
— Sí, está bien. Estoy intentando vivir el momento.
Se sentó en el sillón y se sirvió un vaso de ron. No recordaba cuál era la medida recomendada, pero simplemente lo hizo. Había comido lo suficiente durante el resto del día, así que todo estaría bien. Mike conversaba con los demás, alrededor de Daniel, que estaba bastante animado con aquella chica inglesa. Por otro lado, Amadeu sonreía mientras fumaba un cigarrillo. Le hizo un gesto para que se le acercara a la terraza.
— ¿Y Pri?
— Por ahí anda.
— ¿Nunca has tenido nada con ella?
— No, es como mi hermana chica.
— Vaya. Varios te envidiamos por tu cercanía -rio.
— ¿Qué fumas?
— No es necesario especificar -se encogió de hombros-. ¿Quieres?
— No, gracias, no fumo. No tengo nada en contra, pero no me gusta.
— Como quieras.
— ¿Y Amanda? -lanzó de improviso.
— Pues… nada. Acabó, pero bien.
— Lo siento.
— No, no, sí estamos bien. Fue lo mejor. Pero, ¿y tú?
Se levantó de su asiento en el tren en dirección, nuevamente al baño. Dio un par de pasos al momento en que visualizó a Noah, pegado a un cristal. Se acercó cuidadosamente para saludarlo, pero este no le puso atención. Se sentó a su lado, mirando a Pri desde lejos, que comenzó a consultar algo en su teléfono.
— Hey, Noah. ¿Qué tal?
El aludido seguía mirando el paisaje.
— ¿También te obsesiona el paisaje?
— Claro.
— ¿Qué haces aquí?
— ¿Qué haces tú aquí?
— Pues, voy a Madrid a encontrarme con alguien.
— Vaya.
Pri se levantó de su puesto en dirección hacia ellos y se sentó al lado de Noah. Lo abrazó, pero este siguió en su posición inicial.
— Still high, Noah?
— Indeed.
Echaron a reír.
— Creo que en la siguiente estación se subirá Paul McCartney, pero el verdadero — sentenció Noah.
— ¿Cómo lo sabes?
— Porque leí que ha estado escondido, viviendo en los alrededores de Madrid desde 1968. Es un incógnito y en estos últimos casi cincuenta años ha burlado la seguridad. Hay gente que puede darse esos gustos.
— Great! -respondió Pri, sonriendo.
Se levantaron de regreso a sus puestos originales.
— Fue una de nuestras tantas conversaciones. Parece que le pegó fuerte.
— ¿Será cierto, acaso?
— No lo sé, pero las supuestas evidencias que sustentan la historia son entretenidas.
— ¿Te harías pasar por muerto?
— No, para qué.
— No lo sé, por diversión.
— Pero él no se hizo pasar por muerto, sino que taparon su muerte. Al menos eso sabía yo.
— Parece que Noah se armó otra historia en su cabeza.
El tren empezó a disminuir la marcha y, a través de los parlantes, anunciaron que estaban próximos a arribar a su destino. Pri se acercó a las ventanas a observar la enorme ciudad que desde hace algún rato se había amontonado en el paisaje. Él se quedó mirando por el pasillo, a la espera del ingreso al túnel que luego desembocaría en una serie de andenes amontonados en los cuales los trenes se detenían a dejar pasajeros. La puerta se abrió lentamente y se pusieron de pie.
Tras salir de la imponente estación de Atocha, miró alrededor: el tráfico parecía bastante concurrido. De pronto, una mano cálida cubrió su mirada. Echó a reír. Era Rebecca.
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Comentarios
Anonimo:
Me gustó mucho la pluma del autor, noté que tiene varios cuentos aquí así que iré por todos!