El secreto de Lucy / Laura Arrazola A.

#ciencia ficciÓn, #romance, #suspenso

SINOPSIS:

Un grupo de amigos se escapa a una casona aislada para descansar de la universidad, pero pronto descubren pasillos llenos de habitaciones prohibidas, sombras inquietantes y el extraño comportamiento de Lucy, la más joven del grupo. Mientras intentan entender lo que le pasa a Lucy, también enfrentan sus propios secretos ocultos.

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Cuando los veo a los ojos, mi escepticismo tiembla. 

Por unos instantes me permito creer en Dios, en los ángeles y en todas las promesas que alguna vez me hicieron. Una parte de mi odia ese poder que tienen sobre mí y, aun así, quiero preservar esas miradas en algún lugar seguro, más seguro incluso que mis recuerdos. Es inútil, es estúpido que los quiera sujetar con fuerza, muy cerca de mí, hasta que mis uñas queden marcadas en sus brazos. Quizás si los sujeto entre mis dientes.

No comparto apellido, ni sangre con ninguno de ellos, pero no puedo decirle eso a mí pecho que siente como este amor podría consumirlo desde adentro. Estas personas me llenan de sentimientos que podrían quemar mis entrañas en pensamientos resplandecientes y siniestros. Comparto un lazo al que se le puso nombre desde que los humanos nos encontramos con otro, con alguien que queríamos cerca de nuestra aldea. Es mejor, ¿verdad? Lo que nosotros tenemos es mejor, porque no se extinguirá ni con la muerte, ni el tiempo, ni la voracidad con la que los gusanos devorarán lo que queda de nosotros.

Lo nuestro es un vínculo sin tiempo, sin final y con un inicio que ya olvidamos, ¿nuestros arrepentimientos tampoco tendrán tiempo? ¿Podemos lidiar con lo eterno? Solo decir esas palabras ya me hace sentir pequeña e insignificante, encerrada en este cuerpo limitado y girando en esta roca burda, a través del universo. ¿Es por eso que esas palabras de fraternidad ya no significan lo mismo?

Podríamos tenerlo todo sobre esta roca, conocer lo que está en lo más profundo, lejano y oscuro del universo, pero no sería suficiente. Lo tomaríamos y lo desgarraríamos entre nuestros dientes con desesperación. Lo arañaríamos intentando ver su interior hasta que solo queden huesos en las yemas de los dedos. Destruimos lo que nos rodea, corrompemos lo que amamos, blasfemamos contra lo sagrado; inmundicia que se regodea en su bestialidad. Todos tenemos esas sombras lacerantes. Ya no sé si es elección o naturaleza, somos monstruos.

I

MARCO

Caminaba hacia el café en el que me encontraría con Lucy y el resto. Las manos en los bolsillos, totalmente perdido en mis pensamientos. Ni siquiera recuerdo cómo se veía la calle que acabo de cruzar. No puedo detener el tren sin control en mi cabeza. Ella nunca hace las cosas sin organizarlas con tiempo, es metódica, pragmática, casi obsesiva con sus actividades. Esta vez fue distinto. 

El vacío en la boca de mi estómago y el nudo en mi garganta son cosas a lo que nunca me acostumbraré. No lo hice en mis veintisiete años de vida y nunca lo haré. Pensar que alguien que quiero está mal, me pone mal, me incomoda más que una serpiente presionando mi cuello. Al menos la serpiente me mataría, esto solo me pone de mal humor. Quiero golpear a alguien. Aunque eso se vería mal estando a punto de graduarme de una especialidad en medicina. 

No creo tener un gran corazón lleno de amor y compasión, esas cosas son para los niños. A veces me pregunto cómo reaccionará la gente si digo cuales fueron mis verdaderos motivos para entrar a esa carrera. Nadie se mete con los míos, dejé esas líneas claras hace mucho tiempo. Quiero tener el poder de mantenerlos a salvo, si tropiezan y raspan sus rodillas o fracturan un brazo. 

Alguien chocó conmigo, volteo automáticamente para ver el obstáculo. Un chico mucho más joven que yo, se disculpa rápidamente, su voz tiembla al hablar. Relajé mi expresión y devolví las disculpas. Continué caminando, tratando de no volver a esa cara amenazadora. No puedo controlar lo que expresa mi rostro. Lo pienso y lo demuestro. Una mierda si intento mentir.

Veo la hora, estoy algo tarde, de todas formas, esta vez podré quedarme hasta la hora que me dé la gana. Si fuese otro día, me habría quedado una hora y habría vuelto a casa para estudiar. Creí que las bromas sobre casarme con mi carrera eran exageraciones, ahora desearía que realmente se hubieran quedado como sólo eso. Quizás acepté ir hoy por algo más que la amistad, por culpa. 

El motivo que sea, no importa. Hay algo tranquilizante en tener bajo mi vista a mis amigos, a ellos y a todos los que son míos. Quiero tenerlos entre mis brazos hasta que pierdan su individualidad, hasta fundirse bajo mi piel, comerlos y hacerlos parte de mí. ¿Eso es egoísta? Mi expresión vuelve a tensarse.

TIAGO

Teorías, hipótesis, corazonadas, especulaciones, muchos intentos de respuesta se amontonaban en mi cabeza sobre Lucy y esta reunión tan urgente. Los pensamientos se aceleran más que el auto en el que estoy. ¿Concentrado en el camino? Sí, lo estoy, pero más aún en la reunión de hoy. Estoy confundido.

Un susurro llegó a lo más profundo de mi mente, apenas le presté atención. El eco de sus palabras se amplió para ser escuchado. Las voces solo saben balbucear idioteces que me preocupan más, me hacen creer que hay problemas y debo resolverlos. No quería escucharlos, problemas.

Subo la música, trato de despejar mi mente mientras el rock llena los silencios. La misma banda que escuchaba hace diez años, las mismas canciones ¿el mismo yo? Nunca seré el mismo. Me destruyo y reconstruyo con mucha frecuencia como para poder decir que soy el mismo Tiago que despertó que el Tiago al dormir.

Tal vez debería comenzar a ser otro tipo genérico de mi generación y preocuparme por la siguiente fiesta de la carrera, no puedo. Hay algo en la idea que me repugna. Debería ser indiferente, seguir con mis malditos asuntos. Mi cabeza vuelve como un asno necio, me veo a mí mismo en alguna discoteca, al borde de la inconsciencia por el trago y me da asco. Casi puede sentir el olor agrio del sudor y el aire viciado de ese oscuro antro donde conozco a todos y nadie me conoce. Trago saliva, realmente tengo náuseas. 

“¿Por qué te importa tanto, Tiago? No puedes sacar el hocico de la vida de otros ¿y tener una vida normal?”. A veces me pregunto si las voces son solo mías o alguien las puso ahí.

Odio esa palabra: normal”. Todos a mí alrededor lo repiten con frecuencia, pero no entienden que yo no soy como los demás. Yo no soy como ellos. Quizás no soy como nadie, hay veces que ni siquiera me siento como yo. 

La forma en la que actúo le parece ridícula a los que me rodean. El semáforo me detiene, veo el asiento de atrás como una forma de torturarme una vez más. La capa verde sigue ahí, resonando en mis recuerdos. Lo que empezó como una broma terminó como un motor para mí.

Sé que el acto de héroe lo conocía toda mi carrera, me pregunto si la historia se esparció por la universidad. ¿Ellos sabrán lo que hice? Aunque quizás la pregunta más importante es si entendieron por qué lo hice. Lo más seguro es que Irene me dé un sermón, el resto se reirá de mí, no sé qué hará Lucy. Probablemente escarbara en mi alma con sus ojos, viendo a través de mí. 

Creerse un héroe es una locura. Yo no me creo un héroe, lo soy. Los gritos de la canción se elevan. Vuelvo a ver adelante, acelero hacia el café. Quiero reducir lo más posible la distancia entre nosotros, el tiempo de reacción, los peligros a los que están expuestos. No puedo evitar escuchar los gritos en mi cabeza. 

MARÍA

Bajé del taxi y vi que solo estaba Lucy esperando, sentada en una mesa en el jardín que tiene el café donde nos encontraríamos. Tan puntual como siempre. Viendo sin expresión su taza, totalmente inmersa en sus pensamientos. A ella le gusta mucho este café, debe ser por lo vacío que siempre está. ¿Cómo logran los dueños mantener este lugar? Lucy parece su única cliente. 

Cruzo la calle corriendo.

― Lucy, ¿Cuál es la emergencia? 

Ni siquiera me senté, hablé preocupada y casi sin respirar. La curiosidad me devoraba. ¿Tuvo un problema en la universidad y necesitaba nuestra ayuda? ¿Ocurrió algo malo en sus investigaciones y ahora morirá? Yo le dije que no debía estudiar algo como microbiología, deberían elegir seres vivos que como mínimo pueda ver sin máquinas.

Una sonrisa divertida e infantil apareció en su rostro. Me respondió con total tranquilidad 

― Tranquila Mar, tenemos que esperar al resto. Ah, pero quizás deberíamos entrar, parece que lloverá.

Preocupándose por nosotros como siempre. Ella siempre fue así de dulce. Hay veces en las que me gustaría tener algo que me identifique. Algún don, habilidad, característica, algo más que solo ser recordada por mis buenas calificaciones. Ni siquiera puedo billar por eso, no soy brillante, Lucy ya está entrando a su doctorado y ella es dos años menor que yo.

― ¿Estás bien?  

Había olvidado esa facilidad que tiene para leernos.

― Sí, no te preocupes.

― No pareces bien.

― Estoy cansada por los exámenes. No sé si realmente me fue bien ―mentí.

― No digas eso, eres súper inteligente, seguro te irá bien, como siempre.

Me limité a sonreírle. No quiero que todo el mundo gire la vista para verme, solo quiero que mi nombre no se diluya en el tiempo. ¿Quién recuerda a alguien que era medianamente buena en los estudios? Yo nunca escuché la historia de Paquita Rodríguez, excelente alumna, trabajadora de medio tiempo y excelente madre. Su nombre, como el mío, se diluyen, desaparecen. Quizás nadie vuelva a pronunciar mi nombre antes de que desaparezcan mis huesos. Sin nombre ni rostro, pero con un cuerpo. Se siente como ser enterrada viva.

IRENE

Dobló la esquina después de ver seis veces en ambas direcciones, ¿qué mejor que pasar la tarde con mis mejores amigos y tomando café? Casi nada, habría preferido que nos encontremos en la casa de alguno de nosotros. Me siento menos nerviosa en una casa. Cuando vuelvo a doblar reconozco una alta cabeza con el cabello ligeramente rizado.

― ¡Hey tú, Marco! ―su semblante se suavizó con una sonrisa.

― ¿Cómo estás, gritona? ―me dijo revolviendo mi cabello.

― ¡Mierda, MARCO! ―moví mis brazos para quitar sus manos― luego tú no eres el que se ve como una bruja loca.

― Cierto, me veo como un jodido modelo.

― ¡JA! sí, claro, y yo tengo un árbol de dinero.

― No seas mala y termina de pagar mi semestre.

― No seas malo y vete a la mierda.

Entramos al café entre risas, nos recibieron un grupo de cálidas miradas. Creo que solo las suyas no me incomodan.

― Miren a estos dos que siempre llegan tarde ―se burló Tiago de nosotros.

Nos sentamos mientras Marco respondía a la burla. La conversación que estaban teniendo antes, se retomó. Estaban quejándose de sus exámenes y tareas. La universidad puede ser una mierda a veces, pero todos tomamos caminos distintos pronto y lo vivimos diferente. Ninguno de nosotros está estudiando lo mismo, y sólo María, Marco y Lucy están en la misma universidad. Ni siquiera así compartimos un día normal con el otro. Al principio quisimos reunirnos cada momento libre que tuviéramos, pero se fue haciendo más difícil. Ya no recuerdo en qué punto dejamos de vernos y simplemente hablábamos por celular. Largos silencios, cortas noticias de los otros, nos estábamos volviendo extraños.

― ¿Cómo habrían sido las cosas si todos siguiéramos juntos en un aula? 

Las palabras de Lucy parecieron escapar sin su consentimiento. Pensó en voz alta, pero llegó fuerte y claro para todos. El silencio invadió el lugar. Normalmente no me molesta el silencio, este era uno incómodo, asfixiante. Vuelvo a hablar, todas las miradas siguen mi voz. ¿Realmente me están escuchando? Daría todo porque sí.

HELENA

Extrañaba esto, momentos en los que simplemente nos juntamos a comer. Un poco parecido a lo que pasaba en el colegio, pero con mejor comida y sin riesgo de fiebre tifoidea por los lugares a los que nuestras billeteras alcanzaban. Todos hablaban de sus docentes en la universidad, compitiendo por ver quién tenía al peor. Pero todos tenían la misma pregunta en sus mentes, intentaban esconderlo, al menos lo hicieron mejor que yo. Las palabras salieron de mi boca sin darme cuenta.

― Lucy, ¿para qué nos llamaste?

― Sí, Lu ―habló Irene―, todo esto parece muy raro en ti.

Ella simplemente sonrió, ¿qué ocultaba detrás de esa sonrisa? Yo pienso que podría haber ternura y arcoíris, aunque también cabe la posibilidad de que haya hadas y dulces. Reí sola y Lucy me observó. Ella tenía dos tipos de miradas que logré entender en estos años juntas.

Una mirada radiante, en la que sus ojos brillaban como si nunca hubiera dejado de ser una niña. La dulce pequeña que todos aún vemos en ella cuando sonríe. Aunque lejos de esos ojos brillando de plena alegría y emoción, también estaba su mirada de muñeca. Esa misteriosa mirada con la que se quedaba observándonos en silencio, con sus enormes ojos que parecían de cristal, brillantes, vacíos, traslúcidos, sin vida. No había alegría, no había melancolía, no había nada. Con esa misma mirada me observaba.

Irene y María comenzaron a interrogarla cumpliendo las dos el papel de “policía buena”. Ni siquiera puedo recordar la última vez que alguien más me hizo reír. Con el resto me resulta incómodo, pero con ellos es casi inevitable. Ellos saben hacerme feliz. Lástima que no suelen ver lo maravillosos que son. Los que nos ven desde afuera no lo notan, no perciben el autodesprecio impregnado en nuestra carne. 

Una canción que conocíamos todos empezó a sonar. Tiago y yo comenzamos a cantar, todos nos siguieron uno a uno. Terminamos como seis locos cantando en un café desolado. Con poca o mucha gente, de todos modos, habríamos cantado a todo pulmón. 

Amo cantar a todo pulmón, si es con ellos se siente aún mejor. Estar con ellos era volver a ese punto cero. De nuevo estamos en el colegio, ya no tenemos universidad, responsabilidades, no hay nadie afuera esperando algo de nosotros. Antes no había tantas sombras en sus ojos, pero siguen siendo los mismos. Cada día que pasa parecemos más rotos y es difícil reconocerlos, reconocerme. Pero por instantes brillamos tanto que las grietas desaparecen. 

El aroma a café y cinco perfumes distintos mezclados me están intoxicando. Las luces amarillentas me ponen soñolienta. No quiero dejarlos ir, tampoco es que haga algo por mantenerlos a mi lado. En algún punto nuestros vuelos se encontrarán, siempre volvemos a nosotros. Por ahora me parece suficiente, estar rota por semanas con la esperanza de volver a verlos, de volver a mi hogar.

II

LUCY 

Todavía no estoy segura si realmente quiero involucrarlos, tampoco estoy segura de no quererlos dentro de mis planes. Hace muchos años no me sentía así de confundida. Los veo a los ojos y veo todas las veces que me cuidaron, protegieron y mintieron. Hemos pasado muchos años juntos y siento que soy una desconocida para ellos. No saben nada de mí, pero ¿podría culparlos? A veces ni yo misma me reconozco al verme en el espejo.

Suspiro derrotada. No, no puedo quejarme. Las decisiones las tomé yo. Este camino que estoy recorriendo es por lo que peleé por tantos años. No tengo tiempo para arrepentirme, no tengo el privilegio. No, no me detendré ahora que he llegado tan lejos. Les diré la verdad, parte de la verdad.

― Pues, como sabrán en dos semanas es una fecha especial-

― Sí ―me interrumpió Marco―, tu cumpleaños.

Él no quería que lo dijera, solo quiere protegerme. Sonreí. Incluso yo sentí que fue una patética sonrisa que solo nos puso más tristes a todos. Ellos no quieren que lo recuerde. Pero fechas como esa no se olvidan.

― Sí, así es. Es mi cumpleaños, y también es el aniversario de la muerte de mis padres ―silencio. Ellos no dirán nada al respecto, no saben qué decir―. Ese día todas las posesiones que mis padres dejaron, pasarán a mi nombre. Creo que en parte quería que estén ahí conmigo porque ese día será algo raro y bueno, ahm, difícil.

Mi voz se quiebra. No puedo evitarlo, el recuerdo de perder a mi familia, el impulso de llorar me ahoga. Aun cuando ya pasaron tantos años, aun cuando repetí el día en el que los perdí hasta sentir que ya no dolía como al principio, sigue doliendo. Sigue siendo más de lo que puedo controlar, y eso me irrita. Mi felicidad y mi desolación solo deberían estar bajo mi control. Siento la mano de María sobre la mía. Respiro profundo y continuo.

― Además, este es su último año de universidad, me enteré que están en las últimas revisiones de sus tesis. Yo debo viajar antes de mi defensa. Antes de emprender nuestros caminos quería pedirles un favor.

― Nunca nos separaremos Lu, no tenemos por qué despedirnos ―dijo Tiago preocupado.

― Sí ―musité. Yo sé dónde voy a acabar― bueno, serán las últimas vacaciones que podremos pasar juntos ―con cuidado Lucy― y quería que las disfrutáramos como si el mundo fuera a acabarse al día siguiente ―hay cosas que no puedo controlar. Algo podría salir mal. ¡No!, basta de dudas, ellos irán―. Por eso los llamé hoy, quería invitarlos a pasar dos semanas en la casa de campo de mis padres.

Bueno, lo dije, ahora lo que siga estará en manos del destino. Más en mis manos que en las del destino, como siempre. Ellos son parte de aquello que soñé desde hace muchos años. Son las piezas que le faltan a mi nuevo mundo.

TIAGO

Siempre me sorprendió la facilidad con la que Lucy consigue lo que quiere. Nunca se comportó como una chiquilla mimada, pero cuando algo se le metía en la cabeza lo perseguía hasta conseguirlo. Ahora, por ejemplo, consiguió que todos nos embarcáramos a un lugar que solo ella conoce, después de apenas vernos durante años. 

Mis padres ni siquiera dudaron en despedirse cuando les dije que me iría con Lucy. Todos nosotros siempre hemos tenido el instinto de proteger a Lucy. Siento que incluso mis padres quisieran meterla en un frasco de cristal. No estoy seguro del motivo. Hay algo en su edad, en su altura, en sus ojos, algo en ella nos llama a todos para cubrirla de todo, incluso de la luz. ¿O es por el accidente con sus padres?  

Aún lo recuerdo bien, irónicamente parecía que sería un gran día. Todos queríamos que sea el mejor día para ella. ¿Eso quiere decir que el deseo de mantenerla en un frasquito viene de antes? Hay algo en su voz, en su contextura, su rostro casi siempre adornado de ojeras y palidez enfermiza que nos llamó a protegerla. ¿Nuestra amistad está basada en lo frágil que es?

Los seis habíamos organizado una mañana prácticamente perfecta por el cumpleaños doce de Lucy. Desayunamos en su casa y volveríamos al atardecer. Teníamos al hermano mayor de Marco para llevarnos a donde quisiéramos, contra su voluntad y sobornado, pero teníamos chofer. Fuimos al parque de diversiones, a comer pizza y después al cine. 

Compramos libros, era una de las cosas que más le gustaba a Lucy desde pequeña, leer. Probablemente porque era lo único que podía hacer sin ahogarse, lo que era muy irónico viniendo de dos padres médicos. Una hija con pulmones débiles, anémica, y de terrible sistema inmunológico. Era la vida y su macabro sentido del humor.

Todo el día parecía sacado de alguna película. Aun cuando vuelvo a ese día, las primeras escenas siempre son mis amigos felices, haciendo bromas, todos con rostros estúpidamente emocionados. Nos la pasamos riendo y jugando hasta que llegó la hora de volver a casa de Lucy, seguramente sus padres habrían preparado una cena especial. Mientras el sol caía lentamente nosotros regresamos, el hermano mayor estaba cansado de nosotros. Recuerdo que hablábamos de utilizar vacas y cabras como medio de transporte entre ataques de risa. De repente, luces rojas y azules iluminaron toda la calle.

Nuestro destino estaba adelante, pero no lo sabíamos mientras nuestros pasos seguían acercándose. Lucy estaba delante de nosotros, paso varias noches deseando haberla mantenido detrás de mí. Un policía se acercó y nos dijo que nos alejáramos. “Esa es mi casa ―dijo Lucy con un tono de seguridad que no tienen los niños a su edad― ¿Qué pasó con mis papis?”. El policía la vio con pena, llamaron a otro agente para que nos explique lo que pasó. 

No sé cómo le habría explicado a una niña como Lucy que sus padres fueron asesinados por un grupo de drogadictos. Una serie de terribles coincidencias hicieron que lograran entrar a la casa. El barrio solía ser tranquilo, pero justo ese día las piezas y los números jugaron contra ella. Me habría gustado poder hacer algo más por ella ese día, pero siento que todas las palabras que le dimos fueron inútiles. 

Cualquier cosa que dijimos o diremos parece estúpido para intentar tapar ese día. Taparlo incluso para nosotros, nunca pregunté qué hizo al volver a casa. No pregunté cómo fue el proceso de reconocerlos en una morgue, de estar rodeada de policías, investigadores y periodistas de mierda. 

Ni siquiera recuerdo cómo es que Lucy salió de la depresión que causó la muerte de sus padres, es como si un día hubiera despertado y hubiera entendido algo que curó todo el dolor. Un día vimos que volvía a comer, ya no lloraba por los pasillos, hablaba un poco más con nosotros e incluso con otras personas. Un día simplemente juntó sus piezas y siguió caminando. Nunca pregunté cómo lo hizo, veía a Marco manteniendo una prudente distancia para permitirle vivir su duelo, pero siempre estaba cerca. Quizás él sí tuvo el valor para preguntar. 

Encontraron a la banda unos días después, muertos. Estaban cerca del río con una sobredosis y vestidos de princesas. Nos dejó cientos de preguntas, pero nunca fueron dichas. De hecho, empezamos a hacer lo contrario. No queríamos que ese día vuelva a ella, así que nos empeñamos en que lo olvide. 

Hasta ahora habíamos hecho un buen trabajo, pero me resulta imposible no recordarlo ahora. Mientras estoy en una vagoneta hacia un paraje desconocido, con las chicas dormidas atrás y mi mejor amigo de conductor.

Mi mirada se pierde en el paisaje de la ventana, los recuerdos llegan como un río desbordado. Mi ceño se frunce. Pasamos muchos años intentando alejar nuestras conversaciones de ese día. La semana que se celebra el cumpleaños de Lucy son los días que nos vemos con más frecuencia. 

Mi oído se agudiza por un momento, debajo de la música puedo escucharlas dormir, Helena ronca. Sonrío, vuelvo a ver el paisaje. Tanto verde me marea, tanta vida me estremece. Había olvidado lo que se siente respirar lejos de pequeños cuartos de concreto y pasar más de una hora en la luz natural.

MARCO

Conducir no es molesto para mí, después de todo soy el mayor. Las chicas se durmieron en la primera hora de viaje, me contagian el sueño. Las dejo dormir, bajé el volumen de la música un par de kilómetros atrás, pero eso que me habría mantenido alerta, ahora suena como una canción de cuna. Al ver por el rabillo de mi ojo noto a Tiago cayendo en brazos del sueño. Ese idiota no me dejará solo en el viaje.

― ¿En qué piensas?  

― En nada, solo recordaba.

― ¿Qué te hace poner esa cara de idiota?

― ¿Hicimos un buen trabajo cuidándolas? ―miró a la parte trasera del auto― Quizás hicimos un mejor trabajo aislándolas de otros.

― ¿Qué tienes?

― ¿Tú crees que hicimos un buen trabajo?

Toma su chaqueta y la mía, gira su cuerpo para llegar a los asientos traseros. Pude ver como las abrigaba y enderezaba el cuello de María. Sonrío.

― Claro que sí.

No me cree, puedo verlo en su expresión. Vuelve a su asiento, se rasca la cabeza nervioso.

― ¿Por qué te preocupa eso ahora?, ¿pasó algo?

― Ellas están bien, al menos eso parece.

― Entonces tú eres el del problema.  

― Quizás es eso. No quiero ir al mundo real.

― ¿El del desempleo?

― No seas pendejo, sabes a qué me refiero.

― Sí, sí, no eres el único que se dio cuenta, pero debes dejar de querer ser el héroe.

― ¿Te enteraste?

― Toda la maldita universidad se enteró.

― Esperaba que pase desapercibido.

― ¿Y una capa y máscara te parecieron la mejor opción para eso?

Guardó silencio. Golpeo su hombro.

― Ya no pienses en eso. Estamos yendo de vacaciones con nuestras mejores amigas a una montaña semitropical donde seremos comidos vivos por mosquitos.

― Tu humor basura no me hace sentir mejor.

― Sólo estaba imitando el tuyo. 

― Yo no pensaré en eso estas semanas, tú me ayudarás a solucionar esto al volver.

― ¿Hablas de tu miedo al futuro? ¿O el problema con el rector?

Lo pensó unos segundos.

― Ambos. 

― Me parece. Hey, no hables nada de esto con ellas.

― Quizás quieran preguntarme sobre el rector.

― Ah, háblales de eso si quieres. Yo me refería a eso de que las aislamos del mundo. Seguro con esas ideas raras tuyas les darás pesadillas, como si no fuera suficientemente malo ver tu cara de mierda.

― Cállate idiota ―sonrió al fin―, pesadillas les dará tu voz.

Ambos comenzamos a reír en voz baja, pero seguíamos preocupados. No era solo él, yo también tenía mis dudas. Quiero creer que es porque estos días todos nos ponemos susceptibles, nunca creí que fuera un problema venir aquí. Vuelvo a ver atrás por el retrovisor. Lucy es tan pequeña que casi desaparece entre las otras chicas, se desvanece la preocupación en mí.

Quizás esto era lo que necesitaba en realidad. Alejarme de todo y todos, junto con ellos. Allá no habrá textos, rotes, doctores cretinos, ni decisiones de vida o muerte. Todo lo que nos rodea ahora es montaña y carretera. Sé que no soy solo yo, todos necesitábamos que solo esto nos rodee, montaña, carretera y nosotros seis.

III

IRENE

― Aaagh… hace calooor ―gruñí estirándome como pude dentro de la vagoneta.

― Shhh, las despertarás.

― A mí nadie me calla, Tiago.

― Tranquila tigre ―dijo Marco riéndose―, será difícil convivir contigo si te levantas con ese humor.

― No es mi culpa que haga calor.

― En eso tiene razón ―dijo María semi despierta―, creo que te equivocaste de camino Marco, nos trajiste al infierno.

― Pues aquí las voy a dejar si no se tranquilizan ―hubo silencio mientras nos veíamos unos a otros―. Siempre quise decir eso.

Las risas volvieron. Helena y Lucy despertaron.

― ¿Lucy cuánto falta? ― preguntó María. 

Ella seguía adormilada, vio un momento por la ventana antes de responder. No entiendo cómo no se mareaba con tanta vegetación alrededor. Era hermoso, pero me mareaba ver siempre el mismo verde. No quiero imaginarme la cantidad de insectos que hay entre esas hojas.

― Debemos estar a la mitad del camino. Cuando dejen de verse montañas en el horizonte, habremos llegado.

― Huyendo al fin del mundo. 

LUCY

Sofocante, tenía ganas de arrancarme la piel. Quizás no era del todo el clima, sino que habíamos estado tres horas en ese auto y con ropa abrigada. En el viaje hacía frío, pero en este punto ya necesitaba reducir tela a mi cuerpo. Reconocí esta parte de la carretera. Estábamos cerca.

― Gira por ahí ―le dije a Marco, unos kilómetros después estaba la entrada. 

Una reja alta y negra en una pared marrón. Se veía tan imponente como la última vez que vine. Aunque ese día, llegué de noche y llovía.

***

― Viajar sola, a estas horas, no les habría gustado a sus padres.

Miré a Rogelio en silencio. Tuvo que recogerme del pueblo, no sabía cómo llegar a la hacienda desde la carretera. Bajé la vista, mis zapatos estaban llenos de barro, mis manos llenas de sangre, mi ropa y cabello completamente mojados. El interior del auto fue iluminado por un rayo.

― Retomaré la investigación de mis padres.

― Señorita ―Rogelio giró su vista hacia mí por un instante, suficiente para ver la pena en sus ojos. Odio la pena, estoy harta de ella.

― Encontré parte de los archivos en casa, sé que el resto están en la hacienda.

― Acaba de entrar a la universidad, no hay porqué apresurarse.

― ¡Voy a retomar la maldita investigación!

Otro rayo. Él asintió en silencio.

***

Salí del auto y les dije que esperaran. Rogelio, el mayordomo, apareció. Es el hombre en el que más confiaron mis padres y ahora yo confiaba de la misma forma en él. Se acercó a la entrada al ver el auto llegar. Caminé hacía él mientras le hacía una seña a Marco para que entrara en la finca.

― Señorita, nos alegra tenerla de vuelta. 

― Gracias Rogelio, a mí también me alegra volver.

― Veo que trajo visitas.

El auto ingresó, se adelantaron. Yo entré caminando con Rogelio.

― Sí, serán nuestros invitados durante estas dos semanas.

― ¿Dos semanas? incluso durante-

― Sí ―lo interrumpí―, ellos no saben nada, así que espero tu total discreción con respecto al tema.

― Sí, señorita.

― Informa a los empleados para que tampoco mencionen nada. 

Comenzó a hablar y ponerme al día de la situación de la hacienda. Solo tenía la mitad de mi atención, estaba siguiendo con mi mirada el recorrido del auto. Veo cómo se detiene en frente del edificio. Una gran y blanca mansión nos recibió, de tres pisos y gran extensión. Techos oscuros y con la evidente presencia del musgo. Las paredes tenían varias zonas con moho negro por la humedad del ambiente. Sin embargo, se veían tan sólidas como la última vez que vine. 

― Es tal como la recuerdo.

― La hemos cuidado hasta su regreso.

― Y has hecho un espléndido trabajo Rogelio, te felicito.

Era difícil ver algo más allá de la copa de los árboles, con excepción del fondo de la hacienda, una gran montaña nos observaba. Un gran y frondoso bosque nos rodeaba por completo, lleno de árboles tropicales que regalaban sombra, el bosque era tan tupido que el sol no podía llegar al suelo. No podíamos ver la carretera que nos había traído. El canto de las aves era más audible aquí. Al fin todo estaba cayendo donde debería estar, siento mi vida más que nunca entre mis manos. Vuelvo a ver alrededor deseando gritar con todas mis fuerzas, después de todo, tengo mucho silencio que llenar. 

Los vi salir del auto e impresionados me preguntaron.

― ¿Esta es tu “pequeña” propiedad? 

― Sí. La hacienda se llama “luna de rosas”. Tiene una interesante historia, pero mi tatarabuelo la compró por su inhóspita ubicación, no hay vecinos a kilómetros.

― ¿Por qué nunca nos hablaste de ella?

― No lo sé, me hacía recordar a mis padres.

Todos callaron. No dolía mentirles, ya lo había hecho por mucho tiempo. Aunque no estaba inventando nada. Ocultar la verdad, ¿es mentir? 

HELENA 

Parecía dueño de una funeraria, alto, erguido, de piel gris. ¿Y este hombre trabajaba en un clima caluroso? Era raro ver un personaje así caminar junto a Lucy, ella siempre se veía tan adorable. El hombre de serio semblante que nos había recibido llamó a un grupo de personas que llevaron nuestro equipaje. Luego nos guiaron a todos al interior, mencionando de forma muy vaga cómo era la hacienda.

Esta construcción era un edificio de tres pisos con techos altos. El exterior era mayormente blanco, podíamos ver musgo y espacios carcomidos por la humedad. En el interior, las paredes estaban pintadas con colores cálidos y cada cierto tramo podíamos ver pinturas con personas que seguramente eran parientes. La edificación tenía dos partes, estaban unidas por pasillos a los extremos de ambos edificios, formando así el perímetro de un cuadrado.

Mientras caminábamos por el edificio principal nos hablaron de las innumerables salas. Había una gran biblioteca y cuartos con un montón de propósitos. Tenían de todo, juego, pintura y música y podíamos entrar a cualquiera. Salimos por el lado derecho y caminamos por el largo pasillo. 

Al centro de la construcción había un jardín con flores de muchos colores y un par de árboles. Creí haber visto un columpio en uno de ellos y una fuente justo al centro. Tenía una estatua perfectamente blanca, alzándose imponente. Eran cuatro rosas que sostenían una luna llena, sentada sobre la luna había un ángel que veía al cielo melancólico, con una daga en la mano izquierda. 

Al llegar al segundo edificio nos encontramos con un largo pasillo lleno de puertas. Nos llevaron por una de ellas y nos encontramos con unas escaleras. En el segundo piso volvimos a encontrarnos con otro pasillo, seguro nos perderemos un par de veces al recorrerlos. Lucy se adelantó unos pasos hasta estar en medio del pasillo y nos dijo:

― Esta es mi habitación ―señalando en gran portón doble a la mitad del pasillo.

IV

MARÍA

― Esta es mi habitación ―nos dijo mientras nos mostraba un gran portón doble a la mitad del pasillo― pueden escoger la habitación que quieran mientras esté en este pasillo.

Por el otro extremo del pasillo apareció una mujer rubia. Tenía el cabello perfectamente recogido en un moño inmaculado. Sus facciones severas resaltan de forma evidente. Por un momento creí que venía para arrestarnos. Sus tacones resonaron y todos nos giramos para verla.

Si la veía de espaldas probablemente imaginaría que era hombre, tenía una espalda ancha y una complexión musculosa. Sin embargo, las largas pestañas que cubrían sus ojos azules, sus labios pintados con un intenso color rojo, su falda de tubo y su rostro angular nos advertía a todos que era mujer. Creo que sin importar el género no podría evitar pensar que era aterradoramente hermosa. Estaba vestida como una oficial. Que extraño, ¿por qué vestirse así en una hacienda de cultivos?

Se acercó con paso firme. Fue directamente hacia Lucy. Ella no parecía impresionada ante ese singular personaje. Por el contrario, su semblante oscureció, parecía serio. Jamás la vi así.

― Ah, Beatriz ―dijo Lucy con una sonrisa por demás fingida―. ¿En qué puedo ayudarte?

― Disculpe que la moleste. Tiene visitas ―respondió la mujer. El miedo y el respeto que sus palabras reflejaban me hizo acercarme un paso más hacia Lucy― pero ―le susurró algo al oído. Aun cuando había dado un paso más cerca de mi amiga no pude oír nada.

― Bien, chicos por favor escojan su habitación, desempaquen y yo vuelvo en un momento. 

Dejó su maleta con Rogelio y se fue con aquella mujer hacia el mismo extremo por el que había llegado. Mientras recorrieron el pasillo logró escucharse algo de la conversación. Sé que todos escuchamos con atención.

― ¿Qué pasa? ― dijo Lucy seria.

― Tenemos informes de la base “L”.

― Espero que sean buenas noticias ―había un tono de advertencia en el tono de Lucy que hizo que Beatriz se irguiera a su lado.

― Ya terminaron, señorita.

― Ah, perfecto, más vale que el avance continúe así.

Ambas desaparecieron al doblar la esquina. Todos nos quedamos en silencio por unos segundos. Por un momento me puse a pensar que podría estar hablando de algún sembradío o algo así. En ese instante, la voz de Rogelio me sacó de mis pensamientos.

― Tal vez sea conveniente que escojan una habitación, jóvenes. La señorita debe tener planes para ustedes.

Todos comenzaron a ver las habitaciones, pero yo me quedé viendo por la ventana que daba al jardín central. Todas las ventanas eran amplias, llegaban a nuestra cintura más o menos. Vi a Lucy recorrer el pasillo con rumbo al edificio principal con la rubia escalofriante. A mitad de su recorrido, se acercó un joven que debía tener nuestra edad, el sudor brillaba en su frente, no creo que haya sido del calor. Le dijo algo apresuradamente. 

Lucy asintió tranquila y el chico salió corriendo de nuevo. Ella dio media vuelta para dirigirse a la mujer que la acompañaba, pero de repente elevó la vista y me vio. Nuestras miradas se encontraron y sentí que era transparente para ella. Había algo macabro en su mirada. 

MARCO

Todos empezaron a entrar a las habitaciones, yo tomé la que sobraba junto a la de Lucy. La construcción y los muebles tenían una pinta de casona antigua. Ninguno de los cuartos tenía televisión, solo una radio. El internet solo llegaba al edificio principal y era más lento que enviar mensajes por paloma. La señal de celular moría al salir del pueblo, nosotros estábamos muchos kilómetros más allá. Éste verdaderamente sería un tiempo de desconexión. 

Mientras comenzaba a desempacar, escuché ruidos extraños más allá de mi ventana. Me asomé, vi la vegetación estremecerse mientras alguien o un grupo de personas recorría el sembradío que estaba en la parte trasera del edificio. Mis ojos no pudieron desprenderse de ese movimiento, como si una enorme criatura se abriera paso.

La vegetación cambió por árboles y estos no se estremecen ante el paso de nadie. Supuse que eran personas que trabajaban aquí y que Lucy los había mandado a hacer algo urgente. Un hombre que rondaba los treinta años fue el último en emprender esa carrera con rumbo desconocido para mí. Tenía una chaqueta negra, lo que me pareció muy extraño. ¿Quién usa chaqueta en este clima? Debe ser de los trabajadores más jóvenes que tiene Lucy.

Los pierdo de vista. No escucho más pasos. La agitación inicial desaparece y es sustituida por el silencio absoluto, ni siquiera las aves cantan. No hay brisa, incluso yo dejé de respirar por un momento. Un escalofrío recorre mi espalda. Mi vista sigue perdida en el fondo del bosque, no veo nada extraño en lo que pueda fijar la mirada. De repente, un estruendo a lo lejos me sobresalta.

LUCY

¿Hice mal? 

No es la primera vez que me hago esta pregunta, quizás tampoco sea la última. Se repite una y otra vez, todos los días, del amanecer hasta el anochecer. Cuestiono mis acciones hasta el cansancio. Pero con el tiempo me doy cuenta que soy la única que actúa correctamente. Ya estamos aquí y se quedarán aquí. ¿Mensajes divinos o es solo mi forma de autoconvencerme? No me importa, de ambas formas mi conclusión será que esto es lo mejor. 

¿Lo mejor para quién?

Para todos. 

***

Caigo de bruces al suelo. Risas llenan el lugar, agudas, incesantes, taladran mi cabeza. Vuelvo a sentir un pie sobre mi espalda. Las lágrimas arden en mis ojos, los cierro con fuerza para detenerlas. Estas voces chillonas llegan como latigazos, abren mi piel, el golpe llega a mis huesos. ¿Dónde estás, Marco?

― ¿Qué pasa huérfana?, ¿ya no están tus estúpidos guardaespaldas contigo?

Sigo sin entender qué hacen estas copias baratas de estereotipos oxigenado, molestándome. Guardo silencio. Trato de ponerme de pie, me arden mis rodillas y siento un líquido viscoso recorrer mi pierna. ¿Dónde estás, Tiago?

― Mírenla retorcerse como el gusano que es.

― Y pensar que esta mierdita nos miró feo.

Apenas apoyo mis rodillas, toman mi cabello y me obligan a ver hacia adelante. ¿Por qué el mundo está lleno de gente mala?, ¿nadie puede hacer algo al respecto? Vuelven a darme una cachetada, sus largas uñas dejan arañazos en mi cara. Que delicadas, golpeándome con bofetadas como si estuviéramos en el siglo XVII. ¿Dónde estás, María?

― Me caga esa miradita tuya de superioridad.

Guardo silencio, podría insultarlas, decirles todo lo que son, pero solo ganaría más golpes. Solo las veo, sus expresiones se contraen en ira. Debe resultar muy molesta mi existencia. Vuelven a tirarme al piso con asco, yo les tendría más asco a los chicos que se tiraron. ¿Dónde estás, Helena?, ¿Dónde estás, Irene?

― No eres tan importante como te hacen creer.

― Con tu banda de raritos siempre cuidándote. Sobre todo, ese mastodonte del club de lucha.

― ¿Y qué hay de esas chicas? Seguro se manosean entre ustedes porque nadie más quiere tocarlas.

― Cállense ―mi voz sale como un susurro, creo que ni yo misma me escuché. 

― Yo creo que el flaquito y el mastodonte se las follan. Por eso las protegen.

― Parece que esta vez no vendrán por su perra ―su tacón vuelve a impactar, vuelvo a caer.

― Cállense.

― ¿Qué pasa huérfana? ¿Te molesta que hablemos de los pendejos esos? ―sujetan mi cabello y llevan mi cabeza hacia atrás. 

― ¿Nos acusarás con tus padres?

― ¡Cállense, zorras de mierda!

Golpeo con todas mis fuerzas las rodillas de la que sostenía mi cabello. Cae al suelo y la tomo del cabello para que no quite esa cara que tenía tantas ganas de lastimar. Empiezo a golpearla, yo no soy una “damita” como ellas, yo sí golpeo con el puño cerrado. Las otras dos parece que se quedaron pasmadas, no reaccionan mientras le remuevo el maquillaje a su “amiguita”. Me toman de los brazos y entre las dos me tiran hacia atrás. Vuelvo a ponerme de pie y me lanzo contra ellas.

Han caído una sobre otra y yo estoy encima de las dos. Tomo con fuerza los mechones de la de arriba y empiezo a golpear su cabeza una y otra vez contra la de su amiga mientras mis gritos resuenan.

― ¡PUTA, PUTA, PUTA, PUTA, PUTA! 

El hueso rompiéndose, los chillidos que se ahogaban, el concreto impactando una y otra vez, es la primera vez que estoy de este lado del golpe. No puedo detenerme, mis dedos parecen atados a su cabello y solo quiero seguir sacudiendo con fuerza. Recuerdo a mi mente ponerse en blanco, realmente no había nada más pasando por mis ideas que lo que estaba haciendo. Mi cerebro seguía mandando la orden para seguir peleando, para seguir golpeando, las palabras solo brotaban, pero poco recuerdo de ellas. Sé que al día siguiente mi garganta me dolía mucho.

Beatriz tuvo que recogerme de ese terreno baldío. 

Fue ella la que me ayudó a hacer parecer todo eso un asalto para los policías. Al menos ellas no volvieron a molestarme. Dos días después, cuando volví al colegio, Marco me vio con golpes y rasguños, me creyó completamente que había sido atacada por abusonas. No era la primera vez que pasaba, tampoco fue la última. Él pasaba más tiempo conmigo creyendo que ellas volverían a buscarme en mi camino a casa. No les dije quiénes eran, de todos modos, no las habría encontrado.

Fue la primera vez que me defendí y resultó. Pero no pude decirles lo que hice en verdad. Beatriz y Rogelio curaron las heridas y me ayudaron cada vez que lo necesité. Pero ellos, como todos, llegaban cuando yo ya había tomado cartas en el asunto. Esperar no sirvió, nunca sirvió. ¿Hice mal?

***

¿Ahora dudas de mantenerlos aquí, Lucy? Me esforcé para que vengan. Lo hice solo porque quería mantenerlos conmigo. Quiero que admiren mi logro más grande, ellos deben ser mis principales espectadores. Un gruñido salió de lo más hondo y resonó en mi garganta.

― ¿Algo anda mal, señorita? ―preguntó Beatriz.

― Me pregunto, si realmente habré hecho bien.

― ¿Se refiere a la operación “ciudadano”?

― No, jamás me arrepentiré de esto.

― ¿Es sobre traer visitas?

― Sí ―suspiro―. Yo ya me encargaré de instruirlos correctamente.

― ¿Eso quiere decir que ellos son sus elegidos finales?

― Sí, pero no quiero que nadie diga nada al respecto. 

― Todos están instruidos para actuar con discreción ante ellos.

― Perfecto, quiero que los tengan vigilados. Que ellos no se den cuenta.

― ¿Prohibimos las salidas?

― No. Son invitados y pueden moverse con libertad, solo no quiero que se metan en lugares equivocados. Hay puertas que nunca deben dejar sin vigilancia.

TIAGO

¿Fue la vida o los programas de detectives los que hicieron estragos en mi cabeza? No puedo evitar sentirme paranoico por nuestra comunicación, o mejor dicho la falta de ella. Cualquiera diría que el internet llega hasta el rincón más remoto del desierto, pero al parecer no dentro de estas paredes blancas. ¿Ni siquiera teléfono? Es como si se hubieran quedado atrapados ochenta años atrás.

Sé que no soy el único que está perdiendo un poco la cabeza por esto. Marco también duda, su ceño fruncido que aparece con cada nueva puerta a la que no podemos entrar me lo dice. Estoy preocupado por mis amigos, ¿Qué ocultaba Lucy aquí? Quizás realmente quiero que ella oculte algo terrible, no porque quiera hacerle daño, sino porque sería divertido. Aún me pregunto por qué traje la capa verde a este viaje, cuando había prometido que no volvería a hacer algo así.

Si el mal que amenaza a quienes amo fuera una de mis amigas, ¿sería capaz de hacer algo al respecto? No podría hacer nada contra Lucy, aun si ella pone mi vida en riesgo. Podría verla apuntarme un arma a la cabeza y no sería capaz ni de elevar la voz. Quiero protegerla antes que, a mí, pero también quiero proteger a mis otros amigos. Ellos también son mi familia. 

Pierdo totalmente el hilo de lo que Lucy nos cuenta, solo los estoy siguiendo por inercia.

Vemos a muchas personas que aparecen y desaparecen por los pasillos, todos parecen muy ocupados, ¿en qué? Nadie ve a los ojos a Lucy, ni siquiera le hablan directamente. Todas las preguntas pasan primero por Beatriz. Está bien que no le tengan confianza por su ausencia de la hacienda, pero siento que esto es una exageración.

Mi cabeza empieza a imaginar los peores escenarios. En los cuartos prohibidos empiezan a dibujarse los peores monstruos, mi podrida imaginación crea sombras que se combinan con esas puertas oscuras y de madera podrida. Desde esclavos, cuartos de tortura, almacenamiento de productos ilegales, comercio de armas, algo terrible que no pueda mostrarnos y que mantenga esta hacienda de pie.

Lucy sigue hablando y mi mente está corriendo muy lejos de ella, de todos. Las sombras, los muertos, las siluetas más grotescas están escurriéndose dentro de esos cuartos. Por un momento me siento culpable por creer que una de mis mejores amigas pueda ser dueña de algo monstruoso. 

Pero cuando la veo, veo el lugar en el que estamos, la forma en el que las personas le hablan y los extraños personajes de los que está rodeada, no puedo detener mi mente. De nuevo siento que estoy en un lugar terrible, que ninguna capa podrá hacer un acto de justicia esta vez. 

Es pequeña y quisiera volver a verla reír como antes, pero la voz sigue ahí. Me dice que ella está ocultando algo terrible. Debajo de ese disfraz está un demonio que nos sostuvo entre sus garras. Cierro los ojos con fuerza, estoy alucinando de nuevo. Me repito que a quien debo proteger es a ella, inquieto e incómodo sigo caminando. Temo que realmente mis deseos de ser su héroe terminen creando villanos fantasmas.

HELENA

Terminé de desempacar y me estiré una vez más para quitarme el cansancio del viaje. Sacar mi ropa me había reactivado ligeramente. Vi por la ventana un momento, la montaña es espesa y realmente no distingo nada, pero algo me dice que aquí encontraremos un refugio, quiero convencerme de ello. Quiero que esta mentira se haga realidad, quiero que volvamos a tener un lugar seguro donde ninguno de nosotros tenga que calcular cuidadosamente los pasos que da. Suspiré. Tomé una ducha y salí del cuarto. ¿Es realmente el calor o es la humedad lo que estoy odiando con todas mis fuerzas? Vi a casi todos charlando en medio del pasillo, los cabellos mojados, el olor a shampoo y colonia flotando en el aire. Extrañaba esto, lo plano y sencillo que resultan estas personas, la paz que traen. 

¿Lucy aún no había salido?

― Cómo tardas, niña ―me regañó Irene.

― Hemos estado esperándote desde hace años ―María estiraba las vocales.

― Técnicamente no soy la última. Todavía falta Lucy.

Irene levantó su dedo pensando objetar, lo fue bajando lentamente.

― Hnmp, tiene razón.

― ¿Dónde se habrá metido? 

― No lo sé, fui el primero en salir y no la vi por ningún lado. Debe seguir en el edificio principal.

Marcos nos hablaba sin mirarnos, tenía la vista fija en el edificio principal.

― ¿Vamos a investigar? ―dijo María con una sonrisa divertida.

Esa sonrisa no había cambiado nada desde que éramos pequeñas. Ella sabía que era una travesura, pero aun así quería hacerlo. Se supone que yo era la adicta a la adrenalina. Sonreí mientras los recuerdos de nuestras aventuras volvían a mi memoria. No debería alegrarme por la cantidad de recuerdos que tengo por accidentes, heridas, fugas y castigos compartidos con ella. En ese entonces corríamos a donde quisiéramos, sin importarnos realmente donde se apoyen nuestros pasos porque nada podía explotarnos en el rostro.

― No. N-no sé si realmente d-debamos ir a husmear al edificio principal ―tartamudeó Irene, en su voz casi podía escucharse el miedo escurrirse entre sus susurros. Sonreí pensando que hasta hace unos segundos ella estaba regañándome.

No entiendo a qué podrían temer. Es cierto que es raro estar en una mansión de la que no sabíamos, en medio de la nada, que tiene aspecto ancestral, sin comunicación, ni nadie que nos oiga gritar a kilómetros. Pero parece que olvidan que es la casa de Lucy, todos estamos bajo su brillante mirada.

V

MARÍA

― ¿Por qué? ―cuestionó Marco― Lucy no nos ocultaría nada.

― No teníamos idea de la existencia de esta mansión, ¿cómo puedes estar tan seguro?

― Seguro no quería que nuestro cariño se vea relacionado por lo que tiene ―Tiago habló.

― No me parece suficiente, siempre fuimos sus amigos y sabíamos que sus padres tenían incluso su propia empresa.

― Mira, aunque así fuera ¿Qué tan malo puede ser?

Ojalá supiéramos. 

No, no sabía a ciencia cierta si ella había hecho algo malo. No pude evitar preocuparme por esa mujer terrorífica y la forma en la que el personal de Lucy se comporta con ella. Algo no anda bien, pero me cuesta creer que realmente es obra de Lucy. La recuerdo sonriendo, cocinando galletas con nosotras, regalándonos tarjetas cursis en San Valentín, ni siquiera hay algo cercano a ella haciéndole daño a alguien. Mis memorias se desvían. Recuerdo la secundaria, ella siempre resultaba herida. Eligiendo no defenderse, soportando los insultos, las burlas e incluso los golpes. Ese buen y luminoso corazón no debería ser capaz de ocultarnos nada realmente malo, o eso quería creer. 

Eso me daría más tranquilidad ahora mismo.

― No lo sé, ¿qué es lo peor que se imaginan? 

Una voz del extremo del pasillo nos sorprendió. Irene y Helena saltaron ante el sobresalto. Parecía que nos habían atrapado haciendo algo malo, no hablando de nuestra amiga.

― Lucy ―dijo Tiago en un suspiro que supongo que era para que su alma volviera a su cuerpo.

― Sí, ¿quién creían que era? 

Todos tratamos de tomar aire para relajarnos. Parecíamos verdaderamente culpables, como si hubiéramos matado a alguien, el muerto está tirado en medio de nosotros y rezamos en silencio para que Lucy no lo note. 

― ¿Oigan estaban hablando mal de mí?

― Claro que no, nena ―dijo Helena rodeándola con su brazo― pero nos carcome la curiosidad de saber qué ocultas entre estas paredes.

Lucy sonrió divertida, ¿le causaría la misma gracia saber las dudas que teníamos sobre ella? Se tomó en serio lo que le dijo Helena sobre la curiosidad de lo que había en esta hacienda porque esa tarde la pasamos conociendo las habitaciones. 

Vimos las que podíamos visitar a cualquier hora del día y todas aquellas que estaban llenas de la historia de su familia. No mencionó a sus padres. Sino a sus abuelos, sus bisabuelos, tatarabuelos, tíos que también fallecieron, familia que ya no estaban con ella pero que recordaba. Realmente tenía varias habitaciones en las que habían pasado muchas cosas memorables, historias de amor, odio, reconciliación, superación. Todos los valores de su familia parecían resumidos en ella. 

Lucy sonaba muy feliz de contarnos cosas de sus antepasados. Me dio curiosidad saber de dónde había aprendido todo eso sobre su familia. Ella no había tenido la oportunidad de hablar con ningún pariente a parte de sus padres. 

No quise preguntar. 

JORGE

No me gusta desconfiar de mis amigos. Pero, que no haya ningún tipo de comunicación con el exterior en kilómetros me extraña, me inquieta más de lo que me gustaría admitir. Entiendo que esta sea la cabaña de sus padres y que ellos no se hayan preocupado por los televisores o el internet, pero creí que Lucy se habría preocupado por poner al menos más de un teléfono, el que nos dijeron que podíamos usarlo con toda libertad. No me creo mucho eso de “toda libertad”, está junto a la oficina de la rubia esa, siempre está vigilado. 

Quizás el problema no sea realmente que estamos incomunicados, sino que no esté bajo mi control. Yo quiero llamar cuando quiera sin tener a alguien vigilando si llamo o a quién llamo. Me incomoda que ahora Lucy sea la que tiene control sobre nosotros. No como si fuera una dueña sino como si fuese más madura, me gusta más en su papel de chica indefensa. La veo a los ojos y no veo nada distinto, veo sus labios, su cabello, veo que ya no está vestida como antes, intento descubrir alguna señal en ella que me alerte del peligro o me dé algo de paz al menos. 

Después de mostrarnos las veintitantas habitaciones en las que podríamos pasar nuestros días. Nos mostraron, o más bien nos señalaron, las puertas de las habitaciones que teníamos prohibido ver. No podíamos verlas, ni entrar, ni acercarnos, ni siquiera respirar cerca de ellas. No lo digo por exagerar, Lucy y su escalofriante acompañante, Beatriz, nos dijeron severamente que no respiremos cerca de las puertas. Me gustaría creer que solo lo dijeron para asustarnos.

Veo alrededor y todos tienen momentáneos ceños fruncidos. Toda esta mierda es muy rara. ¿Realmente no la conocíamos tan bien? Yo al menos creía que sabía más que nadie quién era Lucy. 

La imagen de su sonrisa, cómo se veía en invierno con sus grandes abrigos, la forma en la que se sonrojaba al reír, todo lo que viví con ella me hace dudar sobre lo que estoy viendo ahora. Siento que estoy ante dos Lucys distintas, una es mi adorable amiga y otra es la amenaza que me pide sacar a mis amigos de aquí. Sin importar cuál de las dos nos trajo hasta aquí, no puedo evitar querer caminar hacia ella. Mi cuerpo es llamado a seguirla.

Espero estar caminando hacia alguien que me abrazará y no que me apuñalará.

La hacienda tiene las paredes claras, las puertas contrastan con su tono café. Aunque nos hayan mostrado muchos cuartos no iba a ser difícil recordar las puertas que no podíamos atravesar, su madera era oscura, la pintura caía a pedazos, estaban podridas y claro, echadas con llave. Solo esas puertas desentonaban con toda la casa. Este lugar no lo construyeron ayer, es obvio, pero solo estas puertas parecen caerse a pedazos.

La mayoría estaba impresionado por las habitaciones que podíamos entrar, la “libertad” que nos dieron para caminar por la hacienda e ir al pueblo. Pero aún en esos movimientos, Lucy nos dijo que siempre habría un empleado cerca para pedirle indicaciones o que nos guíe. Yo puedo conducir tranquilamente al pueblo, no necesito un guía, y esta mansión nunca será lo suficientemente grande como para que me pierda y no pueda volver a mi habitación. Todo esto se me hace un tanto ridículo. Ella no debería estar preocupándose por mí, debe ser al revés. Como siempre fue.

Esta mansión no tiene tantos pasillos como parecía desde el exterior, pero sí tiene muchos cuartos. No puedo sacar esas puertas de mi cabeza. Si tuvieran reliquias familiares que no pueden mostrarlas por reparación o lo valiosas que son, ¿por qué no decirlo y ya? Hay otras habitaciones con cosas aún más valiosas y menos vigiladas. 

No entiendo muy bien qué se hace en esta hacienda, pero siempre veo gente moverse por los pasillos. ¿No deberían estar en los sembradíos? Me parece lo único que se puede hacer por aquí. No vi animales cerca así que supongo que Lucy no cría vacas o algo por el estilo.

Mientras recorremos pasillos y escuchamos las historias de Lucy, mi vista pasa seguido por Beatriz. Siempre caminando dos pasos detrás de ella, escuchándola con atención. Trata a Lucy con mucho respeto, pero quizás esa mujer sea el motivo por el que ella se ve tan cambiada cerca. Cuando Beatriz está presente, Lucy deja de ser la chica dulce que conozco. Quizás esta rubia sea mi verdadero problema aquí. Quisiera alejarla otros quince pasos de Lucy. Ella la obliga a comportarse como una mujer fuerte, una que debe liderar este lugar que llegó a sus manos sin que lo haya pedido.

La más pequeña caminando adelante, dando órdenes a los empleados que se cruzan en su camino, siendo nuestra guía. Siento que hay algo mal en este orden. Ella siempre fue una buena líder, en el colegio se metía para solucionar problemas, en su barrio era la mediadora entre las viejitas locas, incluso en la universidad trajo luz con las pocas palabras que compartía allí. Ella es capaz de estar delante y detrás de bambalinas al mismo tiempo, oculta en lo evidente. Me llegaron noticias de ellas a mi facultad. Hay un par de chicos que estaban sorprendidos. 

Yo sé lo que hay debajo de esa voz proyectada y esa mirada decidida. Está la niña llorona que se ocultaba detrás de mí cuando alguien más grande la intimidaba. Claro que no solo tenía que defenderla de los chicos que la molestaban por no tener papás, sino también de todo el que quisiera apartarla de mí. Los que estaban en la vagoneta no intentaron alejarla, se integraron a nosotros. 

Ahora Lucy está caminando delante de mí, para mi sigue siendo la pequeña con la colección de vestidos de princesa. Sé que siempre volverá a esconderse detrás de mí. Vuelvo a ver a Beatriz, quiero golpearla por alejar cuatro pasos de mí a Lucy.

LUCY

― ¿Hasta qué hora se quedará entrenando?

La voz de Beatriz llegó por sobre mis golpes. Carezco completamente de técnica. Tomé pocas clases de kickboxing, pero saber asestar un golpe terminó por volverse importante. El saco de arena era lo único que se escuchaba por unos segundos. 

― ¿Señorita?

― Hasta el amanecer, vete.

Me dejó sola. Sigo golpeando con fuerza. 

Quiero mejorar, mañana buscaré un entrenador. Le diré a Beatriz que se asegure que no le diga a nadie que me enseña a pelear. Mis brazos arden, mis muñecas duelen, mi polera se pega a mi espalda por el sudor. Tranquila mamá, puedo seguir ignorando el ardor en mis pulmones. Tranquilo papá, seré una buena hija; la mejor hija. 

***

― Lo prometo ―susurré.

― ¿Qué dijiste? ―preguntó Tiago a lado mío.

― Ah, nada, nada. Estaba pensando en voz alta.

― ¿Sobre qué? 

― Sobre la cena. Estará espectacular, ¿verdad Beatriz?

― Sí, señorita.

Volteé mis ojos ante su respuesta con voz militar. Ojalá pudiera quitarle ese tono que hace estremecer a mis amigos, otra cosa que tendrán que aguantar. Después de recorrer la casa, los invité a pasear por el pueblo en lo que la cena estaba lista. No es como si tuviera algo realmente impresionante, pero siempre me pareció acogedor. Me habría gustado vivir aquí con mis padres. No en la hacienda donde todo es complicado, sino aquí donde todo parece tan fácil.

Las chicas se emocionan con las pequeñas tiendas y arrastran a Tiago con ellas. Yo me quedo atrás caminando algo más lento, Marco está a mi lado caminando a mi ritmo. Siempre hizo eso, se detenía o corría para tenerme cerca, controlada. Siempre bajo su ojo avizor. Podría recorrer el triple de distancia con sus largas piernas, pero prefiere tenerme a su lado.

De todos mis amigos, creo que hablé más con Marco, pero porque le gustaba tenerme bajo su mirada. Los otros tenían otras actividades y con asegurarse que estuviera bien al llegar a clases se sentían tranquilos. Marcos no, él quería verme sentada cerca de él, sabiendo que nadie me golpearía. Una parte de mi sonríe cada vez que recuerdo que no soy la única rota en este grupo tan raro que somos. Probablemente desde entonces supe que Marco era el que estaba más cerca de estar dañado como yo. 

¿Por eso me gusta hablar durante horas con él? ¿O es que nuestra amistad no es ficcional y estos años juntos fueron por sincero cariño? Agito mi cabeza. Que estúpida, claro que fue por el cariño. Ellos son mi familia, ellos estarán por siempre conmigo.

Al volver a “casa”, les enseñé la piscina que estaba del lado este de la hacienda. Tenía que mostrárselas al final porque Rogelio me había dicho que aún les faltaba parte del proceso de mantenimiento. Estoy dibujando esta realidad, no solo para ellos, sino para mí también. 

TIAGO

Si algo nos preocupaba se fue al lanzarnos a la piscina y al estar sentados juntos en la cena. Todos disfrutamos de lo que nos habían preparado. Las cosas son diferentes aquí. Aunque supongo que podría atribuirlo al calor o el hambre, pero me sentía un niño pequeño de nuevo. ¿Por qué estaba tan preocupado al llegar? En realidad, tampoco quiero recordar, quiero seguir sintiendo el olor a agua clorada en mi piel. 

El comedor era un salón con paredes de ladrillos barnizados. Tenía cinco cuadros de mujeres en ellos. Se parecían mucho a Lucy o tal vez a su madre, todas tenían la misma mirada. Del alto y amarillo techo colgaba un candelabro ―que no era tan impresionante como el de la biblioteca―. La mesa redonda estaba llena de platos deliciosos. Pollo, pescado, decenas de guarniciones y tres tipos de jugo de frutas distintos. Era imposible que acabemos con todo esto, ni siquiera Marco y yo con nuestro buen diente.

Creo que Lucy quiere engordarnos para cenarnos en navidad. Aunque así fuera, creo que no dejaría de comer. ¿El hambre hace esta comida mejor, o es la compañía? Hace mucho tiempo que no comía con ellos. De todos modos, íbamos a reunirnos, es la época del año en la que lo hacemos. Compensar el peor día para Lucy con los mejores momentos que podamos darle.

Había olvidado que todo esto se trata de ella, venir aquí es para celebrar su cumpleaños y acompañarla en el proceso de hacerse cargo de los bienes de sus padres. Es raro que hayan esperado a sus veinticinco, pudieron haber pasado a al cumplir veintiuno. Lucy nos comentó que sus padres pidieron que ella termine su carrera. Ella no habría dejado de estudiar aún si tuviera todo esto. Evidentemente no llegaron a conocerla bien. 

No sé si puedo decir que es su carrera. Es la carrera que esperaban de ella, no lo que habría querido. Tampoco puedo imaginar qué es lo que ella habría querido, quizás algo con animales o niños pequeños. Es tan ingeniosa y brillante como sus padres, es increíble que haya terminado su maestría y esté iniciando su doctorado antes de que nosotros acabemos la universidad, siendo la menor. 

Trago amargo, a veces me siento celoso por la perseverancia que tiene. Se propone algo y lo logra. Aun esos planes que nosotros no creíamos posibles, los llevó a cabo. Tengo celos, pero nunca se lo dije, tampoco es que planeé decírselo. Mi mirada se detiene en ella que come con nosotros. Es la misma de la secundaria y al mismo tiempo es alguien a quien no puedo reconocer sentada allá en la cabecera. Su talento, su inteligencia, su perseverancia, su inocencia y la muerte de sus padres. Desearía tener todo eso.

Carraspeo, no creí que podría ser capaz de tener pensamientos tan terribles. Pude fantasear con alguna de las chicas y no me habría sentido tan mal como me siento de tener estos celos. Bajo mi mirada al plato, avergonzado. Espero que ninguno se dé cuenta, pero esa esperanza es ingenua.

― ¿Estás bien Tiago?

La única voz que no quería oír ahora, se preocupa por mí, me hace sentir peor.

― Estoy bien Lu, solo me perdí en mis pensamientos.

― Me di cuenta, sueles hacerlo. A mí no puedes mentirme.

― A veces me caga ser tan transparente para ti.

― ¿Es tan malo?

― No, pero me gustaría que sea recíproco.

― No entiendo, tú puedes ver súper bien.

Una risa amarga escapa de mis labios, niego en silencio. 

― Eso no es cierto, hay mucho que no puedo, que no podemos ver a través de esos enormes ojos que tienes. Ni siquiera Marco puede terminar de descifrarte, estoy seguro.

Se quedó en silencio, bajó la vista. ¿Ahora era ella la avergonzada? Parecía una niña regañada, incluso me sentí culpable. Estaba a punto de disculparme con ella, pero habló primero.

― Lamento haberles ocultado esta hacienda, y lamento no poder decirles lo que está en las habitaciones.

No, con esas disculpas me haces sentir más culpable. No sirven. 

― Pero terminó siendo raro hablar de lo que tenga que ver con mis padres.

Disparó al corazón, justo lo que no quería oír. Vuelve a verme, ¿se supone que debo responderte? No sé qué decirte, queríamos protegerte, supongo que te encerramos en un castillo de cristal y después te abandonamos dentro. ¿Lograste salir después de eso? Me da miedo preguntar y que el choque haya sido peor de lo que podríamos calcular.

Entramos a la universidad, yo solo te veo una vez al año creyendo que así te protejo. Sé que Marco y María siguen siendo cercanos a ti. ¿Cómo estás el resto del año? Sigues viéndome, basta. No sé qué quieres de mí Lucy, ni siquiera yo sé qué quiero de mí, no podría darte lo que no tengo. Sigues esperando por una respuesta, está bien lo intentaré.

― Lamento dudar de ti Lucy. Es solo que, todo fue muy raro.

Mi voz tiembla, balbuceo y siento que eso me condena aún más.

― Por ahora solo quiero disfrutar con ustedes estas vacaciones.

― Es otra forma de decir que no revelarás nada, ¿verdad?

Asintió en silencio, suspiré y traté de sonreír. Para calmarla a ella, para calmarme a mí. Un rápido vistazo y me doy cuenta de que el resto aún no nos presta atención.

― Supongo que todos tenemos cosas que ocultar ―Lucy volvió a hablar.

― No tienes que lanzarme indirectas. ¿Decepcionada?

― Te conozco, debiste ponerte en riesgo para rescatar a alguien.

Pronunció la palabra “rescatar” con un tono que no pude identificar, ¿era pena o burla?

― Estaba harto de escuchar como ese rector citaba chicas a su oficina cuando la U terminaba.

Ella se acercó para hablar más bajo, pero sus palabras eran de regaño― Supongo que drogarlo, humillarlo y transmitirlo por internet te pareció la mejor forma de enfrentarlo.

― Si lo dices así, suena como algo estúpido.

― Dilo tú de forma no estúpida entonces. Debiste pedir ayuda.

Callé, no quería dar estas explicaciones ahora. Nuestra atención volvió a centrarse en el resto. Estaban hablando del pueblo. No es tan inhóspito como nos hizo creer Lucy, de hecho, intenta ser algo turístico. Es una mini-ciudad. 

Olvidé los secretos de Lucy, creo que todos lo hicimos. Charlamos, recordamos y reímos. Por un momento incluso sentí que flotamos en alguna dimensión en la que no existen malas personas que matan o roban, autoridades que acosan o castigos para los héroes. Por un momento fui total y perfectamente feliz.

***

Llega la noche, definitivamente no puedo dormir. Me revuelco en mi cama, pero no puedo descansar. Algo se arrastra por el pasillo. No puede ser ningún animal salvaje, hay demasiada vigilancia y suena demasiado pesado. Hay aves e insectos que puedo escuchar desde mi ventana, pero este extraño sonido viene del pasillo.

Salgo para investigar, y veo como Rogelio y otro trabajador, cargan una persona hacia uno de los cuartos que no teníamos acceso. Estaba colgado entre los dos, prácticamente siendo arrastrado, ¿no fuimos los únicos que salieron a beber hoy? 

El trabajador resbaló y la persona que cargaban cayó, impactó el suelo en un golpe seco. Rogelio no pareció inmutarse, volvieron a levantarlo y continuaron arrastrándolo. El suelo comenzó a mancharse con un líquido oscuro. No hay luz, casi no distingo lo que pasa en ese pasillo a unos metros de mí. Pero noto algo extraño en el hombre que arrastran, ¿Quién usa una chaqueta negra en un clima como este?

MARCO

― ¿Qué haremos por tu cumpleaños? ―pregunté a Lucy.

― ¿Mm? No lo sé. La verdad es que ese día tengo que hacer algo importante. Así que podríamos celebrarlo toda esta semana. Será como si fuera el cumpleaños de todos. 

― ¿El resto del tiempo serás nuestra?

― No porque no me vean, dejo de ser su amiga, Marco. Pero ya que estoy aquí tengo cosas que solucionar.

De nuevo ese tono de niña grande. Sin darme cuenta un gruñido emerge desde mi pecho, solo Lucy se vuelve para verme. Sonríe, ¿de dónde salió esa confianza? Siento que quiere burlarse de mí, de mi incomodidad por su distancia.

― Aún debo encargarme de algunas cosas aquí en la hacienda. De todos modos, pueden hacer lo que quieran aquí.

― ¿Entonces puedo pintar a las tres de la mañana?

― Puedes, Mar. Será un honor tener tu trabajo exhibido en la biblioteca.

― ¿Puedo tocar música hasta que amanezca?

Todos refunfuñaron, Lucy se rio. Se siente extraño tener esta libertad sobre mi tiempo, quizás aparezca un libro de inmunología debajo de mi almohada como una especie de maldición.

― Helena, como mínimo deberías dejarnos dormir ―dije.

― Sí, puedes ―dijo Lucy―. El salón de música está en el edificio principal. Les aseguro que no importa el volumen de su música no la escucharán en sus habitaciones.

― Eso es tan interesante como tétrico ―dijo Tiago. 

Tenía razón, la idea de una habitación en la que no pueden escuchar tus gritos me incomoda. Incluso si eran gritos de auxilio, nadie se enteraría. Sabía que no podría oírnos un vecino o alguien del pueblo, pero ¿ahora resulta que tampoco podríamos escucharnos entre nosotros? 

― Tranquilos chicos. Todos estamos a salvo. Jamás ha habido robos aquí. El personal es de total confianza y la zona está cercada. Nadie entra o sale sin que yo lo sepa. 

¿Por qué sentí que detrás de esa sonrisa había una amenaza?

VI

TIAGO

Eso de que podríamos utilizar las habitaciones hasta la hora que queramos no era mentira. Cuando Helena dijo que tocaría hasta el amanecer tampoco era mentira. No contaba con Lucy, y que ella nos sorprendía con alguna actividad. Desde cosas tranquilas como caminar por el pueblo, hasta escalar esa montaña que siempre nos observaba. Al día siguiente, Helena no estaba en su cien por ciento y lo lamentó. Así que esa fue la única noche que amaneció tocando música, el resto de la semana se la pasó cantando con nosotros en el bar del pueblo.

Realmente no íbamos a destruirnos con alcohol barato y turístico, simplemente resultaba divertido escaparnos allí. Lucy nos otorgó un lugar perfecto para estar, pero el bar tenía algo que la hacienda no. El bar, con sus pisos sucios, las personas desorganizadas, los borrachos y mala comida seguía sintiéndose más hogareña que la prisión en la que sigue Lucy. Aquí no está Rogelio al final del pasillo, no escuchamos el sonido de los tacones de Beatriz, no veo a los trabajadores ir de un lado a otro con silencio mortal.

La estoy pasando muy bien. Los malos presentimientos siguen ahí y regresan cada vez que Beatriz o Rogelio llaman a Lucy a una de esas habitaciones prohibidas. En las noches no solemos ver a Lucy, está resolviendo “asuntos de la hacienda”. Mi alerta se enciende, pero cuando ella vuelve, nos sonríe y escucha nuestras historias, una vez más toda la oscuridad se disuelve. María suele alejar las dudas cuando Lucy sigue ocupada en el trabajo, nadie tiene motivos para contradecirla. Que sea la menos paranoica de nosotros nos hace bien. Sin ella probablemente habríamos salido corriendo antes de pasar una semana aquí.

Con todo eso, cada vez que veo a mis amigos hay algo en mi interior que se ilumina. Me deslumbra hasta encandilarme. Cada mañana veo esa capa verde en mi maleta, y decenas de veces se me ocurrió volver a usarla, dejar de ser Tiago y volver a ser un héroe, pero los escucho fuera de mi habitación. Están esperando por mí, no hay tiempo para preocuparme por salvar al mundo. 

Siempre tenemos algo que hacer, pero no resulta agobiante. Prefiero los momentos en los que tenemos algo que hacer, la ausencia de Lucy casi no se siente, ¿es lo que ella quería? 

Realmente no hay un horario para que la alejen de nosotros, alguna vez pasamos todo el día con ella, ayer solo la vimos durante el desayuno. Usualmente la vemos por las mañanas, pero poco después de almorzar llegan ellos para llevársela, aparece muy tarde por las noches, pero de alguna forma siempre está aquí. Está por todas partes.

Veo por la ventana de mi habitación, detrás de esta hacienda están sus cultivos. Maizales y árboles frutales al parecer. Me parece ridículo y triste que haya estudiado microbiología para tener estos cultivos. Pudo estudiar lo que quisiera, quizás pudo llegar al espacio si quisiera. Pero dedicó su vida a complacer a los muertos, tanto que quizás no se preocupó por vivir. ¿Eso también era nuestra culpa?

¿Mi culpa

En el castillo de cristal nunca te enseñamos a perseguir tus sueños. 

Creo que todo el estrés acumulado en estos veintiséis años, se va cada vez que entro a la piscina, que desayuno con mis amigos, que paso noches tocando música o que la refrescante brisa me adentra a la montaña, allá donde no puedo ni quiera imaginar lo que se oculta tras esa abrumadora vida. ¿Qué es esa tela verde en mi maleta?

MARCO

La primera noche que pasamos en “Luna de Rosas” fuimos a caminar por el bosque que estaba detrás de la propiedad. Por un momento se me ocurrió preocuparme por si uno de nosotros se perdía o nos atacaba algún animal, al parecer estaríamos vigilados por los trabajadores de Lucy. 

¿Realmente necesitamos estar supervisados todo el tiempo? Pero realmente no los notamos mientras avanzamos a través de la penumbra. 

Solo puedo escuchar los pasos de mis amigos, sus respiraciones agitadas, risas que se pierden en lo espeso de todo este verde. Las luciérnagas nos dan un espectáculo, acompañadas por flores silvestres. El canto inolvidable de aves nocturnas es nuestra música de fondo durante todo el trayecto. Casi parecen algo sobrenatural, esos cantos agudos y sin orden aparente. 

Esa vez Lucy no caminó delante de nosotros, caminó a nuestro lado, viendo todo lo que nos rodeaba prácticamente con el mismo asombro.

Si me dieran la oportunidad de cambiar algún recuerdo por un deseo, no habría deseo tan grande para quitarme este momento. Seguimos caminando hacia “adelante”, Lucy se detiene un momento y yo me acerco hacia ella, el resto sigue avanzando. Se ha distraído con algo en el suelo. Me agacho con ella.

― ¿Qué encontraste, Lu?

Ella levanta una flor blanca que parecía estar brillando.

― Por estas flores nombraron a la hacienda “Luna de Rosas”. Mis papás descubrieron que la sustancia que las hace brillar en realidad es venenosa.

― Lo siento.

La rodeo con mi brazo mientras ella sigue viendo esa flor brillante. Desearía poder borrar el recuerdo de sus padres de su mente, que solo piense en nosotros, en sus sueños, en sus estudios. Si olvidara a sus padres, ¿seguiría estudiando para volverse investigadora como ellos?

― Ya no tienes que taparme los ojos.

― ¿Qué?

― Antes, cuando aparecía una escena de miedo o triste en las películas, tú me tapabas los ojos. Lo mismo haces con el mundo real.

― Solo quiero cuidarte.

Sus ojos se clavaron en mi rostro. ¿Estaba buscando alguna respuesta en mis ojos? Mide treinta centímetros menos que yo, tiene un tercio de mi fuerza y hasta hace unos años seguía llorando con las tormentas eléctricas; aun así, es la única que puede intimidarme con su mirada. 

Su mano se apoya en mi rostro, es cálida y pequeña. Aun así, siento que arde, el calor de su piel me está derritiendo. Ya no escucho a los chicos riendo, las aves bajan el volumen de sus cantos, la luz de la luna se filtra por las nubes.

― ¿Y quién te cuidará a ti?

***

Lucy suele estar ocupada por la noche y nos deja poco después de almorzar. No volvimos a hacer algo juntos de noche. Ella dijo que Rogelio podría llevarnos al pueblo. Está a media hora de aquí. Lucy se queda en esa haciendo y sin importar qué tan tarde lleguemos, ella sigue trabajando. 

Es difícil mantener de pie mi preocupación por ella y este lugar. A veces la extraño y quiero secuestrarla para que venga con nosotros al pueblo. Ya nos hicimos amigos del dueño del bar. No tengo tiempo para extrañarla mucho, creí que en algún momento me aburriría, estaba muy equivocado.

Ha sido solo una semana, pero me gusta más el ritmo de vida que llevamos aquí, mucho más que el que llevamos en la ciudad. Quiero quedarme más tiempo. Hacer estas vacaciones eternas. Las dudas y los fantasmas del pasado parecen solo un mal sueño. 

Sigo preocupado, pero este lugar me hechiza. Siento que me aletargo cada vez más. Cada vez que quiero preguntárselo de frente llegan aromas y sonidos nuevos que drogan mis sentidos en éxtasis. Ya no quiero alejarme de la hacienda ni de mis amigos, ya no quiero ser médico para impresionar a mi familia. Ya no me importa salvar vidas, quiero salvar la mía. 

Este lugar es mi salvación. 

Aquí todo es más intenso y más suave a la vez. La comida es una sinfonía pasando por mi garganta, cada gota de agua es más dulce, la noche es más callada, las estrellas brillan más, la luna está más cerca de mí. Creo que incluso quiero más a mis amigos aquí que en la ciudad. No siento que el sol intenta quemarme, las horas no me ahogan, los sonidos no me aturden. Creo que estoy perdiendo la cordura, ¿o la recupero al fin?

La forma en la que veo y percibo las cosas aquí se siente extraño. Parecido a estar ebrio, el mundo gira, es borroso, pero más nítido que nunca. Veo alrededor, mis amigos están sonriendo como no lo habían hecho en muchos años. Hay horas del día que no vemos a Lucy, algo se revuelve en mi estómago, pero ella vuelve y trae luz. 

¿Quién está protegiendo a quién?

Tal vez llamaron a este lugar “Luna de Rosas” por la cercanía a mi mística amiga blanca. Nos acercamos tanto que cayeron esas flores blancas, esas que brillan, aquí todo brilla. Ella también brilla más aquí. 

¿Cómo puede Lucy leer mis pensamientos? Si algún instante salgo del trance y me quedo en el pasillo esperando ver algo terrible, ella aparece y me lleva donde ella quiera. 

Quizás no del todo como ella quiera, termino sintiendo que solo adivinó mis deseos y me está otorgando todo lo que no pedí. Mis sentidos explotan en un remolino multicolor. No siento mis mejillas de tanto reír, no recuerdo cómo sabía la comida de mamá, quiero pensar en la voz de mis hermanos mayores, pero no llega, no tengo que preocuparme. 

Estamos en la piscina de noche, jugamos en la penumbra, los faroles que rodean la piscina nos dejan como siluetas desdibujadas, nos disolvemos en el agua. Pero puedo reconocer perfectamente las líneas de sus sonrisas, sus manos, la forma en la que se mueven y bailan en el agua. Lucy aparece en el agua con nosotros. ¿Qué era lo que tenía que preguntarle?

― ¿Te estás divirtiendo, Marco? ―ella me habló bajo. Estábamos en el lado menos profundo de la piscina viendo jugar a nuestros amigos, sé que no nos escuchan.

― ¿Te preocupa que no la pasemos bien? Míralos, nunca los vi reír tanto.

― No, esta vez solo pregunto por ti.

― ¿Por mí?

― Respondiste por ellos, yo pregunté si a ti en particular te gusta lo que preparé.

Giro para verla, me gusta cómo brilla aquí. No me gusta que actúe como si fuese la grande, pero sé que sigue siendo la misma de antes. Ahora más que antes, siento que nos quiere más de lo que podría admitir.

― La estoy pasando mucho mejor de lo que pude querer.

Sonríe. ― Eso me hace feliz. Entonces sí hice bien.

― Sí, no creí que te agradecería por traernos a este extraño sueño.

― No es un sueño, es un refugio. Uno en el que llevo trabajando hace años.

― ¿Planeaste secuestrarnos por años? Agradece que no tengo señal porque llamaría a la policía.

Ambos reímos, escucho como los chicos salen de la piscina y se dirigen al comedor. Ambos comenzamos a movernos hacia el lado profundo de la piscina.

― Verlos así me trae paz, nuestros elefantes se estaban haciendo monstruosos.

― ¿De qué estás hablando ahora, Lu? ―contenía la risa, quizás ella también estaba drogada con el aire.

― Esa frase, hay un elefante en la habitación y nadie quiere hablar de él. Todos teníamos un elefante en cada habitación. No solo la cuestión de mis padres…

― Hey.

― … No solo el incidente de Tiago con el rector, no solo los motivos por los que tú entraste a medicina o yo a microbiología, el eterno temor de Irene, el autodesprecio de María o las relaciones peligrosas que estaba teniendo Helena. Ya ni decir de la forma en la que nos veíamos pocas veces al mes y evitamos estos temas oscuros. Nos estaban comiendo vivos. Bueno, me estaban comiendo viva. 

― Pudiste hablar conmigo.

― ¿Para seguir bajo tu vigilancia?

Giro hacia ella intentando entender el sentido en el que me dijo eso, pero ella continuó hablando, 

― No te estoy reclamando, no me molesta tu vigilancia. Cuando era más débil solía esconderme de los malos detrás de ti.

― Sí, lo recuerdo.

― No digo que esté mal estar tan rotos como estamos. Solo quería un lugar donde sentir que realmente están conmigo, y no huyendo de nuestros elefantes.

― Eso quiere decir que ¿ya no quieres esconderte detrás de mí?

Ella se acerca nadando a mí. Parece una visión, siento que tocarla podría terminar de disolverla, pero me llama, quiero correr hacia ella. 

― Quiero que caminemos a la misma altura, con lo bueno y lo malo que eso traiga. No podemos vivir creyendo que estamos en la secundaria por siempre.

― Mierda, Lucy. ¿Cuándo te volviste tan madura?

― A veces parece que olvidas que ya tengo veinticuatro. 

― Sí, pero creciste poco desde tus doce.

― ¡Hey! ―ella movió su mano para tirarme agua mientras me reía. Le respondí y jugamos como cuando realmente ambos éramos pequeños.

Dejamos de mojarnos y ambos nos reímos.

― Aún tengo muchas preguntas.

― Lo sé, por ahora solo puedo decir que realmente todo está bien.

― Cuando las cosas dejen de estar bien sabes que puedes volver a esconderte detrás de mí.

― Sí, sé que siempre podré volver a ti.

― Gracias Lucy.

Sus ojos solo me ven a mí, sé dónde y cómo están mis amigos. A ella la tengo aquí, y desaparece, pero le creo cuando dice que todo está bien. 

― Gracias por todos estos humos y espejos.

La acerco a mí, es muy real. 

La escucho reír, ella está bien, todos están bien. Sus labios hacen cosquillas contra mi piel mientras le doy vueltas en el agua. Ella ríe contra mi piel, sé que nadie más sentirá su risa así, eso la hace más mía. 

Tomo su barbilla y la obligo a verme a los ojos. Sé que podría hacerme caminar de nuca, podría callarme, detenerme, doblegarme, pero prefiero recordarla escondida detrás de mí. 

La beso, no estoy pensando. Ella responde a mi beso y sus manos suben por mi pecho. Me incendia.

Quiero devorarla.

IRENE

Por las noches Lucy no nos acompañaba al pueblo. Siempre tenía “asuntos que atender”. En cierta manera, me ponía triste no tenerla aquí. Quería que los seis estuviéramos juntos. Al principio tenía mis dudas sobre la hacienda y todo el pueblo en general. Todos lo tenían, ¿todos lo tenían?

¿Soy la única que se siente fuera de lugar todo el tiempo? 

Las noches que ella no nos acompañó nunca serán lo mismo. Aun así, me divertí como no lo había hecho en mucho tiempo. Fuimos a unos restaurantes muy bonitos y acogedores que servían platos deliciosos. Claro que todos los lugares que visitamos tuvieron que estar dentro de nuestro presupuesto. Los restaurantes que había, llamaban la atención como el foco de turistas que planeaban ser. Claro que ninguno podía negar que preferíamos la comida de la hacienda.

Lucy no nos presentó al chef. Dijo que era alguien muy tímido y reservado. Había trabajadores que aún no lo conocían. No le dirigía más de dos o tres palabras a Rogelio que pasaba todo el año aquí. Dijo que hablaba con ella, pero muy poco, la mayoría de la comunicación con el chef era por escrito. 

¿Es que hay algo normal en esta hacienda? Creí que los raros éramos nosotros. Estaba muy equivocada.

Visitamos una especie de bar-club en el que podías beber y bailar. No lo esperaba, pero la decoración y la actitud de los que trabajaban ahí te inundaban en un ambiente amigable. No creí que hubiera gente tan cálida en este pueblo, ¿o la gente en nuestra ciudad era más tosca y yo me acostumbré a eso? Era como encontrar un segundo hogar con aroma a carne asada y cigarro. A Lucy nunca le gustó vernos fumar.

Ocultarle la verdad y crear una nueva para ella parecía una costumbre para nosotros. Siento que es una mala costumbre, pero ninguno parece tener planes en cambiar. Sacudo la cabeza para alejar esos pensamientos de mí. Vuelvo a acercar el cigarrillo a mis labios.

― ¿No estamos algo viejos para ocultar que fumamos? ―dijo Helena.

Lo que todos pensábamos, pero no quisimos oír en voz alta. Suena aún más ridículo en voz alta.

― Si crees que es ridículo puedes ir a fumar junto a Lucy ―respondió Marco. 

― Ya no tiene diez años.

― Parece que es la primera vez que te das cuenta de eso, Helena. ¿Al menos tú te la crees? ―Tiago inició el tiro a matar.

― Todos nos dimos cuenta, y ninguno quiere afrontarlo ―Marco volvió para hacer el disparo de gracia.

Silencio. Incómodos entre nosotros y en nuestra piel. Estos días estuvimos tratando de evitar la realidad y ha sido muy fácil gracias a Lucy. Somos cuidados por quien intentamos proteger. Siento un nudo en mi garganta, no soy la única. Todos los cigarros son apagados de repente en el cenicero. Ya nadie quiere fumar.

― Todavía tenemos un par de días ―realmente no esperaba decirlo en voz alta.

― ¿Qué?

― El día de su cumpleaños ella terminará de alejarse de nosotros, ella lo sabía, por eso estamos aquí.

― El que acepte la compañía de sus padres no hará que se aleje.

― Sigue mintiéndote María, pero todos aquí sabemos la verdad. Antes solo nos veíamos una vez al año y era por ella. Una vez que tenga todas esas responsabilidades ya no tendrá tiempo para nosotros. Pero tenemos una posibilidad.

― ¿De qué?

― De estar siempre juntos. Nos hemos llamado hermanos, pero parece que cada vez lo creemos menos, ya ni siquiera actuamos como tal.

― Estar poco tiempo juntos no nos hace menos familia ―Marco, esta vez no del todo certero.

― No lo digo por eso, idiota. Lo digo porque estamos siendo muy ficticios. Afrontemos que Lucy creció, que sus padres murieron, que nosotros estamos estudiando carreras de mierda para mantener a nuestras familias tranquilas. Que no es muy distinto a lo que ella hizo, que tenemos mierda con la que no lidiamos, pero que entre todos conocemos. Como si los chismes y las noticias no volaran. 

― Tienes razón.

― ¡Helena!

― Ve a gritarle a tu madre, Tiago; o sigue engañándote lo que quieras.

La brasa de Helena fue la primera en volver, se siente extraño ser la que tiene iniciativa en algo. Normalmente sigo al resto en lugar de hacerlos reaccionar, ¿por qué justo ahora se me ocurre despertar? Los cigarros fueron encendiéndose uno a uno.

― Mierda, se nos está yendo la vida en puras pendejadas. 

El silencio volvió a instalarse entre nosotros, ya no era incómodo. Era el nacimiento de una promesa silenciosa. Seguiríamos siendo hermanos, al volver a la ciudad ya no construiremos otra realidad para Lucy. Aunque parecía que ella lo hacía por nosotros en la hacienda.

Esa misma noche, junto con Helena y María, nos quedamos en casa cantando karaoke a todo pulmón sin temor de molestar a Lucy con sus papeles. Ella no nos escucha, aunque alguna parte de mí desearía que así fuera. Que estos gritos o cantos o risas o lo que sea llegue a ella y se una.

Lucy, cada vez que su nombre se asoma en mi mente muchos recuerdos dolorosos en torno a ella me golpean. Todo esto debe ser horrible para ella. “Ya no tiene doce años, es cierto, pero sigue pareciendo tan frágil como entonces. Los mismos ojos, la misma piel pálida, la misma sonrisa, la misma Lucy.

Aunque nosotros nunca parecemos los mismos. Somos un montón de extraños con la misma máscara desde hace años. A veces ni siquiera yo puedo reconocerme frente al espejo, en las fotos, el sonido de mi voz parece robado a alguien más. Perdida dentro de esta piel.

Mientras canto y pierdo el aliento, mientras veo a mis amigas bailar. No puedo evitar ser ahogada por una mente que no deja de sobrepensar. No dejo de pensar en lo que Marco dijo “Se nos va la vida en pura pendejada”. 

¿En qué se va mi vida ahora? Ni siquiera estoy segura de tener algo parecido a una vida. Le entrego mi vida a los estudios y al miedo constante de que pronto moriré. En lugar de enfrentar mi mierda prefiero jugar al hada madrina de Lucy. 

Era bueno tener algo que hacer, tener a alguien que te necesite porque sin ti se rompe en pedazos. Como ellos, yo quería cuidarla. ¿Cuándo dejó de ser porque la quería y la use como excusa para ignorar mis problemas? 

HELENA

Me dije que dejaría de tocar la guitarra cuando viera a Lucy caminar por el pasillo rumbo a su habitación. Terminé tocando música hasta el amanecer. Estoy segura de que ella no fue a dormir la noche anterior. Porque podía ver el pasillo perfectamente desde donde estaba. Lo que me sorprendió es que, al día siguiente, ella parecía tener más energía que todos nosotros juntos. 

No sabía que ella estaba acostumbrada a ese ritmo de trabajo.

***

La noche del viernes nos quedamos con las chicas cantando karaoke. El lunes empezarán las celebraciones por el cumpleaños de Lucy y teníamos que planear muchas cosas para ella. Ese día se recordaban dos cosas y yo realmente quería que sólo pensara en su cumpleaños. Sé que habíamos hablado en el bar que ya no mentiríamos o crearíamos un lugar “seguro” para Lucy, pero incluso para mí es un recuerdo que aún no quiero afrontar. 

― Hola chicas.

Lucy estaba echada en un sillón del salón. Caminábamos hacia nuestras habitaciones y la vimos por casualidad en nuestro camino de vuelta.

― Lu, ¿estás bien? 

― Algo así, pero no se preocupen, todo esto acabará el viernes.

― ¿Es cuando te entregan todo?

Me senté junto a la cabeza de Lucy y comencé a acariciar su cabello mientras María hablaba con ella.

― No, el domingo todo pasa a mi nombre. Mañana firmo un par de papeles más, mi abogado los lleva a la ciudad y el domingo se termina eso.

― ¿Entonces por qué dices que acabará el viernes? 

― Porque hay más cosas en las que estoy enfocando mi tiempo además de estos papeles.

― Para que te generen esas ojeras no creo que sean cosas buenas.

Lucy abrió la boca para responder a Irene, pero un estruendo la interrumpió. Las puertas se abrieron de par en par golpeando con fuerza la pared.

― ¡Ya llegó por quien lloraban señoritas!

Marco gritó mientras entraba con Tiago en el salón. Lucy se puso de pie de un salto y caminó hacia ellos, ¿de dónde sacó esa energía? Acercó su nariz a los chicos y los olió.

― Hnmp, alguien probó el licor del lugar, ¿no? 

Ella arrugó su nariz ante el fuerte olor que tenían. Yo, estando más lejos de ellos, pude sentir su perfume a trago barato. Es como si se hubieran bañado en una tina de esa cosa.

― Claro que no ―balbuceó Tiago― no saben de lo que hablan, ustedes. Todas ustedes, las ¿ocho? Je, ¿desde cuándo son tantas?

― No seas idiota ―lo regañó Marco, dándole un golpe en la nuca― no ves que solo son seis y Lucy.

― Aaah, claro ¿no?, claro 

― ¡Rogelio! 

Lucy elevó la voz y todos nos sobresaltamos. Unos instantes después él apareció, ¿acaso estaba detrás de la puerta esperando que lo llamáramos?

― ¿Sí, señorita?

― Prepara la mesa para que tomemos algo y pídele al chef algo ligero para comer.

Inclinó la cabeza sin preguntar nada y se fue.

― Espero que quieran un bocadillo nocturno. 

― De hecho, suena genial, Lu. 

― Sí ―dijo Helena―, pero mañana yo los despierto de la cruda que tengan.

Todas nos reímos. Vimos a Marco y a Tiago cantar villancicos en una esquina. Realmente se les habían pasado las copas. Nada normal en ellos. Solían ser los más prudentes al respecto en nuestro grupo. Yo era la primera en perder los estribos con el alcohol, se siente extraño estar del otro lado.

― Oigan, ¿no quieren comer algo? ―Lucy les habló con tono amable.

― Órale pues ―respondió Tiago fingiendo un terrible acento mexicano―, luego nos dices ¿qué hay detrás de las puertas prohibidas? 

Todos giramos para ver al tranquilo borrachito. Lucy tenía una mirada severa. 

Nadie esperaba esa pregunta. Ni hablar, los niños, los locos y los borrachos siempre dicen la verdad. Supongo que ahora no hubo motivo alguno para que lo callara. Marco tampoco estaba sorprendido, supongo que él también quería preguntarlo.

VII

LUCY

Había dejado que las cosas llegaran muy lejos. A tan solo unos días, prácticamente unas horas de terminar todo y ahora un par de copas extras me estaba poniendo ante una pregunta que creí olvidada, ¿lo que preparé no es suficiente? Ya no soy la niña pequeña que tratan de proteger. Estoy preparada para cualquier inconveniente, ni el intruso del primer día, ni los ataques posteriores, mucho menos ahora perdería la compostura.

Sonreí tratando de calmarlos a todos. 

Guardé silencio y junto con las chicas ayudamos a los chicos a llegar al comedor. No necesito sus miradas intrigadas, sus cabezas llenas de especulaciones. ¿Qué estarán pensando de mí? Seguramente tengo un sótano lleno de cadáveres o algo así. No, no necesitaba eso. Me senté en una de las sillas y Rogelio llegó con mi taza de té.

Los chicos seguían burlándose y diciendo cosas incoherentes. Después de comer los noté más o menos reaccionando, las chicas ayudaron a Marco a llegar a su habitación y yo ayudé a Tiago. Era más grande y pesado que yo, pero Marco lo era aún más. Además, él estaba peor. Necesitaba que las tres lo ayuden a llegar a su cama. 

Dejé a Tiago sentado, su cabeza estaba balanceándose como si estuviera dormido. Acomodé su cabello con mis manos para poder ver sus ojos. Seguía despierto, pero bastante ido. Lo ayudé a quitarse los zapatos e intenté que se acueste en la cama, pero él se negaba. Me tomó de los hombros y volvió a cuestionarme.

― ¿Por qué no nos dices lo que están en esas habitaciones?

― Dije que lo haría cuando deje de sentirse raro hablar de mis padres con ustedes.

― ¿Y sigue siendo raro?

― Algo.

― ¿Por qué no me lo dices al menos a mí?

― Porque estás muy borracho.

― Estoy menos de lo que crees.

Me siento a su lado. Apesta a cigarro y alcohol, es increíble que esté mejor del estado en el que llegó.

― El tiempo no lo cura todo, simplemente sigue doliendo.

― Creí que después de tantos años ya nos tendríamos confianza, Lu.

― Yo les confiaría mi vida.

― Pero al parecer no tus secretos.

― Quizás mis secretos valen más que mi vida.

― Para nosotros no.

Sonreí, inocente y tonto como siempre. Revolví su cabello y me levanté.

― Trata de dormir.

Esta vez aceptó mi ayuda para acostarlo, lo cubrí con la manta que estaba a los pies de la cama y cerré la ventana. Lo veo dormitando en su cama, ¿de nuevo quieres ser el héroe, Tiago? Podría crear monstruos con los que puedas pelear. 

Cerré la puerta de su habitación con cuidado. El pasillo estaba oscuro y solitario, en completo silencio. De esto quería huir. Del silencio de estos pasillos, por eso los traje. Quiero que canten a todo pulmón hasta el amanecer, que toquen música, que jueguen, que llenen estos silencios. 

Escucho gritos en el pasillo de abajo. Ah, sí, también quiero que opaquen ese ruido. 

HELENA

Estábamos todos reunidos en el comedor, intentando bajar el alcohol en la sangre de nuestros amigos. Lucy tomaba su taza de té en silencio, observándonos, de nuevo con esos ojos de muñeca. Marco y Tiago estaban hablando de estupideces mientras nosotras nos reíamos de ellos. No podía evitar sentir su mirada, estoy segura de que todas lo sintieron, ellos no. Lucy seguía viendo en silencio a sus amigos borrachos.

Nosotras habíamos estado cantando hasta la madrugada, ellos bebiendo, pero Lucy trabajando. Una punzada de culpa llegó a mi pecho. En ese momento ella era la más madura entre nosotros y para colmo estaba cuidando a estas dos bestias peludas después de intoxicarse. 

Las estupideces de los chicos comenzaron a bajar en la medida que sus tazas se vaciaban y sus platos dejaban de tener comida. Rogelio había traído sándwiches y galletas. Solo Lucy comió las galletas. Reaccionaron un poco y todos querían que ella respondiera.

― ¿Y bien Lucy? ―dijo Marco en su tercer sándwich.

Se limitó a observarnos con una sonrisa.

― Quieres huir de esto con tu silencio de nuevo.

― Yo no huyo, Tiago.

Lucy parpadeó muy lento. Volvió a tomar su taza, todo el tiempo del mundo le pertenecía. Soltó un largo suspiro antes de empezar a hablar.

― Les prometo que les explicaré todo con calma y claridad, cuando llegue el momento indicado.

Estábamos a punto de refutar, no sólo los chicos, sino nosotras también. Pero, en ese momento entró Beatriz y se quedó unos metros alejada de la mesa, parecía que tenía miedo; dudo que sea de nosotros.

― Necesitamos su autorización.

― ¿Qué pasó Beatriz? Estoy con mis amigos.

Lucy se puso de pie y dio un paso hacia ella. Beatriz reaccionó retrocediendo. Todos nos erguimos ante el tono en el que habló Lucy, nos sentimos intimidados sin que su mirada esté sobre nosotros.

― La base “X” necesita hablar con usted.

Lucy se disculpó y se retiró. Todos nos quedamos en silencio. 

Tiago y Marco quisieron hablar, pero solo salían sonidos de indecisión de su boca. Quizá habían estado hablando de lo que Lucy ocultaba, en el bar. Me habría gustado preguntar sobre sus conjeturas, pero antes de que cualquiera tuviera el valor de dar una palabra, Lucy volvió luciendo una brillante sonrisa. 

Nos preguntó si no queríamos ir a nuestras habitaciones, me sonó más a una orden. A pesar de las dudas y el temor que nos azotó por un momento, Marco y Tiago aún estaban ebrios y necesitaban descansar. 

Nos levantamos y ayudamos a los chicos a dirigirse a sus cuartos. Poco a poco los recuerdos de Beatriz, la voz de Lucy, la extraña conversación que habían tenido, se desvanecen, pero siguen ahí. Las escenas se repiten en algún lugar al fondo de mi cabeza mientras tengo a Marco apoyado en mí y responde con murmullos incomprensibles lo que dice nuestro amigo. 

Tiago seguía diciendo incoherencias sobre capas verdes, solo podíamos reír. La pequeña volvía a ser ella, nosotros volvíamos a ser nosotros, todo volvía a sentirse mejor.

MARÍA

Dormimos poco, pero Lucy parece que duerme mucho menos. Cuando despertamos ella ya no estaba en su habitación, probablemente estaba trabajando. Me quedé en el pasillo a esperar que el resto salga. Uno a uno fueron saliendo de sus cuartos, como animales después de la hibernación. 

Mi mirada se quedó perdida en el edificio principal. Dudar de Lucy y de lo que pasaba en esta hacienda era como alucinar. Siento que estoy en un error al imaginarme lo peor. En esos cuartos bien podrían estar las cajas con copias de contabilidad y debido a la política de la empresa no nos permiten verlas. 

Hace muchos años alguien me había dicho que nunca se da ni el peor ni el mejor escenario que nos podríamos imaginar. Todos podemos llegar a ser mucho más dramáticos de lo que nos gustaría aceptar. Imaginando lo peor o lo mejor ninguno de los dos se dará. Siento que el viernes nos sentiremos muy estúpidos por creer que estamos en medio de una película de terror.

Quizás todos nosotros esperábamos que fuera algo surrealista para alejarnos de nuestras patéticas vidas normales, pero este mismo viaje debería ser suficiente escape. Además, más pronto que tarde se nos acabará el tiempo y tendremos que volver a nuestras vidas, o al desastre que habíamos hecho de ellas. 

Lucy lanzó un poderoso hechizo, no duraría una noche, pero sí dos semanas. Una parte de mí esperaba que dure más, que ya no tenga que enfrentarme a nada. Me sentí culpable y patética por querer huir por siempre, pero aquí todo resulta muy cómodo. 

Veo a Lucy caminar por uno de los pasillos del edificio principal, está acompañada por Rogelio y Beatriz, ambos hablan y ella los escucha sin dejar de mirar adelante. ¿Tú también quieres que este hechizo dure un poco más?

IRENE

Teníamos la semana de cumpleaños planeada, otra vez seriamos la familia que habíamos olvidado que podemos ser. El estrés, la universidad, y la oscuridad de nuestros secretos, todos esos fantasmas que no podemos ver a los ojos nos habían transformado. Todos habíamos prometido que aceptaremos que Lucy ya no necesita ser rescatada. Pero estos días de diversión eran para salvarnos a nosotros.

Ser adulto es el peor miedo de Lucy, recuerdo que me lo contó en extrema confidencialidad. Fue mientras aún estábamos en el colegio. Era semana de exámenes y todos estábamos estresados. Tiago y Marco se comportaban muy raros, fueron groseros con nosotras. Recuerdo que, para María, Helena y para mí pasó como un pequeño roce, pero a ella le dolió, siempre parecía dolerle más. 

Los perdonamos, obviamente, pero esa noche ella me dijo que no le temía a la oscuridad, ni a la muerte, tan solo a convertirse en un adulto que olvida aquellos a quien ama. Dijo que ni siquiera las tormentas eléctricas le generaban tanta ansiedad como ese posible futuro. Un adulto que solo piensa en el trabajo y dinero, olvidando su propia humanidad. Creo que por eso ella tiene ese aire infantil la mayor parte del tiempo.

Supongo que no es malo sentir miedo, todo el mundo lo siente. Pero hay ciertos temores que se quedan impregnados en nuestra carne por mucho tiempo. Yo perdí mucho por estar atada a cientos de miedos, algunos más grandes que otros. Mejor que otros sé lo que pueden hacer sobre nosotros. 

El miedo puede doler peor que enfermar. Sin respirar por estar a punto de hiperventilarte, adolorida por el acelerado latido de tu corazón que duele como si lo aplastaran como a un insecto, incapaz de pedir ayuda por el nudo en la garganta. Nos persiguen como sombras. Nos cambian para siempre. ¿Lucy pudo haber cambiado por miedo?

Más que miedo pudo haber cambiado por otras cosas. Ese terrible sentimiento del que todos tratamos de salvar a Lucy. El odio, nosotros no queríamos que caiga en él. Ella siempre fue una joven dulce y adorable. La alejamos de aquello que la llene de resentimiento, de motivos para golpear personas u objetos, de razones para gritar e insultar. 

Ahora que miro atrás quizás hicimos algo muy cruel. Pero ella siempre se comportó como alguien tan cálida, pacífica y dulce que realmente queríamos salvar eso. Sería algo terrible para nosotros si esa personalidad fuese destruida por algo como el odio. Sin embargo, cuando me pongo a pensar en eso, creo que Lucy tiene derecho a odiar.

Todos tenemos derecho a odiar, no nos damos la oportunidad de explotar en el horrible rostro del mundo. La presión, los falsos amigos, todos los papeles que nos obligaron a llenar, los insultos a nuestras espaldas, los intentos de destruirnos, los golpes, los abusos, cada vez que nos veían hacia abajo satisfechos de hacernos tropezar. Nos rodeamos de mucha mierda y elegimos callar. En algún momento necesitaremos gritar, Lucy quizás un poco más. Ella ya está trabajando, terminó lo que esperaban de ella. Parece que siempre está cumpliendo expectativas, igual que todos nosotros. No sabemos hacer otra cosa.

Temo que incluso entre nosotros solo estamos cumpliendo roles. 

¿Qué es lo que realmente nos mantiene juntos después de tantos años? ¿Cuánto tiempo durará el sueño de esta finca, de que somos familia más que amigos, de que realmente nos queremos, de que nos estuvimos cuidando todos estos años por el cariño que nos tenemos? ¿Cuánto tiempo podremos vernos a los ojos sin sentir que nuestras mentiras son peores que patearnos en el estómago?

― ¿En qué piensas? ―me preguntó Helena.

Puso su mano en mi hombro, todas habían dejado de cantar. Veo alrededor algo desconcertada. Una vez más Lucy no está aquí, pero de alguna forma callamos todas las voces a las que estamos atados con algo más ruidoso. Seguimos corriendo, yo soy la primera en ir en dirección contraria al peligro. Hasta que ya no importen los gritos, hasta que ya no pueda respirar.

―En nada, me siento algo cansada.

TIAGO

Ese mal presentimiento que me había estado rondando desde que llegamos desapareció cuando tomé ese extraño licor con Marco. Esta noche realmente quería destruirme. Con las chicas no tomo tanto para cuidarlas, esta vez el sentimiento desapareció, simplemente quise hacerme pedazos. No porque haya entendido o descubierto algo importante. Simplemente me sentía incómodo en mi piel

Quizás siempre estoy incómodo en mi piel, pero esta tarde se volvió algo sofocante. 

***

― Ya en serio, ¿Por qué hiciste esa pendejada de ponerte una capa?

El vaso volvió a viajar hacia mis labios, el dueño del bar nos dijo el nombre de esta bebida, pero si ni sobrio puedo pronunciarlo, supongo que ahora mucho menos.

― No lo sé.

― Siempre quisiste ser el héroe del mundo, pero nunca habías sido tan estúpido.

― Tengo una audiencia con el consejo de la universidad al volver.

― Creí que te habrían expulsado de inmediato.

― Mi viejo logró que me dejaran hasta terminar este semestre.

― ¿Qué fue distinto esta vez?

― La oportunidad, todo se dio para que él surgiera.

― ¿Él?

― El chico de la capa, el verdadero héroe no soy realmente yo, sino quien se pone esa capa.

― ¿Debo llamar al psiquiátrico?

― No es una puta broma. Con esa capa me siento más yo, pero todo lo que hice lo veía desde afuera, como si estuviera fuera de mi cuerpo y quien habla contigo ahora solo fuera un visitante en esta cabeza llena de mierda que tengo. Quizás soy yo por primera vez.

***

Ahora que estoy más o menos sobrio. Mi cruda empieza a castigarme, supongo que me lo merezco. No puedo dejar de pensar, especular, seguir tratando de desenredar los nudos y trampas que están por todas partes. No puedo dormir o quizás no quiero. Doy vueltas en mi habitación pensando en voz alta. Mi cabeza aún da vueltas.

Mi mente está dividida en dos, por una parte, estoy feliz de estar aquí y compartir con mis amigos estas dos semanas. Las ocasiones en las que tengo que pensar en esa capa son contadas y aun sin ella me estoy empezando a sentir cómodo en mi piel. Hoy en particular no, pero un día de siete sin querer arrancarme la piel a pedazos se siente en cierta parte como una victoria. 

También estoy emocionado por el cumpleaños de Lucy. Sin embargo, hay oscuridad dentro. Las voces, los escenarios, los sentimientos alrededor de estas dudas que no dejan de arañar mi nuca me irritan constantemente. 

No sé cómo lidiar con mi mierda y ahora parece que estoy creando otro tipo de monstruos para no tener que sostener la mirada al imbécil que está en el reflejo del espejo. Hay muchas cosas que no entiendo, que no comprendo sobre ella. Puedo ver a mi amiga, pero está rodeada de monstruos que se ocultan detrás de la neblina. ¿Veo a Lucy, o solo lo que ella quiere que vea?

Reacciona Tiago. Había prometido con los chicos que sería paciente y esperaríamos a Lucy. Ella misma me lo dijo, quiere que deje de sentirse raro hablar de sus padres. Estos días me demostró que sigue siendo la chica buena que vivía en mis recuerdos, debería dejar mis paranoias de lado. Después de todo ella había salido adelante prácticamente sin nuestro apoyo. Si estamos aquí es para darle el respaldo que siempre quisimos, pero no supimos darle.

Aun si Lucy fuese un monstruo, nosotros no somos mejores que ella. En ese caso tendríamos menos motivos para preocuparnos, ¿no? Somos una familia de monstruos, nos hacemos pedazos entre nosotros y mientras estamos en el suelo sangrando nos curamos porque nos encanta sentirnos necesitados. 

Nos necesitamos, para vernos mientras nos destruimos, curarnos y volver a repetir. De acuerdo, ¿qué más dará lo que haya realmente en esta hacienda? Todos tenemos cadáveres en nuestros cuartos.

Vuelvo a recostarme en mi cama. Yo ya no camino, pero la habitación sigue dando vueltas. Giro mi vista a la puerta de entrada, ahí afuera están las personas que más amo en el mundo. Ellos estuvieron en los mejores y peores momentos. Viéndonos todos los días o una vez al año, parece que siguen siendo los mismos. 

Siento que estas alucinaciones sobre Lucy son una maldita excusa para huir de todo lo que odio de mi vida, pero ya no más. No puedo seguir huyendo de quien soy y lo que significa ser Tiago, con o sin capa, con o sin universidad, con o sin mis amigos y los monstruos que nos rodean a todos.

MARCO

A ratos todo volvía a ponerse extraño, pero la última noche había logrado quitarme el sueño por completo. Después de que Irene y María me dejaron en mi cuarto no pude conciliar el sueño. Tenía mucho en mi cabeza, cuando me levanté escuché ruidos extraños fuera de mi cuarto. Gritos lejanos, no eran parte de ningún juego de las chicas, ¿o eran ellas pidiendo auxilio? 

Salí del cuarto, todo estaba muy oscuro. El piso bajo mis pies adquiere firmeza a medida que la adrenalina subía hasta mi cabeza. 

Venían del piso inferior, apoyado en la pared estoy a punto de llegar a las escaleras, pero aparece Lucy. Debe leer el terror en mi rostro, no parece compartir el sentimiento, se limita a sonreír.

― ¿Qué haces despierto? Sino duermes, mañana estarás peor.

― ¿No lo oyes? 

― ¿Oír qué?

― ¡Los gritos, Lucy, los gritos!

Quise quitarla del camino, pero puso sus manos en mi pecho, mis ojos se encontraron con los suyos.

― ¡No me jodas que no las oyes!

― ¿Oír qué?

Repitió con voz más suave, parecía que quería calmar una bestia descontrolada. 

La tomé de los hombros y la moví del camino. Volví a prestar atención, intenté agudizar mi oído lo más que pudiera, pero no oí ningún grito. La hacienda estaba en silencio absoluto, tan profundo que podía escuchar la respiración de Lucy y la mía. Solo una estaba acelerada.

Me rodeó con su brazo y comenzó a guiarme de nuevo a mi habitación. Pero esos gritos se sintieron tan reales como ella misma a mi lado. Me habla como un niño pequeño que acaba de tener una pesadilla, me trata como tal. Me ayuda a echarme. Ella se sienta al borde de la cama y acaricia mi cabello mientras sigo tratando de entender lo que pasó.

― No te preocupes, todo estará mejor mañana.

― Podría jurarte que escuché gritos en el piso de abajo.

― El trago te cayó mal.

Me quedo en silencio, quiero contradecirla, pero ahora mismo el loco parezco yo.

― Es curioso que los papeles se hayan cambiado ―la voz de Lucy me tranquilizaba, o al menos distraía la preocupación.

― ¿Qué?

― Cuando estábamos en el colegio y yo me enfermaba, tú faltabas a clases para cuidarme. Tú también acariciabas mi cabello así.

― Necesitabas que te cuidaran.

― Y a ti te encanta tener a alguien a quien cuidar.

― Supongo que estaba escrito en algún lugar que nos encontraríamos.

Ella frunció el ceño, pero la sonrisa no desapareció. ― Supongo que lo que sea que hayas tomado te pegó más fuerte de lo que creí. ¿Tú, hablando de destino?

― Lo sé, sonaba más estúpido a medida que lo decía en voz alta. Pero últimamente estuve pensando en cosas que antes no.

― ¿Cosas como el destino?

― Todo lo que tenga que ver con nosotros, contigo, conmigo, con las otras piezas que trajiste aquí.

― ¿Piezas?

― Sí, lo que nos completa.

― No creí que pudieras ser tan cursi.

― ¿Qué?

― Piezas también pueden ser de un tablero de ajedrez, y muchas son sacrificadas para mantener con vida al inútil rey.

Se puso de pie, está a punto de irse, pero tomo su muñeca. No se voltea a verme.

― Me caga que me ocultes cosas.

Gira su cabeza y solo soy capaz de ver su perfil. Una extraña sonrisa se apoderó de su rostro.

***

Debo proteger a quienes confiaron en mí. No sé en qué medida Lucy sigue confiando en mí, si no nos ha dicho nada. En el bar insinuamos algunas cosas con Tiago. Sin embargo, nos pusimos a hablar seriamente cuando terminamos la primera jarra. Cuando llegó la segunda, todo lo que dijéramos terminaba como un chiste o una estupidez. 

Siento mi sangre más pesada, me impide respirar con facilidad. Me siento pesado, no estoy enfermo, soy demasiado fuerte para eso. Sigo tirado en la cama, todo da vueltas. ¿La cruda? Da igual, ahora tenía cosas más importantes en las que pensar que un dolor de cabeza.

Proteger a mi familia. Muchas ideas de cómo sacarlos de aquí se sentaron a lado mío en la cama. Pero, aunque tuviera un plan nivel Indiana Jones, no lo lograría. Este lugar estaba muy bien vigilado. Me río, ¿por qué estaba intentando escapar de una chica de metro y medio?

Idioteces de borrachos, esas fueron nuestras conversaciones. 

Siento el alcohol un poco más lejos de mí. Lo suficiente para pensar más claramente. Ya no quiero hacerle preguntas a Lucy, no quiero preocupar a las chicas y estar en estado de alerta con Tiago. Quiero seguir perdiendo la noción del tiempo en esta hacienda, quiero quedarme hasta olvidar los nombres de los días, las reglas que debo seguir, hasta olvidarlo todo.

Veo hacia la ventana, ya no siento ansiedad al estar aquí. El internet, la comunicación, la televisión y esas cosas ahora me parecen innecesarias. No quiero saber del mundo exterior, porque no puedo hacer nada al respecto. 

Nunca podré salvar a todos los que quisiera. No podré rodear con mis brazos al mundo, pero al menos podría rodearlos a ellos. A medida que la distancia se reduce y las memorias se diluyen, Lucy irá revelando secretos. Aquí, Lucy y el resto son más míos que nunca. Aquí incluso yo me pertenezco más que nunca.

VIII

HELENA

Ni bien despertamos fuimos al comedor para sorprender a Lucy. Sin embargo, ella ya estaba ahí tomando café como todas las mañanas.

― ¿Por qué no duermes? ― dijo Marco sonriendo, pero con el ceño fruncido, igual de confundido que todos nosotros.

― Sí duermo, pero quizá menos que ustedes. No se asusten, acabo de llegar.

Esas últimas palabras parecían respuestas a preguntas que no hicimos, ¿cómo es posible que nos lea así?

― Te secuestraremos hoy ―dije feliz.

― ¿Qué?

― Sí, de hecho, toda la semana no tendrás excusas para no venir con nosotros.

Lucy sonrió en silencio, tanto que incluso sus ojos sonrieron. Su mirada volvió a brillar ¿o eran lágrimas? Había extrañado esa transparencia.

― Sin objeciones, esta semana la pasamos juntos. 

IRENE

La fiesta empezó en el auto, fuimos cantando a todo pulmón, cantamos de todo, desde rock hasta banda y baladas antiguas, ¿me pregunto qué pensará Rogelio de nosotros después de ese espectáculo? Yo digo que es nuestro fan.

En el pueblo fuimos a un montón de tiendas, a la panadería, donde regalaban recuerdos, tiendas de telas y hasta tiendas de pesca. Fue el día en el que nos comportamos como turistas, o quizás más turistas que antes. No tenía idea de lo divertido que era comprar recuerdos artesanales. ¿Por qué no hicimos esto antes? Ser banal y estúpido resulta divertido. 

Después de gastar dinero a lo idiota, comimos todas las porquerías y cosas dulces que nos encontrábamos. No me siento como yo misma, de ser otro momento habría sido la primera en negarme a estos gastos, a comer de esta forma o en estos lugares. Me siento más desinhibida a medida que las latas de cerveza llegan a mis manos. 

Espero no morir después de esto, pero todo estaba delicioso. Nos tomábamos un montón de fotos y reíamos todo el tiempo, incluso el hecho de escuchar la risa de mis amigos me daba gracia. Todo había vuelto a ser como antes, incluso olvidamos las preguntas que teníamos que hacerle a Lucy.

Estábamos todos inmersos en una especie de nube. Quizás intoxicados sea una mejor forma de describirlo. Parecíamos una bola de locos. No recuerdo un momento más feliz. Todo dejó de importar, incluso el pasado de todos nosotros se había perdido. Nadie esperaba que sus fantasmas lo alcanzaran. Todo este tiempo esa resultó ser la solución, no correr lejos de ellos o esconderlos en el sótano, sino que permitirnos flotar lejos de ellos.

Bailar por las calles, saludar extraños, reír con fuerza, hablar con soltura, no podía dejar de sonreír, ni yo ni nadie en realidad. Volteaba atrás, Lucy siempre se quedaba atrás, desde que éramos pequeñas. Pero no la veía luchando por tomar aire, la veía sonriendo plenamente. Eso era lo que todos queríamos.

Por la noche ella le dijo a Rogelio que se fuera, nos quedaríamos hasta tarde y no era justo que él se quede toda la noche en el auto. Lo llamaríamos cuando nos viniera a recoger. Fuimos al bar en el que siempre nos reuníamos, el mismo en el que Tiago y Marco cayeron por los tragos locales. Ni hablar, terminamos como ellos. Era un poco tarde para sentir compasión por la destrucción de los chicos.

MARÍA

Había muchos momentos que realmente deseaba retratar en una acuarela o un óleo, quizá un dibujo con carboncillo. Pero, no podía hacer que las palomas se quedaran quietas en pleno vuelo y no podía pedirle al agua de la fuente que se quedara quieta por un rato. Pero no me molesta. No, me encanta. 

Quizás algún día dibuje todos estos momentos. Preferiría olvidarme de todas las fórmulas de química antes de no recordar alguno de los segundos vividos con este grupo de personas que iluminan mi vida. El olvido de otros duele menos que la posibilidad de que esos momentos que amo se desvanezcan.

Mientras tomábamos ese glorioso néctar que pasaba por mi garganta quemándola, muchas de nuestras paredes con el mundo cayeron. Sí, éramos seis jóvenes, borrachos y algo locos. Pero éramos felices. Como no lo habíamos sido hace mucho tiempo. Habíamos perdido nuestra prudencia varias horas antes del alcohol.

***

Estoy sentada en uno de los columpios del parque, balanceándome mientras espero que las horas pasen un poco más rápido. Hoy mamá volvió a llegar de mal humor. Sé que no quiere desquitarse conmigo así que le doy su espacio, no aparezco frente a ella hasta que se sienta mejor. No puedo estar en casa así que suelo quedarme aquí.

― ¿Mar?

Una voz familiar me hace elevar la vista y encontrarme con una mirada preocupada.

― ¿Qué haces aquí Lucy?

― Mi tía Ana me mandó a comprar cosas, mientras ella se alista para mañana. ¿Tú qué haces aquí? ―deja la bolsa que tenía consigo a un lado del columpio y se sienta en el que quedaba libre junto a mí.

― Mamá volvió a llegar de mal humor.

― Oh, esperas que se vaya a dormir.

― Sí.

― ¿No tienes frío?

― Un poco. 

Ella se quitó su chamarra y la puso sobre mis hombros. Intenté negarme, pero dijo que ella pronto volvería a casa y volvería a abrigarse. No quería que enfermara, ella siempre termina en la cama casi sin poder respirar cuando está enferma. Volvió a sentarse, pero tomó mi mano mientras ambas veíamos hacia un punto invisible enfrente de nosotras.

― La próxima vez que tu mamá llegue de mal humor podrías hablarme y podría ir a comprar cosas para la casa de nuevo.

La veo confundida. Algo dentro de mí se está haciendo pedazos lentamente y sentir que ella se acerca a mis heridas hace que duelan aún más. Empiezo a llorar, pero desvío la mirada. Lucy se limita a apretar con más fuerza mi mano.

― Sé que no te gusta estar sola en el parque, a mí también me da miedo la oscuridad. Así que podríamos hacernos compañía.

Vuelvo a verla queriendo agradecerle, decirle que la quiero y que nunca dejaré de quererla como la hermana que elegí tener en mi vida. Pero mis ojos se quedan en los brazos de Lucy, están llenos de moretones e incluso marcas de manos. Puedo ver claramente como un par de manos torpes tomaron esos delgados brazos.

― ¡Lu-Lucy!

― ¿Qué pasa? ―gira a verme preocupada.

― ¡¿Qué te ocurrió en los brazos?! ¿Fue tu tía?

― No, no, mi tía Ana nunca me pegó. Fue Raquel de nuevo, esta vez trajo a su novio.

Yo también tomé con fuerza la mano de Lucy. A pesar de que todos pedimos ayuda a profesores y al mismo director, nadie creyó que Raquel realmente maltrate a Lucy. 

― ¿Por eso hoy Marco fue a la dirección?

Asintió mirando al piso.

― No debes sentirte culpable, Lu. Sabes que si alguien te quiere hacer daño nosotros iremos a defenderte, solo que Marco prefiere golpear primero y hablar después.

― Helena también estaba ahí, le jaló el cabello a Raquel, pero sus amigas la empujaron.

― Lucy, ellas son el problema, no nosotros. 

― Me siento culpable, Mar. Sin mí, ustedes tendrían vidas más simples.

Siento como sigue sosteniendo mi mano, como si me suplicara porque no me vaya. Sus palabras decían que nosotros estaríamos mejor sin ella, pero parecía tener miedo de que eso fuera verdad.

― Si alguien me estuviera golpeando, ¿qué harías, Lu?

― Correría a ayudarte.

― Exacto, somos familia por eso. Corremos a ayudarnos. 

― Pero somos un mejor tipo de familia.

― ¿Mejor?

― Cuando creces gritas más y hieres a quienes te aman. Nosotros seremos familia que no grita ni se lastima.

― Sí, nosotros seremos familia que solo se cuida ―ambas teníamos los ojos llorosos pero el sentimiento de tener a alguien sosteniendo mi mano suplicando por quedarme retenía las lágrimas. Las lágrimas y otra oleada de terribles sentimientos se detuvieron por esa calidez.

***

Cuando creces muchas cosas cambian. A pesar de que tú digas que sigues siendo el mismo, todo lo que te rodea te obliga a ser distinto. Aprendes a no confiar, te inhibes, aprendes a hacer daño para equilibrar una balanza que nadie más equilibrará. Lo admito, había olvidado la promesa que hice con estas cinco personas de nunca hacernos daño, de nunca cambiar. Aún si el tiempo se detenía, nunca olvidaremos nuestra amistad y quiénes éramos en realidad. Sí, lo olvidé, y me arrepiento. Siempre tuve miedo de ser olvidada, nunca me puse a pensar que lo peor no sería el olvido de los otros, sino que yo me olvide de mí.

Pero ahora ya no tiene importancia. Podría olvidarme de mi madre, mis hermanos menores, las personas del trabajo, mis amigos y el mundo, pero quiero seguir viviendo este momento, una y mil veces más. Ellos me recordaron todo aquello que en algún momento me mantuvo con vida. Al diablo los adultos, el futuro y los secretos de Lucy. Este ahora no lo cambiaba por nada.

MARCO

La veo bailar junto con las otras chicas, las risas estridentes llenan el bar. Con o sin alcohol quizás estaríamos en este mismo estado. Vuelvo a acercar el cigarrillo a mis labios mientras Tiago pide otra jarra. Parece que será otra noche derrumbado en la taza del baño. 

¿Esta vez quién acariciará la cabeza de quién? Una brisa fresca se cuela por la entrada y nos refresca a todos. La pobre luz de lugar no me permite distinguirlas bien, pero sigo atento de sus siluetas y quien se acerque a ellas. Las veo dar vueltas, saltar y contonearse; cantando a medias canciones que yo no tenía idea que existían.

Aunque lloviera, seguirán bailando con la misma sonrisa, incluso Lucy. Por un momento mis ojos giran al exterior y veo el cielo despejado, una parte de mí desea que se desate una tormenta. Quisiera que en este momento el cielo rugiera. Cuando era pequeña les tenía mucho miedo a los truenos. Le temía a muchas cosas en realidad, me gustaba eso de ella. Ya no veo a la niña enfermiza y miedosa en este bar, ya no es la pequeña Lucy.

En mi cumpleaños doce la invité a mi casa, no tenía tan buenas migas con el resto de los chicos, pero a ella ya le tenía mucho cariño. Nuestros padres fueron amigos en el colegio y se reencontraron al mudarse a este barrio. Al atardecer, todos se habían ido, los padres de Lucy tardarían un par de horas más. El cielo se había nublado, oscureció muy rápido. Estábamos en la sala jugando, pero una brillante luz llenó de repente la habitación. Nos quedamos quietos. Dos segundos después, un trueno hizo temblar los vidrios de la casa.

Lucy gritó y se ocultó entre mis brazos. Había sido sorpresivo, pero pensaba que no era para tanto. Mis padres estaban en la cocina, nada podía pasarnos. Pero ella comenzó a temblar y gimotear. La abracé con fuerza, de la misma forma que hacían mis hermanos mayores cuando yo estaba asustado. Se calmó mientras una tormenta se desataba afuera.

Ya no era el menor de nadie. No había ninguna sombra que llenar, era yo el que daba la sombra y ella habitó esa sombra como su refugio. Ella se calmó, la tormenta cesó y sus padres la recogieron, pero continuó habitando mi sombra de esa forma.

Mi gran tamaño no me hacía sentir grande en realidad, sino lo pequeña que era Lucy. Los truenos, las arañas, las serpientes, los abusivos, la oscuridad, eventos grandes, responsabilidades e incluso una película de terror; sin importar lo que fuera, ambos sabíamos que ella podía volver a mí y esperar a que lo que le daba miedo se aleje. Muy mía siempre, hasta que entré a la universidad, y mi tiempo fue absorbido por ese destino que había sido diseñado para mí.

Ella siempre vuelve a mí, incluso en este bar. Pero ahora no está asustada, ahora quiere que salga a bailar. Irene también me empuja al centro del bar mientras María y Helena arrastran a Tiago hacia nosotros para que se una. 

Esta vez quiero bailar, aún si Lucy se está alejando de mi sombra. No sé si es el alcohol o son ellos, por ahora, solo quiero bailar. Probablemente después mis deseos sean escuchados y caiga un rayo en medio del pueblo

LUCY

¿Cómo habría sido mi vida si nunca hubiera conocido a estas cinco personas? Me hice esa pregunta cientos, miles de veces. Quizás nadie me habría defendido de los abusones. La cantidad de veces que hubiera roto caras se habría triplicado. No habría salido en mi cumpleaños, ¿me habrían asesinado con mis padres? No lo sé, quizás este mundo me habría derrumbado hace mucho.

La herida que mis padres dejaron, siempre está en mí. Nadie la quitara de ahí. Ni siquiera un príncipe azul, eso del amor es para los niños. Es cierto, no debería pensar así, yo misma juré que nunca dejaría de ser niña. Pero la venganza no convive con la inocencia. 

Llamé a Rogelio para que nos recogiera, las cosas empezaban a verse borrosas, pero seguía lo suficientemente consciente para pedirle que cuide de los chicos. Creo que ellos estaban peor que yo. Le di órdenes en el auto, verificar que llegarán a sus habitaciones, que se prepare bebidas rehidratantes y alguien vigilando el pasillo por si alguno decidía salir. 

Cuando llegamos a la hacienda fue Rogelio el que me ayudó a llegar a mi cuarto, el resto de los empleados se encargaría de los chicos. Me dejó en la puerta y se despidió tan ominosamente como siempre. Maldición, ¿no podía ser más obvio?, me quité el sujetador y los zapatos. Me recosté en mi cama. Los demonios que había estado evitando por años volvieron, me susurraban. 

Eres muy falsa Lucy, esa sonrisa, ese aire de niña, la actitud de cuidado a tus amigos. No sabes hacer otra cosa que destruir lo que llega a ti.

Los susurros se convirtieron en gritos y exigían sangre. Sangre, era un líquido al que le dan mucha importancia y se supone que yo debería hacer lo mismo. Era horrible que circule con tal lentitud a través de mí, tanta que incluso dolía. Podía sentir cómo se arrastraba de forma perezosa por mis venas y arterias, me asfixiaba. 

Las paredes tambaleaban y el suelo se desvanecía. Sé que estoy quieta en mi cama, pero siento que sigo dando vueltas en el bar. Mis oídos resuenan en un eco lejano de la música y las risas que escuché hoy. 

Eres un invento horrible, manos llenas de sangre, alma llena de odio, mente enferma pero brillante. 

Quería gritar juntos con mis demonios, pero había pasado tanto tiempo con ellos, escuchándolos, que ya no tenía voz, se había ahogado hace ya mucho tiempo. Desearía poder callarlos un poco, al menos mientras mi cabeza da vueltas. Entregué mi vida a mi apellido, pero no me arrepiento, esa entrega se volvió mi motor. 

Quizás sin esa meta me habría dado por vencida hace mucho tiempo. Mi estómago se revuelve, ya no quiero temerle al futuro, por eso lo tomaré entre mis manos y le daré la forma que quiera. 

Deberías estar muerta. Deberías estar muerta. Deberías estar muerta. Deberías estar muerta. Deberías estar muerta. Deberías estar muerta. Deberías estar muerta. Deberías estar muerta. Deberías estar muerta. Deberías estar muerta.

Corro al baño y vomito. Quizás me pasé un poco más de lo que creí. Vuelvo a vomitar, arde al salir como ardió al entrar. Pero siento que reacciono un poco más cada vez que las arcadas vuelven a mí. Me distraigo y mis pensamientos vuelven a mis amigos, espero que ellos estén durmiendo y no estén en el piso del baño como yo.

No recordaba los azulejos del baño tan fríos. Apoyo mis brazos en la taza, vuelvo a marearme, pero no es el grado de alcohol en mi cuerpo. Las arcadas vuelven a desfigurar mi rostro y mi cuerpo. Quizás no solo estoy expiando el trago de mi cuerpo. Siento lágrimas recorriendo mi rostro, no porque esté llorando. Toso mientras intento recuperar el aliento. 

Me quedo sentada hasta que el dolor en la boca de mi estómago cede. Quiero ponerme de pie, pero no puedo, sigo muy débil. Una cálida mano pasa por mi espalda. Escucho la voz de Marco que aleja todo lo que tenía en mi mente.

― ¿Te traigo un vaso de agua?

El baño sigue a oscuras, entró sin encender ningún interruptor. Pero la poca luz que se filtra por la ventana del baño, dibuja muy bien su silueta. Es borrosa, difuminada, pero como la noche en la piscina, puedo reconocerlo a él de entre todos. Veo su cabello rizado cayendo sobre su frente, su camisa semi abierta, sus ojos fijos en mí. No estoy segura de la expresión que está haciendo, pero debe tener el ceño fruncido. Cuando parece que está enojado, pero en realidad está preocupado. En exámenes también ponía ese rostro.

Él sigue acariciando mi espalda, las arcadas dejan de venir. Acomoda mi cabello fuera de mi rostro y pone su palma en mi frente. Él siempre tuvo las manos cálidas, pero de alguna forma su contacto resulta refrescante. ¿Por qué las voces callan cuando él habla? 

Está esperando mi respuesta, me limito a negar y respirar profundo. Él pone sus manos alrededor de mí y me ayuda a ponerme de pie. Sigo sin sentir el suelo firme, pero él es como una roca. Una torre en la que me apoyo para llegar al lavamanos. 

― ¿Segura que no quieres el vaso de agua?

― ¿Tú no te sientes mal?

― Todo da vueltas y quiero cantar. Pero te escuché desde mi cuarto.

― Así que de nuevo eres el que acariciará mi cabello.

― ¿Es queja?

― Por supuesto que no. No quiero que dejes de hacerlo.

Tomo a tientas el cepillo de dientes y fallo un par de veces al poner la pasta dental. Él toma mis manos y me guía.

― Hay agua junto a mi mesa de noche.

― ¿Quieres un vaso?

― Lo decía por si lo querías tú.

Él sale del baño y yo me lavo mis dientes. Aún puedo sentir su olor junto a mí. Alcohol, cigarro y los débiles rastros de su colonia. Cuando termino, me mojo ligeramente el rostro. Salgo con una toalla en mi cara y siento que aún no puedo caminar en línea recta.

Marco está echado en mi cama, con los pies cerca del suelo. Como si se hubiera sentado al borde y se hubiera dejado caer hacia atrás.

― La cabeza suele ir donde van las almohadas.

― Tienes una cama grande para ser tan pequeña.

― ¿De qué rayos hablas? Es el mismo tamaño que el resto de camas.

Me siento y lo veo extender sus brazos. Me echo junto a él sintiendo que ahora la habitación está flotando. 

― Deberías tomar agua.

― ¿No puedes dejar de preocuparte dos segundos?

― Tendría que olvidar que existes por dos segundos.

― ¿Mientras estudiabas te olvidabas de mí?

― Ese fue un golpe bajo.

― No lo dije con mala intención. Me daba curiosidad saber qué pasa por tu cabeza cuando te desapareces para estudiar.

Siento que flexiona su brazo y me acerca más a él. El calor y la débil colonia vuelven a apoderarse de mis sentidos. Acaricia suavemente mi cabello mientras tomo mi lugar en su pecho.

― No sé qué pienso. Solo quiero que acabe y veo hacia adelante.

― ¿Como los caballos de carrera?

― Creo que sí. ¿Tú qué pensabas? Acabaste como si alguien te estuviera persiguiendo.

― Como cuando tienes hambre.

― ¿Te dolía el estómago?

No puedo evitar reírme ― No, pero andas ansioso y con ganas de morder lo que sea. De devorarlo todo, sin pensar, solo por instinto. Tenía hambre de saber todo eso que se ocultaba en los papeles de mis padres.

Cuando los menciono, la mano deja de acariciar mi cabello y se pone sobre mis ojos. 

― Sé que quieres ser tu propia roca, pero no tienes que obligarte a serlo.

― No me obligo a nada. Bueno, no en ese sentido al menos. 

― Por esta noche, ¿me dejarás taparte los ojos?

Elevo mi mano a tientas y pongo la toalla que tenía conmigo sobre sus ojos. La acomodo suavemente para que no tape su nariz ni su boca. 

― Ambos podemos permitirnos no ver por esta noche.

Mis lentos y ciegos movimientos hacen que acaricie sus labios. Él me sujeta y la mantiene contra sus labios. 

Una mano sobre mis ojos y la otra sujetando mi mano sobre su pecho. Es la primera vez que estoy así con él, pero de alguna forma la sensación es familiar. Como si desde hace mucho hubiera estado sujeta así por él.

― Se supone que yo me quedaba con los ojos abiertos porque no tengo miedo.

― No tienes porqué mentir aquí, Marco. Sé que también sientes miedo. 

― Quizás.

― ¿Quizás?

― De todas formas, eso que me da miedo no existe porque estás aquí. Todos están aquí.

― Espero que sigas creyendo eso cuando todo esto acabe.

― No pienses en eso por ahora. Todos tenemos un dragón esperando en la ciudad, pero estaremos bien. Siempre estamos bien.

― ¿Un dragón?

― ¿Qué animal dijiste en la piscina?

― Elefantes.

― Bueno, son básicamente lo mismo. Alas y fuego, detalles.

― Y si, ¿yo fuera tu dragón en la ciudad?

― Tú nunca serás mi dragón, Lu. Eres mi… tú eres mi… Bueno sabes que no soy bueno con las palabras.

― A veces no españolas.

― Creo que aún tienes mucho trago en tu sistema.

Ambos nos reímos. Quito su mano de mis ojos y destapo los de él.

― Quiero pedirte algo.

― Lo que desees, Lu.

― Cuando volvamos a la ciudad, no retomes tu papel.

― ¿Dejar la universidad?

― No, nunca te pediría eso. Pero no te distancies solo para observarme, quédate a mi lado.

― Después de estos días. No podría volver a mantener mi distancia contigo ―. Algo en mi pecho se siente ligero. La promesa de Marco me resulta liberadora, sé que él siempre cumple su palabra―. Mañana te dolerá la cabeza si no me escuchas.

― Oh no, desobedeciendo las órdenes del médico. Soy una rebelde.

Él se pone de pie y toma el vaso de agua que estaba en mi mesa de noche. Yo extiendo mis brazos hacia el techo, ¿por qué siento que floto? Él se sube a horcajadas de mí. Mis brazos pierden su fuerza. Él toma mi rostro entre sus manos. Se inclina y nuestros labios se encuentran. 

Él me hace beber agua de sus labios. No puedo luchar contra él, ni siquiera quiero intentarlo. Siento un hilo de líquido escaparse de la comisura de mis labios, pero sigo bebiendo todo lo que él me entrega. Mi cabeza no deja de dar vuelta y ahora tampoco puedo pensar en nada. 

Él lo acalla todo. Los pensamientos violentos y los prudentes. Solo quiero que siga saciando mi sed.

Se aleja ligeramente de mis labios. Pasa su pulgar por ese hilo de agua que dejó rastro en mi mejilla.

― Si quieres una oportunidad para mantenerme a raya, es ahora.

― No me dejes huir nunca. 

Paso mis manos por su espalda y lo hago acercarse más. Vuelve a besarme. Realmente quiero que cumpla su palabra. Quiero muchas cosas en realidad, no mentí cuando dije que tenía hambre y quería devorarlo todo. Aunque ahora siento que la devorada soy yo. Si es él no me molesta. 

Sus labios lo borran todo. Ya no puedo pensar, ya no quiero pensar. Me dejo arrastrar por la brisa de sus caricias. Por lo refrescante de su tacto que está alejando a los elefantes, los dragones, los gritos en el pasillo. Él lo aleja todo.

TIAGO

Despertar dos días con cruda es un castigo. No estoy diciendo que me arrepienta de anoche, fue la mejor noche de todas, pero no debería abusar tanto de mi cuerpo. 

Creo que aumenté treinta años a mi edad con esa frase. 

Salí de mi habitación y en el pasillo ya estaban esperándome todos. Veo los rostros cansados y enfermos de mis amigas sonriendo en mi dirección. Morir a su lado parece la mejor forma de acabar.

Nos dirigimos hacia el comedor, seguro y esta vez le ganamos a Lucy, lo sé. Entramos y ella estaba ahí tomando su taza de café. Con una sonrisa tranquila, nos recibió. Nos sorprendimos un poco más al ver a Marco sentado junto a ella bebiendo agua.

― ¿Qué tal la cruda? 

― Obviamente no tan buena como la tuya ―Marco sonríe, no estoy seguro de lo que significa esa sonrisa.

― ¿Lista para tu segundo día de celebración? 

― Claro, solo espero algo más tranquilo que ayer.

― Quedémonos en casa ―sugirió María.

Sonaba raro llamar a este lugar “casa”. 

― ¡Oh, vamos! ¿Somos huevones o somos leones?

― En definitiva, somos huevones, Helena ―respondió Irene mientras comía una tostada.

― No podremos celebrar su cumpleaños si todos morimos en el trayecto.

― No puedo creerlo, ¿tú también, Marco? ―Helena siempre pareció tener más aguante que todos nosotros juntos.

― Siéntate o te quedarás sin comer ―le dije mientras yo también empezaba a comer, al fin cedió y se sentó mientras nos seguía reclamando nuestra cobardía. 

Mi mirada pasa por las chicas que están riendo, Marco que come y finalmente pasa por Lucy. Los ojos perdidos en su taza de café. Está completamente inmersa en su mundo. La conversación de la anterior noche volvió a mí. “¿Por qué microbiología?”, “Descubrí que no quiero sanar a un solo cuerpo humano, sino al organismo más grande”.

IX

MARCO

Veo a Lucy bostezar antes de morder el sandwich en sus manos. Me inclino en mi silla para acercarme a ella. 

― ¿Estás cansada, Lu?

― Había un dragón en mi cuarto.

― ¿No eran elefantes?

― Nop, este tenía fuego y colmillos.

Ambos nos reímos y el resto de la mesa no pareció percatarse. Aunque quisiera seguir con la broma ella realmente se veía agotada. Sé que estuvo exigiendo demasiado de sí. Cuando yo abrí los ojos ella ya estaba en la ducha. ¿En algún momento se detiene?

― ¿Entonces nos quedaremos todo el día aquí? ―ella habló para todos esta vez.

― Al menos para recuperarnos. Aunque parece que tú lo necesitas más que nosotros.

― Déjame en paz, Tiago.

Sonreí, quizás no está tan mal como creí.

― ¿Por qué?, ¿hay algo en especial que quieras hacer? 

― Conozco un lugar muy bonito, aquí en la propiedad. No me vean así, es tan lejos que volveremos en la noche y ni me acercaré al trabajo.

― Eso es todo lo que necesitaba escuchar ―dije antes de tomar otro vaso de agua casi sin respirar.

En la tarde nos quedamos en el jardín central. Todos necesitamos reponernos de la noche anterior. La conversación danzaba entre ser coherente y ser estúpida, ¿era porque seguíamos borrachos o por algo más? 

Helena estaba recostada en las piernas de Lucy, Tiago y yo estábamos recostados contra el árbol que tenía el columpio colgado, Irene y María estaban recostadas sobre las piernas de Helena.

Las horas pasaron lentas. Esta vez no me siento frustrado por ello, estoy muy agradecido. Una vez más siento que todos nos diluimos entre las paredes de la hacienda. Cierro mis ojos mientras recuerdo a los profesores de música que tuvimos, vuelvo a abrirlos y recuerdan nuestro primer viaje en auto cuando entramos a la universidad. Pasábamos de estar dormidos a estar despiertos sin darnos cuenta. No estoy seguro de qué conversaciones fueron un sueño y cuales realidad.

Cuando el sol bajó, todos estábamos como nuevos. 

Después de comer, Lucy nos llevó al pie de la montaña, pero a una zona que no habíamos explorado. Era un claro rodeado de esos árboles que antes me resultaban asfixiantes. No podíamos ver más allá de cinco centímetros lejos de los árboles.

Ya no parecía preocupante, de hecho, terminó siendo liberador. Nos echamos en la sombra de los árboles junto con María e Irene mientras Tiago, Helena y Lucy, que parecían tener más energía, continuaron caminando y jugando con burbujas. Parecían niños, me traían buenos y malos recuerdos verlos así. Indefensos y sin preocupaciones es cuando más quiero protegerlos, pero los siento más lejos de mí. Lucy gira y salta entre las burbujas. ¿Otras personas verán esa sonrisa? 

***

Otra vez vino Lucy a visitarme, desde que llegó estuvo escuchándome en silencio. Creí que se emocionaría con los nuevos libros que me regaló mi hermano. A ella le gustan las ilustraciones de animales, pero simplemente mira el libro con una expresión algo triste.

― ¿Qué te pasa?

― ¿Qué?

― Pareces triste y estás callada. 

Bajó la mirada, ¿pensaba lo que quería decir? ¿Dije algo que la hirió?

― ¿Crees que soy basura?

― ¡¿Qué?!

Pero ¿de qué está hablando? Siento que perdí una escena importante en una película.

― Unos chicos en el colegio, hoy me dijeron que era basura pero que a ti te gustaba guardar basura.

― ¿Quiénes fueron? ―me puse de pie, iría a romperle los dientes a todos esos cretinos. Creí que la última vez les había quedado claro que no deben meterse con ella.

Siento que algo me detiene. Lucy sigue sentada en el suelo, pero su mano sujeta firmemente mi muñeca.

― ¿Lo soy?

― ¡Claro que no! Escucha Lucy, no debes dejar que sus palabras entren a tu cabeza. Ellos tienen mierda en la suya y convertirán a la tuya en lo mismo. Son como zombis, solo quieren hacer a otros como ellos.

Se quedó viéndome a los ojos en silencio. Lentamente vi cómo se aguaban sus ojos mientras las lágrimas se amontonaban, pero seguí hablando.

― Eres mejor de lo que ellos saben. Por eso somos amigos, porque tú eres genial y porque sabes que yo tampoco soy lo que ellos dicen. 

― Tu también eres genial Marco, mucho más que yo ―su voz se rompe.

― Ellos dicen que no soy más que un gorila con dinero.

― Pero no es cierto, están mintiendo, están mintiendo ―niega con su cabeza muchas veces. Me siento con ella en el suelo.

― Ellos también mintieron al decir que eres basura. Por eso no dejes que entren a tu cabeza, ni siquiera contestes a lo que te dicen. Solo ven conmigo y dime quiénes fueron para hablar con ellos.

― ¿Hablar?

― Hablar a mi modo.

― Siento que está mal que te hagas daño por mí.

― Ni siquiera podrán tocarme.

― La siguiente, volveré a ti.

― Bien. Entonces, ¿qué te parecen los nuevos libros?

Restregó sus ojos con la manga de su chompa y volvió a ver el libro. 

― Es muy bonito.

Continuamos viendo el libro hasta que mi mamá nos llamó para comer algo. Sentados, lado a lado, disfrutando la ensalada de fruta con helado que nos hizo, escucho cómo llega uno de mis hermanos mayores de la universidad.

― Hola ma.

― Qué bueno que llegas Carlitos, justo estoy sirviendo la merienda a los chicos.

― Eso veo. Hola piojo ―. Revuelve mi cabello, lo dejo hacerlo sin que me importe, pero veo que acerca su mano a Lucy para repetir la acción ―. ¿Cómo está la pequeña Lucylú? 

Estiro la mano y le impido tocarla. Giro la cabeza para mirarlo en señal de advertencia

― Vaya, no sabía que te conseguiste perro guardián, Lucylú.

― Su nombre es Lucy.

― No tengo un perro ―respondió ella sencillamente―. A mi tía Ana no le gustan. 

― Bueno, quizás no sea perro. Como es un baboso me confundí.

Estaba por responderle cuando mi mamá intervino. Giro a ver a Lucy, está hablando con mi mamá mientras balancea sus piernas en el asiento, está sonriendo de nuevo. Mañana me encargaré de los imbéciles del colegio.   

***

Otras personas poseen momentos de ella, los que antes eran solo míos, como máximo de los que están aquí. Pero el resto de los que vinieron aquí nunca la alejaron, me ayudaban a cuidarla, a mantener esa sonrisa a salvo de este mundo jodido. 

Sé que ella sabe lo que hago cuando alejo a otros hombres de ella, o cuando volvía del colegio con los puños enrojecidos. Pero no parece molestarle. Me deja acorralarla, resguardarla, me deja dar órdenes y sé que muchas veces las ignora con una sonrisa. Me deja ser y hacer como quiera, pero al final del día sé que ella se saldrá con la suya. ¿Por qué me dejas enloquecer así?

Quiero que Lucy vuelva a habitar mi sombra.

HELENA

La noche llegó demasiado rápido. El tiempo nunca se mueve como me gustaría. De hecho, creo que no se mueve como a nadie le gustaría. Era hora de volver, en parte nos alegramos, empezamos a sentir un hambre terrible. Habría mordido la pierna de alguno si no comíamos algo pronto. Después del viaje de vuelta el hambre no hizo más que crecer. La comida estaba deliciosa como siempre.

― No sé si pueda acostumbrarme a la comida mortal después de probar esto.

― No te preocupes Helena, le diremos a Lucy que lleve su chef a la ciudad.

― Ah claro, si es que ustedes quieren pagarle.

Todos reímos divertidos. La risa de Lucy era muy contagiosa. Podría ver una foto de Lucy riendo, y sin necesidad de oírla yo también me pondría a reír.

― Tendré que comer solo seis veces al año.

Tiago hizo que las risas volvieran.

― ¿Quién sabe? Tal vez no volvamos.

Su voz había sido demasiado seria como para que nos riamos.

― Pero eso solo sería posible si nos mudamos al país de nunca jamás.

― Cierto. Me gustaría vivir ahí ―la voz de Lucy estaba muy cambiada. Ni siquiera había rastros de las sonrisas de hace unos segundos―. Yo no tendría esta monstruosa casa, no tendría que estar con malas personas.

― Todos debemos volver, Lu. Aunque quisiéramos, no serviría de nada ocultarnos por siempre.

― Tiene razón, todos tenemos muchas cosas que hacer. Muchas cosas que ser.

Lucy se quedó en silencio. 

Su rostro perdió expresión, pero el resto no queríamos que se arruine su cumpleaños, tratamos de olvidar esa extraña conversación, cambiamos de tema. Tratábamos de charlar ignorando que, por un momento, todos volvimos a perdernos en todo aquello que Lucy no decía. Sus silencios eran los que realmente se quedaban en nuestras mentes y nos creaban monstruos invisibles. 

Lucy no volvió a sonreír. Nos escuchaba en silencio mientras hablábamos de lo primero que se nos ocurrió. Todos evitamos sutilmente volver a hablar de la ciudad, de la hacienda, de todos esos temas que sabíamos que detonarían una mala conversación. ¿Lo estábamos haciendo de nuevo? Estábamos negando la verdad porque resultaba una mierda incómoda. Era el cadáver de un perro a un lado de la carretera. Ninguno de nosotros le quitó la vida, pero dejó nuestros estómagos revueltos.

Después de comer, Lucy fue la primera en retirarse, Beatriz volvió a llevársela. Todos en la mesa tratamos de esconder nuestras preocupaciones en alguna caja dentro de nuestras cabezas. Olvidarla y seguir viendo hacia adelante. ¿Nuestra confianza en ella tambaleaba con tanta facilidad? Hasta hace pocos minutos estábamos riendo con ella y ahora creemos que es una sombra siniestra.

Nos quedamos en silencio. Algunas jugamos con los vasos entre nuestras manos, dándole vueltas por la mesa como si pudiera cambiar de color, como si algo fuera a cambiar. Veo a Marco, sus ojos fijos en el pasillo, siguiendo los pasos de Lucy. Se pone de pie y habla:

― Sé lo que están pensando. Sé que de nuevo están imaginando que Lucy es en realidad una especie de asesina en serie y somos su siguiente juguete. 

― Cálmate Marco.

― ¡Cállate, Tiago! Está escrito en sus rostros, y mientras más lo pienso, más estúpido me parece. La encerramos en un huracán de mentiras. La dejamos en medio de una falsa paz y nos alejamos por pendejadas. No hay cadáveres suficientes para hacerme creer que Lucy no pertenece a mi lado. Si una mohosa hacienda les hace creer lo contrario, quizás deberían irse desde ahora.

Se fue, cerrando la gran puerta detrás de él. ¿De dónde mierda sacó toda esa rabia? Como si nosotros fuéramos el maldito enemigo. Todos pasamos la misma cantidad de tiempo encadenando a Lucy. Atada por siempre a nuestros asquerosos corazones. Ella nos ama como a su propia sangre y nosotros queremos una excusa para llamar a la policía. 

Mi vista gira hacia Tiago, se está hiperventilando. Irene tiene las manos temblando y María está tratando de calmarla. Encadenados. ¿Quién está encerrado con quién?

LUCY

Estoy en el edificio secundario hablando con Beatriz, Rogelio y otros dos empleados. Escucho pasos acercándose con una seguridad que no pertenece a nadie que trabaje para mí. Cuando giro, veo a Marco caminar con decisión hacia nosotros, hacia mí. 

― Creí que ya no trabajarías.

― Es una situación urgente ―respondo con la voz tranquila, sé que él necesita escucharme así. 

― ¿Es un incendio?

― No ese tipo de urgencia. Pero hay permisos que no pueden esperar al día de mañana.

― Hay personas que no pueden esperar a mañana ―Marco toma mi brazo. Beatriz no aparta la mirada de ese agarre. Si él no fuera quien es, estaría en el suelo. 

― Creí que se irían a dormir. 

― Yo no.

― Podemos hablar después de que atienda esto ―mi voz no se eleva, a él no podría amenazarlo, aunque quisiera. Quiero que calme esta pequeña rabieta.

― ¿Es de vida o muerte?

¿Podría mentirte una vez más, Marco? Con tus ojos fijos en los míos, intentando poner luz donde no pertenece. Quieres llevar mis respuestas a tu vista de nuevo. 

¿Podría decirte toda la verdad, por otro lado? ¿Todo tu cuerpo seguirá exigiendo mi atención cuando sepas mis secretos? Quiero ser sincera, pero aún no. Pongo una mano sobre la que me está sujetando, lentamente suelta el agarre. 

― No hay nadie muriendo ahora, pero debo firmar papeles importantes.

― Es solo firmar, ¿verdad?

― Debo revisar lo que estoy firmando, quizás me tome algo de tiempo.

― Te lo había dicho antes-

― Por favor, Marco. Debo irme.

― Voy a ser más avaricioso con tu tiempo.

Se me escapa una sonrisa― ¿Más?

Él está a punto de hablar, sé que me querrá ordenar algo. Pero un golpe fuerte en el edificio principal nos hace callar. No deberíamos ser capaces de escucharlo, pero algo rompió la quietud. Marco y yo fuimos los primeros en ir corriendo. Beatriz y Rogelio nos siguieron en silencio, con un rostro menos consternado que el nuestro. 

Una de las ventanas del comedor está rota, una silla sigue en medio del marco a medio camino de su vuelo. Veo hacia adentro. Un flash de luces rojas y azules me hace temblar la espina, pero sé que es solo una memoria. No está pasando de nuevo, no está pasando de nuevo.

Tiago corre con la visión desorbitada y taclea a Rogelio. Veo a mis amigas correr detrás de él. Pero ellas giran hacia la entrada principal. Veo a María e Irene correr hacia la espesura. Grito a Beatriz para que las siga, ella obedece de inmediato. 

Dos de mis empleados están conteniendo a Tiago. Escucho el motor de una motocicleta en el garaje. Helena deja una sutil estela antes de desaparecer. Veo a Marco, él toma mi mano y me dirige al auto en el que llegamos. 

¿Cómo es que sabes qué estaba por decir?

IRENE

El portazo de Marco parece haber roto algo en todos nosotros. Algo se abrió paso dentro de mí con mucha violencia, como una estampida de enormes bestias con colmillos. Fueron palabras de rabia las que dijo Marco, pero ¿y si había algo de verdad en todo ello? Toda esta situación nos causó incomodidad desde el inicio, ¿por qué no hicimos algo al respecto? ¿Por qué no volvimos a casa a la primera oportunidad? ¿Realmente Lucy es un monstruo y está a punto de meternos en un horno y comernos? Aunque en realidad parece lo contrario. Todos aquí somos monstruos de horribles colmillos y ojos brillantes. Somos hienas que se mordisquean unas a otras y lloran si es que algún diente toca algún nervio sensible, alguno de los pocos que no se ha podrido aún.

Veo a un lado, Tiago tiene algunos problemas para respirar. Está viendo al vacío, completamente inmerso en sus pensamientos. Algo en su mente está terminando de devorarlo. Quizás él sabe algo que yo no. Sabe algo que no nos dijo, es otra de sus asquerosas mentiras.

Mis manos tiemblan como si se estuvieran congelando, veo a María tomarlas entre las suyas. Veo sus labios moverse mientras lanza palabras que seguramente son de alivio, pero sus ojos están llenos de lágrimas. Ella también sabe algo, ella también tiene bestias en la mente que la pisotean con fuerza. Nadie en esta habitación realmente puede respirar. Todos seremos devorados, mutilados, cortados en pequeños pedazos antes de desvanecernos en el cálido viento que corre por esta maldita hacienda. 

Tiago se pone de pie y empieza a tirar las cosas de la mesa mientras grita. ¿Son gritos de rabia o de miedo? Nosotras nos quedamos pegadas a nuestros asientos, hasta que veo a Helena levantarse. Un ligero susurro en mi nuca quiere creer que calmará a nuestro amigo, pero no. Lanza su silla por sobre nuestras cabezas e impacta con la ventana.

Huir, debemos huir. Debemos huir. Debemos huir. Debemos huir. Debemos huir. 

MARÍA

No entiendo qué es lo que nos arrastra con tanta violencia. Es una fuerza irresistible que me aleja de la hacienda y nos interna en la espesura. Puedo escuchar a Irene, su respiración acelerada, sus pasos abriéndose paso tal como yo. Subestimamos la oscuridad. Siento que las ramas golpean mis brazos y piernas, pero no puedo detenerme. Incluso si algo calmara mis pensamientos, si pudiera pensar en algo que no sea en la orden de HUIR. Aun así, seguiría corriendo porque escuchamos a Beatriz detrás de nosotras. No puedo escuchar su respiración, en su lugar son gruñidos que no reconozco. 

Grita nuestros nombres, solo es una excusa para correr más rápido. Mis músculos arden, mi garganta se seca y empiezo a sentir la necesidad de morder mi lengua con fuerza. Algo me sigue expulsando de toda esta tierra, de la comida, de los abrazos, de mi propia piel. Las uñas de Beatriz podrían hacerlo, ¿verdad? 

Estamos siendo cazadas, Irene grita con pavor. Ambas sabemos que nadie nos escuchará, pero lo intentamos con todas nuestras fuerzas. ¿Este es mi último momento? Al menos puedo gritar con todas mis fuerzas.

¿De qué peligro estoy corriendo con tanta desesperación? Las imágenes, las letras, los olores, todo está revuelto en este bosque en blanco y negro. Quiero detenerme y caer muerta. Quiero volar y volver a mi miserable vida. Quiero cualquier destino, excepto ser alcanzada. Atrapada, desollada y exhibida junto con las pinturas de Lucy.

Lucy. Lucy. Lucy. Lucy. Lucy. Lucy. Lucy. Lucy.

¿Eso hay en las habitaciones?

No importa qué tan rápido corra, qué tanto ignore el dolor, el calor que parece derretir mis huesos, ella se acerca. Una sombra gigante que está a punto de derribarnos. Un par de fuertes brazos que nos sujeta.

Lo último que vi antes de desmayarme, fue a Irene gritando como si pudiera salvar su vida así.

MARCO

Acelero mientras intento seguirle el paso a Helena. No puedo apartar mi mirada del camino, pero quiero saber cómo está Lucy. Vemos las luces de la moto iluminando la carretera frente a nosotros. Solos estamos nosotros. Asfalto, oscuridad, la luna que no parece hacer nada por nosotros, sé que hay una voz en algún lado de mi cabeza amenazando a los dioses para que no aparezca un auto ahora.

Pongo mi mano sobre el muslo de Lucy, siento que me da un apretón rápido antes de devolver mi mano al volante. Abre su ventana y saca la mitad de su cuerpo. Empieza a gritar el nombre de nuestra amiga. Yo también quisiera que su voz la alcance, que desvanezca lo que sea que la hace huir así. Quiero sujetar a Lucy, quiero alcanzar a Helena, quiero saber que María e Irene están bien, quiero ver a Tiago tranquilo. 

Mierda.

El auto la alcanza poco a poco. Creo que nunca antes había escuchado a Lucy elevar tanto la voz. Veo cómo la moto se acerca a nuestra altura. 

― ¡Lucy entra de una maldita vez!

Ella vuelve a sentarse. Su respiración acelerada solo me impacienta más.

La rebasamos. 

Me acomodo frente a ella y freno muy lentamente. Necesitamos varios kilómetros para detenerla. Pero finalmente lo logramos. Lucy saltó del auto y corrió hacia Helena cuando ni siquiera detuve el motor por completo.

Me quité el cinturón y las luces traseras del auto iluminaron la calle a medias. Lucy se acercaba con paso firme, las manos en alto, le hablaba con voz suave. De nuevo parecía estar domando una bestia salvaje, era raro estar de este lado de la negociación.

Nuestra amiga tenía el rostro desfigurado en pánico. La poca luz solo lo hacía ver más perturbador, pero se quedó de pie temblando mientras Lucy se acercaba. La tomó de los hombros y le habló con calma. Helena empezó a llorar con fuerza y antes de que pudiera dar otro paso, vi cómo se desvanecía. La pequeña la sostuvo como pudo. Giro la vista hacia mí. Sé que me estás llamando de nuevo. Me acerco a mi amiga inconsciente y revisó su respiración y latidos. 

― Sigue acelerada, pero parece estable. 

― Debemos llevarla a casa ―acomoda su cabello para que no cubra su rostro, parece acunarla por unos instantes.

Yo cargo a Helena y Lucy deja la motocicleta a un lado de la carretera. Acomodo a Helena en el asiento de atrás y veo como la domadora de bestias se acerca lentamente al auto. Parece exhausta, tiene toda la razón para estarlo. 

Ambos tomamos un profundo respiro mientras nos sentamos. Veo cómo se toma las manos y las presiona con fuerza. Pongo mi mano sobre las suyas. Ella me mira, supongo que con esos ojos está intentando decirme que está bien. Me inclino en el asiento y me acerco a ella, le pongo el cinturón de seguridad. 

Mientras ella lleva la cabeza hacia atrás, yo también me aseguro en mi lugar. Doy vuelta en U y comienzo a conducir de vuelta.

― Debemos ir por Irene y María.

― Beatriz fue por ellas, te aseguro que las alcanzó.

Eso sonó mucho a una amenaza.

― ¿Qué es lo que pasó aquí, Marco?

― Parece que se sugestionaron entre ellos.

― ¿Sugestionarse?

― La mierda de la hacienda y las habitaciones, Lucy. No te hagas la tonta ahora.

― ¿Fue eso?

― ¿Es tan terrible que no puedes solo decirlo?

― ¿Me tienen en tan mala estima para creer que les haría daño?

Cada palabra que decía era un golpe en el estómago, quería detenerla, pero no podía. Lo que más dolía es que realmente lo creímos. Ellos lo creyeron al punto de huir como si fueran verdaderas víctimas.

― No te lo tomes a mal, Lu.

― ¿Tu creíste que podría hacerte daño?

― No por lo que sea que haya en los cuartos esos.

Ella gira su cuerpo para ver al asiento trasero.

― Quería regalarles el mundo ―susurró, pero su voz llegó clara.

― ¿Qué?

― Quería que se diviertan, que hablemos, que quiten esas caras de angustia cuando me ven. Era como si fuera un funeral andante.

Vuelve a acomodarse.

― De nuevo, Lu. No es nada contigo. Se juntaron muchas cosas.

― Y yo las detoné. Quería lo contrario. 

― Me caga-

― Que te oculte cosas. Lo sé.

Elijo callarme, si digo más sé que la heriré. 

― Les diré todo apenas lleguemos a la hacienda.

Lo sentenció con mucha seguridad, pero me costó creerlo.

Cuando llegamos a la hacienda, Rogelio y Beatriz estaban esperando en la entrada. Lucy dio la orden de preparar algo para calmarnos y llevarlos a todos a la habitación tres. La rubia escalofriante levantó a Helena y se la llevó.

― ¿A dónde van?

― No te preocupes, Marco. Esta noche ha sido una locura, pero una vez todos nos calmemos les diré todo.

― ¿Qué les darán? Deberíamos llamar a un médico ―¿qué es esa sonrisa en su rostro?

― Ella sabe lo que debe hacer.

Tomó mi mano y me guio al comedor. Vimos el desastre dejado por nuestros amigos. Me gustaría saber qué pensaba Lucy, quisiera ver dentro de su mente, aquello que esconde detrás de esa mirada fija. 

Rogelio apareció con dos vasos de agua, los tomamos y ella empezó a guiarme hacia el edificio secundario. Ninguno de los dos hablaba. Nos detuvimos frente a una de las puertas cerradas. Sacó una llave de sus jeans y la abrió.

El cuarto eran unas enormes escaleras que llevaban a algún espacio subterráneo. Vi a Lucy sabiendo que mi rostro lo decía todo. Ella tomó el agua con calma y continuó guiando. 

El borde de las escaleras estaba iluminado, no sé qué tan profundo realmente era. Nos encontramos en un largo pasillo metálico iluminado por luces neón blancas. Recordé el hospital. Poco a poco aparecieron pasillos y puertas cerradas. Entramos por una de ellas.

Estábamos en una sala blanca y reluciente. Vi a mis amigos sentados en fila, en sillas muy parecidas a las del comedor. Había un par de empleados de Lucy revisando anotaciones en pantallas. Rogelio veía hacia la pared del fondo. Pared que en realidad parecía un cristal blanco por el que era imposible ver hacia el otro lado. 

Quedaba solo un asiento libre, ella me invitó a sentarme. Tomó mi vaso y mientras los dejaba con uno de sus empleados, sentí una punzada en mi cuello. Muevo todo mi cuerpo y veo a Beatriz parada junto a mí sujetando una aguja. Intento ponerme de pie, pero todo mi cuerpo empieza a pesar. Apenas puedo mantener mi cabeza en alto. Veo desesperado hacia mis amigos, ellos tampoco se mueven, pero sus ojos giran a todas partes, alterados.

Lucy acomoda mi brazo en el asiento. Mis ojos se quedan en ella. 

― No creí que hicieran tan difícil este momento ―acarició mi cabeza mientras seguía hablando―. Habría querido más tiempo, otra introducción quizás. 

Ella se puso de rodillas y apoyó su cabeza en mi regazo. Use todas mis fuerzas para levantar mi mano, pero terminó por caer sobre su cabeza. Se quedó ahí, con todos nosotros viendo hacia el cristal blanco. 

LUCY

Siento la mano de Marco sobre mi cabeza y sé que todo irá bien. De nuevo acaricia los miedos lejos de mí.

― Ustedes siempre fueron los mejores amigos que cualquiera pudo haber pedido ―sonrío―. Creo que no podría reclamarle eso a Dios, que ustedes hayan llegado. 

Ignoro por completo a mis empleados, a Beatriz que observa todo en silencio, a Rogelio que sale de la sala. De nuevo siento que solo estamos mis amigos y yo.

― ¿Saben qué podría reclamarle a Dios? Que mis padres hayan sido asesinados por unos drogadictos en mi cumpleaños. 

Sé que las palabras los golpearon duro. Nunca lo dijimos en voz alta, y ahora casi podía saborearlo en mi boca. Estas letras que no debían combinarse de esta forma, están mordiendo hasta los huesos.

― Ustedes fueron mi mundo en ese momento. Quienes me daban fuerza, esperanza, refugio. No hay momento en el que deje de estar agradecida por eso. Pero temo que no pude alejarme de todo eso que ocultaron de mí. ¿Ustedes podrían olvidarlo? Si hubieran estado en mi lugar, ¿habría simplemente seguido adelante?

Silencio. 

― Quizás sí. A veces son mejores que yo. Otras veces erran más de lo que yo podría imaginar. Pero somos humanos después de todo, ¿no? 

No puedo evitar reírme. Es la emoción, realmente no hay nada de divertido en esto.

― Mis padres eran brillantes. No solo por su ingenio en la microbiología, sino porque realmente querían un mundo mejor para todos. Ellos querían bañar con su luz a todos por igual. ¿Vieron dónde acabaron?

Silencio.

― Ellos siguen siendo mejores que yo en algo. Ellos eran más nobles. Ahora yo sé qué es lo que se oculta en sus papeles. Sé cuál sería el maravilloso regalo que le harían al mundo. Una bacteria increíblemente agresiva pero que puede ser programada.

El cristal pierde su opacidad y es perfectamente translúcido. Pueden ver la sala del otro lado. Hay varios hombres atados y amordazados de un lado, del otro están Rogelio que sujeta amablemente de la mano de una niña. La pequeña tiene los oídos y los ojos tapados, una leve sonrisa está dibujada en su rostro.

― Después de entrar a la universidad encontré parte de sus archivos en casa. Ellos tenían solo la mitad de los cultivos en el laboratorio, la otra mitad estaba en cierta hacienda a la que les gustaba ir en los veranos con su hija pequeña. 

Quité la mano de Marco de mi cabeza y me puse de pie. 

― Apenas terminé mi maestría, yo continué sus investigaciones. Ahora soy yo la única que puede programarla, enseñarle qué componentes buscar para consumir.

Me río ante los recuerdos de todas las noches en las que enloquecí estudiando y la velocidad abrumadora en la que avanzaba en mis materias. Las dulces caritas de mis amigos parecían estar poniendo piezas en su lugar, algo aterrados por mi risa.

― Les mentiría si les dijera que no me tenté a continuar su trabajo, pero no pude. No soy tan buena. Antes de venir aquí, parecían tenerlo muy claro.

Otra vez estúpido silencio. 

― Alteré a la bacteria. La llamé “Frates”, como siempre pensando en ustedes. Logré que consumiera todos los órganos de un organismo en particular. Un par de gotas acabarían con un adulto promedio en segundos, tiempo suficiente como para que grite. 

Silencio, maldito silencio.

― Hay una serie de componentes alterados en el sistema cuando una persona es capaz de cometer actos atroces, ¿sabían? Quizás tú Marco. No fue demasiado difícil conseguir esa llave. Frates solo entra a puertas que huelen a muerte ―no pude evitar esbozar una sonrisa ante mi logro.

Los ojos de todos se abren. Giran en busca de respuestas por todas partes. Quizás crean que encontrarán una cámara escondida y que esto es una terrible broma.

― Sé que en estos momentos no me creen. Pero es por eso que todo esto fue posible. ¡Encontré la llave! Sé la puerta tras la que se oculta toda la escoria del mundo. Y podremos limpiarla. No solo de los que hicieron algo malo, sino de los que serían capaces de algo atroz. 

Silencio. Silencio. SILENCIO

― No serviría que solo lo haga en este pueblo, o en la ciudad. Debo esparcirlo por el mundo. Supongo que ya se imaginan que a eso es a lo que Beatriz se refería con Bases. Construí lugares estratégicos para que la expansión sea simultánea y aérea. En pocas horas, limpiaremos el dolor del mundo. 

No puedo evitar la risa. De alguna forma solo espero que continúe, llena esa ausencia de sus voces.

― No habrá ningún político o militar que pueda ir en contra de mí, no hay motivos tampoco. ¡¿Por qué disparar a la dueña de la llave?!

Me acerqué al asiento de Marco y acaricié su cabello.

SILEN-

― ¡Beatriz!

Ella se acercó a mis otros empleados y empezaron a accionar botones.

― No puedo lanzar este “proyecto personal” sin que las personas más importantes en mi vida lo vean. Ustedes me protegieron y me acompañaron desde que recuerdo. Mi más profundo deseo es poder devolverles todo el bien que me hicieron. Pero, ¿cómo podría pagarles tanto? Quiero hacer del mundo, un lugar mejor. Para mí, para ustedes, para todos. Aunque ahora deben estar pensando que enloquecí, no los culpo. Las revoluciones no son fáciles de asimilar en un primer momento. Pero realmente todo esto, es solo mi forma de devolverles todo lo que hicieron por mí.

En sus rostros pálidos, brilló el miedo, ¿acaso pensaban que les haría daño? 

Un leve pitido nos alertó de la presencia de Frates, un vapor blanquecino llenó la habitación contigua. Todos pudimos presenciarlo desde el otro lado del cristal. La niña y Rogelio se quedaron de pie tranquilos. Tan solo sentían un ligero cosquilleo en la nariz. Mi vista se fija en los otros. Aquellos hombres que atrapamos intentando violar y asesinar estaban sintiendo la sentencia que merecían. Veía cómo al fin se terminaba su podrida existencia.

Empezaron a gritar. Se retorcían sin importar que las ataduras abran heridas en sus gargantas, terribles chillidos de dolor llegaban hasta nosotros. Por sus bocas empezaron a vomitar sangre sin control, llegó un punto en el que se ahogaban. Sus gargantas empezaron a disolverse, sus ojos se derretían, incluso su cabello se desvanecía. Grandes heridas aparecieron en su piel y terminaron de consumirse con gran velocidad. Lo que quedaba de esos hombres simplemente desapareció, dejando un pequeño charco de un líquido viscoso y transparente entre ropas abandonadas. 

Veo emocionada a mis amigos, pero no parecen compartir el sentimiento. Seguro que aún no me creen. Vuelvo a elevar mi mano y mis empleados llenan nuestra habitación de Frates

Veo hacia los sillones frente a mí. Irene y Tiago se retorcían al igual que los encadenados. Veía a María y Helena con lágrimas de sangre y extrañas muecas en los rostros. Ellas podrían haber gritado, pero algo lo impidió. Sólo quedó ropa sobre los sillones. 

El silencio nos gobernó por unos segundos.

Ordené a Rogelio que se lleve a la niña. Era la hija de uno de mis empleados y solo la había pedido prestada por unos momentos, pronto se pasaría su hora de dormir. Giré mi vista para ver los sillones repletos de ausencia. Me acerco y acaricio el respaldar de uno, sigue tibio.

― Señorita, ¿cuáles son las órdenes?

La voz de Beatriz se abre paso por mi mente. Camino hacia el cristal y veo al otro lado. El cosquilleo que siento en mi nariz, esta vez parece ser por las lágrimas que quieren salir.

Asiento en silencio.

Me permití creer en Dios por un momento.


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Comentarios

user

Anonimo:

Muy bueno!! Me encantó, mis felicitaciones a la autora💞

Hace 2 días

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