¿Quién eres tú? / Bloom






SINOPSIS:
Park Julia lleva tiempo planeando su muerte, atrapada en un vacío del que no puede escapar. Pero cuando comienza a encontrar diferentes versiones de Min-Su en su vida, su identidad se desdibuja. Entre flores marchitas, noches febrilmente confusas y recuerdos distorsionados, Julia lucha por distinguir lo real de lo imaginario, mientras enfrenta el dolor de perderse a sí misma. ¿Será capaz de encontrar un motivo para seguir?
1. NARCISOS
Renacer
Esa noche de abril la luna resplandecía especialmente. Flotaba como una esfera en el manto despejado y lloraba lágrimas de plata. Minúsculas, brotaban a borbotones de sus océanos grises y al aterrizar se volvían estrellas temblorosas. La diáfana luz que emanaba teñía de un sopor azul a aquella joven que cada noche salía a su búsqueda. Como no podía dormir, los pensamientos se le tornaban amargos, y le daba la impresión que ella también lloraba lágrimas de plata que se esfumaban antes de tomar forma. En aquel escenario, su blanca piel se perlaba en el rubor nocturno, mientras las rosas del jardín se estremecían en sus cunas verdes, cantarinas por un tiempo suave y de ligero azul.
A pesar de su estrafalaria insistencia de buscar la luna cada noche, Park Julia nunca tenía nada que contar sobre ella. Incluso aunque los paisajes se repitiesen una y otra vez, que la vida la encontrase allí en cada intento, admirando el vasto jardín desde su recámara, algo en su interior se sentía a punto de perecer como la frágil llama de una vela.
Sufría la extraña sensación, síndrome o enfermedad de que ya nada era capaz de conmoverlo.
Ni el murmullo de las hojas de elefante bajo la brisa, ni el destiempo nocturno de una luna desnuda. Tampoco el estremecimiento del invierno o ese verano a punto de arribar. Sólo era el mismo silencio que se esparcía, como un enorme agujero creciendo incesante en su bajo vientre y cada vez que Julia lo acariciaba, volvía a conocer la nada.
Esa medianoche, las estrellas inertes se transmudaron en sus pecas y las hebras doradas bailaban al viento como oro. De saber que habría perdido contra la vida, que la primera muerte habría llegado para ella tan pronto, a sus cortos diecinueve años de edad, entonces Julia habría buscado esa luna un poco más, cuando todavía podía hacerlo. Respiró hondo, en un intento de llenar sus pulmones de aire. En lugar del aroma de las rosas, sólo fue capaz de sentir un fatídico hedor a putrefacción. Lo sabía, que con cada mañana que espesaba la sensación se volvía más fuerte, porque se estaba desintegrando y suponía que el proceso no hacía más que acelerarse cada vez, hasta que pronto su nariz se tornará una suerte de hojas y volverá a aquel lugar de donde vino.
Sus padres no sabían lo que Julia hacía cada noche y mucho menos aquella sensación que la barría desde adentro, como un columpio balanceándose en una plaza solitaria. Para ellos, se trataba sólo de una etapa y se escurriría con el tiempo. Tal vez sólo era el miedo a la oscuridad, una enfermedad de paso o sólo esos días particulares en la transición al ser adulto.
Entonces, ¿por qué cercaría a la muerte de esa forma, seduciéndola con sus labios y acercándola de esa manera?
Del árbol de su ventana, también azul, pequeñas flores caían buscando las caricias mínimas de la luna. Ella las entendía.
Hace tiempo que la soledad se había vuelto parte de su cuerpo.
No obstante, la muerte de las noches siempre era algo metafórico. Porque con cada rojo alba, el mundo volvía a renacer. Moría un poco, a medias, sólo para volver a empezar. A Julia le sucedía algo parecido.
Particularmente, el día de hoy le esperaba una larga jornada en la universidad y sus clases de básquetbol. No era de extrañar que una joven como ella fuera una alumna excelente. Para engañar el dolor, primero resulta como condición necesaria engañar el propio tiempo. Entonces Julia se llenaba de materias nuevas que hacer, de cursos extracurriculares, clubes de deportes y todo lo que pudiera apropiarse para que sus sentidos se desconectaran un poco más, y que ese sabor que sentía y ya no era suyo fuera capaz de camuflarse en el rumor de sus días.
Despacio, la ventana se volvía a abrir y la recibía un pálido cielo de amanecer. Las rosas del jardín volvían a despertar y los engranajes del tiempo comenzaban a funcionar a las seis en punto.
Julia salió de casa rumbo a la universidad casi una hora después. Como siempre, aquella pequeña libreta que era su diario la acompañaba a todas partes. Resultaba tan irónico como estrafalario que aquel cuaderno blanco con patitas de gatitos como diseño, algo tan adorable, reuniera pensamientos tan oscuros en su interior.
Sería su segunda semana planificando un suicidio que todavía no había cometido.
En aquellas hojas, solía leerse con bastante frecuencia una misma frase: «ninguno de ustedes me conoce realmente».
Por supuesto que se refería a sus padres. También encabezaban la lista los profesores que la admiraban por hacer tantas actividades a la vez y mantener un promedio casi perfecto; las compañeras que la odiaban por el mismo motivo y los chicos que huían de ella por ser demasiado aburrida.
Aquella mañana en particular, el aire de primavera era denso de respirar. Pronto una fina llovizna caería de los oscuros nubarrones que cubrían la ciudad de Busan.
Arribó a la universidad sin complicaciones, observando su reflejo en los pequeños charcos de agua que comenzaban a acumularse en el asfalto. Una suave mota de cabellos dorados caía por su rostro, de una piel tan pálida como si el invierno hubiera permanecido todo este tiempo. Su flequillo era tan largo que llegaba a ocultar su mirada. Nada se perderían de unos ojos sin color.
Un estornudo salió de sus labios como el maullido de un gatito cuando la lluvia llegó a cubrirla por completo. Las alergias en primavera eran muy habituales en ella.
No se llevaba particularmente bien con nadie allí. Es por eso que no había persona alguna que interrumpiera su camino hacia el aula para ir a por un café o un grupo de amigas que la atosigara para contarle los nuevos chismes de la institución. En realidad, Julia había adquirido la particular característica del ser ermitaño: odiaba a los demás para no consumirse en el odio a sí misma.
La clase sería esta vez en el aula 23. Allí estaba el único profesor que le agradaba de las materias que se encontraba cursando este semestre. El profesor de Latín I, Kim Seo-Jun, quien solía llegar con una anticipación de veinte minutos porque desayunaba en el aula por segunda vez antes de iniciar las clases de la mañana. Por supuesto que Julia había decidido estudiar Letras cuando descubrió, hace ya varios años, que las palabras tenían un poder impresionante para las personas.
De vez en cuando, el profesor Kim y ella intercambiaban algunas escuetas conversaciones. Quizá sólo porque ambos tenían la particular costumbre de llegar antes de tiempo, no porque en realidad congeniaran, entonces la necesidad de llenar el silencio del aula se aparecía obstinada. Julia aprovechaba esos minutos para elegir el mejor asiento en la fila de adelante y también para leer los apuntes de la anterior clase.
Ese día en particular, el profesor Kim parecía estar bastante charlatán. La joven subió la vista de su cuaderno cuando lo oyó pronunciar su nombre. Escrutó sus habituales pantalones de vestir, la camisa blanca y su apuesto rostro de facciones angelicales.
El profesor siempre lucía joven y fresco. Incluso su personalidad hacía juego a su apariencia.
—Julia-ssi, este fin de semana he estado leyendo el trabajo que entregaste —habló con la mitad de un croissant en la boca—. ¿Cómo crees que te fue?
Julia parpadeó quiescente, dejando suavemente la pluma en un costado de su diario.
—¿Me habla a mí? Bien. Creo haber realizado un buen informe —respondió segura.
Todavía los alumnos no llegaban, por lo que el aula se sentía más grande. A través de los amplios ventanales ingresaba una débil luz natural que caía en un halo brillante hacia la esquina, justo al lado del escritorio donde el profesor yacía sentado. En lugar de utilizar la silla, él usaba la mesa.
—Es cierto, tu informe no está nada mal. Como siempre, tu narración es digna de elogios. Pero… ¿No crees que ese relato al final fue un poco…? Cómo decirlo… ¿Llamativo?
—¿Por qué lo pregunta? —Julia cruzó sus brazos, ahora brindándole toda su atención.
—Lo digo por tu personaje, Julia-ssi. Entiendo que la consigna era libre, sin embargo haces que me preocupe escribiendo esas cosas. Y no es la primera vez en lo que va del año que llama mi atención. Es, eso sí, la primera que esto excede mis límites.
—Sigo sin entenderlo, señor.
—Tu protagonista se quiso suicidar, Julia-ssi.
Julia permaneció en silencio.
—Tomó un frasco con veinte pastillas y aun así la muerte no llegó a él —continuó el profesor—. Se frustró mucho por eso, aunque al día siguiente los vómitos pronto llegaron, las pupilas dilatadas y la escisión de consciencia fue tan grande que perdió la memoria de los próximos dos días. Olvidó su principal motivo y tras el efecto de las drogas, durmió por un día entero. Sin embargo, todos a su alrededor fueron testigos de su estrambótico comportamiento. Dices que actuaba tan feliz en ese estado de inconsciencia, con las barreras morales completamente derribadas, que ni siquiera necesitó volver a morir —narró el profesor Kim, recibiendo el silencio por parte de la alumna—. ¿Crees que imaginar esto en tu cabeza no es, al menos, un poco preocupante?
El profesor Kim la observaba mientras comía una banana, lo cual le añadía cierta desestructura a la situación, o al menos así lo era para Julia.
A ella no le resultaba preocupante, sino como una ligera brisa invisible que la acariciaba todos los días y a la que ya se había acostumbrado.
—Agradezco su preocupación, señor Kim. Sin embargo, no creo que sea para armar de su impresión algo mayor. Lamento si mi relato lo ha incomodado de alguna manera —se disculpó.
Fuera la lluvia continuaba cayendo, sólo que era incapaz de oírse entre las gruesas paredes de la universidad. Flotaba, sin embargo, un ligero aroma al café tostado del profesor Kim que se camuflaba con el petricor que traían sus propias ropas húmedas.
—Cielos, Park… —soltó un suspiro—. No te disculpes por eso. Al contrario, creo que necesitas hablar de verdad con alguien de confianza. Siempre estás sola y, ¿sabes? Más allá de que sea tu profesor, creo que como alguien varios años mayor que tú, deberías creer en mi palabra. Hazme caso y ve al equipo de orientación psicológica. Si no te animas, primero puedes hablar conmigo.
La estilizada figura de su profesor le dio la espalda cuando los primeros estudiantes comenzaron a llegar al aula. Las clases comenzarían en unos minutos y él todavía no había terminado su café americano por la charla que habían mantenido.
Julia no dejó de pensar en sus palabras por el resto de la mañana.
Si ella desapareciera mañana, ¿significaba que el profesor Kim se pondría triste?
Pasado el mediodía, Julia tomó su almuerzo en soledad mientras observaba la lluvia que había cesado. Tenía su rincón de paz en la universidad, su lugar predilecto donde casi nadie solía ir, cercano al estacionamiento; allí los árboles se veían inmensos y el cielo se aparecía más claro por la ausencia de gente. Pequeñas gotas todavía caían acumuladas en los cielorrasos para cuando Julia se dirigió al área de baloncesto. Su universidad era particularmente grande y todavía mantenían la tradición de los clubes entre los estudiantes. Había de todo tipo. Julia decidió anotarse al de básquetbol porque siempre le había interesado ese deporte. Aunque como en todo menos en la escritura, no se consideraba particularmente buena, por lo que todavía no era parte del plantel titular.
El profesor a cargo, Kim Do-Yun, era bastante amable con ella a pesar de que fuera terriblemente mala con el balón. La ayudaba con sus prácticas y la felicitaba cada vez que mejoraba en algún ejercicio, alentándola a seguir así y que quizás a fin de año podría ganar un puesto como titular.
La cancha de básquetbol se hallaba a unas cuadras del campus principal. Allí el verde abundaba a los costados de un amplio pasillo de cemento y un gran letrero con el nombre del área anunciaba que había arribado. Su práctica era habitualmente de dos horas, aunque a veces solía quedarse un poco más a observar algún partido.
Julia se dirigió a los vestidores para cambiar sus ropas por las del equipo. Los días que hacía deporte llevaba un atuendo rápido de cambiar.
Justo cuando llegó a su casillero para tomar sus pertenencias, encontró a un hombre que desconocía, precisamente frente al suyo. Vestía con el uniforme rojo y blanco del equipo de basquetbol masculino. Eso le indicaba que era de los suyos, a pesar de que no recordaba haber visto su rostro anteriormente.
—Disculpa, este es mi casillero —anunció Julia.
Su voz, naturalmente tersa, como si temiera salir a luz, no llegó a capturar la atención del joven. El pálido chico parecía demasiado concentrado en beber febrilmente de su botella de agua. Lucía sudado, bastante a decir verdad, como si hubiera jugado un intenso partido hace minutos. El hedor a sudor tan cerca de ella no le resultó nada agradable.
Observó en su anhelo cómo una hilera de agua recorría desde su mentón hasta barrer su nuez de adán, mezclándose pronto con el sudor entre su pecho. Cuando terminó de beber la botella de agua, sólo unos segundos después, el muchacho de hebras rubias platinas limpió su boca con el dorso de la mano y jadeó de alivio.
Finalmente vio su rostro, cuando dos suaves ojos marrones la correspondieron.
—¿Quién eres tú? —fue Julia quien preguntó primero.
No recibió respuesta inmediata cuando el mismo chico dejó caer la toalla de mano blanca que reposaba en su hombro. Cordialmente, Julia se agachó para devolvérsela.
—Soy escolta titular —respondió, tomando la toalla con brusquedad y exponiendo una voz particularmente grave.
—¿Qué pasó con el anterior escolta?
Admiró cómo el joven que decía ser el escolta secaba el sudor del cuero cabelludo del que se asomaban unos milímetros de raíz negra. Unos ojos marrones la miraban, singularmente gatunos y tan afilados que lucían como los faroles más hipnotizantes que alguna vez logró ver. La piel de su rostro, aunque ligeramente enrojecida por el reciente ejercicio, parecía ser tan delicada y blanca como la porcelana.
—Hace años soy el escolta, no sé de qué me hablas —dijo y abrió el casillero que solía ser de Julia.
—¡Oye, pero ese es mi…!
—A partir de hoy, tendrás que compartirlo conmigo. El mío se ha roto esta mañana —espetó y no dio más explicaciones.
El joven comenzó a colocarse varios aretes en las orejas, volviendo a conectar miradas fugaces con ella cuando finalizó su tarea y tomó sus pertenencias del casillero. No supo por qué sintió los ojos del escolta en su boca, subiendo despacio hasta sus orbes sólo para volver a bajar otra vez, quiescentes allí como si acariciaran o buscaran algo perdido.
El agua todavía caía despacio de sus labios rosáceos y se deslizaba por su cuello.
—Bueno… Supongo que no habrá problema en compartirlo contigo por un tiempo —musitó ella—. ¿Me permites buscar mi ropa? Tengo que ir a entrenar ahora.
No quería alargar aquella conversación mucho más porque el profesor Do-Yun solía enfadarse con las impuntualidades. Entonces, presurosa, se acercó un poco más transmitiéndole su prisa. El joven se hizo a un lado, aunque no dio indicios de marcharse todavía.
—¿En qué posición juegas?
Julia tomó sus prendas y suspiró. Debía cambiar sus ropas rápido, pero naturalmente, le generaba una profunda incomodidad hacerlo frente al desconocido. Él pareció entenderlo, pues se marchó al otro ala y se dio la vuelta. Julia terminó viendo su nuca mientras deslizaba el suéter rosa pálido por su cuello.
—No juego en ninguna posición. Soy suplente —respondió al fin, su voz ahogada mientras desvestía ahora la parte inferior.
El escolta hizo un murmuro de asentimiento y pareció pensar algo por unos segundos.
—Puedes venir a verme luego del próximo partido. Tal vez pueda ayudarte a mejorar.
Julia se colocó la camiseta lentamente, procesando sus palabras.
—Pero el profesor Do-Yun…
—Do-Yun no entiende nada de básquetbol, créeme lo que digo. Si quieres mejorar realmente, ven a verme el sábado a las seis luego del partido.
Iba a responderle que no podría llegar a tiempo este sábado. Sin embargo el muchacho se marchó con un paso apresurado, todavía con la toalla colgando de su hombro y las hebras platinadas húmedas por el sudor.
Por el resto de la práctica, Julia juraba sentir el eco de su voz haciendo estragos en su cabeza. Los balones se resbalaban de sus manos como si fueran mantequilla y el aro se sentía tan lejano como el propio curso de sus pensamientos. Aquellos ojos marrones habían surtido un extraño efecto en ella.
Podría describirlo como una suerte de impotencia. Porque si lo habría encontrado antes, tal vez habría sido diferente.
Había olvidado decirle a aquel desconocido que para el sábado su plan se habría consumado y entonces ya no estaría aquí.
El balón volvió a caer de sus manos, sin vuelta atrás.
Pensó que desearía haberle preguntado su nombre antes de regresar a las estrellas.
2. ANÉMONAS
Esperanza
Un lienzo a punto de terminar descansaba sobre el pequeño atril de la habitación. En él las pinceladas se deslizaban cálidamente. El refulgente anaranjado se perdía en el horizonte sobre las nubes rosáceas y el final de aquel jardín de rosales rojos al que tantas palabras le había dedicado y cuyos cambios podría precisar en sus memorias a lo largo de las estaciones.
Era obsesivo. Julia pintaba el mismo paisaje de su ventana cada vez. Pero ninguna pintura era la misma: ningún amanecer era igual, nunca había la misma cantidad de rosas ni los mismos pájaros en sus ramas.
Naturalmente, Julia provenía de una familia de gran poder adquisitivo. Quizá se debía a que pasó la mayor parte de su infancia con diversas cuidadoras que jamás tuvo la sensación de que aquel fuera su hogar. No había familia, sólo desconocidos que fingían conocerse al compartir la mesa pasadas las ocho en punto.
Entonces la vista de su habitación siempre había sido todo lo que lo había acompañado, aquello de lo que más sentimientos escurría en el cofre de sus ojos, incluso a través de los años. Mientras terminaba de añadir brillo a las rosas y sus hojas circundantes de espinas, Julia cantaba una canción.
Era sábado por la mañana y de nuevo caía una fría lluvia que recordaba al invierno. Aquel sábado debía ser diferente, yacía desde hace tiempo coloreado de rojo en su almanaque de pared y todavía no hallaba una respuesta al por qué había abierto los ojos esa mañana fresca de primavera.
Se sentía tan frustrada e impotente que llevaba pintando su segundo lienzo desde que el sol salió a las seis y media. La lluvia sólo había iniciado pasadas las diez.
Realmente deseaba morir y no podía entender qué se lo había impedido. Sólo se vio capaz de culpar a esas imágenes febriles, desdibujadas, que venían a visitarla cada noche desde el pasado lunes. De alguna forma seguía con vida por la impresión que le habían provocado, como un final abierto o una torpe polilla persiguiendo la luz. Lo cierto es que un alma solitaria de tantos años es tan fácil de ser conmovida con la más mínima caricia que incluso la brisa pasajera es capaz de hacerle cosquillas por un rato.
Era extraño, pero en sus sueños veía a aquel joven que había dicho ser el escolta; el desconocido de su casillero. La mayoría de las veces era un simple espejismo, unos ojos amarronados que parecían seguirla a todas partes. En otras, la imagen del agua cayendo de su boca y deshaciéndose como si su cuello se tratase de un delicado capullo de anémonas se repetía una y otra vez en una especie de loop atormentador. De vez en cuando, contaba sus perforaciones, su ropa y le escribía.
Porque sí, había escrito sobre él. Ahora el recuerdo se mantenía fresco como un saco de tinta.
Tras el tercer día de reencuentro, llegó a preguntarse si ese muchacho realmente había existido o fue un simple desliz de su imaginación. Podría haber comenzado a alucinar sin percatarse de ello. De otra forma, no sabría precisar por qué debía verlo cada noche, otra vez.
¿Era también estudiante de Letras o pertenecía a otra facultad? ¿Tal vez arte o música? Incluso así, ¿por qué no lo había visto nunca hasta ahora? No habría olvidado un rostro como ese incluso en el borde del abismo.
Tampoco obviaba su invitación para ese día. Un partido contra una de las universidades rivales se estaría jugando en el campo de deportes a las cuatro en punto. De haber estado muerta, no tendría que preocuparse por el remolino de pensamientos que comprimía su pecho.
Tal vez el partido se vería afectado por el mal temporal. Se preguntó si entonces, de igual manera, el desconocido iría allí, sólo porque ese había sido el trato inicial.
Julia suspiró cuando la pintura estuvo terminada. Tenía sus regordetes dedos manchados de distintos colores e incluso, pudo ver a través del espejo de su vestidor que había ensuciado su mejilla de azul. Debía tomar una ducha.
Se quitó el delantal que cubría su pijama de seda, en dirección al baño. Luego de eso, ya no tendría nada más que hacer luego del almuerzo.
Quizás saldría a dar un paseo y entonces, sin quererlo, se perdería justo frente al estadio.
Un par de horas después, Julia ya se encontraba en la parada del autobús que la llevaba a la universidad. Como era sábado, la espera se le haría un poco mayor que día de semana. Todavía la lluvia caía incesante. Afortunadamente el techo de la parada la cubría regalándole el precioso sonido de las gotas chocando con la superficie. En otra situación, no le habría importado mojarse.
Sin embargo, tenía ahora un peinado y un maquillaje que no quería arruinar, por estúpida que se sintiese al haberlo hecho.
Sólo iría a un partido de básquetbol. Probablemente, sus pies terminarían embarrados con la tierra de la cancha si el desconocido cumplía su promesa de enseñarle a jugar. Sus preciosos zapatos de tacón se arruinarían en los charcos de agua camino al estadio. No tenía tampoco la imperiosa necesidad de cuidar su aspecto fantasmagórico hasta sólo unos días.
Prefería convencerse con lo siguiente: no quisiera que alguien notara en su rostro que hoy debía originalmente estar muerta. Entonces de alguna manera debía maquillarlo, como quien oculta las ojeras tras una desvelada, sólo que esto que debía enmascarar era su propia piel inerte.
Todavía el rubio flequillo cubría sus ojos de los demás. Sus ojos eran lo único que no podía volver una mentira.
Esperó en la parada alrededor de veinte minutos, sintiendo el fuerte viento azotando su delicada piel y barriendo las flores que habían caído de los árboles, flotando en el agua del asfalto. Podía sentir el aire arder en sus pulmones con cada inhalación y pronto la lluvia comenzó a intensificarse, al punto que el pequeño techo dejó de ser suficiente para protegerla.
Pensó en darse la vuelta e irse, quizás era la señal del universo que estaba esperando para finalmente resignarse, cuando un automóvil gris pasó aminorando la marcha hasta detenerse frente a él.
No logró reconocer a la persona dentro hasta que las ventanillas se bajaron y revelaron a su profesor de Latín I, Kim Seo-Jun.
—¡Julia-ssi! ¿Te diriges al partido de básquetbol? —su voz salió algunos decibelios más altos, intentando ser oída entre la azotada lluvia.
Julia mordió su labio inferior, deseando golpearse mentalmente. Había olvidado que su profesor de Latín I vivía en el mismo barrio que él, a tan sólo unas manzanas y además, decía ser bastante aficionado al equipo de básquetbol de la universidad.
—Sí, pensaba ir, pero-
—¡Sube!
Tal vez no había oído el resto de la frase, o no le había dado la más remota importancia. El profesor Kim volvió a insistir con que subiera y como a Julia no le gustaba decirle que no a nadie con buenas intenciones, terminó en el asiento de copiloto.
Dentro el coche olía a croissants y almíbar dulce. Julia bajó su mirada, hallando entre el asiento y la palanca de cambios efectivamente una bolsa de masas de confitería y diversos dulces. Su estómago gruñó de forma automática.
Los días de lluvia le daban más hambre de harinas y chucherías de lo habitual. El profesor Kim, aunque concentrado en la avenida, pareció notar cómo los ojitos grises de Julia brillaban entre el esponjoso cabello rubio y le ofreció la bolsa en un semáforo en rojo.
—Los compré para compartir con los profesores. Pero la verdad es que siempre termino comprando de más y nadie los come. Puedes tomar los que quieras —le regaló una sonrisa honesta, a lo que Julia sintió sus mejillas calentarse.
Seguía siendo incómodo estar en el coche de tu profesor de universidad y que este fuera tan amable porque sospechaba que querías suicidarte. Nada era casual.
Sin embargo, Julia optó por tomar una masa dulce y hacer caso omiso a sus pensamientos por una vez. De fondo sonaba una radio de pop viejo en un volumen agradable para todavía seguir oyendo cómo la lluvia era barrida por las llantas con cada esquina que doblaban y pequeñas gotas se deslizaban desde el techo hasta la ventana.
Adoraba viajar en coche los días de lluvia. Los colores de la ciudad se tornaban borrosos y las luces se volvían puntos difusos entre las hojas más brillantes por el agua. Y aquel cielo gris era como el limón en su pastel preferido; lograba equilibrarlo todo en armonía.
Por un momento, pensó que de haber muerto, se perdería la relajante sensación de comer una masa dulce en un coche, un día lluvioso.
—¿Es el primer partido al que vas? —la pregunta del profesor Kim lo sacó de aquellas extrañas cavilaciones.
—Mh… Sí, nunca fui a uno —asintió, volviendo ahora su vista al frente.
Mordió el cremoso pastel y sintió pena por aquellas flores que se habían desprendido luego de florecer y ahora eran arrolladas por la lluvia.
En todo lo bello del mundo había algo que se perdía.
—Es bueno que te animes a ir de vez en cuando. Do-Yun me ha hablado de ti, eres de sus alumnas favoritas. Dice que si no fueras tan tímida y compartieras con tus compañeros, podrías mejorar más de lo que crees. Ir a apoyarlos a los partidos parece ser un excelente primer paso —aseguraba, mirándolo de reojo cada vez que tenía el paso libre.
Las dulces palabras de ánimo de su profesor contrastaron con el sabor de sus papilas y su pecho se revolvió. Todo era tan poco amargo para sus sentidos que se sintió repentinamente mareada. Se convenció a sí misma de que sólo eran estos días particulares, que el profesor Kim sólo estaba siendo amable con ella porque su relato había hablado más de ella de lo que hubiera deseado y tal vez los directivos le habían dado la orden de ayudarla por presunto suicidio.
Si por un momento, aquella sensación fuese real, si sentirse así estuviera bien. ¿Desearía morir con la misma fuerza?
Llegaron a la universidad un cuarto de hora después. Para ese entonces, Julia había comido tres masas dulces y el profesor Kim la había felicitado por ello. ¡Se sintió tan avergonzada!
Bastó poner un pie en los alrededores del estadio para sentir la fiebre previa al partido en los hinchas de ambos equipos, vestidos acorde a sus colores.
—Iré a la sala de profesores. ¿Estarás bien sola, Julia-ssi? ¿O quisieras acompañarme? —el profesor Kim se giró a verla, sacándola de su ensoñación.
No se había percatado de que sus ojos grises brillaban en la lluvia, mientras admiraba a los hinchas ingresar y la puerta del estadio completamente adornada. Julia ladeó su cabeza, parpadeando para espabilar.
—Estaré bien, profesor Kim. Ha hecho demasiado por mí ya. Gracias por traerme y por los dulces —se inclinó levemente, su cabello volviendo a caer sobre sus ojos con el movimiento.
Tal vez se trató de la posición o de la fiebre colorida que rebullía en el ambiente, contagiando su estado anímico. En un segundo, el profesor Kim había llevado su mano a la mota de cabellos rubios para revolverlos con cariño. Julia sólo pudo mantener su cabeza gacha, con sus ojos bien abiertos y la sorpresa circundando todo su cuerpo.
—Eres buena chica, Julia. Espero que nunca te apagues.
Dicho eso, el profesor Kim se marchó y Julia siguió su figura a lo lejos, torpemente pasmada en su lugar por varios segundos. ¿Qué había sido eso? ¿Por qué se había sentido tan cálido? No eran amigos. No debía pensar que él lo hacía por aprecio. Sólo sentía lástima por ella.
Repitiéndose aquello, Julia avanzó recordando su motivo inicial allí. Aquel por el que había decidido, sin real voluntad detrás, seguir con vida esa mañana.
Quería entender qué le estaba pasando y por qué su corazón temblaba asustado estos días. Algo se había revuelto donde antes no había nada.
Julia se dirigió primero a los vestidores para guardar su equipo de deportes, el cual había lavado en casa para el entrenamiento de hoy. Había tanta gente en el camino que sus hombros chocaban con algunas personas, sus oídos eran estimulados por voces abstractas que se mezclaban obligándola a bajar la mirada aún más.
Deseó pasar desapercibida.
Sin embargo, sus deseos fueron tirados a la basura cuando descubrió la figura del desconocido justo allí, rondando los casilleros. Como iba con la cabeza gacha, no se había percatado sino hasta ahora, que ya había puesto un pie adentro.
Fue su primer error.
Sintiendo un temor que desconocía, Julia se escondió furtivamente detrás de uno de los casilleros justo cuando el escolta abrió el que le correspondía, concentrado en buscar algo dentro. Suspiró en lo bajo, aliviada por no haber sido visto tan rápido. Sentía su corazón martillando en su pecho como si estuviera haciendo lo incorrecto o algo estuviera a punto de explotar en su lugar.
El frío metal del mueble chocaba en su espalda enviando escalofríos a su cuerpo. Sólo un casillero lo separaba de aquel desconocido que no tan ajeno le era luego de sus últimas vivencias. Respiró, el aire allí escaseaba por algún motivo, particularmente cálido como si el verano hubiera arribado en un chasquido. Consternada por su curiosidad, Julia atrapó su labio entre dientes y fue cautelosa con sus próximos movimientos.
Supo que podía ver la cabellera rubia con la que había soñado justo en la rendija de espacio entre un casillero y otro. Sus curiosos ojos grises lo escrutaron escabullidos como un pequeño gatito. Cuando el escolta cerró el casillero, descubrió que su rostro antes del ejercicio era definitivamente tan blanco como el algodón y que una profunda calma podía leerse en su gesto a pesar de que la competencia sería en unos minutos. Lo admiró y el tiempo se detuvo, algo cosquilleaba en todo su cuerpo y la instaba a acercarse un poco más, sólo para comprobar que definitivamente no era un sueño.
Lo vio colocarse una bandana roja y relamer sus labios, fruncir el ceño, todo en un simple instante. El calentamiento iniciaría ahora mismo, pero eso Julia no lo sabía.
Cuando de pronto el escolta comenzó a girar hacia su dirección, Julia no tenía idea de qué hacer. Tenía la mano en el corazón, deseando que se tranquilizara, deseando entenderlo y tal vez olvidarlo, no sentirse tan viva en ese lugar donde sus ojos se cerraban con fuerza buscando desaparecer.
El desconocido la había descubierto y estaba ahora frente a ella.
¿Había hecho ruido con sus pasos? ¿Fue su corazón el que logró oírse de tan cerca? ¿Tal vez su mirada lo había llamado en una especie de reflejo?
El pecho de Julia subía y bajaba acelerado, sus manitas se apretaban con fuerza y probablemente lucía tan malditamente patética.
Esperó, esperó lo que quizá fue una eternidad, con su cabeza gacha y el flequillo cubriendo unas suaves mejillas sonrojadas. Podía ver el torso del desconocido, unos brazos pálidos y el número 3 en su camiseta. Podía oler un atisbo de sonrisa y algo de colonia. Pero sobre todas las cosas, no estaba lista para ver su rostro tan de cerca, porque si abría sus ojos hallaría esa mirada chocolate una vez más, mirándolo a ella, y una repentina timidez la invadiría desmedida.
No supo cuánto tiempo pasó, pero los pasos se alejaron en algún momento y con ello volvió a respirar, dejando caer al suelo su frágil cuerpo en los casilleros del metal.
3. PROTEAS
Cambio
Despacio, sutiles como una suave sombra, unos ojos grises la acecharon durante los cuarenta minutos de partido. Allí sobre las gradas la temperatura aumentaba fácilmente unos centígrados, hinchas batían los banderines de su equipo y otros permanecían irremediablemente de pie, porque el nerviosismo que se sentía en el aire era tan intenso que no les permitía quedarse en sus asientos. La emoción hacía cosquillear el cuerpo de Julia con cada movimiento del balón de un arco al otro, quien apretaba en sus manitos un pequeño banderín que le habían obsequiado en la entrada y en el que drenaba su energía.
Pero lento, el tiempo transcurría sorprendentemente lento cada vez que el balón se hallaba en manos de aquel desconocido. Era como si tuviera el total control de los movimientos de su cuerpo y no se permitiera equivocarse. Allí en la cancha su actitud era altanera pero centrada a la vez, despidiendo en cada jugada un aura que erizaba las pieles.
Supo en ese momento dos certezas: que él era real, tan tangible como el incómodo asiento de plástico que la sostenía; y que él no le había mentido, pues su juego era definitivamente el más llamativo que había visto hasta entonces.
Fue al finalizar el partido que obtuvo su tercer hallazgo, tal vez el más valioso de ellos porque al fin le daba un nombre a ese desconocido. Las porristas coreaban el nombre de Gloss mientras batían sus serpentinas rojas y blancas, aunque él las había desoído por completo. Y era cierto, porque su espalda tenía aquel particular apodo justo debajo del número 3.
Como era de esperarse, había ganado el equipo de la universidad al que Gloss pertenecía. Aunque él había sido el jugador estrella, el resto de atletas también habían tenido un gran partido. El entrenador Do-Yun estaba ahí, felicitando a cada uno de ellos y chocando las manos a la vez que les entregaba sus botellas de agua. Pero Gloss sólo había tomado la suya bruscamente y se había alejado de la cancha, todavía desatendiendo los vítores de la gente al que definitivamente era el mejor jugador del partido.
Julia estaba simplemente impresionada. Sus movimientos eran hipnóticos incluso fuera del juego. Creyó que era más admirable porque su altura no era la gran cosa, ni siquiera llegaba a ser la media de un basquetbolista promedio y aun así su gran agilidad en la cancha era capaz de compensarlo todo. Recordó una rosada sonrisa de encías al golear que la había maravillado como si la triste creciente luna bajara al estadio. Rápidamente, volvería a su rostro la concentración por esquivar a sus contrincantes. Pese a todo, el escolta parecía estar viviendo el momento más hermoso de su vida, con un estadio lleno alentando cada vez que el balón encestaba por sus largos dedos blancos, burlando a todos quienes buscaran derribarlo.
Allí, en la cancha, incluso pudo sentir una conexión diferente. A pesar de que en ningún momento cruzaron miradas, fue como si pudiera verlo a los ojos todo el tiempo. Es por eso que Julia no pudo entenderlo cuando rápidamente se alejó de los demás y no se quedó a festejar con el resto del equipo.
Julia bajaba los escalones de las gradas de a dos en dos, su corazón palpitaba extrañamente acelerado por algo que no sabía. Despacio, volvió a acecharlo a la distancia. Gloss se dirigía a los vestidores, probablemente el resto del equipo se encontraba allí ocupando las duchas. Pensó que su uniforme estaba en su casillero y que Gloss notaría que era de ella; la recordaría. Porque no podría haberlo olvidado, ¿verdad?
Entonces, mientras aceleraba sus pasos por los pasillos, se detuvo abruptamente como si una furiosa ola hubiera barrido sus viejos pensamientos. ¿Por qué se sentía tan emocionada por algo insignificante? Eso no era usual en ella. Le había sucedido con el profesor Kim y ahora con el genio escolta. Una punzada apareció pasajera en su pecho, aminorando sus pasos todavía más hasta hacerla retroceder, después de todo ella no podía merecer una calidez como esa.
Luego el invierno terminaría haciendo escarchas en su corazón. Si se acostumbraba, no podría soportar sentirse frío otra vez. Y en su casa, en la ventana de su habitación, las paredes siempre eran gélidas.
Sacudió su cabeza mentalmente, diciéndose a sí misma que su objetivo ahí había terminado. Gloss era real, incluso había logrado darle un nombre a sus pensamientos, por mucho que eso no sirviera de nada al final porque su sombra se hacía más grande a cada segundo y las ramas de lo que alguna vez fue un brillante cerezo ya se habían marchito hasta volverse tierra.
Julia volvió por donde había venido. Dejaría su uniforme limpio en el casillero y con suerte Gloss se lo quedaría para dárselo a alguien del equipo femenino, o lo que sea. Todavía quedaban algunas horas de sol para que el día acabara. Tal vez dejaría sus últimos pétalos para él en la cancha antes de marcharse, aunque él nunca lo supiera. Entonces su final terminaría siendo mejor de lo que esperaba gracias a que lo había conocido.
De pronto, mientras se acercaba a la salida del estadio donde el gentío se había acumulado, pisó sin querer una pequeña identificación. Se agachó a tomar la pequeña tarjeta entre sus manos, leyendo de quién pertenecía. Esta tenía un cordón azul atado a ella, por lo que a alguien se le había caído del cuello. Notó que era una tarjeta de un periodista y que su nombre pertenecía a…
—¡Hola, hola! ¡Aquí, yo! —oyó un grito informal llamándolo a sus espaldas.
Se giró sorprendida, hallando a un joven de cabellos naranjas desteñidos con su respiración agitada y la mirada brillante. Entonces volvió a chequear la identificación, subiendo su vista otra vez. Sí, era el mismo joven.
—¿Jung Ji-Hoon? Se le ha caído esto —intentó esbozar una sonrisa por cordialidad, extendiéndole la tarjeta.
—¡Oh, chica! ¡Eres muy amable, gracias! Estuve buscándola por todos lados. Créeme que estaba tan emocionado cuando vi a Gloss en persona que la dejé caer y nadie me deja entrar en los vestuarios sin ella.
El periodista le regaló una sonrisa sincera, tanto que Julia tuvo que desviar su mirada y peinó su esponjoso flequillo para que cubriera más su rostro.
—No es nada. Debo irme —dijo bajito, tal vez el chico de nombre Ji-Hoon ni siquiera llegó a escucharla.
—¡Oye, espera! —la interrumpió—. ¿Eres amiga de Gloss?
Julia parpadeó varias veces. ¿Por qué sólo se topaba con gente rara últimamente? ¿En qué cabeza cabía establecer una unión entre los dos?
—Lo siento, no creo poder ayudarte —negó con su cabeza.
—Pero estabas en los vestuarios recién —insistió.
—… ¿Por qué busca a Gloss?
Notó que tenía un micrófono de periodista entre manos y un camarógrafo estaba a unos pies de distancia de los dos.
—Ah, es que quiero hacerle una entrevista al jugador estrella. ¡Pero como siempre, él huye de mí! De verdad, ya he perdido la cuenta de las veces que lo perseguí y él me ignora. No tienes idea —suspiró frustrado—. Ha sido así desde siempre. Somos como Tom & Jerry en la vida real, me entenderás si lo has visto.
Julia soltó una suave risa por su broma sin percatarse de ello.
—Tal vez no le guste hablar en público…
—¿Podrías convencerlo por mí, por favor? O al menos intentar explicarle que unos minutos de su tiempo no le harán daño, incluso se hará más popular. La gente quiere escuchar al mejor jugador —el chico de cabellos naranja unía sus manos en una súplica y ello, junto a sus ojos de perrito, causaron una incómoda sensación en Julia.
Ella no era buena negándose con la gente, así que sólo pudo asentir con su cabeza antes de siquiera procesar las consecuencias. El periodista se abalanzó sobre ella, dando chillidos de felicidad mientras la envolvía fugazmente en un abrazo amistoso. No pareció importarle demasiado que la rubia se sonrojara furiosamente bajo él, dura como una piedra.
—¡Eres genial, chica! Te pasaré mi número. Por favor, hazme saber lo que Gloss te diga, ¿bien? Te invitaré a un helado en recompensa. ¿Quieres venir con nosotros? —se señaló a él y al camarógrafo detrás.
—Lo siento, tengo un compromiso ahora —dijo cuando logró espabilar, para ese entonces ya había tomado el papel con el número de Hoseok y lo observaba quiescente.
Su otro compromiso era con la muerte, pero eso nadie lo sabía.
—¡Entonces sólo escríbeme y arreglamos para estos días! —palmeó su hombro—. ¿Cómo es tu nombre?
—Soy Julia.
—¡Genial, Julia! ¡Nos vemos luego, fue genial conocerte!
El chico se despidió haciendo aegyo y varios corazones con sus dedos. Tras él, el moreno camarógrafo de estilizada figura corría para perseguirlo mientras gritaba su nombre entre la gente. Todo había transcurrido tan rápido.
Suspiró, apoyando su espalda en la pared más cercana mientras sus ojos se cerraban en sus cuencos. ¿Por qué no se había negado? Ella no quería morir con asuntos pendientes en este mundo y ahora parecía como si cada vez tuviera más cuentas pendientes.
Tal vez el otro fin de semana. Podría soportarlo un poco más.
Mordió su labio inferior, guardando el papel con el número de Ji-Hoon en su bolsillo luego de haberlo observado un poco más. Para cuando sus ojos grises subieron, halló la mirada de Gloss sobre la suya.
Él la observaba atento con su espalda reposada en la pared del frente.
Su corazón dio un vuelco.
Permanecieron allí, enfrentados, por lo que pareció una eternidad. La gente seguía pasando por el pasillo en el espacio que se había creado entre los dos. Sin embargo, sus ojos seguían sin separarse. La energía que se había creado fue tan intensa y cálida que las piernas de Julia temblaron y su rostro comenzó a arder.
Las perforaciones habían vuelto en sus orejas. Eran en total cinco, tres del lado derecho y dos del izquierdo. Su cabello lucía húmedo por la reciente ducha y llevaba ropas casuales. ¿Había venido a buscarla?
Sus próximas palabras se lo confirmaron y unos pasos acercándose a él. Julia retrocedió, chocando un poco más su espalda con el cemento. Entonces Gloss le extendió unas prendas que conocía bien.
—¿Lista para aprender? —su voz sonaba tan ronca como la recordaba, ahora contorneando cierta diversión.
Gloss había ladeado la cabeza al hablar. Julia tomó su uniforme tímidamente, intentando que sus pieles no chocaran al rozar.
—Creí que estaría agotado luego del partido.
Negó, sonriendo de lado como si no fuese la gran cosa.
—No podremos usar el estadio ya que el equipo y Do-Yun lo estarán limpiando. Así que apresúrate y ve a cambiarte antes de que te echen —instó el escolta.
—¿Usted no ayuda con el aseo?
—Ser el capitán tiene muchas ventajas.
Julia entreabrió sus labios, sorprendida y una ráfaga de brillo cruzó efímera por sus ojos grises. Gloss pareció notarlo, pues la miraba fijamente.
—Ve a cambiarte —le recordó, sonriendo porque Julia no dejaba de mirarlo como un tonto.
—Yo… No es necesario, de hecho le agradezco mucho su amabilidad, pero debo irme y-
Gloss la tomó de la muñeca, interrumpiendo lo que sea que estuviera a punto de fabular, arrastrándola hasta algún lugar detrás del estadio. Los pies de Julia tropezaron y cerró sus ojos con fuerza, esperando una caída que no llegaría porque él estaba sosteniéndola.
La espalda de Gloss, ocupando su campo visual, abrigaba una amplia sudadera negra que resaltaba aún más sus cabellos desteñidos.
—Tus pies dolerán con esos zapatos. Al menos deberías cambiártelos —junto a su voz los recibía el aire fresco de las afueras del campus.
Gloss la soltó finalmente cuando pisaron el pasto natural. Allí el terreno estaba completamente vacío y podía verse la parte trasera de la universidad. Todavía caía una fina lluvia fría para ese entonces. Julia se encontraba cambiando sus zapatos de tacón por unas cómodas zapatillas bajo la mirada atenta del escolta, a quien el cabello parecía ponérsele esponjoso bajo la humedad.
Inhaló el aire frío de la lluvia, llenando sus pulmones del verde de las hojas que se batían sobre el gris. Pensó que sería su última oportunidad para establecer una conversación con él, pues probablemente no volvería a verlo nunca más luego de esto. Julia rebuscó en su cabeza algo bueno que decir mientras ataba los cordones de sus tenis blancos, los cuales definitivamente quedarían marrones con la tierra húmeda.
Gloss se encontraba limpiando la pelota de básquetbol en sus manos. En sus ojos había tranquilidad y se camuflaba con el sonido de la lluvia.
—Disculpe, ¿puedo hacerle una pregunta? —Cuando él asintió, Julia sacudió sus pantalones, poniéndose de pie—. ¿Es usted de esta universidad?
El escolta dejó el balón para girarse a su rostro. Julia creyó que había dicho algo malo a juzgar por su mirada, pero pronto él continuó con lo suyo.
Gloss picaba la pelota de una mano a otra, perdido en su movimiento, salpicando la tierra y ensuciando el balón que había lustrado con tanto esmero.
—No soy estudiante. Jugaré la final el próximo sábado y me iré.
Julia frunció el ceño, no esperando recibir esa respuesta.
—Pero este equipo es de la universidad, ¿cómo es admitido sin estudiar aquí? Quiero decir, con todo respeto… —decidió añadir.
—Entiendo que tengas esa duda. No eres la primera en preguntármelo. Solía ser estudiante de Música en esta universidad hasta hace tres meses atrás, supongo que eres menor que yo y vas a otra facultad, por eso no lo sabes —continuó picando el balón en un ritmo más rápido, mientras sus labios vocalizaban en un suave vaivén—. Luego fui invitado a una liga de básquetbol en Seúl, donde me probaron por esos meses y quedé como titular. Dejé mis estudios en música para ir a competir profesionalmente.
—Wow, eso es genial.
Los ojos de Julia brillaban al verlo como si estuvieran hechos de la más preciosa joya y él fuera el artesano. Sintió, al oírlo hablar, que podía entender por qué el chico pelinaranja de antes tenía tanta curiosidad por entrevistarlo.
—Le prometí a Do-Yun que me iría luego de hacerlos campeones, así que eso estoy intentando.
De pronto Gloss le pasó el balón, el cual llegó a atajar de suerte. Sus pies trastrabillaron hacia atrás por la repentina sorpresa y sintió la humedad de la pelota llegando a sus manos tibias.
La observó por unos segundos como si fuera su primera vez.
—¿Puedo… Puedo hacerle otra pregunta, antes de empezar?
Gloss asintió con la cabeza, lamiendo sus labios.
—¿Por qué insiste en ayudarme si no me conoce?
Pensó que era demasiado tímida para llamarlo por su apodo, que mejor permaneciera así, sin nombre, porque de otra forma sería peligroso tenerlo más cerca. La fina lluvia hacía sentir a sus labios fríos, su piel más pálida de lo usual y aquel peinado que tanto se había esmerado pronto comenzaría a esponjarse tanto como el cabello ajeno. A Gloss parecía no importarle, el color negro le sentaba bien bajo la lluvia, había suaves sombras marrón en sus párpados que pronunciaban la forma tan particularmente gatuna de sus ojos y resaltaba el sabor a chocolate profundo que caracterizaba a su mirada cuando la sentías cerca.
Titubeante esperó, esperó una eternidad por recibir una respuesta que no llegaba, entonces podía oír las grandes hojas verdes chocando entre ellas, las gotas finas pintando los colores brillantes alrededor y algunos gritos de lo que probablemente sería el equipo terminando el aseo.
Pero sobre todo, llegó a oír el sonido de sus propios latidos cuando los labios de Gloss se entreabrieron y su voz salió como la más fina caricia de las olas del mar a la arena.
—Creo en ti.
Julia alzó su mirada débil, con un murmuro frágil que salía de su boca como los pequeños pétalos que yacían desparramados por una temporada cruel.
—Creo que tienes potencial pero no lo sabes —siguió el escolta—. Me recuerdas a un viejo amigo y sólo sentí que quería ayudarte.
—Entiendo…
Sus dedos cosquilleaban al contacto del balón, su mirada había vuelto a bajar porque sus ojos gritaban más emociones de las que quería dejar ver. No supo cómo decirle que en verdad ella no podría mejorar nunca porque no quería hacerlo. Que en su corazón, el jardín había muerto hace tiempo y los relojes de arena debían haberse detenido a las seis, cuando los sueños febriles todavía daban la bienvenida al rojo alba.
Y no pudo hacer más que apretar el balón con todas sus fuerzas, sintiendo que sus dedos ya no podían sentir nada.
Sólo jugaría un poco más, sólo se llevaría de él un buen recuerdo.
—No seas tan tímida. ¿Cuál es tu nombre?
Julia le pasó el balón, evitando la necesidad de conectar sus miradas como un atrayente imán.
—Soy Park Julia.
—Así que Julia… Déjame mostrarte cómo se hace esto.
Tras esas palabras le siguió una sonrisa capaz de revolver el vacío de su corazón y que pequeñas hojas florecieran.
Luego, tras el juego, se asustó tanto por verlo a los ojos otra vez que fue desear seguir viviendo, incluso aunque todo volviera a ser igual al llegar a casa y el vacío volviera a ella como una fuerte ola.
Si la arena era la tristeza y el océano su felicidad, tal vez, sólo tal vez, podría soportarlo si aquellas olas la alcanzaban más a menudo.
4. MALVAS
Nostalgia
Hace tiempo que todo era borroso en su memoria, especialmente los momentos felices. De sus diecinueve años sólo tenía flashes, escenas desdibujadas donde cuando algo parecía tener sentido, de pronto se desconectaba del resto. Como si una nube descansara sobre su cabeza durante los sueños y regara la tierra húmeda.
De vez en cuando llovía.
Ahora la vida era sólo un recuerdo manchado de tierra en su mente, como la borra del café que descansaba en sus manos esa mañana de primavera. En abril los árboles se cambiaban la ropa por un verde tan brillante y lleno de vida. Paulatinamente, todo comenzaba a volverse lento.
El movimiento de su muñeca que acercaba la taza a los labios. El latir de su corazón que disminuía la frecuencia y sus inhalaciones volviéndose cada vez más suaves, prolongadas. Habían pasado tres días luego del encuentro con Gloss y todavía lo recordaba cada vez que abría la ventana de su habitación y el aire del amanecer la recibía con sus pálidas pinceladas.
El aire de la mañana en primavera le recordaba a él. Era fresco y se sentía como la libertad.
Con el tiempo también sería borroso. El sabor a café expreso que todavía se sentía en su boca esa tarde lluviosa, porque había consumido dos vasos calientes durante el partido. Las flores de la universidad que alrededor eran regadas, el aroma a tierra húmeda que se sentía en la chaqueta de Gloss y la colonia fuerte, varonil, que desprendía detrás de sus orejas. Los entrejuegos de sudor, la pelota que caía y rebotaba, rebotaba, una y otra vez.
Julia dejó la taza ya vacía en su escritorio y dio un salto perfecto por la ventana, aterrizando con sus dos pies en el pasto. Como iba a morir en sólo tres días, ir a la facultad sería un desperdicio, así que sólo estaba matando el tiempo en hacer lo primero que se le cruzara por el camino. Hoy el clima era cálido y brillante, de un cielo perfectamente azul, por lo que pensó que arreglar el jardín por última vez sería un buen plan ese miércoles soleado.
Detrás del rosal había un amplio quincho donde guardaban las herramientas de jardinería. Mientras Julia se cambiaba sus ropas de pijama por unas más cómodas para el jardín, sus recuerdos volvían una y otra vez al mismo lugar.
Todo era borroso en su memoria, pero incluso todavía ese día persistía con sus tonalidades vibrantes. Esa tarde encestó más de diez veces el balón. Sus tenis habían terminado tan llenos de barro como había previsto. Logró quitarle el balón a Gloss en algunas ocasiones, aunque supo después con su sonrisa ladina que él se la había dejado intencionalmente fácil.
Practicaron inicialmente los movimientos básicos, los cuales ya había dominado gracias al profesor Do-Yun por lo que pudieron pasar rápidamente a lo que Gloss llamaba «el verdadero juego».
Fue en un momento que la lluvia comenzó a intensificarse y su cuerpo terminó extrañamente tibio, porque esa lluvia ya no era fría con sus músculos en movimiento. Se sentía feliz bajo el agua, libre por primera vez; intentaba robar el balón a Gloss una vez más y creía tener la estrategia perfecta para ello. Los cabellos de Gloss escurrían húmedos y olía a tierra, tanto como él, sus labios lucían suavemente fríos al igual que la punta de sus dedos cuando se rozaban al contacto. No obstante sus pies se habían vuelto torpes, la tierra se había llenado de charcos y el balón lucía más resbaladizo y sucio de lo que hace instantes atrás estaba.
Supo que Gloss estaba mascando un chicle de menta cuando finalmente sus tontos pies resbalaron y cayó con él. Lo empujó unos milímetros y accidentalmente, Gloss pisó un charco de agua que mojó sus pantorrillas y lo hizo resbalar en el pasto. Julia había caído justo al lado y sobaba su brazo, sobre el que su peso había caído.
Gloss había hecho una broma sobre que casi se tragaba el chicle con la caída.
—Tenías que volver a casa, ¿no? De todas formas, nos enfermaremos si seguimos afuera —Gloss la miraba desde el suelo, como si la lluvia no siguiese cayendo en su cuerpo lleno de tierra.
Julia asintió. Tampoco se levantaría del suelo hasta que él no lo hiciera.
—¡Lo siento, terminó empapado por mi culpa! —bajó la mirada para que no leyera la culpa en sus ojos.
—No me importa. Has mejorado y obtuvimos lo que queríamos. Además, se está bien así.
Gloss había recostado su cuerpo de lado, apoyando su cabeza sobre su mano y cerrando los ojos. La lluvia no dejaba de caer sobre su rostro, barriendo las sombras de sus ojos y enfriando su piel tan pálida como la espuma del mar.
—¿No le importa mojarse? —preguntó Julia, asombrada.
Gloss ronroneó, o algo similar a eso. Sus gruesas cejas negras se habían fruncido mientras las gotas seguían cayendo.
—Por supuesto que odio mojarme. Pero ahora, no importa realmente. Está bien. Sólo tomemos un descanso.
De vez en cuando su mandíbula se movía por el chicle de menta y lamía sus labios cuando se llenaban de lluvia. Julia lo imitó, recostándose a su lado, sólo que sus ojos no podían cerrarse esta vez. Estaban tan cerca que realmente podía sentir su aliento oliendo a algo similar a la frescura de su jardín en el amanecer tras llover toda la madrugada.
Colonia, menta y petricor.
Un ligero atisbo de jabón para la ropa.
Gloss, a quien no le importaba mojarse hoy, la había cautivado como sólo las primeras veces lo hacían.
Julia cortó una rosa evitando las espinas. El sonido de la tijera de podar se había llevado su último recuerdo. Ahora, de Gloss, sólo tenía esa hermosa sensación en el pecho y su número de celular en sus contactos. Lo había agendado como Gloss-nim y a él, al igual que al chico de cabellos naranjas, no le había mandado mensaje en absoluto.
Llevaba pensando tanto en qué decir desde hace dos días que al final terminaba el día sin enviarles nada. ¡Era patético! Quisiera tener el valor para agradecerle a Gloss por todo antes de morir, tal vez disculparse por no poder ir a apoyarlo en su último partido; asegurarle que desde donde sea que estuviera, su corazón estaría dándole ánimos. Pero era tan tímida para hacerlo.
Julia terminó de arreglar el rosal y quitar la mala hierba del jardín cerca del mediodía, cuando el sol comenzaba a pegar fuerte en su nuca. Soltó un suspiro de alivio al terminar, sirviéndose un vaso de limonada fría con mucho hielo y azúcar y lo bebió en la mesa del quincho mientras admiraba con orgullo los resultados de su esfuerzo. Lo había hecho mucho mejor esta vez porque sería la última.
Arreglar el jardín era terapéutico, incluso aunque sus padres contrataban al mismo señor desde hace años para que lo arreglara una vez al mes. Julia solía arreglarlo por él y le enviaba igual el dinero al jardinero, por lo que ambos salían ganando ya que gustaba de ayudar a los demás.
Se preguntó qué pasaría con el jardín ahora que ya no estaría. El señor tendría que venir de nuevo, aunque su edad ya era avanzada y tenía bastante viaje hasta su casa. Sus padres no le seguirían pagando si no hacía su trabajo.
El pensamiento la preocupó de pronto y pensó que aún tenía muchos asuntos pendientes antes de morir, más de los que creía. Se terminó su limonada con pesar, se debatía sobre cuál de todos esos asuntos encargarse primero cuando de pronto el sonido de su teléfono la hizo sobresaltar.
Era un número desconocido. Atendió luego de aclarar su garganta, sólo por curiosidad y esperando que no fuera una de esas promociones de servicios.
—¿Hola?
—¡Julia! ¿Dónde estás? Soy el profesor Kim Seo-Jun —su voz sonaba ahogada por el rumor de lo que parecían ser los pasillos de la universidad—. ¿Te encuentras bien?
—¿Profesor Kim? ¿Desde cuándo tiene mi número de celular…?
Se sentía desconcertada y repentinamente abatida, como si hubiera sido descubierta en algo malo.
—Tengo el número de celular de cada alumno, Julia. Puedo comunicarme contigo cada vez que lo crea necesario y tenga un motivo claro para ello. ¡Pero eso no es lo importante ahora! Es el tercer día que te ausentas. ¿Acaso enfermaste?
El ruido de fondo pronto disminuyó, como si hubiera cambiado de escenario. Julia sintió su pecho doler. ¿Por qué tenía que preocuparse por ella de esa forma? Era molesto. No quería que lo hiciera.
Odió ese tono de voz en él, como si tuviera cuidado de romper algo delicado.
—Profesor Kim, por favor… Sólo déjeme faltar a clases en paz, soy una adula.
—Alguien que acaba de cumplir diecinueve años todavía no puede llamarse adulto realmente, Julia.
Bufó, bajando su mirada al vaso de limonada ya vacía mientras pensaba qué decir. Los hielos tintinaban y brillaban bajo el calor del quincho. Pronto se derretirían y ya no habría nada más que un par de gotas frías.
—Lo siento, pero no iré a clases el resto de semana y su llamado no me hará cambiar de opinión.
—Te quedarás libre y perderás el año, Julia. ¿Estás consciente de eso? —su pregunta sonó exasperada, como si hubiera agotado su último recurso.
—¡Lo sé, profesor! ¡Lo sé y nada me importa menos que la universidad ahora mismo!
Kim Seo-Jun suspiró del otro lado. Se oía el ruido de una cafetera andando y el eco de sus propios pasos por el lugar que en su mente catalogaba como la sala de profesores.
—Escucha, Julia… He llamado a tus padres esta mañana. En realidad, ha sido el equipo de psicólogas de la universidad. ¿Ellos no te han dicho nada?
Silencio.
El tiempo se había detenido alrededor y con ello los latidos de su corazón sufrieron un gélido espasmo. Como Julia había quedado muda, Seo-Jun decidió volver a tomar la palabra.
—… El gabinete psicológico ya está advertido de tus ideas suicidas, Julia. Yo mismo les advertí y les mostré tu relato del otro día como prueba. Sé que me odiarás por esto y puedes patalear, gritarme o incluso darme un puñetazo en la cara si eso te hará sentir mejor. Pero sabes que es lo que yo debía hacer como tu profesor y principalmente porque te conozco y tengo aprecio.
Sus palabras resonaban irreales en el fondo de su cabeza, desde algún recóndito lugar que todavía no era capaz de procesar.
—Por eso mismo, por favor ya no sigas huyendo. Tus padres lucían muy abatidos con la noticia. Ellos no te creían capaz de algo así y-
—No…
Julia musitó y el profesor Kim finalmente hizo silencio. No podía llorar pero sentía que de alguna forma estaba haciéndolo. Su garganta se había cerrado y todo alrededor lucía irreal, como si fuese la espectadora de una película que ella protagonizaba.
—Lo siento, Julia. Espero que entiendas por qué lo he hecho.
De verdad quiso explicarle. Realmente quiso decirle que a esta altura de su vida le daba igual lo que sus padres pensaran, el fin llegaría sin importar las circunstancias.
Quiso encontrar las palabras precisas para que él entendiera por qué sus padres no le habían dicho nada de eso.
Quiso explicarle por qué tampoco se lo dirían.
Que nunca la tomaban en serio y uno de los motivos era porque ninguno de los dos podía comunicarse con ella como era debido, incluso en algo como esto. Quiso decirle por qué eran desconocidos cada noche y volvían a olvidarse cada mañana.
Por un momento sus labios temblaron y pensó que podría decírselo al profesor Kim. Sin embargo su cabeza se sentía tan ruidosa adentro que el nido de palabras la nubló y turbada, colgó la llamada.
Porque era demasiado complicado explicar una historia de vida en una respuesta, y porque esa pregunta no tenía una sola manera de responderse. Y para qué intentarlo, si igual el tiempo seguiría corriendo.
Estaba cansada. No quería escuchar las falsas palabras de preocupación esta noche, no quería tener ese amargo sabor antes de ir a la cama. Debía huir o adelantar su tiempo.
La noche llegó antes de que pudiera evitarlo, pero ella ya no estaría en su habitación para ese entonces. La luz de la luna brillaba y le daba la bienvenida en la puerta de aquel bar a los adentros de la ciudad en una noche maravillosamente azul. ¿Qué hacía alguien tan introvertida como ella, que ni siquiera se animaba a mirar a la gente a los ojos, en un lugar tan superficial como ese? Había oído del bar Mono desde hacía tiempo, algunos compañeros de la universidad lo frecuentaban cuando llegaba algún fin de semana largo.
Ellos no estarían ahí en pleno miércoles con exámenes finales cerca, por lo que unas tenues luces canela le dieron la bienvenida al abrir la puerta lentamente. Siendo apenas el comienzo de la noche, el ambiente lucía tranquilo. Imaginó a sus padres abriendo la puerta del comedor principal justo cuando las agujas marcaron las nueve en punto, no hallándola en ninguna parte.
Había una barra bastante amplia llena de botellas de todo tipo que ocupaba gran parte del espacio, varios juegos de mesa de madera simple y decoraciones vanguardistas. Las personas allí eran en su mayoría trabajadores solitarios tomando su cena. Julia tomó asiento en la mesa del rincón, la más alejada de todas. Tenía el dinero de la beca que la universidad le daba debido a sus excelentes notas en su bolsillo. Sólo pensaba en cómo lo gastaría todo esta noche mientras admiraba los detalles de las paredes llenas de vinilos y discos de música clásica.
Le pareció un ambiente agradable para un estudiante de Letras.
Julia hizo su pedido cuando una de las meseras se acercó. Tendría una buena cena disfrutando de la vista de la luna en el ventanal a su costado. ¿Por qué razón la luna siempre estaba ahí dondequiera que vaya? No importa dónde tomara asiento, al igual que en su ventana, la luna siempre parecía buscar que la admiraran brillar con todas sus imperfecciones.
La comida de Julia llegó y ella agradeció tomando sus palillos para comenzar a comer. Sería su última cena afuera así que quería disfrutarla a consciencia, como si fuese la mismísima última comida de su vida.
De morir, pensó que todos deberían hacer lo mismo. De ser posible, desearía retroceder el tiempo para haberlo hecho ella también, no importa si la muerte estaba cerca porque es de esas visitas que uno nunca tiene la fecha exacta, sólo golpean la puerta cuando es tu hora. Llevó las tiras de carne a su boca, disfrutando el sazón del caldo y las verduras crujientes, masticando con sus ojos cerrados para sentir aquellos sabores que explotaban febriles en su boca.
Dejó que las sensaciones la invadieran y barrieran como el ritmo de esa suave música de fondo y las conversaciones que no podía evitar escuchar. Se sentía tan inmersa en su burbuja pacífica que no logró ver cuando una conocida figura atravesó la puerta del bar.
Continuó comiendo hasta que simplemente sus miradas chocaron.
Crack, crack.
5. LAVANDA
Amor a primera vista
El hombre que reconoció fácilmente como el camarógrafo de aquel chico de cabellos naranjas resultó ser alguien bastante extrovertido. Apenas sus miradas chocaron, él se acercó a su mesa y tomó asiento justo en la silla del frente al ventanal, convirtiéndose en el paisaje nocturno que sus ojos verían por el resto de las horas.
No le había pedido permiso y de inmediato supo que su nombre era Kim Hyun. Como le sucedía siempre con las personas altamente extrovertidas, no tenía una primera buena impresión y se volvía un poco más tímida, como si fuera inferior por no saber actuar del mismo modo.
Hyun había pedido algo ligero de comer y así habían transcurrido las horas. Cuando él no se daba cuenta, Julia admiraba que su rostro era sumamente atractivo. Las luces canela caían sobre sus perfiladas facciones tan equilibradas como si hubiera sido pincelado por un artista allí mismo. De perfil, Hyun lucía un aura más bella y misteriosa.
Se sentía avergonzada ante su presencia.
—Oye, ya van a ser las once. ¿Por qué no pedimos algo de alcohol? —le susurró pícaro, como si aquel fuese un secreto.
—De acuerdo. Pero debo volver a casa y vivo algo lejos, así que sólo será un vaso —concedió.
Con el transcurrir de la noche había aprendido un poco más de él y por supuesto del periodista Jung Ji-Hoon que parecía acompañar a todas partes. En algún punto, la incomodidad que sentía al inicio había disminuido.
Ellos se conocían desde la secundaria y habían mantenido una amistad todos estos años, por lo que hallaron la manera de seguir juntos incluso en sus vidas profesionales. También compartían un pequeño departamento en el centro de la ciudad, cerca de la agencia.
El defecto de Ji-Hoon era su rigurosidad; le fascinaba el orden y todo debía ser a su manera. Hyun, quien no temía al caos, había sido el desorden que él necesitaba para equilibrar su vida, el pequeño desvío en la bujía.
—¡Oh, ya sé! ¡Le enviaré un mensaje a Hoon diciéndole que estoy contigo!
Hyun sacó su celular con una amplia sonrisa como si esa hubiera sido la más brillante idea. Julia se removió en su asiento, incómoda, cubriendo sus ojos con el acolchonado cabello rubio de su frente. Había visto el ícono de video-llamada en curso y nada la ponía más incómodo que las llamadas de súbito.
A pesar de la hora, Hoon atendió de inmediato. Julia subió su vista tímidamente, notando que estaba recostado en la cama con un tierno pijama celeste.
—¡Oh, Hyun-ah! —comenzó a decir con una voz graciosa—. ¡Me has despertado, Hyun-ah!
Ellos comenzaron a bromear como sólo la confianza de años permitía. Julia se sintió maravillada de pronto, bebiendo su cerveza en silencio.
—Hoon, Hoon, Hoon… ¡Mira a quien encontré en Mono! —la cámara apuntó a Julia, quien subió su vaso a modo de saludo, volviendo a hundir su rostro allí.
—Esa es… ¿Juls?
—¡Sí, es ella! Lo siento, te hemos puesto ese apodo—le susurró Hyun—. ¡Hoon, pregúntale de Gloss ahora que la tenemos!
No le importaba lo del apodo realmente. El corazón de Julia había empezado a cosquillear desde la mención de ese nombre y no supo cómo callarlo, porque aquella cálida sensación parecía expandirse tan molesta al resto de su cuerpo.
—¿¡Tienes información de Gloss!? —Hoon enderezó su cuerpo de inmediato, quitándose el antifaz de un adorable unicornio azul y morado que yacía en su frente.
Julia parpadeó en su lugar. ¿Qué podría decirle? ¿Sería correcto hablar de él? No había vuelto a verlo luego de esa tarde de sábado y pensó que en realidad no lo conocía demasiado bien para saber por qué le huía al periodista.
Sin embargo, tampoco tendría tiempo para averiguarlo. Sólo podía hacer lo que creía correcto en su lugar.
—Gloss… Gloss se irá luego del partido del sábado. Supongo que será tu última oportunidad de verlo. Pero, por favor —interrumpió cuando vio a Hoon abrir sus labios para exclamar—. No lo persigas esta vez, no grites su nombre ni actúes desbocado por verlo. Es como… Es como lo que sucede con las porristas, él siempre las ignorará porque son demasiado ruidosas para él. Tienes que acercarte a él despacio. Muy despacio. Sé sensible. Pídele permiso antes de acercarte. Si él ve que estás tranquilo, seguro te dará el acceso.
—Wow… Estoy sorprendido, realmente Juls lo conoce bien —admiró Hoon, su expresión luciendo genuinamente asombrada.
Julia sintió la sangre subir a sus mejillas, porque eso no era cierto. Sólo fue un pequeño detalle que llegó a pesquisar del escolta, a quien le había prestado más atención que a cualquiera todo este tiempo.
—Como sea, hagamos eso Hoon. Tendremos suerte este sábado, porque lo bueno es que yo sé disimular —reía el de sonrisa cuadrada.
Julia sonrió mientras los oía bromear un poco más. Pensó, con nostalgia, que no sabría el resultado que tendría todo esto. Para el sábado ya no estaría aquí.
Le deseó suerte a Hoon con más sentimiento del que cualquiera entendería a primer atisbo y finalmente cortaron la video-llamada. El de cabellos naranjas debía trabajar mañana temprano.
—¿Tú no trabajas mañana, Hyun?
—Oh, sí lo hago. Pero sobre eso…
De repente, Hyun chequeó su sofisticado reloj de pulsera. Lo próximo que sucedió fue casi como la escena de una película, pues apenas alzó su mirada la puerta del bar se abrió lentamente, pero lo suficiente ruidosa para llamar la atención de todos allí. Pudo ver al hombre más atractivo que había visto alguna vez. Todo transcurrió en cámara lenta, pero extrañamente fugaz.
Hyun comenzó a chillar algo incognoscible para ella.
El apuesto desconocido tomó asiento en la barra, dándoles la espalda. Su aura era misteriosa y profería un silencio que nunca había sentido hasta ahora: aquel que sin decir ninguna palabra, era capaz de trazar los más bellos sonidos. El aire se había enfriado con un ligero aroma a limón.
Tenía el cabello tan oscuro como el cielo antes del amanecer y caía largo, levemente ondulado por sobre sus hombros. Los mechones de ébano detrás de sus orejas dejaban sobresalir un par de aretes de plata. El traje que lucía era completamente oscuro y pulcro como el de un conde, de camisa blanca con volados victorianos y zapatos que parecían sumamente costosos. La presencia del hombre se robó todas las miradas como una repentina lluvia.
El corazón de Julia se aceleró y todavía no había visto su rostro.
—¿Quién es él, Hyun? No lo entiendo —musitó con pesar, porque todos allí parecían mirarlo del mismo modo.
Hyun amplió aún más su sonrisa cuadrada.
—Te presento al hombre que quiero llevar a mi cama todos los miércoles, pero siempre fallo en el intento —prologó, girando su cuerpo para ver la espalda del hombre en la barra.
Las mejillas de Julia se sonrojaron rabiosamente.
—Oh... Viniste a esperarlo… —dedujo.
Al verla tan incómoda, Hyun buscó apretujar su mejilla, consiguiéndolo exitosamente.
—¡Eres tan adorable, Juls! De todas formas, creo que hoy me conformaré con sólo mirarlo. Tengo buena compañía. ¡O espera! ¿No quieres intentarlo tú?
Julia iba por su segundo vaso de cerveza y se sentía mareada, particularmente desinhibida. No acostumbraba a beber alcohol con frecuencia por lo que podía sentir su cuerpo más liviano y los colores más nítidos. Sin embargo, de ninguna manera haría algo como eso por más alcohol que circulara hasta su cabeza o por muy cerca que estuviera de morir dentro de tres días.
Estaba a punto de negarse cuando súbitamente las luces del lugar se apagaron, haciéndolo sobresaltar.
—¡Está empezando! —Hyun había agarrado su tibia mano con fuerza, volviendo otra vez su cuerpo hacia atrás.
—¿Qué empezará?
Su tono salió entre impaciente y sorprendido.
—Ya lo verás. Ahora entenderás por qué él es genial. Y por qué a pesar de que nadie sabe su nombre ni ha logrado verlo a los ojos, tiene un aura que te cautiva a lo lejos —fue lo último que susurró antes de que perdiera su atención por completo.
En ese momento Julia no tenía idea de lo que estaría por pasar en su vida.
Realmente no tenía idea.
No había notado el viejo piano marrón en un rincón del bar sino hasta ahora que el hombre de largos cabellos negros hizo sonar la primera tecla en la oscuridad. Fue como un poema vuelto instrumental.
Sus ojos no podían ver nada más que una silueta y un par de manos pálidas hacer el amor a la música. Las teclas de jade blanco brillaban, o tal vez sólo era el efecto del alcohol, pero allí los aretes de plata resplandecían y tintinaban, podía ver su espalda y de vez en cuando su borroso perfil. Se aparecía discreto y sus pies apretaban el pedal de vez en cuando mientras su cabeza se mecía al compás de la melodía que sus dedos creaban.
Había llegado a conmoverse profundamente por un hombre que no conocía. Era mágico, una especie de hechizo, de otra forma no explicaba cómo no había podido despegar sus ojos de él desde ese momento.
Cuando parpadeó al final, sus mejillas estaban húmedas. Y una cálida sensación la había arrebatado como un huracán. Las luces se encendieron de nuevo y los aplausos llegaron inmediatos, pero esa figura ya no estaba ahí para verse. Él se había ido luego de regalarles esa experiencia sobrenatural, como si nada; porque con la oscuridad cada nota podía sentirse desde el fondo del corazón, amplificando las sensaciones en el cuerpo.
Todavía sentía el eco de la música en sus oídos como una mancha de café en la ropa.
Tal vez el alcohol sólo había exagerado todo, incluso el sentimiento que escurría tibio de su corazón.
—¿Es normal sentirse así? —la pregunta resbaló de los labios de Julia sin quererlo, con urgencia.
Hyun había sonreído suavemente.
—Lo es, Juls. Te dije que era encantador.
Como no supo qué más decir, permaneció quiescente. Todo pensamiento se había borrado de su cabeza. Alrededor el bar había vuelto a funcionar minutos después. Algunas personas simplemente abandonaron el lugar luego de dejar una cuantiosa propina, probablemente eran aquellos que sólo habían venido a presenciar el espectáculo de ese hombre. Quiso preguntar más acerca de él, pero sus labios se habían sellado.
No valía la pena intentarlo, no valía la pena forzarlo.
Sería como intentar abrir un candado con la llave incorrecta.
Hyun le hablaba acerca de cómo había conocido este bar gracias a un amigo de Hoon que trabajaba los fines de semana allí. El lugar se había vaciado y las luces se habían transformado en un tenue ámbar, como el caramelo derretido. Apenas podía distinguir los contornos y sombras.
—Creo que me iré ahora, Hyun —anunció, poniéndose de pie.
Se había tambaleado un poco. Aún no estaba tan ebria como para no poder caminar por su cuenta. Lamentaba actuar grosero con él, pero se sentía tan cansada, como si las escenas vividas le hubieran absorbido el resto de energía que yacía borboteando en su cuerpo. Especialmente, no podía entenderlo.
No podía entender por qué vivía todo aquello luego de desear morir con tantas fuerzas. Por qué algo que le estaba arrancando lo único que le quedaba de vida, desde las raíces más profundas, parecía ahora detenerse como el curso de su propio tiempo. Quedaría entonces en un eterno limbo.
La desesperaba.
—¿Cómo que ya te vas? ¡Pero la noche apenas empieza a las doce! —puchereaba el de cabellos oscuros.
—Debo volver a casa, no avisé que salía —fue su primera excusa que, junto a una expresión desgastada, pareció funcionar por completo—. Lo siento. Podremos salir otro día.
—Bien, bien, tienes razón. Te acompaño. Ah, pasaré por el baño primero.
—Te espero afuera, creo que necesito algo de aire.
Cabizbaja y ligeramente borracha, Julia salió y la recibió el aire templado de la medianoche. Inhaló profundo sintiendo su frescor. Corría un ligero aroma a rocío nocturno y a las flores de los árboles vecinos que se mecían con la brisa. Logró sentir un atisbo de limón de inmediato que la hizo abrir los ojos de golpe, en algún momento perdidos en el cielo eternamente azul.
Tembló como las estrellas a miles de años luz de distancia. El apuesto hombre estaba allí.
Lo había encontrado de pie en la calle con un cigarro entre las manos y el aura desprevenida, tan sorprendida como ella de descubrirse en el mismo momento. Y sus rostros chocaron súbitamente.
No creyó que unos ojos grises calarían tan profundo. Incluso, sintió que su corazón se detuvo cuando finalmente perfiló unas facciones que ya conocía. Y fue como regresar a casa luego de un día de lluvia a desempolvar viejos recuerdos.
Era él, tenía un parentesco que le era imposible de obviar.
Ninguno esbozó palabra. Julia se mantuvo recargada en la pared esperando a Hyun, abrazándose a sí misma por el viento de las noches que todavía en primavera eran frías, pero ella no llevaba más que una fina musculosa bajo su cárdigan azul.
Por temor a equivocarse, no dijo nada.
Tampoco volvió a subir sus ojos a él, sólo cuando escuchó su voz en el silencio. Quiso olvidar que estaba allí, respirando el mismo aroma, cepillando las escarchas de su corazón.
—¿Te encuentras sola?
Esa voz tan ronca y grave resultaba imposible de olvidar.
—Estoy esperando a alguien. Siento si lo molesto —musitó, abrazándose con fuerza cuando una ventisca arribó, trayendo los pétalos caídos.
Uno de ellos reposó en su flequillo. Julia lo quitó al sentirlo, observando su débil rosado entre sus dedos.
—¿Quieres beber algo conmigo?
Julia se negó. Sus mejillas probablemente estaban rojas y los latidos de su corazón eran tan intensos como si estuviera a punto de morir allí mismo.
—¿Por qué no? —insistió, acercándose a ella sólo unos pasos.
Porque soy demasiado tímida para compartir el mismo espacio que tú, quiso decir. No lo soportaría, diría algo errado o su mismo nerviosismo la traicionaría.
El aroma a limón ingresó a su corazón como una espada.
—Como estoy esperando a mi amigo, por favor olvídelo por hoy —prefirió decir, lo cual tampoco era mentira.
Parecía estar viviendo dentro de un sueño eterno o tal vez sólo estaba algo borracha. Justo en ese momento, la puerta se abrió dejando ver a Hyun, quien estaba tan asombrado como ella hace unos minutos por ver al hombre cara a cara.
Al menos su rostro debe ser un sueño.
—¡Tú! ¡Él! ¡Oh Dios mío! —Hyun llevó sus manos a su boca, ahogando un grito—. Creo que con sólo verte el rostro puedo morir en paz. No sé cómo en algún momento fantaseé otra cosa, simplemente eres demasiado genial para ver de cerca —el hombre no dijo nada, parecía estar acostumbrado a recibir comentarios como ese—. Como sea, me voy. Espero que tengan linda noche. ¿Puedo sacarme una foto contigo antes?
Hyun le enseñó la cámara que colgaba de sus hombros. El apuesto azabache simplemente lo ignoró como respuesta y comprendió todo, aunque no podía evitar hacer un puchero triste.
—Espera Hyun, por favor —suplicó Julia, aunque no tuvo respuesta.
Hyun se había ido corriendo, aunque no sin antes sacarles una fotografía algunos metros a distancia, su silueta reía como si hubiera hecho alguna travesura.
Julia tembló como gelatina cuando la voz del hombre volvió a escalar por su cuerpo.
—Vamos adentro.
6. GLADIOLOS
Amor que atraviesa el corazón como una espada
Supo que no había podido sentir nada tan real en su vida hasta entonces. Ni siquiera los paisajes que mostraba su ventana eran capaces de conmoverla al mismo nivel, cuando todavía retazos de vida borboteaban en su cuerpo.
Ese hombre revolvía sus entrañas.
Ese hombre arañaba las paredes de su corazón con todo el vigor que poseía. Hacía lo que quería con sólo una mirada y parecía regocijarse por el hecho de corromper todo a su paso.
El ardor de sus jugos gástricos pronto desaparecería, aunque podría recordar la sensación de su garganta visitar el infierno por el resto de la noche. Julia jamás había tomado whisky, pero supo que el escocés Ballantine’s Finest era el trago favorito de ese hombre y no tenía ninguna duda que reclamarle, pues de inmediato concluyó que esa bebida era tan intensa como él y calcaba exquisitamente bien con sus labios febriles.
Compartieron unos tragos y conversaron de tantas cosas. El tiempo nunca se había sentido tan malditamente insignificante como ese momento. Si sólo le quedaban tres días, debía hacer lo posible para disfrutarlo en alma y cuerpo.
Para las doce en punto, hablarían de cualquier asunto trivial que se cruzara por sus cabezas. Sólo lo dirían, tal vez el alcohol que burbujeaba inmediato ayudaba a soltarles la lengua. Quizá sólo era por eso, pero aquel hombre que parecía hermético al principio podía darle las conversaciones más brillantes.
Para la una de la madrugada, pese a que escucharlo hablar era un deleite, desearía que sonriera al menos una vez. Era injusto, todavía no lo había escuchado reír.
Para las dos de la madrugada, Julia se sentiría patética. En algún punto, su mente de borracha había cavilado que contarle su vida a un desconocido era una excelente idea.
—¿Dices que no sabes qué te trajo aquí en primer lugar? —había inquirido el pálido, bebiendo whisky como si fuese agua.
Su forma de hablar siempre sería elegante y fina. Le recordaba a esas caligrafías llenas de curvas y adornos esbeltos.
—Sólo me extraño a mí en ese entonces —Julia repiqueteaba sus dedos en el vaso de vidrio, evitaría verlo de frente—. Me extraño a mí cuando no sentía esta opresión en el pecho. Creo que vine en busca de algo nuevo que me recuerde al menos un poco cómo era sentirse así.
—Creo que te entiendo. Notaste que estás vacía y eso te descoloca.
Como un florero sin agua.
Es sentir el cuerpo triste y el corazón con un agujero.
—Cuando era feliz no podía describirlo realmente. Ahora que no lo estoy, es como si todas las palabras lo recordaran con precisión. Creo que la felicidad era como los colores de verano, o quizá como la luna… algo brillante, pero distante.
¿Por qué las palabras fluían desmedidas de su boca? ¿Por qué se desnudaría tan cruelmente frente a esos ojos negros?
Ojos que la miraban atentos tras el vidrio y volvían a enfocar otra vez, cuando el líquido ardería en su garganta y pasaría hasta su estómago. El lugar estaba oscuro, las luces ambarinas habían desaparecido dejando un tenue fulgor nocturno. El aire se sentiría caliente y sofocante, chocarían hombros de vez en cuando con el movimiento de sus vasos a la boca. Él estaba sentado a su lado, compartían un sillón de dos piezas apartado en el fondo del bar.
Allí no había nadie que compartiera la escena, sino que parecía pintada para ellos dos.
—Eres una persona interesante, Park Julia —le confesó, con sus ojos rasgados profiriendo un suave destello.
Debía saberlo. Que algo estaba naciendo y despertando luego de un sueño profundo.
—Usted no me dijo su nombre todavía. Tampoco me ha contado mucho de usted, pienso que eso es injusto considerando que me ha hablado primero —se animó a reclamarle.
Ciertamente el alcohol la volvía más desafiante.
El hombre encendió su tercer cigarro de la noche, contando el de la calle. El whisky bajó de su boca por completo cuando el humo exhaló de sus labios lentamente. Sabía amargo y olía a limón, tabaco estacionado y bebida pura.
—Min-Su. Puedes llamarme de ese modo.
Entonces los largos dedos blancos se apoyaron en su mejilla. Las yemas apenas rozaron frías sobre la piel de su rostro. No pudo evitar mirarlo a los ojos fijamente en ese instante. Sus pies volarían alto, casi sobre las nubes; el humo que flotaba grisáceo como volutas alrededor engañaría sus sentidos, casi hipnótico.
No volvería a discutirle a los paisajes más soñados.
El rostro de Min-Su todavía seguiría consigo a pesar de los años. ¿Cómo podría llamarlo ahora?
—Min-Su, sigo esperando que me cuente algo de usted —atinó a decir y probó cómo sonaba el nombre en sus labios.
Todavía trémulamente por las mariposas que aleteaban, flotando en el whisky de su estómago.
—Habrá suficiente tiempo para eso. Tal vez la segunda noche será diferente —respondió con su ronca voz ahogada en el humo.
El pecho de Julia se contrajo y sintió su pulso acelerarse peligrosamente. No podría haber una próxima vez. Sintió la necesidad de decírselo y eso mismo hizo.
—Si deja pasar el tiempo, desearé que los relojes retrocedan y que las cosas transcurran de forma distinta. No podré hacerlo. Por favor, dígame algo de usted antes de que sea tarde.
Pensó que no podría comprender la profundidad de sus palabras. Sin embargo, la mirada que le había regalado, entre el humo y los cabellos negros que rehuían de sus orejas, fue tan jodidamente inmarcesible.
La mano de Min-Su escaló sobre la suya. Tocar su piel era como si el invierno volviera en un segundo.
De dedos fríos y blancos como la nieve.
—Nos volveremos a ver. Te lo prometo —le aseguró—. Sabes mi nombre, es suficiente.
—¿No me dirá ni siquiera por qué me invitó esta noche? —preguntó, temerosa de la respuesta, mientras observaba sus manos juntas, aunque no se habían entrelazado.
Sólo estaba apoyada sobre la suya y profería suaves caricias intermitentes. Comparó su tamaño, la de Min-Su era notoriamente más grande.
—No lo sé. Sólo me has gustado desde el primer momento en que te vi. ¿Quieres probar? —le ofreció el cigarrillo.
Su corazón latió con fuerza cuando asintió, tal vez sólo demasiado turbada por las palabras que había oído.
Apoyó el cigarro en sus labios mientras no dejaban de mirarse a los ojos. Inhaló, sintiendo la mirada de Min-Su fija en su boca. Era un beso indirecto y sus paladares compartían el mismo sabor amargo ahora.
Había dejado el cigarro hace un tiempo, pero no había podido negarse a su oferta. Los ojos de Min-Su la rastreaban de arriba abajo cuando Julia exhaló el humo muy cerca de la boca contraria.
Efímero. Las comisuras de Min-Su se alzaron y pequeños dientes brillantes se exhibieron. Su sonrisa era de encías rosadas y sus ojos desaparecían junto a finas líneas de expresión en sus párpados.
Fue como si algo se clavara en lo más profundo de su corazón. El cigarro casi se resbala de sus dedos, ¿o realmente lo había hecho?
Sólo podía ver fijamente aquella sonrisa en su rostro mientras el calor se acumulaba en su vientre y algo burbujeaba en su cabeza. No notó que Min-Su había tomado el cigarro de sus débiles dedos otra vez y ahora lo llevaba a sus propios labios, inhalando profundo.
—Sonríe… Sonríe de nuevo —rogó en un susurro.
Estaba tan ebria para pensar en lo que decía y hacía.
Tal vez por eso no se vio capaz de replicar cuando la mano de Min-Su volvió a tomar su barbilla, de dedos finos y largos, mientras el humo era expulsado justo sobre su boca.
Sintió el pulgar de Min-Su abrir sus labios y no pudo siquiera parpadear. Los dos se miraban fijamente. Sus labios inferiores rozaban mientras el humo era pasado de una boca a la otra, lentamente. Con una paciencia que parecía experimentada.
En algún momento, Julia se había aferrado a él de su traje. Sentía que estaba a punto de caer hacia atrás, su cabeza daba tantas vueltas.
Los labios inferiores volvieron a acariciarse entre el humo. Sintió el deseo de completar aquel beso, pero su cuerpo no podía moverse.
—Entonces hazme sonreír —le había respondido el mayor, para finalmente alejarse.
Julia sentía su rostro ardiendo, su húmedo labio inferior todavía palpitaba por la cercanía. Había sido el humo más dulce de su vida.
No volvió a besar el humo en el resto de la noche, tampoco Min-Su volvió a sonreír.
Estaba tan ebria que no recordaría nada de sus próximas charlas, tampoco del celular que vibraba en su bolsillo y no atendería.
No recordaba en qué momento había llegado a casa y caído dormida sobre la ropa del día anterior. Al día siguiente el sol de media mañana cayó sobre su rostro, despabilándola. Había olvidado cerrar su ventana y el aire que ingresaba junto a la luz brillante se sentía fresco sobre su piel descubierta.
De inmediato un punzante dolor acunó su frente y sien. Acompañado de una sed infernal, la obligó a ponerse de pie por un vaso de agua y una pastilla. Bajo las escaleras de madera caracol se encontraba el living de la casa, de blanco mármol y una redonda mesa de vidrio con sillones de cuero perla; una serie de plantas y flores se encargarían de darle el color al lujoso ambiente.
Hacia la izquierda estaba el baño de invitados y un poco más allá un pasillo de luces amarillas llevaba a la cocina. La pared cercana a la isla en donde Julia estaba tomando su pastilla consistía de un amplio ventanal donde podía admirar la vista del patio trasero y los rosales que solía ver desde su ventana. Las decoraciones de la cocina eran lujosas y seguían el mismo sentido que el living.
Tanto blanco a veces la ponía intranquila.
Cuando la pastilla pasó por su garganta, Julia se preparó su café de la mañana un poco más recargado de lo usual. Tomó asiento en una pequeña mesa de vidrio con sus sillones en celeste pastel y abrió el ventanal suavemente para que corriera la brisa.
Eran las once de la mañana. Sus padres estaban en el trabajo. Sólo había dormido algunas escasas horas que, sin embargo, lo hicieron sentir tan fresca como una lechuga.
Supo que algo andaba mal cuando no encontró ninguna nota de sus padres por lo de anoche. Ellos al menos la habrían regañado por papel o expresado su disgusto. Entonces, mientras sentía el sabor amargo del café exaltar su boca, recordó que alguien la había llamado con insistencia anteriormente. Dio un sorbo más y tomó su celular, el cual yacía en el bolsillo de su pantalón.
Tenía más de cinco llamadas perdidas del profesor Kim Seo-Jun y algunos mensajes en Kakao Talk que decidió ignorar hasta el sábado. Al parecer sus padres le habían dicho que no regresó a casa y él le expresaba su preocupación, incluso alegando que llamaría a la policía si no aparecía a la mañana siguiente. ¿¡Qué diablos tenía que ver el profesor con su maldita vida!? Era culpa de sus padres en primer lugar por haberla involucrado en lugar de hablar directamente con ella, como cualquier adulto en sus cabales haría.
Julia suspiró, tallando sus ojos con fuerza, esperando que las punzadas en la cabeza cesaran pronto. Leer aquello no ayudaría. Subió su vista al jardín, las plantas brillaban por un sol que parecía ser más fuerte que el de ayer. La piscina, a un costado y rodeada de luces blancas que de noche relucían, reflejaba en sus aguas las flores de un cerezo rosa pálido que se mecía suavemente al viento. Un poco más allá, cerca del quincho, el limonero de la casa comenzaba a madurar sus frutos.
Limones.
Fue como si el aroma perdurara en su nariz. De golpe la imagen de Min-Su la arrebató como una oleada de ácido dulzor.
Batió su cabeza, dejando el café con fuerza en la mesada, tomando su celular de pronto y buscando un número en específico. Quería que saliera de su cabeza, no importaba cómo.
Su corazón había sufrido una deforestación brutal desde hace tiempo. ¿Por qué sentía que las cenizas querían encenderse contra todo viento? Como si la tierra pudiese hacerse fértil con sólo un poco más, un poco más de tiempo.
Como no podía seguir sentada, Julia terminó su café de un largo sorbo y salió al jardín, donde el aroma de los limones se mezclaba con las rosas. Y sólo pudo pensar que todo era una triste coincidencia.
Caminando en el pasto, limpió el café de su boca con el dorso de su mano. Había manchado su camisa por accidente, pero todavía no le preocuparía. En el celular de sus manos se leían las once y diez minutos; bajo él, el nombre de Gloss.
Y es que no podía resistirlo luego de tanto desconcierto. Era jueves, sólo tenía dos días más de vida y aparte de eso, un mensaje de Kim Hyun le había llegado justo ahora, en un momento tan crucial que parecía pura ironía. Habían intercambiado números ayer, en algún momento entre las charlas.
Julia mordió su pulgar con ansiedad.
“¿Has llegado bien anoche?
Me preocupé por haberte dejado sola con un desconocido, pero lo bueno es que le pude sacar una foto y podré denunciarlo a la policía por si te hace algo, hehe.
Oye, estás en línea. ¡Responde!
Hoon dice que se ven tiernos, pero que ese hombre se le hace de cara conocida. Le mostré la foto, lo siento, no pude resistirme.
Es que hacen un contraste tan genial. Él parece pura oscuridad y tú eres como un pastelito de fresa. Hoon me dio la razón.
¡Ya recordó! Dice que se parece a Gloss, hehehe.
Tal vez tiene un gemelo. ¿No intentaste preguntarle?
Los hombres guapos te persiguen, Juls”
Julia suspiró, optando por responderle a Hyun primero o su insistencia se tornaría más enérgica.
“Lo siento por no avisarte, Hyun.
Apenas mi cabeza tocó la almohada caí dormida. He llegado bien, aunque no recuerdo cómo. Tal vez sólo tomé un taxi de vuelta a casa.
Gracias por tu preocupación”
Una vez que envió el mensaje, el signo de leído se marcó de inmediato. Viró sus ojos, no respondería a su oleada de mensajes ahora mismo. Todavía tenía algo que hacer.
Volvió al contacto de Gloss y comenzó a escribir, con manos sudorosas y dedos tambaleantes, caminando en círculos en medio del pasto húmedo. No pensó que costaría tanto, pues a diferencia del mensaje a Hyun, había escrito y borrado cuatro veces.
El mensaje fue enviado luego de algunas palabras de ánimo a sí misma y el corazón latiendo con fuerza. Incluso se había sonrojado con total libertad. Él no estaba allí para verla después de todo, pero sintiéndose patética en el proceso.
“Hola, Gloss.
Soy Park Julia. Por si no lo recuerdas, me enseñaste básquetbol la lluviosa tarde de sábado, luego del victorioso partido.
Siento escribirte tantos días después, pero no sabía realmente qué decirte ni cómo hacerlo.
Tan sólo deseaba enviarte mis palabras de agradecimiento por lo que hiciste por mí. Sé que para ti no es la gran cosa, tal vez estés acostumbrado a enseñarle tus pulidas técnicas a novatos. Tal vez sólo quieres transmitir tu conocimiento a los más jóvenes y yo fui una buena prueba.
Pero para mí ha sido especial y tan significativo que lo recordaré, probablemente, por un largo tiempo.
Espero que hayas podido lavar tus tenis llenos de tierra. Deberías haber aceptado cuando me ofrecí hacerlo por ti, pero no parecías realmente asustado por estar bajo la lluvia ese día.
Quizá las personas debamos aprender a ser como tú un poco más, en ese sentido y en tantos otros.
Siento que esto se haya hecho más largo de lo que pensaba, no es necesario que respondas tampoco.
Estaré esperando por más triunfos de tu parte cuando vayas a Seúl.
Aunque ya no pueda verlos,
te desea lo mejor,
Park Julia”
“Julia.
No ha sido nada, no tienes que agradecer. Me alegra que haya sido especial para ti. Como ya sabes, me iré a Seúl luego del partido del sábado, pero tendré una semana libre antes de eso.
Tal vez podemos vernos alguno de esos días.
Esperaré verte alentando mi nombre en la tribuna este sábado, Julia
Me gustaría oír tu agradable voz darme fuerzas.
Gloss”
7. LIRIOS
Depresión
Tal vez estaba volviéndose un poco loca. Ese fue su primer pensamiento al despertar esa mañana del sábado, horas antes de morir. Su piel ardía de fiebre, una que no podría bajarse con la temperatura de su cuerpo. Había soñado con dos hombres que no dejaban de ser el mismo y recordaba cómo les había permitido que le susurraran las palabras más agridulces al oído. Ambos olían a limón, todavía. Pero eran tan diferentes, sus ojos eran tan diferentes.
Gloss y Min-Su.
Julia salió de casa cerca de las diez. El partido sería a las tres y todavía tenía algo de tiempo antes de eso. Una parte de su consciencia le preguntaba por qué diablos no estaba muerta aún. Ella le respondía que a la noche lo haría, sólo debía esperar un poco más.
Caía una fina lluvia que no soportaría ver desde lejos. Sintió la urgencia de envolverse, así como se dejó invadir por completo por sus sombras hace tiempo.
Pensó que realmente se sentía identificada con el cielo de ese día. Todo era de un absoluto gris y la temperatura era ligeramente fría, pero todavía primaveral. La lluvia que se deslizaba parecía esfumarse apenas tocaba el asfalto y simulaba una tibia bruma. Silenciosa, sólo venía y desaparecía tras humedecer el aire y borrar los colores. Entonces todo resplandecía un poco más, los tonos verdes brillaban alrededor y parecía volver a repetirse.
A veces le molestaba sólo el paso del tiempo.
En momentos donde sentía que algo estaba a punto de acontecer y sólo era testigo de ello; del sol que iba a salir o la lluvia que finalmente caería con prisas. Pero ninguna de las dos cosas estaba pasando. Sólo era una analogía más a su vida.
Ese sábado su inyección fue la angustia. Justo frente a la biblioteca de la universidad, donde pasaría su tiempo hasta el partido, podía escuchar las personalidades dentro de su cabeza manteniendo discusiones tan absurdas. Julia sólo las observaba, ellas jamás se pondrían de acuerdo. Ya no ponía obstáculos en sus peleas. Si es por ella, podría ganar o perder quien sea, su final sería el mismo.
¿Cuál de todas ellas era en realidad?
Los pasillos vacíos del campus la recibieron con el eco de sus pasos surcar. Julia necesitó que la lluvia cayera para aliviar su corazón herido. Tal vez sólo un poco de ruido en su cabeza. Ellas eran tan escandalosas en días como estos.
Por rutina, Julia tomaría un libro al azar prestado de la biblioteca. Ahogaría su cabeza en palabras por un tiempo, sus personalidades nadarían en asfixia ante una corriente mayor y quizá, también ahogaría esas torpes mariposas de su estómago con un amargo y cargado café. Julia salió de la biblioteca con un libro entre sus manos, decidida a tomar un vaso del oscuro líquido en la máquina expendedora justo en frente, en el pasillo.
Sostuvo el vaso de plástico, observando cómo era llenado a la vez que el aire espesaba por el humo saliente y el aroma a granos baratos del café universitario comenzaba a saciarla, sólo por sentirlo. Tomó su vaso lleno y, con libro en mano, se giró en dirección a la biblioteca.
Supo que algo estaba ocurriendo segundos antes de actuar. En parte porque de su espalda provenía una energía densa que la estaba llamando. Al darse la vuelta, vio a Gloss de pie a tan sólo unos pasos. No había oído el ruido característico de alguien acercarse.
Él llevaba la misma sudadera negra de la anterior vez y las zapatillas que tanto acostumbraba. Sólo que esta vez lo distinguían unas gafas de pasta gruesa que endurecían las facciones de su rostro, volviéndolo más maduro.
Julia se sorprendió tanto de verlo allí que apretó el vaso de plástico en sus manos, volcando algunas gotas calientes en su mano. Maldijo ante el ardor. Lo había dejado llenar demasiado.
Entonces Gloss se acercó a ella y le ofreció un pañuelo. En silencio, sus movimientos eran casi automáticos y rodeados de un aura capaz de tensionarla. Nunca había visto esa expresión en Gloss.
—Gracias —aceptó. Sonrojada, comenzó a limpiar el café derramado que se sentía tan insulso ahora—. Realmente me sorprendió. No lo escuché llegar, Gloss.
¿Por qué él seguía en silencio? Julia subió su cabeza desorientada, hallando una mirada que volvió gélido su corazón. Algo había cambiado de la anterior vez. Él ya no era el mismo. Los ojos de Gloss habían sido cubiertos por una bruma que le recordaba al cielo de esa mañana. Absoluto gris. Parecía que alguna fuerza mayor le hubiera arrancado la vida de las pupilas, cruelmente y sin piedad.
Ahora él la veía a los ojos y podía sentir cada uno de sus sentimientos fluyendo en su propia alma. Había perdido ante sus ojos achocolatados.
La punta de la lengua de Gloss recorría el interior de su mejilla. De vez en cuando relamía sus labios ligeramente secos por los cambios de temperatura. Continuaba mirándola como si quisiera explicarle algo a través de sus ojos. Luego, sus puños se aprietan y Gloss se marcha sin decirle nada.
Podía ver su nuca y la recordaría de esa forma siempre. El inicio de la capucha de su sudadera negra cayendo por sus hombros, dos argollas tintineando entre su cabellera rubia. Y la nuca más bella que había visto alguna vez se había vuelto increíblemente angustiante.
¿Qué diablos le pasaba a Gloss?
Sintió deseos de correr para alcanzarlo, pero supo que no tendría ningún sentido hacerlo. Tenía la certeza de que Gloss no le diría nada y lucía tan molesto que no quisiera ser quien lo perturbara en ese estado. Suspirante y con un aura más pesada de la que traía, Julia se encerró en la biblioteca con un vaso de café frío y sumamente amargo. Había olvidado la discusión interior que estaba manteniendo minutos atrás.
Ahora lo que debía ahogar tenía un apodo tan dulce como el azúcar y una mirada tan agria como el café entre sus manos. ¿Dónde había quedado el escolta que admiraba por sus grandezas?
Julia permaneció leyendo por el resto de horas. Se salteó el almuerzo, no le importaba el escándalo que hacían sus tripas reclamando alimento. Algo en su estómago ardía y no podría culpar al café que había ingerido.
Por la ventana de la vacía biblioteca universitaria podía ver al equipo de baloncesto calentar sus músculos. El partido iniciaría en poco menos de una hora. El cielo todavía espesaba por una neblina caliente y podía divisar a Gloss allí, justo bajo un techo, estirando el tren inferior con el uniforme del equipo puesto. Podría reconocer esa cabellera rubia incluso a la distancia, entre más de veinte alumnos o hasta en una ferviente multitud. Porque era algo más, un hálito que lo distinguía del resto, una especie de señal que se iluminaba cada vez que él estaba viéndola en el mismo momento, espacio y tiempo.
Era algo que incluso al día de hoy Julia no podría describir con palabras, algo que lo excedía a todo entendimiento.
El partido salió victorioso con una amplia diferencia a favor del equipo de Gloss. Al igual que la anterior vez, él se convirtió en la figura más llamativa de la tarde. Dentro de la cancha parecía que nada había pasado, pero Julia sabía que lo de hace horas atrás no había sido obra de sus pensamientos. Se sentía abatida, las voces en su cabeza habían vuelto en algún momento del partido, especialmente las sintió intensificarse luego de haberse cruzado con el profesor Kim en los pasillos, saliendo de la biblioteca. La había ignorado y ella también lo hizo.
Saliendo de las gradas, todo estaba dándole vueltas. No era novedad para nadie que Julia lucía más opaco y falto de vida que la semana anterior. ¿Cómo es que un ser humano podía sentirse muerto incluso cuando su cuerpo biológico luchara por seguir viviendo?
No tenía fuerzas para alentar a Gloss, pero supo que las porristas y el público estaban haciendo un buen trabajo cuando coreaban su nombre y el resto del equipo lo levantaba en el aire, con una medalla dorada en el cuello. Gloss reía abiertamente y si algo fue capaz de detenerla, sólo había sido el poder de aquella escena.
El tiempo sólo transcurría para cada persona por igual. Sin embargo, justo en ese instante, Julia se sentía como la única testigo de ello, la única capaz de darse cuenta de su inmensa fuerza. Las rosadas encías de Suga dejaban mostrar unos caninos pequeños y puntiagudos. Se preguntó cómo un ser humano podía brillar tanto como el sol y la luna fundidos a la vez.
Julia pasó de largo sintiendo que dejaba algo importante atrás, pero ya era tarde para intentar recuperarlo. Como siempre, su presencia sólo era una brisa entre las personas. Nadie se había girado a mirarla, nadie fue capaz de sentir lo espeso que se volvía el aire cuando ella estaba alrededor, nadie era capaz de sentir el hedor a putrefacción que salía de la frialdad de su cuerpo.
El entrenador Do-Yun conversaba con el profesor de Latín I justo cuando ella pasó al lado de ellos. Ninguno la había detenido. Incluso cuando hacía una semana que Julia faltaba a los entrenamientos de baloncesto.
Mientras se alejaba del estadio, repentinamente recordó la discusión que mantuvo con sus padres el día anterior.
—Joder Julia, te estás comportando como un problema. ¿No entiendes que ya tenemos suficiente para también tener que cargar contigo? Sólo mira cómo pones a tu padre —aquella mujer que le había dado la vida tenía la frente recargada en su mano delicada, adornada con los más bellos anillos.
Lucía abatida de sólo haberla tenido.
Su padre, en la mesa, fumaba un habano sin importarle que Julia estuviera terminando de cenar justo al lado. Fundiéndose con el humo flotaba un hedor a whisky y un perfume propio de él que siempre le provocaba náuseas.
—Me estás comenzando a poner nervioso, Julia. Si no vuelves a la universidad, te lo he advertido. No me importará internarte en un psiquiátrico. ¿Eso es lo que quieres? ¿Te cagarás en todo lo que hemos hecho por ti? —furioso, su padre exhaló el humo.
Julia dejó de comer justo en ese momento. Todo le daba asco, sólo quería desaparecer. Incluso respirar le estaba costando.
—Escucha a tu padre, Julia. Levanta tu cabeza cuando tus padres te hablan —su madre espetó, golpeando la mesa con sus uñas postizas para que prestara atención.
—Sí, padre. Volveré a la universidad el lunes —se obligó a responder con su voz monótona.
—Eso espero. Si me llego a enterar que perdiste el año por andar con gilipolleces de querer matarte, sabes lo que te espera. ¿Oíste, Julia? —insistió el hombre, tomándola del brazo con fuerza.
—Ya, cariño. Creo que ha entendido. Déjalo ir a su habitación —intervino la mujer.
—Gracias, madre.
Julia sintió alivio por no tener que seguir en esa mesa.
—No creas que lo hago por ti —se apresuró a decir, posicionándose al lado de su padre—. Comenzarás a trabajar el próximo mes. No seguiremos manteniendo tu universidad si te comportas de este modo. Con tu padre llegamos al acuerdo de que lo que te falta para madurar es esforzarte por ti misma. Sólo así dejarás esas tonterías de querer matarte. ¡Sólo deja de querer llamar nuestra atención, Julia!
Julia sólo observaba un punto.
Algo se estaba rompiendo cada vez más. ¿Por qué esperaba algo diferente en primer lugar? Si ella desapareciera, no le importaría a nadie. Fue en ese momento cuando decidió que ya no podía seguir viviendo ese infierno.
De vuelta a su realidad presente, Julia pateó algunas pequeñas piedras dejándolas rodar por el asfalto. El recuerdo de sus padres sólo le había provocado un profundo vacío. Ya no había tristeza, ira ni dolor. El cielo de absoluto gris se desplegaba justo frente a sus ojos como una extensión o continuidad de sus sentimientos.
Mientras salía del estadio había logrado ver a Hyun y Hoon de espaldas a lo lejos. Gloss estaba hablando con ellos, era filmado por la cámara del moreno y lucía reservado mientras la gente se acumulaba alrededor, observándolo hablar. Julia sólo pudo sonreír con melancolía.
Había funcionado. Tal vez después de todo había logrado conocer lo más esencial de Gloss, eso que a veces ni el tiempo permite atrapar. Sólo lo había sentido con seguridad una vez en la vida y se alegraba por saber que había sido con él.
Sintió un escalofrío recorrer su piel desde la punta de sus pies hasta el cuello. Se volvió una realidad que la abrazó por completo. Moriría. Terminaría con su miserable yo. Ya no tendría que desahogar su ira en la almohada, quebrarse en frente de la luna cada noche, enroscarse en el suelo, inundada de lágrimas tan gruesas y un cuerpo diminuto, frío, sin color.
El dolor que gritaba por salir dentro de su pecho y nadie podía escuchar estaba por llegar a su fin. Sólo debía volver a casa.
Desearía haber visto los ojos de Gloss una vez más. Desearía haber sentido eso que nacía efímero cada vez que lo miraba, por una última vez. Pero ya era demasiado tarde.
Julia continuó caminando con su cabeza gacha y mirada perdida. A unas cuadras de allí estaba la parada de autobús. Justo al lado, la estación de tren se aparecía tan maravillosa y llena de vida. Los árboles de cerezo se mecían por la suave brisa. El rosa pálido brillaba con intensidad entre el cielo gris que abarcaba todo. Las personas pasaban, tan rápidas como ráfagas fugaces que pronto se volvían manchas borrosas en su memoria. Era sábado y podía sentirse en los jóvenes llenos de esperanza que esperaban el tren que saldría rumbo a la capital.
Podía oír algunas de sus conversaciones, aunque sólo se esfumaban en el aire antes de poder precisarlas. Julia estaba de pie, mirando la estación de tren con un profundo sentimiento en el pecho. Pasaron algunos niños correteando justo frente a ella, empujándola suavemente cuando uno de ellos quiso agarrar la paleta que el menor le había robado. La madre de ellos se disculpó, sosteniendo su vestido cuando sopló una fuerte ventisca.
Julia sólo permaneció inerte, sin mover un músculo. Un débil rayo de sol se aparecía cada tanto, volviendo blancas las nubes más próximas. El suave halo de luz caía ahora sobre sus pies.
Ella no tenía ganas de regresar a casa. Ahogarse en la bañera, colgarse en su habitación o simplemente lanzarse a las vías cuando el tren pasase. ¿Cuál era la diferencia si todo la llevaba al mismo lugar? Sus ojos se nublaron tanto que parecía que algo había escindido de su cuerpo.
Sólo lo haría. Lamentaba llamar la atención con su muerte. Ella jamás lo hubiese deseado de ese modo. Pero ya no podía soportarlo más.
Da un pie al frente y siente su mente en blanco. Sólo puede ver esa raya amarilla en la punta de sus zapatos y el pitido de un tren a punto de pasar. La gente está tan distraída y la estación de tren tan llena de vida que nadie es capaz de ayudarlo.
Julia lleva los ojos cerrados esperando el final.
Lo próximo que siente es una fuerte ráfaga sobre su rostro. Todo fue tan rápido que ni siquiera es capaz de sentir dolor. ¿Algo la había jalado hacia atrás?
Cuando sus ojos se abran, ¿estará muerta?
El tren estaba pasando. De pronto se halló viendo los ojos de Gloss, llenos de miedo y no era capaz de procesar nada.
8. FLORES DE CEREZO
Belleza efímera
El tren pasó justo sobre su perfil, entregándole una poderosa ráfaga fría. Podía sentir el fuerte ruido de las vías a centímetros de su rostro volviéndose algo lejano. El cielo se despejaba por algunos pájaros que volaban asustados.
Tan asustados como Gloss en ese instante.
Estaba viva. El suave halo de luz que caía sobre la cabellera rubia del chico que la sostenía se lo confirmaba. Sus ojos volviéndose de un café claro bajo el reflejo de la tarde en primavera y el particular aroma a limón que desprendía era ahora tan agrio como sus sentimientos. Gloss la sostenía de la cintura con fuerza y a pesar de que las lágrimas no caían en sus blancas mejillas, toda su expresión clamaba dolor.
¿Ella había sido la dueña de eso? ¿Esa expresión era su culpa?
Se miraban a los ojos como si el mundo se hubiera detenido. Allí no había estaciones, no había cerezos alrededor ni un aire triste por el tren que ahora se volvía un punto lejano a la distancia. Sólo había miedo, un miedo tan profundo que Julia se sintió paralizada. Esa misma mirada había sido, desde inicio, únicamente para ella.
Julia comenzó a llorar cuando oyó la voz de Gloss temblar en un alarido.
—¿¡Qué mierda estabas pensando, Julia!? ¿¡Ah!?
Gloss la tomaba de los hombros y tiraba su camisa con tanta fuerza que podía sentir los hilos de la tela tensionar. Sentía sus dedos hundiéndose en su carne mientras la zarandeaba, desesperado porque recuperara su consciencia.
—Julia, ¿qué mierda haces? ¿¡Cómo puedes siquiera pensarlo!? —la voz de Gloss continuaba doliendo en sus oídos.
Gloss gritaba y era como si la nieve cayera sobre sus hombros desnudos. Se sentía tan sola, tan avergonzada por haber sido vista en el estado más horrible que cualquier ser humano podría. Estaba poseído por sus sombras. Gloss sólo había conocido la parte más brillante. Lo había asustado.
Y sin embargo, Julia no había podido apartar sus ojos de él en ningún momento. Su voz, atrapada en su garganta, no era capaz de pedirle que se detuviera, que estaba haciéndole daño. ¿De qué servía? Se lo merecía. Era patética.
—No deberías, no. Joder, ¿¡qué hubiese pasado si no llegaba a tiempo!? —aquello parecía decírselo a sí mismo.
Poco a poco los zarandeos iban disminuyendo hasta convertirse en ligeros pedidos de razón, suaves sacudidas que le recordaban a los sentimientos de su infancia. Las personas que pasaban los miraban de forma extraña. Una pareja rubia abrazada, uno de ellos llorando en su consuelo y otro tan molesto que casi había quebrado los botones de su camisa por la fuerza ejercida. Ahora sus pálidas manos tenían las venas azules y la punta de sus dedos resaltaba ligeramente enrojecida. Tenuemente, los dedos se calmaban; bajaban por sus brazos como otorgándole una caricia.
Nadie allí había notado lo que estuvo a punto de pasar. Que uno de ellos le había salvado la vida al otro, incluso contra su voluntad.
—No deberías, Gloss… —de pronto la voz de Julia salió, tan tersa como si hubiera estado guardada bajo llave tanto tiempo.
Ahora sólo estaba llena de polvo. En algún momento, había hecho a los pies de Gloss retroceder mientras lo sostenía de la sudadera con sus pequeñas manos hechas un puño. Julia escondió el rostro en el pecho ajeno, allí donde el aroma se concentraba y se volvía sólo un punto de calidez para su corazón. Un lugar donde podía llorar tranquila.
Gloss llevó la mano a sus cabellos mientras la rodeaba protectoramente con su brazo libre. Sus pies no dejaban de retroceder, impulsados por el incesante llanto de Julia.
—¿No debí qué? —susurró, la ronca voz la besaba, aterciopelada.
—No deberías haberme salvado, yo… Yo no quería volver a casa… No quería ser salvada.
Gloss chocó contra un cartel publicitario, permaneciendo de espaldas allí, con Julia en su pecho tironeando de su sudadera negra.
Sólo podía acariciar los cabellos en su mano que en algún momento habían sido tan brillantes como el sol y tan suaves como los cerezos. Sólo podía esperar consolar su alma helada.
—Sabía que ibas a hacerlo, Juls —confesó, entrecortado—. El profesor Kim Seo-Jun me lo advirtió y luego fue Do-Yun. A pesar de que sólo era una sospecha, una parte de mí realmente se negaba a creer que ibas a hacerlo. Por eso estaba tan enojado esta mañana, sólo quería entenderte. Quería que confiaras en mí pero me sentí un idiota. No pude hacerlo, me sentí tan confundido —de pronto, el cuerpo entero de Gloss la abrazó, rodeándola como si lo más preciado de su vida pendiera de un hilo—. Si te hubiese abrazado justo así hace unas horas atrás, si te hubiese podido decir mis sentimientos. ¿Habrías querido desaparecer de este modo?
Podía sentir los brazos delgados tirándola hacia su pecho. Los latidos del corazón de Gloss se oían acelerados en los labios de Julia, que temblaban fríos en el cierre metálico de la sudadera. Las lágrimas pronto humedecerían la tela y una sensación de calidez que nunca había sentido la invadiría como una oleada de profunda energía. El abrazo de Gloss tenía un poder sanador en su alma.
—Ellos me pidieron que te buscara, que me acercara a ti para ayudarte. ¿En verdad a nadie más le harías caso sino a alguien que acabas de conocer? —Gloss quiso bromear. Pudo sentir su respiración en el nacimiento de su cabello.
—Sólo déjame sola… No quiero que veas a mi miserable yo tan de cerca —la voz de Julia salió ahogada en el cuerpo que lo envolvía.
Sin embargo Gloss no se movió ni un milímetro. Él no se fue de su lado, no importaba que del cielo comenzara a caer una lluvia tibia. El sol había salido entre las nubes blancas mientras esa lluvia tranquila consolaba sus corazones.
—No te dejaré sola, Juls. Puedes contar conmigo ahora.
Se encontraban en un parque a unos metros de la estación. A Gloss le gustaba mucho ese lugar y creyó que sería buena idea invitarla. De nuevo, no le importaba mojarse bajo la lluvia. Él había ido a comprarle un refresco y un sándwich a la tienda de veinticuatro horas de la esquina, donde un viejo amigo suyo trabajaba.
—Supuse que no habías almorzado. ¿Estoy en lo cierto? —recordaría por siempre la sonrisa despreocupada de Gloss cuando asintió tímidamente, tomando el emparedado.
Sus cabellos lucían húmedos y su rostro levemente más blanco. Él tomó asiento a su lado en el pasto. Traía un café frío enlatado y un pequeño techo de cemento los cubría. Era como una especie de cancha solitaria que se encontraba al interior de ese parque, algunos metros adentro.
—¿Sueles venir aquí seguido? —Julia sintió la necesidad de desviar el tema, temiendo las posibles preguntas sobre ella que llenarían el silencio.
No se sentía sin embargo como algo forzado. Todo surgía tan natural cuando se trataba de él.
Un murmuro ronco salió de acuerdo de los labios de Gloss.
—Es mi lugar preferido cuando quiero estar solo. ¿Ves esto de aquí? —Gloss señaló la pared de cemento, donde tenía algunos lugares cubiertos de tierra y marcas antiguas—. Lo hice con mi pelota de básquet mientras practicaba hace unos años atrás. El suelo terminó rayándose también y hay algunos huecos en el pasto. Aunque antes lucía peor, todavía puedes verlo. En esas épocas practicaba muy duro.
Julia asintió, mordiendo el sándwich en silencio. Quería ver el perfil de Gloss mientras gesticulaba, pero no se sentía capaz de hacerlo. Sólo podía sentir el sabor salado del queso y el jamón fundiéndose en su boca y la tibia humedad en el aire. Su corazón latía despacio, en calma.
—¿Por qué lo hiciste, Julia?
Debió suponer que al silencio le seguiría, naturalmente, esa pregunta. No podía seguir huyendo de ella, era lo mínimo que le debía.
—Estoy muy avergonzada, no sé cómo sentirme. No sé qué decir tampoco, porque debes imaginar que no hay una sola respuesta para eso. Son muchas cosas juntas —Julia ladeó su cabeza, evitando verlo a los ojos.
El rubio cabello caía esponjoso por su suave perfil, impidiéndole desnudarse nuevamente ante el mayor. Los dedos trémulos de Gloss se acercaban de a poco a su pequeña mano, imperceptibles en el silencio íntimo de dos cuerpos llamándose uno al otro.
—Puedo escucharte, no tengo nada que hacer —habló él.
—Lo siento, no puedo.
—¿De verdad ibas a morir?
Julia limpió sus manos con una servilleta cuando terminó el sándwich.
—Iba a hacerlo —confirmó—. Todo estaba en mis planes desde hace meses. Tardé mucho en pensar cómo sería hasta que el sábado anterior fue remarcado con rojo en mi calendario. Esperé, esperé hasta que poco a poco esa fecha se fue atrasando una semana hasta el día de hoy. Este sábado. Realmente creí que sucedería hasta que llegaste tú.
—¿Qué fue lo que te frenó de hacerlo el sábado anterior?
Julia bajó la cabeza, avergonzada. No quería mentirle pero tampoco sabía si decírselo era lo correcto. Terminó escuchando los latidos de su corazón que pronto se habían desenfrenado por los sentimientos que drenaban de su alma.
—Fue… Fue haberte conocido, o algo así —musitó, tan bajo y suave que Gloss no habría podido escucharla si la lluvia hubiese sido sólo un poco más fuerte.
Sus mejillas ardieron. Incluso aunque eran los únicos llenando ese lugar, nadie más lo había oído.
Tal vez por eso todo se sentía más intenso.
No quería escuchar las palabras que Gloss tenía por decir. Estaba tan avergonzada que su propia lengua había dado rienda suelta.
—Lucías tan genial. Te convertiste en mi modelo a seguir. Cuando supe tu apodo, pensé fuertemente que quería ser como tú. Y… Luego no te importaba mojarte bajo la lluvia. Hablabas tan sabiamente como si supieras todo lo que yo desconocía. Que sentí ganas de descubrirlo para saber cómo te sientes. ¿En qué cabeza cabe un suicidio si yo… Quería encontrar algo así con tanta fuerza?
Julia se hizo pequeña, abrazando sus rodillas. Sus ojos observaban la inmensidad del cielo que se extendía frente a sus ojos. La lluvia fina caía sobre el pasto en una danza melodiosa que pronunciaba los aromas y colores.
—Julia…
—Lo siento, no debí decir tanto —se escondió—. Sólo olvídalo. No pienses que me gustas o algo así… ¿Te di asco?
De pronto escuchó una risa. Se camuflaba con la lluvia pero podría precisarla incluso en la tormenta. Era grave pero peculiarmente agridulce. Tal vez ácida al final. Podía sentir los sabores en su corazón. Julia no sabía que podía vivir tantas cosas hasta que lo encontró en su camino.
—¿Me permites darte un consejo? —Julia asintió bajito—. A veces no hay que tener un sueño o un gran propósito para seguir viviendo. Sólo debes seguir adelante. Sólo seguir adelante sin mirar atrás, en un ritmo prolongado y sin pensar en nada. Algún día notarás que llegaste muy lejos y ese sentimiento habrá desaparecido. También me he sentido así hace unos años y lo sé bien. Resistir es difícil pero no pensar en lo que estaba haciendo, si lo hacía bien o lo hacía mal, eso es lo único que me ha ayudado. A pesar de todas las palabras que recibí de quienes eran mis amigos en ese entonces.
Julia permaneció en silencio. Lo invadían tantas emociones que su corazón iba a saltar de su pecho. El sentimiento era tan cálido que la había inmovilizado y sólo parecía aumentar a cada segundo.
—En realidad no soy tan bueno consolando a las personas, pero… ¿Puedes mirar el cielo un segundo?
De a poco, Julia subió su cabeza confundida hasta que logró entenderlo. Había un hermoso arcoíris surcando sus siete colores en el cielo. Allí, buscando brillar entre las nubes blancas y el cielo azul que se había despejado. El reflejo caía como un halo mágico en los charcos más cercanos y no obstante la lluvia seguía cayendo, suave, suave.
Sus pupilas temblaron.
Pero incluso en la hermosa vista Julia sólo podía ver el precioso rostro de Gloss. Sería así por el resto de los días.
El lunes llegó pronto. Y contrario a lo que creía, para cuando el sol había salido Julia se encontraba en la puerta de la universidad. Había recibido numerosos mensajes de Gloss quien se aseguraba de una forma tan tierna que estuviera bien. Julia no regresaba a la universidad debido a las amenazas de su padre. Julia decidió regresar porque Gloss le había dado ganas de vivir.
Todavía no podía decir que lo hacía por sí misma. Si hacía silencio, todavía podía escuchar a sus sombras discutiendo dentro de su cabeza, diciéndole que no lo intentara más, que simplemente rendirse era su ansiada liberación. Entonces le llegaba un mensaje de Gloss, cualquier tontería sin importancia, incluso una imagen de su mascota o de su rostro recién despierto y una amplia remera pijama todavía puesto; cualquier cosa era capaz de hacer una pausa en su corazón y llenarlo de vitalidad. Entonces Gloss estaba ahí, cálido en su presente, y se veía capaz de obligarse a sí misma a salir de la cama.
En ese momento Julia ingresó al aula de Latín I. Había revisado su celular por última vez hallando una fotografía de Gloss cepillándose los dientes. Era tan adorable.
Sonrojada, titubeó al sentarse en su pupitre de siempre, sin poder ocultar la sonrisa natural que le salía al recordar los adormilados ojos del escolta con pasta de dientes en la mejilla. Estaba tan perdida en sus nubes que no había notado que el profesor Kim yacía ahí, como siempre, tomando su desayuno.
Quizá fue el aroma a pie de limón el que la sacó de aquel viaje. Al notar que se trataba del profesor Kim, se sobresaltó tanto que dejó caer sus cuadernos, avergonzada en la misma medida.
—¡Julia! ¿Estás bien? —él parecía estar ocultando una risa en su expresión.
—Sí, sí… Lo siento, sólo no noté su presencia —Julia recogió sus cuadernos, ordenando el flequillo que se había despeinado al reclinarse—. Profesor Kim, ya que está aquí ¿puedo decirle algo?
—Adelante.
El profesor Kim le regaló una sonrisa llena de pie de limón. Ese aroma comenzaba a marearla.
—Ya no vuelva a hablar con mis padres, por favor. De verdad no vuelva a hacerlo —a pesar de que quiso agachar su cabeza, no lo hizo—. Puedo hacerme cargo de mis cosas yo sola. No los meta más.
El silencio fue la única respuesta. Todavía el limón flotaba como si quisiera adormecerlo. Julia inhaló profundo, sin bajar la mirada de ojos temblantes que nadaban en recuerdos amarillos.
Llegó una sonrisa orgullosa del mayor.
—Tienes más color en tu rostro. ¿Acaso conociste a un ángel anoche?
Esas fueron las últimas palabras de Seo-Jun antes de que los alumnos comenzaran a ingresar y él tuviera que dejar de lado su desayuno de limón.
Julia deseó darle una mordida a ese pastel en toda la clase.
9. AZAHARES
Pureza
Debido a que Gloss había dejado la universidad, decía realmente no tener nada que hacer. En sus años de adolescencia no había hecho nada más que perder el tiempo y ahora que era un joven de veintidós años, tampoco sentía que hubiera logrado mucho. Se suponía que al ingresar a la universidad, a una carrera de su agrado, las cosas serían diferentes.
Pero eso no había pasado.
—Lo único que nunca fui capaz de saltearme fueron los entrenamientos. Este año también quedé libre en las materias de este semestre. ¿Todavía te sigo pareciendo alguien genial?
Gloss estaba acostado en un pupitre usando su brazo como almohada y jugaba con una flor silvestre en sus manos como si fuese lo más interesante del mundo. Julia, apoyada en el ventanal, le sonrió.
Fue como si un acuerdo implícito surgiera entre ellos. A partir de ese día y hasta que él se marchara de su vida, Julia se saltearía las clases para estar con él.
Entonces sólo “perderían el tiempo”, como su mayor solía nombrarlo. La sala de depósito de la universidad nunca se sentiría tan llena de vida como cuando estaban juntos. Gloss, cual veterano, conocía todos los horarios y sabía los momentos en los que estaba vacía. Nadie los interrumpía, sólo eran ellos dos. Y se había formado una costumbre sin quererlo, de aquellas que aparecen y desaparecen desprevenidas y quedan grabadas en el corazón por un largo tiempo.
El depósito de la universidad era un aula más, con sus pupitres y aburridas pizarras. También había amplios ventanales donde podías ver un árbol de cerezos justo en frente, el cual daba a un estacionamiento. A Julia le agradaba la claridad que ingresaba por las tardes y la palidez del cielo cercano a la noche. Las paredes del aula tenían frases, garabatos y dibujos de todos los alumnos que habían puesto sus memorias allí.
No parecía el aula de una universidad y eso lo hacía sentir más significativo.
Durante esos días aprendió mucho de Gloss. Supo que tiene una vida difícil, que sus padres lo echaron de casa unos años atrás, cuando decidió dedicarse al básquetbol y enterrar su vida en lo que para ellos era un paso libre al fracaso. Actualmente Gloss vivía con su hermano mayor, sus pocas pertenencias estaban en cajas y un sillón en el living había sido su cama desde sus últimos recuerdos. No tenía una vida fácil, no tenía una vida normal, desde que sus padres lo echaron jamás volvieron a preguntar por él.
Su hermano mayor sólo sentía lástima, quizás una pequeña culpa por no haber hecho nada en su momento, cuando su hermano fue echado a la calle como si fuera un perro viejo. Pero Gloss decía estar bien con eso, él no necesitaba la aprobación de nadie más.
Sin embargo, algunos días se sentía solo. Algunos días no podía evitar pensar qué hubiera sido de su vida si hubiera tomado decisiones diferentes, si hubiese escuchado a su familia ese día antes de que la puerta de la casa de su infancia se cerrara para siempre.
—Está atardeciendo. ¿No deberías volver a casa? —la voz de Gloss se oía ahogada por la posición.
Julia se encontraba jugando con algunas acuarelas en el piso, intentando dibujar con esmero la puesta de sol en el estacionamiento. Por primera vez en largos años, estaba pintando algo diferente al paisaje de su ventana. No supo por qué un hecho tan simple se sintió tan esperanzador.
La voz del mayor, contrario a lo que le sucedía con cualquier otra, no interrumpía su concentración. Al contrario, Julia se veía capaz de pintar por horas mientras lo oía hablar. Y sin embargo, esta vez había sido algo más lo que rompía su burbuja.
—No quiero. Hoy realmente no quiero volver a casa…
—¿Pasa algo malo, Juls?
La rubia negó suavemente, abultando sus mejillas.
—No es nada. ¿Podemos seguir juntos un poco más?
—Claro, pero la universidad está por cerrar pronto. Salgamos —dicho eso, el pálido dio un salto perezoso desde el banco y le ofreció su mano a Julia.
Avergonzada, tomó sus colores y las hojas que estaba utilizando y aceptó su mano. Cuando logró ponerse de pie, sacudió sus pantaloncillos blancos del polvo que probablemente se había adherido y nuevamente allí estaba, esa cálida corriente que le recordaba a las frías nubes iluminadas por el sol y ahora todo aquello hermoso en el mundo bajaba justo hacia la conexión de sus manos.
Gloss no soltó su mano sino algunos segundos después que se prolongaron eternos.
De algún modo, terminaron jugando por horas en la plaza cercana al campus. El sol ya había caído por completo dando paso a un manto completamente oscuro donde diminutas estrellas titilaban. En aquel parque, Julia hamacaba al mayor suavemente quien iba ya por su tercera lata de cerveza. En su defensa, Julia sólo había bebido dos, todavía no estaba mareada. Pero resultaba tan divertido oír la risa de su mayor cuando aumentaba la velocidad y ella bromeaba acerca de que sus intenciones eran hacerlo vomitar.
—¡Sunbae, usted me pidió más fuerte! —se carcajeó.
Podía sentir el aroma a la colonia de Gloss esfumándose en el aire cada vez que volvía a acercarse a ella. A través de la sudadera negra, sentía los músculos formados de su espalda al momento de hamacarlo tersamente, en un ritmo cómodo para los dos. En el cielo no había luna pero los pequeños pastos brillaban en un verde intenso con la luz de los faroles amarillos que suavemente se colaba. Flotaba un ligero aroma a tierra húmeda por el rocío y el champú de menta y miel que escindía en el aire.
—Ah, Juls… Estás buscando mi venganza —fingió ofenderse cuando el ritmo finalmente se aminoró, pero todavía podía ver el asomo de su sonrisa en su voz.
La nuca de Gloss sería algo que siempre recordaría y el modo en que esos cabellos platinados brillaban bajo los faroles en una noche primaveral. Él tendría que irse pronto, pero ninguno de los dos había hablado de eso. Tal vez debido a ese motivo cada segundo a su lado era algo que Julia apreciaría con el mismo sentimiento que los fuegos artificiales: algo efímero, que por esa misma razón adquiría una belleza inefable.
—No tengo miedo a ser hamacada con fuerza. Podría incluso dar una vuelta en el aire y no derramaría ni una gota de cerveza —alardeó.
Y en cierto punto, lo cierto es que ya no podía sentir miedo de nada en su vida. La felicidad que sentía en días como estos la rebalsaba tanto que su corazón se sentía omnipotente. Entonces Gloss se puso de pie y la miró con su ceja en alto, dándole un trago a su cerveza y permitiéndose limpiar la boca con el dorso de la mano.
Ladeó una sonrisa y su cabeza también.
—Siéntate, Juls.
La menor así hizo, dejando su lata a un costado y tomando asiento en la misma hamaca. Pronto sintió las manos del mayor a la altura de sus omóplatos y no supo por qué todo su cuerpo comenzó a cosquillear de pies a cabeza. Era una sensación de vulnerabilidad que no había sentido antes, como verse perdida en medio de un bosque de profundidad desconocida.
Pronto Gloss comenzó a mecerla suavemente mientras las estrellas se reflejaban en sus ojos. ¿Por qué el cielo lucía tan brillante hoy? ¿Eran las estrellas o era el hecho de encontrarse juntos bajo ellas?
—Creo que esto es muy suave para considerarse una venganza, sunbae. ¿Estás subestimándome, verdad?
El mayor dilató su silencio unos momentos, las manos que iban y venían empujando sus omóplatos simulaban caricias cada vez que estaban cerca. Entonces Julia se hallaría deseando que el descenso durara por siempre.
—Juls. ¿Por qué no querías volver a casa hoy?
Y de nuevo ahí estaba. Otra de esas preguntas incómodas que Gloss hacía de vez en cuando, pero sólo demostraban cuánto se preocupaba por ella, incluso aunque sintiera que no lo merecía en lo absoluto. Era en contra de su voluntad, siempre iría al revés de la corriente que los pensamientos de Julia ondeaban y Gloss insistía que era negativo, un bucle tóxico que debía romper desde el inicio.
—Sólo… Mi familia es un asco. Es viernes, como cada viernes detesto ver a mi padre llegar borracho del “trabajo”. Por supuesto que él no vuelve de la oficina a las diez, sino del prostíbulo. Simplemente no quiero, no quiero oír la ira de mi madre consigo misma, no quiero escucharlo, no quiero saber nada de esto —murmuró, su voz acurrucada por el suave vaivén que el mayor mantenía.
—Eso suena jodido —musitó segundos después.
—Lo es.
Cuando entonces Gloss dejó de hamacarla, la menor no pudo más que sostener las cadenas de su asiento con fuerza, pensando que quizá lo había arruinado. No quería darle lástima a nadie pero era todo lo que estaba consiguiendo contándole su patética vida.
Y sin embargo, bastó escuchar las próximas palabras de su sunbae para entender que su profesor había tenido razón sin quererlo, que ella definitivamente había encontrado un ángel en su camino.
—¿Me permites distraerte de todo esto por hoy? Seguiremos perdiendo el tiempo hasta muy tarde. No importa el lugar. Entonces cuando vuelvas a casa, él ya no estará despierto para molestarte —le sonrió, su nívea piel brillaba en la luz de la noche.
Julia lo miró, hace tiempo que estaba perdida. Ella no pudo decirle que su única casa estaba frente a sus ojos y quizás a unos años luz de distancia, allí donde el cielo circundaba de galaxias y estrellas. En la tierra no había casa para ella, sino una persona que comenzaba a querer mucho cada día.
Entonces sólo pudo sonreírle, como se sonríe a las buenas cosas, dejando el corazón en unos ojos de medialuna y perlas brillantes que arrugaban sus mejillas y dejaron al mayor anonadado, porque era la primera vez que Julia reía de ese modo. Con euforia. Detrás de ella, un sentimiento que aún no tenía nombre pero atesoraría por siempre.
Ninguno tuvo que esbozar palabra alguna otra vez para entenderse. Comprarían otra lata de cerveza y tontearían borrachos por la ciudad, caminando por las calles desiertas pero iluminadas por los locales nocturnos. Los carteles publicitarios brillaban bajo las luces halógenas, algunos coches pasaban corriendo por los puentes de la ciudad y se llevaban con ellos el viento, el cual batía sus remeras con furia y los rubios cabellos de ambos parecían sólo uno a la distancia.
Las estrellas multicolores se reflejaban en las pupilas de Gloss al verla cuando le preguntó si podría tomar su mano. Cerca de ahí, había un lugar al que quería llevarla.
—Acompáñame, Juls —le tendió su mano.
¿Y cómo podría negarse? Si lo miraba con esos ojos chocolate que derretían cada escarcha de su corazón. Si esa mano, notoriamente más grande y blanca que la suya, enredada en sus venas y huesos, era capaz de envolver su dolor que para ella era inmenso; ahora cabía dentro de otra palma. Y de pronto el cielo era inmensurable, las luces se borroneaban como ráfagas mientras corrían tomados de la mano y Julia fue consciente de su propia ubicuidad, de la existencia que dolía pero al mismo tiempo entregaba tanto, porque evanescía, porque todo se sentía absurdo, sin sentido, sin embargo el tiempo se detendría siempre en sus diecinueve.
En aquella carrera torpe que comenzaron a hacer a lo largo del puente y cómo los autos que pasaban hacían juegos de luces. Sólo eran dos adolescentes intentando ser jóvenes por siempre. Allí, bajo un cielo sin luna, en una madrugada de primavera que escurría tan especial como la última noche de verano, ellos sólo correrían de la mano con sus corazones latiendo una energía muy intensa e incapaz de romperse.
Incluso aunque mañana las cosas fueran diferentes, incluso aunque todo cambiara con el tiempo, en ese momento nada importaba.
—¡Sunbae, mis piernas ya no aguantan más! —jadeó la menor, quien no estaba tan acostumbrada a la actividad física como aparentaba.
Sus pulmones ardían del esfuerzo. Entonces, ¿por qué reía feliz?
—¡Eres una debilucha, Juls! No digas que eso no fue divertido… —Gloss se detuvo, reposando en sus rodillas.
Todavía se daban la mano y a pesar de que estaban jadeantes, intentando recuperar el aire, y los muslos de la menor cosquilleaban en sus agujetas, todo se sentía correcto. La unión entre sus palmas era caliente por la sangre que circulaba.
—Lo fue… Gloss sunbae, ¿qué es este lugar?
Cuando Julia subió su cabeza, se encontró con una especie de carpa blanca dentro de un parque que no conocía. Estaba rodeada de árboles frondosos de azahar blanco, una bombilla de luz iluminaba por dentro pero no era capaz de ver nada.
—Ven, entremos.
Él no le dio tiempo a peinar sus motas de cabello rubio, las cuales se habían esponjado más de la cuenta y adherido a la ligera capa de sudor de su frente. Logró consolarla el hecho de que Gloss se hallaba igual, hecho un desastre perfecto y con sus mejillas arreboladas por el esfuerzo. Él era tan pálido que todo se le notaba, incluso su mirada era algo transparente.
Ahora brillaba y pudo notar la emoción circundando en su rostro cuando la guio al interior de la carpa, apretando su mano con fuerza y entrelazando los dedos que se habían escapado en la carrera. Sus manos se acoplaban como si estuvieran hechas para la otra.
Julia admiró maravillada el interior de la carpa. Allí había una cámara instantánea que imprimía tiras de fotos. No era nada especial, simplemente se sacarían fotos juntos, la había hecho correr metros sólo para algo que podrían haber hecho con sus teléfonos celulares. Sin embargo, era lo más significativo que alguna vez alguien hizo por ella y su corazón se sintió cálido.
—Sunbae, luzco horrible ahora mismo… —se avergonzó, intentando peinar sus cabellos presurosa, porque el mayor la había arrastrado ansioso hasta los pequeños taburetes frente a la cámara.
—Luces real. Ahora mismo, eres tan hermosa como una estrella —Gloss también se sonrojó tras soltar esas palabras automáticamente, sin haberlo pensado.
Entonces volvió a despeinar la mota de cabellos rubia, intentando molestarla. Por supuesto que lo consiguió, al menos desviaría la atención de las palabras que había soltado tan imprudentemente. Logró un puchero a cambio y unas mejillas infladas, algo adorable, pero el temporizador había resonado y comenzó a sacar las fotos antes de que pudieran notarlo.
No era lo que Gloss había planeado que saldría. Su sonrisa era real, porque Julia molesta era divertido, entonces sus encías rosadas salían a la luz en cada una de las fotos y la menor se mostraba sonrojada, ligeramente tímida, sosteniendo el agarre de sus manos con una mueca molesta.
De cabellos despeinados, ligero sudor en la frente y mejillas arreboladas. Estaban hechos un desastre pero no habían tenido que fingir la sonrisa en la foto.
—¿Cuál es tu favorita, sunbae? —la tira de fotos finalmente se imprimió, habían hecho dos copias para llevarse cada uno a casa.
—Todas lucen bien, pero personalmente me gusta la última.
—¿Por qué?
—Porque tu sonrisa es hermosa.
En la última foto, Julia señalaba al mayor, quien estaba haciendo una cara graciosa para hacerla sonreír. Las manos unidas se encontraban en el pecho de ella, justo a la altura de su corazón, mientras sus ojos desaparecían.
A Gloss no le importaba haber salido horrible en esa foto. Sólo por haber provocado esa expresión en ella, sería su orgullo más preciado a partir de ese día.
Cuando Julia llegó a casa, el reloj marcaba casi las tres. El tiempo al lado de Gloss siempre adquiría una intensidad especial que la hacía desconectarse del mundo. Cerró la puerta despacio, intentando hacer el menor ruido posible, sin embargo cuando dejó las llaves en la entrada y encendió una pequeña luz para secar sus tenis llenos de tierra, no esperó ver la figura de su padre en el living.
Estaba con una botella de vino en la mano, al parecer había caído dormido o eso es lo que Julia pensó en primera instancia. No haría ruido, sólo desaparecería de allí sin decir nada y todo estaría bien. Sin embargo, cuando apenas dio un paso más cerca y se encaminó hacia las escaleras, un gruñido se quebró a sus espaldas estremeciéndola por completo.
—¿Qué son esas horas de llegar, mocosa? ¿Dónde estabas? —la voz se oía ronca y congestionada por el alcohol.
—No es de tu interés —espetó.
No dejaría que su noche se arruinara por él. Gloss sunbae le había enseñado a ser fuerte y eso haría por él.
—Repite eso, Julia. ¿No es de mi interés? ¿Desde cuándo respondes de ese modo a tu padre? —él se puso de pie, lleno de rabia acumulada.
Podía ver que su mirada yacía turbada y tambaleaba al caminar. Estaba borracho. El hedor que desprendía su cuerpo sudoroso se lo confirmaba y respirar se sentía tan horrible como el infierno.
—¡Déjame en paz! Iré a mi habitación y desapareceré, haz como que esto no pasó y ya está.
Julia se dio la vuelta para salir corriendo pero su padre la agarró del brazo.
—¿Qué escondes ahí? —lo zarandeó.
La rubia se abrazó a esas fotos con toda la fuerza que tenía. Podría hacerle cualquier cosa a ella, pero no permitiría que ponga un dedo sobre las fotos que tenía con Gloss. Eran lo único que representaba su felicidad de estos días, lo único que le recordaba que nada de esto era un sueño y que ella también podía sentirse querida.
—¡Basta, suéltame o gritaré! —chilló, intentando empujarlo.
Pero su padre era dos veces más grande que ella, pudo ver la barba de dos días sin afeitar y las ojeras en su rostro, el sudor que caía desde su frente hasta sus horrendas mejillas rojas por la ebriedad. Él gruñó y entonces un fatídico hedor a alcohol la golpeó en el rostro y Julia sintió que vomitaría allí mismo.
Sus piernas fallaron cuando la grande mano de su padre la empujó y cayó sobre el respaldo del sillón, lastimando su columna. Cuando su cabeza dejó de girar, notó que las fotos ya no estaban en sus manos. Y su corazón se oprimió tanto como una rama seca siendo quebrada justo en dos por los pies de su padre.
—¿Qué mierda es esto, Julia? —bramó, sacudiendo las fotos con asco.
Julia negó, sus ojos llenándose de lágrimas. Esto no podía estar pasando. Sus fotos con Gloss sunbae estaban siendo arruinadas por completo por esas manos del pecado, estaba ensuciando todo aquello bonito que tenía.
Sin siquiera pensarlo, Julia se abalanzó hacia él intentando arrebatarle las fotos. Lloraba y soltaba gritos desde su garganta para que la dejara en paz.
Julia fue empujada de nuevo y su cabeza golpeó con la mesa de vidrio. Pero eso no le importaba demasiado. El dolor en su pecho explotó dando paso a un nivel que desconocía y que creía lo más cercano a una tortura.
Su alma se despedazó al infinito cuando lo más preciado de ella fue arrancado frente a sus ojos. Las fotos con su sunbae fueron destrozadas. No en uno, ni en dos, sino en decenas de pedazos. Los pequeños papelitos volaban a su alrededor, pero allí no soplaba viento, allí no había nada.
Julia no podía ver nada. Todo era borroso y transcurría en cámara lenta.
—No… No… ¿¡Qué has hecho!? —Julia gritó hasta que su garganta se destrozó—. ¡Eres una bestia!
Un nuevo golpe se formó justo en su ceja volteando su rostro por completo, haciendo que su nuca golpee con una silla de madera lanzándola lejos hacia atrás.
—Mira que venir a enterarme de este modo que estás acostándote con un maricón. ¡Con razón te querías matar! ¡Lo hubieses hecho! —su padre la pateó con furia.
A partir de ese momento, todo dio vueltas.
Julia sólo podía llorar a gritos recibiendo cada golpe, abrazándose a los pedacitos de papel que se habían acumulado en el suelo.
En uno de ellos, todavía podía ver el rostro de Gloss sunbae mientras hacía esa cara graciosa. Lo mantuvo entre sus manos con fuerza, arrugándolo más con cada nuevo golpe, llenándolo de lágrimas. Ese fue su último recuerdo antes de que sus ojos se cerraran en una oscuridad profunda.
10. CALÉNDULAS
Pérdida
¿Quién dijo que sólo se moría una vez en la vida? Park Julia tenía garantía de que eso no era cierto. A ella la habían asesinado tantas veces y sin embargo, cada muerte era igual de dolorosa que la anterior. De nuevo la habían matado. A ella, a la Park Julia que sonreía, que tenía esperanza de que la vida podía ser colorida y que podría seguir adelante frente a la tormenta.
Si cerraba los ojos, el amanecer en su ventana le devolvería el aroma fatídico de putrefacción en su cuerpo. Y otra vez el ciclo se repetía, ese de ver el cielo pálido esparciéndose en el silencio, los primeros rayos de sol en sus sábanas y esa sensación de querer desaparecer para siempre, como si el colchón pudiera absorberla.
Había perdido sus motivos. La sangre seca en su labio inferior roto le recordaba que no importa cuántas veces lo intente, seguir adelante era imposible en el infierno. Por mucha voluntad que tuviera, un signo de interrogación azul volvía a posarse en su cabeza y las nubes grises la perseguían incluso tras haber conocido la primavera. ¿Cómo podría mirar a los ojos a Gloss y decirle que se había rendido?
Las fotos de los dos juntos, el momento más hermoso de su juventud, ahora se había vuelto cenizas y no podía evitar sentir que era su culpa. Porque no era capaz de tocar nada en la vida, sus yemas estaban compuestas de agujeros negros. Todo lo que intentaba tocar era absorbido en la nada misma. Deseó que eso no fuera real, que nada de esto estuviera pasando, pero de nuevo volvía a abrir los ojos y la realidad la invadía a golpes.
La vista de su ventana era de nuevo todo lo que tenía. No sólo había perdido su preciada felicidad capturada en las fotos, sino también la esperanza en su corazón que ahora se hacía trizas. Se sentía tan culpable de algún modo. Si no tuviera ese padre, si no tuviera esa vida, si no fuera tan miserable, ella podría haber merecido los sentimientos de Gloss.
Ahora sólo tenía un cielo pálido de amanecer, unas pocas horas de sueño en su cuerpo que la hacían arrastrar cansada, tal vez retorcerse en el suelo en su propio dolor luego de arañar sus entrañas intentando encontrar algún motivo para seguir adelante. Pero estaba vacía, esos agujeros en sus yemas estaban repentinamente en todos lados, en cada cascarón de su cuerpo, no importa con qué sentimiento intentara llenarlo, todo terminaba rebalsando hacia afuera. Pensó que no podía seguir de ese modo, que estaba siendo desagradecida, que su mayor había puesto curitas en cada una de sus heridas con la intención de que no volviera a hacerse daño.
Entonces, ¿por qué todo se sentía tan difícil? ¿Por qué incluso respirar era doloroso?
Los moretones de su cuerpo dolían cada vez que movía algún músculo. Se sentía débil porque no probó alimento en todo el día, sino hasta que sus padres se fueron a eso de la tarde. Quería huir pero no tenía a dónde, no tenía siquiera las fuerzas necesarias para escapar y dudaba que eso valiera la pena. En algún momento, tendría que regresar al infierno. Sólo tenía unos escasos diecinueve años de vida recién cumplidos, ¿qué podría hacer por su cuenta en este mundo? ¿Qué diablos tenía?
Entonces se volvía tan frágil bajo la ducha, intentando abrazarse a sí misma luego de haber tomado su primera comida del día. Las cicatrices barrían su sangre y se perdían con el agua. Ardía, su piel ardía y las lágrimas podían confundirse en el rumor de la tibia lluvia que se llevaba sus últimos sollozos libremente. El agua no la juzgaba y allí se sentía en paz.
Cuando salió de la ducha y vio su reflejo en el espejo, odió tanto su vida. Ella podría haber sido hermosa el día de ayer. Gloss se había asegurado de hacérselo saber; que ella podría utilizarlo para amarse a sí misma, del mismo modo que una cuerda te ayuda a salir de un pozo oscuro. Sólo debía tirar un poco más y con constancia, vería la luz del sol algún día.
Pero allí, con dos moretones a la altura de sus hombros, su ceja y labio partidos, un golpe a la altura de sus costillas y otro en la rodilla que había levantado su piel. Julia se sintió como el ser más horrible y frágil del mundo.
De algún modo sus deseos de huir habían sido escuchados por alguien, en caso contrario no habría recibido un mensaje en su celular de un número desconocido. Min-Su quería verla esta noche. Y se preguntó qué había hechizado entre los dos varias madrugadas atrás y qué la había llevado a buscarla justo hoy, tan oportunamente. Julia no se sentía lo suficientemente buena para salir con él esta noche. Min-Su, a diferencia de Gloss, era tan intimidante que la hacía sentir inferior sin quererlo.
Lo pensó por un tiempo. Realmente quería hacerlo, quería huir y era la oportunidad perfecta, pero su rostro se veía magullado y no importa que el maquillaje pudiera cubrirlo, sus ojos estaban vacíos otra vez y habían perdido ese brillo que la hacía sentir viva. Sin embargo, al regresar a su cuarto, supo que esa noche no la esperaba nada, que sólo tenía unas paredes gélidas y unas pinturas a punto de secarse, el paisaje en la ventana que le daba ganas de vomitar. Que luego sus padres volverían y esa sensación de querer taparse los oídos con fuerza para desaparecer era algo que no podría soportar en su fragilidad actual.
Entonces tipeó una rápida respuesta asertiva y se aseguró de arreglar su malograda apariencia. Se puso sus zapatos más bonitos, unos pantalones de mezclilla modernos y un cardigan blanco sobre la camiseta sin tiras, algo que pudiera cubrir los moretones. Hizo su mejor esfuerzo en maquillarse y arreglar su cabello y para cuando el reloj marcó las ocho en punto, se sintió un poco mejor consigo misma gracias a Min-Su, incluso aunque no lo hubiera visto aún.
Estaba enojada, eso no quitaba que sus emociones fueran un cuenco vacío desde la noche anterior, por eso se aseguró de bajar las cortinas con fuerza para que esa horrible ventana dejara de mirarla todo el tiempo. Fue un acto caprichoso, pero que la hizo sentir un poco mejor. Dio un salto y bajó. El auto que se había estacionado era el mismo que recordaba haber visto en Mono.
Una camioneta Hyundai negra abría sus vidrios blindados y el rostro de Min-Su brilló sobre el cielo índigo. El cabello azabache era largo, tanto que rozaba sus hombros. Ahora yacía ligeramente más despeinado que la primera vez que lo vio, tal vez debido al viento de conducir con las ventanillas bajas. Él esbozó una sonrisa ladina y salió del coche.
—Permíteme abrir la puerta para ti.
Ella se sonrojó, eso no era necesario, pero ahí estaba él dándole la vuelta a la camioneta para abrir la puerta por ella. Julia ingresó, no sin antes haber rastreado su figura. Vestía completamente de negro otra vez, incluso su camisa lo era, oculta bajo un sobretodo formal de largo telar y sus zapatos esta vez eran algo puntiagudos, resaltando sus largos falanges. Julia sintió sus mejillas colorearse de nueva cuenta, tenía miedo de que él notara que fue golpeada el día anterior.
En el coche flotaba un aroma a tabaco naturalmente impuesto cuando se trataba de él. Detrás, la fragancia de su exquisita colonia se sentía como un abrazo repentino que invadía hasta su alma. Todo en él le resultaba inaccesible, demasiado elegante, quizás el hombre era millonario y le excedía algunos años a primera vista; él no le había permitido tomar conocimiento.
Min-Su puso en marcha el coche. Su perfil era casi un error para el ser humano. Lucía como un sueño.
—Disculpe, Min-Su… ¿Por qué me ha llamado tan de pronto? Creí que todo quedaría en esa noche —se animó a preguntar, desviando su mirada hacia sus propias manos.
Había colocado algunos anillos de plata en sus dedos, sólo porque supo que el hombre a su lado lo hacía sentir tan nerviosa que necesitaba drenar su juego en algún lugar. Entonces los aros de brillantes perlas giraban suavemente y exponían su fuero interno.
—Te prometí que te volvería a ver. Tras eso, fuimos muy íntimos. ¿El Ballantine’s Finest te lo ha hecho olvidar? —él parecía querer sonreír, con su vista fija en la autopista.
Julia recordó que él no dejaba de ser un desconocido y ni siquiera le dijo a dónde estaban viajando. Parpadeó por unos instantes, sin saber bien qué hacer o decir.
—Lo siento, es que sigo sin entender por qué yo… Usted es… Algo inalcanzable —musitó.
—¿Inalcanzable? —alzó una gruesa ceja negra—. ¿Qué te hace sentir de ese modo, Julia?
Atrapó su labio inferior, olvidando que yacía herida y ahogando un quejido cuando comenzó a sangrar sobre su boca. El perfil de Min-Su al conducir se endurecía y sus largas manos blancas, de falanges esqueléticas, se posaban suavemente sobre el grueso volante negro. No parecía ser una tarea ardua para él, pero lucía tan atractivo.
Las luces de la ciudad alumbraban de vez en cuando su rostro.
—¿No es acaso usted ya un hombre? De notables lujos, por cierto. Yo sólo soy una simple estudiante de Letras con los problemas que cualquier adolescente tendría en su transición a ser adulto. Y tengo miedo… Usted no debería meterse con alguien así, Min-Su. Podría lastimarme o salir lastimado.
—Y aun así, me gustas mucho. Háblame de ti —la mano del mayor que no estaba en el volante se posó en su rodilla.
Julia casi lo detiene cuando fue tocada. No estaba acostumbrada al contacto físico y allí tenía un moretón que comenzaba a dolerle. Sin embargo, la mano de Min-Su se dejaba hacer, sólo permanecía allí embriagando en una sensación de calidez desconocida, porque ninguna calidez en el mundo se había sentido de ese modo antes. Era algo profundo y sensual.
—¿A dónde me lleva, Min-Su? —titubeó, sin dejar de mirar la mano sobre su rodilla que no hacía movimiento alguno, sólo parecía reafirmar su presencia.
—Vamos a la playa. ¿Te gusta?
—Sí… Adoro la playa —sonrió.
Pensó que el atuendo que había llevado no era el más óptimo para el mar, pero Min-Su aun sabiéndolo tampoco había vestido acorde a la idea. Eso la dejó pensativa por unos instantes, mientras admiraba el índigo del cielo tornarse de un profundo plomo que lo tragaba a la oscuridad infinita.
La mano de Min-su seguía ahí, quiescente, recordándole quién era. Cuando de pronto el contacto se suavizó un poco más y aquella mano escaló sin rozarla hasta su barbilla, Julia entreabrió su boca para jadear algo de aire.
El semáforo se había puesto en rojo y el contador daba unos cuarenta segundos. Min-Su la obligó a mirarlo y el tiempo se detuvo en los cuarenta en ese instante. Los orbes eran profundos y la absorbían como dos agujeros negros al fondo del espacio. Sus ojos viajaron de los ojos felinos hasta la nariz delicada y los labios de rosácea tesitura, rellenos en su justa medida y de apariencia gatuna. De pronto recordó que el humo sabía dulce en su boca y algo en su interior se removió cálido.
—Lo sé, Julia. Adoras la playa, el cigarrillo y también estás herida —la voz ronca escaló hasta profundidades inhóspitas de su alma.
Julia subió su mirada despacio hasta encontrarse de nuevo. Él la había hipnotizado, pero sus palabras habían calado en terrenos incognoscibles y pensó que quizá todo había sido echado a perder y sintió lástima.
—Creí que usted no se daría cuenta. Supongo que fue mi error otra vez…
La mano del mayor acariciaba su mejilla y el pulgar se perdía en el área detrás de sus orejas. Min-Su entornó sus ojos de pupilas brillantes.
—Eres bella, Julia. Luces como una flor. Eres una delicada maravilla. Das color a quien sea que te vea, pero crees que eres débil y nadie sabe tocarte. Tus pétalos están lastimados… Pero es primavera, Julia. Y yo te conocí para evitar que te marchites.
El semáforo cambió a verde y Julia pudo verlo en los ojos del hombre que reflejaron su color efímero. Quiso titubear, quiso abrir sus labios, pero no tenía nada que decir. Estaba sorprendida.
—Min-Su… No quiero volver a casa, ni hoy ni ninguna otra noche —murmuró unos minutos después, cuando su corazón se ha sosegado.
La playa lucía enteramente desierta a las nueve en punto de la noche. La camioneta fue estacionada justo en el muelle, al parecer a Min-Su no le importaba que las llantas se ensuciaran con la arena o incluso la temerosa posibilidad de pincharlas con alguna caracola. Las luces de la ciudad se extendían como un arco de luces doradas justo a sus espaldas. Frente a ellos, el cielo sembraba un paisaje de inmensa oscuridad plomo, interrumpido por un blanco asteroide que iluminaba el mar con sus suaves olas. Algunas estrellas se salpicaban entre las nubes ligeramente doradas. Era tan mágico que el cuerpo de Julia se estremeció, deseando que sus pies se hundieran pronto en la arena tibia.
Pensó que escucharían las olas o tal vez dormirían en ellas. Tal vez averiguarían qué tan lejos estaba la luna o cuál era el color del mar esa noche.
Sin embargo, cuando Min-Su rebuscó en su guantera y encendió un cigarro con sus labios, supo que no habría tiempo para cumplir sus caprichos.
—La vista es hermosa, ¿verdad? —ahogó su voz en el humo—. Abramos las puertas y dejemos que ingrese el aire del mar. Cenaremos algo luego, traje todo lo necesario.
Julia asintió, sintiendo una tensión creciente en su cuerpo que no sabría especificar. Abrió la puerta, viendo cómo el hombre abría la suya y el coche era abrazado por el aroma salado del mar y aquella fresca brisa azul. Permaneció pasmada unos instantes en el reflejo de la luna y el ligero mecimiento de las olas.
—Min-Su, ¿por qué no salimos del auto? Quisiera caminar en la arena —expresó con un puchero.
Volteó a verlo, encontrándose que su piel blanca brillaba incluso más bajo la luz de la luna. Sus labios estaban rojizos, como si hubiera mordido una cereza con sus dientes y atrapaba la boquilla del cigarro lentamente.
—Te prometo que haremos lo que quieres después. Pero Julia, ¿realmente crees que vinimos sólo a caminar a la playa?
—Nunca me explicó en primer lugar.
—Déjame curar tus heridas…
Sintió la mirada de Min-Su barrer desde sus ojos hasta su boca, quiescente allí como si buscara desarmarla. De pronto mordió su propia boca y relamió el final, saliendo presuroso del coche y abriendo también la puerta trasera. Su figura se traslucía con el mar a sus espaldas cuando extendió su mano hacia ella.
Julia miró su mano y luego subió su vista a sus ojos. Por supuesto que sabía lo que estaba a punto de pasar, pero por algún motivo no ejercía resistencia. Lo deseaba con cada retazo de su alma en pedazos y sabía que incluso si estuviera entera, seguiría haciéndolo.
Con un ligero rubor en su rostro que se derretía bajo las estrellas nocturnas, Julia tomó su mano y fue empujada suavemente por el cuerpo mayor hasta acostarse en los asientos traseros, sintiendo un cuerpo intruso apresándola arriba.
—¿Me dirá al menos qué edad tiene? Usted me prometió que la segunda vez sabría algo más que sólo su nombre… —secreteó en su tersa voz.
—Tengo veintinueve.
Julia asintió y lo próximo que sintió fueron los largos dedos del mayor sobre su cintura, justo a la altura de sus costillas. Él tomó su barbilla con fuerza y aspiró del cigarro, finalmente uniendo sus labios en un beso que nuevamente sabía dulce, a pesar del humo que pasaba de una boca a la otra.
11. ORQUÍDEAS
Seducción
Los besos de Min-Su sabían a sal, una sal profundamente azul regada en las olas. Con cada caricia, con cada beso en sus cicatrices, él no lo sabía, pero Julia se sentiría tan amada que no podría evitar las lágrimas acumuladas en sus ojos. Él le hizo el amor a un corazón herido y a un cuerpo magullado.
Y sin embargo, Min-Su en ningún momento dejó de susurrarle lo hermosa que era. Allí, bajo la luz de la luna en primavera, los pétalos crecían nuevamente porque los dedos del hombre tenían estrellas y eran capaces de espolvorear hasta el terreno más oscuro.
Ellos dos eran tan diferentes. En su lugar, Gloss la consolaría, le diría que era alguien lo suficientemente fuerte para salir adelante y que no debía dejar que nadie apagara una sonrisa tan pura. En cambio, Min-Su sólo era capaz de arrastrarla a un paraíso infernal, la hacía olvidarse de todo, no tanto para amarse a sí misma; sino para amarlo a él a cambio.
Mientras Gloss le diría que puede usarlo para amarse a sí misma, Min-Su por el contrario le diría que lo amara con más fuerza de la que ella posee. Sin embargo, como dos opuestos que se complementaban al final, los dos la hacían sentir importante a su manera. ¿Y cómo contrarrestar la fuerza de un amor tan magnífico como el océano, que sin contemplación alguna, te arrastra hasta las profundidades más hermosamente oscuras?
Julia no pudo pensar en nada más que en él. La seducía despacio entre las ropas que suavemente se deslizaban por su cuerpo, la piel brillantemente blanca de Min-Su se entreveía con la luna a sus espaldas y la sensación de sentirse amada por primera vez en el mundo la invadía por completo.
Ansiosa, se aferraría a su espalda con las uñas, como un pájaro a las ramas rotas. El fenómeno de sus cuerpos uniéndose se desplegaba tan lento como el mecimiento de las olas. El beso delicado que Min-Su depositaría en su frente al final, después de tratarla con tanto amor que se sintió un pequeño capullo en el otoño.
Delicado, frágil. Las marcas en la firme espalda de Min-Su que habían sido obra de arte suya no se comparaban al lienzo que pintaba cada amanecer en su ventana. El sabor de su propia sangre en sus labios por las mordidas entre besos no era siquiera contrastable con el sabor de la sangre por los golpes de su padre.
La sensación que la invadió fue de libertad. El hombre la había tratado con tanto amor que quiso llorar, pero él no se lo había permitido.
—No eres mía, Julia. No eres de nadie. Entonces no puedes llorar por alguien más, ni siquiera por mí —Min-Su le susurró con sus pechos desnudos chocando y el pulgar acariciando su mejilla.
—Yo no estaba llorando… Es sólo que me siento muy feliz y no quisiera que usted se aleje de mí —susurró.
—No lo entiendes, ¿verdad? Supongo que tendré que hacerte el amor otra vez, Julia… —él le sonrió, sus perlas blancas brillando entre encías rosadas y algo que se sentía como un tirón en su propio corazón.
Porque él se sentía como alguien que ya existía desde hace tanto tiempo en su corazón. Allí, justo en ese instante, mientras la suciedad de su cuerpo era barrida por sus manos como estrellas y de nueva cuenta su cuerpo se rendía ante los besos en su boca, lo supo todo el tiempo.
Min-Su no se volvería una simple coincidencia.
***
El amanecer había llegado con un cielo lila lleno de nubes anaranjadas. Las estrellas todavía no habían desaparecido y guiaban el camino de Julia, quien se había despedido de Min-Su hace unos minutos atrás. Él la había dejado en la puerta de su casa y tras eso el coche desapareció por la calle. Pero Julia sabía que su padre salía al trabajo a las siete en punto y el reloj todavía oscilaba sobre las cinco y media. No quería regresar, no quería verlo, no todavía.
Por eso se encontraba dando vueltas por el barrio, buscando un lugar en el que dejar caer su cansado cuerpo. Estaba agotada, había sido una noche larga. Aunque sin alcohol Min-Su era incluso más cerrado, habían hablado de tantas cosas, caminaron por la playa y compartieron una cena juntos sobre el mar. Contaron piedras, buscaron caracolas pero tan pronto como el tiempo terminó, ellos volverían a besar el humo en el coche como dos almas desesperadas. Supuso que las cosas con Min-Su serían de esa manera: efímeras, pero particularmente intensas.
Desearía haber aprendido algo más de él que su edad y su amor por la música, pero era todo lo que él estaba dispuesto a compartirle de él mismo. Julia suspiró, dejándose caer en el suelo de una tienda aún sin abrir, pues el sol apenas había aparecido en el cielo. El reflejo de la luna parecía todavía vivir en su piel si cerraba los ojos. La vista de las últimas estrellas titilando hasta desaparecer fue lo último que sintió cuando su cuerpo cedió a su agotamiento.
Dormitó unos momentos. No supo cuánto tiempo pasó pero fue cuestión de unos escasos minutos hasta que alguien comenzó a subir la cortina de metal a sus espaldas. Renegó en lo bajo. El negocio estaba por abrir y ella probablemente parecía una vagabunda, tirada en la vereda.
Abrió sus ojos, pensando en ponerse de pie de inmediato, pero se sorprendió abiertamente cuando se encontró a una joven que aparentaba su edad. La chica parecía más asombrada que ella y la miraba con una pizca de lástima que no le agradó a la rubia.
Sí, tal vez olía un poco al tabaco del hombre, pero no había bebido una gota de alcohol. No podría parecer una borracha o vagabunda. Entonces Julia recordó que la herida de sus labios se había abierto más en la intensidad de besos compartidos y que, además, estaba sin su cardigan dejando ver los moretones de su cuerpo.
Había olvidado su cardigan en el coche de Mi-Su, o él no le había dicho nada porque quería guardarlo como recuerdo de esa noche. Nunca sabría la verdad.
—Lo siento, realmente estaba por irme ahora —apenada, Julia se puso de pie y esbozó una venia.
Entonces escuchó una voz de tesitura dulce, algo que suavizaba sus oídos como el canto de un ángel.
—¡Oh, no es nada! Tengo que abrir el local ahora, pero puedes pasar a por una lata de café. ¿Cuál es tu nombre? —la chica le sonrió, terminando de abrir la cortina de metal apresurada, tal vez algo ansiosa por hacerlo pasar.
Julia parpadeó unos momentos. Registró su peculiar cabello de color cereza, corto hasta los hombros, algo que la volvía tan llamativo como su brazo izquierdo completamente lleno de tatuajes en negro y coloreados. Era delgada, vestía una simple camiseta negra y un pantalón de chándal cómodo en gris. Probablemente se cambiaría antes de atender en la tienda de conveniencia.
—Disculpe, no quisiera ser una molestia. Volveré a casa —musitó en lo bajo.
La joven no le respondió de inmediato. Soltó un ligero quejido por el esfuerzo y terminó de sacar las cadenas de la entrada, abriendo finalmente las puertas. Entonces ingresó, animándola a seguirlo.
—No pareces querer volver a casa. Entra.
Julia rastreó las intenciones en su rostro. Tenía unos ojos grandes en color almendra. Estos brillaban la cantidad de estrellas que del cielo habían desaparecido. La nariz era algo redonda y la mandíbula marcada, unos finos labios que combinaban con el tono de su cabello sostenían un piercing plateado en su costado.
—Muchas gracias.
—Puedes llamarme Jennie —le sonrió suavemente.
—Gracias, Jennie. Mi nombre es Julia… ¿Esta tienda es tuya?
Decidió finalmente pasar, pues en realidad no tenía otra cosa que hacer hasta las siete de la mañana. Sumando a eso, tenía clases en la universidad a las nueve en punto y comenzaba a desear desaparecer otra vez. ¿Por qué todo tenía que ser tan difícil? No tuvo tiempo de meditarlo demasiado cuando la voz de Jennie volvió a resonar dulcemente.
—Oh, nada de eso. Soy una simple empleada, pero como me tienen confianza me permiten abrir la tienda por mí misma. Por cierto, toma tu café —Jennie abrió una de las neveras y le dio una lata.
—Gracias…
—¿Sabes? Yo tampoco quiero volver a casa. Es por eso que estoy trabajando aquí. Me di cuenta al verte… Pareces lastimada. Oh, lo siento, tal vez no quieres hablar de eso. ¡Suelo ser muy curiosa y hablo de más! —juntó sus manos en una disculpa, sonriendo.
Julia sonrió al notar unos dientes similares a los de un conejo. La joven tenía un aura brillante que deseó verse del mismo modo. Ella parecía una chica feliz, pero también sabía que las apariencias engañan y que las personas que parecen más felices, son a veces las que callan más sufrimiento.
—Está bien, no te preocupes… —se recargó en la caja, cansada.
—¿Pasaste toda la noche afuera? —preguntó, abriendo una lata de café para ella y dándole un sorbo.
—Sí, algo así. Realmente no puedo volver a casa hasta las siete. Lo siento si soy una molestia en tu trabajo, prometo irme tras terminar mi café.
—En serio, no tienes que sentirte culpable... Como ya te dije, yo tampoco quiero volver a casa y a veces duermo aquí. Puedo entender cómo te sientes, supongo que cada uno tiene sus razones. A mis diecinueve años, decidí no estudiar nada, ni siquiera terminé la escuela secundaria y me la pasaba en los videojuegos, en parte por eso ahora mi familia me odia. Sentirse incomprendida, sentir que no le importas a nadie, se siente muy solitario…
—¿Sueles ser tan habladora a las cinco de la mañana? —sonrió.
Jennie soltó una risa, mostrando todos sus dientes y aplaudiendo en el proceso.
—¡Ah, eres tan graciosa, Julia! Bueno, sólo quise explicar que cada uno tiene su historia. Esos golpes que tienes ahí… —quiso decir, pero se calló de inmediato—. Lo siento, volví a hacerlo.
—Fue mi padre —confesó.
—Oh…
—Encontró las fotos con un amigo mío y me acusó de acostarme con él. Supongo que puedes imaginar el resto de la historia. No quiero volver hasta que se vaya al trabajo y… Tengo clases en la universidad en unas horas —bostezó, sintiendo que su cuerpo le pesaba cada vez más.
Sin darse cuenta, la lata de café se resbaló de sus manos cayendo al suelo. Su vista se había puesto negra por lo que fueron fracciones de segundo, pero fue suficiente para tambalear y que su cuerpo dejara de sostenerse. Por fortuna, Jennie la llegó a sostener antes de que impactara contra el suelo.
—Ven, Julia. Te llevaré a mi litera.
La de cabellos cereza la tomó de la cintura y la llevó hasta una puerta en el interior de la tienda. Ahí había una simple litera doble. El piso estaba lleno de ropa, pertenencias y algunos videojuegos. Esquivando todo eso, Julia fue depositada en la cama de abajo con ayuda de la chica.
—No te preocupes, puedes dormir aquí cada vez que quieras. Cuando despiertes, estaré atendiendo, pero no me molestarás, ¿está bien? Bienvenida a mi desorden. Es algo pequeño pero te prometo que es cálido. ¡Seamos amigas, Julia!
Hace años que Julia no dormía con una sonrisa en su rostro.
No supo cuánto tiempo pasó en la realidad, pero en el mundo de los sueños todo espesaba fuera de su lógica. Al cerrar los ojos, pudo sentir cada músculo de su cuerpo ceder al agotamiento hasta finalmente caer rendida. Sin embargo, aunque su cuerpo físico se encontrara en posición fetal bajo las sábanas con un aroma nuevo, la mente de Julia se hallaba volando lejos en otro paralelo.
Sus párpados se abrieron con esfuerzo cuando sintió un fuerte olor a humo, como plásticos o madera quemándose. Su instinto de supervivencia se activó de forma automática tras notar que estaba en una habitación rojiza rodeada de llamas. El negro humo se escapaba a través de una ventanilla y todo estaba ardiendo absolutamente en llamas: un piano marrón cuyas teclas de jade ahora se derretían hacia el suelo, estéreos, hojas llenas de partituras y escritos garabateados; algunos banderines y trofeos en el suelo. Todo estaba ardiendo y su propia piel había comenzado a encarnecerse a fuego vivo.
Julia cubrió su nariz, comenzando a correr con el corazón desbocado y las piernas a punto de tropezar de la desesperación que sentía. Llegó a un largo pasillo cuyas paredes también estaban ardiendo en llamas. Debatiéndose si ir hacia la izquierda o a la derecha, Julia finalmente tomó la primera dirección encontrando unas escaleras y un ascensor.
Al bajar las escaleras con velocidad, dejando el fuego atrás, sus pulmones ardieron por el humo absorbido y sintió la férrea necesidad de respirar oxígeno fresco. Tosió y al ver sus manos, encontró que nada de ella lucía lastimado. Los moretones de su cuerpo habían desaparecido. ¿Dónde estaba?
Era consciente de que estaba soñando. Las paredes comenzaron a removerse y de pronto, al bajar el último escalón, llegó a una sala repentina, como si se hubiera teletransportado. Lucía exactamente igual que la habitación que estaba ardiendo en llamas al momento que abrió los ojos.
Cada pertenencia estaba allí. Las escrituras, el viejo piano marrón, algunas guitarras colgadas y los estéreos rodeando una computadora. Parecía ser el estudio de un productor musical. La oscuridad era tan profunda que no podía ver nada. Giró para levantar las cortinas de esa pequeña ventanilla y encontró que afuera el mundo estaba ardiendo.
Era la ciudad de Busan y estaba en llamas, completamente en llamas. Carteles publicitarios ardiendo en el suelo, postes de luz caídos y un cielo bañado en el reflejo del fuego que ascendía. Comenzó a retroceder asustada y cohibida a la vez, deseando despertar con todas sus fuerzas de esa distopía, cuando de pronto alguien la tomó de los hombros y chocó con su pecho.
Julia permaneció estática. ¿Quién estaba detrás de ella? Aterrada, mientras sus brazos seguían sostenidos, giró su rostro de a poco, encontrándose a centímetros de unos ojos que había visto centenares de veces en esta vida.
Afilados, esta vez de un profundo gris que sin embargo mantendría la misma mirada, no importaba el color que tomara. Unos lacios cabellos azabaches caían en un flequillo a la mitad de su frente y tenía los costados rapados. Sus ojos rastrearon en un lago oscilante la nariz redondeada y los labios de rosada tesitura acolchonada, sostenidos en una piel tan blanca como las nubes de otoño.
—¿Min-Su? —susurró.
Lucía joven, como unos años menos que el hombre que había conocido, pero no tenía dudas de que era el mismo. Sin embargo, algo en él se sentía familiar, tan cálido que le recordó a Gloss y por loca que estuviera, sintió que había viajado a otra realidad.
El pálido sonrió ladino. Las llamas de la ciudad se reflejaban en sus irises grises, pero a él no le importaba en absoluto. Al contrario…
Lucía cómodo entre las llamas.
—Solg-Min. Te estaba esperando, Julia —la voz grave resonó presuntuosa, mientras las manos llenas de anillos de plata subían suavemente por sus brazos.
El hombre llamado Solg-Min llevó una mano a su cuello y barbilla, obligándola a mirar por la ventana. El panorama que se pintaba era el infierno y el artista era sin duda alguna el hombre que la sostenía a sus espaldas, con una chaqueta de mezclilla verde musgo y un aroma que había sentido en algún otro lugar.
—Tienes que mirarlo. No dejes de mirar las llamas… Deja que todo arda, Julia, o por lo contrario conviértete en cenizas —le murmuró, bajando sus labios hasta sus oídos para susurrar: —Esa es tu única elección en la vida.
La menor abrió sus ojos con sorpresa. El mundo seguía consumido por las llamas incesantes, las cuales parecían acrecentarse más a cada segundo, llevándose todo consigo.
—No lo entiendo… ¿Quién eres tú? ¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Por qué lo has incendiado todo? —comenzó a preguntar.
No quería seguir viendo cómo todo se caía frente a sus ojos y no podía hacer nada. Sintió miedo ante la piromanía de Solg-Min y al mismo tiempo una profunda curiosidad por saber qué lo había llevado a esto.
—Tienes que incendiarlo, Julia. Esa es la única manera en la que podrás brillar como un sol ardiente. Haz que tu viejo yo arda en llamas, mira a tus miedos volverse cenizas. Las personas que odias arden y todo arde alrededor —el hombre continuó, embelesado en su pensamiento, antes de finalmente soltarla.
Solg-Min la acorraló contra la ventanilla, sin intención alguna de herirla, pero sí de ocupar todo su campo atencional. Abrió la ventanilla, dejando que parte del humo ingresara y lo rodeara. Su rostro pálido brillaba ahora las cálidas llamas y sus ojos parecían refulgir como dos soles ardientes. Él le sonrió y sacó un mechero de plata.
—Sólo en un instante, Julia… Sólo un desliz de tu pulgar y el mundo será llamas. Es tu elección. No puedo evitar preguntarme qué decidirás —él ladeó su cabeza curioso y encendió el mechero.
La débil llama alumbraba como una luna la habitación llena de música, dondequiera que viera. Y el corazón de Julia comenzó a doler. La belleza de Solg-Min había sido deletreada por el mismo infierno.
—¿Por qué apareces aquí también? ¿Cuántos nombres tendrás hasta que finalmente todo termine para mí? —le susurró ida, sintiendo la mano del hombre que escalaba presionando su cintura.
Solg-Min apagó la llama y dejó el mechero suavemente en su mano antes de acercarse y lamer sus labios con la lengua. Julia se sobresaltó, intentando huir, pero ya era demasiado tarde. El hombre separó sus labios buscando atraparlos en un beso lento, un vaivén que ardía sobre la ciudad furiosa y se sintió capaz de confundirla aún más.
El hombre saboreó su labio inferior una vez más con la lengua antes de que su voz fuera ahogada en el beso.
—Si sigues tocando lo que te hace daño, morirás… Tienes que encenderlo —repitió una vez más.
Julia abrió sus ojos suavemente, sintiendo la respiración caliente del hombre sobre su boca y observó el mechero una vez más entre su turbada visión. Sin pensarlo demasiado, Julia giró la rueda y encendió la llama. La observó titilante. ¿Ella había provocado eso?
Estaba asustada, pero no pudo apagar la llama cuando sus labios fueran atrapados otra vez. Y Solg-Min sonreía, seguiría besándola como si el mundo ardiendo en llamas por sus propias manos fuera todo lo que necesitaba.
12. TULIPANES ROJOS
Fuego
Esa mañana a las nueve en punto comenzaba la clase de Latín I con el profesor Kim Seo-Jun. Y a diferencia de cualquier otra, era la primera vez en la que Julia no llegaba antes de la hora para compartir el segundo desayuno de su profesor. Al contrario, incluso había abierto las puertas del aula encontrando que la clase ya había dado inicio. El profesor Kim sólo detuvo su explicación y la miró arrastrar su cuerpo con la cabeza baja hasta el pupitre que le correspondía, justo al lado de la ventana, evitando corresponder cualquier mirada.
Las palabras de Solg-Min habían sido tan negativas que sintió una profunda desazón apenas despertar. Se despidió de la amable Jennie, prometiéndole que iría a visitarla alguna vez, puesto que le había prestado su oído y también una chaqueta de jean que le quedaba varias tallas más grandes en los hombros, pero que la había abrigado en esa mañana fresca.
Tras correr hacia la universidad se pasó la mañana desganada, su mente demasiado lejos de Latín I y el profesor lo notaba. Ella no era la misma alumna de antes. Julia sólo podía ver hacia abajo la pequeña herida de su dedo pulgar, sin saber qué hacer al respecto. Si sólo había sido un sueño, ¿por qué tenía el pulgar quemado, como si hubiera girado la rueda de un mechero con peligrosa fuerza, una y otra vez?
No podía recordarlo bien, pero sabía que Solg-Min se había salido con la suya. Si sólo era un sueño, ¿por qué todo se volvía tan real? La cabeza le daba vueltas y creyó que estaba alucinando por sus escasas dos horas de sueño. Pero si cerraba los ojos, todavía podía ver el reflejo plateado del mechero de Solg-Min y la huella de sus labios ardiendo como una marca de fuego.
El profesor Kim continuaba con su clase haciendo chistes entretenidos que no llegaban a sus oídos. Desde su pupitre, podía ver el jardín del campus brillar ante el sol tibio de la mañana en primavera, los pastizales de un intenso verde se mecían bajo su luz y los estudiantes reían compartiendo su tiempo. Numerosos pétalos de cerezo volaban en espirales y las nubes relucían blancas entre su rosácea palidez. Si todo era tan hermoso ahora, ¿cómo luciría entre las llamas?
Logró imaginarlo tan vívidamente que se estremeció. Los pastizales arderían, las flores se volverían de un rojo sangre, las risas desaparecerían dando rienda suelta al caos bajo un cielo azul que reflejaría los colores de las llamas vivas. Cuando Julia vio su propio reflejo en la ventana, se desconoció por completo. ¿Qué hechizo le había hecho Solg-Min en la cabeza? Ahora su propio yo era envuelto en llamas también y dio un sobresalto en el pupitre que no supo si había sido producto de su imaginación o del profesor de Latín I, quien había golpeado el escritorio para llamar su atención.
—¡Park Julia! Cielos, ¿se puede saber qué te pasa? —se cruzó de brazos, lucía molesto.
Julia agitó su cabeza, regresando a la realidad. El panorama universitario volvía a ser brillante de a poco. Notó que sus compañeros ya se habían ido y ella era la única allí junto al profesor.
—Lo siento, señor Kim…
—Estás despistada, no pareces ser tú misma —insistió.
La rubia tocó su pulgar, sintiendo la piel quemada alrededor.
—¿Yo misma? —susurró—. ¿Alguna vez lo he sido? ¿Algo le asegura que la versión que conoció de mí es la que yo realmente era?
—Julia…
Ella negó.
—Hace tiempo que no soy yo misma… Tal vez estoy naciendo otra vez. Tal vez sólo muriendo definitivamente, o ambas al mismo tiempo —continuó.
De todas formas, ¿qué hacía diciéndole todas estas cosas al profesor? Julia tomó su mochila para irse, definitivamente no había dormido en lo absoluto por culpa de Solg-Min. Si alguna vez volvía a verlo, se aseguraría de ordenarle que ya no lo molestara. Tenía suficiente con su realidad de afuera como para ser perturbada también dentro de sus sueños.
—¡Espera, no te vayas! Hay alguien que quiere hablar contigo, al menos hazle caso a él, ¿quieres? —bajo notoria preocupación, el profesor Kim señaló la puerta, desde donde se asomaba una conocida cabellera rubia platino.
Cuando Julia vio la chaqueta de mezclilla verde musgo que traía Gloss, creyó que su presión descendería allí mismo. ¿Cómo no lo había reconocido antes? Era la misma que tenía Solg-Min en su sueño.
Julia se despidió del profesor Kim con una simple venia y trotó hasta donde Gloss la esperaba. Era extraño encontrarlo a esta hora, pues siempre solía esperarla a la tarde, cuando las clases del día terminaban.
—Sunbae, ¿qué haces aquí? —lo miró, sosteniendo la mochila en su hombro.
—Julia… No has respondido mis mensajes. Tuve la sensación de que algo malo te está pasando —le confesó, sonaba agitado como si hubiera corrido entre los pasillos.
Se perdió en su mirada chocolate. Era dulce como un gatito y siempre se sentía bañada de suaves sentimientos. Gloss era como un cálido lugar seguro cuando la miraba a los ojos. Odió el hecho de haberlo preocupado pero al mismo tiempo, se sintió tan reconfortante verlo de este modo. Era la primera persona que le había demostrado tanto cariño en su vida, incluso con el poco tiempo que llevaban conociéndose.
—Sunbae…
Con una sonrisa decorando su rostro, Julia tomó las mejillas del mayor entre sus manos. Sintió ganas de permanecer así por siempre, cuidándolo y siendo protegida por él.
—¿Es eso así, Juls? —su voz salió ahogada entre las manos de la menor.
—Todo está bien desde el momento que te vi, Gloss. No tienes que preocuparte por eso, ¿bien?
Julia acarició sus mejillas, tan suaves y blancas como el algodón. De pronto el mayor tomó sus manos entre las suyas y las entrelazó a la altura de sus rostros, sin importarle que el profesor Kim estuviera viéndolo todo mientras fingía ordenar algunos exámenes, ni tampoco el resto de alumnos que cuchicheaban a lo lejos. Gloss entrelazó sus dedos y la miró fijamente en un nudo de emociones. A sólo centímetros de su rostro, Julia podía sentir su respiración ligeramente fresca y agridulce, como si hubiera comido unos caramelos de limón antes de verlo.
—Juls… Ven a mi casa. Te haré el almuerzo.
Sus narices casi chocaban y eso la había puesto tan nerviosa. Era la primera vez que se acercaba a Gloss de ese modo. Creía que él sólo la veía como una amiga, pero al parecer sus sentimientos estaban siendo correspondidos también por esta parte de él. Sintió sus mejillas enrojecer y la mirada chocolate del mayor brillaba con ansiedad por su respuesta.
Terminó por asentir suavemente y recibió una sonrisa de encías rosadas que golpeó en su corazón como una flecha de Cupido directamente a enamorarla. Los fragmentos de la primavera volaron alrededor y se volvieron un espiral de cálidos sentimientos que ahuyentaba todo invierno. Gloss corrió por los pasillos con sus manos entrelazadas y no parecía importarle los murmullos que alrededor suscitaba su imprudencia.
Cuando salieron de la universidad, finalmente aminoraron el paso en dirección a la estación del bus.
—No sabía que cocinaras, sunbae. ¿Tu hermano mayor no está? No quisiera ser una molestia… —recordó, volviéndose una bola de timidez.
—Juls. ¿Qué te pasó en el dedo?
El mayor tocó su pulgar quemado con el propio, enviándole una corriente de ardor por sus nervios. De pronto los ojos chocolate se posaron sobre los propios y no pudo más que evadir la mirada.
—No es nada…
Gloss no volvió a insistir en todo el camino, pero de pronto el aire se había puesto tenso y Julia temió que de alguna manera supiera de los golpes de su padre.
A pesar de que el departamento era pequeño, pudo reconocer la sala de estar como el propio lugar de Gloss. Rodeando un sillón con mantas lisas sin estirar, podía divisar algunas medallas de torneos de básquet colgadas en las paredes, algunos álbumes de raperos reconocidos y también estaba allí un viejo piano marrón, el mismo que había visto en su sueño. Parecía estar juntando polvo en un rincón y sobre él se apoyaban algunos cómics de la serie Slam Dunk y otros animes.
Julia se sintió mareada. La colonia de Gloss flotaba en todo el aire y la llenaba de recuerdos.
—¿Estás bien, Juls?
Gloss había tomado su mochila por ella y la dejó en la entrada.
—Estoy bien, sunbae. ¿Qué cocinará mi chef especial de hoy? —le sonrió ligeramente, pensando que tal vez podría tomar esos atrevimientos.
Pero Gloss era más tímido de lo que pensaba y rascó su nuca de forma adorable cuando la vio acercarse. Un ligero durazno cubría sus mejillas y nariz, tal vez fue el calor de su cercanía, pero Gloss se deshizo de su chaqueta de mezclilla quedando en una remera blanca simple.
—Uh… Pensaba que algo de bibimbap estará bien. ¿Qué opinas?
Gloss se deslizó por la casa con naturalidad. Justo al lado de la sala de estar yacía la cocina, sin separación alguna. Todo era blanco y lucía limpio, por lo que a pesar de ser un lugar pequeño era acogedor. Julia celebró feliz, siguiéndolo hacia la cocina con sus manos atrás.
—¿Quieres que te ayude, sunbae?
—Aunque no lo creas, soy realmente bueno en la cocina. Todos los días soy quien hace la cena y deja preparado el almuerzo. Puedo decir que estoy acostumbrado, pero… Ah, realmente quieres ayudar, ¿verdad? —rio al ver el puchero de la menor—. Está bien. Te daré un delantal. Sácate la chaqueta, Juls, ensuciarás las mangas.
La menor quedó pasmada, bajando su mirada.
—Estoy bien así…
Si se sacaba la chaqueta, él vería los moretones de su cuerpo.
—Julia… ¿Qué sucede?
Como siempre, Gloss parecía leer entre líneas. No entendía por qué él siempre sabía lo que le estaba pasando o cuando algo andaba mal en ella. Era injusto, realmente injusto, sentirse tan desnuda a su lado. Los ojos chocolate del mayor la rastrearon y un suspiro escapó de sus labios suavemente, Julia había retrocedido en la pequeña cocina hasta que su espalda chocó con la encimera.
Y Gloss se acercó hasta bajar la chaqueta por su cuenta, con dedos largos y blancos que la habían acariciado tantas veces pero siempre se sentiría diferente, porque Gloss la trataba con un amor desbordante, un cariño que la hacía sentir tan frágil y fuerte a la vez.
—Dios… ¿Por qué no me dijiste que estabas lastimada? —Gloss acarició los moretones de su cuerpo, expuestos con esa musculosa blanca y Julia no pudo hacer más que evadir la mirada otra vez.
Porque odiaba ver esa expresión causada por su culpa. Los ojos del mayor se apagaban y el chocolate se derretía en una espesa oscuridad, como si un tul cubriera su original brillo y lo apagara. El ceño se fruncía por cejas negras y gruesas, sus labios bajaban al tiempo que los ojos se entornaban y parecía acusarla, decirle de algún modo que ella había causado esa expresión.
No podía soportarlo.
—Sunbae, en serio, no hagamos esto más difícil… —rogó, intentando apartarlo.
Pero Gloss seguía acariciando sus brazos como si los moretones pudieran desaparecer de ese modo, como si pudiera barrer el dolor de su corazón y poner curitas en cada herida.
—Fue él, ¿verdad?
Julia suspiró, creyendo que quizá la voz baja de Gloss volvería a ser como antes si decía la verdad.
—Sí… Digamos que mi padre encontró nuestras fotos juntos y no fue muy feliz con eso. Pero de verdad, no quisiera que nuestro tiempo se arruine por esto. Yo… Te irás pronto y aunque no hemos hablado de eso, no he podido sacarlo de mi cabeza ni un sólo minuto —confesó de pronto.
—Me iré en cinco días… O eso se suponía, pero realmente no puedo dejarte sola ahora. No luego de enterarme de esto —sentenció, poniéndose su delantal y comenzando a buscar los ingredientes.
—Sunbae…
Gloss la ignoró, concentrado en cortar las cebollas y los vegetales para sofreír.
—Gloss sunbae, no puedes cambiar toda tu vida por mi culpa. Me sentiré demasiado culpable si lo haces y no podré soportarlo —le insistió, acercándose un poco más.
Julia fue la auto-proclamada encargado de hervir el arroz, por lo que sólo revolvía cada ciertos minutos para evitar que se pegara en la olla.
—Ven conmigo —oyó a Gloss de pronto y se giró a verlo, confundida—. Ven conmigo a Seúl, te sacaré de este infierno.
—No podría… En serio, no quiero ser una molestia para ti. Además… No puedo irme de esta ciudad. Tengo a alguien que me espera y estoy seguro de que lo conocerás pronto —ella bajó su mirada, comenzando a revolver el arroz.
No podría explicarle quién era Min-Su ahora mismo, pero esperaba lograr hacerlo en un futuro.
El aroma a los vegetales sazonados junto a la carne estaba flotando en sus narices y todo lo que podía oírse por unos momentos era el sonido de la comida sofriéndose en su jugo. Gloss lucía concentrado en espolvorear unas semillas de sésamo y romper dos huevos sobre el colchón de verduras en su punto justo, su flequillo rubio platino caía al agachar la mirada hacia el sartén y el perfil lucía como lo más hermoso en este mundo.
Suave, delicado. Julia realmente quedó absorta que olvidó revolver el arroz y Gloss llegó a apagarlo a tiempo. Ya estaba cocido y la comida estaba lista para ser servida.
Y sin embargo, no había notado ese cambio en la expresión. Sunbae lucía irritado.
—Juls… Entenderé si no quieres acompañarme a Seúl. Después de todo, es una decisión repentina y difícil. No perderemos el contacto. Vendré a visitarte cada fin de semana en el primer tren de la mañana. Ganaré una buena suma de dinero por mi cuenta y podré llevarte a comer a lindos lugares o incluso arrendar un lugar para estar juntos algunos días. Sin embargo… ¿No lo entiendes? Tus últimas palabras destrozaron mis ilusiones —Gloss apoyó su larga mano en la encimera, reclinando su cuerpo hacia el suyo.
La furia podía leerse en esos orbes chocolate, volviéndose algo caótico. Podía sentir su respiración agitada y el cálido aliento que caía sobre su propia nariz, mezclándose con el aroma a comida casera y su propio perfume. Julia tragó saliva, no podía retroceder pues nuevamente había sido acorralada contra la encimera.
Sus manos se aferraron a la camisa blanca del rubio platino por reflejo.
—Sunbae… ¿A qué te refieres?
—Dijiste que alguien más te está esperando. Eso suena como si estuvieras enamorada —resopló molesto—. ¿Lo estás? Porque yo estoy enamorado de ti, Julia. Y esto me resulta jodidamente injusto, sólo te metiste sin permiso y ahora estás desarmando mi cabeza. ¿Para decirme que te gusta alguien más?
Gloss gruñó al final y sus dos manos se hicieron dos puños sobre la encimera. Había relamido sus labios lentamente y su rostro se acercaba con peligro al suyo, casi hasta chocar sus frentes.
—¡No me gusta alguien más! —se apresuró a negar en un grito, cerrando sus ojos con fuerza—. No me gusta nadie más… Sólo lo malinterpretaste, eres un tonto sunbae... Yo… Puede que también esté enamorado de… de cada faceta tuya —confesó entre balbuceos.
El pálido la miró sorprendido y Julia no pudo devolverle la mirada cuando sintió que su cuerpo era apresado en un fuerte abrazo. Los largos brazos de Gloss la rodeaban y escondían su cabeza en su pecho, ahogándola en sus formados pectorales y el perfume que se concentraba allí como una voluta de humo.
—Juls… Eres tan hermosa. Prometo que te ayudaré a amarte a ti misma, prometo que te ayudaré a huir de tu casa. Entonces cuando ese día llegue, podré ser tu novio.
Julia se sonrojó de mil colores. Su cara ardía y sentía el corazón a punto de derretirse. ¿Cómo es que Gloss era tan dulce y los otros hombres eran un jodido infierno?
—Sunbae, me estás aplastando…
—Ah, lo siento.
Gloss también estaba sonrojado y ahora rascaba su nuca tímidamente.
—Será mejor que comamos —dijo, aunque sólo parecía desviar la conversación.
Julia asintió.
—Antes de eso… ¿Podrías decirme tu nombre?
—Ah, es cierto. Sólo me conoces por mi nombre artístico. Soy Min-Su, encantado de conocerte —el pálido revolvió sus cabellos antes de finalmente alejarse, comenzando a servir la comida antes de que se enfríe.
—¿Puedo seguir llamándote Gloss?
Ella se colgó de su cintura, abrazándolo por la espalda. Gloss asintió, restándole importancia.
El bibimbap todavía seguía al fuego mínimo en la sartén. Y cuando Julia vio las llamas, no pudo evitar sentir una necesidad de tocar el fuego con sus dedos.
13. DIENTES DE LEÓN
Armonía
Desde ese día, Julia comenzó a revivir escenas del pasado en sus sueños. No entendía por qué se aparecían de ese modo repentino en su cabeza, sin embargo ella volvía a vivirlas como si fuese la primera vez.
Vería primero una cabellera rubia al sol, volviéndose blanca y suave como la vainilla, o los pétalos de una margarita revoloteando al viento. El sudor se adhería a su frente suavemente y las gotas se caían por la botella de agua helada, sudando bajo el calor. Gloss jadeó, limpiando su boca con el dorso de la mano. Allí el cielo de primavera era claro, despejado y de nubes resplandecientes como crema batida. Tras practicar toda la mañana, irían a comprar algo de gimbap a la tienda de la esquina; según Gloss el señor vendía el gimbap más delicioso que había probado.
En ese momento el mediodía estaba por caer y Gloss la atrajo a su pecho bajo los rayos del sol. Julia también estaba sudada, por lo que se había puesto tímida y no lo correspondió de inmediato.
—Sunbae… ¿Por qué siempre me abrazas tan fuerte? —protestó con su voz ahogada en el firme pecho.
Podía sentir el ligero aroma a sudor mezclándose con la colonia. Era su combinación favorita por raro que sonara, porque Gloss siempre olía increíblemente bien incluso en su aroma natural. Tenía la costumbre de mascar chicle de menta continuamente, él decía que le servía para la ansiedad, especialmente cuando estaba en lugares llenos de gente. Entonces allí estaba él, con el aliento a menta y un chicle nuevo luego de haber jugado toda la mañana. Por supuesto que Julia había perdido contra el escolta estrella.
Pero siempre era tan divertido volver a empezar.
—Eres abrazable, Juls. ¿Nadie te lo ha dicho antes? —él siempre gruñiría como un gatito tras recién despertar; fingiría con una voz ronca y grave que lo que decía no era la gran cosa.
Por supuesto que lo era, sólo era demasiado tímido para confesarlo abiertamente. La mayoría de las veces, como esa, Gloss no la miraría a los ojos. Hundiría su cabeza en su cuello y respiraría allí quiescente el aroma de la menor.
Pero ese día en particular, Julia quería verlo a los ojos. Le parecía una injusticia no poder hacerlo cuando la mirada de Gloss era su lugar seguro en el mundo. Entonces Julia sacudió su propia cabeza, alejándolo un poco para verse a los ojos.
Y extrañamente, sucedió. En ese día rutinario, una mañana como cualquier otra, en el lugar que tanto acostumbraban visitar porque había personas que se sentían como espacios físicos y definitivamente ellos dos se sentirían allí, en cada rincón de esa cancha de cemento, ahora con nuevas marcas que le pertenecían a los dos.
Y se mirarían a los ojos, de repente allí no había nada, ni un sol brillante ni nubes decorosas, sólo el nombre de Gloss impreso en su cabeza y algo que no podía objetivarse pero se debía sentir como la completud, como volver a la vida luego de la muerte.
Como el sentimiento de sentirse capaz de cualquier cosa en el mundo o recuperar la inocencia perdida. Julia miraría su boca, sentiría los ojos del mayor recaer en la suya y pronto simplemente sucedería. Los labios de Gloss imprimiéndose en los suyos. Las manos de Gloss se sentían febriles apretando su cintura y bajando hacia los huesos de su cadera. El sol todavía brillaba sobre los dos y hacía cosquillas tibias en sus frentes, pero sus labios seguirían unidos. Gloss sabía a menta dulce y los labios estaban cálidos y húmedos por el reciente entreno.
Pudo sentir las perforaciones de sus orejas cuando escondió las manos enredándolas en su cabello rubio platino. El beso se había profundizado y el chicle de Gloss estorbó cuando sus lenguas rozaron. Quiso reír. La pelota de básquet se había ido lejos y seguía rebotando, girando por el parque cuesta abajo, pero a ninguno de los dos le importaba, no cuando ellos retrocedieron y él la arrinconó en la pared de cemento, justo bajo el aro de básquet.
No importaba, no importaba si ese sentimiento crecía tanto en su pecho que comenzaba a asustarse por sostener un amor como este. De pronto el sol dejó de molestar. Julia había robado el chicle de la boca de Gloss y lo había llevado a la propia. Fue un acto especial y sugestivo.
Le robaría una risa al mayor cuando le mostró el chicle en su lengua y comenzó a correr divertida. Gloss la atraparía de inmediato y volvería a robarle el chicle con su boca con un nuevo beso; el gimbap podría esperar un poco más allí, en la bolsa donde lo habían comprado.
De pronto, en medio del sueño, el escenario fue barrido por un centenar de flores marchitas que caían en sus manos. Se vio a sí misma rodeada de oscuridad y sola, con tantas flores para ella que no supo qué hacer. Súbitamente, un viento la barrió llevándose las flores atrás y la escena cambió como dar vuelta la página de un libro.
Allí estaba Min-Su con un recuerdo de días atrás.
Puede ver su sombra furtiva en el taburete de madera negra y la forma elegante en la que sus manos blancas se pasean por el piano, creando una melodía maravillosa. Quiere parpadear, pero no se ve capaz de hacerlo, no se ve capaz de perderse ni un solo segundo de él. La manera en la que las hebras azabache caen largas hasta sus hombros, ligeramente encorvados pero gráciles en su postura. De vez en cuando su cabeza se mueve, siguiendo con el mentón los compases. Tal vez añadiendo algo de sentimentalismo.
Y quiso vivir de esa forma para siempre, realmente deseó soñar con él toda la vida; con esa mirada negra que envolvía cada sueño en un regalo y se lo entregaba genuino, como si no estuviera completando sus agujeros de existencia o resignara saberlo. El arte quemaba en su corazón y Julia lo abrazó por la espalda, acaso intentando prolongar ese momento; Min-Su sonreiría en medio de la música y una burbuja cálida los envolvería, incapaz de romperse.
Julia apoyó la cabeza en su hombro, envuelto en una camisa de seda negra. Sus ojos se cerraban fluyendo con la mágica melodía. Esa pieza que Min-Su había compuesto llevaba un nombre, pero todavía no tenía letra. Besó su oído, sintiendo el perfume de los espesos cabellos negros cuando la pieza terminó y poco después, Min-Su le ofrecería escribir la letra juntos.
—Min-Su… No me destruya, por favor. No rompa mi corazón en dos, ¿sí? Prométamelo, prométame que no se irá… —le murmuró, absorta en el perfil que rebuscaba los papeles de alto gramaje amarillos, donde solía escribir su música.
El título de la canción era I need you.
Flotaba un vapor lunar que ingresaba por la lujosa habitación de hotel en tonalidad mandarina. Él por algún motivo no quería llevarla a su propia casa, pero lo recordaría tan bien de ese modo, soportando verse en esos lugares porque lo adoraba y no necesitaba saber más que eso. Era suficiente.
Min-Su no le respondía a menudo. Él era un hombre de actos, no de palabras. Encendió un nuevo cigarro y Julia lo entendió. Él quería verla desde allí, en el taburete con sus piernas abiertas y un vaso de whisky derritiéndose en su hielo.
—Julia… Quiero verte bailar sobre mí. Esta jodida letra puede esperar un poco más —le murmuró, soltando el humo con parsimonia en sus labios gatunos, rastreaba su figura con deseo entre las volutas azules.
—¿Será que el piano tiene un efecto hipnótico en usted? ¿Por qué siempre quiere hacer el amor luego de acariciar el arte con sus yemas? —ladeó su cabeza, la luna reflejada en su rostro níveo mientras comenzaba a desabrochar los primeros botones de su camisa de fina seda blanca.
Contrario a sus palabras, en el fondo Julia siempre lo complacería.
—Tal vez porque tú eres otro tipo de arte que quiero acariciar —ronroneó con una sonrisa ladina que comenzaba a asomarse.
Julia se enredó entre sus piernas. Y pronto el humo la envolvía en cada nuevo beso en su piel; la luna ingresaba como un halo testigo de cómo el mayor terminaba de bajar la camisa suavemente por sus hombros y llevaba un rosado botón a su boca. La lengua felina actuaba, robándole suspiros y sensaciones de cosquillas que se extendían como un fuego por su cuerpo. Él tomaría el otro botón entre sus dedos punzantes y Julia adoraría tanto que la llamara arte en ese momento.
Porque Min-Su tocaría cada parte de ella como si fuera música, incluso aunque ella fuera un piano magullado; su sonido tendría hermosura por ser suya una vez más.
Y diez años no eran nada, no eran absolutamente nada cuando comenzó a ver estrellas sobre sus piernas y Min-Su murmuró que la amaba más de lo que creía.
De pronto los pétalos comenzaron a revolotear otra vez en un sinsentido de oscuridad marchita, sólo que esta vez una ligera llama naranja se asomaba desde lo que parecía ser un túnel profundo. En cuestión de instantes, o tal vez una eternidad entera, los pétalos se vieron invadidos de la luz del fuego y todo comenzaría a arder en su calor.
Entonces Julia despertaría y su día comenzaría, una y otra vez. El autor del fuego jamás se presentaba en sus sueños.
***
En ese momento, Julia se encontraba con su nueva amiga Jennie. Le había llevado una maleta con ropa luego de que le confirmara que podía tenerle algunas pertenencias en su «pequeño desorden», como solía llamar a su cuarto en la tienda de conveniencia. Estaba comenzando el proceso de mudarse allí, aunque por supuesto que no tenía aún dinero ahorrado, pero al menos ya no estaba sola y no le molestaba el hecho de saberse sin nada más que una maleta, con algunos cambios de ropa, su celular y algunas de sus pinturas.
Era todo lo que necesitaba para sobrevivir. No tenía nada. Después de todo, cada persona en el mundo moría sola y nadie se llevaba lo material a su tumba.
—Déjame ayudarte, Julia —la de cabellos cereza tomó su maleta y la subió, alegando que ese peso no era nada para ella.
Julia se sentía débil la mayoría del tiempo, así que sólo la dejó hacer.
—Realmente agradezco tu ayuda, Jennie. Prometo que me iré pronto de aquí y sólo vendré a dormir. No te molestaré durante el día —le aseguró.
—¡No me molestas, cabeza de sol! Será genial vivir juntas. De hecho, ahora que me lo recuerdas, el dueño está por venir. Le comenté acerca de ti y tal vez pueda darte un empleo extra. ¿No es eso genial? —Jennie desordenó los cabellos de la más baja con cariño.
—¿Por qué haces todo esto por mí? No lo entiendo… —se sonrojó, dejándose hacer pero con cierta renuencia.
Julia no podía llamar “amigo” a ninguna persona hace tiempo y le costaba demasiado hacerlo, pero no quería ser irrespetuosa con la de cabellos cereza, así que se esforzaba en no rechazarla.
—¿No te lo dije antes? ¡Somos amigos! —respondió, como si eso fuera obvio y razón suficiente para renunciar a su espacio personal y compartir su preciada litera, sólo por ella.
Acababan de conocerse hace una semana y aun así Jennie se había convertido en la persona más amable en su vida.
Estaba por decírselo, incluso se había sonrojado anticipando sus palabras en su mente y la posible reacción de la más alta, cuando de pronto la oyó gritar un saludo y batir sus manos al aire. Se encontraban en la puerta de la tienda, esperando al dueño quien al parecer había llegado.
Julia giró sobre su espalda, encontrando a un señor alto pero ligeramente regordete que traía una sonrisa cuadrada. A su lado, venía Kim Hyun y realmente nunca sintió que el mundo era un pañuelo por muchas veces que hubiese escuchado ese dicho, sino hasta ahora.
Se sorprendió mucho más cuando vio que Hyun esbozaba un coloquial grito hacia la de cabellos cereza e incluso hicieron un saludo de amigos como si se conocieran de toda la vida.
—¡Jennie! —la abrazó, siendo correspondido al instante por ese brazo tatuado.
—Ustedes…
De pronto Hyun la vio, como si no se hubiese percatado antes y sus ojos se abrieron como dos platos. Él siempre hacía las mejores muecas de sorpresa.
—¡Juls! ¡Realmente no sabía que esa amiga de Jennie que necesitaba alojo eras tú! ¿Por qué no me lo dijiste antes? ¡Somos amigos! —reclamó, también rodeándola en un abrazo que la hizo sentir pequeña, muy pequeña.
La vergüenza la invadió desmedida, porque tal vez si pudiera confiar un poco más en las personas a su alrededor, no habría tenido la necesidad de cargar con todo sola. Julia sonrió, dejándose apretar por Hyun y una Jennie que comenzaba a unirse luego de fracasar en el intento de despegarlos, pues el castaño aseguraba que Juls era demasiado tierna para este mundo.
Sin embargo, tuvieron que hacerlo cuando un carraspeo se oyó proveniente del hombre, al parecer dueño del local y padre de Hyun.
—¡Ah, lo siento señor Kim! Bueno, como verá, ella es la amiga de la que le he hablado. Julia, preséntate —le susurró ella, codeándola.
—Oh, sí. Hola, es un placer señor Kim. Mi nombre es Park Julia. Realmente agradezco su ayuda y prometo que no le causaré problemas —hizo una venia.
Entonces Hyun se interpuso, negando con su cabeza y fingiendo una mueca dramática.
—Juls, no vivirás con esta mocosa con complejo de oso. Te lo juro, no sabes cuánto es capaz de roncar. Te arrepentirás desde el primer día. Además, no lava sus sostenes y los deja tirados por días y tiene la costumbre de armar karaokes a las cuatro de la mañana. Por cierto, también-
—¡Tenías que defenderme, Kim Tarado! —Jennie lo empujó, notoriamente apenada y comenzarían una pelea de no ser porque el señor Kim tomó la palabra.
—Creo que mi hijo tiene razón —suspiró, rascando su nuca—. Jennie es un desastre y tú pareces ser muy correcta, creo que la pasarás realmente mal con ella. Si necesitas un alojo temporal, ¿por qué no te vas a lo de mi hijo Hyun? No tengo problemas en darte alojo en la tienda, pero es un espacio muy reducido y sé que Jennie piensa que no me doy cuenta, pero apenas limpia antes de que yo venga. ¿Realmente quieres convivir con alguien así, Julia? —preguntó amablemente.
—¡Oye! ¿Por qué todos me tratan como una vagabunda que se baña una vez a la semana?
—Porque lo haces, Jenn —Hyun apoyó la mano en su hombro.
—¡Eso era antes!
Julia no supo cómo sentirse, la situación era algo incómoda pero al mismo tiempo le daba gracia y profería una cierta sensación hogareña.
—Agradezco sus consejos señor Kim, pero sé que Hyun convive con su amigo Hoon y no quisiera ser una molestia. Además, tampoco quisiera ser pretenciosa cuando su ayuda es ya más de lo que merezco —respondió cordial, ignorando la riña que mantenían sus dos amigos.
A la mención de su nombre, el castaño pareció dejar la pelea para después.
—Oh, realmente no te preocupes por eso. A Hoon le encantará la idea —aseguró, soltando la mota de cabellos cereza que había capturado—. Además, tenemos una cama de más en mi habitación y un sillón realmente amplio en la sala. Jennie podría dormir en el sillón, así no molestará a nadie con sus ronquidos. Hace tiempo que le vengo insistiendo venir con nosotros pero ella es demasiado terca para aceptar.
—Si Julia va, yo también voy. Así ya no me sentiré como una molestia —Jennie abrazó a la rubia por los hombros.
—Bueno, creo que ya está todo solucionado. Julia, puedes trabajar en la tienda a medio tiempo si quieres. De esa forma, Jennie tendrá un turno de descanso, a ver si al fin te pones a estudiar, hija —renegó el señor Kim, inflando sus mejillas regordetas.
Jennie fingió estar dolida mientras que Hyun se burlaba de ella.
—Prometo que pagaré mis propias cosas y cuando termine la carrera, les devolveré esta gran ayuda como corresponde —asintió Julia con sus ojos brillosos.
—Eres muy correcta, chica. Creo que le harás bien a estos dos —asintió el señor Kim con orgullo.
—Ah papá, no seas inocente, cuatro chicos solteros en un apartamento será algo caótico —bromeó el castaño.
—¿Quién dijo que somos todos solteros? —se mofó Jennie, fingiendo altanería.
—Por favor Jenn, ningún chico estaría con alguien que se la pasa viendo las mismas películas de Iron Man y llorando a moco suelto cada vez —se carcajeó el camarógrafo, golpeándola en la espalda.
—¡Al menos yo sí di mi primer beso! —Jennie le sacó la lengua.
—¡Y yo también!
—Hoon no cuenta —se volvió a burlar la de cabellos cereza.
Mientras tanto, Julia conversaba amenamente con el señor Kim acerca de su nuevo trabajo en la tienda y algunas cosas que había que hacer y Jennie solía olvidar, como cambiar la reposición o actualizar el Excel con los precios.
Julia asentía con su cabeza, guardando la información importante en su cerebro y jugando con el mechero de plata en sus bolsillos.
Los primeros pasos estaban dados para al fin encenderlo todo.
14. NOMEOLVIDES
Despedida
Había transcurrido un mes desde ese día, cuando finalmente decidió mudarse a la casa de Hyun y Hoon junto a su nueva amiga. Y aunque sus decisiones parecían ir bien al principio, fue a partir de ese momento que todo empezó a desmoronarse. Porque a partir de ese día, fue como si los límites entre los sueños y la realidad sufrieran un desfasaje y todo comenzó a rebalsarse, como sacar un tapón a punto de explotar en una bañera llena de pétalos marchitos.
El tiempo era una fuerza extraña, pero no había nada más poderoso en el universo que la capacidad que tenía la mente humana para mezclar la realidad con sus fantasías. Así se sintió Julia, inmersa en un cóctel profundo de soledad, una laguna insondable e inhóspita que eran sus pensamientos. El ingrediente principal de su trago era el infortunio y la depresión que jugaba a cada rato con volver a devorarla. Y realmente deseó sentirse en paz, poder hacerle frente, pero en algún momento las voces se hicieron más fuertes que su cordura y no supo a quién culpar de los dos, si a su sombra o a ella por ser tan débil.
Cuando Julia abrió sus ojos de a poco, las blancas paredes del hospital la recibieron con un eco vacío. Había sucedido tantas veces en este pasado mes que no podía evitar sentirse en un bucle, como si su tiempo se reiniciara una y otra vez por el peso de sus decisiones. Quiso incorporarse en la blanca camilla, pero los músculos de su espalda la tiraron al colchón de inmediato. Soltó un quejido inevitable. Tenía el brazo izquierdo inmovilizado por dos intravenosas y una mascarilla de oxígeno la hacía sentir absurdamente sofocada.
Rastreó alrededor. La habitación lucía solitaria, con algunas pizarras de corcho alrededor y dibujos infantiles pegados en los blancos azulejos. Había una ventanilla abierta por la que ingresaba un tibio halo de fines de primavera. No había brisa que moviera las finas cortinas y tampoco sonido alguno. Por un instante, creería que estaba muerta, atrapada en una especie de mundo apocalíptico y la idea la asfixió. Necesitaba salir de allí cuanto antes.
Julia arrancó las intravenosas como tantas veces lo había hecho en el pasado y esperó que alguien se alertara por los ruidos que estaba haciendo. Quiso levantarse, pero su débil cuerpo se lo impedía, por lo que se limitó a sentarse en el colchón tomando su cabeza entre manos. Le dolía, sentía algo punzante que contrastaba cruelmente con el vacío que sentía en el corazón. Incluso ahora no lo entendía.
Las primeras personas que vio entrar fueron a Jennie con Hyun. Lucían apresurados y preocupados por saber cómo se encontraba. ¿Cuántas veces había vivido esto mismo? ¿Alguna vez sus deseos se cumplirán y no regresará en lo absoluto? Entonces no vería esa misma expresión de culpa en sus rostros, esa que le recordaba que su tiempo todavía no era ese, no importa cuánto le doliera el cuerpo o intentara resignarse a su destino. Algo inconcluso la ataba a este jodido mundo todavía.
—¡Juls-Juls! Dios, realmente despertaste al fin —Hyun fue el primero en sentarse a su lado, hundiendo el colchón.
Era tan fino que podía sentir la madera apenas tocándola. Se sintió agobiada, su cabeza punzaba y los gritos de Hyun no ayudaban, pero no se vio capaz de decirle nada. Jennie, notando esto, tomó al castaño de los hombros.
—Ven, no la molestes Hyun. Aún necesita descansar —suavizó con su voz, a lo que el castaño asintió afligido—. ¿Cómo te sientes? Llevas dos días aquí.
Así que esta vez fueron dos días. De acuerdo, no había sido tan grave. Julia cedió cuando la de cabellos cereza la ayudó a recostarse y pronto Hyun comenzó a cambiar las flores del florero a su costado por unas nuevas. A juzgar por su frescura, alguien parecía venir y hacerlo todos los días.
—¿Dónde está Min-Su? —preguntó al fin, sintiendo que su voz había salido más apagada de lo que recordaba la última vez.
Soltó un quejido de alivio cuando finalmente dejó caer su espalda al colchón y sus ojos rastrearon las miradas que sus amigos se dieron en seguida.
Al pronunciar ese nombre se había generado cierto silencio. No había sido su percepción, ¿verdad? Los rostros de sus amigos se veían solitarios y comparecientes. Conocía esos ojos, lo había visto en algún sueño o tal vez días atrás. Esa sutil blandura del rostro que esparcía el silencio como una tormenta de arena en su corazón.
Era la misma mirada que últimamente todos ponían cuando mencionaba a Min-Su.
Jennie y Hyun se vieron una última vez, como si estuvieran dilucidando la manera correcta de explicarle un asunto difícil a una niña. Fue la de cabellos cereza la que tomó la palabra, tal vez porque tenía un poco más de tacto.
—Bueno, verás… Sabes que Min-Su no aparece hace un mes y tienes que olvidarlo, ¿verdad? Eso… Eso es en lo que quedamos la última vez, Juls. Tienes que olvidarlo, ¿entiendes? Tu mente es más fuerte que esto —suavemente, Jennie se agachó y tomó su pequeña mano entre la suya—. Él ya no volverá y lo sabes.
—Mientes… Todos ustedes mienten. No lo he perdido aún. Lo sé, él me lo ha dicho —Julia rehuyó su mirada cuando la miraron con lástima. Sabía que ellos no podían entenderla y no los culpaba—. ¿Qué es lo que pasó esta vez? ¿Por qué terminé aquí?
Podría recordarlo si hacía algo de esfuerzo, pero también sabía que no podía confiar en su memoria últimamente. Al menos no para esto. Tenía muchos sueños que su psicóloga había catalogado como visiones, pues no eran alucinaciones, ya que sólo le ocurría al dormir. Pero excedía los límites de lo sano, pues solía confundirla con la realidad y eso la volvía mentalmente inestable. Y extrañamente, siempre era referido hacia lo mismo.
Por esa razón lo habían diagnosticado con un leve estrés postraumático además de su tan habitual depresión, esa prenda que solía ponerse cada día y a la que ya se había acostumbrado a sentir como una parte de ella.
—Bueno, esta vez la historia es algo larga. ¿Recuerdas lo que pasó la última vez que viniste aquí, Juls-Juls? —Hyun también se acercó luego de acomodar las flores y tomó su otra mano. La rubia negó—. Esa vez tomaste el auto de Hoon y condujiste muy rápido. Casi te estrellas y cuando el oficial de tránsito te detuvo, confesaste que estabas intentando matarte…
Julia no tuvo fuerzas para responder nada. La culpa nublaba su corazón.
—Pero esta vez no intentaste hacerlo, tranquila. La terapia está funcionando y tu medicación también, así que has mejorado mucho y nos enorgulleces —le sonrió suavemente, alentándola—. Esta vez no tuviste la culpa de lo que pasó, bebé…
Cuando sus amigos comenzaron a relatarle lo que sucedió, los fragmentos cobraron vividez dentro de su nebulosa. Y pronto recordó todo con un brillo tan intenso como si lo hubiese vivido en ese mismo instante. Las imágenes se refrescaban con vitalidad en sus retinas a medida que el relato continuaba.
A veces en sus sueños llamaba el nombre de Min-Su. De vez en cuando les hablaba de él y si no fuera porque Hyun había visto tanto a Gloss como a Min-Su, creería que ellos existían sólo en su imaginación. Pero nadie la había visto hablar de él hace unos días y esos sueños cesaron como por arte de magia, por lo que consecuentemente, el humor de Julia mejoró a grandes rasgos. Creyó que al fin la había dejado libre.
Esa noche Julia estaba feliz preparando la cena luego de un día ocupado con sus estudios y el nuevo trabajo a medio tiempo. Vivía en la casa de Hyun y Hoon hace ya algunas semanas, también su amiga de cabellos cereza estaba allí. La convivencia le había resultado natural, cada uno respetaba el espacio del otro y sus padres no habían preguntado siquiera dónde se encontraba viviendo; habían tomado la noticia como que Julia finalmente se había independizado y dejaría de causarles problemas.
Jennie había tomado la sala de estar para ella como una especie de cuarto personal, con la condición de que mantuviera el orden y la limpieza, lo cual parecía estar yendo correctamente. Esa noche Julia se encontraba de buen humor así que decidió sorprender a los dueños de la casa con un platillo casero.
Mientras cortaba las verduras que saltearía, tal y como Gloss le había enseñado a hacer hace tiempo, Jennie estaba echada en el sillón con el canal de noticias encendido, dormitando de a ratos. Julia podía ver la televisión desde la cocina, la cual consistía en una pequeña isla unida a la sala de estar. Le agradaba tener un sonido de fondo para no sentirse sola con sus pensamientos, incluso aunque eso fuera sólo el canal de noticias.
En un momento, se encontraba tarareando alegremente mientras picaba las verduras. Y al otro momento, como si se hubiese escindido, simplemente no pudo continuar, el cuchillo se resbaló de sus manos al igual que su cuerpo cayó al suelo de improvisto. Todo su alrededor se nubló y sus manos temblaban. Lucía descompensada, como si hubiera revivido algo profundamente doloroso. En la televisión podía verlo a él.
Las imágenes se sentían difusas desde ese momento, al igual que todos sus sentidos se entremezclaban como un torbellino de flores rotas.
“¡Luego de un mes de entrenamiento, tenemos al gran escolta estrella del Seoul SK! Pueden acompañarnos con el hashtag #GlossSeoulBoy en nuestras redes sociales, ¡pues estamos en vivo y en directo con el gran escolta! Oh Dios, y es tan guapo de cerca. Cuéntanos, ¿cómo estás viviendo esta noticia, Gloss?”
La voz de la periodista daba vueltas en su cabeza, una y otra vez, incapaz de integrarse a su comprensión. Sólo podía ver cómo la cámara lo enfocaba a él, su sonrisa nerviosa sin mostrar los dientes, sólo una ligera mueca que ella concebía de incomodidad porque sí, lo conocía como la palma de su mano. Gloss rascaba detrás de su oreja y rehuía la mirada, respondía escuetamente a todo lo que le era cuestionado pero su voz, su jodida voz era la misma con la que había soñado todo este tiempo. Y ahora estaba allí, repitiéndose como una irónica burla, haciendo temblar su cuerpo de pies a cabeza.
Las emociones pronto la rebalsaron. El tapón salió de golpe y Julia no supo qué hacer ni qué sentir. Sólo pudo dejarse hundir con el agua, incluso aunque sus pulmones ardieran desesperados por liberarse y respirar. El estruendo que había ocasionado al dejarse caer fue tal que Jennie se despabiló en seguida y corrió asustada a verificar cómo estaba.
“Ah, realmente lo agradezco, pero no creo ser tan genial como para merecer esto… Todos esos títulos en las noticias y los comentarios. No se sienten como si fueran para mí. Hace tan sólo un mes, no podría haber estado haciendo esto, pero mucha gente me apoyó. Quería agradecer por eso. El partido del martes será sin duda una oportunidad para demostrar mi gratitud y…”
No quería oírlo. No quería saberlo. La risa nerviosa de Min-Su ascendía a su cabeza y enviaba espasmos al resto de su cuerpo.
—Juls, suelta el cuchillo… Puedes lastimarte, tienes que tranquilizarte —la voz de Jennie la consolaba, pero no era suficiente.
—Él ni siquiera se despidió de mí… ¿Por qué luce tan feliz con eso? ¿Por qué, por qué...? —hipó, sintiendo que un corazón no podía doler tanto, no podía estar tan roto.
Los fragmentos se acariciaban entre sí y la hacían retorcerse en el suelo de dolor. Era un dolor que conocía bien, pero ahora se había intensificado. No supo describirlo con palabras, si es que acaso estaba vacía por dentro o ese pobre corazón pesaba más ahora que estaba hecho trizas. Tampoco supo que sin querer había lastimado su dedo mientras cortaba las verduras y ahora la sangre caía en su delantal.
—Déjame curar eso por ti, ¿sí? No hagas nada extraño, iré a buscar el botiquín —le advirtió la de cabellos cereza, desapareciendo presurosa por la puerta.
Julia no había hecho nada más que quedarse llorando en el suelo, hecha una bolita. De fondo todavía se oía la entrevista a Gloss. Y aunque realmente deseó con todas sus fuerzas dejar de escucharlo, una parte de ella se dejaba arrullar por su voz.
Por mutuo acuerdo, cuando Hoon y Hyun llegaron, conversaron con la menor acerca de lo sucedido y consideraron que lo mejor sería llevar a Julia a la clínica otra vez. Temían que luego de haberlo visto su shock emocional fuera tan intenso que la llevara incluso a atentar contra su vida, pues no había salido de su cuarto en ningún momento y podían oírla llorar.
—Y eso es lo que pasó —terminó de relatar el castaño, acariciando el cabello de la menor—. Si te sientes bien, seguro te darán el alta mañana y podremos estar juntos de nuevo. ¿Qué dices, Juls-Juls?
Julia se sentía horrible, pero no supo cómo decírselo. Estaba cansada de no poder estar bien, de preocupar a los demás, de saber que era por su culpa que sus amigos se salteaban su trabajo o no descansaban el fin de semana para venir a cuidarla. Que nunca podían dejarla sola porque tenían miedo, y en el fondo, ella también tenía miedo de sí misma. ¿Cuánto más aguantaría de este modo?
—Lo siento, Hyun… Por favor, ¿podrían dejarme sola? Prometo que no causaré más problemas, ya no —les pidió, sintiendo que su garganta se cerraba más y más en su nudo.
Las preocupaciones sólo se habían propagado más en sus amigos cuando la escucharon hacer ese pedido.
—No, no puedes estar sola Julia. Lo sabes. Y somos tus amigos, no te dejaremos sola si nos necesitas —Jennie la miró seria, asustada. Todo lo que reflejaba alrededor últimamente sólo era miedo.
Y Julia no podía entender esa mirada, ni el momento en que todo había empezado a desmoronarse, si hace tan sólo un mes, podía finalmente ver la luz asomarse detrás de la tormenta. Si hace tan sólo un mes, sentía que estaba viviendo el momento más hermoso de su juventud. A Gloss no le importaba mojarse y en realidad a ella tampoco, aunque sus motivos eran distintos. A Gloss no le importaban las apariencias. Julia, por el contrario, se había acostumbrado a la soledad que eso implicaba, porque toda su vida había vivido con una nube gris sobre la cabeza y un paraguas roto en el suelo.
Del cielo claro ahora sólo quedaba un frágil recuerdo.
Y lo recuerda, recuerda a Min-Su como nunca antes ha hecho; las flores de sus manos se ahogan de tanta tristeza y se pregunta por qué él desaparece antes de que pudiera desearlo.
—Iremos a organizar algunas cosas en la casa, pero Hoon vendrá luego a hacerte compañía, ¿sí? —sintió una última caricia en su mejilla hasta que finalmente, ellos dos desaparecieron por la puerta, no sin antes desearle una pronta mejoría.
Y Julia sólo logró sentirse confundida. Todo transcurría lejano a ella, fuera de su cuerpo y entendimiento. La enfermera que pronto ingresó con una amable sonrisa, preguntándole cómo se sentía y otra vez esa nube en su corazón, algo que no podría precisar ni mucho menos clarificar ahora. La enfermera pareció entenderlo, pero esa tonta sonrisa en su rostro no se iba, ni esa mirada blanda que todo el mundo parecía ponerle cuando hablaba de él o preguntaba cuándo estaría bien otra vez. Sintió cómo cambiaban su intravenosa y los latidos de su corazón se oían lentos, más lentos a cada minuto que pasaba, la enfermera estaba haciendo algunos análisis de su sangre por rutina. Todo marchaba bien con su cuerpo, entonces, ¿por qué se sentía siempre tan, tan fría?
De algún modo las horas habían pasado. Hoon vino a verla. A diferencia de sus otros dos amigos, él no le había hecho ninguna pregunta, lo cual agradeció profundamente. Sólo conversaron por un rato, o bueno, en realidad Julia se limitaba a oír sus anécdotas y lo que tenía para contarle de estos días que se había ausentado. Le habló de su trabajo, de cómo Hyun quemó una cacerola intentando cocinar arroz el otro día y que Jennie estaba aprendiendo a lavar la ropa en su suplencia. También le dijo que pasó por la universidad y el profesor Kim Seo-Jun le había mandado un saludo, también un presente para desearle su pronta recuperación: unas bonitas flores nomeolvides.
Julia acarició los pequeños pétalos azules con delicadeza, sintiendo que eran tan suaves que podría romperlos sólo con el movimiento equivocado. De vez en cuando, desde lo que le dijo Min-Su aquella vez en su auto, ella se sentía identificada con las flores. Observó maravillada las tonalidades violáceas de sus puntas y cómo estas contrastaban en un degradé frío con las anteras amarillas repletas de polen.
Para cuando Hoon se marchó, las flores descansaban en el florero junto a las que Hyun había traído y sus colores mimetizaban su belleza. El sol estaba a punto de caer y el último halo de luz se reflejaba en sus gélidos pétalos. Para cuando el primer lucero de la noche se encendió en el cielo anaranjado, las nubes rosáceas bailaban entre una brisa fría que anunciaba que el invierno estaría por llegar.
Y no supo cómo, Julia se las arregló para subir a la azotea sin que nadie la viera. La medicina la había hecho sentir mejor, al menos muscularmente y aunque sólo llevaba una camisa blanca de hospital, sentir el viento frío rugiendo con fuerza en sus pálidos huesos era algo que la revitalizaba en cierto punto. Estaba viva.
Lo sentía en su cuerpo, en el florero de su habitación, en la manera en la que el cielo se expandía inmenso sobre su cabeza y los colores bailaban, tal vez batallando con la noche para no morir, para no dejarse evanescer. Entre las numerosas estrellas salpicadas siempre había una que brillaba un poco más y Julia lucía encandilada, no sabía si era Júpiter o Saturno, el que sabía de estrellas siempre fue Min-Su, pero ella adoraba recordarlo en el silencio, sin un nombre que lo estropeara.
Allí las nubes rosáceas comenzaban a tornarse grises. El naranja empezaba a dar pasaje a un profundo añil que sería el cielo nocturno, y una triste media luna pendía del cielo como si compartiera sus preocupaciones. Todo era bello, sumamente bello, rodeado de edificios enormes que sin embargo seguían repartiendo cierta calidez, una calidez de hogar, de pertenencia.
El cielo le daba vértigo desde lo alto. Era tan inmenso que la hacía sentir inmóvil en su lugar. Las cosquillas en su cuerpo se repartían haciéndola sentir tan liviano como una pluma. Podría caer, lo supo cuando se acercó al barandal y la calle lucía borroneada por al menos unos quince pisos de alto. Y al anochecer, las luces de la ciudad la intoxicarían; podía imaginarse con sus alas rotas volando, yendo en contra de la brisa que retumbaba. Allí no había aves ni canto, sólo un cielo que continuaría cambiando sin que ella pudiera darse cuenta.
No supo cuánto tiempo había pasado mirando las estrellas. Julia estaba tan embelesada que pronto la invadió una epifanía, desmedida, como una enorme ola en un mar furioso.
El miedo a caer la invadió de pronto y se aferró al barandal, paliando el vértigo. Sintió un fragor terrible, destrozador. No había nada que pudiera hacer, porque Min-Su se había ido y las cosas tenían que suceder de ese modo.
Entonces lo supo.
Lo que pasó ahora, que finalmente lograron verse tal y como eran, resultaba ser una especie de desastre natural para su temeroso corazón: la felicidad de Min-Su se volvería también la suya.
16. MARGARITAS
Amor propio
Esa noche en el hospital se la pasó nadando en recuerdos. Mientras miraba la ventana en la camilla de hospital, la cual daba al pequeño jardín donde los pacientes solían pasear en las tardes, las horas se espesaron entre recuerdos y reflexiones acerca de su vida.
De pronto se vio siendo libre; de sus padres, de sus abusos y los mandatos que toda la vida la persiguieron. Pero no supo qué hacer. Sintió miedo de la libertad, de eso que tanto había anhelado. Tal vez había crecido demasiado rápido y necesitaba tiempo para entender que jamás sería como otros adolescentes de su edad. Su lucha no mejoró cuando Min-Su simplemente desapareció de su vida luego de esa noche.
A las afueras del hospital las luces ya estaban completamente apagadas, a excepción de los pasillos y algunos faroles amarillos que repartían su calidez en el verde pastizal. El cielo de medianoche estaba completamente oscuro. Pequeños grillos cantaban y era todo lo que podía acompañar el silencio. Allí, sobre el verde de las grandes hojas de elefante y el florero azul en un rincón, Julia revivió todo lo que había pasado con nitidez.
Hace poco más de un mes atrás, finalmente tomó la decisión de enfrentar lo que estaba pasando en su vida. Se equipó con toda esa valentía que alguna vez guardó para usar después y sabría que ahora la necesitaba más que nunca. Min-Su, Gloss, Solg-Min. Tenía que hacer frente a cada uno de ellos o eso no la dejaría avanzar.
Lo supo de algún modo, que estaba atrapada en un espiral del tiempo, en algún azar o desatino que ella creía obra del destino, o tal vez un pequeño engranaje roto en su cabeza. Estaba atrapada en un mundo donde sólo podía conocer distintas versiones de un mismo hombre. No estaba lo suficientemente loca para comenzar a alucinarlo, incluso Hyun y Hoon se lo confirmaron. Min-Su y Gloss eran los mismos. Lucían como réplicas en tiempos pasados y sin embargo singularmente diferentes.
Había algo, una sutileza, una expresión, algo casi imperceptible como el aleteo de una mariposa que los hacía ser uno y al mismo tiempo, distintos del otro. Pero los amaba como dos piezas de un rompecabezas mayor que todavía hoy le era una incógnita. Julia no sabía si ella era parte de ese rompecabezas también, si quizás eso de las almas gemelas existía, si tal vez ella hizo “click” con la persona incorrecta y no la indicada.
Pero allí estaba, flotando como una certeza, el hecho de que tenía que enfrentarla por sí misma y nadie más lo haría por ella. Fue por eso que unos días antes de que Gloss se marchara a Seúl, Julia decidió citarlos al mismo tiempo, en el mismo lugar. Como Solg-Min sólo vivía en sus sueños, no supo cómo traerlo a la conversación, pero su mechero estaba allí en el medio de la mesa, como asegurando su estancia.
No podría estar loca, no se culpaba a sí misma por haber caído de este modo. Había reaccionado a su angustia como cualquier persona coherente lo haría al saber que aquello que ocurría en sus sueños, de pronto se transformaba en una realidad ineludible. Lo supo cuando ese encendedor apareció en sus manos tras haber soñado con él, lo supo cuando los besos de Solg-Min se sentían tan reales y cualquier persona a su alrededor era testigo de ello: de cómo aparecía con nuevas marcas en su cuello, espalda o muñecas, todas hechas por el mismo hombre en un escenario onírico.
Ese día citó a Gloss y Min-Su en una habitación de hotel. Era el único lugar donde creyó que podrían hablar apropiadamente sin distracciones. Primero llegó el escolta y luego el hombre mayor. Sus rostros al verse fueron un poema. Por supuesto que ellos no se conocían y no entendían qué hacían allí, por qué lucían tan parecidos y tampoco sabían comprender por qué ambos se giraron a ver a Julia de la misma forma cuando la vieron aparecer.
Julia abrió la puerta suavemente y se recargó contra la madera. Esa habitación era blanca, la recordaría perfectamente porque la vista del hotel daba a la azotea del hospital donde ahora mismo residía y tan usualmente visitaba estos tiempos, lo cual le resultaba amargamente irónico. Era un hotel barato, nada parecido a los lugares a los que Min-Su solía llevarla, pero recordaría por siempre ese aroma a lavanda de la habitación y el cielo que caía en fragmentos oscuros. Ese día había un viento particularmente fuerte que movía las cortinas ruidosamente y por unos momentos, era todo lo que podía escucharse allí.
La tensión flotaba en el aire y ninguno de los dos creyó soportarlo por mucho más.
—Julia… ¿Qué es todo esto? ¿Quién es él? —tal como esperaba, Min-Su iba directo y al grano.
—Eh, estaba por preguntar lo mismo. ¿Por qué carajos lucimos tan parecidos? Incluso su voz es igual a la mía —Gloss comenzaba a sentirse molesto, la impaciencia era característica de los dos, pero uno lo gestionaría mejor que el otro.
Siempre habían sido tan parecidos. Julia suspiró y mordió sus labios pensando cómo lo explicaría sin sonar poco cuerda. Su mirada estaba fija en el mechero de la mesa hasta que la subió hacia los dos. Min-Su y Gloss yacían expectantes, aunque incómodos por la presencia de aquel que lucía como un gemelo.
—Esto puede sonar loco pero… Creo que ustedes dos son la misma persona. Y hay un tercero, pero él realmente no puede hacer aparición ahora —declaró.
Tal como esperaba, ellos no entendían en absoluto lo que estaba diciendo. Julia volvió a suspirar y se inclinó sobre la mesa, extendiendo sus dos manos. Ellos la miraron sin comprenderlo hasta que le dieron sus manos. Una tenía anillos de plata y lucía en extremo delicada, la otra tenía llagas y heridas, ligeramente rugosa por los entrenamientos deportivos. Julia tomó sus manos, lucían exactamente igual a pesar de las ligeras diferencias. ¿Cómo no pudo notarlo antes? El sentimiento que escurría en su corazón al tomar sus manos seguía siendo desde siempre el mismo.
—Escuchen, sé que no me creen ahora pero necesito que lo hagan por un momento. Yo… Como es natural, por un momento creí que los estaba imaginando, que todo esto era parte de mi cabeza, y le pedí a un amigo mío que los siguiera. Hyun, ambos lo conocen, aunque de distintos lugares. Pero él me aseguró que ustedes realmente existen y eso es lo que me ha terminado de enloquecer por completo, irónicamente. ¿Por qué su alma me persigue? No lo entiendo. Quise alejarme de los dos pero esos sueños aparecieron de pronto… Sólo otra parte de ustedes, demostrándome que por mucho que lo intente, no puedo dejarlos ir —confesó, con su mirada perdida en sus manos entrelazadas.
Miró los ojos de profundo chocolate del rubio y acto seguido, se dejó invadir en la oscuridad que difundían las pupilas del mayor. Eran distintos, muy distintos. Sin embargo, ahora podía comprenderlo mejor que nunca.
—Julia…
—No, Min-Su. Déjame terminar, por favor —le pidió al hombre—. No los cité sólo para contarles una verdad que no necesitaban saber. También quiero que ustedes me ayuden a descubrir por qué sucede esto. ¿Alguna vez… sintieron que están atrapados como yo? En un lugar donde no pertenecen. Buscando algo que no entendían que buscaban, pero que se esclareció apenas nos encontramos. ¿También se sentían vacíos como yo todo este tiempo, como si su otra mitad faltara? Y, sobre todo… ¿También sienten que incluso estando juntos, eso se alivia, pero nunca se completa?
Se pronunció un silencio denso. Las cortinas de la habitación de hotel se batían furiosas. Estaría por desatarse una de las últimas tormentas de primavera. Flotaba el aroma a las hojas secas y el polvo de las ramas rotas. El primero en soltarle la mano fue Gloss, quien parecía negado a creer todo esto.
—Julia, esto es una locura. No te culpo, pero no me pidas que lo entienda tampoco. ¿De pronto un hombre luce igual que yo? ¿Y dices que hay otro Min-Su más como nosotros? ¿En qué cabeza cabe todo esto? —gruñó, llevando el pulgar a sus dientes con ansiedad—. Creo que será mejor que me vaya.
Julia estuvo por detenerlo, pero realmente no tuvo que ser ella quien lo haga. Sorprendida, observó cómo Min-Su tomaba su muñeca, una que lucía exactamente igual como la suya.
—Espera. No puedes ser así de injusto con ella. Si eres igual que yo, compórtate como un hombre maduro y afronta la situación.
—Tú no me dirás qué hacer —espetó.
—¿La amas? —preguntó, a lo que el rubio lo miró con desagrado.
—Es demasiado tétrico. Joder, realmente luces y actúas igual que yo.
—Responde.
—Ah, sabes que la amo tanto como tú lo amas —confesó, soltándose de un arrebato.
—Entonces debes quedarte hasta el final —sentenció Min-Su, cruzándose de piernas—. Julia, ¿estuviste saliendo con los dos al mismo tiempo?
La menor se sonrojó incómoda. Los ojos de los dos la escrutaban ahora, cada uno con emociones diferentes pero capaces de inhibirla profundamente. Si apenas podía soportar cuando estaba con cada uno a solas, ahora que los tenía a los dos al mismo momento se sentía morir.
—No piensen mal de eso… Bien, estuve saliendo con los dos, pero no dejan de ser la misma persona al final del día —se removió nerviosa.
Min-Su alzó una ceja y luego Gloss se cruzó de brazos, moviendo su pie rítmicamente. Las respiraciones de ambos agitadas.
—No sé él, pero yo no me siento muy contento con que salgas con otro, por mucho que luzca igual que yo —arremetió el rubio.
—Opino lo mismo. Elige. ¿Él o yo? —el mayor se inclinó, mirándola con su laguna de oscuridad profunda.
Los cabellos azabaches de Min-Su caían a los costados de su rostro pero pronto Gloss hizo lo mismo y su gatuno rostro ladeó.
—No podrías olvidar nuestros momentos juntos tan fácil, ¿o sí, Juls?
Julia sintió que su corazón golpeteaba con fuerza en su pecho, pero decidió hacer lo que mejor creía en ese momento. Separó a ambos suavemente.
—Basta. Esto no era lo que planeaba. No tienen que pelearse por esas tonterías ahora, ¿acaso no entienden la seriedad de todo esto? Incluso yo no puedo decidir, porque no sé a cuál de ustedes dos amar. Si al final del día, ninguno de ustedes es el verdadero Min-Su, no el completo… No ese que se siente correcto en mi corazón —Julia llevó las manos a su pecho, suspirante.
Necesitaba recuperar el control de su cuerpo, pero con esos dos era imposible.
—Ah, Juls… Realmente todo esto es una locura. ¿Por qué nos citaste aquí entonces? De todas formas… —Gloss se giró a ver a su gemelo—, creo que sería mejor si nos amigamos en lugar de discutir. Realmente se siente familiar, como si fuéramos la misma persona.
—Supongo que lo somos —coincidió—. ¿Qué es lo que pretendes?
—Juls luce algo confundida ahora. Tal vez debamos ayudarla a esclarecerse.
Min-Su sonrió. Pero por supuesto que Julia no pudo hacerlo cuando vio a los dos ponerse de pie y acercarse a ella. Por acto reflejo, Julia comenzó a caminar hasta un rincón e intentó defenderse con una lámpara. Pero ellos igualmente la abrazaron. De alguna forma sintió a esos dos hombres rodearla y eso no debía suceder ahora.
—Julia… ¿Qué es lo que sientes cuando estamos cerca? —Min-Su susurró en su oído, ronco.
—Tal vez puedas decidir mejor ahora… —Gloss habló en su otro oído, besando su lóbulo.
—No… ¡Déjenme! —exclamó, intentando liberarse pero era inútil.
Y en cierto punto, tampoco deseó hacerlo, porque todo su interior temblaba, todo su cuerpo ansiaba el reencuentro. Sin embargo, no podría hacerlo, eso no sucedería nunca porque todavía no estaba completo. Aún faltaba alguien más.
Fue cuando los besos en el cuello de Min-Su se intensificaron y Gloss tomó sus labios que Julia perdió el conocimiento. Por un momento pensó que había sobrepasado la capacidad de su corazón al tener a los dos hombres que amaba en un mismo momento y lugar, acariciándola con tanto amor, pero supo rápidamente que no había sido sólo eso.
Necesitaba volver a soñar para encontrarse con él, con Solg-Min.
Sintió cómo los dos Min-Su la tomaban, uno de la espalda y otro de la cintura y la llevaban a la cama. Allí se permitió cerrar sus ojos plácidamente. Sabía que ellos la cuidarían. Y cuando su mente volvió a despertar, esta vez se encontraba en un escenario completamente distinto, pero que había aprendido a conocer cada noche.
La ciudad envuelta en llamas se reflejaba en ese estudio donde Solg-Min la esperaba, jugando con el mechero en sus manos. Julia tosió por el humo, jamás podría acostumbrarse al ardor en sus pulmones, pero él como siempre parecía no verse afectado. Sintió que caería, su cuerpo estaba débil por lo acontecido hace unos segundos en el mundo real, por eso Solg-Min rápidamente la tomó de la cintura evitando su caída.
—Creí que no lo harías, Juls. Al menos no tan pronto —le confesó, acariciando su mejilla—. Desde que encendiste todo, luces tan feliz…
El hombre la miró con orgullo y algo en Julia tembló ante sus irises grises.
—Por favor, explícame. ¿Qué es lo que debo hacer ahora? Desde siempre has sido mi guía, pero incluso viéndolos juntos, no lo entiendo… ¿Por qué me siento incompleta y mi corazón duele? —jadeó, dejando que las manos de Solg-Min se perdieran por sus caderas.
—Porque eres una desdichada, Juls. Desde el inicio, naciste para morir. Esas tendencias autodestructivas que tienes, esos intentos de suicidio, tienen un motivo para estar allí. Es tu alma llamándonos. El idiota de Gloss no debería haberte salvado, pero lo hizo, y así es como terminamos en este jodido bucle. Él debería haber dejado que las cosas sucedan como estaban previstas a suceder. Pero realmente lo entiendo, él es tan terco como yo cuando se trata de ti, después de todo —Solg-Min sonrió ladino.
—¿Nacer para morir? Entonces, estas ganas de morir que siempre he tenido… ¿Es parte de mí? —preguntó trémula y asustada.
Al notar su temor, Min-Su dejó de acariciar su cintura y la abrazó con fuerza. Olía a humo, a cenizas y a gasolina mezclándose con su natural aroma. Por alguna razón, Julia no podía alejarse de él, se sentía tan atraída como un imán.
—Tu alma gemela quedó atrapada en otro plano, Julia. Quieres reencontrarte con nosotros, es natural. Pero tienes que conformarte con las manifestaciones que él dejó aquí. Si unes los puntos, te darás cuenta que esas manifestaciones somos nosotros tres. Algún día, cuando mueras, el verdadero Min-Su y tú estarán juntos. Pero no lo olvides, cada uno de nosotros es un fragmento de su alma. Por eso nos amas de la misma manera y aun así, te sientes incompleta cuando el otro no está —le explicó suavemente—. ¿Lo entiendes ahora?
—¿Por qué? ¿Por qué no puedo salvarlo? Esto debe ser tan doloroso para él —sollozó, aferrándose a la chaqueta de mezclilla del mayor—. Sólo debería morir, sólo debería suicidarme al regresar. ¿Verdad? Entonces él podrá estar completo otra vez.
—Ah, realmente no queremos eso. Sé que debiste morir esa vez, Julia… Ese día en el tren cuando Gloss te salvó. Pero seguiste viviendo y nos conociste, nos liberaste y ahora no podrás escapar de nosotros tan fácilmente —Solg-Min la miró y besó su nariz suavemente—. Te acompañaremos por el resto de los días. Tienes toda una vida por delante, no la desperdicies por un hombre.
—Ese hombre es mi alma gemela, no es algo cualquiera —reprochó, sin embargo dejándose consolar por el mayor, quien entrelazaba sus manos dulcemente y repartía besos en su rostro.
—Nos reencontraremos en casa. Te lo prometo. Por eso, tienes que vivir por nosotros. ¿Entiendes?
Julia cedió cuando se miraron a los ojos y automáticamente, sus miradas se deslizaron hacia sus bocas. Los labios de Min-Su lucían rojizos e hinchados.
—¿Y si no los encuentro…? ¿Y si él ya no está esperándome en el otro lado? —susurró con miedo.
—Eso es imposible. Después de todo, él te pertenece y tú le perteneces a él. Ha sido así desde siempre.
—Entonces, ¿también tú y yo nos pertenecemos? —lo miró otra vez.
Solg-Min rio socarronamente y asintió.
—Aunque me moleste, también perteneces a los otros dos. No lo olvides, los tres somos uno.
Lo próximo que sintió fue los labios del hombre posarse suavemente sobre los suyos y dejar un casto beso. Entonces Julia abrió sus ojos otra vez, despertando en aquella habitación de hotel. En la vida real, no había transcurrido más que veinte minutos.
Apenas despertó, Julia abrazó a los dos hombres con fuerza y les prometió que no los dejaría ir.
Pero nunca contó con que serían ellos los que se irían primero.
Porque unos días después, Gloss se fue a Seúl sin siquiera despedirse. Y para ese entonces, el número de Min-Su de pronto dejó de existir en su agenda de contactos. Él nunca recibió sus mensajes, parecía haber cambiado de número y como nunca le dio su dirección real, tampoco sabía dónde encontrarlo.
Había sido un mes desde esa noche. Y nunca más volvería a verlos, ni siquiera Solg-Min aparecía en sus sueños. La vida nunca se había sentido tan desolada como ese momento, que creyó haberlo tenido todo, que creyó sentirse finalmente completa, para simplemente perderlo de la noche a la mañana.
A los fragmentos de su alma gemela. ¿Quién era Min-Su en realidad?
Esa noche, desde la habitación del hospital, mientras los grillos cantaban en una noche estrellada, Julia deseó que Min-Su estuviera en un lugar donde la música sonara para siempre.
Y que tal vez esto es lo que debía suceder entre los dos, desde el principio y hasta el fin.
17. CRISANTEMOS
Eternidad
Pero Julia sale adelante. Tomó todo su dolor y cargó con ello por largos meses hasta finalmente salir adelante. ¿Cómo no sentirse jodidamente orgullosa de sí misma después de eso? Ha sido difícil, tan difícil de aguantar. Algunas noches creería que realmente moriría por el dolor de su corazón, pero no había estado sola. Todo este tiempo sus amigos la acompañaron y fueron la familia que nunca tuvo.
No quería morir. De pronto dejó de desear hacerlo. Pensamientos acerca del más allá, deseos de no haber nacido en absoluto, todo eso se esfumó en el aire con el tiempo. Lo único que hizo fue seguir las pistas en su corazón. Allí, entre todos los pedazos de su alma rota, había huellas de sí misma que querían transmitirle cómo seguir adelante. Encontrarlas llevó tiempo, pero cuando lo halló, el sentimiento de familiaridad que la invadió fue como decirle que lo supo todo el tiempo, mas no había querido verlo, camuflado entre sus pedazos rotos.
Ha sido Min-Su, quien siempre le decía lo mismo una y otra vez. “Apasiónate por algo y aférrate a eso con todas tus fuerzas, no importa lo mínimo que sea”. Ha sido Gloss, quien le enseñó que debía seguir adelante a pesar de todo; que en la vida, al igual que en la cancha, el sol también se pone. Ha sido Solg-Min, al motivarla a dejar todo aquello que lo hacía mal, principalmente su familia y sus mandatos, si es que no quería terminar como él, envuelto en un mundo de llamas permanente.
Y sobre todo, fue por el amor que alguna vez sintió hacia sí misma. Fue gracias a todo aquello que tres años se pasaron volando y Julia se convirtió en la mujer que era hoy. A sus veintidós años, estaba por recibirse de la carrera que había soñado. No había sido ella sola, sus amigos la habían salvado incontables ocasiones. De no haberlos conocido, supo que no podría haberlo logrado.
Han sido tres largos años desde la última vez que supo de Min-Su. Y desearía que cualquiera de los dos estuviera a su lado para verla brillar ahora, en su ceremonia de graduación. Pero hay ausencias que son necesarias para encontrarse y con el tiempo, logró aceptarlo.
Incluso aunque cada vez que siente el aroma a limón, todavía su corazón se comprime y sus ojos se llenan de lágrimas. En esos momentos se preguntaba si hay sentimientos que nunca se borran con el tiempo, sino que pasan a formar parte del propio alma. Lo que sentía por Min-Su era algo que jamás cambiaría, siempre dolería del mismo modo, simplemente había aprendido a vivir con ello.
Lo supo al mirar el cielo de ese día. Los pájaros volaban haciendo cosquillas al cielo azul, la primavera había arribado otra vez y no supo por qué, desde que Min-Su se fue todo se sentiría como la primavera por siempre, atrapado en su espiral. Allí pudo ver los rostros de sus amigos a lo lejos, alentándola cuando fue su turno de recibir el título. Se sentía tan nerviosa, todos los ojos estaban puestos sobre ella y todavía eso la incomodaba un poco.
Había pedido que fuera Kim Seo-Jun el que le diera el título. Si no fuera por él, tal vez no seguiría aquí.
—Realmente lo lograste. En ningún momento dudé de ti —le sonrió, poniéndole suavemente un collar con una medalla conmemorativa.
—Gracias, Seo-Jun.
—Eres la única alumna a la que le di el derecho de llamarme por mi nombre, ¿lo sabes? —rio, golpeando suavemente con sus nudillos la frente de la menor—. Eres casi como una hermana menor para mí.
Julia sonrió, sintiendo que el cielo de ese día sólo se volvía más y más brillante cada vez. Finalmente recibió su título y los aplausos llegaron, también los vítores de sus amigos al fondo. Jennie había preparado una pancarta con su nombre y un vergonzoso mensaje de cariño hacia su hermanita Juls, y ahora no dejaba de agitarla en primera fila para que la viera. Hyun había traído su cámara y no dejaba de sacarle fotos, mientras que Hoon sostenía una canasta llena de mochis para compartir en su honor. Era el que más gritaba y sonreía con un orgullo que la hacía sentir irremediablemente orgullosa también, como si hubiera logrado salvar al mundo.
Había logrado salvarse a sí misma y eso no era poco.
Julia hizo una venia y bajó del escenario al aire libre. Pronto subió otro alumno, quien recibía su diploma de otro profesor y Seo-Jun la siguió para recibir también su mochi. Hoon se lo dio enseguida y de pronto todos comenzaron a hablar de cualquier tontería, incluso el profesor Do-Yun estaba allí, pues se había vuelto el novio de Seo-Jun.
Y nada la hizo sentir más lleno que ver el cielo de ese día, cuando finalmente tuvo el título en sus manos. Se preguntó si Min-Su también estaría orgulloso de ella, pero no tenía que esperar a una respuesta. Por supuesto que él lo estaría.
Sin embargo, el sueño de Julia no estaba ni de cerca a lo que alguna vez pensó. No quería una vida exitosa; quería llenar su mundo de colores. Quería ver el mundo de afuera. Había logrado huir de esa ventana triste que solía ser su habitación de la infancia, aquella que pintaba una y otra vez con el mismo recuerdo, los mismos rosales. Y sin embargo, esa imagen siguió persiguiéndola por varios años más, por más lejos que estuviera.
Porque sus padres jamás vinieron a buscarla. Supo que nunca les había importado en realidad y que por mucho que intentara que eso no le afectara, no dejaba de ser parte de su historia y de sí misma. Al igual que esa ventana, que a veces todavía recordaba brillante en su memoria cada vez que cerraba sus ojos.
Pero ahora se sentía como si dejara de buscar en lugares equivocados. No era Min-Su, tampoco fue Min-Su todo este tiempo. Supo que era un terreno de él, algo incognoscible y difícil de precisar, pero que lo sentía enteramente propio, el cual sólo hallaba correspondencia en pequeñas partes del mundo, quizá detalles del día a día.
En ver a Hyun sonreír y lanzar espuma artificial al rostro de Jennie, quien comenzaba a huir siendo perseguida por el castaño. En Hoon carcajeando y asegurándose de documentar el momento en su celular. En Seo-Jun rodeando los ojos, pero robando más mochis y maniobrando una apuesta infantil: jugaría piedra, papel o tijera con Do-Yun y el perdedor debía llevar cinco mochis a su boca y comerlos de una vez.
En Do-Yun perdiendo y rodando sus ojos porque su novio siempre lo utilizaba para ese tipo de bromas y él se dejaba hacer de igual manera, porque quería hacerlo sonreír. Julia reiría y les diría que quería jugar también. Su felicidad estaba allí.
Hallaba esa misma calma en el cielo de ese día, en el arcoíris del amanecer que empezaba a desaparecer paulatinamente, en las flores que empezaban a florecer de sus capullos con el cálido temporal. De pronto la vida le parecía hermosa, pero no exageradamente; sabía que los momentos malos llegarían, que a veces volvería a sentirse de ese modo pesado y oscuro, pero esta vez tenía herramientas y no estaba sola.
Al igual que las raíces de los árboles, de alguna forma, todos buscábamos la luz, pero necesitamos tener una guía.
Min-Su había sido su guía.
Entonces él no podría haberse ido, no. Él seguía ahí, en el aire que respiraba, en cada sonrisa que se veía capaz de esbozar, Min-Su residía en cada parte de su alma.
Vivimos haciéndonos adultos. Siendo testigos de un tiempo cruel que cambia demasiado pronto. De la primavera que vuelve a florecer, del agua que fluye y se inhala. Tal vez, besando una felicidad que es sólo el contorno. Cuando llegamos a una montaña y vemos el paisaje desde lo alto y somos conscientes por primera vez de lo pequeño que somos. ¡Hay demasiadas montañas por escalar!
Deseó que Min-Su se quedara allí para siempre, como ese cálido sentimiento, como la lluvia en las hojas. Deslizándose por la vida hasta gotear. Haciéndola brillar siempre, nunca opacándola.
En algún momento Julia se apagó e irremediablemente perdió sus sueños, todo aquello que alguna vez logró trastocarla en la vida. Sin embargo ahora estaba dispuesta a dibujar su propio mundo, su propio paisaje.
¿Cómo podría haber logrado aquello sin Min-Su a su lado?
Julia rio cuando Hyun y Jennie volvieron todos manchados de espuma.
—Se supone que debíamos haberte ensuciado a ti con esto. Pero se acabó —Hyun hizo un puchero, agitando la lata vacía—. Fue culpa de la greñosa de Jennie, lo siento.
—Está bien, de todos modos no es como que sea divertido que ensucien tu ropa y cabello —rio. Ellos habían quedado hechos un desastre de espuma.
—¿Quién dijo que se acabó toda la espuma? —Hoon se entrometió y con una sonrisa vil, sacó al menos tres potes de su canasta.
—¡Creí que allí sólo había mochis! ¡Pero es como la galera de un mago! —Jennie dramatizó, fingiendo que aquello era la escena de una película.
—Ay, no. No empiecen, mocosos. No me ensucien a mí —arremetió Seo-Jun.
—Ensúcienlo, tal vez así me deje tranquilo un momento —rogó Do-Yun, todavía con los cinco mochis en su boca tan llena como un castor. Apenas se le entendía, de hecho, nadie salvo Seo-Jun lo había logrado entender.
—¡Oye, vuelve a decir eso en mi presencia, Kim Do-Yun!
Julia simplemente se echó a correr, porque sabía que la espuma terminaría en su cabello y no quería eso. Sin embargo, sus amigos empezaron a perseguirla y pronto terminó literalmente bañada de blanco. Los gritos de felicidad y risas eran todo lo que podía escucharse.
Nunca sabes cuándo es la última vez que verás a alguien, Julia lo tenía más que claro. Así que tienes que asegurarte de abrazar a los que quieres con fuerza siempre. Eso es lo que hizo, con cada uno de ellos. Abrazó a sus amigos con fuerza hasta que todos se quejaron, porque los llenó de espuma.
Y su sonrisa brilló tanto que opacó al sol.
¿Me sientes en el silencio, Min-Su? Porque yo te siento en la brisa, todavía. En ciertos momentos de quietud, cuando las risas se detienen y el aroma transparente del viento acaricia mi rostro; de pronto te siento.
Me pregunto si también me sientes desde algún lugar.
***
Su nueva casa tenía un enorme limonero en el jardín. Así lo había decidido, tal vez era lo único que quería que permaneciera de la casa de su infancia. Había logrado ahorrar dinero con sus esfuerzos de estos tres años y Jennie, su mejor amiga, también se había mudado con ella. Ahora eran ellas dos contra el mundo, finalmente devolviéndoles el espacio a sus amigos. Por supuesto que Julia no había olvidado su sentimiento de gratitud, era algo que jamás olvidaría.
El limonero era su espacio, lo único que le daba certezas en el mundo. La ventana de su habitación le permitía verlo, día o noche, y respirar el cítrico aroma perfumando sus sueños. Si de algo estaba segura, era que quería que estuviera ahí, no importaba lo demás. Su eterno recuerdo de lo que alguna vez se sintió como el amor de su vida.
Podría mantener los gastos de la casa con ayuda de Jennie, quien si bien todavía trabajaba en la tienda del padre de Hyun, había descubierto lo que quería para su vida. Un día, Julia le mostró sus acuarelas y viejas pinturas. Desde ese momento, pintar juntas mientras escuchaban música en el jardín se había vuelto una actividad que disfrutaban. Fue en una de esas tantas tardes juntos que Jennie le comentó que quería estudiar algo, ahora no por su familia, sino por sí misma. Un mes después, ella inició la carrera de maestra plástica; adoraba a los niños como Hyun y también las acuarelas. Su meta era volverse una maestra de arte en alguna escuela y enseñar a pintar a los niños, mostrarles toda la magia que podían crear con sólo un pincel en sus manos.
Julia confiaba en que sería capaz de graduarse en dos años. Mientras tanto, continuaba trabajando a medio tiempo y la ayudaba en todo lo posible. Ahora la que tenía que conseguir un trabajo era ella, pues ya habían pasado algunas semanas de su graduación y las ofertas le llovían de todos lados. No sabía qué escoger y pensó que en esos momentos, le hacía falta una mamá o un papá con el que consultar esas cosas.
A cambio allí estaban Seo-Jun y Do-Yun, sus dos profesores de la universidad. Por supuesto que ellos no ejercían el rol materno o paterno, pero eran dos adultos en los que confiaba demasiado. Es por eso que se encontraba allí, de pie frente a una imponente editorial, una de las más reconocidas del país. Había sido recomendada por sus amigos porque a diferencia de las otras, esta se adecuaba más a su estilo de escritura y los requisitos de nuevos ingresantes no eran tan exigentes.
Julia peinó su cabellera rubia en el espejo del ascensor y observó por última vez su reflejo. Ajustó su vestido gris claro. El collar de perlas yacía perfectamente acomodado. Lucía madura, mucho más que esos años, aunque todavía seguía teniendo aquel flequillo rebelde que la hacía ver adorable. A su lado, la secretaria bajó en el piso correspondiente y le pidió que la siguiera por los pasillos.
La última puerta en el fondo era donde estaba el jefe de la editorial. Era él quien directamente realizaba las entrevistas y Julia no podía evitar sentir que el collar la asfixiaba del mismo nerviosismo, pues se hallaba sola y debía hacerle frente a su jefe apenas llegar. Pero decidió confiar en sí misma cuando más lo necesitaba.
—Puede pasar, señorita Park. El jefe la espera allí. Con su permiso —tras una venia delicada, la señorita se marchó haciendo que sus tacones resonaran en el pulcro mármol blanco.
Las manos de Julia sudaron y se obligó a sí misma a dar una última respiración antes de golpear dos veces, sintiendo el corazón martillando en el pecho.
Y no, en ningún momento lo creyó posible.
Después de todo, su vida era desdichada, ella era una desdichada. Se suponía que en ese plano ellos no podrían estar juntos, que había perdido a su otra mitad como se pierde un simple pendiente a juego. Se suponía que lo había olvidado y su alma era ahora eternamente libre.
Todo eso era cierto, pero del mismo modo se hacía trizas con una fuerza demoledora al momento de verlo a los ojos.
Era él, pero al mismo tiempo no lo era. No era el hombre que solía conocer en su memoria, de azabaches cabellos negros y mirada inhóspitamente oscura. Tampoco era el jovial rubio de afanes rebeldes y de incontables sueños de escalar alto, y mucho menos aquel joven impulsivo con ansias de encenderlo todo.
Era él, luciendo real. Con sus cabellos negros cortos a la altura de su nuca, peinados hacia atrás y dos pendientes en cada uno de sus lóbulos. Era él, con su mirada oscura pero receptiva, como si sus ojos se hubieran convertido en algo sencillamente real, algo alcanzable y cierto, ya no era más esa laguna oscura que creía imposible de escalar en sus profundidades.
Era él, con sus ligeras arrugas en el rostro pero un aura que ha cambiado, la palidez que se mantenía pese a los años y lo hacía ver suave como una brillante nube en el otoño. Y Min-Su no dijo nada, sólo le hizo ver algo que siempre supo, que todo esto tiempo separados había valido la pena en absoluto.
Porque todo este tiempo sólo estuvo buscando algo.
El día en que Julia se amara lo suficiente a sí misma para poder vivir por su cuenta había llegado. Entonces, Min-Su sería capaz de amarla sin miedo a perderla para siempre.
—Te he estado esperando, Julia —le sonrió y diablos, fue imposible no caer en ese instante.
Sintió que sus ojos se llenaron de lágrimas. La envolvía una calidez demoledora que la hacía sentir como en casa.
—Min-Su… Eres tú —sonrió, tanto que sus mejillas dolieron—. Eres el real, el que he estado esperando.
—Lo sé. Al fin podemos vernos a los ojos. ¿Sabes cuánto te he extrañado este tiempo? No, realmente no lo sabes, no puedes hacerte idea de cuánto te necesité a mi lado. Julia… Te lo dije, ¿no es así? —le sonrió, acariciando su mejilla—. Que volveríamos a vernos y estaría para tu creación hasta el final de tu vida.
—Min… Creí que sólo te encontraría luego de mi muerte. ¿Por qué viniste? —murmuró, sin poder entenderlo.
El mayor la tomó de las manos suavemente y la llevó al interior de su oficina. Un amplio ventanal a la ciudad los recibió con la claridad de la mañana.
—Me llamaste, Julia. Yo estaba atrapado en el limbo desde que tu alma se volvió oscura. Cuando finalmente lograste salir de eso, fui liberado inmediatamente otra vez. ¿Creíste que no volvería? Te buscaría una y mil veces, por cada paralelo del universo. En cada uno de ellos, seré tuyo y serás mía. Ellos estuvieron para ti, ¿verdad?
—Te refieres a…
—Sí, mis tres manifestaciones. Supongo que hicieron un buen trabajo cuidándote —sonrió.
Min-Su tomó asiento en la silla giratoria y llevó a Julia en su regazo, sentándola sobre sus muslos.
—Lamento haberte hecho esperar. No permitiré que tu alma se oscurezca de nuevo. No permitiré que nada nos separe otra vez —murmuró, con su ronca voz perdiéndose en su cuello.
—Min…
—¿Sí, Juls?
—Esto es real, ¿verdad? No he muerto, ¿o sí?
—No has muerto, cariño. A partir de ahora, estaremos juntos y nada nos separará.
—Cuando muera, ¿seguirás también a mi lado?
—Por supuesto. Te buscaré y te encontraré, porque eres mi alma gemela.
Julia sonrió.
Desde siempre, se había preguntado quién era Min-Su en realidad.
Pero ahora lo tenía más que claro.
Min-Su era su hogar. Un lugar donde la música sonaba para siempre.
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