De monja a mafiosa / Angélica de León

#comedia, #juvenil, #romance

SINOPSIS:

Inocencia creció en un monasterio y se convirtió en monja, pero su vida dio un giro inesperado cuando fue expulsada por romper su voto de castidad. Justo antes de partir, descubre que tiene una familia biológica y decide emprender su búsqueda. Sin embargo, el mundo fuera del convento es desconocido y despiadado. ¿Podrá hallar su verdadero lugar?

CAPÍTULO 1: El chico de mi perdición.

¿Soy la única en este mundo que creyó que su vida jamás se desplomaría? Si estás en el lugar incorrecto, en el momento incorrecto y con la persona incorrecta, ten por seguro que sucederá lo más pronto posible.

Ayer me sucedió, cuatro días después de haber sido consagrada oficialmente como monja. Ahora estoy frente al portón principal del monasterio, junto a la mujer que me crió y me enseñó todo lo que soy. Me mira con una expresión de «qué decepción» mientras dejo en sus manos mis hábitos, perfectamente doblados..., y así, pierdo lo único que tenía en esta vida.

Mejor retrocedamos hace un día, antes de que mi vida se fuera por un tubo.

Es una fría noche de invierno en Londres, hace tres días que la nieve comenzó a caer y aún no se detiene. Desde la ventana de mi habitación, puedo ver cómo las luces navideñas embellecen los techos de los conventos y capillas que conforman el monasterio. Algunas monjas, pala en mano, están abriendo camino sobre la gruesa capa de nieve que cubre las calles aledañas a los edificios más concurridos. Este es un lugar acogedor, ha sido siempre mi hogar. Crecí bajo el cuidado de mujeres grandiosas, ejemplares y dignas de admirar, que dedican su vida a servir a Dios.

Como todas las noches, tomo la toalla colgada sobre la cortina del baño y la guardo en una cesta de mimbre. Me visto con una túnica gruesa que llega hasta mis pies, enrollo una suave bufanda de lana en mi cuello y me pongo unas cómodas y viejas botas. Es la vestimenta habitual que uso para salir en los días de invierno.

Salgo del convento, donde me hospedo actualmente, y me dirijo con cautela hacia mi antigua residencia: un convento que cuenta con un cálido y hermoso baño de aguas termales, perfecto para calentarse en una noche tan fría. Es una lástima que esté prohibido el acceso; según las demás monjas, el lugar está en mantenimiento, creo que lo van a remodelar. Debo confesar que la primera vez que me escapé estaba aterrada, temía ser descubierta. Aun así, me atreví, porque ese es mi lugar favorito. Me había acostumbrado a bañarme allí todas las noches.

Y allá voy. Con la mirada hago un barrido panorámico a mi alrededor para asegurarme de que nadie me vea. Cada paso que doy sobre la nieve es un riesgo de ser descubierta, no solo por las huellas que dejo, sino también por el ruido que hago. Tengo a algunas monjas muy cerca; incluso puedo escuchar parte de su conversación.

—¡Dime que lo viste!

—¡Sí, su cara es muy linda!

—Uff, sí —le escucho reír—. ¡Y su cuerpo se ve tan fuerte!

—¿Y qué me dices de su paquete?

Puedo escuchar sus carcajadas.

—No se sonroje, Sor Rupia.

Creo que están hablando de las nuevas biblias que vienen llegando, deben ser bien resistentes y de linda portada, y por lo que entiendo, viene envuelta en un llamativo paquete. Lo que no entiendo es el por qué tendría que sonrojarse Sor Rupia, ¿será que está muy emocionada? Bueno, no importa. Yo debo apurar mis pasos, porque este frío es insoportable.

Cuando finalmente llego al antiguo convento, me cercioro de que la puerta esté bien cerrada. ¿La razón? Si la hallara abierta, implicaría que hay alguien en su interior. Una vez confirmado que la entrada principal está segura, procedo a abrir la única ventana que no tiene seguro, aunque no sin dificultades. Esto se debe a que con el incómodo hábito de monja, la tarea resulta un tanto complicada, agravada además por mis lamentables condiciones físicas, para ser honesta.

Caigo de pie sobre el polvoriento suelo del convento e inmediatamente siento un olor a cemento. Todo el lugar está muy oscuro, mas no es un problema para mí, porque recuerdo cada pasillo y cada habitación de este lugar. Llegué a este convento en mi primer día de vida, me dejaron frente al gran portón del monasterio entre sabanas húmedas y sucias, supongo que mi madre biológica no me quería en su vida, no tengo información de ella ni de mi padre. Las monjas del monasterio me acogieron y me dieron un nombre: Inocencia Trevejes. Me enseñaron el camino que da a la salvación eterna y con mucha dedicación y esfuerzo obtuve mis votos y mi habito de monja a los treinta años.

Sin complicaciones logro entrar a la habitación de las aguas termales, un sutil vapor inunda por completo el lugar, la luz de la luna atraviesa el cristalino techado y le hace compañía a una decoración que produce cierto grado de relajación: rocas que rodean el estanque, enredaderas y arbustos con retoños de claveles y jazmín.

No hay tiempo que perder, empiezo quitándome la pesada túnica, luego las botas, el velo, el hábito y, por último, la ropa interior. Camino estando desnuda hacia el estaque e introduzco mi pie derecho para probar la temperatura y, como siempre, está perfecto; así que entro por completo a las cálidas aguas y me acomodo sobre una roca que está en el fondo del agua. Ahora solo me queda disfrutar de esta sensación burbujeante, de ese olor a flores silvestres y de la tranquilidad absoluta.

De repente, diviso una figura oscura emergiendo en las profundidades del agua, justo frente a mí. Aquella imagen se alza ante mis ojos, evocando la impresión de una criatura sacada de las leyendas del lago Ness. Sin embargo, lejos de tratarse de una criatura mitológica, es un hombre de alrededor de treinta y cinco años, con cabello negro, ojos de un penetrante verde oliva y pestañas largas. Hay un detalle importante que merece ser mencionado: su torso está completamente al descubierto. La penumbra del agua y el vapor lo envuelve, por tal razón no puedo confirmar si su desnudez se extiende más allá de la cintura.

—Disculpa..., se supone que nadie debería estar aquí —murmura en un tono gélido, su rostro mostrando una seriedad inquebrantable

He tardado en reaccionar, pues en mi mente están procesando un par de preguntas: ¿Qué hace este señor aquí, en mi lugar favorito? ¿Estará completamente desnudo?! ¡Es que yo lo estoy!

Él se acerca un poco más a mí, logrando que mi cuerpo empiece a temblar bajo el agua.

—Te he preguntado: ¿Qué haces aquí? —su voz fluye con la armoniosa suavidad de un tono varonil.

—Di-Di-Di-Di… —tartamudeo. En mi cabeza todo empieza a hacer corto circuito. 

—¿Me pides que diga algo? —cuestiona con una mezcla de confusión y molestia.

—Di-Di-Dios te salve, María, llena eres de gracia; el señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres... —lo recito de forma agitada y en tono bajo.

Le veo soltar un suspiro para luego relajar su cuerpo, se sienta sobre una de las rocas que está hundida en el agua, justo a un lado mío, como si pretendiera quedarse aquí a pasar el rato conmigo.

—Ya, tranquila… No es momento de ponerse a rezar... Charlemos, empieza diciéndome qué haces aquí —dice mientras recuesta su espalda sobre las rocas que están a la orilla del estanque, mostrándose más relajado, despreocupado.

«¡Oh, Jesucristo! Si alguien llega a verme junto a este señor estaré acabada».

Adicional a la preocupación de ser encontrada acompañada de este hombre, tengo una gran incertidumbre, una que me tiene aún más nerviosa…, y él parece notarlo.

—Eh... Veo que estás intentando ver a través del agua, ¿algo que quieras apreciar? —dice en un tono que roza a la coquetería.

—¡No! —mi palabra sale disparada como una bala de cañón—… D-Distancia…

Se me queda mirando en silencio y en espera que yo diga algo más; sin embargo, no puedo, es que estoy en medio de una crisis nerviosa, ¡estoy paralizada del miedo! 

Aquel hombre baja su mirada hasta donde el agua contrasta con mis pechos, los cuales pueden contemplarse translucidos debido a la oscuridad y el vapor que emana de las cálidas aguas. 

Creo que se ha percatado de lo sonrojada que estoy. En un instante, su rostro se ilumina con una súbita sonrisa pícara que me hace sentir el corazón en la garganta.

—Usted debe ser una de las monjas del monasterio, ¿verdad?

—A-Así es —respondo en un tono trémulo—, ¿y usted?

—Soy el ingeniero a cargo de la remodelación de este convento. Tuve que venir a recoger unas herramientas que mis trabajadores olvidaron, y me sorprendió lo increíble que luce este lugar bajo la luna —se sonríe maravillado —. Estaba probando mi resistencia bajo el agua, cuando percibí que alguien más había entrado al estanque.

Mi mirada vuelve a intensificarse en su silueta escondida bajo el agua.

—Quieres saber si estoy completamente desnudo, ¿verdad?

Asiento repetidas veces y a la mayor brevedad posible.

—Sí, lo estoy —responde sin una pisca de vergüenza —… ¿Y usted lo está?

Vuelvo a asentir de manera desesperada, aterrada.

—Déjeme decirle que, de lo poco que puedo ver, usted tiene un cuerpo muy hermoso, lástima que no lo pueda usar. —Aquel hombre también intenta ver mi silueta bajo el agua.

—¡No, jamás! —aclaro de forma contundente.

—Aparte, eres muy linda. ¿Cómo puedes desperdiciar tantas cualidades?

—¡No pienso seguir tolerando esto, es una falta de respeto! —respondo en un tono fuerte. 

Y justo cuando dispongo a levantarme, mi pie resbala sobre una roca limosa que yace en la profundidad del estanque.

—¡Ey, cuidado!

Voy cayendo, mi cabeza va directo hacia las rocas de la orilla y, segundos antes de estrellarme, siento como la mano de aquel hombre me apaña y aprieta uno de mis senos; estoy consciente de que solo ha intentado sostenerme para salvarme de las rocas, pero… Se siente tan bien…

Por primera vez puedo decir que me han hecho gemir, nunca un hombre había tocado mi cuerpo, y ahora entiendo lo bien que se siente. Puedo sentir la suavidad y la frialdad de su mano, sus dedos largos... ¡Oh, Santo! Pareciera tener el poder de drenar mi energía y debilitar mi cuerpo, de suprimir la fuerza de mi voluntad. Inexplicablemente, mi espalda pega a sus humedecidos pectorales y él, con su otro brazo, decide rodear mi cintura. Vuelvo a gemir. 

El ingeniero empieza a olfatear mi cuello. Percibo como su pecho baja y sube con respiraciones profundas. 

En un intento de librarme de él, pongo mi mano sobre la suya para levantarla de mi abdomen, pero, debido a la tensión que estoy sintiendo, mi mano termina haciendo todo lo contrario: presiono la suya contra mi cuerpo, como si le permitiera seguir adelante, y él eso entiende. Continúa jugueteando, y lo hace con sus dedos sobre mi pezón, y esto me… me hace sentir un calor en la parte baja de mi vientre, mi cuerpo entero se estremece y aquel calor se extiende por todo mi cuerpo.

Esto no debería estar pasando...

No debería de estar en esta situación...

Me abraza y, aun tras mi espalda, me arrastra de regreso al agua…, y yo me dejo llevar hacia el pecado mismo. Doy media vuelta y quedo frente a él, clavada en aquellos ojos que combinan a la perfección con la naturaleza que adorna el lugar. Me agarra de las manos y las posa sobre sus caderas, y ahí las dejo. Sus manos sobre mis caderas y su aliento sobre mis mejillas, desciende por todo mi cuello, navega sobre mi clavícula y llega hasta la desembocadura de mis pechos; de repente, ambos nos sumergimos en el agua, yo me siento sobre una roca y él queda de rodillas frente a mí, su cabeza se hunde hasta la nariz y, con sus labios bajo el agua, atrapa mi pezón. Por un momento, me hace creer ver la puerta del paraíso.

En toda mi vida, fueron muy pocos los hombres que llegué a ver, la mayoría son amigos sacerdotes y algunos obispos..., y nunca tuve que ver con ellos, nunca los vi con los ojos que están mirando a este señor. Su rostro varonil y elegante son de admirar, sin mencionar lo bien que me hace sentir. Es increíble que conozca todos los puntos claves de mi cuerpo, de seguro es todo un experto en cosas sexuales.

De pronto, se escucha que alguien está girando la perilla de la puerta, en menos de tres segundo la puerta del baño termal se abre y mi vida entra en una total perdición.

—¡Santo Cristo redentor! ¡Sor Inocencia! —grita Sor Daiputah, la monja que me crió. Ella me ve con ojos exaltados, con sus manos tapa su boca y está en estado de shock.

CAPÍTULO 2: Expulsada del monasterio.

La verdadera vergüenza no reside en el acto corrupto ni en la inocencia fingida que finalmente se desenmascara. Lo más humillante es esa sensación de haber traicionado la confianza de aquellos que creían en ti.

¿Acaso hay forma de poder explicar todo esto? Siento mucha vergüenza y reconozco que he pecado gravemente, que merezco el castigo que me corresponda, así que permanezco cabizbaja y en silencio, no tengo nada que decir.

Recuerdo que para esta situación hay un dicho que dice: «Los agarraron con las manos en la masa». Bueno, para mí caso el dicho sería: «Los agarraron con la teta en la boca», literal. La cuando se me despegó solo se le ocurrió dar excusas baratas.

—Disculpe usted, mi señora. No sabía que la joven era una monja del monasterio —el hombre miente a Sor Daiputah. Es tan descarado. 

Pero Sor Daiputah no presta atención a lo que él dice, ella tiene su mirada clavada sobre mí. 

—Salga de esa bañera —dice sin pestañear y con unos labios apretados. 

—Pe-Pero estoy desnuda.

—¡QUE SALGA! —el grito de la Sor nos deja claro que está muy enfadada.

Sor Daiputah es a quien considero como la madre que nunca tuve. Ella ha sido mi guía, mi protectora y mi ejemplo a seguir durante toda mi vida. Desde que tengo memoria, ha estado a mi lado, enseñándome valores, brindándome amor y apoyándome en cada paso que he dado. Gracias a su cuidado y dedicación, me he convertido en la persona que soy hoy. Su influencia ha sido fundamental en mi formación y en mi carácter.

Sin embargo, en este momento siento que la he deshonrado profundamente. Este sentimiento de culpa y vergüenza me consume, y no puedo evitar sentirme fatal por haberla defraudado. Ella ha sido todo para mí, y ahora siento que he fallado en corresponder a todo lo que ha hecho por mí. No hay palabras que puedan describir el dolor y la tristeza que siento al saber que he causado decepción a la persona que más respeto y amo en este mundo.

Salgo del estanque y corro a cubrirme con la túnica que traje conmigo, agarro el hábito, el velo y, mi ropa interior, la guardo en la cesta de mimbre.

—¡Le juro que no pasó nada! —aclaro con desesperación mientras siento cómo caen mis primeras lágrimas.

—Eso tendrás que explicárselo a la madre superior —responde en un tono frío e implacable.

Me agarra del brazo y me jala bruscamente, obligándome a seguirla y dejando atrás a aquel hombre. Las dos salimos del convento y comenzamos a caminar sobre la espesa nieve, con cierta dificultad en cada paso. Estoy completamente empapada y el frío es abrumador. Mis dientes castañean y todo mi cuerpo tiembla, tal vez por el frío, tal vez por los nervios, o quizás por ambas razones.

—Es triste ver cómo echaste a la basura todo lo que te enseñé —dice Sor Daiputah con un tono cargado de tristeza. Sus palabras suenan tan dolidas que casi puedo sentirla sollozar.

Permanezco en silencio durante todo el trayecto por el camino nevado hasta llegar a la oficina de la madre superior. Ella es una señora de avanzada edad, con ojos grises y arrugas profundas que se acentúan aún más al verme llegar con el hábito desarreglado.

—¿Qué es todo esto? —pregunta la madre superior, frunciendo el ceño.

—Sor Inocencia ha cometido una falta que no podemos dejar pasar por alto —responde Sor Daiputah con un tono lleno de decepción, cada palabra cargada de dolor y desilusión.

—¿De qué se trata, Sor Daiputah?

—Hoy, por casualidad, me dio por asomarme a través de mi ventana y, por cosas de la vida, vi a Sor Inocencia caminando de manera muy sospechosa por los alrededores. Decidí seguirla a distancia. Desapareció de mi vista cerca del antiguo convento, así que decidí ingresar a ese lugar. Al llegar, intenté entrar, pero las puertas estaban cerradas. Supuse que ella no había usado la puerta principal. Busqué entre las ventanas y encontré una abierta. Fue difícil entrar por ahí con el hábito, no sé cómo lo hizo ella, pero finalmente logré entrar.

»Mientras caminaba por el pasillo, escuché las voces de dos personas provenientes de las aguas termales. Fui hasta allí y me encontré con el ingeniero Paussini, pegado como mosca sobre el pezón de mi estimada... ¡Ambos estaban desnudos!

—¡Suficiente!... Esto es bochornoso.

—Madre...

—¿Tiene algo que decir en su defensa, Sor Inocencia?

Después de un corto silencio, respondo:

—No...

—Bien... Entonces ya está decidido, queda oficialmente expulsada de este monasterio. Recoja sus cosas y desaloje su habitación mañana mismo. Le permitiré quedarse por esta noche.

»Se enviará una solicitud al consejo de monjas para procesar su expulsión definitiva de la comunidad monástica. Antes de irse, deje sus hábitos con Sor Daiputah.

Y aquí estoy, en una triste y nublada mañana, saliendo por el portón del monasterio. Miro por última vez a la persona que me crio y que tanto llegué a amar. La he decepcionado profundamente, y no la culpo por no defenderme ni ocultar mi falta; después de todo, ella es una monja ejemplar e incorruptible. Ya he entregado mis hábitos y ahora, con una maleta en cada mano, me dispongo a dejar este lugar que fue mi hogar. Cada paso que doy me aleja más de todo lo que conocí y amé, y el peso de la culpa y la tristeza es casi tan abrumador como el de mis maletas.

—Inocencia, Dios sabe por qué hace las cosas... Tal vez esto ya estaba escrito en el libro de la vida de nuestro Señor. Puede ser que Él tenga para ti un futuro con una buena familia, un hermoso hijo y un esposo cariñoso. Mírate, aún estás joven —dice Sor Daiputah con una mirada enternecida.

—Sor Daiputah, mi familia siempre estuvo aquí, dentro de las paredes de este monasterio. Ahora que me voy, no tengo nada ni a nadie.

Mi tristeza es inmensa y me siento sumamente angustiada. Estoy segura de que mi rostro refleja la desesperación que siento por dentro.

De repente, Sor Daiputah mete la mano en el bolsillo de su hábito y saca algo: una hoja de papel doblada varias veces, cuyo color amarillento demuestra su antigüedad. Me toma la mano derecha y coloca delicadamente la hoja en mi palma.

—¿Qué es esto? —pregunto mientras me seco las lágrimas con la manga del hábito.

—Es lo que sabemos de tu familia —responde con solemnidad Sor Daiputah—. Es una carta que nos dejó tu madre.

—¿Una carta de mi madre? ¡¿Sabe dónde está ella?!

—Lamento decirte esto tan tarde... —Veo en Sor Daiputah un rostro lleno de arrepentimiento, como si estuviera a punto de decirme algo doliente... aunque dudo que haya algo que pueda hacerme sentir peor de lo que ya me siento—. Hace veintinueve años, tu madre biológica vino al monasterio. Nos reveló que ella era la madre de la bebé que llegó envuelta entre sábanas y que solo quería saber cómo estaba su hija. Ese día, logramos obtener información sobre su embarazo y cómo te dio a luz. Incluso nos dio el nombre de tu padre biológico. Intentamos conocer la verdadera razón de tu abandono, pero prefirió no hablar de eso. Insistió en que solo había venido para verte y que no quería que tú la vieras. Se veía devastada por dentro. La llevé al patio infantil donde te encontrabas jugando con Rupia y otras amiguitas. Desde lejos te observaba jugar, su mirada reflejaba cuánta soledad había soportado. Recuerdo que Rupia te llamó por tu nombre y eso le provocó una sonrisa tierna... «Así que se llama Inocencia, me gusta», fue lo último que dijo tu madre antes de irse sin despedirse, entre lágrimas.

—¿Dónde está mi madre? —le exijo respuestas mientras la sujeto por los brazos.

—Inocencia, una semana después nos llegaron más noticias sobre ella... Tu madre biológica murió en un atentado terrorista, lo siento —dice Sor Daiputah con la mirada bajada, observando cómo la nieve cae a sus pies.

—No puede ser... —respondo con una expresión de profundo impacto. Estoy en shock.

Después de esa impactante revelación, Sor Daiputah me envuelve en sus brazos. Finalmente encuentro la calidez que tanto necesitaba durante toda la noche.

—Ve a buscar a tu familia. La dirección que está en ese papel es donde vive tu padre —dice Sor Daiputah mientras me sostiene en su abrazo.

Ella me ayuda a conseguir un autobús y, antes de que suba, me despide con un beso en la frente.

—Prometo venir a visitarla —digo mientras subo al autobús.

Antes de entrar completamente, busco su mirada para sonreírle una última vez. Ella me asiente con amabilidad, como si quisiera asegurarme que todo estará bien. El autobús cierra sus puertas y comienza a avanzar. Desde la ventana, la veo alejarse lentamente.

El autobús me lleva hacia el sur de Londres, específicamente a Kingston. Allí, finalmente conoceré a mi familia, aunque no estoy segura de si ellos saben de mi existencia. A pesar de todo, empiezo a sentir que quizás no estaré tan sola en la vida. Según el documento que me dio Sor Daiputah, mi padre se llama Gabriel Hikari.

—La familia Hikari —me digo a mí misma, sin poder evitar sonreír.

Parece que Dios sí tenía reservado para mí un lugar dentro de una verdadera familia. Estoy ansiosa por conocerlos, aunque también algo nerviosa por cómo se desarrollarán las cosas. Solo ruego a Dios que todo salga bien y que mi padre me reconozca como su hija.

El sonido del motor del autobús es muy relajante, y los pequeños saltos que da son un estímulo para quedarme dormida. Justo ahora empiezo a sentir mucho sueño; anoche no logré dormir bien.


—Señorita... señorita... —escucho una voz distante entre mis sueños—. Señorita, llegamos, despierte.

Siento que alguien me sacude el hombro... ¡Es el conductor del autobús!

—¡¿Qué pasó?! ¿Qué...? —pregunto, despertándome sobresaltada.

—Hemos llegado a Kingston —responde, señalando a través de la ventana del autobús—. Solo falta usted por bajar.

—¡Oh, cierto! —respondo, limpiándome rápidamente la saliva que se escapó de mi boca.

Salgo del autobús y lo veo alejarse lentamente sobre la peligrosa nieve que cubre las calles. Sí, también está nevando en Kingston, así que el frío sigue acechándome donde quiera que vaya.

Ahora solo necesito tomar un taxi para llegar a la casa de mi padre, pero el tráfico es lento y los taxis tardan en llegar.

—¡Taxi, taxi!

Finalmente, un taxi se detiene frente a mí. El conductor baja la ventana y me pregunta a dónde voy. Cuando le muestro el papel con la dirección, su reacción es sorprendentemente desagradable.

—¡¿Qué?!... ¡¿Estás loca?! —exclama el taxista antes de subir la ventana y acelerar a toda prisa.

—¡¿Pero qué...?!

Me quedo parada sobre la nieve, perpleja, preguntándome: «¿Qué tiene de malo esta dirección?»

CAPÍTULO 3: Llegando a conocer a mi padre.

No entiendo qué está pasando... Desde anoche me persigue una racha de mala suerte. Ya van como cinco taxistas que salen huyendo después de leer la dirección en este papel.

Levanto mi axila e intento olerme... No, no es que huela mal. Exhalo sobre mis manos y, no, tampoco tengo aliento de dragón. Bueno, seguiré deteniendo taxis hasta que uno se compadezca y me lleve.

—¡Taxi!

—¡Dígame! ¿A dónde la llevo? —el taxista pregunta, mostrando una sonrisa amable.

—A esta dirección. —Le muestro el papel, que ya está algo arrugado.

—¡Uy!... Bueno, puedo llevarla a esa dirección, pero le va a salir algo caro —dice mientras se rasca la cabeza, tratando de parecer indeciso.

—¿Cuánto? —le pregunto, y me responde con un precio elevado. No tengo más opciones, así que acepto.

Hace ya un rato que el taxi partió hacia la dirección que le di. El camino se ha vuelto cada vez más largo y apartado de la ciudad. A medida que avanzamos, pasamos por varios campos con enormes cultivos y ganado, que se extienden hasta donde alcanza la vista. Las vastas extensiones de tierra abierta y la creciente distancia de cualquier señal de civilización empiezan a ponerme nerviosa.

Ok, ya me estoy preocupando. Empiezo a prestar más atención al conductor, que me ha estado observando muy seguido a través del retrovisor central del auto. Lo veo muy nervioso, casi tanto como yo. Su inquietud no hace nada por calmar mis propios nervios.

Cada kilómetro que recorremos parece alargar la tensión en el aire. Miro el papel arrugado con la dirección una vez más, tratando de encontrar alguna pista que me tranquilice y me diga que estamos llegando. Pero las palabras escritas no ofrecen ninguna comodidad, solo una promesa incierta de un reencuentro con un padre que nunca conocí.

—¿Es usted un conocido de los Hikari? —me pregunta el taxista, visiblemente sudoroso e inquieto.

—¿Por qué nos detenemos? —le pregunto nerviosa. 

—Hemos llegado, esta es la mansión de los Hikari. 

—Ah, ok... —respondo mientras contemplo el hermoso y enorme jardín que conduce a una lujosa mansión... ¡Qué pedazo de lugar!

—Entonces, supongo que no los conoces. Por la cara que tienes, diría que es la primera vez que vienes aquí —dice el taxista mientras husmea discretamente alrededor de la mansión.

—Aquí vive mi padre, Gabriel Hikari —agrego, también observando con curiosidad.

El taxista gira la cabeza hacia mí con sorpresa evidente, sus ojos recorren mi figura... ¡Qué atrevido!

—Entonces... eres una Hikari —su asombro deja claro que los Hikari son conocidos en Kingston.

Parece que el taxista tiene alguna relación con la familia, ya que al enterarse de que soy hija de Gabriel Hikari, reduce el costo del viaje significativamente. Acordamos un precio mucho más bajo de lo inicialmente pactado. Después de todo, resulta ser un buen hombre. Tan pronto como recibe su pago, acelera el taxi y se va rápidamente, probablemente tenga demasiados viajes pendientes en el día.

Vuelvo a prestar atención a aquella enorme residencia que tengo frente a mí. Qué barbaridad…Pareciera que las tentaciones de los votos de pobreza terminaran todas canalizadas aquí. 

«¡Tremenda mansión en la que vive mi familia! Así que son millonario...». Dicen que es un pecado estar rodeado de tanta riqueza, pero la verdad es que no me importaría pecar un poco si viviera en un lugar así... ¡Ay, perdóname, Dios mío!

Llego a la garita del portón de entrada a la mansión, y el agente de seguridad me observa detenidamente, como si me escaneara de pies a cabeza con la mirada.

—Disculpe, señor. Vengo a ver a Gabriel Hikari —digo al agente de seguridad.

—Sí..., hoy todos vienen a eso. Deme su identificación para que pueda entrar.

Le entrego mi cédula y, tras revisarla, me deja pasar. Ahora, me pregunto, ¿a qué se referirá con eso de que «hoy todos vienen a eso»? No le entendí.

Avanzo por la carretera que conduce al valet parking de la mansión. Mientras camino, aprovecho para contemplar el hermoso jardín: los arbustos están bellamente recortados, cubiertos de una delicada capa de nieve, y un par de grandes fuentes que están completamente congeladas. Al seguir el camino, empiezo a ver una gran cantidad de autos lujosos estacionados a un lado de la mansión. Me pregunto si hay algún tipo de festín. ¿Será acaso una reunión familiar? ¿Será que llegué en un buen momento? ¡Qué bien!

Llego al valet parking y me detengo frente a la majestuosa puerta de la mansión. Desde afuera, a través de los cristales, noto algo peculiar: todos están vestidos de negro y parecen convivir en un ambiente incómodo. Algunos muestran tristeza evidente y otros tienen caras largas. Aunque suelo ser despistada, esto es algo evidente ante mis ojos.

Entro al vestíbulo de la mansión y veo a muchas personas. No creo que todos sean de la familia Hikari; seguramente hay amigos y conocidos también.

Definitivamente no es un festín, y sí, es una reunión familiar, pero para despedir a alguien. Desde donde estoy, puedo ver un ataúd rodeado por enormes arreglos florales; ocho largos candelabros están parados a los lados y, detrás de este, se encuentra un altar con el retrato del difunto, acompañado por flores y velas de diferentes colores y tamaños.

Como en cualquier velorio, algunas personas tienen una depresión evidente que contagia enseguida a quienes las rodean. Otros solo miran desde la distancia, permaneciendo en silencio con sus celulares en la mano. Lo que me resulta raro es que nadie se dirige la palabra; solo se escucha la voz del sacerdote recitando el rosario frente al ataúd.

No me atrevo a preguntar quién es el difunto, pues el ambiente se siente incómodo, como si estuviera en medio de una guerra de miradas... No está nevando aquí dentro, pero el frío es igual de intenso que afuera.

—Hola, ¿desea un té o café? —me pregunta una chica rubia y de cuerpo bien proporcionado; su uniforme revela que es del servicio doméstico.

—Café está bien, gracias.

—Ya se lo traigo —me dice con una sonrisa amable.

—Disculpa..., ¿quién es el difunto? —le susurro antes de que se vaya.

—Es raro que no lo sepa, señorita. Se trata del líder de la familia, el señor Gabriel Hikari.

—¡¿Qué?!

De repente, siento una horrible compresión en el pecho. Aunque nunca conocí a mi padre, la noticia de su muerte me golpea de una manera inesperada. Mi respiración se vuelve superficial y mis pensamientos se nublan. Es extraño sentir tanto por alguien que apenas era una sombra en mi vida, pero saber que la persona a la que vine a buscar ya no está aquí me deja desorientada y llena de preguntas. Mientras trato de asimilar lo que acabo de escuchar, una mezcla de tristeza y confusión se instala en mi mente.

En definitiva, es solo una racha de mala suerte que parece no acabar. No conocí a mi madre y tenía la esperanza de al menos poder conocer a mi padre. Habría sido perfecto recibir un abrazo de alguno de ellos, pero parece que es solo un sueño imposible.

¿Debería acercarme al ataúd para ver su rostro? No quiero recordarlo así, no quiero guardarme esa imagen. Me siento terriblemente mal... Desde aquí puedo ver su retrato, un hombre de cabello canoso, ojos oscuros y una barba estilo candado. Parece que tenía unos sesenta y seis años, atractivo para su edad. Supongo que lo recordaré solo por las fotos.

«Lo siento, llegué tarde, papá».

—Aquí tiene el café, señorita —dice la chica del servicio doméstico mientras me entrega una taza de porcelana fina y evidentemente costosa.

Tomo un largo sorbo de café, intentando aliviar el nudo que siento en la garganta..., y adivinen qué, ¡me quemo la lengua! Un ardor repentino me invade y me contengo para no escupirlo todo. Lo trago rápidamente, sintiendo cómo el calor me quema por dentro. Si no logré aliviar el maldito nudo en la garganta, al menos le he dado una buena quemada.

Pasados unos minutos, el sacerdote ha pronunciado su último amén. Unos hombres levantan el ataúd sobre sus hombros y todos comenzamos a salir del vestíbulo; yo simplemente me uno a la multitud.

Y aquí estamos de nuevo, enfrentando el insoportable clima. Cada paso que damos sobre la fría nieve incita a todos a querer acurrucarse consigo mismos. Avanzamos por el lateral derecho de la mansión, en dirección hacia la parte trasera, y ya puedo divisar el cementerio... Es impresionante, esta gente tiene incluso su propio cementerio privado. ¡Qué elegancia! Y no solo eso, hay una multitud de periodistas esperándolos. ¿Será que mi padre era alguna figura pública? Una cosa es segura, fue alguien notablemente conocido.

La ceremonia en el cementerio prosigue con meticulosidad mientras se prepara el descenso del ataúd a la fosa común. Es un sepelio de gran solemnidad y perfectamente coordinado; al fondo, una guitarra desgrana melodías melancólicas mientras el sacerdote sigue el protocolo cristiano con devoción.

Justo cuando el ataúd comienza a descender hacia la fosa, un grupo grande de periodistas sale corriendo hacia los estacionamientos de la mansión. El revuelo se debe a la llegada de una mujer impresionante: su cabellera roja y sus labios rojos destacan contra el paisaje nevado, capturando por completo la atención de todos. Es como la llegada de una diva de Broadway; los periodistas la persiguen hasta el cementerio. Esta mujer pasa a mi lado y me siento completamente eclipsada, como un mosquito al lado de una luciérnaga resplandeciente.

Los periodistas la rodean, haciéndole preguntas y presionándola tanto que apenas la dejan respirar. Pobre mujer.

—¿Usted cree que se trate de un asesinato? —pregunta un periodista a la pelirroja, y la pregunta resuena en mi cabeza con inquietud. ¿Cómo es posible que se esté considerando un asesinato?

La pelirroja mira al periodista con seriedad antes de responder, sus labios se entreabren como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras.

—Es una tragedia lo ocurrido con el señor Gabriel Hikari. Tanto la familia Diamond como los Hikari están devastados por esta pérdida. Solo espero que la justicia llegue pronto y que se haga justicia para ambos. Los culpables, si los hay, deben enfrentar las consecuencias de sus actos —dice finalmente, su voz firme pero cargada de emoción.

Las cámaras la siguen capturando cada gesto y palabra, destacando su profundo pesar y compromiso con la justicia para la familia afectada.

Después de que los ánimos se aquietaran, la ceremonia fúnebre prosigue, aunque no con la normalidad habitual, al menos permite una despedida digna al difunto.

Las primeras paladas de tierra caen sobre el ataúd mientras cinco personas arrojan pétalos de rosas sobre él. En medio de ellos, un hombre canoso se detiene frente a todos, apoyándose pesadamente en su bastón. Levanta la mirada hacia los rostros presentes y toma una profunda bocanada de aire antes de comenzar a hablar.

—En mi mente atraviesan los más bellos momentos que pasé al lado de Gabriel... Fue un hombre extraordinario, amaba a su familia y era capaz de cualquier cosa por ellos. Gabriel era el pilar que sostenía a esta familia; si había un problema, él ya lo sabía, y sin que le pidiéramos ayuda, ahí estaba con la solución. Era una persona maravillosa.

»Esta fría tarde me trae recuerdos de nuestra niñez cuando mi hermano y yo, con el vapor que producía nuestro aliento, simulábamos fumar, pretendiendo ser mayores. Por supuesto, nuestros padres se enojaban cuando jugábamos con esas cosas.

»Ahora, al ver este ataúd, me pregunto: ¿cómo pudo esto suceder? No puedo creer que ya no esté aquí. Hablo por toda la familia al decir que lo vamos a extrañar y lo recordaremos como el hombre amigable de gran sonrisa... En nombre de la familia Hikari, agradecemos a cada una de las personas que vinieron a despedir a Gabriel Hikari. Que el recuerdo de mi hermano viva por siempre en nuestros corazones.

—Así será, Don Yonel —le responde el sacerdote.

Ese hombre debe de ser mi tío... Ha pronunciado unas palabras tan conmovedoras; guardaré en mi corazón todas esas descripciones sobre mi padre.

Luego de ese discurso, la ceremonia concluye. Todas las personas empiezan a retirarse, menos yo, me he quedado aquí porque necesito hablar con alguien. Justo ahora me dirijo hacia donde está aquella alta y elegante rubia que se encuentra despidiendo a los visitantes. Al pararme a un lado de ella, aclaro la garganta y me atrevo a hablarle.

—Hola, lamento mucho lo del señor Hikari.

Me mira fijamente a los ojos, una mujer de aproximadamente uno punto setenta y cinco metros de altura. Su cabellera rubia, perfectamente tratada, le roza los hombros, y sus ojos avellanos transmiten una mirada sensual y serena que parece esconder misterios. Tiene un cuerpo esbelto y aparenta unos treinta y cinco años, aproximadamente. Su porte y elegancia me impresionan.

—¿Conocías a mi padre?... Disculpa, es que nunca te había visto —dice, bajando la mirada. Es que soy más baja que ella.

Espera... ¿Dice que es su padre? ¡Entonces ella es mi hermana! La observo y me parece increíble; realmente es mi hermana... ¡Siempre quise tener una hermana!

CAPÍTULO 4: Conociendo a mis hermanos.

Recuerdo mis días como novicia, cuando cumplíamos con las labores sociales del monasterio. Visitábamos orfanatos llevando regalos y juegos para alegrar el día a los niños. A menudo organizábamos fiestas de cumpleaños, especialmente para aquellos que no conocían su fecha de nacimiento; les dábamos un día especial para celebrar cada año. Ver la felicidad en sus rostros era reconfortante. En esos momentos, a veces me detenía y me veía reflejada en ellos. Muchos de esos niños desconocían si tenían familiares, tal vez algún tío, hermanos o primos. Si tenían alguno, ¿serían aceptados? Era una incertidumbre que podía acompañarles toda la vida.

Aquí estoy, el frío de la nieve podría estar calándome hasta los huesos, pero no importa en este momento, porque estoy frente a mi hermana de sangre. Ella no tiene ni idea de quién soy, y yo tampoco sé por dónde empezar para explicarle que soy su hermana... ¿Debería decirlo de una vez? ¿Ser directa?

—Vine porque quería conocer al Señor Gabriel Hikari..., y me encuentro con esto... No sabía que había fallecido.

Ella me observa detenidamente, su mirada recorre esta humilde y puritana apariencia que contrasta con la suya.

—¿Y por qué querías conocerlo? Estoy segura de que no eres una de esas mujeres de vida alegre que aparecieron hoy. —Su tono denota cierta indiferencia.

¿Mujeres de la vida alegre? ¿Entonces entre los asistentes del sepelio había amigas de mi padre que eran comediantes? Mi padre debió de ser alguien muy alegre.

—No soy tan alegre, creo que soy algo aburrida, tal vez... —respondo entre risitas, intentando aligerar el ambiente. Aunque ella mantiene su seriedad, levanta una ceja como si intentara entenderme—. Primero, permíteme presentarme. Mi nombre es Inocencia Trevejes, soy monja del monasterio Los Claustros.

—¿Una monja? —la veo algo impresionada e interesada en lo que tengo que decirle.

—Sí... Eh... —Su intensa mirada me está poniendo nerviosa, siento que empiezo a tensarme—. Este do-documento... me lo entregaron hoy e-en el monasterio.

Con manos temblorosas, entrego el documento y ella lo toma rápidamente.

—¿Qué es esto? —pregunta frunciendo el ceño mientras sacude el documento en sus manos.

—Es... Es información sobre mi familia... Aquí dice que Gabriel Hikari es... es mi padre —respondo en tono trémulo.

El gélido escrutinio de su mirada me tiene al borde de la parálisis corporal.

Sin pronunciar palabra, ella suelta un profundo suspiro que se pierde entre el vapor y la consternación. Observo su rostro y percibo cuánto ha perturbado mi revelación.

—Entonces… dices ser su hija.

—¡Ah, sí!

—Hablemos de esto en un lugar más cálido. Ven, sígueme.

—¡Ok!

Caminamos sobre la nieve, nuestras pisadas marcando brechas en el manto blanco mientras nos acercamos a la majestuosa entrada de la mansión. La fría brisa invernal nos envuelve mientras avanzamos, y finalmente, ella abre la imponente puerta y me invita a pasar al vestíbulo.

Dentro, vuelto a encontrarme con la calidez del hogar y un silencio profundo que es interrumpido solo por el suave crepitar de las velas que se alzan junto al altar que sostiene el retrato de mi padre. En la fotografía, se ve extraordinariamente feliz, con una sonrisa que ilumina la imagen. Parece un hombre que disfrutaba intensamente de la vida, como si cada momento fuera una ocasión para celebrar.

La rubia me conduce hacia el lado izquierdo del vestíbulo y caminamos por un pasillo largo y alto, hasta llegar a una puerta de madera elegante que abre con suavidad. Al entrar, me encuentro en una amplia y luminosa sala de estar. Los tonos predominantes son claros, con paredes pintadas de blanco que contrastan con el suelo de porcelanato pulido. Grandes ventanales de estilo francés dejan entrar la luz natural, que se filtra suavemente a través de las cortinas blancas.

El techo es alto y está adornado con molduras elegantes, y en el centro cuelga una enorme lámpara con lágrimas de cristal, dándole un aire de grandeza a la habitación. El mobiliario es moderno y sofisticado: hay varios sofás de diseño contemporáneo dispuestos alrededor de una mesa de centro de cristal. Los sofás están tapizados en tela suave de tono beige claro, complementados con cojines decorativos en colores neutros y detalles dorados.

—Toma asiento —invita, señalando uno de los sofás. Me siento y quedo maravillada por lo cómodo que es... ¡Jesucristo! Un solo cojín de estos podría valer más que todo el equipaje que traigo en mis dos maletas.

—Supongo que no bebes, digo..., eres monja —comenta ella.

—Las monjas pueden beber licor, pero yo no lo hago.

Al escuchar mi respuesta, se acerca a una licorera colgada en la pared y saca una botella de licor, que vierte en un vaso de vidrio. Tras darle un trago al licor, se sienta en el sofá frente a mí, cruza las piernas, deja el vaso sobre la mesita de centro y me observa con seriedad.

—Vaya… Qué conveniente aparecer diciendo que eres hija de Gabriel Hikari justo el día de su sepelio. Tienes valor —dice, con un tono que revela cierto escepticismo.

—No sabía de su muerte. He venido para conocer a mi familia, no para reclamar herencia —le aseguro con sinceridad.

—¿Estás segura? Estamos hablando de millones de dólares —me pregunta, con una leve insistencia.

¡Esta mujer me está haciendo dudar!, pero soy más fuerte que todos esos millones. He aprendido a vivir con mis votos de pobreza y no quiero que el dinero cambie eso.

—No aceptaré esa herencia.

Ella se levanta del sofá con gracia y se dirige hacia una pequeña nevera ubicada en una esquina de la habitación. Con elegancia, abre la puerta y se vuelve hacia mí.

—¿Por lo menos te puedo ofrecer un jugo de pera? —su voz es suave pero firme, con una ligera curiosidad en su tono.

—Bueno..., ya que insistes, está bien —respondo con una sonrisa algo nerviosa, dejándome llevar por su amabilidad.

Con cuidado, saca del interior de la nevera un pequeño jugo con una pajilla, y se acerca hacia mí para entregármelo.

—Es de los jugos que toma mi pequeña Marisol —me dice mientras me entrega el jugo de pera.

—¿Tienes una hija? —pregunto, sorprendida. Seguro que mis ojos brillan de emoción. Por cierto, este juguito está delicioso.

—Sí, una locurita de cuatro años —responde mientras se acomoda en el sofá frente a mí.

—¡Seguro es una ternura! —exclamo.

—Sí, pero cuando se enoja, se convierte en el peor de los huracanes —dice con una sonrisa, moviendo el hielo dentro del vaso.

—¡Wow! —no puedo evitar reír. Después de dar otro sorbo al jugo, le hago una pregunta—. Disculpa, ¿cuál es tu nombre?

—Ah, cierto, no me he presentado... Mi nombre es Delancis Hikari. Por ahora, soy la hija mayor de Gabriel —me dice mientras toma otro trago de licor—. Tu nombre es Inocencia, ¿verdad?

—¡Sí! 

—Bueno, Inocencia, si resultas ser mi hermana, te haré firmar un documento donde declares que renuncias a tomar parte de tu herencia.

—Me parece bien.

En ese momento se abre la puerta y entra un joven igualmente elegante, estampa costosa y se mueve con un aire de alta sociedad. Parece mucho más joven que nosotras dos: de estatura promedio, delgado, con una barba apenas pronunciada, ojos y cabello castaños. Debe tener alrededor de veintisiete años, y su parecido conmigo es innegable. Sin duda, es familia. 

—Disculpa, Dela, no sabía que estabas ocupada —dice él, mirándonos con cierta perplejidad.

—¡Ermac! Ven, acércate —lo llama Delancis golpeando el cojín a su lado.

—¿Qué pasa? —pregunta Ermac mientras me observa con curiosidad.

—Mira, esta mujer dice ser nuestra hermana —explica Delancis.

Mi corazón da un vuelco ante la revelación. ¡Otro hermano! ¡Qué emoción!

—¡¿Qué?! ¿Nuestra madre la abandonó? —exclama Ermac con una nota de incredulidad en su voz.

—¡No! Por suerte para ella, no es hija de la vieja. Dice ser hija del difunto Gabriel —responde Delancis.

—Qué conveniente, ¿no? —dice Ermac, mirándome con cinismo.

—¡Ja! ¡Eso mismo dije! —comenta Delancis, ignorando mi presencia, haciéndome sentir como una intrusa en la conversación—. Pero ella dice que no le interesa la herencia, así que le haré firmar una declaración al respecto.

—Sí, me parece bien. Yo me encargaré de los exámenes de ADN —dice Ermac, asintiendo con seriedad.

—Sí, me parece perfecto —concluye Delancis, ambos mirándome con determinación, logrando que me vuelva a poner más nerviosa. 

Delancis se levanta del sofá con una imponencia que me hace sentir tensa. Se coloca frente a mí, observándome mientras doy el último sorbo de mi jugo, sintiéndome angustiada y algo asustada.

—Mi hermano te llevará a hacerte unos análisis de ADN. Los resultados podrían demorar unos cuatro días, pero, como somos Hikari, podrían estar listos en solo dos —me informa, con una sonrisa que no logra disipar la seriedad de sus palabras.

Asiento con nerviosismo, aún procesando toda esta nueva información. Delancis observa mis maletas con cierta curiosidad, y no puedo evitar sentir cierta incomodidad al notar lo deterioradas que están. Seguramente ella no utiliza maletas en sus viajes; probablemente tiene ropa guardada en cada rincón del mundo, o quizás ni siquiera guarda nada y simplemente manda a comprar nueva ropa donde quiera que vaya.

—Supongo que no tienes a dónde ir —me dice con una mezcla de comprensión y curiosidad.

—Bueno..., la verdad es que no. —Yo aquí, sintiéndome como una vagabunda.

—Está bien, después tendrás que explicármelo después. Por ahora, puedes quedarte aquí hasta que los resultados estén listos.

—¡Gracias! Eres muy amable —le respondo con una sonrisa que intenta disimular mi nerviosismo. Ella me devuelve la sonrisa con la misma amabilidad, y me alivia ver que su expresión intimidante ha desaparecido.

—Ermac, dile a Alexis que le prepare una habitación a Inocencia.

—Dela, pero Alexis no está. De repente desapareció.

—No me sorprende que ande buscando dónde enterrar el sable... Ese sátiro de mierda —agrega con una sonrisa burlona.

¿«Sátiro»? Nunca había escuchado esa palabra antes; debe ser algún término relacionado con la esgrima o algo por el estilo.

—Disculpen..., ¿quién es Alexis? —les pregunto con curiosidad.

—Alexis es la mano derecha de la familia. Es mucho más que un mayordomo; le confiamos todo a él. Aunque no es un Hikari de sangre, lo consideramos como un hermano porque creció junto a esta familia —explica Delancis mientras Ermac asiente en acuerdo.

—Bueno, voy a decirle a uno de los sirvientes que suba las cosas de Inocencia —añade Ermac.

—¡Yo puedo sola! Solo necesito que me lleven a la habitación y me encargaré de acomodar todo —respondo con determinación.

—Como quieras —acepta Delancis—... Yo tengo que ir a buscar unas cosas al despacho de papá. Ermac, trata bien a la invitada —ordena antes de salir.

—Claro —responde Ermac con una sonrisa amistosa.

La dinámica entre ellos parece fluida y familiar. Observarlos me hace anhelar ser parte de algo así: una relación familiar cimentada en la confianza y el cariño mutuo.

Mientras los tres salimos de la sala de estar, diviso a lo lejos la llegada de una anciana muy estrambótica, y entonces, ¡Oh, por Dios!, una verdadera criatura celestial: la señora está acompañada por una hermosa niña. Su cabellera rubia y rizada cae con gracia sobre sus orejas, como el de un querubín; sus ojos avellanos, grandes y expresivos reflejan la tenacidad de su madre, mientras sus cachetes redondos y sonrosados completan su imagen encantadora.

—¡Ermac, te dije que no trajeras a la casa a mujeres de «vida alegre»! —la anciana regaña a Ermac, y me desconcierta por completo. ¿Qué tiene de malo ser una mujer alegre?

—¡Mamá!, es... es solo una amiga de la iglesia —interviene Ermac, tratando de calmar la situación.

—Es cierto, ojalá fuera yo una mujer alegre, pero no se preocupe, soy bastante seria —respondo con seriedad y respeto, aunque ambos estallan en carcajadas.

—¿Qué ocurrencias dice esta mujer? —se pregunta Delancis, aún riendo—. Ermac, tu amiga es muy graciosa.

Sigo sin comprender cuál es el chiste, pero no me molesta reírme de mí misma junto con ellos.

—¡MAMÁ! —la pequeñita le grita a Delancis.

—¡Preciosura de mamá!... ¿Cómo te fue con tu abu?

La niña no responde al saludo de Delancis. Está claramente molesta, con los ojos fijos en el jugo de pera que tengo en la mano.

—¡ESA ZORRA SE HA TOMADO MI JUGUITO!

«¡Oh, Dios mío! ¡Las palabras que salen de la boca de esa niña!».

—¡MARISOL! —Delancis la regaña, pero eso no impide que la niña salte sobre mí y se agarre de mi cabello.

—¡AY, MI CABELLO! —no puedo evitar gritar. Esta niña tiene una fuerza impresionante; me tiene de rodillas en el suelo.

—¡Marisol, SUÉLTALA YA! —Delancis intenta liberar mi cabello de las apretadas manitos de su hija.

La anciana suelta fuertes carcajadas mientras trata de hablar entre risas:

—Ya sabía yo que mi nieta era una experta en ahuyentar a las personas no gratas.

—¡Marisol!, mira, aquí tienes tu juguito. El juguito que ella tiene no es el tuyo, este es el tuyo —Ermac, en algún momento de la contienda, fue a buscar otro juguito para salvarme la vida.

Marisol suelta mi cabello al instante y pone toda su atención en el jugo de pera que le está ofreciendo su tío.

—¡Gracias, tito!

La niña se vuelve a transformar en un ser angelical, agarra el jugo que le ofrece Ermac y se va corriendo por el largo pasillo, con sus rizos rubios rebotando a cada paso. No sé hacia dónde irá, pero por ahora, la quiero lejos de mí.

—¿Inocencia, estás bien?... Lamento lo que te hizo mi hija, tiene un carácter fuerte.

—¿Carácter fuerte? ¿Estás segura de que no fuiste violada por el mismísimo Satanás?... ¡Dios santo! —la cuestiono, molesta, mientras me levanto del suelo, olvidándome de que hace un rato estaba intimidada por ella.

—Me aseguraré de que no vuelva a suceder. Lo siento mucho —dice Delancis, esbozando una sonrisa algo apenada.

—¿Y quién es esta mujer y por qué viene a invadir mi casa con maletas? ¡Exijo una explicación, no tolero esto, hija! —La anciana me mira con ojos saltones. Su rostro está meticulosamente maquillado, intentando en vano ocultar las líneas del tiempo que surcan su piel pálida. Su cabello es perfectamente canoso, peinado hacia atrás con precisión, y su vestimenta, aunque elegante, denota un aire extravagante para su edad. Luce joyería llamativa, con anillos grandes y un collar de perlas ostentoso.

—Ay, mamá, por favor, deja el drama —Delancis responde con un tono de aburrimiento palpable.

CAPÍTULO 5: Charlotte la rebelde.

He llegado a donde nadie me ha invitado solo para pertenecer a un lugar. Soy como una oveja solitaria que busca un rebaño que la acompañe y la proteja, solo quiero ser aceptada por los míos y conocerlos un poco más, saber de su pasado y tal vez formar parte de su futuro. Esos eran mis ideales hasta que conocí a la oveja mayor de los Hikaris, es una anciana de mente tostada que etiqueta a todos los que lleguen de fuera como unos lobos disfrazados de oveja, y yo no soy una loba; quizá sea una oveja que recién ha pecado por dejarse chupar las ubres, pero eso no me hace peligrosa para ningún rebaño.

—Madre, es una monja, no la trates de esa forma, sé más respetuosa —Ermac trata de hacerle entender a su madre mientras acaricia su canoso cabello.

—¡Dios ha escuchado mis plegarias!, me ha mandado a uno de sus mercenarios para exorcizar a tu hermana —dice la anciana mientras agradece al cielo con sus manos.

—Disculpe, señora, «mercenario» es una equivocada y desubicada palabra para usar sobre el nombre de Dios —la corrijo con algo de timidez—. Aparte, las monjas no exorcizamos, eso los hacen algunos sacerdotes.

—¡Ves, madre! Deja de hablar paja —le dice Delancis.

—Y déjeme decirle que Delancis me parece una buena mujer, no creo que tenga necesidad de exorcizarla —agrego.

—No te lo creas mucho, Inocencia. Delancis debe tener un buen par de demonios encima —dice Ermac mientras observa a su hermana de forma divertida.

—Ah, ¿sí?... Esos demonios deben ser maricas, porque yo no siento nada sobre mí —deja salir un par de risas.

¿Demonios maricas?... Nunca había escuchado de algo así, ahora que lo pienso..., ¿tal vez algunos demonios estén en el infierno por su homosexualidad?, después de todo, la iglesia católica me enseñó que es un pecado ser así. Ahora me los imagino con cuernos de unicornio, caminando sensualmente y meneando sus colas escarchadas a través de las llamas.

—No me refiero a Delancis, sino a la bastarda de Charlotte —aclara la anciana.

—Ah, a ella sí —dice Delancis mientras asiente a su madre—. Madre, voy a ir al despacho de mi padre, es que estoy buscando unos documentos. Tu ve a ver que está haciendo Marisol, no quiero que vuelva a romper otra cerámica egipcia.

—Mi sobrina es el demonio mismo..., pero ella seria como el demonio de Tasmania de los Looney Tunes —dice Ermac mientras le sonríe a Delancis.

—Estoy de acuerdo —Delancis igual le sonríe y luego se retira caminando por donde llegamos—. Nos vemos dentro de un rato.

De repente, la anciana se para a un lado mío y se me queda observando con cierto grado de intensidad.

—Hermana, por lo menos debería decirme su nombre... ¿María?; ¿Guadalupe?; ¿Magdalena? —pregunta en un tono exigente. La anciana cree que mi nombre debería estar relacionado con la Biblia.

—Mi nombre es Inocencia, un placer —respondo dándole la mano para presentarme.

—Mi nombre es Murgosia Hikari, pero puede llamarme Doña Murgos —se presenta y luego desvía la mirada hacia donde está su hijo—... Ermac, yo llevaré a Inocencia a su habitación, la hospedaré frente Charlotte para ver si compone, aunque sea un poco, a tu hermana. Tú ve a cuidar a Marisol.

—Ok, madre —Ermac le sonríe con gentileza—, justo estaba pensando en esa habitación para Inocencia.

—Señora, de verdad, muchas gracias por permitirme quedarme aquí.

—Tú solo trata de ayudarme mejorando la conducta atroz que tiene esa niña.

Al parecer tengo otra hermana y, por lo que dice Doña Murgos, se trata de una niña rebelde. Espero poder llevarme bien con ella.

Voy caminando junto a Doña Murgos por el enorme pasillo de gran altura, es ahora que puedo apreciar unas hermosas pinturas de paisajes naturales que hacen interesante el lugar, es el mismo pasillo por donde llegué junto con Delancis, solo que en ese momento los nervios no me permitieron apreciar toda la decoración.

Al llegar al vestíbulo puedo notar que los sirvientes de la casa han levantado el altar y han dejado todo despejado.

—Inocencia, voy a subir por mi ascensor privado, es que a mí me rechinan las patas al subir las escaleras… Espérame allá arriba.

—¡Está bien!

Es increíble, Doña Murgos tiene su propio ascensor, qué fino... Las comodidades de esta mansión son de otro mundo.

Voy subiendo por la amplia escalera que está en el centro del vestíbulo, en la parte alta su amplio escalón se divide en dos extremos, yo continúo subiendo por el extremo derecho y, al llegar al segundo piso, veo que Doña Murgos ya me está esperando.

—Qué lenta eres, mujer... ¡Ven sígueme!

Vamos caminando a través de otro pasillo, aquí hay unas seis puertas, tres de un lado de la pared y otras tres al frente, están distanciadas unos diez metros entre ellas, supongo que son habitaciones enormes.

—Esta puerta da a la habitación de nuestro mayordomo Alexis, y la que está enfrente es la habitación de su hermana, su nombre es Florence. Esos dos son los que mantienen el orden en la mansión. Si necesitas algo puedes ir con ellos para que te ayuden.

Enseguida, a nuestra espalda, se abre una de las puertas, justo la que está diagonal a la habitación de Alexis.

 —Doña Mugre..., y esta mujer, ¿quién es? —pregunta una mujer de aproximadamente unos veintidós años, tiene amplios ojos de color marrón, es de altura promedio y no está sola, está acompañada de otra chica casi de su misma edad.

—Inocencia, esta mujer irrespetuosa es Charlotte —me dice Doña Murgos ignorando por completo lo que preguntó Charlotte—, quien la acompaña es Florence.

—Hola, Inocencia, cualquier cosa que necesites no dudes en buscarme. —Florence es una mujer que irradia mucha amabilidad y educación, juraría que es algo tímida, sus ojos verdes lo reflejan—. Doña Murgos, ya he acomodado a Lottie en su habitación —informa mientras acicala las puntas de su rubio y lacio cabello.

—Perfecto.

—Inocencia, ¿quieres que te ayude con tus cosas?, así podemos hablar y conocernos mejor —me pregunta Florence.

—Eh..., sí, muchas gracias.

—¿Por qué nadie me dice quién es esta tal Inocencia y de dónde coño ha salido? —pregunta Charlotte que, por lo que entiendo, también le dicen Lottie.

—Inocencia es una de las hermanas de Jesucristo, deberías seguir los ejemplos de ella —le responde Doña Murgos.

—¿Hermana de Jesucristo?... Qué bien se ha conservado. ¿Estaba criogenizada o algo así? —pregunta mostrándonos un rostro burlón.

—Engendro de Satanás, no seas Imprudente —Doña Murgos se tapa la cara con sus arrugadas manos—... ¡Qué vergüenza, Dios Mío! —se queja y luego voltea a ver a Florence—. Chica, yo mejor me iré a ver qué desastres le hace Marisol a Ermac.

—Ok, yo me encargo de Inocencia.

Doña Murgo asiente a lo dicho por Florence y luego se aleja por el largo pasillo.

Florence parece ser todo lo contrario a Charlotte, es tan pacífica que genera paz, como si tuviera el aura de un ángel; creo que nos llevaremos muy bien.

—Inocencia, esta será su habitación —dice Florence mientras le escucho girar la perilla de la puerta que tengo tras mi espalda.

Yo doy media vuelta para conocer la habitación que ocuparé y….

—¡Virgen Santísima!

Me encuentro entrando en una hermosa e inmensa habitación. En el monasterio teníamos un comedor de este tamaño, incluso, mi habitación era cuatro veces más pequeña que esto. Aquí dentro ya hay muebles instalados, parece que dormiré en una cama queen llena de cojines... Por cierto, nunca he entendido por qué las personas llenan sus camas con tantos cojines; yo solo tengo una cabeza, solo necesito un cojín, pero bueno..., qué importa.

—Es raro que esta familia aceptara hospedar a una extraña, por más monja que sea. —No me había dado cuenta de que Lottie también estaba aquí, al buscarla con la mirada me he dado cuenta que está algo disgustada por la situación.

Luego de dejar mis maletas a un lado de la cama, regreso mi atención a las chicas, ya dispuesta a contarles toda mi verdad.

—He venido a este lugar para conocer a mi padre, solo ayer...

—¿Tu padre? —me interrumpe Florence, se ve algo extrañada—. ¿Eres Hija de algún Hikari?

—Sí..., mi padre es Gabriel Hikari. Estoy segura que soy tu hermana, Charlotte —le revelo junto con una cálida sonrisa.

Lottie se hecha a reir de forma sarcástica.

—¡¿De dónde carajos has sacado eso?! ¿Crees que voy a creérmelo? De seguro vienes para robarte la herencia de mi padre, monja ratera.

—Lottie, espera, escuchemos que más tiene por decir. Vengan, mejor sentémonos en la cama —propone Florence señalando la cama.

Duele en el alma, pero comprendo a Lottie, no he mostrado pruebas ni nada que corrobore mi verdad. Me he deprimido un poco y me he sentado sobre la cama con algo de miedo, temo no poder explicarme bien y que termine siendo rechazada por mi otra hermana. Me fue bien con mi hermana mayor y también quiero llevarme bien con la menor.

—Fui expulsada de un monasterio por romper mi voto de castidad.

—Eso significa que tuviste sexo con otro chico, ¿verdad? —pregunta Florence con mucha seriedad.

—No tuve sexo..., solo fui encontrada en un baño caliente con un chico que intentó violarme y yo no pude resistirme a...

—¿Un sacerdote te manoseó?... ¡Eso es muy perturbador! —Lottie también se ve interesada en mi historia.

—No, no fue un sacerdote, fue un hombre que fue a hacer unos trabajos de arquitectura en un antiguo convento. Él me encontró desnuda dentro de unas aguas termales e, ignorando mis quejas, entró al agua.

—¡Vaya!, qué fuerte.

—Sí, era un tipo muy fuerte, puesto que, al resbalarme, me sostuvo con una sola mano y así evitó que me golpeara la cabeza contra las rocas, solo que se aprovechó de eso y me tocó los senos... Así empezó todo.

—Estoy por creer que sí eres una Hikari, después de todo, somos muy irresistibles ante los hombres —Lottie se ve muy convencida.

Suelto un par de risitas nerviosas. Lo que Lottie acaba de decir me ha dejado un poco incómoda.

—Bueno, la cosa es que la Sor que me crio me encontró justo en ese momento, me llevó frente a la hermana superior y luego me expulsaron del monasterio. Ahora hay una orden en espera para aprobar mi retiro como monja.

—¿Vas a dejar de ser monja? —me pregunta Florence.

—Sí. Y yo si acaso llevo seis días siendo monja.

—Bueno, Ino... Puedo llamarte Ino, ¿Verdad?

—Sí. ¿Y yo puedo llamarte Lottie?

—¡Claro! Y bueno, no te preocupes, que cuando dejes de ser monja organizaré la cogida de tu vida, ya verás.

—¿La cogida de mi vida?... ¿Qué se supone que voy a coger?... ¿Mis votos de castidad?

Las dos se voltean a ver, soprendidas por mis indagaciion, para luego tirarse con fuertes carcajadas sobre la cama. Nuevamente, no entendí el por qué o dónde está la gracia, si mi pregunta ha sido muy seria... Pero sobre todas las cosas, me alegra que mi hermanita me permitiera llamarla Lottie, se escucha tan tierno..., a pesar de que ella carezca de ternura al ser una chica muy rebelde.

Las fuertes carcajadas de mi hermanita podrían escucharse hasta el vestíbulo.

—¡Ay, carajo..., mi estómago! —Lottie está roja de tanto reír.

—Eh…, bueno..., continuando con mi historia: al día siguiente la hermana Sor Daiputha, o sea, la que me crio, me entregó una hoja con información de mi familia, esa hoja se la entregué a Delancis y, bueno..., supuestamente Ermac va a llevarme a un laboratorio para realizarme unos exámenes de ADN.

—Entonces solo queda esperar eso... Bueno, me parece bien. Espero y seamos hermanas, me caíste bien, y aparte eres muy graciosa —dice Lottie mientras se seca las lágrimas de los ojos.

Sigo pensado y trato de entender: ¿Qué tiene de gracioso que yo quiera volver a coger mis votos de castidad?; ella dijo que sería la cogida de mi vida y, para mí, volver a conseguir esos votos sería la más grande cogida de mi vida.

CAPÍTULO 6: El mentado Alexis.

¿Qué tan difícil puede ser encajar en una nueva familia, especialmente cuando has pasado la mayor parte de tu vida en un entorno completamente distinto? A veces siento que soy una extraterrestre, una especie de Alf perdida entre los humanos. No es solo esta familia; siento que el mundo entero es ajeno a mí... pero, ¿cómo no sentirme así después de haber pasado treinta años en un monasterio? La vida de clausura es todo lo que he conocido, y ahora que convivo con estas personas, me parece que he salido de alguna dimensión desconocida.

—Ino, a ver qué has traído en esas maletas... No es que sea curiosa, es que soy bien vidajena —dice Lottie con una sonrisa pícara mientras arrastra una de mis maletas hacia la cama.

Al abrirla, ambas chicas comienzan a sacar mi ropa, tirándola sobre la cama en una especie de inspección improvisada.

—¡¿Qué es todo esto?! —exclama Lottie, arrugando la nariz con evidente desagrado—. ¿Acaso asaltaste un asilo?

—¡No! Para nada... —respondo, sintiendo un rubor subir a mis mejillas.

—Esto que tengo en la mano, ¿qué es? —pregunta Lottie, sosteniendo una prenda con una expresión de incredulidad—. ¿Un mantel de mesa o un faldón?

—Es un faldón —respondo, intentando no sonar a la defensiva.

—Es horrible. Demasiados cuadros para mi gusto.

—Bueno, Lottie, no esperes encontrar una minifalda aquí —interviene Florence con un tono conciliador—. Recuerda que estamos frente a una monja.

—Exmonja… —corrige Lottie con un toque de malicia en su voz—. No olvides que la han botado del convento por andar por ahí en modo pokebola.

—¿Pokebola? —pregunto, sorprendida—. Eso es de Pokémon, ¿verdad? De niña veía esa comiquita en el monasterio... Pero, ¿por qué dices que estuve en modo pokebola?

—Porque te lanzaron al suelo y enseguida te abriste —responde Lottie, acompañando sus palabras con un gesto burlón.

Florence intenta contener la risa, pero al final sucumbe.

—¡Lottie! ¡Qué falta de respeto! —exclama Florence, riendo y tratando de disimular el sonrojo en su rostro. 

¿Y saben qué?, ese chiste sí lo entendí, y si lo pienso bien, tal vez sí soy una pokebola... por no haber puesto resistencia ante el abusador. Pero, ¿eso me convierte en una mujer fácil? Sacudo esos pensamientos de mi mente mientras me levanto de la cama y comienzo a guardar mi ropa en el clóset

—. Ok, ya. Lottie, deja de molestar a Ino. Ella es mayor que tú, podría ser tu hermana mayor —añade Florence, ahora más seria, mientras me ayuda a colgar la ropa con una sonrisa cómplice.

—¡¿Y qué?! Si ella quiere ser una Hikari, que aprenda a aguantarme —Lottie responde desafiante, levantando el mentón con orgullo.

—Veo que no te llevas bien con la familia, especialmente con Delancis y con tu madre —le digo a Lottie en un tono que refleja mi preocupación.

—¿Mi madre? —replica Lottie, frunciendo el ceño, visiblemente confundida.

—Debe referirse a Doña Murgos —interviene Florence, esbozando una suave sonrisa.

—¡¿Qué?! Esa vieja no es mi madre.

—¿Ah, no?... Entonces...

—Mi madre murió hace un año... —responde Lottie, su tono de voz bajando notablemente—. Murió de cáncer.

—Lo siento mucho —me disculpo, sintiendo un nudo en la garganta—. Mi madre también murió... pero yo nunca llegué a conocerla.

El ambiente se llena de un silencio incómodo, un vacío que ambas hemos creado y en el que Florence también queda atrapada mientras guarda la última prenda de ropa en el armario. Toda la energía que emanaba de Lottie se desvanece, o quizás se transforma en una tristeza profunda. De repente, me doy cuenta de que Charlotte y yo somos más parecidas de lo que pensaba; ella también es media hermana de Delancis y Ermac. La única diferencia es que ella sí llegó a conocer a sus padres.

—Lottie, ¿qué me puedes contar de Don Gabriel?

—Mi relación con mi padre siempre fue... complicada —responde Lottie tras soltar un largo suspiro—. Ino, odio a esta familia. De verdad no quiero estar aquí; quiero salir corriendo, pero no puedo.

—¿Odias a tu familia? —Su declaración me sorprende profundamente.

—¡Mejor cambiemos de tema! —exclama Florence, interrumpiendo abruptamente la conversación con una risita nerviosa. El cambio de tema parece demasiado forzado, como si intentaran ocultar algo.

«¿Qué habrá pasado entre Lottie y su familia?».

Observo a Lottie detenidamente, y lo que veo es una mujer vacía, despojada de cualquier chispa. Odio hacia la propia familia... eso es algo grave. Se supone que el amor nace en el hogar, y si ella no tiene una familia a quien amar, ¿cómo se supone que podría amar al mundo? ¿Qué sentido tiene la vida sin amor? ¿Cómo se puede caminar por la vida sabiendo que nadie espera tu regreso en casa? ¿Qué le ha hecho esta familia para ganarse su odio?

—¡Vaya, esta maleta pesa! —se queja Florence, interrumpiendo mis pensamientos mientras sube mi otra maleta sobre la cama.

Florence abre el zipper de la maleta, y al ver su contenido, su rostro se congela en una mezcla de sorpresa y desconcierto. Retrocede instintivamente, apartando las manos como si hubiera encontrado algo macabro.

—Ok, esto es demasiado para mí por hoy.

Lottie, al notar la reacción de Florence, fija su mirada en la maleta y, en cuestión de segundos, se levanta de la cama con una expresión de pánico en el rostro. Retrocede varios pasos, claramente asustada. No logro comprender qué les parece tan inquietante en esta muestra de devoción.

—¡¿Qué carajos, Ino?! No me digas que eres traficante de estatuillas y crucifijos. ¡Esto es aterrador!

—¡Pero qué cosas dices! —exclamo, incrédula—. Es mi colección de virgencitas y crucifijos. No tienes idea de cuánto vale cada uno de estos.

Miro con ternura cada pieza mientras las saco de la maleta. Estas niñas no entienden lo que es amar una estatuilla de la Virgen María. Cada detalle de su velo está pintado con una precisión exquisita, sin una sola imperfección. Los acabados son tan suaves que al tocarlos se siente la delicadeza con la que fueron pulidos. Su rostro, tan angelical y realista, transmite una sensación de amor profundo que es casi palpable.

Y el madero de la cruz de Jesús... Tallado y barnizado a la perfección. Pasar las manos sobre él es una experiencia casi espiritual, una conexión con la fe. La sangre que corre por sus rodillas, su pecho, y su rostro está pintada con una exactitud sorprendente. Es imposible no conmoverse al ver su expresión de sufrimiento, un recordatorio del sacrificio que invita a no pecar.

—Estas estatuillas me traen recuerdos de mi niñez —comento mientras coloco cuidadosamente cada una de ellas sobre las superficies planas de la habitación—. A la hora de comer, Sor Daiputah traía una enorme Virgen y la colocaba en el centro de la mesa. Nos hacía comer todo lo que teníamos en el plato, diciendo que si no lo hacíamos, la Virgen comenzaría a llorar. Veinte años después me enteré de que las lágrimas de la virgen eran controladas por un control remoto.

—Y ahora, por comer todos tus alimentos, eres una mujer grande y saludable —agrega Florence con una sonrisa cálida.

Le devuelvo la sonrisa, sintiendo un lazo de comprensión entre nosotras.

—Sí —respondo, sintiendo una mezcla de nostalgia y gratitud por esos recuerdos.

—¡Exijo que saques esas cosas de aquí! —Lottie dice con firmeza—. ¿Qué tal si una de esas bichas cobra vida a medianoche y se aparece en mi habitación solo para abofetearme? No sé si lo has notado, pero soy una pecadora de alto nivel; el mismo Lucifer debe tener un retrato mío en su oficina.

—Lo siento por ti, pero mis estatuillas se quedan. Tendrás que...

No alcanzo a terminar mi negativa cuando, de repente, se escuchan cerca unas explosiones. Parecen fuegos artificiales, pero es raro que los lancen en pleno día y, menos aún, durante un sepelio.

—¡Mierda! —exclama Charlotte, claramente más asustada que antes.

—¡Vamos con Delancis! —grita Florence, visiblemente aterrorizada.

No entiendo por qué tanto miedo a unos fuegos artificiales. Nuevas explosiones resuenan, y me recuerdan los que lanzaban en el monasterio durante la Semana Santa. Pero mis compañeras no parecen estar disfrutando. Todas salimos corriendo de la habitación, ellas con tal prisa que casi parece que las trompetas del apocalipsis estuvieran sonando. No solo nosotras estamos alteradas; toda la mansión parece sumida en un caos por las recientes detonaciones.

Empiezo a sospechar que soy la única aquí que no comprende la gravedad de la situación. Al llegar al vestíbulo, justo frente a la escalera, veo pasar junto a mí a un hombre alto y rubio, con el cuerpo de una escultura griega, como si Adonis estuviera entre los vivos. Sus ojos verdes están llenos de pánico.

—¡Alexis! ¿Qué está pasando? —Lottie lo ataja, agarrándolo del brazo.

Así que este es el mentado Alexis. Está tan asustado que parece que su corazón está a punto de salírsele del pecho.

—Es Don Frank —jadea Alexis, cubierto de sudor—. Quiere matarme.

—¿Qué?!... ¡¿Pero qué diablos hiciste?!

En ese momento, Delancis entra por la puerta principal del vestíbulo, fija su mirada en Alexis, y con un gesto de desaprobación en la cabeza, grita exaltada:

—¡¿Que qué hizo?! ¡Se tiró a la hija de Don Frank!

—¡¿Qué?! —Florence parece incapaz de creerlo. Su rostro refleja una mezcla de sorpresa e indignación.

—Sí, Florence. Tu hermano, el idiota, se dejó pillar —dice Delancis mientras sube las escaleras—. Acabo de hablar con Don Frank; el viejo está furioso. Acaba de disparar al aire frente a la puerta principal, exigiendo que le entreguemos a Alexis.

Lottie, que sostenía a Alexis, lo suelta solo para empezar a empujarlo con furia, descargando su ira con golpes en el pecho. Florence la detiene, y Delancis corre hacia ellas para intentar calmar a su hermana. La rabia de Lottie es tan intensa que puedo ver lágrimas acumulándose en sus ojos.

—¡¿Te picaba tanto la berenjena como para ir a restregarla con el melocotón de esa perra?!... ¡Idiota!

Ok... Hagamos un resumen de lo último que acabo de escuchar: «Tirarse a la hija de alguien», «berenjenas que pican» y «perros que comen melocotón». ¿De qué mundo vengo yo, o en qué extraño mundo he caído?

CAPÍTULO 7: Perspectiva de Alexis Evans.

Narrado desde la perspectiva de Alexis Evans.

La muerte del miembro más poderoso de los Hikari es un presagio oscuro para todos los que trabajamos para esta familia. La situación está al borde del caos; en cualquier momento, los Paussini podrían empezar a mover sus mejores piezas para tomar el control de la zona sur de Londres, territorio que actualmente pertenece a los Hikari y los Diamond. Por eso, camino por las calles de Kingstone con una única misión en mente. Antes de que todos salieran del sepelio, ya me había escabullido, necesitaba reunirme con el líder de la familia más poderosa de la región. Aunque los Diamond han sido siempre más poderosos que los Hikari, nuestra alianza sigue siendo sólida, y juntos nos cubrimos las espaldas.

—¡Señor Alexis Evans! —una voz interrumpe mis pensamientos, haciéndome girar la cabeza. Es el Detective Richard Kross, jefe de asuntos criminales de la policía estatal de Londres—. Qué sorpresa encontrarlo por aquí... ¿No debería estar en el sepelio de la Familia Hikari?

—Detective Kross... no tengo tiempo para sus interrogatorios.

—Me lo agradecerá —responde con una calma que me incomoda—. Tengo información que, estoy seguro, ustedes desconocen.

Mi curiosidad se despierta.

—Vale, me interesa.

Este no es el lugar adecuado para una conversación seria. Justo enfrente, noto uno de mis bares de confianza.

—Señor Kross, ¿qué tal si nos tomamos algo mientras hablamos en privado? —le sugiero, señalando el bar a sus espaldas.

—Me parece bien.

Entramos al bar, y con una simple mirada, le indico al encargado—un viejo amigo que conoce bien mis métodos—qué debe hacer. Sin necesidad de palabras, él levanta la voz y ordena a todos los clientes que abandonen el local. En cuestión de minutos, el lugar queda desierto, ni siquiera los meseros o bartenders permanecen. Es una muestra del tipo de influencia que ejerzo en estas calles, como si llevara la sangre de los Hikari en mis venas.

Nos sentamos en una mesa, y en poco tiempo, el encargado nos sirve su mejor vodka. Después de un primer trago, me inclino hacia Kross, listo para escuchar.

—A ver... ¿qué es lo que tiene que decirme, detective?

—Señor Evans, como ya sabe, mi prioridad es la seguridad de Londres. Lo que quiero decir es que mi información no solo beneficia a los Hikaris, sino también a los ciudadanos.

—Ok... ¿Qué más? —le pregunto tras otro sorbo.

—Desde hace dos días, los Paussini han empezado a moverse en la zona sur, en su territorio. Ya tienen a varios de sus clanes trabajando en las calles. Sé que este tipo de conflictos suelen desatar mucha violencia... Le pido, por favor, que resuelvan esto sin que corra sangre inocente.

La noticia me golpea como un cubo de agua helada. Me levanto despacio, dejando un delgado fajo de billetes frente a Kross. Este hombre parece creer que los Hikari seguimos las órdenes de la policía, pero está equivocado. Lo que tenga que suceder, ya está escrito.

Me detengo un momento antes de salir y lo miro a los ojos.

—Detective Kross, gracias por la información. El dinero es para los tragos. Ahora debo irme; tengo que prepararme para lo que se avecina.

—¡Señor Evans, espere! —me llama, pero ya no escucho nada más. El juego ha comenzado, y no pienso perder.

No necesito escuchar más de este hombre. No me importa si alguien se cruza en mi camino y termina atrapado en medio del conflicto; es su responsabilidad quedarse y aprovecharse de la situación o retirarse y salvarse. Mi prioridad es asegurar el bienestar de mi familia, y cuando digo "familia", me refiero a Florence y a mi madre. Los Hikari nos han proporcionado todo: educación, trabajo y un hogar. Mientras yo mantenga mi posición con los Hikari, ellas estarán seguras.

Detengo un taxi y me subo de un salto, ordenando al conductor que acelere. Mientras el taxi avanza a toda velocidad, observo en el retrovisor cómo el detective Kross sale corriendo del bar. No hay forma de que pueda seguirme.

—¿Disculpe, señor, a dónde lo llevo? —pregunta el conductor.

—Déjeme a tres cuadras de aquí.

—Eso es aquí mismo... Parece que hoy no tiene ganas de caminar, señor.

—Solo gire a la izquierda —ordeno, inspeccionando los alrededores—. Aquí está bien.

Bajo del taxi sin esperar el vuelto del conductor y avanzo rápidamente por la calle. A los pocos minutos, entro en una tienda de cómics. La primera vez que vi este lugar, me pareció interesante. Nadie sospecharía que debajo de esta tienda se encuentra la armería más grande de Londres.

—Hola, Pipe, ¿puedo usar tu baño?

—Sí, adelante.

Pipe no necesita explicaciones. Sabe que no he venido exactamente para usar el baño. Saca las llaves y abre una puerta que da acceso a un largo pasillo. Me detengo al final, coloco las palmas de mis manos en la pared de piedra y empujo, revelando una puerta camuflada. Tras atravesarla, encuentro otra barrera: una puerta de alta seguridad. Como cliente frecuente, conozco los pines de acceso necesarios.

Finalmente, accedo al búnker. Para mi sorpresa, Don Frank Diamond me recibe ante un fondo de armas letales. Su expresión es la habitual mezcla de egocentrismo y sarcasmo.

—Vaya, vaya, ni siquiera has dejado un día de luto, ¿eh?

—No estoy de humor para bromas, Diamond. Sabes por qué estoy aquí y quiero hacerlo rápido.

—Supongo que estás aquí porque te has enterado de que los Paussini vienen a sacar a los Hikari del mercado.

—Sí. Parece que ya estabas al tanto.

—Lo sabía antes de que decidieran pisar esta zona. Tengo informantes por toda Inglaterra; nadie se mueve sin que yo me entere primero. Deberían aprender de nosotros. Después de todo, somos veteranos en esto.

Tiene razón: los Diamond son la organización criminal más grande de Inglaterra desde los años sesenta. Mientras todos escuchaban a los Beatles y se distraían con la llegada de la primera ola de hippies, en las oscuras calles de Kingstone, los hermanos Diamond estaban forjando los primeros negocios ilegales. Uno de esos hermanos es Don Frank, el actual jefe de los Diamond.

Veinte años después llegaron los Hikari, quienes en ese entonces huían de los Yakuza, y cinco años más tarde llegaron los Paussini, que buscan expandir su mafia italiana a varios países.

—Entonces dime, ¿qué quieres de todo esto? —pregunta mientras abre los brazos para mostrarme su arsenal.

—Una Smith & Wesson Model 65 y una Glock 17 —digo sin dudar. No me he fijado si tienen estos modelos, pero siendo Diamond, supongo que tiene de todo.

Don Frank Diamond asiente con una sonrisa calculadora y se dirige hacia un teléfono antiguo en su escritorio, que parece fuera de lugar entre las modernas armas y equipos. Marca un número y, tras unos segundos, se dirige a sus hombres con una voz firme y autoritaria.

—¡Chicos! —dice Frank con un tono que deja claro que no admite objeciones—. Necesito una Smith & Wesson Model 65 y una Glock 17, ahora mismo. Vayan a la bodega y traigan esas armas de inmediato.

No pasan muchos minutos antes de que un par de hombres vestidos con trajes oscuros y con aire de seriedad entren a la sala cargando dos maletines con cuidado. Los maletines se colocan sobre la mesa, y al abrirlos, revelan las armas solicitadas, cada una meticulosamente empaquetada y en perfecto estado.

Don Frank me mira con un gesto de satisfacción mientras observa cómo examino el contenido de los maletines.

—Aquí tienes, como lo pediste. —dice Frank, su tono cargado de una mezcla de orgullo y diversión—. Y, por cierto, dale mis saludos a tu hermanita. Sé que la Glock es para ella; después de todo, es su favorita.

Me dispongo a salir del búnker, y justo cuando estoy a punto de cruzar la imponente puerta de seguridad, un destello de color rojo en el largo pasillo llama mi atención. Me detengo en seco, cautivado por la visión de una cabellera roja intensa que parece arder con una vitalidad propia. La cascada de cabello resplandece a la luz tenue del pasillo, enmarcando un rostro de rasgos perfectamente definidos, entre los que destacan unos labios rojos que parecen esculpidos a mano, evocando un deseo casi incontrolable. Confieso sin reservas que tengo una debilidad especial por las pelirrojas, y Mya Diamond, en particular, es una tentación a la que me resulta difícil resistir.

Su presencia tiene un magnetismo que va más allá de lo físico, una combinación irresistible de elegancia y seducción. Cada movimiento suyo parece ser una danza hipnótica que captura todos mis sentidos, y no puedo evitar sentir que el aire a su alrededor se carga de una energía erótica. Mientras nuestras miradas se cruzan, me doy cuenta de que no solo estoy impresionado por su belleza, sino también por el aura de misterio que la envuelve. Con cada paso que da, Mya despliega una confianza que parece desafiar el mismo entorno.

—¿Finalmente el día se pone a mi favor? —le digo, sonriendo con una coquetería calculada.

—Alexis Evans... Te vi en el sepelio y no pude evitar desear atraparte —responde con una mirada ardiente.

A pesar del deseo palpable, sé que este no es el lugar adecuado para dejarse llevar completamente, pero Mya parece decidida. Me presiona contra su cuerpo y me empuja hasta que mi espalda choca con la puerta que está detrás de mí. Sin perder tiempo, gira la perilla y me arrastra hacia adentro con un impulso firme. Reconozco el lugar: es la bodega del búnker. Cierro la puerta tras nosotros y, tras una rápida inspección, confirmo que estamos solos, rodeados por estantes y columnas llenas de cajas.

—¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que estuvimos así? —me susurra al oído, mientras sus labios exploran el espacio bajo mi oreja.

—Suficiente como para no dejarte ir sin terminar lo que comenzaste —le respondo, intentando jugar con sus labios mientras la pasión crece.

Mya sabe exactamente cómo encender mi deseo, y eso la ha convertido en una adicción irresistible para mí. Mi mirada baja para encontrar sus labios, y disfruto viendo cómo los lame con destreza. Luego, con la punta de mi lengua, empiezo a trazar sus labios delicadamente, evitando borrar el labial que la adorna. Estoy seguro de que esto provoca una oleada de sensibilidad en ella.

Me detengo un momento para buscar sus ojos, y luego me lanzo de nuevo para besarla con fervor. Ella es una experta en el arte de besar, sabe exactamente dónde y cómo mover su lengua para provocar el máximo placer.

Mientras me sumerjo en el éxtasis de sus labios, deslizo mis manos con una ternura casi reverente por sus piernas. Las acaricio con una suavidad deliberada, como si estuviera tocando los pétalos de una rosa recién florecida. Su piel es un lienzo de suavidad, cálida y firme al mismo tiempo, y cada toque mío parece despertarla aún más.

Voy levantando con cuidado su corto vestido, mis dedos rozando con delicadeza la tela que se eleva lentamente. La sensación de su piel bajo mis manos es embriagadora, y no encuentro motivo alguno para detenerme. Cada movimiento es medido, como si cada centímetro que descubro fuera una nueva promesa. La suavidad de su piel contrasta con la firmeza de su cuerpo, creando una combinación que resulta irresistible.

Mientras el vestido se levanta, la excitación en el aire se vuelve palpable. Mis manos continúan su trayecto, explorando cada rincón de sus piernas con una devoción silenciosa. Su respiración se vuelve más agitada, reflejo de la creciente intensidad entre nosotros. No hay prisa, solo el deseo de saborear cada instante, de prolongar el placer de descubrir lo que está oculto bajo esa tela. El espacio entre nosotros se llena de una tensión electrizante, cada toque, cada caricia, como un preludio a algo mucho más profundo y ferviente.

—¿Cómo es que te has vuelto tan irresistible? —me pregunta, mostrando su habilidad para desabrochar camisas con una agilidad envidiable.

—Te he estudiado, corazón. Soy el único que conoce cada punto débil de tu cuerpo —le respondo, con la proximidad suficiente como para sentir su aliento en mi piel.

Mya es la mujer que quiero, pero es inalcanzable para mí. Así que he aceptado esta realidad en secreto; no puedo atarla a mí, pero al menos puedo atraparla en los momentos que se presenta frente a mí.

Ella levanta la mirada y comienza a besar mi cuello, cada beso robando una parte de mi sudor. Cada caricia aumenta nuestra locura compartida, me hace aferrarme más a ella y me recuerda que solo ella puede estremecerme de esta manera. En estos momentos, siento que soy completamente suyo.

Deslizo el zipper de su vestido con delicadeza, permitiendo que los tirantes caigan lentamente de sus hombros. El vestido se desliza con suavidad hasta sus brazos, y lo bajo con cuidado, acariciándola mientras lo hago. Mis manos exploran su piel, navegando hacia su espalda para desabrochar el sostén. Lo quito con rapidez y lo lanzo por encima de mi hombro, sin prestar más atención a su caída. La levanto por la cintura y la siento sobre una mesa de madera cercana.

Ella está semidesnuda, vistiendo solo un panty de encaje negro que resalta su figura con un contraste seductor. Mi dedo traza círculos lento sobre su abdomen, provocando un estremecimiento que me resulta enormemente satisfactorio. La forma en que sus curvas se perfilan es hipnótica, cada línea de su cuerpo revela un trabajo de perfección que siempre me atrapa.

Mis se estampan sobre su cuello y descienden hacia sus pechos. Con la lengua, acaricio su pezón, sintiendo cómo su cuerpo reacciona con una mezcla de placer y deseo evidente. La intensidad de su expresión confirma lo mucho que le excita, y justo cuando estamos a punto de avanzar al siguiente paso, al intentar desabrochar mi pantalón, un sonido inesperado interrumpe el momento. Me congelo, tratando de identificar el ruido, sin estar seguro de su origen. Solo puedo esperar que sean simplemente gatos.

CAPÍTULO 8: Perspectiva de Frank Diamond.

Narrado desde la perspectiva de Frank Diamond.

¿Alguna vez te has preguntado qué se siente estar en la cima, con el poder y la influencia que otros solo pueden soñar? Tal vez estés pensando: «No, yo soy una persona humilde». Permíteme decirte que eso es solo un consuelo barato. Todos buscamos lo mismo, el dominio y el respeto que solo el poder puede otorgar. La vida nos enseña a sobrevivir y prosperar en un mundo donde solo los más fuertes prevalecen. No te culpes por desear más; es la naturaleza humana querer estar por encima, evitar ser pisoteado y condenarse a una existencia mediocre.

Mírame ahora: rodeado de los tesoros más codiciados y letales de Londres, en un showroom que pocos en el mundo conocen. Aquí se encuentran armas que ni la fuerza armada de Inglaterra podría identificar. Cada pieza en este santuario de poder es un testimonio de mi dominio. Pero quiero que entiendas algo esencial: por encima de todas estas reliquias de poder está mi hija. Ella es mi verdadera fuente de fortaleza. Si yo fracaso, si pierdo mi control y me dejo superar, su destino será el mismo que el mío. Su futuro está intrínsecamente ligado al mío, y mi mayor temor es que mi caída la arrastre consigo.

Miro a Alexis Evans salir de mi showroom, cargado con las dos armas que acaba de adquirir. Su rostro refleja la comprensión de la urgencia de la situación: los Paussini están consolidando su poder en nuestra zona, y el tiempo juega en su favor. Evans es un hombre astuto y un estratega formidable; no subestimo su capacidad para anticipar movimientos y actuar en consecuencia.

Mientras lo observo alejarse, empiezo a considerar cómo podría atraerlo hacia mí. Es crucial que lo saque de la esfera de influencia de los Hikari. Comprar su lealtad no es una opción; su fidelidad a los Hikari es firme, y una oferta directa podría generar conflictos innecesarios con ellos. Sin embargo, sé que en algún momento, cuando las circunstancias lo requieran, traicionaré esta alianza. Mi objetivo es utilizar a los Hikari como aliados estratégicos en la fase inicial, y luego, cuando la oportunidad sea la más propicia, tomar el control total de sus operaciones, y así asegurar mi dominio sin que ellos lo sospechen.

Entro a mi oficina y me dejo caer en el sillón de cuero que se encuentra frente al escritorio, dispuesto a concentrarme en los documentos que tengo frente a mí. Mientras reviso un listado de clientes interesados en el proyecto que comparto con Delancis, empiezo a percibir un murmullo creciente que proviene de la cocina cercana.

—¿Qué demonios fue ese sonido? —me pregunto, irritado.

Intento ignorarlo y concentro mi atención nuevamente en el documento que estoy revisando, un informe detallado sobre los clientes interesados en el proyecto que llevo a cabo junto a Delancis. Sin embargo, el maldito ruido regresa, y esta vez viene acompañado de risas. La frustración me hierve por dentro, tanto que golpeo la superficie del escritorio con un puño cerrado. Si esto sigue así, no podré trabajar en paz.

Decido enfrentar el problema de inmediato. Me levanto con determinación, abro la delgada puerta que separa mi oficina de la pequeña cocina dentro de la bodega, y ahí encuentro a dos de mis guardias conversando animadamente.

—¿No te vas a comer ese sándwich? —pregunta Sirinavo a su compañero Darío.

—Sirinavo, qué hambriento eres. 

—¿Yo, hambriento? No, hambriento es quien descubrió que el apio era comestible —replica Sirinavo, soltando una carcajada.

Agarro a ambos del cuello de las camisas y los levanto de las sillas, sintiendo su desesperación mientras intentan aferrarse al aire. Sus gestos de asfixia me valen mierda; estos infelices no respetan mi tranquilidad.

—¡Cierren la maldita boca! —les grito con una furia desbordante, sintiendo el rojo arder en mi rostro—. Necesito concentrarme, y ustedes no dejan de hablar... ¡Ese ruido me altera!

Los suelto bruscamente y los dejo caer al suelo. Sirinavo se levanta rápidamente, su rostro muestra una mezcla de miedo y confusión.

—Señor..., es que estamom comiendom —me responde con la boca llena, tratando de disimular su nerviosismo.

Darío, que siempre trabaja en el mismo turno que Sirinavo, permanece tirado en el suelo. Su voz tiembla mientras trata de explicarse:

—Sí, señor, usted me dio órdenes ayer de comprar desayuno para todos y eso fue lo que hice.

—Cierto... Había que celebrar la muerte de Gabriel —respondo con frialdad.

—Oh..., no sabía que era una celebración —dice Darío, su voz cargada de pánico.

Su reacción es inquietante. Fijo mi mirada en el desayuno que tienen frente a ellos y lo que veo me desagrada profundamente. El bastardo ha logrado avivar mi cólera, y cada segundo que pasa me hace desear con más intensidad que este imbécil sufra por su incompetencia. Este tipo realmente está jugando con fuego, y no puedo evitar pensar que merece una lección más severa.

—Darío..., te di 75 libras para que compraras un buen desayuno —exclamo, mi tono ácido e implacable.

—¡Sí, Señor! —responde Darío con un tembloroso intento de defensa.

La furia me consume, transformándose en una oleada de ira que se refleja en mi voz y mis acciones. Me acerco a Darío, que aún sostiene un sándwich entero, y con un gesto brusco se lo arrebato de las manos. Le obligo a meterlo en la boca, empujándolo con fuerza para que mastique más rápido. Su audacia se ha convertido en una provocación intolerable, y no puedo contener mi enojo

—¡Intentas robarme! —le grito mientras le doy un golpe, haciéndolo caer nuevamente al suelo.

—¡Señorms, no, Jamams! —implora, su rostro, que parece aún más femenino mientras llora, me resulta repulsivo.

—¡Claro que sí!... ¡Mira esta mierda! —lo alzo por el cabello y le acerco su rostro a la bandeja de desayuno—. ¡Estamos desayunando un sándwich con huevo y mayonesa!... ¡Con huevo y mayonesa!

—¡Pero, señorms, es que es demasiado ricom! —responde entre sollozos.

—Darío, nadie le roba a papá... ¡Nadie! —resuelvo con firmeza.

Saco rápidamente mi Beretta 9mm, cargo el arma y apunto a la sien de Darío mientras él sigue llorando y apretando los ojos en un intento desesperado por evitar lo inevitable.

Sin embargo, detengo mi acción de inmediato al oír ruidos provenientes de la bodega: exhalaciones profundas y golpes contra la pared. No estoy seguro de qué está pasando, ya que Darío sigue llorando y me resulta difícil escuchar con claridad.

—¡Cállate, llorón! —le susurro a Darío. Luego me dirijo a los dos guardias—. Síganme, parece que tenemos invasores.

Mis guardias, aún con las lágrimas secándose en sus rostros, preparan sus Beretta 9mm y me siguen mientras me dirijo con cautela hacia la bodega. Abro la puerta lentamente para no hacer ruido, y los tres entramos con sigilo. Avanzamos con cuidado, aunque el idiota de Sirinavo tropieza con una caja, provocando un eco que reverbera por toda la bodega.

—¡Lo siento! —susurra espantado Sirinavo.

De repente, escucho la voz de Mya. Ella está hablando con alguien y su tono es agitado.

—¡¿Qué fue ese ruido?! —pregunta ella, claramente inquieta.

—Tranquila... Debe ser un gato —responde una voz, tratando de calmar la situación.

Deseo que la situación no fuera así. Estoy escuchando jadeos y quejidos, y mi sangre hierve de rabia. Reconocí la voz de Mya, pero no logro identificar a la otra persona. La tensión en el aire es palpable y mi paciencia se está agotando.

—¿Será posible que alguien esté viendo porno en el televisor de la bodega? —se pregunta Sirinavo, desconcertado.

—No es el televisor, parece que están viendo una escena en vivo —le respondo con frialdad.

Les hago señas con las manos para que sigan avanzando, estamos muy cerca de ellos, al otro lado de estas columnas de cajas. Mientras nos movemos lentamente, mi mente se sumerge en pensamientos sobre cómo torturar al desgraciado que está con mi hija. Me pregunto qué demonios está pensando mi hija al entregárselo a uno de mis trabajadores.

Antes de girar la esquina de las columnas, doy un profundo suspiro. Es evidente que lo que estoy a punto de ver no será nada agradable para mis ojos. Y tenía toda la maldita razón. Siento cómo mi cuerpo se enrojece por la ira contenida, la rabia hierve en mi interior y tengo un impulso salvaje de gritar, sin razones para contenerme.

—¡EVANS! —rujo como un animal furioso.

—¡Su-suegro... llegó en mal momento! —exclama Evans, claramente asustado y algo sofocado.

Necesito liberar esta furia que me consume, así que suelto un alarido salvaje y guardo mi Beretta, liberando mis manos para separarlos.

—¡Mya... bájate de ahí! —le grito con desesperación mientras la jalo del brazo.

—¡Don Frank... no! ¡Estoy a punto de...! —protesta Evans, el bastardo.

A pesar de mis insistencias, Mya se niega a bajarse. La escena es tan repugnante que me resulta casi imposible contener mi furia. No me importa hacerles daño a los dos; solo quiero poner fin a esta pesadilla nauseabunda.

—¡Maldición, Frank, vete ya! —grita Evans con pánico.

Finalmente, logramos separarlos. La excitación del condenado es tal que no puede evitar culminar en el último momento. Observo, casi en cámara lenta, cómo el miembro de Evans expulsa una gran cantidad de semen que vuela directo a mi elegante traje negro de etiqueta Brioni. Nunca en mi vida he experimentado una humillación tan profunda y repugnante. ¡No recuerdo haber pasado por un momento tan humillante en toda mi maldita edad!

Obviamente, los imbéciles de mis guardias quedan paralizados por la escena que tienen frente a ellos. Un silencio incómodo se instala entre los cinco presentes, y es Alexis quien lo rompe, huyendo a toda velocidad mientras se acomoda los pantalones.

Al ver su fuga y la escena en completa descomposición, grito como si no hubiera un mañana:

—¡Lo quiero muerto! —declaro, sentenciando a Evans a una muerte segura.

Mis guardias y yo nos lanzamos a la caza de Alexis Evans, dejando a Mya en la bodega, aún tratando de recomponerse de lo ocurrido.

—¡Mya Diamond, hablamos después! —le grito mientras corro hacia la salida de la bodega.

—¡Papi, qué inoportuno! —responde Mya, con una mezcla de sorpresa y molestia.

Afortunadamente, mis guardias están en buena forma, ya que mi propio cuerpo, viejo y en malas condiciones, no puede seguir el ritmo.

Minutos después, hago una llamada urgente desde mi celular y contacto a Sirinavo, solicitándole la ubicación actual de Alexis. Me informa que ha ingresado a la mansión de los Hikari. Sin perder un segundo, subo a mi Mercedes Gelandewagen y me dirijo a la mansión.

Al llegar frente al imponente portón de la residencia de los Hikari, observo a mis guardias intentando ingresar, pero los agentes de seguridad de los Hikari se lo impiden. Todo cambia cuando me ven llegar; el portón se abre rápidamente tras un cordial saludo.

—¡Abran esta mierda, rápido! —les grito, escupiendo al aire por la frustración.

Mis guardias corren por el jardín nevado de la mansión, mientras yo me mantengo en mi vehículo. Al llegar frente a la puerta principal que da al vestíbulo, me acerco al vidrio para espiar en el interior, pero no logro ver nada. Así que, sin pensarlo dos veces, lanzo un disparo al aire para forzar una respuesta. Mi suerte cambia cuando veo salir a Delancis Hikari, la actual líder de la familia, para recibirme.

—¡¿Don Frank, está usted loco?! —exclama Delancis, lanzando la puerta del vestíbulo con rudeza—. Si esa bala hiere a alguien de mi familia, haré que te torturen con sacaclips. —Me agarra del cuello de la camisa con una fuerza sorprendente. Esta mujer tiene agallas; no es común que alguien se atreva a mostrar tanto irrespeto hacia mí. — ¿Qué demonios haces aquí?

—Quiero a Alexis Evans —exijo, y al escuchar mi petición, me suelta de la camisa.

—¿Por qué?

—Lo encontré teniendo sexo con mi hija.

Delancis comienza a reírse en mi cara, su risa despectiva resuena en el vestíbulo.

—Ay, Don Frank..., ¡¿qué te hace pensar que puedes interrumpir un momento tan íntimo?! —La estúpida sigue riendo, pero pronto su rostro se torna asquiento al observar mi apariencia. — ¿Qué es eso en tu traje?

—¡Maldita sea, Delancis!... ¡¿Me estás tomando el pelo?! —Mi paciencia se está agotando rápidamente.

—Eres igual de dramático que mi madre... Supera el hecho de que tu hija es una zorra, y, bueno..., a Alexis le gusta revolcarse con zorras.

La falta de respeto de esta mujer me enfurece tanto que saco mi Beretta, apuntándola directamente a su frente. Estoy a punto de apretar el gatillo... ¡¿Cómo se atreve a llamar zorra a mi hija?!

—¡Ten cuidado, Diamond!... Si aprietas ese gatillo, no saldrás vivo de aquí —advierte, con una sonrisa confiada y descarada.

Ella tiene razón. Mi objetivo es hacer justicia con Alexis Evans, pero por ahora, debo guardar mi arma y reconsiderar mi enfoque.

—Está bien, Delancis. Me voy por ahora, pero dile a Alexis que se cuide. No descansaré hasta ver su boca llena de moscas.

Que ese desgraciado empiece a temblar, porque cuando mis hombres lo encuentren, hará una oración por una muerte rápida.

CAPÍTULO 9: Rumbo al laboratorio.

Dicen que solo Dios conoce el día exacto de nuestra muerte, que sabe cada detalle, cada motivo que lleva a ese desenlace, y que solo Él puede decidir cuándo llegará nuestro momento. Pero, ¿qué sucede con las personas que deciden acabar con la vida de otros? ¿Acaso se creen Dios? Si Dios conoce cada aspecto de nuestro destino, ¿eso lo convierte en cómplice de los asesinatos y atrocidades que ocurren en este mundo? Siempre he creído que Dios es amor, pero a veces me asaltan pensamientos oscuros y perturbadores. Ser monja no me hace inmune a este tipo de dudas. Tal vez todos estamos equivocados, y Dios no conoce absolutamente nada de nuestro destino. Tal vez, como nosotros, Él también se sorprende con lo que ocurre en el mundo.

Ahora mismo, si Dios tiene boca, debe tenerla bien abierta de asombro, al igual que yo, al ver a Lottie abofetear a Alexis. Todo esto porque, según parece, un tal Frank quiere matarlo por haber echado a su hija. No sé de dónde Alexis habrá echado a esa chica, pero debe ser de algún lugar muy importante para que alguien quiera matarlo por ello. Lo veo tirado en el suelo, y aunque está claramente asustado, no es por miedo a lo que Frank pueda hacerle. Lo que realmente teme es la furia de Lottie, que en este momento parece una cabra encabronada mientras lo patea sin piedad.

—¡Lottie, tranquilízate! —exclama Delancis mientras la sujeta por la espalda para evitar que siga golpeando.

—¡¿Es que no aprendes, Alexis?! ¡Esa mujer es un peligro para la familia! —grita Lottie, con el rostro marcado por la ira y el dolor.

Alexis se levanta del suelo y se sacude los pantalones. Su expresión ha cambiado por completo; ya no parece asustado, sino desafiante.

—¿Desde cuándo te importa esta familia? —dice Alexis, clavando sus fríos ojos azules en los de Lottie. Su voz es firme, casi burlona—. ¿Por qué no aceptas que aún no me has superado, Charlotte? Necesitas arrancarte esos sentimientos de...

—¡Cállate ya! —le corta Lottie, con un tono que revela que está al borde de perder el control.

—Lottie, ven, vamos a tu habitación. —interviene Florence con un tono calmado pero autoritario—. Y tú, Alexis, mantente alejado de Lottie por ahora.

Mi hermanita está enamorada de Alexis; pude darme cuenta al verla alejarse, completamente destrozada. Debieron haber tenido una relación romántica en algún momento, y Lottie quedó con el corazón roto. Yo, en cambio, nunca me he enamorado; no había forma... Y ahora, aunque quisiera acercarme a Lottie para darle algún consejo, me doy cuenta de lo poco que sé. Esta ignorancia me hace sentir inútil, porque a mi edad, cualquier otra mujer ya ha pasado por esto. Soy una hoja en blanco, apenas comenzando a escribir sus primeras experiencias.

¿Aún habrá tiempo para mí? ¿Es posible que el amor haya estado esperándome todo este tiempo?

Quiero creer que la vida tiene algo hermoso reservado para mí, algo que se ajuste a mi inexperiencia, que me acepte así, tan despistada e ignorante. ¿Existe algo así?

Si el amor se presentara hoy ante mí, ¿vendría con buenas intenciones? Hay una inquietud creciente dentro de mí, una curiosidad que me empuja a querer intentarlo, a descubrir si a través de él puedo conocerme un poco más.

—¡¿Qué es todo este alboroto?! Delancis, Alexis, hace un rato escuché unos disparos —exclama Doña Murgos, haciendo gala del drama que tan bien la caracteriza—. ¡Dios mío, creo que tengo la presión por las nubes! —La anciana aparece acompañada de Ermac y la pequeña Marisol.

—Madre, no te preocupes, todo está bajo control. Tuvimos un pequeño incidente entre Don Frank y Alexis... Pero el viejo ya se fue, así que puedes estar tranquila —responde Delancis con calma.

—Bueno, iré a tomarme mis pastillas para la presión antes de que alguno de ustedes me provoque un infarto —dice Doña Murgos, sacudiendo la cabeza con desaprobación.

—Sí, y lleva contigo a Marisol —pide Delancis, acariciando el rubio cabello rizado de la niña.

Doña Murgos se aleja caminando de la mano con Marisol hacia las habitaciones del ala izquierda, y ahora solo quedamos Delancis, Ermac, Alexis y yo. Veo a mi hermano, que luce bastante desconcertado por todo lo que ha pasado.

—Dela, ¿qué pudo haber hecho enfurecer tanto a Don Frank? —pregunta Ermac.

—Pues el viejo los sorprendió teniendo sexo con su hija —responde Delancis sin rodeos.

Ah, así que eso significaba «echarse a su hija». ¡He sido una tonta por no entenderlo antes! Ahora también comprendo la reacción de Lottie. Eso debió haber sido un golpe fuerte para su corazón.

—Después de todo, sí que estaba «enterrando el sable» —comenta Ermac con una sonrisa dirigida a Delancis, y yo me doy cuenta de que soy una estúpida al cuadrado por no captar las cosas antes.

—Sí —ríe Delancis—, pero esto podría traernos problemas con el viejo, y nosotros... —Se detiene de pronto al notar que aún sigo aquí. Alexis también gira para mirarme, sonriéndome con un «hola» mudo, solo moviendo sus labios.

—Lamento haberlos arrastrado a este espectáculo vergonzoso —dice Alexis, bajando la cabeza—. Delancis, necesito hablar contigo sobre los documentos que estás buscando.

—Ah, sí. Vamos al despacho de mi padre —responde ella, tomando las riendas.

—Está bien. Mientras tanto, cuéntame quién es la chica rara —agrega Alexis.

—Ah, sí, ella llegó...

Delancis y Alexis se marchan juntos, bajando las escaleras. Cada taconazo de Delancis sobre los escalones resuena con fuerza en el silencio del vestíbulo. Mientras los veo alejarse, puedo escuchar cómo ella le va explicando a Alexis mi repentina aparición.

—Inocencia, lo que acaba de pasar no es algo común aquí —aclara Ermac, todavía con un tono nervioso.

—Es bueno saberlo —respondo, intentando calmarme.

—Sí, no te preocupes. Si algo así vuelve a suceder, no nos pasará nada. Tenemos la mejor seguridad de todo Londres.

—Parece que la familia tiene amistades bastante peligrosas... o quizás enemigos. Digo, ¿cómo es posible que aparezca un hombre de repente intentando matar a alguien de aquí?

—Eh... puedo explicártelo mientras vamos al laboratorio para hacerte los exámenes de ADN —propone Ermac, cambiando de tema.

—Sí, vamos —acepto, dispuesta a seguirlo.

Al salir a los jardines de la mansión, Ermac se dirige hacia un auto deportivo blanco con vidrios ahumados oscuros y el logo de BMW en la parrilla delantera. Con cortesía, mi hermano me abre la puerta delantera y me permite entrar antes de cerrarla suavemente. Luego, se acomoda en el asiento del conductor y se abrocha el cinturón; su gesto me recuerda que yo también debería abrochar el mío. Enciende el motor del auto y, acto seguido, pone la calefacción para caldear el interior.

—¿Qué tipo de música te gusta escuchar, Inocencia? —me pregunta mientras enciende la radio del coche.

—Eh..., no sé. ¿Qué tal Bob Dylan? —respondo, un poco insegura.

Se ríe de una manera amigable.

—Tienes los mismos gustos que Doña Murgos. —comenta con una sonrisa.

Y así emprendemos el viaje hacia un laboratorio que queda en quién sabe dónde. Vamos escuchando una canción que al parecer ha puesto a sonar desde el celular, la conozco muy bien: «knockin on heaven's door», de Bob Dylan. La disfruto profundamente, cantándola con una mezcla de sentimientos que se agitan en mi interior. Es mi cantante favorito, y cerrar los ojos al escuchar esta melodía me transporta a mi niñez, a aquellas mañanas en las que Sor Daiputah insertaba su casete en su vieja radio mientras preparaba el desayuno para mis hermanas del convento y para mí. Era su cantante favorito, y con el tiempo, también se convirtió en el mío.

Ermac me observa con una sonrisa, visiblemente sorprendido.

—¡Esto es increíble! —exclama mientras me mira cantar.

—¿Qué?... ¿Te gusta cómo canto? ¡Tengo buena voz, ¿verdad?!

—¿¡Qué?!... Eres pésima, mujer. —se ríe a carcajadas, y su risa burlona me hace reír a mí también.

—¿Entonces qué es? —insisto.

—Cantas igual que mi padre. Él le ponía tanto sentimiento que cerraba los ojos y levantaba el mentón como si estuviera cantándole al cielo. Verte así es como verlo a él de nuevo.

—¿En serio?

—Muy en serio... No sé si te has dado cuenta, pero tú y yo nos parecemos mucho. Toda mi vida me han dicho que tengo la misma cara que mi padre, y eso significa que tú también. Ver esos mismos gestos en tu rostro es impresionante.

—No sabes lo feliz que me hace escuchar eso. Espero que me cuentes más anécdotas de él.

—Sí... Claro, lo que quieras saber, solo tienes que preguntarme.

Ahora que lo pienso, hay algo que me tiene muy intrigada. Supongo que no habrá problema en preguntarle sobre eso; solo espero que no se moleste.

—Ermac... ¿es cierto que mi padre fue asesinado?

—¡Vaya! Esa es una pregunta... amarga —responde, sorprendido por mi repentina curiosidad.

—¡Lo siento! Fue un mal momento... Acabamos de enterrar a tu padre, y yo preguntando...

—No, está bien —me interrumpe, con una expresión seria pero decidida—. Nuestra familia tiene enemigos, Inocencia... Digamos que hay personas que envidian nuestro éxito y que podrían beneficiarse económicamente con la muerte de alguien importante.

—¿Alguien importante? —pregunto, tratando de entender la gravedad de sus palabras.

—Sí, mi padre era el dueño y CEO de la fábrica de licores más importante de Londres. Fue un empresario brillante. La competencia cree que su liderazgo fue lo que llevó a la fábrica a la cima y que, con su muerte, la empresa colapsará. Lo que no saben es que detrás de él siempre estuvo Delancis. Ella conoce cada detalle de cómo mantener la empresa a flote y nunca permitirá que caiga.

—Era de esperarse que tu familia tuviera una empresa, pero... que las cosas sean tan turbias es realmente escalofriante.

—Esta familia es justo eso: turbia y escalofriante. No pienses que has llegado a la familia perfecta que todos desean. Cuando veas la realidad, te darás cuenta de que aquí, todo puede ser aterrador.

Después de sus palabras, el silencio se hace pesado. Siento un escalofrío recorrerme, temerosa de lo que pueda encontrarme. Miro a Ermac y veo un rostro marcado por la dureza y la concentración, con una leve sonrisa enigmática que no logro descifrar.

Con una intensidad palpable, Ermac fija su mirada en el semáforo, como si su voluntad pudiera cambiarlo a verde por sí misma. Cuando finalmente la luz cambia, acelera con una fuerza que parece proporcional a la furia que emana de él.

—Ermac..., por favor, no vayas tan ¡raaa!...

Como había previsto, Ermac pisa el acelerador con tal determinación que el auto parece tener un cohete escondido en la parte trasera. La velocidad es impresionante, y el Sedan avanza a una velocidad que desafía la lógica.

Nos enfrentamos a una lluvia de bocinas y gritos de conductores indignados que tratan de hacernos reaccionar, pero sus palabras se pierden en el estruendoso rugido del motor y el viento que nos envuelve. Ermac se desliza entre los vehículos con una destreza casi aterradora, cambiando de carril de manera sorpresiva y arriesgada.

Con una mano me agarro de la manilla sobre la puerta, mientras que la otra se aferra al respaldo del asiento de Ermac. La adrenalina y el miedo han hecho regresar mi tic nervioso:

— Dios te salve, María, llena eres de gracia; el Señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús...

De repente, la velocidad empieza a disminuir. No estoy segura si la Virgen me ha escuchado o si fue Ermac quien tomó el control de la situación, pero parece que ambos han tenido algo que ver. Él me dirige una mirada algo avergonzada y preocupada.

—¡Lo siento, Inocencia! Me dejé llevar. Es ese gen maníaco que tenemos los Hikari... ¡Je!

«Gen maníaco», ¿eh? No lo tomaré demasiado literal; debe ser una forma de expresar algo más profundo.

—Mira, ya hemos llegado —dice señalando el destino con alivio.

Menos mal…

Tengo fe en que todo saldrá bien. Esta fe es una de las pocas cosas que pude conservar del monasterio. Aunque encontrar a mi verdadera familia pueda traer desafíos, sé que ninguna familia en este mundo es perfecta; precisamente eso es lo que las hace especiales. Por eso, elijo confiar en esta familia, en confiar en Dios y creer que todo se resolverá de la mejor manera.

CAPÍTULO 10: En medio de una persecución.

El olor penetrante a medicamentos, el frío abrumador y el intenso color blanco que domina cada rincón dejan claro que estamos en un laboratorio. En la recepción, nos recibe una señora de piel morena y cabello alborotado. Lleva un uniforme de enfermería color rojo vino bajo un abrigo de algodón gris. Su expresión no es la más acogedora; apenas nos vio llegar, frunció los labios con desagrado.

—Ermac, ¿no fui lo suficientemente clara por teléfono? Te dije que no pienso darte más jeringuillas. No voy a apoyar tus vicios —dice la recepcionista, visiblemente indignada.

—¿Vicios? —Giro la cabeza hacia Ermac, buscando su reacción.

—Sí... bueno, es que... me gusta ver la sangre —responde con una sonrisa nerviosa, intentando quitarle importancia.

—¿Qué? ¿Eres un vampiro o algo así? —bromeo, esperando que entienda que no hablo en serio. ¡Vamos! Todos sabemos que los vampiros no existen.

Su risa suena algo forzada y nerviosa, lo cual me desconcierta aún más.

—Es que me gusta ver la tonalidad de mi sangre, el olor... ¿Nunca has olido tu propia sangre? —continúa, como si fuera lo más normal del mundo.

Me quedo en silencio, sorprendida por lo que acabo de escuchar. Puedo ver cómo la recepcionista frunce el ceño, con la papada más marcada por la impresión. Después de semejante confesión de Ermac, ¿quién no estaría asombrado?

—Supongo que la chica no comparte el mismo vicio —dice la recepcionista, mirándome con suspicacia.

—No, señora, prefiero que mi sangre se quede donde debe estar: en mis venas —respondo con una sonrisa, girándome hacia Ermac—. Justo en su lugar.

—Perdónenme por no ser un hombre normal —Ermac se encoge de hombros, fingiendo ofensa.

—Ermac, ¿entonces a qué has venido? —pregunta la recepcionista, quien parece tener bastante confianza con él.

—Necesito hacerle unos exámenes a esta chica —responde, y ella de inmediato se lleva las manos a la cabeza, aún más sorprendida.

—¡Oh, por Dios! ¿Crees que está embarazada? ¿Vas a ser padre?

—¡¿Qué?! ¡No! Ella podría ser mi hermana.

—Todas podrían ser tu hermana... ¡¿No me digas que Alexis es el padre?!

—¡No!... ¡Y deja de hacer tantas preguntas, por favor!

—Ok, ok...

—Vengo a hacerle pruebas de paternidad. Tienes el ADN de mi padre guardado, ¿verdad? Necesito usarlo.

La recepcionista abre los ojos de par en par, pero al menos se queda en silencio. Se nota que está muriéndose de ganas de hacer otra pregunta; esa curiosidad brilla en sus ojos, aunque trata de disimular mirando el monitor de la computadora de vez en cuando. La situación es algo inquietante.

—¡Diablos! Ok, pregunta —se exaspera Ermac.

—¿Es otro gol de Don Gabriel? Se ve más joven que Delancis.

Al entrar al consultorio, una enfermera me recibe y me sujeta del brazo para sacarme una muestra de sangre. Movida por la curiosidad, le pedí que me dejara oler mi propia sangre, y ahora puedo confirmar que huele a metal, como si estuviera olfateando una barra de hierro. Me dio mucha vergüenza hacer la petición, pero necesitaba saberlo para quedarme tranquila. Ermac había despertado esa curiosidad en mí.

Al salir de la enfermería, la recepcionista nos informa que los resultados estarán listos en aproximadamente dos días, el veintitrés de diciembre. Delancis tenía razón: ser un Hikari tenía sus ventajas.

Nos despedimos de la recepcionista y subimos al auto. Ermac enciende el motor, y emprendemos el regreso a la mansión Hikari con Bob Dylan sonando de fondo.

Desde la ventana del auto, veo cómo el centro de Kingston se oculta bajo una espesa niebla que se levanta con este atardecer invernal; al menos la nieve ha cesado, lo que hace que nuestro trayecto de regreso sea más seguro. Las luces navideñas comienzan a encenderse en muchos locales, llenando las calles de un brillo cálido y festivo. Personas salen de las tiendas para despejar la nieve de las entradas, mientras otros sacuden las mesas y sillas que están fuera de algunos restaurantes. Esta escena me llena de nostalgia, pues me recuerda todas esas navidades que pasé en el convento. Este año, no tengo asegurada una "feliz navidad"; es posible que la pase con una nueva familia, o quizá, me toque pasar mi primera navidad sola en quien sabe dónde.

—Inocencia, solo quiero avisarte que necesito ir un poco más rápido —me dice Ermac de repente.

—¡¿Pero por qué?! No soy fanática de la velocidad, Ermac.

—Lo sé, lo siento... Solo agárrate fuerte.

—¡Dios te salve, Maríaaaa...!

Ermac acelera de repente sobre la carretera helada. Cuando digo «peligrosa», no me refiero al tráfico —que está casi inexistente—, sino al hielo traicionero que seguramente nos está esperando para hacernos resbalar. Lo noto mirando constantemente los retrovisores, así que yo hago lo mismo con el espejo de mi lado derecho. Entonces lo entiendo: alguien nos está persiguiendo.

—¡Ermac, alguien nos está...! ¡Cuidado! —Cierro los ojos instintivamente. Al no sentir el impacto, los abro de nuevo y suelto un grito—. ¡Maldición, casi matas a ese Santa Claus!

—Inocencia, ya viste que nos están siguiendo, ¿verdad?

—¡Sí! ¡Detente y veamos qué quieren!

—¡¿Estás loca?! ¡Quieren matarnos!

—¡Santo padre!... ¡Dios mío, protégenos! —clamo, haciéndome la señal de la cruz.

—¡Dile a tu Dios que deje de ser tan holgazán y baje del puto cielo a ayudarnos!

—¡¿Qué dices?! ¡Es una falta de resp...!

—¡Ya basta! ¡No vamos a discutir sobre nuestras creencias ahora! —grita Ermac mientras el auto derrapa peligrosamente en un giro brusco.

El coche patina sobre el hielo y da un bandazo que me hace aferrarme al asiento con todas mis fuerzas. La adrenalina se dispara en mi cuerpo; el miedo y la tensión llenan cada rincón del vehículo.

Miro de nuevo por el retrovisor y veo cómo un hombre enmascarado sale por la ventana de un coche. Lo que ya es aterrador se vuelve aún peor cuando saca una enorme arma y apunta directamente hacia nosotros.

—¡Inocencia, agáchate!

El estruendo de los disparos llena el aire, mientras el auto comienza a moverse en zigzag. Estoy tan aterrorizada que grito como un cerdo en matadero, sintiendo cómo mi corazón se desboca.

—¡Tenemos a más jugadores en la pista! —grita Ermac con ironía.

—¡¿Qué significa eso?! —levanto la cabeza y, en ese instante, las luces intermitentes de una sirena policial destellan sobre mi rostro. Ahora escucho claramente el sonido—. ¡Ermac, estamos salvados, es la policía!

—¡No, no estamos a salvo! Si la policía nos atrapa en medio de esta persecución, estaremos en graves problemas... Me cargarían con delitos por carreras clandestinas.

Atravesamos un largo puente, alejándonos cada vez más del centro de la ciudad y de la mansión. Miro al cielo y me doy cuenta de que estaba equivocada al pensar que esto no podía empeorar: un helicóptero nos sigue, iluminándonos con un potente reflector.

¡Ni en mis peores pesadillas había imaginado algo tan horrible! ¡No debería estar pasando por esto, yo no soy una delincuente!

—¡Dios te salve, María, llena eres de gracia...!

—¡Cállate! ¡Me estresas!

Los disparos vuelven a impactar en el auto de Ermac; doy un salto en el asiento cuando una bala pasa a centímetros de mi cabeza, dejando un agujero en el parabrisas.

—¡Inocencia, quédate agachada!

Obedezco de inmediato. Realmente, no tengo opción. Estoy atrapada en medio de algo que no logro comprender. Las lágrimas brotan de mis ojos, impulsadas por el miedo puro. Mi cuerpo está tan tenso que siento que ya no tengo control sobre él.

De repente, un estruendo ensordecedor rompe el caos: un choque. Pero no somos nosotros.

—¡Genial! La policía ha volcado el auto de nuestros perseguidores.

Un problema menos, pero Ermac no reduce la velocidad. ¡¿Qué demonios está pensando?! ¡Debería detenerse ya!

—¡Maldición! ¡Estamos acorralados!

Ermac suena exasperado, empieza a reducir la velocidad mientras los sonidos de las sirenas se vuelven ensordecedores.Me mantengo agachada, paralizada por el terror, incapaz de moverme o siquiera pensar con claridad.

—¡Señor, detenga el auto! —grita una voz firme. Lo más seguro es que sea un policía.

Ermac frena y el auto se detiene por completo. Oigo el sonido de puertas abriéndose y veo destellos de linternas que iluminan el interior del coche. No me había dado cuenta de que todo se había oscurecido; ya es de noche.

—¡Salgan del auto con las manos en alto!

Intento moverme, pero mi cuerpo no responde. Estoy paralizada, como si estuviera atrapada en una pesadilla. Las palabras no me salen, pero las lágrimas sí.

—¡Señorita, salga del auto!... ¡¿Acaso no escucha?!

Estoy desobedeciendo las órdenes de la policía de Londres, y no porque quiera; simplemente, el miedo me tiene completamente paralizada.

—Oficial, aléjese de la ciudadana, déjeme este asunto a mí —dice otra voz, más calmada.

—Sí, jefe.

Siento una mano suave sobre mi espalda, un toque gentil que me sorprende.

—Tranquila, ya no estás en peligro. Necesito que te relajes, todo va a estar bien —la voz es cálida y reconfortante, y poco a poco mi respiración vuelve a su ritmo normal—. Voy a sacarte del auto, te prometo que nadie aquí va a hacerte daño.

—Sí, e-está bien —respondo, mi voz apenas audible.

—Ven, dame tu mano.

Logro extender mi mano temblorosa, y él la toma con firmeza, ayudándome a salir del auto. Una vez en pie, levanto la cabeza y mis ojos se encuentran con los suyos. Por un momento, siento que un ángel me ha rescatado. No es por su apariencia —es un hombre de aspecto común—, sino por la serenidad que emana de su cálida sonrisa. Su mirada tiene algo especial, una calma que me hace sentir como si estuviera flotando en un mar tranquilo. Si los ángeles pudieran ser vistos, creo que se verían como él.

—Mi nombre es Richard Kross, detective y jefe de asuntos criminales en Londres.

—Mi nombre es Inocencia Trevejes, so-soy una monja recién expulsada de un monasterio en Londres —balbuceo sin pensar, y enseguida me pongo a pensar... ¡¿Qué estupideces estoy diciendo?!

CAPÍTULO 11: Conociendo al detective.

La noche ha caído, y parece que mi racha de mala suerte sigue latente. Jamás en mi vida había experimentado una situación tan espantosa. En un instante, sentí que lo perdí todo. Para empezar, perdí esa paz mental que siempre me ha caracterizado; mi cuerpo dejó de responderme por completo, paralizado por el terror. ¿Quién no lo estaría después de ver cómo una bala pasa a centímetros de tu rostro? Ya he perdido la cuenta de cuantos disparos que he oído hoy; han sido tantos que podría reconocer ese sonido en cualquier lugar.

No sé si he perdido mi libertad, pero aquí estoy, rodeada por un grupo de policías que me apuntan como si fuera la líder de una mafia, como si fuera la mujer más peligrosa de todo Londres. ¡Esto no es justo, Dios mío! El único delito que he cometido en toda mi vida fue a los trece años, cuando me enfadé con mi mejor amiga, Sor Tijita. Recuerdo que estábamos estudiando juntas el libro del Génesis, repasando los capítulos sobre la creación de Adán y Eva. De repente, Tijita preguntó si Adán y Eva eran monos, basándose en las teorías de los homo-sapiens. Mezclar ciencia y fe católica me enfureció tanto que empezamos a discutir. Al final, la llamé «morsa maloliente». Todavía recuerdo cómo salió llorando de mi habitación y el remordimiento insoportable que sentí, que me llevó a disculparme. Ese día me castigaron; Sor Daiputah me obligó a limpiar todo el convento yo sola. Me tomó todo el día, y terminé con las manos llenas de ampollas.

Ahora, necesito aclarar las cosas con las autoridades. No tenemos nada que ver con esto; somos víctimas de una persecución. Debo aprovechar que estoy frente a ese detective amable y de sonrisa tan angelical, ese que bien ha logrado sacarme de mi colapso nervioso. Es un hombre alto y delgado, con cabello castaño, algo desordenado y una barba que recién empieza a crecer. Su piel es tan pálida que podría camuflarse entre la nieve, y sus ojos, aunque pequeños y oscuros, son increíblemente penetrantes.

—Señorita Inocencia, necesito que nos acompañe a la estación de policía —dice el detective, su voz grave y calmada como el eco de una campana de iglesia. 

El título «señorita» resuena en mis oídos de una manera inesperada. Me resulta extraño escuchar mi nombre acompañado de un honorífico que no solía usar, ya que siempre he sido llamada «Sor» durante mi tiempo en el convento. Y es que el detective no tiene idea de mi pasado como monja.... ¿Cómo es que se llama?  Su nombre se me escapó en medio de ese torbellino de pensamientos.

—Por favor, señorita, suba a la patrulla —vuelve a ordenarme, esta vez con un poco de rigidez en su voz.

—¿¡Po-Por qué?! ¡Somos inocentes! —respondo, mi voz temblando entre el miedo y la indignación.

Me doy la vuelta justo a tiempo para ver cómo dos policías arrastran a Ermac, con las manos esposadas a la espalda, hacia una patrulla. Sus ojos buscan los míos, llenos de una mezcla de preocupación y algo que parece… ¿despedida?

—¡¿Qué creen que están haciendo?! ¡Suéltenlo! —grito, mi voz rompiendo el silencio de la noche. Intento correr hacia él, pero un agente me agarra del brazo con fuerza. Siento un estallido de impotencia recorriendo mi cuerpo, como si mi sangre hirviera.

—Señorita, no interfiera, por favor —dice un policía, su tono cortante y autoritario. Pero no puedo quedarme callada.

—¡Nosotros solo estábamos huyendo de unos asesinos! ¡Nos iban a matar! —las palabras se atropellan mientras las lágrimas nublan mi vista.

—¡Inocencia! —la voz de Ermac corta a través del caos, llena de urgencia y algo más—. ¡No te preocupes, todo va a estar bien! ¡Ellos solo me quieren a mí! —grita mientras lo empujan hacia la patrulla, la desesperación creciendo en cada paso.

—¡¿Qué puedo hacer por ti?! —le grito, sintiendo un nudo en mi garganta que me ahoga. Me lanzo hacia adelante, pero el agarre del policía se aprieta, clavándome en mi lugar.

—¡BUSCA A DELANCIS! —su voz resuena por encima del rugido del motor de la patrulla que empieza a moverse, llevándoselo con rapidez. Su rostro se desvanece entre las luces rojas y azules, pero esas últimas palabras quedan grabadas en mi mente como un grito de auxilio.

Siento como si el suelo bajo mis pies estuviera a punto de derrumbarse. Todo es un caos de sirenas y luces estroboscópicas, pero hay una certeza en mi pecho: Ermac no es el único en peligro; yo también estoy a punto de ser tragada por esta injusticia.

El detective vuelve a llamarme con voz suave, pero ahora solo escucho el eco de las palabras de Ermac en mi cabeza: «Busca a Delancis».

Miro a mi alrededor, desesperada, tratando de encontrar una salida, pero aún me rodean policías con sus armas apuntándome como si fuera una criminal peligrosa. Siento el peso del helicóptero sobre mi cabeza, su luz cegadora iluminando todos los rincones de mis miedos. Estos policías están equivocados, no deberían tratarme de esta manera, yo no soy una mala mujer... ¡Oh, santo padre, siento muchas ganas de llorar!

—Señorita Inocencia, no queremos hacerle daño —dice el detective, su tono más conciliador—. Solo necesito que coopere con nosotros.

—¡Si no quieren hacerme daño, entonces, ¿por qué siguen apuntándome con sus armas?! —reprocho al detective, quien se acerca con paso firme mientras saca de su chaqueta uno de esos dispositivos de comunicación policial. Sí, esos que siempre terminan con un «cambio y fuera».

—Les habla el detective Kross. Todos bajen las armas y vuelvan a sus posiciones anteriores. Yo me encargo de la mujer —ordena con autoridad.

De inmediato, los policías obedecen. El faro del helicóptero se apaga y comienza a alejarse, y los agentes regresan a sus patrullas, encendiendo los motores y dispersándose por distintos caminos. El peso del miedo empieza a aliviarse en mi pecho, y finalmente puedo respirar un poco mejor.

—¿Mejor, señorita Inocencia? —pregunta el detective Kross con una leve sonrisa.

—Sí… gracias —murmuro con la mirada clavada en el suelo, aún sintiendo la adrenalina en mis venas.

—Necesito que me explique cada detalle del incidente. Quiero la verdad, y también quiero saber qué relación tiene con Ermac Hikari. Pero primero, necesito que me acompañe a la estación de policía para tomar su declaración formal.

—¡Le juro que Ermac es inocente! —digo con desesperación, buscando en sus ojos un atisbo de comprensión.

—Así no funcionan las cosas, señorita. Suba a mi auto, por favor —responde con firmeza.

—¡No! Antes necesito encontrar a la hermana de Ermac. ¡Es importante! —insisto, mi voz cargada de urgencia.

El detective me observa en silencio por un momento, su expresión es seria, pero no indiferente. Parece estar evaluando si puede confiar en mí o si solo estoy intentando ganar tiempo. 

—Nosotros podemos hacerle llegar una citación.

—Por favor, no... Si quiere, lléveme usted a la mansión Hikari, ya después puede llevarme a un calabozo si así lo desea.

El detective Kross me observa detenidamente, su mirada es una mezcla de duda y análisis. Está sopesando mis palabras, considerando si vale la pena desviarse de su procedimiento habitual. Después de unos momentos de silencio incómodo, noto que aprieta los labios, claramente inconforme con la situación. Finalmente, suelta un suspiro de resignación.

—Ok, ok, vamos —responde, con un tono que revela que está cediendo más por curiosidad que por convicción.

Nos ponemos en marcha por las frías calles de Kingston. El viento sopla con fuerza, sacudiendo las ramas desnudas de los árboles a nuestro paso. Vamos en un auto algo viejo, pero bien mantenido. A pesar de su aspecto desgastado, el interior es sorprendentemente cómodo. El asiento de cuero se amolda a mi cuerpo, brindando una sensación de calidez que contrasta con el aire helado de la noche londinense que se golpea las ventanas. Poco a poco, el calor del coche empieza a descongelarme, permitiéndome quitarme los guantes y la bufanda, dejando que el aire cálido acaricie mi cuello y mis manos frías... Ok, ya estoy empezando a sudar.

—¿Le gusta mucho el calor, detective? —pregunto, notando cómo el interior del coche se ha vuelto casi sofocante.

—¡Oh, disculpe! —responde mientras baja la temperatura del auto con un gesto rápido y casi automático—. Sí, me gusta el calor, el verano. Para mí, el invierno es algo insoportable. —Su tono es relajado, con su atención sigue fija en la carretera.

—Ya veo. ¡No, no se preocupe! Puede dejarlo así —añado, aunque en realidad preferiría que el coche estuviera un poco más fresco.

—Ok, gracias —me responde con una sonrisa educada, esa típica sonrisa de boca cerrada que parece parte del uniforme de un detective.

—Disculpe, ¿cómo es que usted conoce la dirección de la mansión Hikari?

—Ah, bueno, esta familia está involucrada en uno de los casos que estoy investigando —responde con naturalidad, como si fuera lo más común del mundo.

—¿Qué? ¿Qué tipo de caso?

—Lo siento, no puedo darte detalles sobre los casos.

—Cierto, lo entiendo. Supongo que es como dicen en las películas: «Es material confidencial» —imito la voz grave de un policía de cine, tratando de aligerar el ambiente.

Su risa suave llena el coche, y me doy cuenta de que cuando sonríe, se le forman unos hoyuelos en las mejillas que lo hacen parecer mucho más accesible, casi encantador.

—Exactamente, justo eso —responde con una sonrisa genuina, y por un momento, el ambiente se siente menos tenso.

Durante el resto del viaje, me pierdo en mis pensamientos, inquieta y llena de preguntas. ¿En qué clase de caso están involucrados los Hikari? ¿Será que todo esto tiene que ver con una rivalidad peligrosa, alguna competencia que los está persiguiendo? La idea de que sus vidas estén en juego, de que puedan estar siendo acechados, me hace sentir escalofrío. 

De pronto, la imponente mansión empieza a perfilarse a lo lejos, destacándose contra el cielo nocturno. Al llegar frente a la garita de seguridad, el detective detiene el auto y baja el vidrio de la ventana. El agente de seguridad, con una actitud firme, se asoma y examina al detective con cautela.

El detective Kross, sin perder la calma, muestra su placa con un gesto autoritario.

—Soy detective de asuntos criminales, mi nombre es Richard Kross.

—¿Tiene alguna orden judicial para entrar a la mansión? —pregunta, su tono revela una clara desconfianza.

—Solo estoy aquí para hacerle un favor a la mujer dentro del coche —responde con firmeza.

Me siento un poco desorientada mientras el detective me hace un gesto para que baje del auto. Al salir, el agente de seguridad me observa detenidamente, y de repente su rostro muestra una expresión de reconocimiento.

—¡Ah, sí, la señorita Inocencia! —exclama con una mezcla de sorpresa y respeto.

El agente de seguridad nos concede acceso, y cruzamos rápidamente el jardín. La mansión, con su aura de misterio y lujo bajo el manto nocturno, parece aún más imponente con la oscuridad acentuando sus contornos y paredes blancas.

Al llegar frente al portón principal, bajo del auto del detective y cierro con cuidado la puerta. Entro al vestíbulo con una sola intención: encontrar a Delancis. Este lugar es vasto y laberíntico, y no tengo la más mínima idea de dónde pueda estar ella. Al pasar frente a uno de los ventanales, descubro a uno de los jardineros cambiando las rosas de un jarrón.

—Eh... Disculpe... —empiezo a decir, pero él me interrumpe.

—¡Oh, hola! Usted es la nueva inquilina, ¿verdad? —dice, notando mi aspecto algo perdido. Parece que ya se ha corrido la voz sobre mi llegada.

—Sí, esa soy... Mira, estoy buscando a Delancis. ¿Sabes dónde puedo encontrarla?

—Sí, claro. La vi entrando al salón de billar.

—¿El salón de billar? —me sorprende un poco, pero, vamos, en una mansión como esta, un salón de billar parece lo más normal del mundo.

—Sí, vaya recto por este mismo pasillo y al final encontrarás el salón de billar. Pero le recomiendo que llegue en silencio; creo que la señora está atendiendo una llamada.

Agradezco la información y me dirijo rápidamente por el pasillo. La enorme puerta de madera al final parece ser la entrada al salón de billar. Solo espero no interrumpir nada importante. Con mucho cuidado, me acerco y, tras un intento infructuoso de escuchar a través de la puerta, entro lentamente.

Delancis está en medio de una llamada telefónica, hablando con una seriedad que me pone un nudo en el estómago.

—En serio, le pido disculpas por la conducta de esta niña… No se preocupe, mañana mismo voy a ir a la citación —se vuelve hacia mí mientras termina la llamada—. Sí, claro. Nos vemos mañana. Que tenga buenas noches.

—Eh, Delancis...

—Inocencia, ¿qué ocurre? —pregunta, notando la expresión angustiada en mi rostro—. ¿Pasó algo? Supongo que ya regresaron del laboratorio.

—Bueno... Solo pude regresar yo.

—¿Cómo? ¿Y Ermac?

—¡Se lo llevaron a la estación de policía! Me dijo que te avisara —mi voz tiembla de preocupación.

—¡Mierda! —se queja, mientras toma un vaso de licor y lo vacía de un solo trago. Su calma parece desproporcionada ante la gravedad de la situación—. Primero Marisol y ahora Ermac, que…

—¿Marisol? —la interrumpo—. ¿Qué le pasó a ella?

Delancis bufa y se sonríe con cinismo, para luego responder:

—No lo vas a creer. Me acaban de llamar de la escuela de Marisol. La directora me informó que mi hija se puso a discutir con su maestra porque se negó a hacer las actividades en clase. Le dijo a la profesora: «¡No tengo por qué seguir las órdenes de nadie! Soy una Diamond. Además, esto no me servirá para nada en el futuro, porque cuando crezca quiero ser rapera como Cardi B, y si no tengo éxito, seré una mafiosa como mamá». ¡¿Puedes creerlo?! ¡Mi propia hija me comparó con Cardi B! Ahora tengo que ir a una citación para arreglar este embrollo.

—¡Vaya! ¿Y vas a aclarar que ella no tiene una madre mafiosa?

— Sí, justo para eso —responde con una sonrisa irónica que no logro entender del todo, deja el vaso vacío sobre la barra y ambas salimos del mítico y elegante salón de billar.

CAPÍTULO 12: Perspectiva de Ermac Hikari.

POV Ermac Hikari.

Desde donde mire, esos rostros curiosos me siguen con la mirada. No es para menos, el sonido estridente y las luces intermitentes de las sirenas están diseñados precisamente para llamar la atención. Estoy esposado, sentado en los asientos traseros del auto, escoltado por cinco patrullas más. Frente a mí, la malla de seguridad separa a los dos policías que van adelante, una barrera que evita cualquier intento desesperado de mi parte. Pero la verdad es que no tendría el valor de intentarlo; soy el más débil de la familia, y lo sé. Solo me queda esperar a llegar a la jefatura metropolitana de policía y confiar en que Delancis aparecerá para sacarme de esta.

Sin embargo, algo no está bien. Acabamos de pasar frente al edificio de la jefatura, y mientras las otras patrullas se detienen en la estación, nosotros seguimos de largo, sin la menor intención de reducir la velocidad.

—Señor policía..., no sé si es que usted es nuevo en Kingston, pero acabamos de pasar la jefatura metropolitana.

—Lo sé, llevo años aquí, señor Hikari —me responde el conductor, mirándome a través del retrovisor con una expresión que me pone los pelos de punta.

—¿A dónde me lleva? —pregunto, notando que mi voz tiembla ligeramente.

El pánico comienza a asentarse en mi pecho. Esto no es solo un mal presentimiento; es una certeza de que estoy en problemas. Los dos policías no responden, simplemente se miran entre ellos y estallan en una risa que me hiela la sangre.

Sin poder sacarle más información a los policías, noto que hemos dejado atrás la ciudad. Ahora estamos en una zona rodeada de árboles y campos enormes; mires donde mires, solo hay oscuridad. El camino está desierto, sin tráfico en ninguna dirección. No sé qué tienen planeado estos tipos, pero si esto fuera un secuestro, al menos habrían intentado vendarme los ojos. Cualquiera que conozca esta carretera podría reconocerla: es Queen's Road, la que lleva al club de golf donde el tío Yonel juega cada semana.

—¿Para quién trabajan? ¿Para los Diamond o los Paussini?... ¡Maldita sea, respondan! —grito, cada vez más desesperado.

De pronto, veo un auto que se acerca de frente. Desde el carril contrario, el conductor hace cambios de luces, como si fuera una señal. No tengo ni idea de qué está pasando, pero cuando ambos vehículos se detienen uno frente al otro, los dos policías salen de la patrulla. Trato de escuchar lo que están discutiendo allí, frente al coche, pero es inútil; sus voces son demasiado bajas y la distancia me lo impide.

Entonces sucede lo que tanto temía. Otros dos hombres descienden del auto que está frente a la patrulla. Llevan pasamontañas que les cubren el rostro y, con un gesto, los policías les indican dónde estoy. Siento un nudo en el estómago cuando los veo caminar hacia mí. ¡Esto no puede estar pasando!

Uno de los encapuchados abre la puerta del auto mientras el otro me agarra del brazo y me arrastra con una brutalidad que me hace perder el equilibrio.

—¡Ey! ¿Quiénes son ustedes? ¡Déjenme...!

No termino la frase cuando siento un golpe seco en la cabeza. Es la culata metálica de una pistola, que me aturde y me lanza fuera del auto. Caigo de bruces contra el pavimento, y antes de poder reaccionar, me llueven patadas por todos lados, una tras otra. Trato de resistir, de cubrirme, pero el dolor es insoportable. Todo se vuelve negro...


Vuelvo en mí poco a poco, como si despertara de una pesadilla. Mi cuerpo entero duele, como si hubiera rodado cuesta abajo por un acantilado lleno de rocas. Estoy mareado, apenas puedo mantenerme en pie, y siento cómo me arrastran, mis pies raspando el suelo mientras me llevan hacia algún lugar. Estoy cubierto de hematomas, heridas abiertas, y puedo sentir la sangre caliente que baja desde mi frente, llenándome la boca con su sabor metálico. Mi vista es una neblina de luces borrosas, foco tras foco, hasta que me doy cuenta de que estamos entrando en lo que parece ser una habitación vacía. Pero antes de poder confirmarlo, uno de ellos me venda los ojos, sumiéndome de nuevo en la oscuridad.

—¡Bienvenido a nuestro hotel con todo incluido! —se burla uno de los secuestradores mientras me empuja brutalmente al suelo—. Su estadía incluye golpes, torturas, y, por supuesto, sed y hambre por tiempo indefinido.

—¡¿Por qué me tienen aquí?! ¡¿Para quién trabajan?! —grito, tratando de mantener la calma, pero mi voz tiembla.

—¡Cállate! ¿De verdad crees que vamos a responderte? —se ríe a carcajadas, un sonido áspero y cruel.

Intento hablar, —Tengo personas... —pero apenas empiezo, un escupitajo me golpea la cara, llenándome de asco y humillación.

Mis pies están atados, las manos esposadas a la espalda; no puedo hacer nada para limpiar mi rostro. Siento cómo la flema se desliza lentamente por mi mejilla. Con un gruñido de rabia, empiezo a sacudir la cabeza de un lado a otro, pero el movimiento me envía una ola de dolor por todo el cuerpo. Escucho pasos alejándose, pesados y lentos. Podría jurar que hay dos, tal vez tres. No tengo certeza, pero parecen haberse alejado lo suficiente como para que se oigan sus murmullos apagados.

—¡Ya vendrá alguien a charlar! ¡Disfruta tu estancia, Hikari! —me grita uno de ellos antes de que el eco de sus pasos se desvanezca por completo.

Lo último que recuerdo es... ¡Maldición! Todo es un borrón confuso. Tengo flashbacks fragmentados: el laboratorio, el auto, la persecución... Inocencia... ¡Inocencia! ¿Qué habrá sido de ella? No tiene idea de nuestros negocios; espero que esté bien y que haya conseguido avisarle a Delancis sobre lo que pasó. Seguro que, si lo hizo, Delancis ya estará al tanto de mi secuestro.

Pero esto va más allá de lo que imaginaba. Parece que hay policías comprados, gente dentro de la fuerza trabajando contra nosotros. Las cinco patrullas que me escoltaban no eran refuerzos; eran cómplices. Todo esto es un embrollo gigantesco, y estoy atrapado en medio de él.

—¡¿Hay alguien aquí?! —grito, mi voz resonando en la fría oscuridad—. ¡Por lo menos, denme agua!

Creo que ya ha pasado una hora. No soporto más el hedor nauseabundo que me rodea; huele como un retrete sucio mezclado con el polvo acumulado y muebles viejos. Está claro que no estoy en un hotel de cinco estrellas. Este lugar tiene toda la pinta de estar abandonado. Mi olfato agudo nunca me ha fallado. Delancis siempre me llama el "sabueso de la familia," especialmente cuando se trata de oler drogas... ¡Maldición, hasta extraño ese maldito olor!

—Es hora de analizar la situación —murmuro para mí mismo en voz baja. Hablar solo es la mejor forma que tengo de ordenar mis pensamientos—. Sigo vivo, lo cual significa que quieren algo de mí... información, quizás. O tal vez piensan pedir un rescate. No, un rescate no. Esto no es obra de cualquier grupito de criminales; el secuestrado es un Hikari. Quien sea que me haya capturado, no le falta dinero; han comprado a un buen número de policías. Tiene que ser obra de los Diamond o los Paussini.

»Pero no, los Diamond no pueden ser; han matado a tantos familiares de policías que solo con escuchar ese nombre los agentes salen huyendo. No tendrían posibilidad de corromper a tantos oficiales. Aquí hay, al menos, una docena de policías comprados... Solo puede ser cosa de los Paussini.

—¡Bingo!

—¿Quién está ahí?

Alguien ha entrado sin hacer el más mínimo ruido. No sé cuánto tiempo lleva observándome.

—¡Genial! Por fin conozco a un Hikari... Dime algo, amigo: ¿te dejaste atrapar o es que eres fácil de cazar? ¿Todos son así de despistados y desprevenidos?

El tipo se va acercando. Esta vez, puedo oír sus pisadas. Se quita la chaqueta, y el sonido de la tela al agitarse libera la fragancia de un perfume caro... muy caro.

—¡Venga, pásame eso! —dice. Entonces escucho un golpe seco contra el suelo; suena a madera. Probablemente, un taburete.

—No eres el patriarca de los Paussini, ¿verdad?

—¿Eso importa ahora? No sabes nada de nosotros, chaval.

—Sé que el líder se llama Fausto Paussini, pero tú no tienes ese acento italiano que debería tener. Quizás solo trabajas para ellos.

—¡Ja! El viejo Fausto Paussini está en Italia; jamás verás su cara, así que no te hagas ilusiones. Los asuntos de Londres los manejo yo. Aquí, yo soy el que manda. Y sí, soy un Paussini, de sangre.

—Señor Paussini, me encantaría estrecharle la mano, pero creo que la tengo rota.

—Fue una dura persecución, ¿no? Los oficiales quedaron impresionados con tu habilidad al volante.

Este tipo solo habla paja. Me hace suspirar profundamente.

—Ya dime, ¿qué quieres de mí?

—¡Jack, pon el play! —grita a otra persona.

¿Dijo "play"?... ¿Qué diablos está pasando? Que no sea lo que estoy pensando... Hago fuerza para desatar mis piernas, pero no consigo nada.

—¿Ya está grabando? —pregunta Paussini.

—Sí, señor.

—¡Mi querida Delancis! Es una lástima que me conozcas de esta manera. Soy el jefe de los Paussini aquí en Londres. Lamento la máscara, pero es solo una medida de precaución, algo que tu querido hermanito, como ya habrás notado, no tiene. Lo tenemos aquí con nosotros. Lo encontramos paseando libremente por las calles y pensé que sería un buen medio para dejarte un mensaje... más bien, una advertencia.

»Escucha bien, Delancis: quiero a los Hikari fuera del negocio de la marihuana y la cocaína en todo Londres. Puedes dedicarte a otra cosa... No sé, traficar armas y hacerle competencia a los Diamond; o quizá empezar a robar bancos o museos, yo qué sé..., pero del mercado de drogas te quiero fuera.

—¡Ja! ¡Esto no puede ser cierto! —lo interrumpo—. Espero que seas el más idiota de los Paussini, porque si no, ¿qué se puede esperar del resto?

»¿En serio crees que eso va a pasar? Seguiremos vendiendo droga por muchos años; ni con mi muerte vas a sacar a los Hikari del negocio. —Mi rostro ensangrentado se retuerce en una carcajada cínica.

—Sí, ríe ahora, Hikari.

Me agarra del cuello de la camisa y, en un brusco movimiento, me pone de pie. Sin previo aviso, me asesta un potente puñetazo. Siento cada nudillo de metal golpear mi mandíbula, dislocándola de manera brutal y arrancando parte de mi piel junto con un grito ahogado de dolor. La fuerza del golpe me deja tambaleando, incapaz de mantener el equilibrio, y caigo de nuevo al suelo, completamente desorientado.

—¡Erej un harica!... ¡Jacahe la henda haricón! —no puedo insultarlo claramente, mi mandíbula está colgando bajo mi rostro, y duele como no tenía idea.

—¡¿Ves eso, Delancis?! Y eso que solo fue el primer golpe —le escucho reír.

Me agarra del brazo y, mientras un grito prolongado se escapa de mi garganta, el dolor se vuelve abrumador. Me siento ahogado por el sufrimiento, y mis lágrimas empiezan a fluir, mezclándose con mi agonía. El brutal impacto de una fuerte patada en el codo, administrada con frialdad, fractura mi brazo. Me revuelco en el suelo, el dolor es tan agudo que me arrastra hacia una desesperación profunda. ¿Hasta dónde llegarán con sus torturas?

—Ese fue solo el primer brazo; aún faltan las otras extremidades —dice el Paussini con un tono gélido y calculador.

»Delancis, lamento todo esto, en serio... Solo vete, aléjate y haz que tu patética familia no se interponga en mi camino.

Estoy perdiendo fuerzas rápidamente, mi cuerpo está demasiado débil para levantarse por sí mismo. Mi cabeza da vueltas y el dolor en mi brazo es insoportable, desbordante.

—Jaujini, hatame e una vez...

—No, aún no he terminado de divertirme. Tu hermana merece ver más acción.

De repente, alguien entra corriendo en la habitación.

—¡Señor Paussini, tenemos visita! ¡Debemos irnos ya!

—¡¿Qué?! ¿Nos encontraron? ¡Eso es imposible! No tengo un plan de escape preparado para este tipo.

—¡Señor, es el Detective Kross!... ¡Ya está subiendo las escaleras!

—Hikari, te salvaste esta vez. La próxima vez me aseguraré de matarte al instante... ¡Vamos!

Estoy llorando, pero esta vez no es solo por dolor, sino también por alivio. La terrorífica tortura está por terminar, y no tendría que soportar otro brazo roto. Sé que Delancis encontró el lugar, sé que Inocencia hizo bien su trabajo.

CAPÍTULO 13: Vamos a encontrarlo.

Camina a toda prisa; un poco más y estaría corriendo, pero se contiene. Sus tacones son tan altos que un tropiezo podría ser desastroso. Su cabello rubio se agita con cada paso, y aunque sus senos no son grandes, se mueven con cada movimiento. Levanto la mirada para ver su rostro y me sorprende lo serena que parece, como si todo esto fuera parte de su rutina diaria. Me encantaría ser como ella: enfrentando los problemas con calma, la mirada en alto y sin rastro de miedo... Y aquí estoy yo, una cobarde que hace apenas unos minutos estaba paralizada de terror.

—¿Qué? ¿Por qué me miras así? No me digas... ¿Eres una monja gay? —se detiene en seco para lanzarme esa pregunta en un tono jocoso.

—¡No! ¡Cristo Redentor!... ¡Eso es un pecado! —respondo, haciéndome rápidamente la señal de la cruz.

Delancis suelta un par de risas.

—Bueno, si quieres ser parte de esta familia, debes saber que tenemos una prima lesbiana y la tratamos con toda normalidad.

—No tengo nada en contra de eso —aclaro—, es solo que... te veía tan tranquila y decidida.

—Tú me ves aquí, toda tranquila y con un rostro valiente, pero lo que no sabes es que una vez en una granja, me correteó una gallina por tratar de robarle un pollito para Marisol —me sonríe, y seguimos avanzando por el pasillo.

Todos le tememos a algo. Así como Delancis le teme a las gallinas, nadie se libra. Por más fuertes que parezcamos, tal vez ocultamos nuestros miedos para dar un poco de seguridad a quienes nos rodean. ¿Será ese el caso de Delancis? ¿Está realmente aterrada por dentro?

—Inocencia, es mejor que te quedes aquí. No necesitas venir conmigo.

—Sí, sí es necesario.

—¿Qué? ¿Por qué? —pregunta, deteniéndose de nuevo.

—Porque hay un detective esperándome ahí afuera. La policía quiere interrogarme.

—¡Mierda! Lamento haberte involucrado en nuestros problemas.

—Si resultamos ser familia, estos problemas también serían los míos.

—¿Estás segura de eso? —cuestiona, arqueando una ceja.

—¡Por supuesto!

Al llegar al vestíbulo, Delancis se detiene en el centro, justo frente a las amplias escaleras. Toma una gran bocanada de aire, como si estuviera a punto de dar un gran grito.

—¡ALEXIS!

Grita su nombre cuatro veces, sin darse cuenta de que Alexis ya había aparecido en el tercer grito. El chico viene caminando por el lado derecho del vestíbulo con un trozo de pollo frito en la mano.

—¡Diablos, Delancis! Estoy cenando.

—Tenemos que irnos ya. Termina de comerte ese pollo en el auto.

—¿Ella también viene con nosotros? —pregunta Alexis, tratando de susurrarle a Delancis, pero yo lo escucho perfectamente.

—Sí, ella está involucrada en todo esto. En el auto te cuento.

Mientras salimos del vestíbulo, veo que Alexis se acerca a mí, como si quisiera decirme algo.

—¿No tienes ni un día aquí y ya estás metida en nuestros asuntos? —me pregunta en tono burlón, mientras termina de comer su pollo frito.

—¿Qué?

—¡Alexis, no confundas las cosas! —lo regaña Delancis, dándole un pequeño empujón. Alexis solo sonríe con diversión.

Salimos al jardín helado, donde el detective Kross nos espera junto a los estacionamientos. Lo veo fumando un cigarro, con la ventana de su auto ligeramente abierta para dejar salir el humo. Incluso desde aquí, el fuerte olor del tabaco llega fácilmente.

—Detective Kross, espero y sea algo realmente serio como para tener a mi hermano detenido —dice Delancis al aproximarse al auto del detective.

—Señora Delancis, es difícil verle la cara.

—Eso debería decirle yo... por todo ese humo de allí dentro —está viendo a través de los vidrios del auto—. Ni crea que voy a dejar que meta a Inocencia en esa nube voladora; estoy segura de que usted no quiere provocarle un cáncer de pulmón de manera inmediata a la pobre mujer.

—¡Rayos!... Supongo que tienes razón. Puede ir contigo, yo les iré escoltando.

—Perfecto.

Alexis suelta un par de risas.

—Nube voladora. Tremenda referencia —dice Alexis mientras saca del bolsillo las llaves del auto.

—Sí, es lo que pasa cuando se tiene a un hermano friki.

Desde una distancia prudente, Alexis levanta las llaves en dirección a la camioneta negra que está estacionada justo frente al auto del detective Kross. La llave en mano se ilumina, activando el mando a distancia, y el suave pitido de la alarma al desactivarse se pierde en la quietud del jardín nevado. 

Una vez hecho esto, Alexis, seguido de Delancis y yo, nos dirigimos hacia la camioneta. El aire frío corta en el silencio mientras avanzamos, nuestros pasos crujen sobre la nieve fresca que cubre el suelo de concreto de los estacionamientos. Al llegar a la camioneta, abrimos las puertas y nos subimos al vehículo.

Mientras el motor de la camioneta empieza a rugir suavemente, me vuelvo para mirar a través del retrovisor. Ahí está el detective Kross, que ha comenzado a seguirnos. Su auto se mueve con calma, manteniéndose a una distancia prudente detrás de nosotros. El brillo de las luces de la calle se refleja en el retrovisor, y el rastro del coche de Delancis se convierte en una línea difusa en la noche.

—Entonces, dime, ¿a dónde vamos? —pregunta Alexis a Delancis.

—A la jefatura metropolitana... Ermac está detenido.

—¡¿Qué?! ¿Pero por qué?

—Inocencia, es hora de que nos expliques qué ha pasado.

Comienzo a contarles toda la película de terror que viví junto a Ermac. Mientras hablo, veo cómo Delancis se lleva las manos a la cabeza y cierra los ojos con evidente frustración. Parece que Ermac está en serios problemas.

—Inocencia, ¿Ermac te dijo algo sobre por qué intentaron matarlo? —pregunta Alexis, con un tono preocupado.

—Sí —respondo—. Me contó que la competencia está tratando de quebrar la fábrica de licores matando a su personal más importante, y que esa rivalidad pone a toda la familia en grave peligro de muerte.

—¿En serio se puede quebrar...?

—¡Por supuesto! —interviene Delancis con firmeza—. La competencia puede ser extremadamente peligrosa. Por eso es crucial que nadie más descubra que podrías ser una Hikari.

—Tienes razón —asiento, confirmando lo que dice Delancis.

—Así que no se te ocurra mencionar al detective Kross que podrías ser una Hikari. Nadie debe enterarse de eso.

—Pero Alexis ya lo sabe —objeto.

—¡Ay, mujer, claro! Digo, nadie aparte de nosotros.

Seguimos avanzando por la carretera, dejando atrás los vastos campos de cultivo que se extienden hasta donde alcanza la vista. La luna comienza a elevarse en el horizonte, prometiendo una noche clara. A medida que nos acercamos al centro de Kingstone, la perspectiva cambia y los edificios empiezan a elevarse alrededor de nosotros, señal de que estamos a punto de ingresar a un área más concurrida. De repente, el ambiente en el auto se vuelve tenso. Alexis y Delancis comienzan a observar el retrovisor central con creciente inquietud, sus miradas fijas en el auto del detective Kross que ahora parece estar acelerando.

—¿Qué está haciendo? —se pregunta Delancis, su voz cargada de preocupación.

—Parece que quiere adelantarnos —responde Alexis, su tono irónico aliviado por un momento de tensión—. Mira eso, parece una oxidada chimenea con ruedas. El desgraciado no ha dejado de fumar.

El auto del detective Kross se acerca con velocidad, quedando a la par del nuestro. La ventana del copiloto se baja con un ruido metálico, y de inmediato, una densa nube de humo comienza a emanar del vehículo, envolviéndonos en un velo gris. Una vez que el humo se disipa y la visibilidad mejora, Alexis baja su propia ventana para escuchar mejor.

—¡Alexis, detén el auto, tenemos problemas! —grita Kross, su voz cargada de urgencia.

—¿En serio?! ¿No podemos esperar a llegar a la jefatura? —responde Alexis, su sorpresa evidente.

—¡No, ha pasado algo con Ermac!

—¡Maldición!... ¿Qué pudo haber sucedido? —pregunta Delancis, su voz temblando con una preocupación que nunca antes había mostrado frente a mí.

Ambos autos se detienen a la orilla de la carretera, la nieve cubriendo el suelo como una manta helada y la oscuridad arremetiendo sin piedad. Al abrir la puerta, una ráfaga fría me golpea el rostro, y al bajarme, siento cómo mis pies se hunden en la nieve, cada paso marcado por un escalofrío de inquietud y ansiedad ante lo que pueda decir el detective Kross.

Nos agrupamos fuera de los vehículos, rodeados por el silencio nocturno, a la espera de que el detective explique la situación. Kross, con las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta, deja escapar un suspiro que se convierte en vapor frente a su rostro.

—Me acaba de llegar información desde la jefatura de policías. Parece que Ermac aún no ha llegado, y no podemos contactar a los oficiales encargados —anuncia Kross con seriedad.

Delancis, visiblemente furiosa, golpea con fuerza la tapa del motor del auto del detective, el metal resonando en la quietud de la noche.

—¡¿Quieres que te mate aquí mismo, detective?! — exclama, su voz cargada de furia e implacable enojo.

—Tranquila, deja que termine —interviene Alexis, su expresión grave y concentrada.

—El GPS de la patrulla dejó de funcionar justo antes de llegar a la jefatura. Lo más probable es que Ermac haya sido secuestrado —continúa Kross.

Delancis, en un acceso de furia, agarra al detective por el cuello de la camisa.

—¡Entonces, ¿cuál es el plan, detective?! —exige saber.

—Hay que considerar que algunos oficiales podrían estar comprados por los secuestradores. Sé quiénes son las patrullas que lo escoltaban. Necesitamos hacerlos hablar... Ahora, suéltame, Delancis.

Con una expresión de desagrado, Delancis finalmente suelta el cuello de la camisa del detective, su respiración aún agitada por la tensión.

—Soy bueno sacándole la verdad a la gente. Déjame eso a mí, detective Kross —afirma Alexis con determinación.

—¡Vamos a la jefatura, que el tiempo es oro! —exclama Delancis, impaciente.

Regresamos rápidamente a los autos, y Alexis acelera con tanta fuerza que los neumáticos derrapan en el asfalto. El rugido del motor se hace parte del ambiente mientras nos dirigimos hacia nuestro destino.

Durante el trayecto, el silencio es total. Aprovecho este momento de calma para orar en silencio, rogándole a Dios que proteja a Ermac y nos permita encontrarlo sano y salvo. La magnitud de la situación me deja perpleja. ¿Cómo es posible que los negocios puedan degenerar hasta este punto? La competencia, que en teoría debería ser solo un desafío comercial, ha demostrado ser algo mucho más oscuro y peligroso: un grupo criminal dispuesto a todo, incluso al secuestro, para destruir a un rival.

Sé que el negocio de fabricar licor no es el más noble ni el más saludable, ¡pero eso no justifica que recurran a métodos tan drásticos! No están traficando drogas, por el amor de Dios.

—¡Mira eso! —grita Delancis, señalando un auto que pasa frente a nosotros—. Alexis, toma la salida hacia Queens.

—Pero íbamos a...

—¡Alexis, sigue ese maldito auto! —ordena Delancis con urgencia.

Alexis sigue las órdenes de Delancis y rápidamente nos desviamos de la ruta original. Parece que Delancis ha notado algo en el auto que estamos persiguiendo, y ahora lo seguimos con cautela. Me doy vuelta para verificar si el detective aún nos sigue, y sí, mantiene una distancia constante detrás de nosotros.

—Delancis, ¿qué viste? —pregunta Alexis, claramente intrigado.

—Un auto de lujo que se dirige hacia un barrio pobre lleno de casas abandonadas —responde Delancis con seguridad.

—¿Richmond con casa abandonadas? No me lo creo, Delancis —objeta Alexis.

—No es Richmond, es Brentford —corrige Delancis.

—¿Y cómo estás tan segura de que no van a Richmond?

—Porque el copiloto acaba de tirar por la ventana un delantal con el logo de "La Casa del Colesterol". Ese restaurante solo está en Brentford. Seguro que están regresando allí.

—¡Diablos, Delancis! ¿Cómo conoces ese lugar?

—Cállate y concéntrate al manejar —replica Delancis, sin dejar de vigilar el auto que estamos siguiendo.

El motor del auto del detective Kross vuelve a rugir con fuerza. Se ha vuelto a alinear a nuestro lado para luego bajar la ventana del copiloto, permitiendo que, nuevamente, una densa cortina de humo se escape del interior de su vehículo. Definitivamente, este hombre no es un ángel; los ángeles no fumarían de esa manera.

—¡¿Delancis, por qué se desvían?! —exclama Kross desde su ventana abierta.

—Estamos siguiendo al auto que tenemos delante —responde Delancis con firmeza—. Regresa a tu posición y deja de parecer tan sospechoso.

Parece que el detective Kross ha decidido confiar en Delancis, ya que vuelve a su posición detrás de nosotros.

—Por suerte, no se han dado cuenta de que los estamos siguiendo —comenta Alexis, aliviado.

—Sí, por ahora vamos en una vía recta sin salidas. Espero que al entrar en Brentford no se den cuenta —añade Delancis.

Pasamos junto a una zona residencial lujosa, la antes mencionada Richmond, pero no nos detenemos allí; seguimos avanzando por la carretera principal.

—¡Tienes razón, Delancis! Ese auto no va a Richmond, va a Brentford —dice Alexis con tono triunfante.

—¡Ja! —sonríe Delancis con un toque de satisfacción.

Después de unos quince minutos de viaje, llegamos a Brentford. Lo sé porque acabo de leer el letrero de bienvenida. No crean que no conozco Londres; me estudié cada mapa de reino unido. Sin embargo, estar en la calle junto con estos dos locos hace que me resulte difícil recordar lo que vi en los libros… ¡Es como hacer un tour turístico con la Parca como guía!

—Mira, Delancis, se están estacionando en ese lugar —indico.

—Estaciónate aquí —ordena Delancis a Alexis, quien detiene el auto—. Se están bajando, ¡vamos!

Nos bajamos del auto rápidamente. Delancis me mira con seriedad.

—Inocencia, es peligroso que vengas con nosotros. Quédate aquí.

—¡Entendido! —respondo, sintiendo el peso de la situación.

Justo cuando Delancis está a punto de avanzar, el detective Kross la detiene, sujetándola del brazo con firmeza.

—Esperemos a más refuerzos.

—¡¿Estás loco?! Y mientras tanto mi hermano puede ser asesinado.

—Si entramos ahora, las cosas podrían empeorar. No sabemos cuántos hay ahí dentro, y podríamos poner nuestras vidas en grave peligro.

Delancis parece debatirse internamente, sus ojos fijos en una antigua barraca de madera al fondo de la calle. Puedo ver cómo sus manos se aprietan en puños temblorosos... Entonces, comprendo que, sí, durante todo este tiempo, ella ha estado aterrada. Solo intentaba demostrarme que es fuerte, y, sin duda, lo es.

CAPÍTULO 14: No quería encontrarte, Dimitri.

Estoy asombrada por todo lo que me ha ocurrido en tan solo un día. Mi vida solía ser completamente diferente: monótona y fácil de llevar. Hace apenas tres días, mi mayor preocupación era freír puerco sin que me salpicara el aceite caliente. En serio, díganme, ¿a quién no le da un mini infarto cuando están frente al sartén y el aceite empieza a chisporrotear? ¿O soy la única que se convierte en ninja, haciendo movimientos evasivos? Freír puerco, para mí, es como protagonizar una película de terror y suspenso: nunca sabes cuándo te va a sorprender... ¡y atacarte con una explosión de aceite en la cara! ¡Madre santa, qué horror!

Pero dejando de lado mis patéticos miedos, estoy realmente preocupada por Ermac. Ojalá el detective se lanzara al rescate con el espíritu de Rambo, pero sé que esto no es una novela de acción… ¿o sí?

—Ya llamé a los refuerzos, esperemos unos diez minutos —dice el detective Kross, consultando su reloj de pulsera.

Delancis tiene el rostro marcado por la angustia, ese tipo de angustia que, con solo verla, sabes que va a estallar en llanto en cualquier momento... Pero ¿saben?, en las pocas horas que llevo conociendo a Delancis, puedo asegurar que hará cualquier cosa antes de llegar a ese punto. Es de esas personas que no se permiten llorar frente a los demás.

—¡¿Diez minutos?!... ¡No! No puedo esperar tanto —dice Delancis, y de inmediato sale corriendo, esquivando las manos del detective y de Alexis.

—¡Delancis, aguanta! —le grita Alexis, pero es en vano.

—¡Vamos, Alexis!... Inocencia, quédate aquí —ordena el detective Kross.

No han avanzado ni cinco metros cuando, de repente, toda la iniciativa heroica de Delancis comienza a desplomarse. Parece que olvidó lo peligroso que es correr con tacones altos sobre pavimento congelado; sus tobillos tambalean y la obligan a extender los brazos en busca de equilibrio. Verla es como ver a un payaso intentando manejar un monociclo. De pronto, cae de bruces como si estuviera tratando de robar el home en un partido de béisbol. No tiene tiempo para lamentarse del dolor y, sin sacudirse la tierra, se pone de pie como si nada hubiera pasado. Por un segundo pensé que se había fracturado algo, pero parece que no. Y ahí va de nuevo... corriendo como si el fin del mundo estuviera tras ella.

Lamentablemente, el detective y Alexis no llegaron a tiempo para detenerla, y ahora los veo a los tres desaparecer en la vieja estructura de madera.

No ha pasado ni un minuto cuando veo llegar, en silencio, cinco patrullas de policía. Desde el otro extremo, a lo lejos, aparecen más. La barraca de madera ya está completamente rodeada.

—Detective Kross, ¿dónde se encuentra? Ya estamos rodeando la barraca —informa uno de los oficiales mientras se baja de la patrulla y habla por su sistema de transmisión. Aún no sé cómo se llama ese aparato, pero prometo averiguarlo con el detective más tarde.

—¡Perfecto! Aún estamos buscándolos entre las habitaciones. Envíen refuerzos.

—Enseguida, jefe.

El oficial levanta una mano y, con un par de señales, logra movilizar a un grupo de agentes que salen corriendo con cautela, preparados y con las armas listas, dirigiéndose hacia la barraca de madera.

—Señorita, por favor, aléjese de esta zona; puede ser peligroso si se queda aquí —me dice otro policía con tono firme.

—Pero... no sé a dónde ir.

—¡Solo dé la vuelta y aléjese lo más que pueda!

—Pero...

—¡Vamos, apúrese!

—¡Ay!... ¡Sí, sí!

Sigo las instrucciones del oficial, doy la vuelta y me alejo, pero no demasiado. Necesito permanecer cerca y no perder de vista el auto de Delancis. Si me pierdo, tendré que esperar a que el detective o Delancis me encuentren, y si nadie me encuentra, podría acabar durmiendo en la calle. Así que me escondo en un callejón estrecho entre dos edificios residenciales y, desde el borde de la esquina, observo cómo se desarrollan los acontecimientos.

—¡Encontraron al secuestrado! —grita un policía—. ¡Prepárense!

Veo a varios oficiales ponerse en posición, listos para disparar, todos cubriéndose detrás de las puertas de las patrullas. De repente, se escuchan los primeros disparos; sí, ya reconozco ese sonido. He contado unas cinco detonaciones y, acto seguido, veo a otro grupo de policías correr hacia la barraca.

—¡Llamen a las ambulancias! —se escucha a lo lejos.

«¿Ambulancia? ¿Qué ha pasado?».

Puedo sentir la desesperación gritando en mi interior: «¡Corre, haz algo!» Pero la angustia me detiene, susurrándome: «¿Qué haces aquí? ¡Huye!» Solo me queda la fe, que me dice: «Tranquila, encomienda sus vidas a Dios». Así que me aferro a lo que mejor sé hacer: rezar y confiar.

Cierro los ojos y comienzo a orar, pidiendo por la seguridad de todos. Mientras lo hago, una fragancia inquietante empieza a llenar el aire. Es un aroma familiar, pero no logro identificar de dónde lo conozco.

—No lo puedo creer —una voz masculina susurra cerca de mi oído izquierdo, provocando que mi corazón dé un salto de susto.

Me doy la vuelta de inmediato para ver quién es.

—¡Tú! —exclamo, completamente sorprendida.

Es imposible olvidar esos ojos verde oliva, esa apariencia elegante y su cabello negro, desordenado y caótico. Este es el hombre que llegó a mi vida para destruirla, quien casi me viola y que se propasó conmigo en las aguas termales.

Mi visión y todos mis sentidos están centrados únicamente en él. He dejado de escuchar a los policías, los disparos, las ambulancias; todo se ha desvanecido. Este hombre acapara toda mi atención, y lo único que quiero hacer ahora es... ¡golpearlo! Con toda la fuerza y el coraje que tengo, lanzo una bofetada en su rostro. La palma de mi mano arde y palpita, pero a él parece no incomodarle. De hecho, sonríe y acaricia su mejilla, como si disfrutara del dolor.

—No he dejado de pensar en ti, Inocencia. Todo el día he tenido la imagen de tu cuerpo desnudo en mi mente.

—¡Sujeto repugnante, degenerado! ¡Arruinaste mi vida! ¡Eres la escoria de la humanidad! —digo, furiosa—. Espera... ¿cómo sa-sabes mi nombre?

Me agarra de la cintura y me atrae hacia él, mientras con la otra mano toma mi cabello y empieza a olerlo.

—Pensé que el aroma a jazmín provenía de las flores del jacuzzi, pero en realidad es tu cabello. Hueles tan bien, Inocencia... Ese nombre... solo necesité escucharlo una sola vez para que quedara grabado en mi mente.

—¡Suéltame! —Lo empujo con fuerza y me zafó de su abrazo—. No te acerques o gritaré —lo amenazo, señalándolo con el dedo índice.

—¡Jefe, tenemos que irnos! —No me había dado cuenta de que está acompañado por tres hombres más; esto se está volviendo problemático.

—Dimitri, él tiene razón, ¡vámonos!

¿Dimitri? Así que ese es su nombre. Tendré que mantenerme lejos cada vez que lo escuche. Incluso si creo escuchar ese nombre por error, buscaré refugio en un lugar donde no pueda alcanzarme.

—Está bien, nos vamos... pero con ella —ordena Dimitri.

—¡Ja! ¡Estás loco! No iré contigo.

Dos de sus hombres se lanzan hacia mí, pero soy lo suficientemente ágil como para retroceder rápidamente y salir del callejón. Ahora estoy a la vista de cualquier policía que patrulle el área, mientras los malhechores permanecen ocultos en la oscuridad.

—Señor Paussini, no podemos arriesgarnos a ser descubiertos. Es mejor que nos vayamos.

Paussini... Dimitri Paussini... El miserable que ha llegado a mi vida solo para destruirla. No olvidaré ese nombre, ya está grabado en mi mente. Prometo odiarlo y repudiarlo hasta el final de mis días.

—¡Inocencia, ¿dónde estás?! —la voz de Delancis resuena a lo lejos.

—¡Delancis, aquí! —le grito, sin apartar la vista de Dimitri.

—No puede ser... ¡Conoces a Delancis! —exclama Dimitri, aplaudiendo y riendo con evidente satisfacción—. Definitivamente te voy a llevar conmigo, bebé. Pero no hoy... Vas a ser mía, aunque eso signifique arrastrarte a la fuerza.

Ese despreciable ser y su sonrisa triunfante intentan hacerme creer que ya me han ganado, que les pertenezco. Él y sus hombres se dan la vuelta, y en sus primeros pasos, los veo desaparecer entre las sombras del callejón.

¿Es que la noche aún me depara más horrores?

Estoy exhausta de temblar todo el maldito día. El miedo me sigue atormentando, no esperaba necesitar tanta experiencia para enfrentar este mundo que, justo hoy, ha empezado a hacerme tropezar con sus atrocidades.

CAPÍTULO 15: De regreso a Kingston.

Después de la tormenta siempre sale el sol, y si no sale, por lo menos deja tu camino limpio y fresco.

Estoy en medio de esa tormenta ahora mismo, y lo único que deseo es que ese único camino que tengo delante se despeje pronto y quede limpio, fresco. Estoy agotada de tanto caos y desgracias.

Poco a poco, siento cómo este mundo me arrastra violentamente hacia sus calamidades y me enfrenta a la crudeza de la humanidad. Todo esto es tan abrumador para mí; no estoy preparada para enfrentar este infierno: los disparos, los gritos, el suspense policial, el estruendo de las patrullas, las luces rojas y azules de las sirenas, los enmascarados, las ambulancias, la sangre... Veo a Delancis corriendo hacia mí con las manos bañadas en sangre.

—¡Inocencia, ¿estás bien?!

—Delancis..., tus manos... 

Ella se detiene a mi lado, se ve las manos y luego las convierte en un puño.

De pronto, ambas vemos pasar una camilla que es llevada por dos paramédicos. No logro distinguir a la persona herida, pero Delancis sí, y corre tras la camilla. Mi corazón empieza a latir desbocado.

—¡Ermac, tranquilo, hermano!... Todo va a estar bien —grita Delancis, visiblemente angustiada, mientras se para a un lado de la camilla.

¿Ermac? ¿La persona con el rostro casi desfigurado era Ermac? Sin pensarlo, me encuentro corriendo hacia la ambulancia, siguiendo la camilla donde reposa el cuerpo de Ermac.

—¡Oh, por Dios! —exclamo al ver el cuerpo inconsciente de Ermac.

—¿Quién acompañará al paciente? —pregunta un paramédico.

—¡Yo iré! —responde Delancis sin vacilar.

En ese momento, Alexis llega por mi espalda, se detiene frente a mí y coloca sus manos sobre mis hombros.

—Inocencia, llamaré a Florence para que pase a buscarte a la jefatura. Mientras tanto, te quedarás con Kross. No puedo dejar a Delancis sola con tantos locos sueltos.

—Sí, comprendo.

—Supongo que aún no has comido nada. Frente a la jefatura hay un buen restaurante; cuando llegues, ve y cena algo —dice Alexis, mientras me pone algo de dinero en la mano.

—Eres muy amable, gracias.

Aún no he tenido esa agradable cena familiar que siempre sale en la TV. Justo ahora debería estar rodeada de mi familia, disfrutando de un pollo asado, una ensalada fresca y, por supuesto, una gaseosa negra. Así era como imaginaba a la familia que nunca conocí: todos juntos, riendo y compartiendo anécdotas. Un padre preguntándome cómo estuvo mi día, una madre escuchando mis historias con atención, y dos hermanos traviesos que llenaban la casa de vida.

¿Realmente existen esas cenas familiares felices, o son solo una ilusión ficticia?

—Señorita Inocencia, debemos ir a la jefatura de policía —me dice el detective Kross mientras observamos cómo la ambulancia se aleja en la penumbra nocturna.

—Sí... vamos —respondo, sintiéndome exhausta.

El detective abre la puerta de su auto, que al menos ya no está lleno de humo, aunque aún se percibe el persistente olor a tabaco.

—Lamento el olor a cigarro. Es un vicio que siempre termina venciéndome —dice mientras se acomoda en el asiento del conductor.

—¿Está intentando dejar de fumar?

—Sí, pero los problemas siempre encuentran una forma de despertar el deseo de volver a este vicio.

Enciende el motor, que emite un ruido forzado, haciéndome temer que el auto no arrancará. Finalmente, el vehículo se pone en marcha, llevándonos hacia la jefatura. La noche parece no terminar para mí; aún debo enfrentarme a la ley de Londres. Miro al detective, notando una expresión de cansancio, tal vez incluso de tristeza. Son más de las diez de la noche y la jornada laboral ha terminado hace horas, me pregunto si su cansancio oculta algo más profundo.

—Usted mencionó que los problemas le hacen recaer en el vicio. ¿Son tan graves? Lo veo decaído.

Mi pregunta es recibida con un incómodo silencio; parece que no le gustó la pregunta.

—¡Disculpe!... No debí... —le digo, sintiéndome apenada.

—Justo cuando te estaba esperando en la mansión Hikari, recibí la llamada de mi exesposa... Era para informarme que ya estábamos oficialmente divorciados.

Entonces, se trata de problemas maritales.

—Entonces, ¿no quería divorciarse?

No responde con palabras, parece que la tristeza le está provocando lágrimas que se esfuerza por contener. Solo puede negar con un movimiento de cabeza.

—Usted la ama, ¿verdad?

Asiente, frunciendo el ceño y apretando los labios en silencio.

—¡Rayos!... No quería mostrarme así frente a una desconocida. ¡Soy tan patético! —dice mientras se orilla en la carretera.

De repente, nos bajamos del auto. El detective se apoya en la capota del coche y agacha la cabeza. No estoy segura si está llorando, pero parece que ha estado reprimiéndose toda la noche para mantener una fachada de fortaleza frente a sus subordinados. Es como con Delancis; siempre proyectan una imagen de fortaleza, incluso cuando no la sienten.

Levanta la vista hacia las estrellas, respira profundamente y luego deja escapar un potente y largo grito, intentando expulsar todo su dolor. Grita de nuevo frente a la oscuridad de los campos solitarios.

—Es mejor desahogarse de esa forma, ¿no cree?

Él da un gran suspiro y, con determinación, patea una piedra, enviándola lejos. Parece que empieza a sentirse mejor, más liberado.

—Sí, mucho mejor.

Regresamos al auto y, después de abrocharnos los cinturones, el detective enciende el motor. Retomamos la ruta hacia la jefatura en silencio. Respeto su mutismo; no quiero hacer más preguntas, ya que no es asunto mío. Si desea hablar del tema, tendrá que ser él quien lo inicie.

—Intenté de todo, pero parece que nuestra relación ya estaba rota. Podríamos haber vuelto a intentarlo, pero las peleas habrían continuado.

—Entonces, ¿ya no hay esperanza entre ustedes?

—No. Solo espero que el tiempo me ayude a superar esto.

—Confíe en Dios, Él siempre estará de su lado.

—Sí... tienes razón —me dice, primero mirando la carretera y luego volviendo su atención hacia mí—. ¿Sabes...? No te llevaré a la jefatura.

—¿Qué? ¿Por qué no?

—Porque no creo que sea necesario. No pareces alguien peligrosa. Mejor vayamos a un restaurante. Mientras cenamos, te haré algunas preguntas y, después, podrás irte tranquila.

—Oh, está bien, pero me van a pasar a buscar en la jefatura... Alexis mencionó que hay un buen restaurante frente a ese lugar. ¿Podemos comer ahí?

—Me parece perfecto —responde con una sonrisa amable.

Llegamos a Kingston y nos detenemos justo frente a la jefatura de policía. Al salir del auto, me envuelve el aire fresco de la noche y, al mirar al otro lado de la calle, veo el restaurante del que Alexis habló. No es tan elegante como lo había imaginado; su fachada es sencilla, con luces tenues que le dan un toque acogedor y cálido. A pesar de su apariencia modesta, algo en su simplicidad me resulta reconfortante, como un pequeño refugio en medio del caos de esta interminable noche. Para mí, ese ambiente tranquilo es más que perfecto, una bienvenida inesperada después de todo lo que hemos pasado.

—¡Vamos! —dice el detective, señalando el restaurante.

Al entrar al restaurante, me doy cuenta de que algunas luces están apagadas, dejando ciertas zonas en penumbra. Un par de parejas cenan juntas en silencio, sus rostros iluminados suavemente por la luz de la lámpara sobre la mesa. Los camareros se mueven con calma, limpiando las últimas mesas del día y ordenando sillas, mientras otros, con abrigos ya puestos, parecen estar terminando su turno, listos para dejar atrás el ajetreo y dirigirse a sus hogares. Todo el lugar desprende esa atmósfera de final de jornada, donde el cansancio se mezcla con la satisfacción del trabajo cumplido.

—Parece que están por cerrar... Voy a ver si todavía tienen algo de comida fresca. Espérame en una mesa, Inocencia.

Mientras camino hacia una de las mesas, el sonido de un noticiero atrapa mi atención. Proviene de la televisión colgada en una de las paredes del restaurante. La voz grave del presentador comienza a relatar unos hechos que me resultan inquietantemente familiares. Me detengo en seco y me apoyo en un pilar cercano, esforzándome por captar cada palabra con atención.

«Secuestro en Brentford, la víctima es un Hikari», dice el presentador. Parece que es una transmisión en vivo. No recuerdo haber visto cámaras o reporteros en el lugar; probablemente llegaron después de que nos fuimos.

—¡Kross, buenas noches! ¿Andas por aquí a estas horas? —dice un hombre tras el buffet. Por su uniforme, parece ser el chef.

—Buenas noches, Charles. No he tenido oportunidad de cenar; el trabajo me ha tenido ocupado toda la noche.

—Cuidado, amigo, no vaya a ser que te enfermes —responde el chef con un tono amistoso.

—Sí, lo sé... Dime, ¿qué es lo más fresco que tienes a estas horas?

—Bueno, a decir verdad... lo más fresco es la pintura del pilar donde está apoyada la señorita —dice el chef, señalándome con una sonrisa.

—¡¿Qué?! —Exclamo, despegándome del pilar con un sobresalto. Trato de mirar mi espalda por encima de los hombros, pero no consigo ver mucho. Es solo al mirar el reflejo en el vidrio de una ventana cercana que noto una gran mancha de pintura color almendra extendiéndose por mi blusa.

—¡Oh, por Dios, Inocencia! —Richard se lleva las manos a la cabeza, claramente sorprendido por la escena.

—¡Oh, Santísimo! ¡Miren esto...! ¡Tengo una gran mancha en la espalda! ¿Por qué la vida insiste en castigarme sin motivo? —me quejo, sintiéndome completamente frustrada y disgustada conmigo misma y con la vida.

—Y es pintura de aceite. Lamento decir que su blusa está arruinada, señorita —dice el Chef con una mueca simpática.

—Oh, señor Chef, lamento mucho lo que pasó... Por favor, dígame cómo puedo compensarle por la pintura. No tengo dinero conmigo ahora mismo —le digo, visiblemente apenada.

—Je, je... Inocencia, no deberías hacer ese tipo de ofertas en Kingston —comenta el detective, entre risas.

—¿Y por qué no?... Chef, estoy dispuesta a hacer lo que usted me pida —respondo, sin entender a qué se refiere Richard.

—¡Vaya!, esto se está poniendo interesante —ríe el Chef—. No se preocupe, yo le puedo pasar la mano —añade, esbozando una leve sonrisa.

—¡Charles! —protesta Richard, visiblemente incómodo.

—¿Qué? Me refiero a la pintura del pilar —responde el Chef, con una risa despreocupada. Creo que me estoy perdiendo de algo aquí—. Señorita, no se preocupe. Usted es amiga del detective Kross, así que no pasa nada. Mañana le daré una mano de pintura al pilar y quedará como nuevo.

—Bueno... Estoy realmente apenada, pero también muy agradecida por su amabilidad —le sonrío al Chef, todavía algo avergonzada.

—No se preocupe, le traeré uno de esos suéteres que tenemos para los meseros —me dice, asintiendo con una sonrisa.

—¡Oh, está bien! Muchas gracias —respondo con alivio.

El detective y yo tomamos asiento en una de las mesas mientras esperamos que el Chef regrese. Estoy un poco incómoda, tratando de no apoyar mi espalda en el respaldo de la silla para no mancharla con la pintura que llevo encima. Afortunadamente, el Chef no tarda mucho en aparecer. En una mano sostiene el menú y en la otra un suéter negro.

—Aquí tienes el suéter —dice, extendiéndome la prenda.

—Muchas gracias —respondo, desplegando el suéter con mis manos. Parece que la talla me quedará bien—. ¿Podría indicarme dónde está el baño para cambiarme?

—Sí, claro. Está al fondo, a la derecha —me indica amablemente.

—¿Por qué siempre está todo al fondo, a la derecha? —se pregunta el detective con un tono de ligera broma.

El baño es sorprendentemente limpio y tiene un gran espejo que ocupa casi toda la pared. No me había detenido a mirarme en un espejo desde que salí del monasterio. Me observo con atención y noto que mi rostro parece al borde de estallar. Necesito unos segundos para llenarme de paz y encontrar mi centro.

—Soy una mujer pacífica, misericordiosa y de mucha fe —repito en voz baja mientras me miro fijamente a los ojos. Lo digo cuatro veces, como un mantra, hasta que empiezo a sentir una calma interior.

A veces, tengo la sensación de que una oscuridad extraña intenta apoderarse de mí. Ahora mismo estoy luchando por mantenerla a raya, porque sé que no trae nada bueno. Incluso yo le temo. Es como si esta oscuridad se manifestara en los momentos más agobiantes y estresantes, alimentándose de mis miedos cuando el terror alcanza su punto más alto. Si esa oscuridad llegara a ocupar todo mi ser... no sé en qué clase de persona podría convertirme.

Salgo del baño y, a distancia, puedo ver al detective esperándome sentado en la misma mesa, lo veo mirar a través de la ventana mientras se pierde en sus pensamientos, debe estar pensando en su exesposa, aún se ve algo decaído.

—Detective, ya estoy de vuelta.

—¡Inocencia! —exclama él—. Mira, pedí hamburguesas. Es lo único que Charles podía ofrecernos a estas horas. Espero que no te importe.

—¿Hamburguesas? Me parece bien —le respondo con una sonrisa amable mientras tomo asiento frente a él.

—Creo que, mientras esperamos a que las hamburguesas estén listas, podríamos empezar con las preguntas. No quiero que se nos haga demasiado tarde. ¿Te parece?

—Sí, por supuesto. Puede comenzar cuando quiera.

El detective comienza con preguntas básicas para conocerme mejor: mi nombre, edad, profesión y de donde son mis familiares. A medida que le hablo sobre mi vida, noto cómo su expresión cambia, reflejando sorpresa y curiosidad. Le cuento que fui abandonada por mis padres cuando era niña, que soy monja y que, después de perder mis votos de castidad, me encuentro en un punto en el que estoy tratando de reconstruir mi vida desde cero. Escucha atentamente, pero no tarda en llegar a lo que intuyo es la verdadera razón de esta conversación.

—¿Cuál es tu relación con la familia Hikari? —pregunta con un tono más serio.

CAPÍTULO 16: Interrogatorio en el restaurante.

Confiar en las personas es algo que siempre se me ha dado bien, tal vez demasiado bien. Creer en cualquiera, aun sin conocerle, se ha convertido en una de mis mayores debilidades. Esta ingenuidad me ciega, y por eso he terminado lastimada más veces de las que puedo contar. Pero, adivinen qué... siempre vuelvo a caer en lo mismo. Los rostros que me parecen confiables me engañan una y otra vez, y ese instinto que me dice que estoy frente a alguien honesto suele ser mi peor traición.

Ahora, el detective tiene sus ojos fijos en los míos, con esa mirada profunda acompañada de una sonrisa cálida. Está esperando mi respuesta, pero yo me pierdo en la atmósfera que lo rodea. Quizás sea la luz de la calle reflejada en sus ojos o la suave balada de piano que suena en el fondo lo que lo envuelve en ese aire casi angelical. Siento una extraña mezcla de deseo por confiar en él y un instinto que me frena. Todavía resuena en mi mente el consejo de Delancis: «Ni tampoco le digas a Kross que podrías ser una Hikari». ¿Es ella quien me llena de dudas o soy yo, una vez más, equivocándome en quién confiar?

Sus ojos parecen decirme: «Está bien, puedes confiar en mí», y no puedo ignorar que él ya se ha abierto a mí, compartiendo detalles de su vida. Si él fue sincero, ¿no debería serlo yo también? ¿Debería permitirme confiar en esa sonrisa gentil?

—Estoy segura de ser hija de Gabriel Hikari —digo, mientras mis manos juegan nerviosamente con el borde del suéter que me prestaron.

—¡Espera!... ¡¿Qué?! —El detective se inclina hacia adelante, con los ojos muy abiertos, claramente sorprendido.

—¿Qué pasa?

—Es que lo dices así de repente... Me dejaste impactado —responde, llevándose una mano al cabello, como si intentara asimilar lo que acaba de escuchar.

—Bueno, es que esa es mi verdad.

—Ok..., pero ¿cómo puedes estar tan segura de eso? —me pregunta, mirándome con escepticismo, mientras saca una pequeña libreta de su bolsillo.

—Me lo dijo la monja que me crio… Hoy por la mañana, justo antes de salir del monasterio —explico, observando cómo comienza a escribir con rapidez—. Ella me contó cómo mi verdadera madre llegó un día, dio algunos detalles y reveló la identidad y dirección de mi padre.

—Entonces, ¿viniste a buscarlo? —me pregunta sin apartar los ojos de su libreta, su tono más sereno ahora.

—Así es, pero hoy me enteré que está muerto —murmuro, sintiendo un nudo formarse en mi garganta. De inmediato, noto cómo el detective detiene su escritura, levantando la mirada hacia mí con una mezcla de compasión y desconcierto.

—Lo siento... —dice, suavizando su voz—. Me imagino que ahora solo buscas pertenecer a una familia.

—Exactamente, quiero formar parte de una familia —respondo, mi voz temblando ligeramente.

—Entiendo... —El detective se recuesta en su silla, claramente afectado por la conversación—. Estoy completamente perplejo.

En ese momento, el chef nos interrumpe al aparecer con una bandeja, colocando refrescos y dos platos frente a nosotros. Me quedo boquiabierta al ver el tamaño de las hamburguesas. Son enormes, tan grandes que cada una tiene un cuchillo clavado en el centro, como si fuera necesario apuñalarlas para evitar que se escapen del plato. Me río por dentro mientras pienso: ¿Cómo se supone que se debe morder una de estas barbaridades? La tarea parece un desafío culinario más que una simple comida.

—Muchas gracias, Charles. Esto se ve delicioso —dice el detective, mirando las enormes hamburguesas frente a él.

—Espero que lo disfruten. Buen provecho —responde el chef antes de retirarse hacia la cocina.

El detective ya está tomando un sorbo de su refresco cuando rompe el silencio:

—Inocencia, lo que no comprendo es cómo Delancis ha confiado tanto en ti... Bueno, debe ser por tu gran parecido con Gabriel Hikari.

—Tal vez sea eso, pero para asegurarse de que realmente soy su hermana, me envió con Ermac a un laboratorio para hacerme exámenes de ADN. Justo cuando veníamos de regreso ocurrió lo de la persecución —respondo mientras observo cómo el detective toma su libreta y empieza a anotar.

—Uhm, entiendo... —murmura mientras sigue escribiendo—. ¿Y qué sabes de la familia Hikari?

—Bueno, aún no ha pasado ni un día desde que los conocí... Lo único que sé es que tienen una fábrica de licores y que al parecer la competencia está intentando acabar con los presidentes de la empresa para superarlos —digo, recordando los detalles que Ermac me compartió.

El detective se detiene un momento y levanta la mirada, sorprendido.

—¿Eh? ¿La competencia quiere matarlos? —pregunta, incrédulo.

—Increíble, ¿verdad? Yo también quedé sorprendida cuando me lo dijeron.

—Cuando hablas de la competencia, ¿a quiénes te refieres?

—Pues, a otra empresa que también fabrica licores. Eso me dijo Ermac.

El detective se reclina en su silla, pensativo, y luego pregunta:

—¿De verdad crees que una empresa puede superar a otra solo matando a sus presidentes?

—Yo qué sé, no soy empresaria. De negocios no entiendo mucho... pero confío en lo que me dijo Ermac —respondo encogiéndome de hombros.

—Hmm, entiendo —murmura mientras sigue perdido en sus pensamientos.

Tras unos segundos de silencio, vuelve a preguntar:

—Por último, dime, ¿cuánto tiempo piensas quedarte en la mansión?

—Estaré en la mansión Hikari hasta que lleguen los resultados de los exámenes de ADN. Todo depende de eso y de lo que decida Delancis.

El detective guarda su libreta dentro de su chaqueta y, con una sonrisa sincera, me dice:

—Realmente espero que todo te salga bien, Inocencia. Que logres encontrar a tu verdadera familia.

—Es lo que más deseo en este momento.

—Me lo imagino... —dice, sosteniendo su mirada en la mía por un momento, antes de cambiar el tema con una sonrisa—. Bueno, dejemos todo eso y comamos.

—¡Sí! Ya me muero de hambre —respondo, finalmente lista para enfrentar la hamburguesa.

—Que disfrutes tu hamburguesa —dice el detective, sonriendo.

Se queda viendo mi hamburguesa, luego sube su mirada y, de repente, se le ocurre sonreír con sutileza. Ahora creo que está esperando a que yo dé el primer mordisco... ¡¿Cómo se supone que se debe comer esta exageración de hamburguesa?!... ¡Esto fue traído de la era vikinga!

—¿Qué pasó?... No me digas que eres vegana —me pregunta el detective, levantando una ceja con curiosidad.

—No, no… —respondo rápidamente, agitando la mano—. Es que veo esa hamburguesa y no puedo dejar de pensar en todas las posibles razones por las cuales hay un cuchillo clavado justo en el centro —digo, señalando el cuchillo incrustado en mi comida.

—Pues..., si no te llega a gustar la hamburguesa, puedes usarlo para quejarte directamente con el chef —dice, regalándome una sonrisa a boca cerrada que deja ver sus hoyuelos.

—¡Jesucristo! —exclamo, soltando una carcajada—. ¡Jamás lastimaría a nadie!

—No lo dudo —dice entre risas—. Tienes toda la pinta de ser alguien que ni aplastaría a un mosquito. Seguro que prefieres soplar para ahuyentarlos.

—Claro, pero primero me aseguro de que hayan bebido lo suficiente de mi sangre. ¿Será que soy demasiado compasiva? —le sigo el juego con una sonrisa burlona.

Con una risa compartida, finalmente me animo a dar el primer mordisco en la enorme hamburguesa. No importa que los tomates y las lechugas se deslicen hacia afuera, ni que la salsa manche el suéter que me regaló el chef. Mientras él siga sonriendo así, todo está bien para mí.

Me siento plena cuando logro hacer felices a los demás, especialmente cuando consigo sacarlos de algún estado depresivo. Fui criada con ese propósito: servir, ayudar en todo lo que esté a mi alcance. Tal vez sea algo que llevo en mi naturaleza, una parte intrínseca de mi ser que siempre ha estado ahí, formando mi esencia.

—Mira, Inocencia, creo que llegaron a buscarte —dice señalando un auto estacionado frente a la jefatura—. Justo se está bajando alguien… ¿Es ella la persona que viene por ti?

—¡Oh, sí! Es Florence.

—Cierto, la hermana de Alexis.

—Sí, bueno... Tengo que irme.

Me levanto de la silla y, para mi sorpresa, el detective también se pone de pie. Parece que quiere decirme algo.

—¿Tienes teléfono?... Me gustaría poder saludarte..., saber cómo estás.

«No, Inocencia, ¡no te sonrojes! ¿Se habrá dado cuenta de que me acabo de sonrojar?» Antes de ponerme más colorada, le respondo:

—No, no tengo. Creo que...

Me interrumpe levantando la mano en señal de stop. Mete la mano en el bolsillo de su chaqueta y saca su celular.

—¿Pasó algo? —pregunto al verle manipular el teléfono.

Lo coloca sobre la mesa y lo desliza suavemente hacia mí.

—Toma, quédate con el mío. Te lo regalo.

—Pero… ¿y usted? Se quedará sin celular.

—Tranquila, tenía pensado comprarme uno nuevo mañana.

—Aun así, no creo que pueda aceptar algo tan caro.

—Tú lo necesitas. Por favor, acéptalo como un regalo —insiste, empujando el teléfono un poco más cerca.

—Bueno..., ya que insiste —digo, tomando el teléfono con una mezcla de inseguridad y gratitud.

—Genial. Mañana te llamaré solo para saludarte —dice con una sonrisa.

—Está bien. De verdad, muchas gracias —le devuelvo la sonrisa, sintiéndome algo más relajada.

—Tranquila.

—Eh, bueno... Creo que ya debería irme.

—Sí, te están esperando.

—Hasta mañana —me despido con una última sonrisa antes de dirigirme hacia la puerta. 

Al salir del restaurante, me doy vuelta, como impulsada por una necesidad de confirmar algo, solo para ver si él todavía me sigue con la mirada. Y sí, a través de los vidrios, lo veo aún sentado en la mesa. Levanta la mano en un último gesto de despedida, y eso me arranca una sonrisa.

—Inocencia, ¿día muy agitado? —pregunta Florence desde la acera, apoyada contra un auto negro, más pequeño que el de Delancis.

—Agitado es poco —respondo mientras cruzo la calle hacia ella.

Nos subimos al auto, y después de abrocharnos los cinturones, arrancamos. Tomo un gran respiro, dejando que el aire cargado con el aroma a cereza del ambientador me relaje. El silencio es reconfortante, la tranquilidad empieza a envolverme de nuevo.

—Esta familia es así —dice Florence, rompiendo la calma.

—¿Así cómo? —pregunto, sin apartar la vista de la carretera.

—Agotadora. Aquí, el problema de uno es el problema de todos. Siempre ha sido así. Don Gabriel era de esa manera, y su familia lo adoptó.

—Él amaba a su familia...

—«La vida inicia en la familia, y el amor por siempre continúa en ella». Ese era su lema.

—Qué hermoso.

—Ser el líder de la familia Hikari significa velar por el bienestar de todos los que llevan el apellido. Si resultas ser una Hikari, siempre estarás bajo la protección del líder. Ahora, ese rol le pertenece a Delancis.

—Es demasiada responsabilidad para una sola persona.

—Es lo que significa ser el primogénito del líder. Heredó esa carga como si fuese un trono. Rechazarla sería una deshonra para la memoria de su padre.

—Lo entiendo...

—Supe lo que pasó con Ermac... Estoy segura de que Delancis debe estar enfadada consigo misma.

—Hoy ha sido duro para ella —respondo, mirando por la ventana. La noche es fría y oscura, sin luna. Apenas se distinguen los campos y casas al pasar—. Se despidió de su padre, y casi tuvo que despedirse de su hermano también... Espero que pronto encuentre la paz que necesita.

Entre mis manos sostengo el celular que me regaló el detective Kross. Parece que lo ha formateado antes de dármelo, y me siento aliviada por eso. Lo último que quiero es encontrarme con algo privado suyo.

Aprovecho el resto del viaje para configurarlo. Pensé que sería más complicado, pero resulta que no soy tan mala con la tecnología después de todo.

Cuando llegamos a la mansión, lo único en lo que puedo pensar es en ir directo a mi habitación y tirarme en la cama. Sé que conciliar el sueño no será fácil. Aún tengo el rostro de Ermac grabado en mi mente, y por momentos creo sentir la fragancia de Dimitri en el aire... Será difícil, pero necesito intentarlo. Tengo que dormir, necesito que este día termine lo antes posible.

CAPÍTULO 17: El lado amable de Lottie.

Estoy recostada en una cama amplia y extremadamente cómoda, envuelta en sábanas blancas, suaves como la seda. Pero este lugar… no parece la recámara que me asignaron en la mansión. Ni siquiera están mis estatuillas de la Virgencita.

¡Dios mío! ¿Cómo llegué aquí?

Aún acostada, giro la cabeza tratando de reconocer el entorno, pero no tengo suerte. Nunca antes había estado en este sitio. Es una habitación lujosa, con ventanales altos y alfombras elegantes. Al fondo, una chimenea encendida arroja un calor agradable, y dos sofás de cuero negro le dan un toque moderno. Las paredes están adornadas con retratos abstractos, de esos que son imposibles de entender. Y esculturas… hay muchas esculturas griegas. Me encantan las historias de la mitología antigua, así que, en cierto modo, este lugar debería agradarme. Pero algo no encaja.

Un disparo resuena en el aire, haciendo que mi cuerpo salte y el corazón me dé un vuelco. El miedo me invade al punto de esconderme bajo las sábanas, como si fuera una niña asustada por el cuco del armario… aunque este parece tener un arma.

—¡Boom, baby! ¡Es hora de celebrar! —una voz masculina irrumpe en el silencio, una voz que conozco demasiado bien.

Temblando, asomo la cabeza desde mi refugio improvisado y mis ojos se encuentran con él: el detective, con su desaliñada melena. Está de pie frente a mí, alto y flaco, vestido solo con un bóxer que, de alguna manera, parece combinar a la perfección con su pálida piel, tan blanca y mortecina como las velas en un velorio... Igual que las velas en el funeral de mi padre. Un momento… ¡esas mismas velas están aquí! Esto es demasiado extraño.

—Vamos, bebamos. ¡Celebremos, Inocencia! —dice con una botella en la mano, sus ojos brillando de manera inquietante.

El sonido que me asustó no fue un disparo, sino el corcho de una botella de licor que salió disparado. Respiro hondo para calmarme y veo al detective de pie, con la botella en mano, junto a la ventana. La luz del amanecer se filtra a través de las persianas, bañando la habitación en tonos cálidos.

—Disculpe, detective, pero yo no bebo.

—Tranquila, es juguito de pera —responde con una sonrisa despreocupada.

Llenando una copa hasta el borde, la deja con cuidado en la mesita de noche, al lado de la cama.

—Mira, también te preparé el desayuno —añade, su sonrisa ampliándose.

De repente, el ambiente cambia. Las suaves melodías de Bob Dylan empiezan a sonar en la habitación, y la reconocida Knockin' on Heaven's Door flota en el aire. Algo en la escena parece desconcertantemente íntimo, pero también extraño.

Al lado de la copa, veo un plato con una enorme hamburguesa, tan grande que está atravesada por un cuchillo en su centro. Como acompañamiento hay berenjenas y melocotones, una combinación que no parece tener ningún sentido.

—¿Qué estamos celebrando? —pregunto, incapaz de apartar la mirada de la hamburguesa, que parece aumentar de tamaño con cada segundo. Algo en ella me provoca un creciente malestar, como si escondiera algo que no puedo entender.

—No hagas preguntas y coge la hamburguesa. Te prometo que será la cogida de tu vida —responde una voz, pero ya no es la del detective.

Levanto la vista rápidamente, y para mi sorpresa, el detective ha desaparecido. Ahora, frente a mí, está Dimitri, mirándome con esa intensidad tan característica. ¿Cuándo llegó? ¿Cómo se fue el detective sin que lo notara? Esto no tiene ningún sentido, y la realidad parece volverse cada vez más confusa.

—¡Dimitri, aléjate! ¡No te acerques! —le exijo con firmeza, viendo cómo se aproxima con botella en mano, arrastrándose de rodillas sobre la cama.

En un abrir y cerrar de ojos, lo tengo encima, sus rodillas rozan mis caderas mientras bebe directamente del pico de la botella. Intento resistir cuando trata de quitarme las sábanas, pero me aferro a ellas con todas mis fuerzas. Las presiono contra mi pecho con desesperación, sintiendo cómo mi corazón se acelera. Estoy completamente desnuda debajo, y no quiero volver a pasar por lo que sucedió en el jacuzzi. Esta vez, no sé si podré detenerme.

—¡Pero qué mujer más terca, por Dios! —dice con una sonrisa coqueta, sin embargo, justo en ese momento, un sonido lo interrumpe. La melodía de un celular resuena por toda la habitación. Es mi celular, el que me regaló el detective.

—¡Oh, mierda! ¿Quién diablos molesta ahora? —refunfuña Dimitri, rodando los ojos mientras se acomoda en el colchón.

Miro la pantalla del celular, y para mi sorpresa, la llamada entrante es de alguien que aparece como «Manito Yisus». En la foto de perfil, Jesucristo sonríe ampliamente en una selfie, haciendo la señal de paz. 

Antes de que pueda procesar lo que está pasando, Dimitri me arrebata el celular de las manos, impidiéndome contestar. La frustración burbujea dentro de mí, ¿cómo se atreve? ¡No todos los días recibes una llamada de Jesucristo en tu propio celular!

Dimitri responde la llamada con una sonrisa maliciosa:

Yisus, deja de ser un cuñado tan fastidioso y déjanos tranquilos. Estoy a punto de echarme a tu hermanita.

—¡Por Dios, ¿cómo te atreves a hablarle así a Jesús?! —le recrimino, mi voz tiembla de rabia—. Y, para que lo sepas, sé a lo que te refieres, y déjame decirte que jamás va a pasar algo entre nosotros. Jamás seré tuya, Dimitri.

Él me mira, riendo como si supiera eso que yo no.

—No sé de qué hablas. Cuando dije «echarme a tu hermanita», me refería a esto —y, sin previo aviso, jala con fuerza las sábanas, dejándome completamente expuesta.

Antes de que pueda reaccionar, vacía la botella sobre mi cuerpo, pero en lugar de licor, lo que cae es una gruesa capa de pintura color almendra. Estoy bañada en pintura.

—¡¿Qué demonios estás haciendo?! ¡¿Por qué me tiras pintura?!

—Porque me encanta cómo se ve en ti. Y porque me excita su aroma —dice mientras sus manos empiezan a esparcirla por mi abdomen, masajeando la pintura sobre mi piel.

—¡Eres un enfermo! ¡Déjame en paz! —trato de moverme, de zafarme, pero es como si mi cuerpo pesara una tonelada. Cada intento de levantarme se siente inútil.

Dimitri me sonríe, sus ojos brillando con una mezcla de lujuria y crueldad.

— Vas a ser mía, aunque eso signifique arrastrarte a la fuerza.

—¡No! —grito, desesperada, y con un sobresalto me incorporo bruscamente.

Todo a mi alrededor es normal. Estoy en mi cama, en mi habitación, y mis estatuillas de la Virgencita están en su lugar. Solo fue una pesadilla, una horrenda y angustiante pesadilla. Mi corazón late con fuerza, pero al menos estoy a salvo.

Después de calmar los latidos acelerados de mi corazón y secar el sudor de mi frente, exhalo un suspiro profundo, aliviado. Me incorporo lentamente de la cama, todavía sintiendo el eco de esa horrible pesadilla. Me arrodillo sobre el suelo, como lo hago cada mañana, y comienzo a orar. Es una costumbre que me da paz, un recordatorio de que, sin importar lo que suceda, siempre hay que agradecer por el nuevo día y por las cosas buenas que están por llegar... ¿Si escuchaste bien, Dios?: «Cosas buenas que están por llegar».

Cuando termino, me dirijo al baño que está dentro de mi habitación. Al entrar, no puedo evitar admirar lo bonito que es, con sus baldosas color crema adornadas con detalles dorados. Las plantas cuidadosamente colocadas y los pequeños accesorios crean un ambiente tan relajante que me siento afortunada. Al abrir la cortina de la ducha, me encuentro con una elegante bañera, y no puedo evitar dar pequeños saltos de emoción. Definitivamente no voy a extrañar el viejo jacuzzi del convento.

Después de lavarme los dientes y refrescar mi rostro, regreso a la habitación, lista para elegir mi ropa antes de darme un baño. Al abrir el armario, me doy cuenta de lo mucho que necesito renovarlo. Mis prendas se ven desgastadas, los colores apagados por el tiempo y el uso. 

Justo cuando estoy debatiendo qué ponerme, un agudo grito corta el silencio de la mañana. Proviene del pasillo, y la curiosidad me empuja a salir a ver qué ocurre. Abro la puerta y me encuentro con la pequeña Marisol, su carita roja de llanto y sus ojos llenos de lágrimas.

—¡No quiero ir a la escuela! —grita, apretando con fuerza sus diminutos puños, la frustración reflejada en su mirada.

—¡Marisol, todos los días lo mismo contigo! —Delancis la regaña, claramente molesta—. ¡¿Ves lo que provocas?! ¡Ya estás despertando a la gente! —dice al verme aparecer.

—¡Dios, qué escándalo! —La puerta de enfrente se abre y aparece Lottie, con una bata oscura que, siendo tan corta y sexy, me hace sentir como una vieja curandera en comparación.

—Tita, quiero quedarme contigo —Marisol corre hacia las piernas de Lottie, haciendo pucheros. Lottie se agacha para acariciar sus rizos con ternura.

—Princesa, ve a la escuela, que cuando regreses jugaremos con tu plastilina —le dice con una sonrisa suave.

—Pero no quiero ir... Es aburrido —insiste Marisol, frunciendo el ceño.

—Nada de «peros». Anda con tu mami —responde Lottie, limpiándole las lágrimas con cariño.

Finalmente, Marisol asiente, más calmada, y deja que Delancis la tome de la mano. Mientras las observo, recuerdo haber oído ayer a Alexis gritarle a Lottie, diciendo que odiaba a esta familia. No puedo evitar pensar que eso está lejos de ser verdad.

—Lottie, dime tu secreto —dice Delancis con un suspiro—. ¿Cómo logras calmar a esta fiera?

—Solo necesitas ser una tía divertida —responde Lottie con un guiño.

—Entonces estoy perdida.

—Bueno, eres la madre, así que… sí —bromea Lottie, y ambas se ríen.

—Nos vamos ya —dice Delancis, exhalando con cansancio—. Hoy tengo que atender una citación del colegio y, después, quiero ir rápido al hospital a ver a Ermac.

—¿Cómo está? —pregunto, preocupada.

—Está estable, gracias a Dios. Mañana estará de vuelta en casa —contesta, con un alivio notable.

—Qué bien —digo, sintiéndome más tranquila.

—Me avisas cuando despierte. Quiero ir a visitarlo —añade Lottie, con tono sincero.

—Sí, claro. Yo te llamo —responde Delancis.

Observamos cómo Delancis se aleja por el pasillo con Marisol, quien cada pocos pasos se gira para mirarnos y despedirse, levantando su pequeña mano en un gesto adorable. Nosotras le devolvemos el saludo con una sonrisa, imitando su movimiento hasta que, finalmente, ambas desaparecen al doblar la esquina.

—¡Ino, quítate esa bata de niña fantasma! ¿Acaso pensabas asustar a alguien? —Lottie suelta, pero su tono no es tan amable como cuando está cerca de Marisol.

—Sí, ya iba a eso —respondo con una sonrisa incómoda.

—Por favor, que sea rápido —deja escapar una risa burlona.

—Tranquila, pronto compraré ropa nueva… Solo necesito encontrar un trabajo.

—No, todavía no busques trabajo —dice mientras acicala su larga cabellera ondulada.

—¿Por qué no?

—Mañana te dan los resultados del ADN. Si son positivos, tendrás un puesto asegurado en la fábrica de la familia.

—¿En serio?

—Sí, todos los Hikari trabajan allí.

—Definitivamente quiero lucir bien mañana. Estoy segura de que será un buen día y los resultados serán positivos.

Lottie me mira de arriba abajo, deteniéndose un poco más de lo necesario en mi vieja bata. Aunque lo disimula con una sonrisa, noto cómo frunce el ceño. Sé que está pensando lo mismo que yo: Si voy a estar viviendo en un lugar tan elegante, debería lucir más presentable. La tela está gastada, los bordes raídos, y todo grita urgencia.

—Mira, después de desayunar vamos al centro comercial a comprar ropa, yo invito. Ya cuando tengas dinero, me lo pagas.

—¡Te lo agradecería muchísimo!

De pronto, la puerta de la habitación contigua a la de Lottie se abre.

—¡Buen día! ¿Qué traman? —es Florence quien aparece, luciendo un pijama de pantaloncillos sumamente cortos.

—¡Florence, hoy es día de compras! —le anuncia Lottie.

—Si me dices dónde compraste ese babydoll, las acompaño —dice Florence con una sonrisa, y ambas se ven más animadas que nunca.

CAPÍTULO 18: La famosa Chica Pimienta.

Ir de compras es algo que parece fascinarles a todas las chicas, una actividad que nunca he hecho. Casi toda la ropa que tengo proviene de donaciones que llegaban al monasterio; eran pocas las veces que podía permitirme comprar algo con el escaso dinero que ganaba vendiendo mis rosarios y artesanías. Si acaso, me alcanzaba para un par de panties. Ser novicia no era precisamente una vida facil de llevar.

Mientras observo a Lottie y Florence lucir tan seguras y atractivas en sus diminutos pijamas, no puedo evitar preguntarme si yo me vería igual en algo así. Aunque, siendo sincera, no creo que me atrevería a usarlos. Solo imaginarme frente al espejo me produce una vergüenza inmensa. Por ahora, mi bata enorme es lo más cómodo que tengo; es tan vieja que casi puedo jurar que fue confeccionada en la Edad Media. Para no sentirme tan mal, suelo consolarme pensando que llevo el pijama de alguna antigua princesa. Sí, lo sé, mi mentalidad es de pobres, pero no podía ser de otra manera. Mantener la humildad y una autoestima baja era fundamental para mi vida de consagración.

—Divino mi babydoll, ¿verdad? Vamos a comprar uno para cada una —dice Lottie, girando sobre sí misma con una sonrisa coqueta.

—Yo no podría usar algo tan corto, chicas...

—¡Madre Teresa, sal de ese cuerpo! —Lottie se da un manotazo en la frente, visiblemente indignada—. Ino, basta... ¡deja ya de ser tan monja!

—Lottie, oficialmente aún soy una monja.

—Ay, por favor, ya supéralo mujer —bufa Lottie, mientras revuelve los ojos.

De pronto, desde el fondo del pasillo, aparece una impresionante rubia. Lleva puesto un traje floreado increíblemente corto que resalta su figura, y unos zapatos flat que no hacen ni el más mínimo ruido al caminar.

Ah, claro, la recuerdo de ayer. Es la chica del servicio que me ofreció aquel café hirviendo.

—¡Buenos días, chicas! —saluda con una sonrisa deslumbrante.

—¡Chica Pimienta! —Lottie la recibe con el mismo entusiasmo.

—Pimientita, buen día —Florence también le sonríe con complicidad.

—¿Pimienta? —pregunto, arqueando una ceja, confundida.

La rubia me observa con curiosidad, como si intentara ubicarme, y de repente chasquea los dedos.

—¡Ah, ya sé! Eres tú, la chica con la mirada perdida.

—Sí... Je, je... También te recuerdo. —Le extiendo mi mano—. Soy Inocencia, mucho gusto... —mi voz se apaga, sin saber su nombre.

Ella estrecha mi mano con alegría, es innegablemente encantadora.

—Llámame Pimientita, todos me dicen así. Es mi nombre artístico.

—¿Artístico? —repito, asombrada—. ¿Eres actriz? —pregunto, mis ojos deben estar brillando de emoción.

—Inocencia, soy toda una estrella —responde con seguridad.

—¡¿En serio?! 

—Sí, estrella porno —responde con la misma sonrisa radiante, mientras la mía se desmorona por completo, transformándose en algo mucho menos... encantador.

Ella es una estrella… ¡estrella porno! ¡Virgen santísima! Esto es como si un Digimon se encontrara frente a un Pokémon; yo sería como un pequeño huevo Digimon, y ella… ¡ella sería la Pokemona legendaria del pecado mismo!

—¿Po-Po-Porno? —tartamudeo, mientras el silencio se extiende y todas nos quedamos congeladas.

—Sí, me tienen secuestrada en esta casa —responde, aún con esa sonrisa imperturbable.

—¡¿Qué?! —me exalto al escuchar semejante declaración.

—¿Has visto mis películas? —pregunta sin un atisbo de vergüenza.

¿Cómo puede seguir diciendo esas cosas con una sonrisa tan relajada?... ¡Ah, ya lo pillé! Seguro estoy entendiendo mal.

—¡Ja, ja!… Es una broma, ¿no? Yo siempre tomándome todo tan en serio.

Intento sostener la sonrisa, pero al mirar a Lottie y Florence, noto que sus rostros siguen igual de petrificados. Nadie se ríe. Mi sonrisa se desmorona en un segundo.

Florence intenta soltar unas carcajadas forzadas que no convencen a nadie y dice:

—Qué chistosa… Siempre con tus bromas, Pimientita.

—No, no es broma —Pimientita aclara con total seriedad, y sin inmutarse, comienza a contar—. Hace más de un año que Ermac me trajo a esta casa, me sacó del mundo del porno y ahora me tiene aquí. Solo puedo salir con él o si me da permiso… Pero no me quejo, vivo como una reina en esta mansión. Es enorme.

Mis ojos se abren desmesuradamente y giro, desesperada, hacia Lottie y Florence, esperando una explicación. Lottie es la primera en reaccionar.

—Sí, es cierto. Es actriz porno. —Lottie suspira profundamente, se recuesta contra la pared y continúa—. Chica Pimienta es el amor platónico de Ermac. La mandó a buscar, y ahora la tiene cautiva aquí, en la mansión. ¿Qué te puedo decir? El desgraciado tiene complejo de sultán.

—Pe-Pero… ayer la vi con uniforme de maid —digo, aún procesando todo lo que acabo de escuchar.

—Sí, es que me encanta la cocina —responde Pimientita con total naturalidad—. Siempre ayudo a la chef, así que, si necesitas algo, ya sabes dónde encontrarme.

—Pero, Pimientita...

—¡Ah, por cierto! —me interrumpe con peculiar sonrisa encantadora—, el desayuno estará listo en quince minutos, así que pueden pasar al comedor cuando quieran.

—¡Gracias, Pimientita! ¡Bye! —Lottie responde rápidamente antes de escabullirse a su habitación, como si estuviera huyendo de mis preguntas.

—¿Florence...? —intento continuar, buscando alguna explicación.

—¡Me voy a duchar! —Florence me corta con rapidez, y sin darme tiempo a reaccionar, desaparece detrás de su puerta—. Nos vemos en el desayuno.

Cuando me giro para mirar a Pimientita, ya la veo caminando hacia el final del pasillo. No tarda en doblar la esquina, y la pierdo de vista.

Me quedo allí, en medio del pasillo, completamente anonadada... Creo que lo mejor será entrar a bañarme y procesar todo esto más tarde.

Me encuentro sumergida en la blanca bañera, dejando que el calor del agua relaje mi cuerpo, perfecto para un diciembre que no solo golpea con su frío. El vapor asciende lentamente hasta el techo, envolviendo el baño en un aroma delicioso de canela y manzana, me gusta este olor.

—Una estrella porno en esta familia... quién lo hubiera imaginado —susurro en voz baja, hablando conmigo misma mientras trato de asimilarlo.

Hay algo muy raro en todo esto. Esta familia oculta secretos que apenas empiezo a vislumbrar, y Pimientita podría ser la clave para entenderlos. Parece alguien de quien podría sacar información fácilmente.

Salgo de la bañera, envuelvo mi cuerpo y mi cabello en toallas. Al retornar a mi habitación, abro el armario y escojo lo que mejor me queda: una falda negra que me llega justo a las rodillas y una camisa rosada con pequeñas bolitas rojas. Lista para enfrentar otro día en esta peculiar casa.

Al salir de mi recámara, me encuentro en el pasillo con Alexis Evans. Su cabello rubio está perfectamente peinado, y lleva puesta una camisa azul navy con pantalones negros. Ayer me di cuenta de que él no es un simple mayordomo; parece ser la mano derecha de Delancis, probablemente encargado de la seguridad de la familia. Su presencia siempre es impecable, como si estuviera listo para cualquier eventualidad.

Al verme, Alexis se percata de mi presencia y me saluda con una sonrisa cordial.

—Buenos días, Inocencia.

—Buen día —le respondo—. ¿Vas a ir a desayunar con los demás?

—Sí —dice mientras ajusta los puños de su camisa—. Los Hikari nos tratan como si fuéramos parte de la familia, formamos parte de todas sus reuniones y comidas. ¿No es eso muy generoso de su parte? —me pregunta con una sonrisa—. Es sorprendente que los hijos de unos simples sirvientes tengan la oportunidad de codearse con la alta sociedad.

Entonces no es solo la riqueza lo que distingue a esta familia, sino también su capacidad para mantener ese aire de grandeza sin volverse distantes. De alguna manera, hacen que todo el que está cerca de ellos se sienta parte de algo más grande, algo especial.

Mientras caminamos por el pasillo, la conversación continúa fluyendo con naturalidad.

—Alexis, ¿tus padres también trabajaban aquí?

—Sí, pero ya se jubilaron —responde con un tono amable—. Sin embargo, mi madre aún vive aquí porque es inválida y necesita de nuestros cuidados.

—Me encantaría conocerla algún día —comento con interés.

—Tal vez pronto. Aunque te advierto que prefiere mantenerse en su habitación, no es muy sociable.

Descendemos las escaleras del vestíbulo y giramos hacia la izquierda, avanzando por un pasillo que conduce a la cocina. Al entrar en el comedor, me sorprende el tamaño de la mesa: es lo suficientemente grande como para acomodar unas doce personas. La cantidad de comida dispuesta sobre ella parece capaz de alimentar a medio monasterio. La familia Hikari sabe cómo agasajar a sus invitados, y no es de extrañar considerando lo numerosa que es.

Allí están: Delancis, Marisol, Doña Murgos, Florence, y Lottie. Cuando esta última ve a Alexis entrar conmigo, pone los ojos en blanco y tuerce la boca con clara desaprobación. Parece que la presencia de Alexis no le agrada del todo, aunque él permanece imperturbable, manteniendo su habitual porte impecable.

—Buenos días, Sor Inocencia. Tome asiento, por favor —dice Doña Murgos con una sonrisa amable, señalando una silla para invitarme a sentar.

—Gracias por permitirme estar aquí —respondo con gratitud.

—Siéntete como en familia —añade Delancis, devolviéndome una sonrisa cálida.

—Gracias —digo nuevamente, acomodándome en la silla.

De repente, Marisol, con su voz infantil pero determinada, interviene:

—Mami, quiero que alejen mi comida de esa mujer —me observa con una mezcla de desconfianza y curiosidad, como si yo fuera una villana en su reino de princesas.

—¡Marisol! —Delancis la regaña en un susurro, claramente molesta por la actitud de su hija.

Intento suavizar la situación con una sonrisa.

—No te preocupes, pequeña. Jamás tocaría tu comida.

—Más te vale, ex-tra-ña —responde Marisol, pronunciando cada sílaba con un tono serio, mientras sus diminutos dedos trazan la clásica señal de «te estaré vigilando». Su actitud, tan ácida y al mismo tiempo tierna, me arranca una sonrisa involuntaria.

—¡Bueno, bueno, bueno!... —Doña Murgos se aclara la garganta, tomando el control de la conversación—. Estoy muy hambrienta, así que empecemos con esto rápido. Ya que hoy tenemos a una invitada religiosa, aprovechémoslo y que ella haga las oraciones — añade, y murmura—. Estoy harta de las oraciones mediocres de esta gente.

—Vieja mal agradecida, se supone que eres católica a muerte —refunfuña Lottie, rodando los ojos.

—¡Santo Padre!... ¡Necesitamos oraciones de verdad, oraciones de calidad! —Doña Murgos la interrumpe, exasperada—. En tu última oración le pediste al Señor que me mandara chapas nuevas.

—Ya... paren... —Delancis se ve al borde de la paciencia.

—¡Ay, anciana!, tengo que pedirle a Dios cosas posibles, que aterricen en la realidad. No puedo pedirle tetas nuevas para ti, por más caídas que las tengas, eso no lo resuelve el Todopoderoso.

—¿Y quién te dijo que necesito tetas nuevas?... ¿Eh? ¿Eh? —La mirada de Doña Murgos recorre la mesa, desafiando a todos—. Todavía puedo excitarme con facilidad cuando las toco, aún siento ese calor en mis pezones.

—Madre... —Delancis desvía la mirada, visiblemente avergonzada—, tienes las tetas dentro de tu avena.

—¡AY, MADRE MÍA! ¡Con razón el cosquilleo! —exclama Doña Murgos, sacando sus pechos embarrados de la hirviente avena. Al verla salir del comedor con las tetas cubiertas de avena, la escena es tan absurda que todos estallan en carcajadas, sin poder contenerse.

—¡Ay, coño!... ¡Me muero! —Lottie no puede contener las carcajadas, esas que son tan contagiosas que te arrancan una sonrisa aunque no quieras—. De seguro esos senos ya hasta perdieron la sensibilidad. ¡Esas tetas pueden jalar miles de carretas sin sentir nada!

—¡Ja! De esas tetas se podría sacar un buen cuero para zapatos —dice Alexis, ahogando la risa.

—No quiero las tetas de Doña Murgos en mis pies —Delancis, pese a su intento de ser seria, se une a las risas burlándose también de su madre.

En ese momento, Doña Murgos vuelve al comedor. Su vestido está completamente empapado; parece que, al intentar limpiarse, se echó agua en el pecho, el abdomen y hasta en las piernas. El desastre es evidente, pero ella lo ignora con dignidad.

—¡Ingratos! —exclama con una expresión que no deja claro si está molesta o si también le sigue al chiste—. ¡¿Aún se están burlando de mí?! ¡Esto es intolerable para una mujer de mi edad!

—Edad medieval —responde Delancis, enrojeciendo mientras la risa vuelve a ganarle.

—¡Ay, Dios mío! —Doña Murgos levanta las manos al cielo, en una dramática súplica—. ¡Qué dolor tan grande! ¡Mi propia hija se burla de mí!

—Vamos, ya dejen de reírse de Doña Murgos —pide Florence, aunque apenas puede contener sus propias risas.

—No nos estamos riendo «de ella», nos estamos riendo «con ella», ahí está la diferencia —responde Alexis, limpiándose las lágrimas mientras aún ríe.

De repente, siento una presencia sombría a mi derecha, justo en la entrada del comedor. Es un aura pesada y oscura que me provoca escalofríos y silencia la conversación. Para saciar mi curiosidad, giro lentamente la mirada, y mis ojos se encuentran con un hombre de porte refinado, vestido de etiqueta. Es de estatura promedio, con cabello canoso y ojos castaños que se asoman tras los cristales de unos elegantes anteojos de marco negro. Se apoya en un bastón sofisticado, cuya empuñadura tiene la distintiva forma de una cabeza de león, añadiendo un toque de distinción a su porte.

Reconozco ese bastón; este es el hombre que dio el discurso en el sepelio. Es el hermano de Don Gabriel, mi posible tío.

—¡Tío-abuelo Yonel! Están molestando a la abuela Murgos y no oran, ¡y yo tengo mucha hambrita! —exclama Marisol, haciendo pucheros falsos.

—No te preocupes, locurita. Tus tíos-abuelos han llegado para poner orden en esta familia.

—¿A qué te refieres con «han llegado»? —pregunta Delancis, con el ceño fruncido.

El suspenso se siente entre los presentes, mientras el tío Yonel se vuelve hacia la entrada, como si supiera que alguien está a punto de aparecer.

—¡Ya no se hagan los importantes! ¿Acaso quieren entrar con redobles de tambores?

—¡Bom dia a todos! —resuena una voz vibrante. ¡Qué entrada tan impresionante!

En el umbral, irrumpe una joven de belleza deslumbrante y figura impecable, probablemente de unos veintiséis años. Su cabello negro y brillante cae hasta la barbilla, enmarcando un rostro de rasgos perfectos, mientras que sus amplios ojos color miel destilan vivacidad. Lleva un lápiz labial escarlata que acentúa sus labios gruesos, y su vestido negro corto, que parece recién salido de una pasarela. Alza los brazos como si quisiera exhibir los paquetes de boutiques que sostiene en sus manos, y da un giro completo, sonriendo con una dentadura perfectamente alineada y radiante.

—¡Valentine! —exclama Florence, sorprendida y encantada al verla.

—Prima, te estábamos esperando ayer —la saluda Delancis con una amplia sonrisa.

—Valen, pendeja. Hacías falta —agrega Lottie, uniéndose al saludo.

En ese momento, escucho pasos acercándose por el pasillo.

—Nos cancelaron el vuelo — resuena la voz de un hombre desde el pasillo, con un tono suave y cansado—, así que tuvimos que quedarnos un día más en Brasil.

En la entrada del comedor aparece un hombre de avanzada edad, su estatura es más baja que la de Don Yonel, y llega arrastrando unas maletas. Luce un elegante traje gris y se detiene justo al lado de mi posible prima, ofreciéndole una sonrisa cálida. Su rostro es amable, con mejillas sonrosadas y un poco de sobrepeso; sus ojos color miel destilan bondad, y aunque parece que se pinta el pelo, su apariencia lo hace ver más viejo que Yonel.

—¡Tío Edward, bienvenido! —lo saluda Delancis con ternura.

CAPÍTULO 19: El desayuno familiar.

Ya estamos todos sentados en la mesa del comedor, y como era de esperarse, varias miradas se posan sobre mí. Detesto ser el centro de atención, sentirme como la intrusa, la extraña que irrumpe en sus momentos familiares. El ambiente es incómodo, y cada vez que busco refugio en los ojos de alguno de mis posibles hermanos, me encuentro atrapada en un misterio impenetrable. Nadie parece querer hablar de mí ni preguntar por mi presencia; todos esperan que alguien rompa el silencio, todos prefieren callar.

Doña Murgos, sentada en la cabecera, finalmente rompe la tensión al aclarar su garganta:

—Cuñados, sobrina... Ya que nadie se molesta en presentar a nuestra invitada, me tomaré la libertad. Les presento a Sor Inocencia, amiga de mi hijo… y monja.

—¿Qué está tramando tu hijo, Murgos? —interrumpe Don Yonel con una sonrisa cínica—. Primero trae a una estrella porno y ahora... ¿una monja?

Del otro lado de la mesa, Delancis se lleva dos dedos a la raíz de la nariz y cierra los ojos con frustración. Luego, con un leve gesto, indica a una de las chicas del servicio que se lleve a Marisol.

Todos observan en silencio cómo la pequeña abandona la habitación frunciendo el entrecejo y haciendo pucheros, y solo entonces la conversación retoma su curso.

—¡¿Una estrella porno?! —Valentine parece fascinada, como si acabara de escuchar un chisme de lo más jugoso.

—Estrella porno y una monja… —dice Don Edward con una sonrisa traviesa—. El trío del siglo. Mi sobrino es un genio.

—No, Edward —responde Doña Murgos, indignada—. Es una monja respetable. La invité a quedarse para que espante los demonios atolondrados de Charlotte.

—¡¿Qué?! —Lottie estalla en carcajadas—. Doña Mugre, ¡qué ilusa!... Ella no está aquí para eso, ella está...

Pero antes de que pueda continuar, la mirada fulminante de Delancis la obliga a detenerse en seco.

—¿Qué intentas decir, mujer? —exige Doña Murgos, clavando sus ojos en Lottie.

Lottie toma una bocanada de aire, buscando apoyo en las miradas de Delancis y Florence, pero parece que ellas tampoco saben qué decir.

De pronto, el ruido de una silla arrastrándose sobre el suelo corta el silencio de la sala, alertando a todos los presentes. Don Yonel se ha puesto de pie, y su mirada está fija en mí, intensa, como si pudiera ver a través de mi alma, como si hubiese desnudado cada rincón de mis pensamientos.

—Es tan evidente, Murgos... Tú siempre tan aérea por la vida —dice, con una voz cargada de reproche.

Su presencia, cada vez más imponente con cada paso que da hacia mí, me inunda de un miedo creciente. Su rostro es inexpresivo, y el aire se vuelve denso con ese misterio que carga y que me pone los nervios de punta. Puedo sentir el latido de mi corazón resonar en cada parte de mi cuerpo: en la garganta, los brazos, la espalda, las rodillas… ¡estoy aterrada! En silencio, imploro que algún milagro me libre de lo que está por venir. 

Con cada golpe que su bastón da contra el suelo, mi cuerpo se tensa, mis hombros se elevan, y cierro los ojos en un intento desesperado por escapar de esa sensación de terror.

—Ojos castaños, profundos… como los de Gabriel —dice, dando otro golpe con el bastón, y yo salto sobre la silla—. Una nariz perfectamente perfilada, idéntica a la de Gabriel. —Está justo detrás de mí, da otro golpe contra el suelo provocando que apriete mis glúteos—. Y esa cabellera castaña con destellos cobrizos… o como Gabriel solía decir: fibras de oro.

Miro a Doña Murgos en busca de una señal, de algún gesto que me devuelva la calma, pero solo veo cómo se ajusta las gafas, su boca entreabierta, como si luchara por procesar lo que acaba de oír. Algo en su expresión me dice que el Don Yonel ha logrado convencerla.

—Yonel, qué buen observador eres, tienes toda la boca llena de razón —dice Don Edward, visiblemente sorprendido, como si acabara de descubrir una verdad incómoda.

—¿Quién es su madre, Sor Inocencia? —pregunta Doña Murgos con un tono serio, donde se deja entrever un rastro de molestia.

Hago un esfuerzo por recordar el nombre que vi en los documentos que me entregó Sor Daiputah. Tomo una respiración profunda antes de responder.

—Mi madre se llamaba... Miriam Douglas —digo finalmente, sintiendo cómo la tensión en el aire se espesa aún más.

El silencio que sigue es abrumador. Don Yonel, tras una profunda exhalación, comienza a caminar de vuelta a su asiento. Su bastón tiembla más de lo habitual con cada paso, y no aparta los ojos de mí, como si estuviera evaluando cada uno de mis gestos. Cuando finalmente se sienta frente a mí, su mirada es implacable. Su mentón está alzado y la mandíbula apretada, su expresión seria roza el disgusto. La atmósfera se vuelve sofocante; es como si me encontrara frente al propio padrino de una mafia, sometida a un juicio silencioso.

«¡Oh, no... por Dios!... ¡¿Por qué justo ahora?!». El pánico se apodera de mí, y siento un súbito retortijón en el estómago. Los nervios me han jugado una mala pasada, y ahora, de manera desesperada, necesito encontrar un baño... ¡urgente!

—Hija de Miriam... —murmura Don Edward, dejando claro que muchos aquí recuerdan a mi madre, aunque intuyo que ninguno sabía de mi existencia.

—¿Y te atreves a aparecer ahora que Gabriel ha muerto? —Don Yonel me lanza una mirada penetrante, y yo sacudo la cabeza tan rápido como mis nervios me lo permiten.

—N-No es lo que parece...

—Tal vez sí sea hija de aquella mujer, pero eso no significa que sea una Hikari. Lo confirmaremos con los exámenes de ADN —interviene Delancis, y no puedo evitar sospechar que en algún momento ella también conoció a mi madre.

—Descarada... venir justo cuando Gabriel ya no está... —murmura Don Yonel, su desprecio evidente.

—No te preocupes, tío. Si resulta ser una Hikari, me aseguraré de que no le toque ni un centavo de la herencia —dice Delancis con frialdad.

El dolor que siento no es por quedarme sin una herencia, sino por la indiferencia y el egoísmo que veo en cada uno de ellos. La sangre no tiene peso para ellos, ni siquiera para considerarme digna de una pequeña parte. Y esa pequeña parte que muy bien me ayudaría a comenzar esta nueva etapa de mi vida.

—No he venido por dinero...

—Sí... Claro...

—Bueno, ya basta de este tema —interrumpe Doña Murgos, tajante—. Inocencia iba a hacer la oración antes del desayuno. Ya puedes empezar, Inocencia.

¡Oh, Jesucristo! Y yo que aún no me repongo de los nervios... Dicen que siempre hay una primera vez para todo, y bueno..., esta es la primera vez que me toca iniciar una oración con una urgencia abrumadora de ir al baño. Estoy con el inquilino asomándose por la puerta, con el ancla a punto de ser soltada, con un misil a punto de ser lanzado, con muchas ganas de descomer.

—¡O-Ok!, tomémonos todos de las manos —digo, intentando mantener la compostura. Todos cierran los ojos y se toman de las manos, mientras yo, entre apretón y apretón, aprieto el ojete al sentir otro calambre de tripa.

—Inocencia, ¿te encuentras bien?, estás fría— me susurra Florence al sentir mi mano sudada y temblorosa.

—Necesito un baño. Apenas termine esto, ¿me acompañas a buscar uno? —le susurro entre dientes, rezando por que mi voz no revele el pánico.

—¡Claro! —me sonríe con una amabilidad que en este momento es mi única tabla de salvación.

Con la mayor brevedad posible, comienzo la oración, apresurada, sin pausas ni respiro, sin puntos ni comas:

—Dios misericordioso que estás en los cielos bendice esta comida y a cada una de las personas que están en esta mesa bendice con un plato a quienes no tienen que comer y que el pan les dé salud y bienestar a las personas que lo necesiten porque nos das de comer muchas gracias Señor amén —todos responden con un confuso «amén» mientras empiezan a servirse lo que encuentran en la mesa.

—¡Vamos, Florence! —le susurro de inmediato, y ella, sin hacer preguntas, se levanta conmigo.

«Perdóname, Padre, por la oración tan atropellada, pero es que me urge un baño», pienso mientras casi corro hacia el pasillo.

—Ahora volvemos, vamos al baño —dice Florence, cubriéndome las espaldas.

Acelero el paso con urgencia, intentando mantener la compostura mientras mi estómago grita en rebeldía.

—Ino, es aquí —me señala Florence, y aunque es la primera vez que me llaman así, no puedo ni detenerme a procesarlo.

Entro rápidamente al baño, subo la falda y, sin perder tiempo, el panti cae al suelo. Me dejo caer sobre el inodoro, soltando un suspiro de puro alivio. Gimo en silencio, sintiendo que este es uno de los placeres más subestimados de la vida. Cierro los ojos por un segundo y, en mi mente, veo nutrias deslizándose sobre un río.

Con el alma en paz, bajo la cadena y me lavo las manos. «Mucho mejor».

Al salir del baño, dejo escapar un gran suspiro de alivio, y Florence me recibe con una sonrisa. Espero que no haya escuchado todo el concierto que se desató ahí dentro. Qué vergüenza.

—Mírate, ya te ha vuelto el color al rostro —bromea Florence, arrancándome una risa.

—¡Pensé que no lo lograría! —le respondo, todavía aliviada.

Caminamos de regreso por el pasillo, y en el trayecto nos encontramos con Pimientita, quien lleva una bandeja llena de frutas.

—¿Más comida, Pimientita? —pregunta Florence con curiosidad.

—Sí, ha llegado más gente, así que estamos preparando más desayuno —responde ella con su habitual energía.

—Me encantaría ayudar en la cocina, no soy una experta, pero me gusta colaborar en las tareas de la casa —le digo a Pimientita con una sonrisa.

—Ok, pero ya será mañana, porque hoy nos vamos de compras. ¿O ya lo olvidaste? —me recuerda Florence.

—¡Oh, por Dios! Llévenme con ustedes —dice Pimientita, emocionada y casi desesperada, lo que provoca ternura.

Florence se detiene justo antes de entrar al comedor y la mira con cierta compasión.

—Pero… es que Ermac...

—Florence, Ermac no está —le responde Pimientita rápidamente.

—Ok —acepta Florence sin más, y entramos al comedor.

Esta vez, la atención no está centrada en mí, sino en la impresionante rubia que camina a mi lado.

—Les traje frutas para acompañar el desayuno —dice Pimientita con una sonrisa gentil.

—¡No puede ser! —Valentine se levanta de golpe, visiblemente sorprendida—. ¡Tú eres Chica Pimienta, ¿verdad?! —sonríe emocionada, como si estuviera viendo a su ídolo.

—Sí, mucho gusto en conocerlos a todos —responde Pimientita, educada pero algo apenada.

Don Yonel frunce el ceño, pero eso no le impide recorrerla de pies a cabeza con la mirada. Mientras tanto, Don Edward la observa con ojos aparentemente distraídos, pero cada tanto le lanza una mirada fugaz, disimulada, recorriéndola de manera casi imperceptible para los demás. Y qué decir de Valentine, ella no puede disimular su interés, mordiéndose el labio inferior... Ah, así que era ella de quien hablaba Delancis.

—Por favor, Chica Pimienta, siéntate a comer con nosotros —Valentine le ofrece la silla a su lado, la única disponible, la que Marisol ocupaba hace un rato.

—No, qué pena... ¿Cómo crees? —dice Pimientita, ruborizada.

—Sí, sí, ven, acompáñanos —insiste Delancis, gesticulando para que tome asiento.

Finalmente, Pimientita se sienta, y el desayuno comienza bajo una incómoda atmósfera de silencios prolongados, solo interrumpidos por el sonido de los cubiertos chocando contra los platos. De vez en cuando, alguien pide algo de la mesa, pero siempre con ese aire de tensión, cizaña y misterio que flota en el ambiente. A Pimientita parece no afectarle tanto como a mí. Nos hemos convertido en el foco de atención de la familia. Don Yonel sigue lanzándome esas miradas frías que me hielan la sangre. Cada vez que Pimientita atrapa a Don Edward mirándola, él le responde con una sonrisa amigable, y Valentine, en cada oportunidad, desliza su mirada hacia el escote de la chica. Pobre mujer, ni siquiera la dejan comer en paz.

—Flor... —iba a pedirle que me pasara el pan, pero me quedo callada al notar la desilusión en sus ojos, una desilusión que parece estar dirigida hacia alguien en particular... Valentine.

CAPÍTULO 20: Perspectiva de Marisol Diamond.

Narrado desde la perspectiva de la pequeña Marisol.

¡No es justo! Otra vez mami me manda a sacar del lugar como si no fuera parte de la familia, y eso me pone triste. Yo quería quedarme y pasarla bien con todos, es tan divertido cuando tita Lottie discute con la abu. Me río mucho cuando eso pasa, ¡es como ver Plaza Sésamo! Pero no, esta vez mi abu decidió presentar a la ladrona de juguitos. Creo que la llamó monja... o sea, que es de la misma clase que Pimientita.

Lo sé porque me acuerdo bien del día que vi a Pimientita por primera vez. Yo iba saliendo del cuarto de mami, muy feliz, saltando con mi muñeca en brazos. Acababa de bañarla con perfume, porque mi Agosta siempre se baña con perfume caro. Sí, Agosta es mi muñeca, y le puse ese nombre porque su papá se llama Julio. Aunque él nunca supo que era su papi, porque cada vez que quería decírselo, salía corriendo por toda la escuela. Al final, decidí ser madre soltierra.

Ah, cierto..., estaba recodando el por qué sé que Pimientita es una monja.

I Iba saltando por el pasillo con Agosta en brazos, cuando, al pasar cerca del cuarto del tito Ermac, escuché cómo le decía a Pimientita que estaba muy monjada y que la iba a forrar. Yo creo que quería forrarla con toallas, porque si estaba tan monjada, seguro era para secarla. Parece que siempre anda así, monjada por la vida.

—Marisol, come rápido que tu mami no tarda en venir a buscarte —me dice la Trans, que me trajo a la cocina. Mi tita Lottie dice que le llaman así porque le gustan los Transformers.

—Ni creas que te voy a hacer caso; voy a comer, y solo porque tengo hambrita —respondo, sin soltar mi tenedor.

—Lo que usted diga, my lady —me contesta con una risa.

—No te rías, estoy enonjada —arrugo la frente, hago piquito y cruzo los brazos—. No debería estar comiendo en la cocina, ¡es una falta de respeto a mi persona!

—¡Mírate, eres una mini Murgos! —me jala los cachetes.

—Yo no soy tan vieja.

—Tu abu no siempre fue vieja, corazón —responde mi mami, que acaba de entrar a la cocina—, de joven era un tremendo pedazo de rubia.

—¿Mi abu era linda?

—Tu abu era la sensación del bloque de su época.

—¿Cómo así? No entendí...

—Que tu abuela era hermosa… Un momento… Para nosotras, aún lo es —me sonríe mi mami, y su sonrisa también es muy linda.

Salimos de la cocina de la mano, y en el pasillo nos encontramos con la ladrona de juguitos, mi tita Lottie, tita Valen, Pimientita y Florence. Todas están riéndose de algo.

—Chicas, ¿qué traman? —les pregunta mi mami.

—Hoy es día de compras, ya estamos por salir —responde Florence, con una sonrisa.

En eso, tita Valen se acerca, levanto la cabeza para ver su rostro, y me sorprende con un beso en la frente. Parece que quiere decirme algo.

—Marisol, dime, ¿qué quieres que te compremos? —pregunta, muy sonriente, mientras se agacha frente a mí—. Traeremos algo especial para ti.

Pienso un momento, y luego le respondo:

—Quiero una muñeca de trapo.

—¿De trapo? Qué humilde —dice Florence, sonriéndome con ternura.

—¡Ay sí, tráiganme la insulina! ¡Esto es demasiada dulzura! —exclama tita Valen, riendo mientras mira a las demás.

Tita, por favor, es que necesito una sirventa.

Todos se queda en silencio, incluso mi mami parece congelada. Mi tita Valen abre los ojos como platos y su boca parece un pozo enorme. Pero entonces, de la nada, empieza a reírse como loca, y, como si fuera contagioso, todas las demás le siguen el juego, riéndose de mí también.

—¿Humildad? ¡Ella es la vil ama! —dice mi tita Lottie entre carcajadas.

Yo no sé exactamente qué es humildad. Una vez escuché a Alexis decirle a mi mami que había encontrado humildad en las paredes del vestíbulo. ¿Será algo que se pierde por ahí y luego lo encuentras?

—Delancis, necesito hablarte de algo que me pasó ayer en Brentford, es importante —interrumpe la ladrona de juguitos, tratando de robarse mi momento con mi mami.

—¿Podemos hablarlo cuando regrese? Es que tengo que ir al colegio de Marisol, y ya voy tarde —le responde mi mami mientras me agarra de la mano.

Aprovecho para sacarle la lengua a la ladrona. Ella me sonríe como si nada, pero yo sé que por dentro está ardiendo de rabia. ¡No me engaña!

Cuando estamos a punto de salir de casa, mi mami me pone un gorro, guantes y me envuelve el cuello con una bufanda bien apretada. Me siento como una momia, pero ella dice que es para que no me enferme. Las chicas ya se subieron a la camioneta de tita Valen y se fueron, así que ahora solo estamos mi mami y yo.

Al salir por la puerta, el frío se siente fuerte en la carita, y al pisar la nieve, me hundo hasta las rodillas. Intento llorar un poco para que mi mami me cargue, y lo consigo. Me levanta en sus brazos y me lleva cargada hasta su camioneta.

—Parece que la nieve va a quedarse por más tiempo —dice mi mami, mirando cómo los copos caen a nuestro alrededor.

A mí me gustaría correr en la nieve, hacer ángeles o lanzar bolas, pero no quiero parecer loca y además no tengo a quién lanzarle una bola de nieve. Hacer cosas sola no es divertido.

—Bien, vamos a asegurarte en tu silla. —Mi mami me coloca en mi asiento y me abrocha el cinturón con cuidado. Luego cierra la puerta y cruza frente al auto para subirse al asiento del conductor.

Desde mi asiento, la veo acomodarse, encender la camioneta y acomoda un pequeño espejito que usa para verme mientras maneja.

—Dime, ¿por qué no quieres ir al colegio? —pregunta mientras me mira por el espejito—. ¿Alguien te está molestando en la escuela?

—Ojalá fuera eso, mami.

—¿Entonces?

Miro por la ventana, viendo cómo los jardines están cubiertos de nieve y los árboles se ven pelones, como si sus ramas fueran manos y con ellas intenta sostener la nieve. También veo las fuentes congeladas y me pregunto si podría caminar sobre todo ese hielo sin caerme.

—Marisol... te estoy hablando...

—¿Qué, mami?

Ella suelta un suspiro grande, tanto que hasta puedo ver el vapor salir de su boca, y me mira con sus ojos medio cerrados.

—Te pregunté qué es lo que te pasa en el colegio.

—Es que me aburro...

—¿Y tus amiguitos?

Nu tengo amiguitos, mami. Todos me huyen, cuando me acerco a ellos, se van corriendo.

Mi mami se frota la parte de atrás del cuello como si le doliera, ella está molesta.

—¡¿Cómo no van a tenerte miedo, Marisol?! —me dice, mirándome con seriedad a través del espejito—. ¡Has estado diciendo por ahí que eres hija de la mafia! Ahora nadie quiere acercarse a ti.

—Mami, ¿puedes ponee a Cardi B?

—¡No! —me responde cortante—. Y deja de escuchar esa música.

—Es que las niñas de mi clase la escuchan, y pensé que si yo también la escuchaba podrían ser mis amigas.

—Pues busca amigas que no escuchen esas... cosas.

—Pero es que ya me gusta, mami.

—Dios te salve, Marisol... —suspira ella, frustrada.

Nos detenemos en un semáforo, y mi mami aprovecha para revisar su celular. De repente, me mira con una sonrisa.

—Mira, Marisol, vamos a escuchar a la vaca Lola.

Y empieza esa vaina a sonar en el auto.

—Mami, nu quiero escuchar eso. Ya sé que la maldita vaca tiene cabeza y tiene cola, hace años que lo sé.

—No me importa —me responde firme—. Vas a escuchar a la vaca Lola hasta que lleguemos a la escuela.

Y así, mi mami me obliga a escuchar el fastidioso Muuuuhh de la vaca Lola durante todo el camino. Ni siquiera puedo disfrutar del paisaje, porque esa maldita canción arruina todas mis ganas de mirar por la ventana.

¡Por fin llegamos a la escuela! Mi mami me desabrocha los seguros de la silla, y salto de la camioneta lo más rápido que puedo, sintiendo ese "Libre soy" de Frozen corriendo por todo mi cuerpo. ¡Por fin me liberé de la tortura de la vaca Lola!

—¡Marisol, no corras! ¡Espérame! —me grita mi mami al verme atravesar el estacionamiento a toda velocidad.

Entramos a la oficina de la directora. Es una señora bajita, gorda y rosadita, se parece mucho a Peppa Pig. Estoy segura de que le tiene miedo a mi mami, porque incluso yo, que soy una niña, puedo ver cómo suda nerviosa.

—Bu-buenos días, señora Hikari —saluda la directora con una sonrisa temblorosa—. Lamento hacerla venir cuando aún está de luto...

—Sí, sí, seamos breves —mi mami le corta, haciendo sonar sus dedos como si estuviera apurada—. Tengo muchas cosas que hacer.

—Como le comenté por teléfono, Marisol no está haciendo sus actividades en clase y ha tratado mal a sus maestras...

—Ellas me castigan primero —le digo a mi mami, esperando que me defienda.

—¿Cómo te castigan, nena? —me pregunta, mientras le lanza una mirada fulminante a la directora.

—Me ponen a hacer planas, mami.

—Es porque no haces las tareas —interviene la directora, con esa sonrisa falsa que ya me conozco.

—Mi mami dice que no me pueden castigar por algo que no hice.

—¡No me refería a eso, Marisol! —mi mami me reprende y me da un pequeño tirón en la oreja.

—¡Ay, mami!

—¡Escucha bien, Marisol! —su tono cambia y sus ojos me dan miedo—. A partir de ahora, vas a hacer todas tus actividades en clase. ¡Y no he terminado! —me interrumpe antes de que pueda protestar—. Si no estudias, te voy a mandar a Rusia, a un internado frío y horrible. ¡Y allá no podrás ver a tu mami, ni a Agosta, ni a nadie de tu familia! ¿Entendido?

—Sí, mami... —respondo, tragándome las ganas de protestar. No puedo dejar a Agosta sola, no puedo dejarla huérfana.

Mi mami me pide que salga de la oficina, seguramente quiere hablar a solas con la directora Peppa Pig. Me dice que la espere en el parque de recreo, así que me voy caminando hacia allá.

—¡Miren, ahí viene Diamond! —gritan algunos de mis compañeritos desde los columpios—. ¡Vámonos antes de que nos mate!

Se levantan de los columpios y se alejan corriendo, dejándome sola. Siento un poquito de tristeza, pero ya estoy acostumbrada. Me quedo solita, como siempre...

«No importa, yo puedo columpiarme sola». Y aunque mis pies no alcancen el suelo, lo intento.

Justo cuando me empiezo a balancear, siento un empujón por la espalda que me hace columpiarme más alto.

—¡Oye! —grito, girando la cabeza rápidamente.

Al voltear, veo a un niño con una gran sonrisa. ¿Será que quiere jugar conmigo? ¿Acaso no sabe que doy miedo?

—¡Hola! Soy Jack Matthew —me dice, sonriendo, empujándome suavemente en el columpio—. Soy nuevo aquí.

Me quedo en silencio por un momento, sorprendida. Nadie me había hablado así antes... 

CAPÍTULO 21: De camino a Bentall Center Mall.

«Mi primer desayuno familiar», si lo pienso detenidamente, fue justo eso: compartir con todos en la mesa, reír juntos, escuchar las anécdotas de los viajes, los temas de negocios y, por supuesto, quedar atrapada en medio de la discusión sobre la herencia del viejo.

Solo recordarlo me da escalofríos.

Me encantaría poder conocerlos mejor, llevarme bien con cada uno de ellos. Aunque, confieso que siento un poco de temor. En especial, al pensar que en algún momento tendré que volver a cruzar palabras con Don Yonel. Su presencia es tan sombría, que pareciera estar siempre en medio de algún misterio. No sé si alguna vez logre entenderlo.

Con Don Edward, por otro lado, no creo que tenga problemas. Se ve tan alegre y bondadoso, con esa sonrisa enorme, que hasta dan ganas de apretujarlo en un abrazo.

Y sobre la prima... bueno, justo ahora estoy empezando a conocerla. Hoy se ha unido a nosotras para el día de compras. Apenas salimos del comedor, escuchó a Lottie mencionar que Pimientita también vendría, y no perdió la oportunidad de autoinvitarse.

—¡Valen, obvio que vas con nosotras! Mientras más perras en la manada, más alboroto en la encelada. —Lottie le guiña un ojo y le saca la lengua, muy en su estilo.

—¡Esa es mi perra! —responde Valen con un tono exagerado y provocador.

Todas estallamos en carcajadas al escuchar las locuras de Lottie y Valen. Esas dos están completamente desquiciadas, y juntas son como una bomba de relojería... tan peligrosas y explosivas como la misma Hiroshima.

Es curioso. A pesar del bullicio de la familia y lo inmensos que parecen sus mundos, me siento como una extraña que apenas empieza a adentrarse en sus vidas. ¿Podré encontrar mi lugar entre ellos?

—Chicas, ¿qué traman? —pregunta Delancis, saliendo de la cocina con Marisol de la mano.

—Hoy es día de compras, ya vamos saliendo —responde Florence con naturalidad.

Delancis y Marisol también parecen estar listas para irse, seguramente rumbo a esa reunión que Delancis mencionó antes, y luego a buscar a Ermac.

Valen se agacha hasta la altura de Marisol y le pregunta si quiere que le traigamos algo. La pequeña, con su carita inocente, nos sorprende cuando en lugar de pedir algo caro, pide una muñeca de trapo... pero no cualquier muñeca, sino una que sea su sirvienta. Todas nos quedamos atónitas; por un segundo creímos que estaba mostrando su lado dulce, pero nos equivocamos. Esta niña tiene una personalidad feroz, y ahora me pasa por la cabeza que lo que deberíamos comprarle no es una muñeca, sino una mejor personalidad.

No puedo evitar imaginarla en el futuro, convertida en una versión femenina de Dimitri.

Dimitri..., cierto, él parece conocer a Delancis. Quizás podría hablar con ella para que le pida que me deje en paz.

—Delancis, necesito hablar contigo de algo que me pasó ayer en Brentford. Es importante —le digo, esperando una oportunidad.

—¿Podemos hablarlo cuando regrese? Voy tarde al colegio de Marisol —me contesta con prisa, mientras la pequeña a su lado me saca la lengua. Aunque Marisol se ve tan tierna, no puedo evitar sonreír.

Asiento, porque no queda de otra. No es algo urgente, así que hablaré con ella más tarde, cuando tenga tiempo.

A través de los grandes ventanales del vestíbulo, podemos ver cómo la nieve ha vuelto a caer con fuerza. Cada una de las chicas está perfectamente preparada: botas cortas, boinas elegantes, abrigos térmicos y pantalones que se ajustan impecablemente a sus piernas. Parece que están listas para desfilar en una pasarela de moda invernal, y yo aquí, toda básica, con mi viejo abrigo negro ya despeluchado, pantalones de algodón y unas botas de plástico que me llegan apenas bajo las rodillas.

Salimos de la mansión y damos los primeros pasos sobre la nieve. Caminar es complicado por la cantidad que se ha acumulado sobre los adoquines, aunque los jardineros ya están trabajando en despejarla.

—¡Alguien que le ponga condón al invierno! Parece que se va a venir más fuerte —exclama Valen, exhalando vapor con cada palabra.

—Prima... —Lottie se adelanta unos pasos, gira sobre sus talones y le sonríe—. El frío es mental.

—Dilo una vez más y te amarro en la capota del auto —responde Valen, amenazante—, a ver qué tan mental te parece entonces.

Las risas no se hacen esperar, haciendo que el ambiente frío se sienta un poco más cálido entre nosotras.

De repente, un tono de celular comienza a sonar. Ninguna de las chicas parece prestarle atención, y entonces caigo en cuenta de que el sonido viene de mi bolso. ¡Es verdad!, ahora tengo celular. Al sacarlo y ver la pantalla, noto que la llamada proviene de un número desconocido. Decido contestar, curiosa por saber quién es.

—¿Hola?

—¡Hola! ¿Inocencia?

—Sí, ¿quién habla? —Empiezo a caminar más despacio, quedándome un poco detrás de las chicas para no molestarlas con la conversación.

—Soy Richard.

—¿Richard...? —Pregunto, sin estar muy segura.

—El detective Richard Kross.

—¡Oh, hola!

—¿Qué tal, Inocencia? ¿Cómo va todo por allá?

—Por ahora todo bien... ¿Y usted? ¿Cómo amaneció?

—Bien, gracias. Creo que pude descansar un poco.

—Me alegra escuchar eso.

—¿Estás fuera de la mansión? Se escucha algo de viento.

—Sí, vamos camino a Bentall Center.

—¿De compras?

—Sí, con Florence y las demás chicas.

—Genial, es una buena oportunidad para conocerlas mejor.

—Sí, lo es.

—Bueno, te dejo para que disfrutes el día. En otro momento te llamo de nuevo para saludarte.

—¡Claro, cuando quiera!

—Nos vemos entonces.

—Adiós.

Cuelgo la llamada y, con un poco de torpeza, busco cómo guardar el número en mis contactos.

—Prima, hoy vamos sin chicle pegado, ¿ok? —me grita Valen frente a la puerta de su auto.

—¿Cómo así? 

—Que hoy nada de novios —responde Florence abriendo la puerta del copiloto.

Siento que mi rostro comienza a calentarse; supongo que me han hecho sonrojar.

Le sonrío, un poco nerviosa, y sacudo la cabeza en señal de negación.

—No, no... No es mi novio.

—¡Por favor, Ino! Tenías una cara de camello feliz que no te la quitaba nadie —comenta Lottie, que ya está sentada en el asiento.

—Se equivocan, no tengo novio —aclaro mientras subo al auto—. ¿Recuerdan que soy monja?

—¿De verdad eres una monja? —Valen parece muy sorprendida al mirarme por el retrovisor central.

—Bueno, dentro de poco dejaré de serlo.

—¿Te aburriste de serlo, o qué pasó? —pregunta Valen, encendiendo el motor del auto.

—¿Que Qué pasó? —Lottie responde con una sonrisa burlona—. Pues que le patearon el culo y la mandaron a volar por andar de calenturienta.

—Me ofende..., pero tienes razón —admito con una sonrisita avergonzada.

—Bueno, prima... en esta familia te hubiera ido fatal como monja, créeme.

—Estoy aquí con ustedes porque rompí uno de mis votos. Si no, aún estaría en el monasterio, sin saber nada de mi familia.

Mis palabras provocan un incómodo silencio en el auto.

Mientras el auto avanza lentamente sobre los adoquines del jardín, mi mirada se pierde en el paisaje que se despliega a través de la ventana. Los árboles, cubiertos de una suave capa de escarcha, parecen cobrar vida con el movimiento; sus ramas desnudas se balancean levemente con la brisa, como si saludaran a nuestra partida. Los jardines de la mansión se extienden a ambos lados, una sinfonía de colores apagados y texturas que contrastan con el brillo del cielo grisáceo.

De repente, uno de los guardias de seguridad sale de la garita del portón y levanta una mano para detener el auto.

—Señorita Valentine, buenos días —saluda con un tono formal.

—Eh... Hola... ¿Pasa algo?

—Sí, no puedo permitir que salgan sin agentes de seguridad —responde el guardia con seriedad.

—Me cago en Delancis —refunfuña Lottie, frunciendo el ceño.

—Señoritas, una camioneta con tres agentes las estará escoltando. No se preocupen, estarán a una distancia adecuada; ni siquiera sentirán su presencia.

—Ok..., comprendo. Con lo que le pasó a Ermac... —dice Valen, asintiendo lentamente, aceptando la situación.

Justo en ese momento, una camioneta negra con vidrios oscuros aparece tras nosotras, el motor rugiendo suavemente mientras se detiene en el acceso. El guardia del portón se aparta con un gesto para permitir que el auto de Valen avance hacia la carretera principal.

Y así, con el corazón palpitante de emoción y un ligero nerviosismo, inicia nuestro viaje rumbo al centro de Kingstone, específicamente hacia Bentall Center Mall. Cada giro de la carretera resbaladiza provoca un crujido suave bajo las ruedas, un sonido que se entrelaza con el ronroneo del motor, creando una sinfonía de movimiento y expectativa.

—¡Bueno, chicas, es hora de divertirnos! —anuncia Valen con entusiasmo, encendiendo la radio del auto.

De inmediato, el poderoso bajo de una vibrante música electrónica comienza a resonar a nuestro alrededor, llenando el aire con su energía contagiosa.

—¡Roses! —gritan todas al unísono al reconocer el inicio de la canción.

Se mueven al ritmo de la música, sacudiendo sus hombros con una sensualidad espontanea, levantando los brazos y peluqueando como si fueran las dueñas de la carretera. Giro mi rostro hacia la izquierda y me sorprende ver a Florence, bailando con una confianza que deja sin aliento. Al volver la mirada hacia la derecha, me encuentro con una coqueta Pimientita que le canta a la cabecera del asiento. Cuando nota que la observo, se lanza hacia mí, recostándose y continuando su baile sobre mis hombros. Me siente atrapada entre su energía y la presión de Florence del otro lado, creando una especie de aplastante guerra amistosa que me hace reír a pesar de la incomodidad.

—Vamos, prima Inocencia, ¿qué esperas para unirte a la fiesta? ¡Déjate llevar! —exclama Valen, manteniendo el ritmo con una sonrisa radiante.

Maldición, no me sé la canción y, para colmo, no soy de bailar... ¡Es que ni siquiera sé cómo hacerlo! No puedo confesarles eso ahora, ya que estoy muriendo de vergüenza.

—Ino, es fácil —interviene Lottie, moviendo sus hombros de forma seductora al ritmo de la música—. Como vamos dentro del auto, son solo movimientos de hombros.

—Y no olvides el gesto de: «papi, mírame, que estoy riquísima» —añade Valen, lanzándome miradas provocativas a través del espejo central.

Ambas chocan sus manos y estallan en risas, contagiando el ambiente con su alegría.

—¡Claro, eso es muy importante! Luego, solo deja que el ritmo fluya a través de ti —Lottie acelera el movimiento de sus hombros, disfrutando del momento.

Y…, bueno..., ¡al diablo con la vergüenza! El ritmo de la música resuena en cada rincón de mi ser, y eso me incita a unirme a la fiesta. Empiezo a mover mis hombros, todavía con un poco de timidez.

—¡Eso, prima! Vas bien, vas bien —Valen me anima desde el retrovisor central, dándome la confianza que necesito para seguir.

Mi vida está experimentando un cambio; lo puedo sentir.

Nunca imaginé que pudiera desear más de lo que ya tenía. Durante tanto tiempo, mi mundo estuvo limitado a lo que conocía, y Dios siempre fue el centro de mi existencia, aunque solo lo comprendía de una manera. Sin embargo, ahora que me atrevo a explorar y a descubrir más sobre este vasto mundo, me doy cuenta de todo lo que me había perdido. Comprendo que Dios está presente en tantos lugares, en cada paisaje que se despliega ante mis ojos, en cada momento de alegría, y que me invita a amarlo en cualquier rincón del mundo. Nunca fue necesario estar encerrada por tanto años en un monasterio para poder encontrarme con él, y no que me arrepienta de esos doce años de noviciado; sin embargo, empiezo a cuestionar si esa vida era realmente lo que Dios había planeado para mí. La verdad es que consagrarme a la profesión solemne fue todo un desafío; leer la Biblia completa fue una verdadera proeza, y aprenderla, aún más. Cada vez que abría el sagrado libro, inevitablemente terminaba dormida: en la mesa, en la cama, en el sofá o incluso en las escaleras. Sí, tengo que admitir que no soy buena lectora, y eso me retrasó dos años en mi formación.

Como me dijo la Sor Daiputah, la vida puede ofrecerme cosas hermosas, y ahora creo que esta nueva familia es una de ellas. Por fin siento que soy parte de algo significativo, y esa sensación es grandiosa.

La luz roja del semáforo que está frente a Brentford nos detiene, y la simple mención de ese nombre aún me provoca una sensación de inquietud.

A nuestro lado izquierdo, un sedán rojo se ha detenido. Puedo ver cómo el cristal oscuro de la ventana del copiloto comienza a descender, revelando el rostro de un chico que, con gestos, le indica a Valen que baje su ventana.

—Quiere que Valen baje el vidrio, ¿verdad? —pregunta Pimientita a Lottie, con un tono que mezcla curiosidad y precaución.

—Sí, pero no estoy segura de que sea buena idea. Ese tipo tiene cara de que nunca ha ido a misa —responde Lottie, frunciendo el ceño.

—No sé... —Valen parece intrigada—. ¿Y si tengo alguna llanta baja? Tal vez deberíamos ver qué quiere.

Con un movimiento decidido, Valen baja el volumen de la radio y, tras un breve momento de duda, hace que el vidrio se deslice completamente hacia abajo. La sonrisa pícara del chico se amplía al vernos, como si su intención fuera meramente provocativa.

—¡Uy, mamacita! Lindas piernas, ¿a qué hora abren? —lanza el chico, su tono cargado de una familiaridad que incomoda.

Un aire de desdén llena el auto, y todas hacen un sonido de desagrado, acompañando sus gestos con ojos en blanco.

—¡Qué básico y ordinario eres! —le grita Valen, dándole una mirada de desprecio.

—¡Largo, Demogorgon! —exclama Lottie, tratando de asomarse por la ventana de Valen, con una mezcla de diversión e indignación.

El semáforo cambia a verde, y los chicos aceleran, dejándonos atrás mientras se alejan, mostrando su dedo medio de una manera grosera.

—¡Te lo dije, prima! Pero no me escuchas —exclama Lottie, con un tono de frustración.

—Ya pues, ya... —Valen le lanza una mirada de desdén a Lottie.

—Y acelera, porque a esta velocidad nunca vamos a llegar a ningún lado.

—Prima, hay un dicho que dice: conejo rápido no llega lejos; tortura llega segura.

—¿Eh? —Lottie parece confundida, frunciendo el ceño.

—Es: conejo rápido no llega lejos; tortuga llega segura, —corrige Florence, esbozando una sonrisa comprensiva.

—¿Alguien me puede aclarar qué es eso de «Demogorgon»? —les pregunto.

—¿Ino, alguna vez has visto series de Netflix? —me pregunta Pimientita, como si fuera obvio.

—En el monasterio solo veíamos Cristovisión.

—Valen, aquí sí le va eso de "tortura llega segura" —Lottie suelta una carcajada, contagiando el buen humor.

—Deberíamos organizar una noche de series, chicas —sugiere Pimientita con entusiasmo.

—¡Eso! —Valen asiente con energía.

—¿Qué tal si lo hacemos esta noche? Podría ser en mi cuarto —propone Pimientita, su voz llena de emoción.

—¡Listo, guapa! Ahí estaré —Valen le guiña un ojo, mostrando su apoyo.

El volumen de la radio regresa a su estruendo habitual, y todas volvemos a cantar y a bailar desde nuestros asientos.

—¡Mamacita, mamacita, qué bonita mamacita! —gritamos al escuchar la melodía.

El ambiente se llena de alegría y diversión nuevamente, mientras las chicas aprovechan cada oportunidad para bailar al ritmo de la música. Aunque gran parte de la canción está en otro idioma, eso no les detiene; la cantan con todas sus fuerzas, disfrutando del momento al máximo.


—¡Llegamos! Estaciona rápido —exclama Lottie, dando pequeños saltos en su silla, su impaciencia evidente—. ¡Necesito un baño urgente, que me voy a orinar!

Este lugar es inmenso, y nunca antes había estado aquí. Espero que la tarde se porte bien conmigo y me brinde una experiencia inolvidable.

CAPÍTULO 22: Un Mall hasta el tope.

El centro comercial está abarrotado, llevamos quince minutos intentando encontrar un estacionamiento libre, y no hay manera.

—¡La recontraputa! ¡¿Cuándo piensan hacer otro piso de estacionamiento?! —Lottie ya ha comenzado a soltar improperios desde hace rato.

Está a punto de bajarse del auto y correr hacia el baño cuando, a lo lejos, un auto comienza a salir de uno de los espacios. Desde el retrovisor, puedo ver el rostro concentrado y decidido de Valen, como si estuviera en la línea de salida de una carrera de autos. Del otro lado, otro coche también se ha dado cuenta del espacio y está esperando aprovecharlo.

—Ese es el tuyo, prima —susurra Lottie con tono alentador, dándole unas palmadas en el hombro.

Ni bien el otro auto empieza a moverse, Valen pisa el acelerador a fondo. El sonido de los neumáticos derrapando y chillando contra el concreto resuena en el aire, haciendo eco en el estacionamiento.

—¡Sí, lo tenemos! —gritamos todas al unísono, emocionadas al ver cómo logramos ganar la plaza de estacionamiento al otro coche.

Las puertas corredizas del mall se abren, y nos quedamos boquiabiertas ante el mar de gente que se mueve frenéticamente en su interior. Lottie avanza a paso rápido, y todas nos esforzamos por seguirle el ritmo. De vez en cuando, nuestros hombros chocan con los de otras personas, y nos disculpamos al pasar.

—¿Por qué está tan lleno este lugar? —Pimientita se ajusta sus gafas oscuras, acomoda el beanie sobre su cabeza y deja que su cabello caiga a los lados de sus mejillas, como si quisiera ocultar parte de su rostro.

—Ni idea, el año pasado en Navidad no estaba así —responde Lottie sin detenerse.

Llegamos al baño público, y Lottie casi rompe en lágrimas de alivio al ver que está vacío. Corre hacia un cubículo disponible, cierra la puerta con un estruendo, y desaparece tras ella. Nos quedamos esperando frente a los lavamanos, bajo el gran espejo. Pimientita sigue acomodando su cabello, Florence revisa su celular, y Valen se retoca el lápiz labial.

—Señoritas, no se confundan —bromea Valen—. No es que el baño esté ambientado con los sonidos de las Cataratas del Niágara, es mi prima meando.

Estallamos en carcajadas, y como era de esperarse, la respuesta de Lottie no tarda en llegar desde el cubículo.

—Valen, eres una imbécil... —ríe—. Te haré beber de estas aguas, maldita.

—No, gracias —contesta Valen entre risas.

—¿Segura? Juro que te verás más joven.

Aprovecho la pausa para preguntar con curiosidad:

—Disculpen, chicas... después de todo, no sé sus edades.

Florence se ríe y, viendo que las demás se encogen de hombros, se lanza a responder:

—No hay problema, Ino. Vamos a hacerlo fácil: Pimientita tiene veintiocho, Valen veintisiete, y Lottie y yo tenemos veintiséis.

—¡Se ven súper jóvenes! —exclamo sorprendida.

—¡Gracias! Tan linda —me sonríe Valen con un guiño.

—¿Y Delancis y Alexis? —pregunto, todavía intrigada.

—Delancis tiene treinta y cinco, y Alexis, treinta y uno—responde Florence sin pensarlo dos veces, como si lo hubiera memorizado todo.

—Yo tengo treinta —le comento.

Lottie sale finalmente del cubículo, se lava las manos rápidamente y se acomoda el cabello frente al espejo. Luego, nos hace un gesto para que la sigamos.

—¡Ahora sí, chicas, vamos a lo que vinimos!

Mientras avanzamos por el pasillo central del mall, levanto la mirada y me maravillo con los adornos navideños que cuelgan del techo: luces brillantes que serpentean a lo largo de las tiendas, lazos enormes y coronas gigantes. Todo está impregnado por el ambiente festivo, acompañado por las suaves y nostálgicas notas de "Jingle Bell Rock" de Bobby Helms, que se escucha en cada rincón del lugar.

—¡Primera parada: la zapatería! —anuncia Valen, señalando con entusiasmo una tienda cercana.

Entramos a la tienda e inmediatamente cada una de las chicas sale disparada en diferentes direcciones, atraídas por los variados modelos de zapatos: botas de invierno, tacones, deportivos… hay de todo.

Yo me dirijo a unos mocasines que llaman mi atención, son exactamente mi estilo. Pero al ver el precio... ¡Ay, justo en la pobreza! Todo aquí supera las £900 libras esterlinas. ¡Oh, Santa Librada! Tendría que vender como cuatrocientos rosarios para poder comprarme un par.

Mejor dejo de pensar en gastos imposibles y trato de distraerme. ¿Qué habrán encontrado las demás?

La voz de Valen resuena a mi lado, está frente a un gran espejo, luciendo unos tacones altísimos, de un tono gris oscuro.

—Están di-vi-nos, los adoro… Taconeo, un, dos, tres, pose, twerking… ¡Sí, señor! Son perfectos, los puedo usar para todo —dice mientras hace una pequeña coreografía, encantada con ellos.

—¿Se los lleva, señorita? —le pregunta un vendedor que se acerca con una sonrisa.

Of course, me los llevo —responde Valen con total seguridad.

Veo a Lottie corriendo emocionada por el pasillo central, y se detiene de golpe frente a un par de tacones rojos.

—¡Me enamoré! —exclama, tomando los zapatos en sus manos—. ¡Señor, venga! —levanta la mano, llamando al vendedor con urgencia.

—¿En qué puedo ayudarla? —responde el empleado, acercándose rápidamente.

—Quiero estos en ocho y medio, y también en nueve, por si acaso —dice con autoridad.

—Enseguida, señorita —contesta el vendedor, girándose para cumplir la orden.

Pero antes de que avance, Lottie vuelve a gritar al ver otro par.

—¡Oh, por Dios, mira estos en negro! —el pobre vendedor se detiene y voltea—. Tráeme esos también, en ambas tallas, no vaya a ser que corran chico.

Flor, que estaba cerca, se le acerca y le susurra:

—Pero siempre has usado talla nueve.

—Sí, pero todo lo que me encanta corre chico.

—No, a ti te corre grande la pata —bromea Flor, sonriendo.

—¡Qué cruel eres, estúpida! ¿Hoy todas me tienen en la mira? —Lottie frunce el ceño, aunque claramente está divertida.

De repente, Lottie se da cuenta de que la estoy observando. Antes de que pueda decir algo, un vendedor aparece detrás de mí, asustándome.

—Señorita, ¿quiere medirse esos zapatos? —me dice con una sonrisa. Señalando los mocasines que están a mi lado.

—Eh... este...

—Vamos, dile tu talla, Ino —Lottie se acerca rápidamente—. Son preciosos esos mocasines.

Le susurro en voz baja:

—Lottie, esto es carísimo.

—¡Shh! —me interrumpe—. Tú tranquila, yo pago hoy. Y además de esos mocasines, búscate unos tacones. Los vas a usar en Navidad y Año Nuevo.

—¡Pero no sé usar tacones! —digo con preocupación.

El vendedor aún espera mi respuesta, sonriente y paciente.

—Ino —Lottie me toma por los hombros con cariño—, toda Hikari debe saber taconear. Tranquila, yo te enseño —me guiña el ojo con una sonrisa cómplice.

Y así, salimos las cinco de la tienda, cada una cargando al menos tres bolsas. No puedo evitar pensar si Lottie es demasiado influyente o si soy yo quien se deja influenciar tan rápido...

—Chicas, hemos llegado al momento rubio —anuncia Valen con una sonrisa torcida y la barbilla en alto.

Al instante, todas comienzan a caminar con gracia y confianza, atrayendo las miradas de quienes pasan a su alrededor como si fueran las divas del mall. Yo, en cambio, me siento completamente fuera de lugar, como una mosca flotando en leche. Mi sencillez parece desentonar entre tanta seguridad y elegancia, ni siquiera sé cómo caminar bonito...

Mientras las chicas se desplazan con la confianza de auténticas reinas, yo me aferro a mi bolso, sintiendo que soy más bien una espectadora en esta pasarela Hikariana. Las luces brillantes y los escaparates llenos de prendas elegantes parecen recordarme que este no es mi mundo. En ese momento, desearía poder sumergirme en la pared más cercana y desaparecer entre las sombras, dejando que su glamour me envuelva solo desde lejos.

Entramos en una gran tienda departamental donde hay de todo.

—Ino, ni se te ocurra caminar por el pasillo de perfumería, o te atacarán bañándote en fragancias —advierte Pimientita, con una expresión divertida en su rostro.

—La rubia sensual tiene razón —confirma Valen, lanzándole una mirada coqueta—. Ino, es como un gran lava-auto para personas; de ahí sales con una mezcla insoportable de aromas.

—Me ha quedado claro, Valen —respondo entre risas.

Nos dirigimos al departamento de ropa de dama, donde a mi vista aparecen hermosas boinas, abrigos y chaquetas de temporada, jeans en diversas tonalidades... he agarrado de todo. ¡Maldición, extrañamente, me siento realizada!

—¡Miren esto! —exclama Pimientita, con los ojos brillando al descubrir un lápiz labial—. ¡Un lápiz labial con luz incorporada!

—¿En serio? —pregunta Valen, y Pimientita le muestra el labial, activando su luz LED.

—¡Lo necesito! —declara Pimientita, abrazando el labial contra su pecho.

—¿Qué?! —Valen se acerca y, con un toque de picardía, contempla los labios de Pimientita—. ¿Acaso no sabes dónde quedan tus labios?

—Es para cuando me toque maquillarme en un lugar oscuro —le responde Pimientita con una sonrisa amistosa.

—¿Y quién en su sano juicio se maquilla en la oscuridad? —pregunta Lottie, poniendo los ojos en blanco.

—No importa, igual me lo llevo.

—Pimientita y sus objetos extraños —comenta Florence mientras se acerca a nosotras.

—¿Qué objetos extraños tienes, Pimientita? —le pregunto.

Ella se inclina hacia mí y, en voz baja, me responde:

—Juguetitos que te harán alcanzar el cielo.

—¿Drones? —pregunto con seriedad, pero ellas lo toman a broma, riendo a carcajadas y atrayendo las miradas de los demás compradores.

—Sí, sí —responde Pimientita, sonrojada de tanto reír—, hay uno que parece un dron.

La risa explota nuevamente, y las miradas curiosas de los otros compradores no hacen más que aumentar nuestra diversión.

Salimos de la tienda departamental con más bolsas que cargar, cada una lleva unas cuatro en cada mano.

Mientras caminamos por el pasillo del mall, de repente recuerdo que no estamos solas: al menos tres agentes de seguridad nos están vigilando desde la distancia. Intento escanear la multitud en busca de alguno de ellos, pero no logro distinguir a nadie; están tan bien camuflados que parecen fundirse con el entorno, como sombras que se deslizan entre la gente.

—¡Miren esa blusa de MK! —exclama Lottie de repente, deteniéndose frente a una vitrina con una expresión de asombro.

—¿MK? ¿Qué significa eso? —pregunto, intrigada, y ella me mira como si la hubiera ofendido gravemente.

—¿MK? ... Ino, ¿en serio? —me cuestiona con seriedad, poniendo los ojos en blanco y agitando la cabeza en señal de incredulidad—. MK, de Mortal Kombat, Ino. Mk, de Mortal Kombat.

—Lottie, no la trates así —interviene Florence, mostrando solidaridad—. Ino, MK es una marca. —Luego, señala hacia la parte alta de la entrada de la boutique—. Mira el letrero, dice Michael Kors.

—Ah... ya. —miro hacia el letrero, sintiendo una mezcla de vergüenza y alivio. Aunque no esté al tanto de las últimas tendencias, al menos ahora sé a qué se refiere.

Al cruzar el umbral de la tienda, una melodía suave de fondo se mezcla con el murmullo de las conversaciones. Los vendedores nos reciben con sonrisas cálidas, mostrando un interés genuino en ayudarnos en lo que necesitemos. Con gestos amables, nos ofrecen información sobre las últimas colecciones y las tendencias de la temporada. Las chicas, emocionadas y llenas de energía, se lanzan a explorar los diversos racks de ropa, sus manos recorriendo las telas suaves y brillantes, buscando ansiosamente las tallas perfectas. El aire se llena de risas y comentarios entusiastas mientras cada una comparte sus hallazgos. Algunas sostienen prendas que parecen irresistibles, mientras otras se agrupan para pedir opiniones sobre los outfits que están eligiendo.

En cuestión de minutos, la tienda se ve inundada por suspiros de asombro y fascinación. Tanto los vendedores como los clientes dirigen miradas atónitas hacia la entrada de la boutique, creando una atmósfera cargada de expectativa. Al girar para averiguar qué ocurre, me encuentro con una cabellera roja que me resulta sorprendentemente familiar.

—¡Lo que me faltaba! —exclama Lottie, su tono cargado de desagrado mientras esboza una sonrisa forzada—. Mya Diamond.

Sí, la reconozco... es la pelirroja que asistió al sepelio de Don Gabriel, quien acaparó toda la atención de los paparazzi con su presencia.

—¿Por qué dejan entrar a esta zorra a un lugar como este? —Mya dice con una sonrisa cínica, sus labios rojos contrastando con su actitud despectiva—. Pensé que se prohibía la entrada a los animales.

—Mya, es mejor que te des la vuelta; aquí no vendemos tallas grandes —replica Lottie con una sonrisa desafiante, dispuesta a enfrentar a su antagonista.

—¡Ooohh! —exclaman las chicas, sorprendidas por las palabras de Lottie.

Mya suelta unas risas forzadas y se acerca hasta quedar cara a cara con Lottie.

—¿Gorda yo? ¡Ja!... Soy una mujer alta y elegante; uso talla L, corazón.

—Sí, claro... ele de elefante —replica Lottie con una respuesta fulminante, haciendo que incluso yo entienda la broma.

Parece que el cinismo de Mya comienza a desvanecerse, ya que su rostro refleja una creciente molestia. Sus ojos, ardientes y amenazantes, se fijan en Lottie.

—Justo ahora tengo que irme; me están esperando para una firma de autógrafos en el centro del mall —anuncia Mya, girando sobre sus talones. Antes de salir, añade—: Regresaré más tarde; espero y hayan ahuyentado a estas zorras para entonces.

Con una última mirada de desagrado, Mya abandona la boutique, seguida por sus agentes de seguridad, un par de paparazzis y un buen número de fans que la persiguen.

—Ahora lo entiendo —dice Lottie mientras se acerca a la caja para pagar—. El mall está tan lleno por la firma de autógrafos de Mya.

—Sí, después de todo, es la protagonista de una serie de Warner Bros —responde Florence, mirando por la ventana como los fans se aglomeran a su paso.

Salimos de la boutique MK y continuamos nuestro recorrido hacia el centro del mall, donde, efectivamente, se encuentra Mya. Nos detenemos a observar la multitud que se ha congregado frente a una larga mesa cubierta con un mantel blanco. Detrás de esa mesa, hay cinco personas, y en el centro, resplandeciendo como el sol, está Mya, indiscutible centro de atención. Los fans le entregan posters para que los firmen, mientras que otros, emocionados, capturan el momento con sus celulares. Desde el techo, cuelgan cinco banners, cada uno con el rostro del famoso actor que se sienta bajo él. Mya se ve imponente, irradiando un aura casi divina de sensualidad que la destaca a años luz de distancia.

—A la zorra se le cose por la cola —dice Valen con una sonrisa desafiante.

—Es: A la zorra se le conoce por la cola —le corrige Florence, pero luego suelta una risita—. Aunque, en el caso de Mya, podría valer; ¡deberíamos coserle la cola! —Valen se acerca a Florence y ambas chocan las palmas con complicidad.

De repente, un grito desgarrador interrumpe su momento de camaradería.

—¡Ay, No! —exclama Pimientita, visiblemente aterrada mientras todas la miramos con preocupación—. ¡Chicos, esos tipos se robaron mi boina y mis lentes!

Observamos cómo los ladrones desaparecen entre la multitud, escurriéndose como sombras en la gente. La atmósfera de diversión se disipa rápidamente, reemplazada por la urgencia de salir huyendo del mall.

—Tranquila, ¿estás bien? —pregunta uno de los agentes de seguridad que nos acompañaba, apareciendo como por arte de magia junto a los otros dos.

—¡Si alguien descubre quién soy...! —Pimientita responde con angustia.

—¡Oh, por Dios! ¡Es Chica Pimienta! —grita un chico desde algún rincón del mall.

—¡Mierda! —Pimientita comienza a entrar en pánico.

De repente, los gritos de los fanáticos resuenan por todo el mall, reverberando en las paredes y llenando el aire de una energía caótica. La emoción y el frenesí se apoderan del lugar, y en cuestión de segundos nos vemos atrapadas y empujadas por una multitud de seguidores de Chica Pimienta. Las personas se agolpan a nuestro alrededor, cada uno tratando de acercarse más a la celebridad, como si se tratara de una fuerza magnética que los arrastra hacia ella. La energía de la multitud es imparable, y el aire se carga de una mezcla de emoción y caos que se siente casi abrumadora.

—¡Chicas, no se separen! —grita uno de los agentes de seguridad, protegiéndonos con sus cuerpos—. ¡No se acerquen, tenemos gas pimienta! —advierte a la multitud, pero eso solo intensifica el caos.

Las chicas están aterradas, y yo me encuentro aún más asustada. Mi corazón late desbocado y me cuesta respirar en medio de la aglomeración; el calor es insoportable. Las personas me empujan hacia atrás, intentando abrirse paso hacia Pimientita, alejándome de las chicas. Florence me extiende la mano, pero no logro alcanzarla.

—Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo —mi tic nervioso surge en medio de la conmoción—; bendita eres entre... —mi frase se interrumpe cuando siento que alguien me agarra del brazo, tirando de mí con fuerza y alejándome de las chicas.

Mi corazón parece detenerse; estoy siendo arrastrada por un desconocido a través de un mar de gente. No puedo ver quién es, ni siquiera puedo darme la vuelta.

Chicas..., no las puedo ver... las he perdido.

De repente, una puerta se cierra violentamente frente a mi rostro, dejándome atrapada en una oscuridad absoluta. Me encuentro perdida en un vacío total, donde no logro ver nada. Mi cuerpo comienza a tensarse y a temblar de horror, paralizada por el miedo; ni siquiera puedo emitir una palabra para exigir que me dejen ir o preguntar quién está ahí. Sin embargo, mi olfato se agudiza, alertándome al detectar un perfume que me resulta familiar, un aroma que evoca recuerdos inquietantes.

—Necesitaba verte, Inocencia —susurra, acercándose tanto que puedo sentir su aliento cálido sobre mi oreja—. Disculpa que me haya inventado todo esto solo para atraparte.

CAPÍTULO 23: Jodidamente obsesionado.

¿Cómo no tenerte miedo? Si cada vez que te tengo cerca me siento tan vulnerable.

Mis manos intentan, una y otra vez, girar la maldita perilla de la puerta, pero nada. El mecanismo no cede, y la frustración empieza a bullir en mí, alimentada por la impotencia que se mezcla con el miedo.

—Escucha, Inocencia —su voz, cargada de malicia, corta el aire como una hoja afilada. Me acerco al borde del pánico cuando siento un sonido metálico justo cerca de mi oreja. Son... son las llaves. Estoy segura.

—Buscas esto, ¿verdad? —continúa él, disfrutando del poder que ejerce.

El terror me consume y, con la esperanza de que alguien, cualquiera, escuche, comienzo a golpear la puerta frenéticamente. Mis manos, movidas por el pánico, golpean y golpean, aunque una parte de mí sabe que es inútil.

—Inocencia —dice con esa maldita calma que me enloquece—, ¿realmente crees que alguien va a escucharte? Ahí fuera todos están desesperados por conseguir, aunque sea, una foto de Chica Pimienta. Nadie le prestará atención a una puerta cerrada.

—¡Di-Dimitri, sé que eres tú! —Mi voz sale temblorosa, pero logra romper el silencio. No sé de dónde saco el valor, pero lo nombro. Su nombre sale como un escape desesperado, como si al pronunciarlo pudiera conjurar alguna forma de control sobre la situación.

Él ríe, una risa que envuelve el aire, sádica, complacida.

—Tan linda, reconociéndome aun sin verme —me jala del brazo con una fuerza brutal, alejándome de la puerta. Antes de que pueda siquiera resistirme, me tiene contra su cuerpo, apretándome con una intensidad que me hace sentir cada centímetro de su proximidad.

Mi corazón se detiene un segundo cuando, contra mi voluntad, percibo algo más allá del miedo. ¡El susodicho templado!, presionándome, me arranca de cualquier otra sensación que no sea el pánico puro.

«¡Oh, Inmaculada Concepción! Si no lo alejas de mí, voy a quedar concebida entre mi ropa».

—Flor de jazmín, hoy sí te llevo conmigo —dice Dimitri, su voz retumbando con una mezcla de deseo y peligro.

Mis ojos, lentamente acostumbrándose a la penumbra, empiezan a definir el contorno de la habitación. Estamos en lo que parece ser una oficina, pero hay algo más... Empiezo a distinguir otras siluetas moviéndose en la oscuridad. Mi corazón da un vuelco cuando me doy cuenta de lo que son. ¡Oh, Dios!... ¡No estamos solos! ¡Hay más hombres aquí!

—Dimi... —trato de hablar, de razonar, pero él me calla bruscamente, presionando un pañuelo contra mi boca. El aroma a algo químico se mezcla con mi desesperación, pero aún no es lo suficientemente fuerte como para aturdirme.

Antes de que pueda reaccionar, los otros hombres se lanzan sobre mí como depredadores acechando a su presa. Me sujetan con fuerza, apretando mis brazos y levantando mis piernas en el aire, inmovilizada completamente por ellos.

¡¿Qué están haciendo?! ¡No! ¡Dios mío, ayúdame! ¡¿Quieren violarme?!

Intento patalear, luchar, pero su fuerza es abrumadora. Mis intentos son inútiles, y el terror absoluto me invade. Cada fibra de mi ser grita por ayuda, pero nadie puede escucharme. Estoy completamente a su merced.

«Dios…».


«Hace frío. ¿Se habrá dañado la calefacción?».

Intento acurrucarme entre las cobijas de lana, buscando calor. Un momento... ¡¿Cobijas de lana?!

Mi cuerpo se sacude con un sobresalto y, con el corazón acelerado, me incorporo rápidamente. Estoy sentada en una cama individual, las cobijas aún enredadas en mis piernas. Me quedo mirando a mi alrededor, aturdida, tratando de procesar la situación. ¿Qué hago aquí? ¿Estoy soñando otra vez? Pero todo se siente tan real.

La habitación es pequeña y rústica, tapizada de madera oscura que cubre tanto las paredes como el suelo. Dos grandes plantas tocan el techo, y unas lámparas amarillentas emiten una luz tenue y cálida que contrasta con la frialdad de la atmósfera. Un escritorio envejecido está junto a una estantería repleta de libros polvorientos, mientras que en el otro extremo de la habitación hay un par de sofás desgastados que parecen haber vivido demasiadas historias.

Me sacudo las cobijas de encima y salto de la cama, con la mente desbordada de preguntas. Me acerco a la ventana con pasos rápidos, desesperada por entender dónde estoy. Al mirar afuera, veo un paisaje... ¡¿Nocturno?! ¡¿Cuánto tiempo he estado dormida?! Estoy en lo que parece ser un segundo o tercer piso, pero... ¿Cómo llegué aquí?

Mis pensamientos empiezan a ordenarse lentamente, intentando atar los últimos hilos de mi memoria.

«Estaba en el Mall... Las bolsas de las compras están ahí, junto a la cama. Recuerdo el caos, los fans de Pimientita, la multitud apretada... y luego alguien me jaló... ¡Dimitri! Oh, Dios...».

Mi corazón late con fuerza cuando corro hacia la puerta, y al abrirla, me topo con un hombre alto, de piel morena, calvo, con ojos grandes y saltones. Su cuerpo robusto llena el marco de la puerta, y su sonrisa, torcida y cargada de cinismo, me hiela la sangre. En un solo paso largo, se planta justo frente a mí, tan cerca que puedo sentir su presencia amenazante.

—¡Ey, despertaste! —dice mientras me agarra firmemente de los brazos. Intento zafarme de su agarre, pero su fuerza es aplastante.

—¡Suéltame! ¡Por favor... tengo que salir de aquí!

Su mano no afloja. El dolor en mis brazos confirma que esto no es un sueño; la brutalidad de su agarre es demasiado real. Me empuja de nuevo hacia dentro de la habitación, haciéndome tropezar. Caigo de golpe sobre el suelo, el dolor en mis glúteos apenas amortiguado por la adrenalina que corre por mi cuerpo. Al levantar la mirada, veo cómo camina con calma hacia el escritorio, toma una silla de madera y la coloca frente a la puerta. Se sienta con una expresión de suficiencia mientras me observa.

En un último intento desesperado, me levanto rápidamente del suelo y corro hacia la ventana. Trato de abrirla, pero está cerrada herméticamente. Mis manos tiemblan mientras forcejeo inútilmente con el marco. Caigo de rodillas frente a la ventana, mis esperanzas desmoronándose al comprender que estoy completamente atrapada.

El pánico empieza a devorarme desde adentro. Las lágrimas brotan de mis ojos sin control, mi respiración se vuelve errática. Siento que me ahogo en esta desesperación. ¿Cómo he terminado aquí? ¡Esto no puede estar pasando! 

—Oh, Jesucristo, ayúdame... —susurro entre sollozos, rogando por algún tipo de intervención divina. Las lágrimas resbalan por mi rostro, y el desamparo me envuelve como una sombra.

—Dimitri, despertó tu bella durmiente —escucho al hombre. Giro con la vista nublada en lágrimas y lo veo, relajado, observándome mientras mantiene la conversación por celular—. Sí, tranquilo, yo me encargo.

Cuelga, pero su mirada continúa fija en mí, intensa y con una sonrisa torcida.

—¿Qué quiere Dimitri de mí? —logro preguntar, con la voz rota.

Sus ojos recorren lentamente mi cuerpo antes de responder:

—No soy quién para responder eso. Pregúntale cuando llegue, no tardará mucho.

—Por lo menos dime dónde estoy... —balbuceo entre lágrimas—. Por favor.

Él parece pensarlo por un momento antes de soltar con desgano:

—Estás en la mansión de los Paussini, en uno de los cuartos del servicio.

Un escalofrío recorre mi cuerpo. Reconozco el nombre, pero... ¿dónde exactamente estoy? Necesito contactar a alguien. El pánico da paso a un destello de esperanza: mi celular. ¡Debo tenerlo!

Me llevo las manos a los bolsillos de mi pantalón, buscando desesperadamente el teléfono. No está. Mi mente se nubla de nuevo. ¡Lo necesito! Ahí debería estar la llamada del detective. ¡Debo contactarlo!

—¡¿Dónde está mi celular?! —grito, incapaz de contener la furia.

El hombre se ríe, disfrutando de mi desesperación.

—¿De verdad crees que te íbamos a dejar con un celular? —sus carcajadas resuenan en la habitación, burlonas—. No somos estúpidos. Sabemos que harías cualquier cosa para salir de aquí, y te lo aseguro, eso no va a pasar.

La ira explota dentro de mí, un torrente incontrolable que se desata en un gesto violento. Sin pensarlo, abano mi brazo contra los portarretratos que están sobre el gavetero, haciéndolos caer al suelo con un estruendo que llena la habitación. El sonido es tan fuerte que el moreno aprieta los ojos, visiblemente molesto.

—Ya entraste en la fase "destructora", ¿eh? —comenta con una sonrisa burlona, disfrutando de mi impotencia.

Antes de que pueda responder, la puerta se abre de nuevo. Detrás del moreno, aparece un hombre alto, de barbilla firme y presencia imponente. Lleva una elegante camisa turquesa que se ajusta perfectamente a su atlético torso. No puede ser otro que Dimitri.

—Puedes irte, Marco —ordena Dimitri con un leve movimiento de mano.

El moreno, sin decir nada más, obedece y sale de la habitación, dejándome sola con él. El silencio que sigue es espeso, casi tangible. Mi cuerpo se paraliza al instante, mientras esos ojos verdes se clavan en los míos. Hay algo inquietante en su mirada, una mezcla de fascinación y poder que me roba el aliento. Una sonrisa apenas visible se forma en sus labios, aumentando mi terror.

—Dimitri... —susurro, sintiendo cómo las lágrimas vuelven a acumularse en mis ojos—, por favor, no me hagas daño.

Él sigue recostado contra la puerta, sin decir una palabra. Su quietud es más aterradora que cualquier gesto violento, y cada segundo que pasa intensifica mi ansiedad. Su mirada, fija y penetrante, me desarma por completo, llenando mi mente con todas las posibilidades de lo que podría estar pensando, de lo que podría hacer.

—Dimitri... —repito, mi voz quebrada por el miedo.

—Crees que voy a violarte, ¿verdad? Incluso podría apostar que pensaste que sería capaz de matarte —su voz, cargada de un tono peligroso, retumba en la habitación.

—¿Qué quieres de mí? —pregunto, mi voz quebrándose por el miedo.

—Todo.

—¡Maldición! —Restriego mi mano sobre mi rostro, frustrada—. ¿Por qué tuviste que obsesionarte conmigo? —grito, enfadada, deseando comprender su enfermo deseo.

Él sonríe, pero es una sonrisa perversa, calculada.

—Es que eres tan pura... y tan hermosa. —Su mirada es como una caricia gélida que me eriza la piel—. ¿Acaso fui yo el primer hombre que te puso una mano encima? —Guiña un ojo con descaro, como si esto fuera un simple juego.

Mi corazón late con fuerza mientras una horrenda realización cruza mi mente. Trago saliva, sintiendo un nudo en la garganta.

—No, tú no estás obsesionado conmigo, Dimitri. —Titubeo, aterrada por lo que estoy a punto de decir—. Lo que realmente quieres es... mi virginidad.

El aire parece congelarse entre nosotros. Su sonrisa desaparece de inmediato, y su rostro se endurece. He tocado un nervio sensible, lo sé. Sus ojos se oscurecen, y el ambiente se vuelve aún más opresivo. Dimitri avanza hacia mí con una furia contenida, y por puro instinto doy unos pasos hacia atrás, pero no es suficiente. En un abrir y cerrar de ojos, sus manos alcanzan mi mentón y lo aprietan con una fuerza que me hace ver estrellas.

El intenso olor de su colonia me invade, sofocante, mientras su mirada verde, ahora llena de rabia, se clava en la mía.

—¡Sácate eso de la cabeza! —me grita, su voz quebrada de furia—. ¡No soy un maldito violador! —Sus manos aprietan mi rostro con más fuerza, sus dedos temblando sobre mis mejillas—. No soy como él... ¡Jamás seré como él!

«¿Como él?... ¿Qué estás tratando de decirme, Dimitri?»

Sus ojos, enrojecidos por algo más profundo que la ira, revelan una fractura en su interior. Pese al miedo que me consume, algo en mí —quizás mi instinto compasivo— se despierta.

—¿Qué pasó, Dimitri? —pregunto, intentando no sonar vulnerable, pero la preocupación sale libre en mi voz—. ¿A quién violaron?

De inmediato suelta mi mentón y se aleja, como si mis palabras lo hubieran golpeado. Pasa una mano temblorosa por su cabello, respirando de manera irregular, luchando por recuperar el control.

—¿Dimitri...? —insisto suavemente, aunque sé que he tocado algo profundo.

Él sacude la cabeza, agachado, negándose a decir más.

—¿Por qué me ves como un violador? —murmura, su tono bajo, cargado de un dolor que hasta ahora había mantenido escondido.

—¿En serio? —respondo con un amargo sarcasmo, la rabia resurgiendo—. ¿Acaso no recuerdas lo que pasó en el convento? —Levanto el rostro hacia el techo, soltando una risa cínica—. ¿No recuerdas cómo me tocaste, aunque te suplicaba que no lo hicieras? —La ira me consume, me acerco y lo empujo con todas mis fuerzas—. ¡Eso se llama violación, imbécil!

—¡No! —grita, la negación saliendo con desesperación.

—¡Sí! —golpeo su pecho, cada palabra cargada de resentimiento—. ¡Destruiste mi vida, maldito! —Las lágrimas fluyen sin control, quemando mis mejillas.

De pronto, Dimitri me agarra por el cuello de la camisa y me acerca a su rostro, sus ojos verdes llenos de una furia peligrosa.

—Lo disfrutaste tanto como yo, Inocencia. Vi tu rostro... desde el primer momento en que mis manos tocaron tus senos. Estabas excitada —escupe las palabras con crueldad, apretando los dientes—. Los apreté, y gemiste de placer. Entonces supe que debía continuar.

—¡N-No gemí! —balbuceo, aterrorizada por la posibilidad de que tenga razón.

Pero, al recordarlo, un doloroso nudo se forma en mi estómago. ¿Y si sí lo hice?

—Te encantaban mis besos en tu cuello, te dejaste llevar... —su voz es suave, venenosa—. Me permitiste hacerte todo eso, así que no me digas que intenté violarte, porque no es cierto. —Su respiración es pesada, agitada—. Aún siento tus caricias en mi espalda. —Una sonrisa pícara se dibuja en sus labios—. ¿Acaso no lo recuerdas?

Con un movimiento brusco, me suelta la camisa y caigo de espaldas sobre la cama.

«Lo recuerdo. Es cierto... lo disfruté. Me dejé llevar, y si hubiera intentado ir más lejos, tal vez no lo habría detenido».

Me odio por pensarlo, por sentirlo. Bajo la mirada, incapaz de enfrentar la verdad de lo que pasó.

Dimitri se arrodilla frente a mí, sus ojos verdes buscando los míos, su expresión demente, consumida por una obsesión que me hace temblar de terror.

—Estoy jodidamente obsesionado contigo. —Su voz es apenas un susurro, pero la intensidad me hiela el alma.

—Quiero irme de aquí... 

—Tal vez no sea un violador, pero soy todo lo demás, Inocencia —susurra Dimitri, con un tono que eriza mi piel. Sus manos acarician suavemente mis ojeras, como si intentara calmarme, pero sólo logra intensificar mi incomodidad. Con una ternura perturbadora, levanta mi rostro y deja caer su frente sobre la mía—. Te voy a mantener aquí, hasta que te enamores de mí, hasta que me corresponda un beso. Esa vez no llegamos a eso, pero sé que lo hubieras hecho. —Pasa su pulgar lentamente por mis labios, una caricia que me provoca náuseas—. Es extraño... pero lo siento así.

Estoy atónita. Jamás nadie me había hablado de esa forma. Sus palabras no sólo me invaden, sino que también me aplastan. Dimitri está completamente desquiciado, y ahora sé que no tengo escapatoria. Me ha convertido en su prisionera, como si fuera la versión 2.0 de Pimientita.

—Voy a mandar a lavar esto para ti, así tendrás algo que ponerte mañana. —Dice con tranquilidad mientras toma las bolsas con mis compras. Voltea hacia mí, esbozando una sonrisa tensa y fría—. Pasaremos la Navidad juntos.

«No, no, no... ¡Mañana es el día de los resultados! Tengo que estar en la mansión Hikari. ¡Necesito escapar esta noche!»

Justo antes de salir por la puerta, se detiene y se gira para mirarme una vez más.

—No pierdas tu tiempo pensando en cómo escapar —advierte con una calma aterradora—. Esta puerta estará custodiada, y habrá hombres vigilando los alrededores de la mansión.

Con un sonido sordo, cierra la puerta y desaparece, dejándome sola con mi miedo.

Pero, ¿de verdad cree que voy a hacerle caso? Apenas se va, corro hacia la ventana, buscando algo, cualquier cosa para romper el vidrio. Lanzo un candelabro con toda mi fuerza. El objeto rebota, cayendo bajo la cama, mientras el vidrio apenas se raja. No es suficiente, pero si sigo intentándolo, tal vez lo rompa.

Me apresuro a buscar el candelabro en el suelo. Mientras lo hago, algo más llama mi atención: entre los portarretratos caídos, uno de ellos tiene una inscripción.

«Miriam Duglas. Jamás olvidaré ese día en Stonehenge. Mayo 1990».

Mis manos tiemblan. «¿Cuántas Miriam Duglas pueden existir en Londres?»

CAPÍTULO 24: Yo cuidaré de ti.

Sus castaños y oscuros rizos caían sobre sus hombros. Era una mujer delgada, de estatura promedio, y en esa imagen, mi madre lucía una bufanda negra con detalles grises que adornaba su cuello. Llevaba una blusa negra de rayas tenues y unos jeans ajustados que resaltaban sus curvas. Detrás de ella, se erguían las majestuosas rocas de Stonehenge, y su rostro se iluminaba con una hermosa sonrisa. Lastimosamente, no puedo ver sus ojos, pues lleva puestas unas gafas oscuras.

«Madre, ¿a quién le sonreías de esa manera? ¿Quién estaba tras la cámara? Te ves tan feliz en esa foto.»

Me pregunto cuántas lágrimas he derramado hoy. No importa; solo necesito llorar un poco más. Justo ahora, necesito a mi madre a mi lado, sonriéndome de la misma manera y abrazándome mientras me dice que todo estará bien. Duele aceptar que nunca sucederá, que todos estos deseos permanecerán reprimidos como sueños imposibles de cumplir. Por lo menos, en este momento, puedo imaginarla y suponer cómo podrían haber sido las cosas con ella.

Nunca llegué a odiar a mi madre; primero, porque las hermanas del convento me enseñaron a no odiar a las personas, y segundo, porque algo en mi corazón me dice que ella realmente me quería. No puedo apartar la mirada de su imagen. Era tan hermosa; podría tener unos veinticinco años en esa foto.

«Algo no me cuadra... ¿Qué relación tenía mi madre con los Paussini?»

De repente, la puerta se abre y aparece una mujer de aproximadamente cincuenta años, vestida con un uniforme de servicio doméstico. En una mano lleva una bandeja con comida y en la otra, algo que parece un pijama.

—Oh, muchachita —dice en un tono melancólico al verme sentada en el suelo, llorando—, lamento que estés pasando por todo esto. —Deja la bandeja y el pijama sobre el escritorio—. Ojalá pudiera hacer algo para que pudieras irte de aquí.

La señora se agacha frente a mí, observa la foto que tengo en la mano y luego me mira con curiosidad.

—¿Conocías a Miriam?

Mi corazón da un vuelco. Esta mujer parece haber conocido a mi madre.

—¿¡Usted la conocía!?

—Sí, claro. —Su rostro se ilumina con nostalgia—. Trabajábamos juntas en esta casa. Esta era su habitación... ¿Tú de dónde la conoces?

—Ella era mi madre.

Sus ojos, repentinamente brillantes, me hacen comprender que ella sabe de mí y que sentía un gran aprecio por mi madre. Está tan sorprendida que se cubre la boca con ambas manos.

—¿¡Eres Inocencia!? —me pregunta, su voz rebosante de melancolía.

—¡Sí! —le sonrío, algo confusa—. ¿Cómo supo mi nombre?

—Porque aquella vez que Miriam vino a conocerte, me habló de ti. —La señora toma mis manos y las aprieta con ternura—. Tu madre y yo éramos muy buenas amigas.

—Señora, por favor, necesito saber más sobre mi madre —le pido, la emoción brotando de mí.

—Ay, mija... La historia que me pides es muy extensa y complicada.

—¡Por favor! —imploro, juntando mis manos en un gesto de súplica.

—Bueno, está bien —me sonríe, aunque con inseguridad—. Tu madre llegó a esta familia luego de... —se interrumpe al escuchar el sonido de la puerta al abrirse.

A través de la entrada, aparece una chica mucho más joven que yo, vestida con el mismo uniforme de servicio doméstico. Con indignación, mira a la señora.

—Señora Rose, no debería estar perdiendo el tiempo aquí. El Señor Giovanni está furioso; lleva un buen rato gritando su nombre por toda la mansión.

—¡Oh, Dios mío! ¿Qué habrá pasado? —la señora se muestra visiblemente asustada.

—¡Apúrese! Cuanto más tiempo pase, más enfadado lo encontrará. —La chica le hace señas con las manos para que se levante, y así lo hace.

—¡Pe-Pero señora! —grito antes de que salga por la puerta.

La señora voltea hacia mí y, con una mezcla de tristeza y disculpa, me dice:

Aquí tienes el texto reescrito en presente:


—Mi niña, lo siento. Será en otro momento.

Las palabras de la señora resuenan en el aire mientras ambas mujeres abandonan la habitación, cerrando la puerta tras de sí. Me quedo paralizada, con el corazón latiendo con fuerza y la mente llena de preguntas. La revelación de que esa mujer ha conocido a mi madre me deja intrigada y ansiosa por descubrir más sobre ella. Lo único que sé es que trabajó aquí como parte del servicio doméstico y que esa señora fue su amiga.

Después de tanta agonía, una chispa de felicidad brota en mi interior. Si una lágrima más se desliza por mi rostro, es el resultado de la mezcla de alegría y soledad que siento en este momento.

Mis ojos comienzan a explorar cada rincón de aquella habitación, la habitación de mi madre. Por un instante, disfruto estar allí, acariciando la rústica madera del escritorio. Es un detalle que mi madre también ha sentido sobre su piel. Me pregunto si ha leído alguno de los libros que adornan el librero. La curiosidad no me deja tranquila, así que decido investigar. Encuentro varias novelas románticas, algunas de suspenso y otras de misterio... Espera un momento... ¡Aquí hay más fotos de mi mamá! La que tengo en la mano fue tomada en una cocina, donde ella muestra con orgullo un pastel decorado con frutas.

«Así que sus ojos son grises. Qué mujer más hermosa», pienso, sintiendo que su sonrisa es tan contagiosa que hasta a mí me provoca sonreír.

En mis manos hay otra fotografía, una muy romántica, donde mi madre aparece acostada sobre una cama, acompañada de... ¿Dimitri? No, claro que no, pero hay un aire familiar en él. Podría ser el padre de Dimitri. Detrás de la foto, solo se lee la fecha... ¡Oh, Dios mío!... 1992. En ese momento, yo tengo apenas dos años.

Analizando los detalles, comprendo que la foto en Stonehenge fue tomada en marzo de 1989. Yo nací el 10 de diciembre de 1990, lo que significa que mi madre apenas está comenzando su embarazo cuando se tomó esa imagen. Es como si una pieza del rompecabezas comenzara a encajar. «Esta foto representa mucho, mamá. Creo que la guardaré conmigo».

De repente, me doy cuenta de que mi madre ha comenzado su embarazo en esta mansión... ¡Oh, Virgen Santísima!... ¿Dónde encaja Don Gabriel en todo esto?

Rebusco entre los libros y los gaveteros del escritorio. La noche avanza y no encuentro nada. La comida fría sobre el escritorio se vuelve irrelevante, porque la incertidumbre me consume. En esa habitación, no hay ninguna referencia a Don Gabriel. Los documentos que encuentro son talonarios de pagos posteriores a 1990, estados de cuentas bancarias y algunas recetas.

¿Acaso mis documentos están equivocados? Las hermanas del convento pudieron haber malinterpretado la información, o incluso mi madre pudo haber mentido sobre el nombre de mi padre... ¡Oh, santísimo! ¿Y si Don Gabriel no es realmente mi padre? Tal vez mi parecido con Gabriel Hikari son solo casualidades.

Siento una fuerte compresión en el pecho. La depresión comienza a acoplarse en mi mente, y el miedo a haberme ilusionado con una familia a la que no pertenezco se apodera de mí. La idea de ser parte de una familia tan oscura como los Paussini es aterradora. Mi cabeza me va a estallar; el dolor se intensifica rápidamente.

«¡No, ya!... Vamos a calmarnos, Inocencia».

No puedo seguir especulando sin fundamento. Necesito, al menos, conocer el resultado de esos exámenes. 

Camino hacia el escritorio para tomar el pijama que dejó la señora, justo al lado de la bandeja con comida. Es un babydoll rosado, tal como lo llamó Florence esta mañana. No es exageradamente sexy ni provocador, pero sí corto. Está hecho de satín, con un delicado encaje negro bordeando la parte superior. No puedo evitar sonreír al verlo, realmente me gusta. Al ponérmelo, noto lo bien que se ajusta a mi cuerpo, suave y ligero sobre mi piel.

De repente, la puerta se abre de golpe. Giro rápidamente, y me encuentro con la figura imponente de un hombre alto, de unos cuarenta y siete años. Mis mejillas arden de inmediato cuando noto cómo su mirada, cargada de lujuria, se posa sobre mí.

—¿Qu-Quién es usted? —pregunto, aterrada, mientras intento mantener la calma.

—Soy tu ángel guardián, belleza —responde, su voz áspera mientras sus ojos recorren mis piernas descubiertas. Intento tirar del babydoll, buscando cubrir más de mis muslos, pero es inútil—. Deberías ser agradecida y ofrecerme algo a cambio.

Con cada paso que da hacia mí, retrocedo instintivamente, pero pronto me encuentro arrinconada. Mi espalda choca contra la pared y mi corazón late con fuerza desbocada en mi garganta. Su mirada se desliza hacia mis senos, y antes de que pueda reaccionar, grito con desesperación. Pero el hombre me silencia bruscamente, empujando un trapo grande dentro de mi boca y presionando con fuerza para evitar que emita otro sonido.

Las lágrimas comienzan a brotar de mis ojos, llenos de terror. El pánico me invade, dejándome paralizada, incapaz de moverme o defenderme. Sus manos suben lentamente bajo el satín del babydoll, deslizándose por mis muslos y acercándose peligrosamente a mi ropa interior. Grito internamente, luchando por liberarme, pero el trapo en mi boca impide que el sonido salga. No puedo moverme, mi mente se colapsa en un tic nervioso mientras sus manos continúan su recorrido.

—Qué piel tan suave —susurra, mientras sus dedos acarician mis glúteos.

De repente, un estruendo fuerte resuena en la puerta, haciéndome sobresaltar. El hombre deja de presionar el trapo en mi boca, su atención desviada por el ruido.

—¡Le metiste la mano a la mujer equivocada, amigo!

Mis ojos se abren de par en par al escuchar la voz firme y enfurecida de Dimitri.

El aura del mismísimo demonio envuelve a Dimitri. Lo veo atravesar la puerta, que ahora cuelga de una sola bisagra, mientras sus ojos arden de furia y su mandíbula se tensa con una fuerza aterradora. Su presencia domina la habitación.

—¡Señor, por favor, perdóneme! —El hombre que me atacaba cae de rodillas, su voz quebrándose en súplica mientras las lágrimas comienzan a llenar sus ojos.

Dimitri avanza hacia nosotros, con una mirada que congela la sangre de cualquiera. Sin embargo, sus ojos no se fijan en mí, sino en el hombre que ahora me da la espalda, temblando de miedo. Dimitri mete la mano en su bolsillo, y cuando saca un pequeño objeto de metal, lo despliega: una navaja afilada brilla bajo la tenue luz de la noche. Mi estómago se retuerce; esto va a empeorar.

Sin vacilar, Dimitri agarra al hombre por la muñeca y lo empuja contra la pared, inmovilizándolo.

—¡No, señor Paussini, yo...! —El hombre no logra terminar su frase. Su grito de agonía retumba en el aire cuando Dimitri hunde la navaja en su mano derecha, que ahora sangra profusamente, las gotas cayendo sobre el suelo.

—¿Cómo te atreves a manchar su pureza? —gruñe Dimitri, con una frialdad que logra expulsar el alma del cuerpo—. Te voy a arrancar estas manos inmundas.

De un solo movimiento, apuñala la mano izquierda del hombre. Otro grito desgarrador llena el cuarto, mezclado con sus sollozos.

Estoy a solo un metro de ellos, mis piernas rígidas, mi cuerpo tembloroso. Presenciar esta escena es más aterrador de lo que jamás habría imaginado. El rostro de Dimitri, desencajado por la ira, me horroriza. Mi corazón late descontrolado, y apenas puedo respirar. ¡Esto no puede estar ocurriendo! ¡¿No hay paz para mí?!

«Oh, Dios misericordioso, ¡apiádate de mí!» pienso, mientras la oscuridad dentro de mí se expande con cada segundo que pasa, con cada grito que el hombre emite. La sangre que chorrea sobre el suelo, el sonido húmedo de los dedos amputados al rodar por el piso, alimentan algo monstruoso dentro de mí, algo que crece y me consume.

—¡Te voy a hacer pedazos, bastardo! —Dimitri grita, cortando otro dedo. El hombre emite un alarido, un llanto desesperado que rebota en las paredes de la habitación.

—¡Por favor, Dimitri, basta! —grito, usando cada gramo de fuerza que me queda. Mis palabras parecen llegar hasta él.

Dimitri se detiene por un segundo, la respiración agitada. El silencio pesa en el aire hasta que su voz retumba:

—¡Marco!

El moreno aparece bajo la puerta destrozada.

—Llévense a este traidor. Métanlo en una bolsa negra y láncenlo en algún río.

—¡No, por favor, señor, no me mate! —El hombre solloza, su cuerpo temblando de terror.

—Son las dos de la mañana, no habrá problema —responde Marco, con una sonrisa sádica—. Será fácil.

Lo van a matar. Mi alma se siente destrozada, torturada, tras presenciar tal brutalidad.

Aprieto los ojos con fuerza, tapo mis oídos y termino agachada a un lado de la cama, escondiendo mi rostro entre las rodillas, como si así pudiera desaparecer de esta pesadilla. Mi cuerpo tiembla sin control.

—¡James, Samuel! ¡Vengan aquí! —escucho a Marco gritar. Segundos después, el sonido de pasos firmes invade la habitación—. Vamos a deshacernos de este tipo.

Los gritos desesperados del hombre, suplicando por su vida, se desvanecen poco a poco en la distancia.

«Ni en mis peores pesadillas había algo tan cruel».

—Inocencia, lo siento, nunca pensé que ese hombre se atrevería a tocarte —la voz de Dimitri suena cerca. Se agacha frente a mí, intentando levantar mi rostro, pero me resisto. No quiero verlo, no después de lo que ha hecho—. Sé que esto es algo que jamás habías vivido. Perdóname, pero no podía dejarlo pasar... y menos si se trataba de ti.

Mis lágrimas han cesado, pero el miedo sigue aferrado a mi pecho, como si no pudiera escapar de los ecos de los gritos y la sangre. Las imágenes siguen frescas, los sonidos aún vibran en mi mente.

—No quiero estar aquí, Dimitri... tengo miedo —mi voz sale rota, temblorosa, mientras mantengo la cabeza hundida entre las rodillas, incapaz de alzar la mirada.

—No te preocupes, yo cuidaré de ti. No dejaré que nadie vuelva a hacerte daño —su voz, ahora calmada y suave, logra algo inesperado: mi respiración comienza a normalizarse. Hay algo en su tono que me tranquiliza, aunque no quiera admitirlo.

Después de esas palabras, el silencio se apodera de la habitación. Aún con el rostro oculto, solo escucho los pasos de Dimitri alejándose, hasta que se detienen. Me quedo en medio de un silencio abrumador que me hace sentir más vulnerable, sola e indefensa. ¡No quiero quedarme sola aquí!

Con el corazón acelerado, levanto la cabeza, buscándolo con la mirada.

—¡Dimitri! —grito, aterrada por la posibilidad de que se haya ido.

—Tranquila, aquí estoy —su voz resuena desde la esquina derecha de la habitación.

Lo veo tumbado a lo largo del sofá, con las piernas cruzadas y su teléfono en la mano. Me mira con una expresión serena, casi compasiva.

—Me quedaré aquí esta noche —dice, su voz tranquila—. Y no temas, no te haré nada. Prometo quedarme en este sofá.

Sus palabras suenan sinceras, tanto que siento un peso de alivio caer sobre mis hombros. Contra mi voluntad, me siento segura en su presencia... y eso me molesta.

«¿Cómo es posible que pueda refugiarme en ti, aun cuando sigo temiéndote? Aun sabiendo que eres un criminal...»

CAPÍTULO 25: Abrázame solo un poco más.

He perdido la cuenta de las veces que cierro los ojos, deseando que el sueño me arrastre y, al despertar, la mañana me regale un día robado de algún rincón del pasado... Cómo extraño aquellos tiempos en los que podía dormir sin miedo, cuando despertaba con una sonrisa radiante, despreocupada, estirándome plácidamente en la cama, segura de que nada malo podría pasar.

«Señor, ¿cuántos Padre nuestros tengo que rezar para liberarme de esta desdicha?». No he podido pegar un ojo en toda la bendita madrugada. Y es que justo al lado de mi cama está el cuco, ese que lleva por nombre Dimitri Paussini.

No parece tener sueño tampoco. Sigue acostado en el sofá, manejando su celular con la misma despreocupación con la que lo hace todo. Es tan alto que sus pies sobresalen por los bordes del sofá, y esa imagen, tan absurda en medio de este caos, me resulta desconcertante.

—Dime tu Instagram, voy a seguirte —pregunta de repente, sin despegar la vista del celular.

—No tengo de esas cosas —respondo cortante, más para marcar distancia que por otra razón.

—¿Entonces qué haces con tu celular? —pregunta sin perder el ritmo.

—Es nuevo. No he tenido tiempo de usarlo, porque, justo hace unas horas, alguien decidió secuestrarme —mi tono está cargado de sarcasmo, pero él apenas levanta una ceja, divertido.

—Oh, claro, lo entiendo... Entonces, voy a crear tu primera cuenta de Instagram —dice, como si fuera la cosa más normal del mundo.

—¡¿Qué vas a hacer qué?! —le miro con incredulidad mientras saca mi celular del bolsillo trasero de su pantalón.

¡Es mi celular! El tiene mi único salvavidas, lo único que puede ayudarme a salir de aquí.

—Qué descuidada eres. Este celular no tiene bloqueo de pantalla. —Se ríe, sin molestarse en disimularlo.

—¿Y eso qué significa? —pregunto, irritada, y su risa se vuelve aún más molesta.

—Veo que no te llevas muy bien con la tecnología —me mira de reojo, con una sonrisa arrogante en los labios.

—¡Deja de burlarte de mí! Y, además, deja de usar mi celular, no te he dado permiso.

—¿Te pedí permiso para tenerte aquí? —su sonrisa maliciosa vuelve a aparecer, como si se regodeara en la situación.

—Sí, sigue, disfruta de tus maldades... En serio, eres despreciable —le espeto, intentando herirlo, pero el muy desgraciado simplemente se encoge de hombros.

—Ni siquiera tienes un correo vinculado. Qué desastre... —dice mientras teclea con la velocidad de alguien que lleva años manipulando teléfonos.

—Ya te lo dije, no he hecho nada con él —mi frustración crece con cada segundo que pasa, pero a él parece divertirle mi indignación.

Aquí tienes una versión mejorada del fragmento, con un estilo más pulido y fluidez en los diálogos:

Me pregunto qué demonios está haciendo con mi celular. Se ha adueñado de él como si fuera suyo, como si todo lo que me pertenece también le perteneciera. Esa arrogancia me llena de furia, porque yo no soy suya. Yo solo le pertenezco al Señor Jesucristo, y a nadie más.

Lo observo y me convenzo de que está completamente demente. ¿De verdad cree que puedo enamorarme de él mientras me tiene secuestrada? ¿En qué clase de mente enferma cabe una idea tan ridícula?

—Listo, lamonjitafogoza@gmail.com —dice, y estalla en una carcajada insoportable.

—¡Qué irrespetuoso! —saco valor y me levanto de la cama, indignada. Me acerco rápidamente—. ¡Dame mi celular! —intento arrebatárselo, pero antes de que logre alcanzarlo, me agarra por la muñeca.

—Inocencia —sus ojos se clavan en los míos, repentinamente serios—, es mejor que mantengas la distancia —su mirada se desliza desde mis pechos hasta mis muslos, haciendo que me estremezca. No puedo evitar notar que este pijama es, tal vez, más revelador de lo que pensaba.

—Dijiste que no eras un... un violador —tartamudeo, aterrada.

—No lo soy, pero podría robarte tu primer beso —dice con una sonrisa que me espesa la sangre. Él sabe lo importante que es eso para mí.

Me aparto de un tirón, regreso a la cama y me escondo bajo las cobijas, sin quitarle la vista de encima. No me gusta que esté toqueteando mi celular... ¿Y si me instala un rastreador o algo peor?

«Virgencita, protégeme de este hombre».

Inocencia, ¿cuál es tu apellido?

—¿De verdad crees que te lo voy a decir? —me río con sarcasmo—. ¡Ja!

—Ok —se pone de pie lentamente, y noto cómo su sombra se proyecta sobre mí—, entonces te lo preguntaré cuando me acueste a tu lado.

—¡Trevejes! —respondo de inmediato, sintiendo mi corazón acelerarse—. ¡Trevejes!

—¿Tres vejez? —repite burlándose.

Tre-ve-jes. ¿Lo escuchaste bien? Es Trevejes —le respondo, y su risa retumba en la habitación, disfrutando de cada segundo a mi costa.

Es imposible que se quede quieto. Yo solo quiero que se duerma, pero él sigue con sus tonterías. Tal vez, si me hago la dormida, él se dormirá primero, y entonces podré tomar mi celular y llamar a la policía.

—Inocencia, ya te creé tu cuenta de Instagram. Se llama @inocencia_trevejes —dice con tono juguetón.

—¿Sabes qué? Me da igual. Haz lo que quieras. Ya encontraré la manera de quitarlo. Ahora, si me disculpas, intentaré dormir.

—Perfecto, entonces me tomaré una foto y la subiré —el destello del flash ilumina la habitación en medio de la oscuridad, rebotando en las paredes.

Siento cómo mi rabia crece, pero trato de contenerme. No puedo permitir que este lunático se divierta a costa de mi desesperación.

Ha pasado aproximadamente una hora desde que Dimitri llegó, y deben ser alrededor de las 3:00 a.m. Él no muestra ninguna intención de dormir. Tal vez, si apagara el celular, podría finalmente conciliar el sueño.

—¿Puedes dormirte ya? —le pido, desesperada—. Son más de las 3:00 a.m.

—¿Las 3:00 a.m.? —repite con una sonrisa que no me gusta nada—. Entonces estamos en la hora del Diablo.

—¿La hora del Diablo? —pregunto, confundida. Jamás había oído hablar de eso.

—¿Nunca lo habías escuchado? —me mira con incredulidad.

—No. Soy una monja, Dios siempre está conmigo. No le temo a ningún demonio. —Mis palabras suenan firmes, pero por dentro siento una grieta de duda. ¿Por qué me afecta esto? No debería. Soy una mujer de fe... ¿Qué me pasa?

De repente, un estruendo rompe el silencio de la habitación. Vidrios estallan contra el suelo, y el grito que sale de mi garganta es casi involuntario.

—¡¿Qué fue eso?! —pregunto, llevándome las manos al pecho, mi corazón desbocado.

Dimitri salta del sofá, visiblemente asustado. Su rostro ha perdido todo color, y por primera vez, lo veo vulnerable. Esa expresión de miedo me hace pensar que tal vez nunca lo vuelva a ver así.

Cuando parece recuperar el aliento, se acerca a la cama, y agachándose, inspecciona los escombros en el suelo.

—Se ha roto un jarrón —dice, mientras recoge pedazos de cerámica entre los portarretratos rotos—. Esta mierda se cayó sola. ¿Ves? No debiste ofender al demonio.

—¡Ja! No lo puedo creer. ¡Tienes miedo! —digo, sorprendida.

—¿Miedo yo? —ríe, aunque su risa parece más una forma de negar lo evidente—. Miedo es cuando tu nana te deja solo en la fila del supermercado, diciéndote «espérame aquí, falta el pan», y desaparece. —Relata con una expresión cómica, arrancándome una sonrisa—. Miedo es cuando ves que la fila avanza y miras hacia atrás, pero tu nana no vuelve. Entonces entras en pánico porque estás a punto de llegar a la caja solo. Ahí conoces el verdadero miedo.

No puedo evitar reír. Contra todo pronóstico, me encuentro riendo junto a Dimitri. Después de todo, parece tener un lado divertido. Está arrodillado junto al cabecero de la cama, demasiado cerca. De repente, intenta tomarme una foto con mi propio celular, mientras me impide esconderme bajo las cobijas.

Antes de que el flash se dispare, sus ojos se encuentran con los míos. Esos ojos que me han intimidado tanto. Son de un verde tan profundo, y lo único que me recuerdan son los horrores que me han perseguido desde que lo conocí. Sí, esos ojos pertenecen a alguien que vive con violencia. Debo entenderlo: él es peligroso. No puedo confiarme.

«No puedo bajar la guardia contigo, Dimitri. Eres peligroso... y es mejor temerte».

Dimitri vuelve a concentrarse en los escombros a sus pies y, con cuidado, toma una de las fotos entre los cristales rotos de los portarretratos. Sostiene la imagen por un momento, como si estuviera atrapado en sus pensamientos.

—La extraño tanto —susurra, con la mirada fija en la foto. Me toma unos segundos darme cuenta de que... ¿es una foto de mi madre?

¡Claro! ¡Mi madre! De repente, todo parece encajar de manera aterradora. Si Dimitri reacciona de esa forma, debe haberla conocido.

—¡¿Tú la conocías?! —pregunto, casi sin aliento.

—Por supuesto..., mejor crianza no pude haber obtenido —responde, sin apartar la vista de la foto.

Mi mente se tambalea. ¡No puede ser! ¡Oh, Dios mío! ¡Esto es imposible! Mi corazón late desbocado, apenas puedo respirar. ¡¿Qué significa esto?! ¡Voy a desmayarme!

—¿E-Ella era tu m-madre? —logro preguntar, sintiendo que el aire se me escapa. Afortunadamente, estoy recostada en la cama.

Dimitri niega con la cabeza, y su respuesta me llena de alivio inmediato.

—No, no lo era —responde con tranquilidad, pero al ver mi rostro de incredulidad, su expresión cambia—. ¿Qué pasa? ¿Por qué esa cara?

—Es que... Me alegra que no fuera tu madre.

—Llegué a desearlo muchas veces —admite, con una sombra de nostalgia—, pero no..., ella fue mi nana desde que tenía cinco años. —Hace una pausa, mirándome con curiosidad—. Pero... ¿por qué dices eso?

Respiro hondo, intentando mantener la calma. La situación es demasiado surrealista.

—Porque... ella era mi madre.

El impacto en el rostro de Dimitri es inmediato. No hace falta que le repita nada; él sabe que no estoy jugando. No con esto. Y menos después de todo lo que ha pasado. Me observa en completo silencio, sin moverse, como si estuviera procesando algo que cambia por completo su realidad.

Finalmente, se levanta despacio, como si los cristales rotos en el suelo pesaran toneladas. Deja la foto de mi madre a un lado y se dirige hacia el sofá, donde se deja caer, con la mirada perdida. Ha dejado el celular sobre la mesita y ahora pasa ambas manos por su cabello, como si estuviera intentando asimilar lo imposible.

El silencio que cae entre nosotros es abrumador, y en el aire flota una verdad que posiblemente él no esperaba descubrir.

—Necesito saber sobre mi madre... por favor, cuéntame qué pasó con ella.

Dimitri palidece de nuevo, y algo en su expresión me pone nerviosa. ¿Por qué está tan afectado? ¿Qué es lo que sabe?

—Está bien... te diré todo lo que sé de ella.

—Te escucho —digo, mientras me acomodo mejor en la cama, intentando preparar mi corazón para lo que está por venir.

Dimitri suspira, como si sus recuerdos pesaran demasiado.

—Una mañana, al amanecer, encontré a una nueva mucama en mi habitación, ella estaba ordenando mi ropa. Desde la cama, la observé en silencio. Cuando notó que estaba despierto, me saludó con una sonrisa cálida. Tu madre, Inocencia..., era una mujer hermosa. Desde ese día, ella se encargó de mí porque la señora mayor que me cuidaba dejó de venir de repente. Miriam fue quien me enseñó a contar, a leer, a dibujar...

—Me hubiera encantado aprender todo eso de ella —susurro, sintiendo el vacío de esa ausencia en mi vida.

Dimitri asiente con tristeza.

—Miriam dejó de ser solo la empleada cuando empezó una relación con mi padre. Me impactó tanto que me enojé y escapé de la mansión. Yo era solo un niño... Un niño enamorado de una mujer de veintiocho años. Me sentí traicionado.

Baja la mirada, y una pequeña sonrisa nostálgica asoma en su rostro.

—No era solo el niño mimado de mi padre, también lo era de Miriam. Y, según me contaron, era un crío caprichoso, lo quería todo. Esa noche, regresé a casa asustado por los relámpagos de una tormenta, y cuando llegué frente a la mansión, vi a Miriam, angustiada, sollozando. Ella se había preocupado por mí, y entonces supe que ella realmente me quería. Quizás no de la misma forma que yo la quería, pero me importaba tenerla. Quise que ella fuera quien llenara el vacío de la madre que nunca tuve.

—¿Tu madre...? —pregunto con cuidado.

Dimitri endurece el rostro.

—No sé nada de ella —me interrumpe—. Esa mujer destruyó mi infancia. No quiero hablar de eso. Además, ahora hablamos de tu madre.

—Sí... tienes razón.

—Una tarde —continúa, con el semblante más oscuro—, pasé cerca del bar y escuché la voz de Miriam. Asomé los ojos por la puerta entreabierta y vi a mi padre y a Miriam sentados en los taburetes, la chimenea iluminando apenas la habitación. Ambos sostenían vasos de licor. Miriam lloraba. Estaba aterrada... decía que estaba embarazada y que un tal Gabriel la buscaba para matarla. Temía por su vida y por la del bebé.

Un escalofrío me recorre al escuchar ese nombre. "Gabriel". Mi corazón late con fuerza, y la duda me carcome.

—¿Gabriel? ¿Te refieres a... Gabriel Hikari?

Dimitri asiente, con una amargura que oscurece su mirada.

—Sí... Y ojalá se pudra en el maldito infierno. —Su voz se quiebra, y mi respiración se vuelve errática—. Inocencia... ese hombre mató a Miriam. Él es el responsable de la muerte de tu madre.

—No... no puede ser...

Mis manos tiemblan mientras las llevo a mi cabeza, jalando mi cabello, el dolor es demasiado intenso. Siento que estoy a punto de estallar.

Dimitri respira profundamente y continúa, aunque su voz ahora es apenas un susurro.

—Ella vivió con nosotros por un año, cuidando de mí y de su embarazo. Un día, me dijeron que Miriam había perdido al bebé durante el parto... pero ahora sé que no fue así. En ese momento no me importó porque solo quería que fuéramos una familia, solo ella y yo. No era mi madre de sangre, pero para mí era como si lo fuera. La vi triste durante mucho tiempo. Ahora entiendo por qué.

—Ella me dejó en la puerta de un monasterio —le digo, con la voz rota.

Dimitri me mira por unos segundos, asimilando lo que le acabo de decir, y luego baja la cabeza.

—Recuerdo aquella mañana... Uno de los guardias de mi padre llegó a la mansión, alterado, pálido como un muerto. Se paró frente a mi padre y dio la noticia: uno de los sicarios de Gabriel estrelló e hizo explotar un auto contra la parada de autobús donde estaba Miriam.

Los ojos de Dimitri brillan con lágrimas no derramadas. Recordar todo esto claramente lo está destruyendo también.

—Ella salió sola..., no tenía que haber salido de la mansión sin protección. No le dijo a nadie y salió por su cuenta.

Llevo las manos a mi boca, tratando de contener un llanto que amenaza con desgarrarme. Siento cómo mi alma se desmorona bajo el peso de esta verdad, y no puedo detener las lágrimas que brotan sin control. El dolor en mi pecho es insoportable, como si mi corazón fuera a explotar bajo la presión.

El colchón se hunde a mi lado, y siento los brazos de Dimitri rodearme, sosteniéndome contra su pecho. Su camisa pronto se empapa de mis lágrimas, y escucho el rápido latido de su corazón junto al mío, desbocado.

—Flor de jazmín, me aterra la idea de que seamos hermanos.

Su voz es un susurro, cargado de incertidumbre. Encontré a mi madre, pero ahora no sé nada sobre mi padre. Me aterra descubrir que soy una Paussini, que Dimitri y yo podamos ser hermanos por parte de padre. Aún hay demasiadas cosas que no entiendo sobre mi madre, pero ahora... no puedo pensar en eso. No puedo soportarlo.

Por ahora, solo quiero dejar que este dolor salga.

Así que, por favor, abrázame solo un poco más.

CAPÍTULO 26: Perspectiva de Delancis Hikari #1.

Mis ojos se posan en los rizos rubios y definidos de Marisol, que ondean con las frías ráfagas de viento. El tenue sol ilumina su cabello, haciendo brillar su sonrisa mientras se divierte en el parque nevado. Sus carcajadas son chillonas y contagiosas, y me alegra ver que finalmente ha hecho un nuevo amigo. Decido esperar un poco más, disfrutando de su felicidad, pues hacía tiempo que no la veía tan radiante.

Mi niña..., mamá haría cualquier cosa por darte una vida normal, pero con esta familia, es complicado. En Kingston, somos temidos, y para Marisol, llevar dos apellidos tan poderosos—ser una Diamond y una Hikari—solo intensificará esa presión. Las personas se alejarán de ella, y aquellos que decidan quedarse lo harán atrapados en el oscuro mundo que nos rodea. Lo he vivido; muchos de mis amigos ahora son líderes en nuestros clanes.

La felicidad de mi pequeña es mi mayor prioridad. He tratado de proporcionarle lo mejor: juguetes costosos, viajes, la mejor educación. Sé que la consiento demasiado, pero perdí dos años de su vida buscándolo a él. Thomas está vivo; lo siento en lo más profundo de mi ser. Mi corazón clama por él, pero he decidido no perder más tiempo. Ahora mi lugar está al lado de Marisol, quien también necesita a su madre.

Mi celular comienza a sonar; es una llamada de Alexis.

—Hola, Alexis. ¿Cómo les fue con el traslado?

—Fatal. El auto fue interceptado a cinco kilómetros de la granja. Nos robaron toda la mercancía que transportábamos.

—¡Maldición! —cierro los ojos y paso la mano por mi frente—. ¿Quiénes fueron?

—Un hombre de nuestro grupo sobrevivió y nos dijo que los ladrones tenían tatuajes del clan Mil Sombras.

—Mil Sombras... uno de los clanes que controlan a los Paussini. Seguro que alguien...

—Sí —me interrumpe—, alguien de nuestro bando ha roto el código de honor.

—Un solo soplón puede hacernos perder millones, Alexis. Investiga quién pudo haber sido. Sabes cómo manejar este tipo de traiciones.

—Sí, comenzaré a indagar y ofreceré recompensas por cualquier información.

—Perfecto. Hablaremos de esto en la mansión. Ahora estoy en el colegio con Marisol.

—Ok, nos vemos en un rato.

La llamada se corta. Estoy furiosa; esta traición nos ha costado más de doscientas mil libras. Necesitamos resolverlo hoy mismo, o mañana será más dinero perdido. Pobre de aquel desgraciado que se atreva a romper el código. Confío en que Alexis le hará sufrir antes de que muera, después de todo, es bueno haciéndose respetar.

Se suponía que nuestro trato con Guiovanni Paussini era neutral, pero todo cambió cuando se metió con mi familia. Estoy convencida de que él es responsable del secuestro de Ermac. La videocámara que encontramos ayer en la escena del crimen podría contener pruebas de que ese fue el primer ataque de los Paussini. La policía tomó la grabación como evidencia, y no pude hacer nada para quedármela. Tendré que reunirme con el Detective Kross para que me explique qué han encontrado, y de ser cierta mis sospechas, iré a hablar con Guiovanni Paussini para dejarle claro que no me contendré más. Acabaré con su maldita familia.

—Mami, ¿ya terminó tu reunión? —Marisol corre hacia mí, interrumpiendo mis pensamientos.

—Sí, princesita, regresemos a casa —le respondo, acariciando sus rizos.

—¡Ok!

Tomo su mano y caminamos hacia el estacionamiento, donde nos esperan los agentes de seguridad. Marisol mira hacia atrás y le lanza un último saludo a su nuevo amigo.

—¡Chao, Jack Matthew! —grita, levantando el brazo en una despedida. El niño le responde con un gesto similar.

De camino a casa, contacto a la niñera de Marisol a través de los controles del auto. Necesito que se quede cuidándola, ya que tengo que ir a la jefatura de policía esta tarde para que el detective me informe sobre lo que ha encontrado en el video. A estas horas, ya debería haber revisado esa grabación.

Mientras conduzco, también llamo al líder del clan Kamikaze. Es crucial redoblar la seguridad en la escuela de Marisol, en la fábrica de licores y en los alrededores de la mansión. Con un soplón suelto por ahí, la familia está vulnerable a cualquier ataque sorpresivo.

—Marisol, el resto del día te vas a quedar con Jessica —le aviso mientras me detengo en un semáforo.

—¡Du-Du-Du! —responde la pequeña, cantando y bailando al ritmo de la canción que suena en la radio. Es lo único que parece recordar de la letra, pero su energía es contagiosa.

Al llegar a casa, nos encontramos con Jessica. Es una chica de larga cabellera negra, la piel canela y unos ojos castaños que destilan confianza. La veo cómoda en el vestíbulo, sentada sobre uno de los sofás y leyendo un enorme libro.

—Hola, Jessica, gracias por venir —digo mientras ella se levanta, se agacha frente a Marisol y le da un beso en la frente.

—Buenas tardes, señora Delancis —me saluda con cordialidad.

—Hola, Jess —responde Marisol, iluminando el ambiente con su sonrisa.

—Es bueno volver a verte, nena —Jessica le devuelve la sonrisa, mostrando su calidez.

Jessica es hija del líder del clan Myers, una chica valiente que sabe defenderse muy bien. Confío en ella para proteger a Marisol; si llegara a pasar algo, sé que mi hija estaría a salvo a su lado.

En nuestro territorio, los Hikari ofrecemos entrenamiento y protección a todos los clanes, a cambio de un pequeño impuesto anual. Aquellos que no cumplen con el pago desaparecen; lo mismo sucede con quienes hacen negocios sin nuestro permiso.

—Marisol, necesito salir un momento, no me demoro, ¿ok? —le doy un beso en la mejilla.

—Ok.

—Voy a leerte un cuento, ven conmigo —Jessica le extiende la mano.

—¡Sí! —Marisol le sonríe, emocionada, mientras le toma de la mano.

Una vez las veo subir por las escaleras, salgo por la puerta principal del vestíbulo. Mi camioneta está estacionada justo frente a la entrada, lista para mí.

De repente, mientras camino frente al auto, noto una silueta en el asiento del conductor. Los vidrios son tan oscuros que no puedo ver claramente, pero la presencia de alguien me pone en alerta. Nadie debería estar sentado ahí. Sin pensarlo, meto la mano en los bolsillos de mi chaqueta y empuño mi arma. Abro la puerta y apunto rápidamente al sujeto.

—¡Ey, tranquila!... ¡Soy yo! —exclama Alexis, levantando ambas manos con los ojos desorbitados.

—¡Diablos, Alexis! —bajo el arma y la guardo en mi chaqueta—. ¿Qué haces aquí?

—Voy contigo a la jefatura.

—No hace falta que vengas, iré con los agentes de seguridad.

—Con la situación como está, no puedo dejarte sola.

—Uhmm... Bueno, creo que tienes razón.

Subo al auto, acomodándome en el asiento del copiloto. Mientras arrancamos, veo cómo una camioneta escolta a la nuestra, transportando a cuatro agentes de seguridad. La tensión en el aire es mucha, el camino por delante podría estar lleno de desafíos.

Al llegar a la jefatura de policía, un agente de uniforme nos recibe en la entrada. Su mirada es seria, pero se percibe un atisbo de respeto al ver a Alexis a mi lado.

—Buenas tardes, señora Delancis —dice el agente, sacando su radio para notificar al detective Kroos de nuestra llegada. Después de unos momentos, asiente y nos indica—: Pueden pasar a la oficina del detective.

Cruzo el umbral de la oficina, seguida por Alexis. La habitación tiene un aire de desorden controlado: documentos apilados en cada superficie, un par de carpetas abiertas con fotografías en blanco y negro, y un gran mapa de la ciudad adornado con notas adhesivas de colores que marcan puntos de interés. La luz es tenue, filtrándose a través de las persianas de madera. Una pizarra blanca en la esquina muestra garabatos que parecen ser pistas o conexiones entre casos. Mientras examino el tablero, intento buscar algún indicio relacionado con mi familia, pero todo está escrito en códigos crípticos que no logro entender del todo. La confusión crece, mezclándose con la ansiedad que me consume, mientras me pregunto si alguna de estas anotaciones podría arrojar luz sobre alguno de los crímenes de mi familia.

El detective Richard Kroos se encuentra de pie detrás de su escritorio, organizando unos cables. Tiene una presencia imponente, con su cabello alborotado y una mirada que parece atravesar las paredes de la oficina. Al vernos, se quita las gafas y se acerca.

—Delancis —saluda, con un tono grave—. Siento la espera.

—No hay problema, detective —respondo, intentando ocultar la tensión que me consume.

—Voy a poner el video en el proyector —dice, señalando una pantalla blanca en la pared—, pero antes de que lo vean, debo advertirles que es muy fuerte. —Hace una pausa, sus ojos se posan en mí y parece reconsiderar su advertencia. Finalmente, con un tono más sincero, añade—. Pero sé que tú eres mucho más fuerte que eso.

Sin decir más, activa el proyector y la imagen comienza a tomar forma. Las sombras dan paso a un video desgarrador: mi hermano, atado y sufriendo, mientras un hombre de traje elegante, probablemente un Paussini, observa con una sonrisa fría y cruel. No tengo idea de quién es, pero su presencia irradia una maldad calculada. Podría ser el supuesto hijo que Giovanni supo mantener oculto, pero no estoy segura. La tortura se despliega ante mis ojos, cada grito de mi hermano es un eco de mi impotencia, cada momento de agonía un recordatorio amargo de lo descuidada que he sido con mi familia en cuanto a seguridad se refiere.

La sangre hierve en mis venas, pero mi mente se niega a quebrarse. Cuando el video termina, Kroos me observa, esperando una reacción.

—No puedo entregarte este video; es evidencia —dice, su voz firme pero comprensiva.

—No lo necesito —respondo con frialdad, la determinación empujando las palabras hacia afuera.

Sin más, me doy media vuelta y salgo de la oficina del detective. Cada paso resuena en el pasillo, un eco de la decisión que estoy tomando. Alexis se apresura a seguirme, la angustia y la sed de venganza en mi rostro no puede disimularse.

Aquí tienes una versión mejorada:

—¡Delancis! —me llama el detective desde la puerta de su oficina, su voz cargada de urgencia—. Sé que planeas ir tras él... Déjame ayudarte a encontrarlo.

Me detengo en seco, el calor de la rabia aún ardiendo en mi pecho. Sin perder el ritmo, me doy la vuelta y me acerco a él, mi mirada afilada como una hoja. Le respondo en voz baja, con los dientes apretados:

—Ustedes no saben hacer nada bien… Y sabes tan bien como yo que muchos de los tuyos ya están comprados por los Paussinis. Cuando lo atrapen, escapará al día siguiente.

El detective, visiblemente afectado, me sostiene la mirada.

—No va a pasar —responde, firme pero consciente de la sombra de verdad en mis palabras.

Buffo con descaro, realmente no creo que puedan mantenerlos por mucho tiempo.

Cuando vamos de regreso a casa, la imagen de mi hermano atormentado sigue grabada en mi mente, y el fuego dentro de mí se aviva, exigiendo justicia de una forma que todavía no puedo comprender. Mañana, luego de ir a buscar a Ermac, iré a buscar a Guovanni Paussini.

CAPÍTULO 27: Perspectiva de Delancis Hikari #2.

El sonido del motor del auto de Alexis retumba mientras nos acercamos a la mansión. A mi lado, miro por la ventana, tratando de calmar el caos que se revuelve en mi cabeza, pero mi teléfono vibra, sacudiendo esa falsa serenidad que intento mantener. Charlotte. Aprieto los labios antes de contestar, porque sé que si me llama a estas horas, algo está mal. Solo puedo esperar que no sea nada grave, aunque mi instinto me dice lo contrario. La noche ya está cargada de tensión, y parece que no hará más que empeorar.

—¿Qué pasa, Charlotte? —respondo, intentando mantener la calma, aunque el bullicio al otro lado de la línea me golpea con una intensidad que me confirma mis peores sospechas.

—¡Delancis, todo está fuera de control en el Bentall Center! ¡Un fan de Pimientita la reconoció y se desató un caos! —su voz es un torrente de pánico, y casi puedo imaginar el desastre en el centro comercial, la multitud desbordada, gritando y persiguiendo a Pimientita como si fuera una presa, como si fuera la única fuente de distracción.

—¿Están todas bien? —pregunto, ahora con un poco más de atención.

—Todas estamos bien, pero… Inocencia desapareció entre todo el desorden.

—¿Hace cuanto desapareció Inocencia? —pregunto, mi estómago se retuerce al mencionar su nombre. Apenas ayer apareció en nuestras vidas, una extraña que ahora busca llevar el título de "hermana" y que ya se ha convertido en una ficha más en este ajedrez retorcido.

—Hace un par de horas, Delancis. No sabemos dónde está. Desapareció en medio del alboroto y no hemos vuelto a verla desde entonces. Justo ahora nos encontramos a salvo, encerradas adentro de una tienda de celulares que se compadeció y nos prestó el local. El centro comercial ya llamó a la policía —Charlotte suena al borde del colapso, como si cada palabra fuera un esfuerzo monumental. Y aunque me lo esperaba, escuchar que Inocencia está desaparecida me provoca una sensación incómoda. Quiero apartarla, ignorar esa inquietud, pero es más difícil de lo que esperaba.

Cierro los ojos, inhalando profundamente mientras Alexis acelera sin decir nada. Todo en este momento parece caer sobre mis hombros, como una lluvia ácida que me corroe poco a poco. Y, sin embargo, debo mantener el control. Debo ser fuerte, incluso si parte de mí siente que está a punto de romperse.

—No te preocupes por Inocencia, Charlotte. Si pudo llegar sola a la mansión hace dos días, podrá hacerlo de nuevo. No puedo perder mi tiempo buscándola —respondo, intentando sonar firme, aunque mis propias palabras me dejan un sabor amargo en la boca. La realidad es que no estoy segura de lo que estoy diciendo, pero no puedo permitir que mi fragilidad sea visible. No ahora.

—¿Cómo puedes decir algo así? ¡Podría ser tu hermana! —grita Charlotte al otro lado de la línea, su voz llena de incredulidad y rabia. Puedo sentir su odio atravesando la distancia, como una daga que me perfora el pecho. Su furia quema, y me pregunto si tiene razón en estar tan molesta conmigo. Pero debo mantener la compostura, aunque todo dentro de mí se sienta a punto de desmoronarse.

—Charlotte, no hagas esto más complicado de lo que ya es. Regresa a la mansión y tranquilízate —digo, cortando cualquier posibilidad de discusión. No puedo permitirme ser arrastrada por sus emociones.

Cuelgo el teléfono antes de que pueda decir algo más, pero el eco de sus palabras se queda resonando en mi mente. ¿Soy realmente una insensible, como ella dice? Me niego a responderme a esa pregunta. Prefiero enterrar ese pensamiento en lo más profundo, donde no pueda alcanzarme.

Al llegar a la mansión, apenas hemos estacionado cuando veo que el auto de Valen llega a toda velocidad, frenando bruscamente. Valentine se detiene al lado de mi camioneta, y ambos bajamos al mismo tiempo, nuestros rostros tensos y marcados por el cansancio. Valen y Charlotte se acercan rápidamente, las dos con la misma expresión de preocupación que me provoca una oleada de irritación. ¿Acaso soy la única que entiende que no podemos perder la cabeza por cada inconveniente?

—Inocencia sigue sin aparecer —dice Valen, sus ojos buscando los míos, como si esperara algo de mí, una respuesta que no estoy dispuesta a darle. No sé qué decirles para calmar esa tormenta de emociones que parecen llevar dentro.

—Tengo mucho en que pensar, e Inocencia no es una de ellas —respondo con frialdad, las palabras salen más cortantes de lo que pretendía, pero no me importa. No puedo dejar que las emociones de los demás dicten mis decisiones. No soy responsable de cada maldito error que cometan. Si Inocencia se perdió, encontrará su camino de regreso. O no. Ya no depende de mí.

La mirada de Charlotte me perfora, llena de desprecio y rabia. Sé que en su mente me está maldiciendo, pero no deja que sus palabras salgan esta vez. Se da media vuelta y entra en la mansión, con pasos furiosos que retumban en el suelo como golpes de tambor. Las demás chicas la siguen, decepcionadas, dejándome sola en el garaje con mi propio silencio y mis pensamientos. Un silencio que pesa más de lo que quiero admitir.

La noche es larga. Me revuelvo en la cama, incapaz de conciliar el sueño. Cada vez que cierro los ojos, veo imágenes del rostro torturado de Ermac. Y aunque trato de apartarlas, hay algo más que me inquieta, algo que no puedo ignorar. No quiero preocuparme por Inocencia. No quiero que me importe. Pero, por más que lo intente, no puedo negar que su desaparición también me afecta.

A la mañana siguiente, Alexis y yo nos dirigimos al hospital para recoger a Ermac. Cuando entramos en su habitación, lo veo sentado en la cama, su mirada fija en el horizonte, como si estuviera perdido en algún pensamiento oscuro. Su cuerpo aún muestra las cicatrices de la tortura que sufrió, y aunque intenta parecer fuerte, puedo ver en sus ojos que el dolor aún lo acompaña.

—Es bueno verte despierto, Ermac —digo con suavidad, acercándome a él. Me agarra con su brazo sano y me envuelve en un abrazo que, aunque débil, está cargado de una emoción que casi me hace quebrarme.

—Dela... —murmura con una voz que parece rota. Me aferro a él, sintiendo su fragilidad. Ermac siempre ha sido el Hikari más frágil de esta familia, y verlo así, tan vulnerable, me provoca una sensación de impotencia que no soporto.

Después de algunos momentos, mientras Alexis lo ayuda a prepararse para irnos, me siento obligada a contarle todo lo que ha ocurrido en su ausencia. Sabe que los Paussini están detrás de su secuestro, pero lo que no sabe es lo que ha pasado en Bentall Center.

—Inocencia me salvó la vida esa noche, Delancis —dice Ermac, su voz cargada de una gravedad que me hace estremecer. Jamás había visto a mi hermano hablar de alguien con tanto respeto—Debemos encontrarla —insiste, con una convicción que me desarma.

El tono de Ermac me atraviesa como una espina. Me cruzo de brazos, negándome a ceder ante esa mirada que me lanza. No puedo, simplemente no puedo preocuparme por Inocencia. No después de todo lo que ha pasado con los Paussini. Es solo una extraña, alguien que apareció de la nada para complicar aún más nuestras vidas. No entiendo cómo mi familia puede ser tan sensible, tan vulnerable. Me desespera que siempre terminen cayendo en este ciclo de sentimentalismo absurdo.

—¿Por qué todos se preocupan tanto por ella? —me quejo en voz alta, más para mí misma que para Ermac—. ¿Es que acaso no tienen otra cosa en la cabeza que salvar a cada desdichado que se cruza en nuestro camino?

Pero entonces, de reojo, noto que el celular de Ermac vibra. Lo veo desbloquear la pantalla y, de repente, su expresión cambia. Frunce el ceño, como si acabara de leer algo importante.

—Tengo los resultados del ADN de Inocencia —dice de pronto, cortando mis pensamientos como un cuchillo. Su tono es directo, serio, y noto la tensión en su voz.

Mi corazón late más rápido, aunque intento mantener la indiferencia. Trato de no mostrar interés, pero algo dentro de mí se enciende.

—¿Y? —pregunto, no por curiosidad, sino porque necesito saber qué ha descubierto. Me acerco a él, cruzando la distancia entre nosotros con pasos lentos, aunque por dentro estoy impaciente.

Ermac no dice nada. Simplemente me muestra la pantalla de su teléfono. Mis ojos se clavan en el mensaje, y, aunque esperaba una posibilidad, verlo escrito frente a mí me sacude como un terremoto.

Respiro hondo, tragándome el orgullo. No puedo seguir negándolo.

—Tenemos que ir a buscarla —digo finalmente, con una determinación que hasta ahora no había sentido.

CAPÍTULO 28: Desayuno con un mafioso.

La habitación está en penumbra, apenas iluminada por el resplandor de la luna que se cuela por los cristales de la ventana. El reloj marca bien entrada la madrugada, pero el cansancio no logra derrotar a la tormenta de emociones que me devora por dentro.

Sentada en la cama, con las cobijas amontonadas sobre mis piernas y mi mejilla presionada contra el pecho de este hombre, siento que el peso de las palabras resientes me aplasta. Cada una de ellas sigue resonando en mi mente como cuchillas afiladas que no dejan de cortar, un dolor tan intenso que me deja muda, atrapada en este abrazo del que no puedo escapar. ¿Gabriel Hikari... mandó a matar a mi madre? La idea me golpea con una fuerza arrolladora, y una mezcla de tristeza y rabia empieza a crecer en mi pecho, retorciéndose como un nudo que no puedo deshacer.

Este hombre, este extraño con quien comparto una historia que nunca pedí, está aquí, contando detalles trágicos sobre la mujer que me dio la vida. Me duele el alma, como si cada palabra tuviese el poder de desintegrar los fragmentos que componen mi ser. Y lo peor de todo es que Dimitri lo sabe. Sabe lo vulnerable que estoy en este momento, y por eso se aprovecha y no me suelta. No se aparta. Se aferra a mí, envuelto en un abrazo que debería consolarme, pero que ahora solo me ahoga.

No, mi dolor no le da derecho.

Respiro hondo, intentando recuperar el control. Mi cuerpo actúa antes de que mi mente lo decida, y lo empujo con firmeza, con una rabia que me arde en las venas. Pongo ambas manos sobre su pecho y lo aparto, lo obligo a levantarse de la cama y retroceder, aunque sé que no podría detenerlo si realmente quisiera quedarse cerca.

—¡Aléjate! —le exijo, con voz entrecortada por el dolor y la furia—. El hecho de que sepas lo que pasó con mi madre no te convierte en una buena persona.

Lo digo con una fuerza que apenas reconozco en mí misma, aunque mi voz tiembla por la mezcla de emociones. No puedo confiar en él. No quiero hacerlo. Y, por un segundo, temo que no haya marcha atrás.

La expresión de Dimitri cambia. Lo veo tensarse, sus ojos arden con una mezcla de frustración y enojo. Sus labios se aprietan en una línea fina, como si estuviera conteniendo palabras que probablemente serían igual de hirientes si las dijera. En un movimiento brusco, se levanta de la cama, alejándose de mí, y camina hacia el sofá al otro lado de la habitación. El aire se llena de un silencio incómodo, espeso, como si todas las palabras que no se dijeron flotaran entre nosotros como esporas tóxicas cargadas de resentimientos.

Me quedo sola en la cama, con los ecos de lo que acaba de suceder retumbando en mi mente. Intento tranquilizarme, pero no puedo. La tristeza se cuela en cada rincón de mi cuerpo, mezclándose con la tortura mental de imaginar la escena que Dimitri acaba de describir. Las imágenes, aunque no las vi, se forman en mi cabeza de manera desgarradora: mi madre, sus últimos momentos, el dolor que tuvo que soportar segundos antes de su... Rayos…

Me giro sobre la cama, abrazando la almohada, cerrando los ojos con fuerza. No quiero pensar, no quiero sentir, pero la imaginación no se detiene. El silencio entre Dimitri y yo solo lo hace más insoportable. Quiero gritar, quiero olvidar todo lo que ha dicho, pero mi cuerpo se siente demasiado agotado. Las emociones me abruman, me consumen poco a poco hasta que, finalmente, el cansancio de tantas horas de llanto y dolor me vence, y me quedo dormida con las imágenes de una tragedia que no puedo borrar.

Despierto antes que Dimitri. La luz de la mañana apenas logra abrirse paso a través de las pesadas cortinas, bañando la habitación en una penumbra tenue y opresiva. Mi cuerpo sigue tenso, como si nunca hubiera dejado de estar alerta, y cada músculo se siente rígido mientras me esfuerzo por levantarme de la cama sin hacer el más mínimo ruido. Cada movimiento es lento, calculado. Me deslizo con sumo cuidado, controlando incluso mi respiración para evitar cualquier sonido que pudiera despertarlo. El colchón cruje ligeramente bajo mi peso, pero me congelo, esperando un segundo antes de continuar. Este proceso me toma lo que parece una eternidad, hasta que finalmente mis pies tocan el frio suelo de madera.

Mis pasos son casi imperceptibles, rozando apenas el suelo de la habitación mientras me dirijo hacia la puerta con el corazón martillando en mi pecho. Cada latido se siente como un recordatorio constante de lo frágil que es mi situación. Mi mano tiembla ligeramente cuando extiendo los dedos hacia la manija. La giro con sumo cuidado, casi como si fuera un mecanismo explosivo, pero cuando la intento mover más, el sonido metálico del seguro me hace detenerme en seco.

¡Oh, santo! Está cerrada.

Una mezcla de frustración y miedo me invade, como si un nudo helado se formara en mi estómago. Cierro los ojos un segundo, tratando de mantener la calma, obligándome a no caer en el pánico. Mi respiración se acelera, pero la contengo, luchando por controlar los latidos desenfrenados de mi corazón. Esto no puede ser el fin. Tengo que encontrar otra forma.

Miro alrededor de la habitación, buscando con la vista cualquier indicio de dónde podrían estar las llaves. Mis ojos recorren los muebles, la mesa, las sillas… nada. Luego, mi mirada se detiene en Dimitri, todavía dormido en el sofá. De seguro tiene las llaves en el bolsillo.

Avanzo hacia él, mi mente volviendo una y otra vez a la única opción viable que me queda. Si tiene el celular en el bolsillo de su pantalón, lo más probable es que también tenga su celular ahí, ¿Será que mejor ir por el celular para llamar a la policía? Me inclino cuidadosamente hacia su cuerpo. Sus respiraciones son constantes y profundas, el pecho sube y baja en un ritmo que me da un margen de seguridad. Mis dedos tiemblan cuando se deslizan hacia el bolsillo trasero de su pantalón.

Con cada milímetro que avanzo, el aire frío de la habitación parece cortar mi piel, pero no puedo detenerme. Mis manos están heladas, temblando ligeramente mientras se acercan al bolsillo trasero de sus pantalones. Finalmente, siento el frío contorno de su celular bajo mis dedos. Despacio, muy despacio, tiro de él, intentando no hacer ningún movimiento brusco. Solo un poco más...

—Me excita la forma en que tus dedos se deslizan sobre mis pompis —su voz grave y rasposa interrumpe el momento como un disparo. El aire en mis pulmones se congela.

Retrocedo de golpe, sin celular en manos. Dimitri se despereza en el sofá, sus ojos verdes y peligrosos clavados en mí. Una sonrisa maliciosa curva sus labios.

—¿Buscabas algo, muñeca? —se levanta del sofá con una lentitud deliberada, como si disfrutara cada segundo de mi creciente pánico.

Camina hacia mí con la seguridad de un depredador que acecha a su presa. Mi cuerpo reacciona antes que mi mente, retrocedo hasta sentir la fría pared en mi espalda, pero no puedo ir más lejos. En un rápido movimiento, Dimitri me agarra ambas muñecas y me empuja contra la pared, levantando mis manos por encima de mi cabeza. El calor de su cuerpo se derrama sobre el mío, su cercanía abrasadora.

—¿Comemos? —murmura con un tono de perversión y sensualidad—. Porque yo estoy hambriento.

Su rostro está tan cerca del mío que siento su respiración en mis labios. El recuerdo de la última vez que estuvimos tan cerca atraviesa mi mente como un rayo. Mis mejillas se calientan, el rubor subiendo a mi piel en una reacción involuntaria.

—Mira cómo te sonrojas... —susurra, su sonrisa cínica ensanchándose—. Me encantas.

Cierro los ojos por un segundo, tratando de recuperar el control, de no dejarme arrastrar por la intensidad de la situación. Siento que me estoy derritiendo por dentro, pero no es deseo lo que me consume, es el miedo. Mi respiración es superficial, desesperada.

Y entonces, de repente, suelta mis manos. Da un paso atrás, liberándome de su control. Luego señala la pequeña puerta que debe dar al baño.

—Vete a dar una ducha—dice con un tono mucho más casual, como si lo que acaba de pasar nunca hubiera ocurrido—. Te espero en el comedor para desayunar juntos.

Me quedo paralizada por un instante, mis manos todavía temblando, el calor de su toque aún ardiente en mi piel. Él me mira por un momento más, su mirada carente de remordimientos, antes de dar media vuelta y salir de la habitación, dejándome sola con mis pensamientos y un nudo en el estómago que amenaza con consumirme por completo.

Me muevo rápidamente hacia el baño, sintiendo la tensión aún en mis músculos después del encontronazo con Dimitri. Abro la puerta y entro, cerrándola suavemente tras de mí. El lugar es sencillo, casi austero. No tiene nada que ver con la elegancia del baño que está en la habitación que ocupo en la mansión Hikari. Es pequeño, con azulejos desgastados y un espejo que ha visto mejores días. Un único jabón descansa en la repisa y una toalla colgada, seca pero áspera al tacto. No hay lujos aquí, y no me sorprende. Después de todo, este es el cuarto de la servidumbre.

No me importa, solo quiero sentir algo que me haga olvidar, aunque sea por unos minutos, la tensión de la mañana. Giro el grifo y, para mi alivio, el agua sale cálida. Me despojo de la ropa y dejo que el agua fluya sobre mi piel, quitándome el frío acumulado. Me enjabono rápidamente, la espuma desaparece bajo el chorro, llevándose con ella algo del peso que siento en mi pecho, pero solo por un instante. Es un respiro pequeño, nada más.

Cuando salgo, envuelvo mi cuerpo en la toalla y me seco lo mejor que puedo. El frío en la habitación regresa enseguida, así que me visto rápido con algo de lo que compré ayer. Ropa de invierno, gruesa y práctica. Tiene un toque de elegancia, la tela es suave y de exquisita calidad. Me miro un segundo en el espejo, el reflejo del rostro que me devuelve la mirada parece de alguien completamente diferente, alguien atrapado en una pesadilla que no parece tener fin. Sin embargo, la ropa me queda muy bien. No puedo negar que Lottie sí que sabe elegir ropa, no solo me siento hermosa, también tengo lo necesario para mantenerme caliente.

El sonido de un golpe suave en la puerta me saca de mis pensamientos. Me detengo en seco, ajustando apresuradamente el suéter que acabo de ponerme. No esperaba que alguien tocara antes de entrar. Estos hombres no son de los que piden permiso, y eso me pone en alerta.

—¿Puedo pasar? —escucho una voz grave y educada al otro lado de la puerta.

No es la voz de Dimitri. Frunzo el ceño, extrañada. Mis dedos se congelan sobre el borde de mi ropa, titubeando por un segundo. Hay algo en su tono que me descoloca. ¿Quién es este hombre que pide permiso en lugar de irrumpir como un huracán? Claro, sé que están todos cortados por la misma tijera, mafiosos, pero este gesto de cortesía no es lo que esperaba.

Respiro hondo, tratando de mantener la compostura. El miedo de la noche anterior aún cuelga sobre mí como una sombra. Dimitri dejó claro lo que era capaz de hacer, y si este tal Marco —porque ya sé que ese es su nombre— es uno de sus hombres de confianza, tampoco debe ser alguien inofensivo. Sin embargo, me atrevo a responder, aunque mi voz sale algo tensa.

—Adelante —digo con cierta reticencia, mi cuerpo preparándose para lo peor.

La puerta se abre lentamente y aparece el alto y robusto moreno, de expresión calmada y mirada neutral. No es la primera vez que lo veo, pero hay algo en su presencia que me inquieta, como si cada movimiento estuviera perfectamente calculado. Su postura es relajada, pero su actitud transmite autoridad. Marco: el hombre que Dimitri confía como su mano derecha, el que maquineó toda la logística para esparcir el cuerpo del desdichado que me tocó ayer.

—Dimitri ya te está esperando en el comedor —dice, entrando con pasos lentos, sin invadir demasiado el espacio. Algo que no pasó la primera vez que nos vimos. Presiento que Dimitri tiene que ver con este comportamiento en él… ¿Le habrá dicho que mantenga distancia conmigo?—… ¿Vamos?

—Está bien —respondo finalmente, con más firmeza de la que siento. Aunque mi corazón late rápido y mi mente sigue buscando una forma de escapar del moreno.

Bajamos por la escalera del vestíbulo en silencio. Marco sigue mis pasos de cerca, su sombra siempre presente detrás de mí, escoltándome. Mi mente corre en todas direcciones buscando un escape, pero las opciones parecen desvanecerse a medida que avanzamos. Desde las alturas puedo ver a varios hombres moviéndose por la mansión. Están relajados, charlando entre ellos, pero todos llevan armas visibles. Cualquier intento de fuga sería un desastre. No tengo más remedio que seguir adelante, aunque mi mente no deja de trazar posibles rutas de escape.

Mi mirada, en busca de algo que pueda ayudarme, empieza a capturar los detalles a mi alrededor. La mansión es sorprendentemente moderna, una diferencia abismal con la elegancia imperial de la familia Hikari. Aquí, las paredes son blancas, lisas y pulcras, con líneas limpias que se ven interrumpidas por detalles grises y negros, que le dan un aire de sofisticación y lujo contemporáneo. Los ventanales, enormes y comados, permiten que la luz del exterior bañe el espacio, inundándolo de claridad. La vegetación interior —plantas altas y verdes, perfectamente arregladas en macetas blancas— añade un toque fresco al lugar, haciéndolo parecer más abierto y vivaz, pero no por eso menos intimidante.

De repente, algo rojo pasa volando a mi lado, rozándome el hombro. 

—¡Por los clavos de cristo! —Me detengo en seco, el corazón se me sube a la garganta, y mi primer pensamiento es: «¡Me dispararon!"». Pero gracias a todos los cielos, no fue así.

El desgraciado de Marco se echa a reír al ver mi reacción de espanto.

—Es solo uno de los hermanos de Dimitri, se llama Lolo, y parece que le agradas.

Giro la cabeza solo para descubrir... ¿un guacamayo? Sí, un hermoso guacamayo de colores brillantes, chillando como si nada. Me quedo ahí, congelada, mientras el ave sacude sus alas de forma magistral. Y no es el único, hay otro posado tranquilamente sobre una rama que sobresale de una estructura decorativa en la esquina del vestíbulo. La imagen es tan surrealista que casi parece un cuadro pintado en movimiento, y por un segundo, olvido dónde estoy.

El eco de nuestros pasos continúa resonando mientras finalmente llegamos al comedor. Es una estancia amplia, iluminada, y mi mirada va directamente a la mesa que se extiende en el centro. Está hecha de madera oscura, con un acabado brillante que resalta bajo la luz matutina. Su diseño es moderno, elegante, con líneas rectas y claras, sin adornos innecesarios. Las sillas que la rodean son minimalistas pero imponentes, como si todo en este lugar estuviera diseñado para recordar a cualquiera que lo vea su lugar en el mundo. Sobre la mesa, el desayuno ya está servido: nn montón de panes raros, largos y otros planos, que claramente no son las rebanadas de pan de caja a las que estoy acostumbrada. Hay unas frutas que reconozco—uvas, melón—pero otras que parecen sacadas de otro planeta, como esas naranjas que no son naranjas, sino rojas por dentro. Luego están los huevos, pero no como los que hacían el monasterio, estos tienen hierbitas encima, y hay una selección de carnes que no parecen jamón del supermercado, sino algo más sofisticado. Y por si fuera poco, hay botellas de jugo, aunque, por supuesto, aquí no hay jugo en caja. Todo está perfectamente colocado, casi como si no quisieran que lo tocara, pero también como si lo hubieran preparado solo para mí... o para impresionar a alguien.

En la cabecera de la mesa, esperándome con esa expresión que ya se me hace familiar, está Dimitri. La luz de la mañana le favorece, jugando con su rostro, realzando sus facciones con un dorado suave. La escena parece una pintura renacentista en la que él es el centro, el personaje que atrae todas las miradas.

—Buenos días, flor de jazmín —dice con una sonrisa, su voz profunda resonando en la estancia. Con un gesto casual, señala la silla a su derecha—. Por favor, siéntate a mi lado. Quiero tenerte cerca.

No es una petición. Es una orden disfrazada de cortesía. Sus ojos brillan con esa intensidad que me recuerda lo peligrosamente cerca que estoy de él, de lo que representa. Mis pies, por un segundo, vacilan. Pero no tengo opción. Con un nudo en el estómago, avanzo y me siento en la silla que me ha indicado, sintiendo el peso de su mirada sobre mí, como si fuera una presa atrapada.

—B-Buenos días…

—¿Te gusta la comida italiana? —pregunta Dimitri, con una media sonrisa.

—Eeeh… Sí —respondo, aunque la verdad es que no tengo ni idea de qué es lo que estoy viendo en la mesa.

—Entonces, puedes empezar a degustar, con confianza —su tono es suave, pero tiene esa nota de autoridad que me pone nerviosa.

Miro alrededor, buscando a Marco, pero parece haberse esfumado.

—¿Nadie más va a acompañarnos a comer?

—No.

Trago saliva, sintiendo el peso de la situación. Entonces, se me ocurre preguntar con cautela:

—¿Y tu padre?

Dimitri se queda en silencio unos segundos, como si midiera cada palabra. La incomodidad se cuela en el aire, y casi puedo sentir el frío tras sus ojos cuando responde finalmente.

—Salió temprano.

Me estremezco por dentro. Si Dimitri es así de intimidante, no quiero ni imaginarme cómo será su padre.

CAPÍTULO 29: El documental de la discordia.

Los dos solos en el enorme comedor, en silencio, empezamos a comer. El sonido de los cubiertos contra los platos es lo único que se escucha. Yo apenas pruebo bocado, aunque la comida se ve apetecible. Miro de reojo a Dimitri, que come con calma, como si esto fuera una situación completamente normal. Trago con dificultad un trozo de pan y luego un sorbo de jugo que no logro identificar, pero es fresco y dulce. Mi mente, sin embargo, está muy lejos de disfrutar este desayuno. Solo puedo pensar en cómo salir de aquí.

Después de terminar, Dimitri deja sus cubiertos sobre el plato y me mira con esa calma inquietante que me eriza la piel.

—¿Quieres ver una película conmigo? —me pregunta, como si fuéramos una pareja normal compartiendo momentos.

—¿Acaso no tienes otras cosas ilegales que hacer?

—Ese tipo de trabajo lo hago mas tarde, no soy de trabajar por la mañana.

—Ya veo…

—¿Quieres ver una película o que otra cosa prefieres hacer?

No quiero, pero tampoco puedo negarme, así que respondo sin mucha convicción. 

—Veamos una película.

El elegante hombre se levanta de la mesa, imponente como solo él puede verse, y yo le sigo mientras salimos de comedor. Marco sigue sin aparecer, y por un segundo me pregunto si está oculto en algún rincón, observándonos.

Dimitri me conduce a una sala de estar, y al entrar, me quedo sorprendida por la elegancia del lugar. Un enorme televisor de pantalla curva ocupa un mueble, frente a un par de sofás de cuero negro que invitan a sentarse. La atmósfera es acogedora, pero el hecho de que estoy atrapada en una mansión con un tipo como Dimitri me hace sentir nerviosa.

Me acomodo en el centro del sofá, mientras Dimitri se sienta a mi derecha. Sin decir nada, toma el control remoto de la mesita de café y presiona un botón. La pantalla primero muestra un canal de noticias, pero rápidamente cambia a un logo que dice Netflix. Al verlo, mi mente vuela de regreso a las charlas de las chicas rumbo al Bentall Center, cuando hablaban emocionadas sobre una serie que habían visto allí. Esas memorias me golpean con fuerza, y de repente me encuentro pensando en mi posible familia. Hoy debían recibir los resultados de los exámenes de ADN... pero ahora, no sé si alguna vez lo sabré.

Me invade una mezcla de tristeza y angustia. Me pregunto si estarán buscándome, si estarán preocupados por mi paradero. La incertidumbre me cala profundo, y un escalofrío recorre mi espalda, recordándome cuán lejos estoy de todo lo que quería en mi vida.

Dimitri se vuelve hacia mí, mirándome con esa expectativa que siempre me incomoda.

—¿Qué película quieres ver?

Una chispa traviesa cruza por mi mente. Decido jugar con él.

—Un documental cristiano —respondo y me fijo en los títulos que aparecen en pantalla—. ¿Qué tal ese que dice «Los secretos de la fe en la Biblia»? —respondo, con una sonrisa desafiante.

Su expresión no es de sorpresa momentánea, después de todo, está sentado junto con una monja. Sin embargo, no dice nada y solo asiente, dándole al botón para que comience.

A medida que las imágenes desfilan en la pantalla, siento una pequeña victoria formándose en mi interior. Estoy convencida de que he encontrado algo que será una verdadera tortura para él. Estoy segura de que quería ver algo lleno de acción, explosiones o drama, no un documental tan serio sobre la religión y la Biblia. Sin embargo, pronto me doy cuenta de que tampoco es lo que yo esperaba. Pensé que sería sobre los secretos de cómo encontrar la fe a través de las Escrituras, pero no... Las voces de los expertos comienzan a desgranar que el documental trata sobre los libros ocultos de la Biblia, un tema que detesto, lleno de teorías de conspiración y ataques velados hacia mi religión.

A pesar de mis deseos, el contenido empieza a atraparme. Las imágenes de antiguos textos y manuscritos me sumergen en una historia intrigante, aunque cada nuevo dato me molesta más. Los cuestionamientos que presentan me enfurecen, como si intentaran sembrar dudas en la fe de los espectadores, y me resulta difícil no sentirme atacada. Por otro lado, Dimitri está completamente concentrado. Su mirada fija en la pantalla, absorto, como si fuera lo más fascinante que hubiera visto en su vida. No puedo evitar soltar una risa y un llanto frustrado en mi interior. Parece que mi intento de incomodarlo ha fallado, y en cambio, soy yo la que ha terminado agobiada.

El tiempo pasa volando, y antes de darme cuenta, el documental llega a su fin. Al mirar el reloj de pared, me doy cuenta de que ya es mediodía. Dimitri se vuelve hacia mí, y en sus ojos brilla una mezcla de curiosidad y emoción.

—Es fascinante cómo la religión ha moldeado nuestras creencias —comienza él, un tono de reflexión en su voz—. ¿Por qué crees que la iglesia no quería que se conocieran esos libros?

—La iglesia no oculta nada —le respondo, tratando de mantener la calma—. Esos libros no formaban parte de las Escrituras por una razón. Hay siglos de tradición, sabiduría y oración detrás de la Biblia tal como la conocemos.

—¿Sabiduría? —replica él, con una sonrisa sarcástica—. O tal vez fue solo un acto de conveniencia. ¿Quién decide qué es sabiduría y qué no lo es? No te parece curioso que se omitieran textos que ofrecían una visión diferente de la fe, de la humanidad, del propio Jesús?

Sus palabras me hieren como un latigazo. Me enderezo en el sofá, sintiendo cómo la irritación se me sube a la garganta.

—Esos textos no son parte de la revelación divina. Fueron escritos por hombres, distorsionados con el tiempo, y no hay ninguna conspiración detrás. La Biblia es perfecta como es —le digo, con más dureza de la que pretendía.

Él arquea una ceja, divertido por mi reacción, como si mis palabras confirmaran lo que pensaba.

—Perfecta, ¿eh? —murmura con una sonrisa maliciosa—. Lo que sea que te ayude a dormir por la noche.

—No se trata de lo que me «ayude a dormir» —le corto, sintiendo que mi paciencia se está agotando—. Se trata de la verdad. Mi fe es algo que va más allá de lo que tú puedas entender. No es solo un conjunto de libros y normas. Es mi vida.

Dimitri me observa en silencio, su expresión evaluativa. Me da la sensación de que le divierte verme así, a la defensiva, como si disfrutara provocarme.

—No quería ofenderte, solo me interesa entender cómo puedes estar tan segura —dice con una calma irritante—. Después de todo, la historia está llena de omisiones y mentiras. No te culpo por aferrarte a lo que te han enseñado.

—¿Qué me han enseñado? —repito, sintiendo cómo el enfado me invade por completo—. ¡Mi fe no es una simple enseñanza! ¡Es una relación personal con Dios, algo que no puedes entender porque te niegas a ver más allá de tus propias ideas!

Dimitri se ríe, pero no de una manera burlona, sino como si encontrara la conversación más interesante de lo que esperaba.

—Tal vez, pero es entretenido verte tan apasionada. Me gusta —dice con una sonrisa que me hace hervir la sangre.

—No estoy debatiendo este tema para entretenerte —le espeto, cruzando los brazos—. Y si vas a seguir cuestionando mi fe, esta conversación ha terminado.

Dimitri me mira por un segundo, como si estuviera sopesando sus siguientes palabras, pero en lugar de provocarme más, asiente suavemente, como si respetara mi postura.

—De acuerdo, Sor Inocencia. No más cuestionamientos... por ahora.

—Me encantaría huir de aquí, pero tengo la sensación de que no va a suceder —digo, sintiéndome resignada—. Así que, por favor, ¿puedo ir a la habitación? Me gustaría recostarme un rato.

Dimitri se levanta del sofá sin decir nada, camina hacia la puerta de la sala y, tras abrirla, habla brevemente con alguien. Luego se voltea hacia mí, con esa calma que me pone los nervios de punta.

—Puedes irte. Marco te llevará de regreso a la habitación, y no te preocupes, estarás segura con él. —Su tono se vuelve más sombrío—. En una hora tengo que salir, volveré de madrugada. Y ahórrate las energías de intentar escapar, porque hay muchos hombres aquí... y ya sabes, en medio de una persecución, siempre puede haber un "accidente". —Sonríe de una forma que me congela la sangre.

Estoy más que clara: escapar de aquí por mis propios medios es una fantasía. Hay demasiados hombres armados, y aunque lograra salir de la casa, alguien seguramente me alcanzaría, y no quiero comprobar lo que Dimitri insinúa. Necesito ayuda, mucha ayuda.

El resto de la tarde lo paso buscando algo útil entre los libros de los estantes. Para mi desgracia, no hay nada de misterios, ni policiales, ni historias de secuestros que me puedan inspirar un plan de fuga. Todo son novelas románticas, como si alguien en esta casa—probablemente mi madre—hubiera sido una apasionada lectora de historias de amor. Resignada, agarro uno al azar y me sorprendo cuando me engancha desde el primer capítulo. El día se va apagando lentamente hasta que la oscuridad de la noche cae sobre la habitación, interrumpida por unos suaves toques en la puerta.

—Inocencia, traje tu cena. ¿Puedo pasar? —Una voz femenina, que creo reconocer como la misma señora que me trajo la pijama la noche anterior.

—Sí, pase.

Marco, que siempre está vigilando, le abre la puerta y deja que entre. El aroma a pasta italiana inunda la habitación, haciendo que me dé cuenta de lo hambrienta que estoy. El moreno se queda en la entrada, observando todo como un halcón.

La señora coloca el plato sobre el escritorio, y mis ojos se clavan en la comida. Se ve deliciosa, como todo lo que he comido desde que estoy aquí, aunque me cuesta disfrutarlo.

—¿Dimitri es italiano? —pregunto, curiosa por los constantes platos italianos.

La señora duda, visiblemente nerviosa por la presencia imponente de Marco a sus espaldas. Pero es él quien rompe el silencio.

—Dimitri es británico, pero su padre es un auténtico italiano. —Su tono es cortante y formal—. Su estómago está acostumbrado a la comida italiana, no le gustan mucho los otros sabores.

Después de que la puerta se cierra tras ellos, me quedo mirando el plato humeante sobre el escritorio. El aroma es irresistible, así que finalmente cedo y comienzo a comer. El sabor es exquisito, aunque lo disfruto a medias; la preocupación por mi situación no me deja tranquila. Cada bocado me recuerda que estoy atrapada, y aunque esta prisión sea de lujo, sigue siendo una prisión.

Al terminar de comer, dejo el plato a un lado y me recuesto en la cama, agarrando el libro que había empezado. La novela romántica es lo único que me distrae de la realidad, y aunque no es mi tipo de lectura habitual, algo en su ligereza y dramatismo me permite escapar momentáneamente.

Las horas pasan sin que me dé cuenta. Me sumerjo tanto en el relato que pierdo la noción del tiempo. Sin embargo, el cansancio comienza a pesarme; los párpados se me hacen más pesados con cada párrafo. A pesar de mi situación, el cuerpo me reclama descanso, y la cama, a pesar de todo, es cómoda, cálida, segura por ahora.

Intento resistirlo, pero el sueño se apodera de mí, como si fuera una trampa suave que me arrastra lentamente hacia la inconsciencia. Dejo el libro a un lado y me acomodo entre las sábanas, abrazando la sensación de estar, al menos por unas horas, lejos de Dimitri.

Un estruendo sacude la madrugada, como un trueno cortando el silencio. Mis ojos se abren de golpe, el corazón me late con violencia en el pecho. He escuchado disparos, estoy segura de eso… Maldición… Estoy desorientada, con la respiración entrecortada. Se escuchan más disparos. Más fuerte, más cerca. El sonido atraviesa la oscuridad, helándome hasta los huesos. Me levanto de la cama de un salto, temblando, sintiendo que me falta el aire. ¿Qué está pasando?

Mi mirada recorre la habitación, y ahí está Dimitri, dormido en el sofá, regresó mientras dormía y está completamente ajeno al terror que me consume. El pánico me invade por completo. Otro disparo. Esta vez es un estallido aún más cercano, acompañado de gritos desgarradores que hacen eco por los pasillos. Casi me caigo al retroceder, pero logro mantenerme en pie.

—¡Dimitri! —exclamo en un murmullo histérico, pero él sigue inmóvil.

El sonido de las balas perfora el aire una vez más, y ahora es imposible ignorarlo. Dimitri se agita, y de pronto, abre los ojos, con la misma expresión de espanto que seguramente llevo en mi propio rostro.

—¿Qué demonios...? —dice, levantándose de golpe, pero antes de que termine de hablar, otro estruendo hace temblar el suelo bajo nuestros pies.

El miedo en sus ojos refleja el mío. 

CAPÍTULO 27: Entre el caos y la felicidad.

Los disparos siguen resonando, como si sus ecos estuvieran rebotando en cada rincón de la mansión. Me encuentro paralizada, los ojos fijos en Dimitri mientras se levanta del sofá de un salto, buscando algo debajo de su chaqueta. De repente, veo el destello metálico: un arma. Mi corazón late aún más fuerte, casi dolorosamente. Él camina hacia la puerta con pasos rápidos y decididos.

—¡Marco! —grita, su voz cortando el ruido—. ¡Marco, contesta!

Silencio. Solo el eco de los disparos en el aire. Los dedos de Dimitri aprietan el arma con fuerza, sus nudillos blancos. Unos pasos pesados se escuchan al otro lado del pasillo, y aunque no los distingo con claridad, unas voces entrelazadas llegan hasta nosotros.

—¡Es la policía! ¡Está entrando la policía!

Siento una chispa de esperanza que enciende cada fibra de mi ser. La policía, finalmente. La salvación está cerca. Sin pensarlo, abro la boca y grito, mi voz rasgando el aire.

—¡Ayuda! ¡Por favor, estoy aquí!

Antes de que pueda continuar, un peso cae sobre mí. Dimitri se abalanza en un segundo, su mano fría tapa mi boca, bloqueando cualquier palabra. Me aferra con fuerza, su mirada encendida por el miedo y la rabia.

—¡Cállate! —gruñe, sus ojos clavándose en los míos.

Intento librarme de su agarre, empujo su pecho, pero es inútil. Mi cuerpo se sacude con desesperación, tratando de soltarse, de gritar, de hacer algo, cualquier cosa. Siento las lágrimas quemando mis ojos, mi garganta en llamas.

Me niego a rendirme. Lucho contra él, rasguñando, pateando, haciendo lo posible por liberarme. Pero él no cede. Su mano sigue firmemente apretada contra mi boca, sofocando mis gritos mientras el caos continúa creciendo a nuestro alrededor. Afuera, el sonido de las balas sigue perforando la madrugada, pero lo único que escucho es el latido frenético de mi corazón.

—¡Dimitri, suélt...! —mi grito queda interrumpido por el estruendo brutal de una patada que revienta la puerta. Mis ojos se abren de golpe cuando veo a ¡¿Delancis?!, está armada y apuntando directamente a Dimitri—. ¡Delancis, ayúdame! —exclamo desesperada, tratando de liberarme.

El pánico me sacude cuando siento el frío y filoso acero presionando contra mi garganta. Reconozco la navaja... es la misma que utilizó anteayer, y ahora está a un movimiento de cortarme la vida.

—Quita tus manos de mi hermana, imbécil... —la voz de Delancis es helada, cada palabra cargada de una amenaza palpable mientras mantiene la pistola firme en dirección a Dimitri.

Un instante. ¿Hermana? ¡¿Ella se refirió a mí como su hermana?!

—¿Tu hermana? —Dimitri suelta un par de risas cínica, resonando en mis oídos con crueldad—. ¿Cómo puedes estar tan segura de eso, Delancis? Inocencia tiene más posibilidades de ser una Paussini.

La sonrisa de Delancis me hiela la sangre, pero lo que realmente me deja sin aliento es su respuesta:

—Estoy completamente segura —dice con una calma devastadora, sus ojos clavados en los míos, como si su mirada sostuviera un secreto que ya no puedo ignorar.

Mi mente da vueltas. ¿Los resultados...? ¿Dieron positivo? ¿Eso significa que... soy una Hikari?

Por fin... por fin tengo una familia que se preocupa por mí. Y pensar que llegué a creer que nadie vendría, que mi desaparición no le importaría a nadie. Un nudo se forma en mi garganta, y las lágrimas vuelven a correr por mis mejillas.

«Oh, Señor... estoy llorando otra vez. Mis ojos arden de lo hinchados que están».

—¡Suelta esa navaja! —Una voz potente interrumpe el caos. Tras Delancis, otro hombre avanza con pasos decididos hacia nosotros. Lo reconozco en cuanto lo veo más de cerca... es el detective Kross. ¿Cómo... cómo me encontraron?—. ¡Señor Paussini, queda arrestado por el secuestro de Inocencia Trevejes y como principal sospechoso del secuestro del señor Ermac Hikari!

El mundo se siente al revés. Cada palabra parece una bala disparada al aire, rebotando en mi mente sin que pueda procesarlo. Secuestro... Ermac...

—Voy a cortarle el cuello a esta mujer si no bajan las armas —dice Dimitri con una sonrisa retorcida, su voz cargada de locura. Su aliento me roza la oreja y me susurra—. Tranquila, no lo haré... —Y luego, más fuerte—. ¡Largo, abran paso!

Aprieto los ojos con fuerza, y las lágrimas, ahora imparables, caen sin control. Mis labios tiemblan mientras susurro entrecortadamente mi oración favorita, mi único refugio.

—Dios te salve, María... llena eres de gracia... —recito apenas audible, mientras mi viejo tic nervioso se manifiesta, las palabras brotando entre sollozos que me cuesta contener.

Un disparo atraviesa el caos de la habitación, y un grito desgarrador escapa de mi garganta. El eco de otro grito, esta vez de Dimitri, llena el aire, pero su grito... suena a puro dolor. De repente, el frío acero de la navaja deja de presionar contra mi cuello, y escucho el sonido metálico de la hoja al caer al suelo. Bajo la mirada y veo las primeras gotas de sangre que manchan la madera... No es mi sangre.

—¡Dimitri! —grito sin poder evitarlo, aterrada por lo que pueda venir.

Busco su rostro y lo encuentro descompuesto, lleno de angustia y sufrimiento.

—¡Inocencia, ¿qué haces?! ¡Corre aquí! —grita Delancis, su voz como un mandato que atraviesa mi mente aturdida.

Aprovechando que ya no estoy atrapada en el agarre de Dimitri, corro desesperada hacia la puerta, refugiándome detrás del detective Kross. Mi corazón late con fuerza, como si estuviera a punto de explotar.

—¡Delancis, pudiste haberla matado! —le reprende el detective, con el ceño fruncido.

—Detective, nunca fallo un disparo —responde Delancis, esbozando una sonrisa torcida antes de devolverle la mirada al detective—. Ahora es todo suyo —añade, sin bajar el arma que apunta directamente a Dimitri.

—¡Manos en la cabeza y al suelo! —ordena Kross con voz firme, y Dimitri, a regañadientes, obedece.

Varios policías irrumpen en la habitación como una estampida, pasando rozando mis hombros mientras corren hacia Dimitri. Sus armas en alto, preparados para cualquier cosa. Los primeros oficiales llegan a él y lo inmovilizan con brusquedad.

—¡DUELE!... ¡Cuidado con mi brazo! —Dimitri grita, su voz llena de dolor mientras le colocan las esposas. Solo entonces noto la herida en su brazo, justo donde Delancis le disparó.

Mi hermana se gira hacia mí, se quita su chaqueta oscura y la coloca suavemente sobre mis hombros, cubriendo mi cuerpo apenas vestido con el babydoll.

—Todo estará bien ahora. Vamos a casa —dice con una calidez que jamás había sentido antes. A pesar del miedo y la tensión, asiento débilmente, aceptando su protección.

Giro una última vez y mis ojos se encuentran con los de Dimitri. Me mira con una mezcla de rabia y desilusión, como si lo hubiera traicionado. Sus ojos verdes, esos mismos que mi madre alguna vez cuidó y protegió, ahora me suplican, me exigen que lo ayude.

«Lo siento, Dimitri... tú elegiste este camino. Sabías que no había vuelta atrás, y aun así lo seguiste... ¿Cómo no pudiste ver que esto solo te llevaría a la ruina? Pudiste ser un hombre mejor».

Salgo por el pasillo de la mansión Paussini, y lo primero que veo es a Alexis. Así que él también estaba aquí, vigilando los alrededores con otros hombres de los Hikari.

—¡¿Inocencia, estás bien?! —pregunta Alexis al verme.

—S-sí... Gracias por venir... a buscarme —respondo con la voz temblorosa, todavía sacudida por el miedo.

Mientras caminamos, tengo que esquivar varios cuerpos sin vida tirados en el suelo: un policía y tres hombres que no reconozco. La escena es aterradora, el latido frenético de mi corazón retumba en mis oídos, como si intentara escapar de mí. Y lo entiendo, debe estar exhausto de tanto sobresalto, de cada horror que he enfrentado hoy.

—¡Vamos, Paussini! Tus últimos días serán en la cárcel —escucho detrás de mí. Me giro y veo a dos policías escoltando a un hombre mayor, de unos 60 años. Está esposado, pero su sonrisa torcida y mirada despreocupada lo dicen todo.

Es alto y delgado, con ojos verde oliva, arrugas levemente marcadas y una barba rala. Su cabello es gris y, sorprendentemente, se parece mucho a Dimitri.

—Giovanni Paussini... Así que le diste el liderazgo a tu hijo —dice Alexis con desdén al verlo pasar—. Mala decisión.

—Ni crean que ya ganaron. Esto apenas comienza —responde Giovanni con una sonrisa que aún no se borra.

—Y pensar que te vimos en el funeral de mi padre hace unos días... Sabía que tramabas algo —añade Delancis, avanzando tras él mientras nosotros seguimos su paso.

—Delancis, te sorprenderías al saber que tu gente no es tan leal como piensas.

Mis pensamientos se detienen en seco. ¿Este es el hombre al que mi madre amó? Si es así, él debe conocer toda la verdad. Podría contarme la historia que necesito escuchar. Un impulso me quema por dentro, necesito preguntarle algo, cualquier cosa, pero lo están llevando lejos. Me consume la urgencia de que diga algo, aunque sea lo más insignificante.

—¡Miriam Douglas! —grito, haciendo eco en el pasillo. Todos se detienen, y Giovanni se gira lentamente hacia mí, con los ojos entrecerrados.

—¿Disculpa? —me pregunta, su mirada buscando la mía.

—¡Miriam Douglas! ¡Ella era mi madre!

Sus ojos se ensanchan en reconocimiento. La sorpresa en su rostro me lo confirma, él la conoció... y sabe quién soy. Su sonrisa, fría y calculadora, se transforma en algo más personal.

—¿Inocencia? —pronuncia mi nombre como si ya lo supiera, como si hubiera esperado este momento.

—Sí.

—¿Sabías que los Hikari mataron a tu madre?

El golpe en el estómago que esperaba llega, pero eso no disminuye el dolor. Aunque sabía que algo así podría salir de su boca, escucharlo me hace un nudo en la garganta.

—¡Calla, viejo! —le interrumpe uno de los policías, empujándolo para que siga caminando.

—¡Aquella tarde —grita mientras baja las escaleras, agitado, pero con la voz potente—, tu madre salió a escondidas... solo para volver a verte... y no lo logró!

«¿Ella... solo quería volver a verme?».

—¿Qué tonterías está diciendo este viejo? —bufa Delancis mientras bajamos las escaleras a toda prisa—. No le hagas caso, Inocencia —su arma aún en alto, alerta a cualquier movimiento.

—¿Y si es verdad? —pregunto, sintiendo un nudo en el estómago.

—Inocencia, yo recuerdo a Miriam... Ella trabajaba en la fábrica de licores de los Hikari —responde Delancis mientras nos acercamos a la puerta principal del vestíbulo, sin dejar de correr—. No debería contarte nada más, porque tal vez no me creerías. Pero conozco a alguien que sabe toda la historia. Alguien de confianza, cercana a tu madre.

—¿Te refieres a mi madre o a la tuya? —interviene Alexis mientras vigila los alrededores del vestíbulo.

—La vieja Murgos sería capaz de inventarse una novela con mucho drama, digna de una telenovela latina —Delancis murmura mientras se acerca a la puerta principal. Nos detenemos detrás de ella, esperando a que asome la cabeza para asegurarse de que el jardín esté despejado—. La madre de Alexis fue la mejor amiga de tu madre, Inocencia.

—Es cierto —dice Alexis, con una sonrisa nostálgica—. Mi madre aún recuerda cada detalle sobre Miriam, ella siempre me hablaba de tu madre. Incluso yo podría contarte un par de cosas.

Delancis hace una señal con la mano indicándonos que es seguro salir. Sin dudarlo, avanzamos tras ella, con pasos lentos y cautelosos, pero confiando en su reciente inspección.

Mientras nos alejamos sobre la fina grama del lujoso jardín, no puedo evitar echar un último vistazo a la mansión en la que estuve un día entero. Es una residencia imponente, casi tan grande como la de mi propia familia. Sí... mi familia, pienso en ello, y un calor reconfortante me invade en medio del estrés que estoy sintiendo. 

Afuera, el ambiente es tenso. Hay varias camionetas negras estacionadas junto a una fila de patrullas, con policías que rodean la mansión. Mientras pasamos frente a ellos, me siento extrañamente invisible, como si todo esto fuera una pesadilla que lentamente está terminando.

Frente al auto de Delancis, tres hombres vestidos con uniformes negros esperan en posición. Deben ser los agentes de seguridad de la familia. Alexis acelera el paso, casi corriendo, y nosotras le seguimos de inmediato.

Al subir al auto, Alexis enciende el motor con rapidez. Nos ponemos en marcha, cruzando por el portón principal de la mansión y dejando a los Paussini y su suerte atrás.

—Inocencia, no sabía que conocías al hijo de Giovanni Paussini —me pregunta Delancis mientras avanzamos por la carretera, sus ojos atentos al camino.

—Quise hablarte de eso justo antes de que fuéramos al Mall, ¿recuerdas? —respondo, esperando que lo relacione.

—Sí —me responde sin dudar—, lo recuerdo.

—Su nombre es Dimitri Paussini. No solo es responsable de mi secuestro, sino también de que perdiera mis votos de castidad y de que me expulsaran del monasterio.

—¿Estás hablando en serio? —pregunta Alexis, con una mezcla de asombro y desconcierto en la voz. No aparta la vista del camino que conduce.

—Sí. Todo empezó cuando me estaba bañando en las aguas termales y él apareció de repente, desnudo, sumergido en el agua. Lo siguiente que supe es que una de las monjas nos encontró en una situación... vergonzosa.

—¿Eran amantes? —sigue indagando Delancis, sin perder el hilo de la conversación.

—¡No! ¡Para nada! Esa fue la primera vez que lo vi. Ese tipo siempre me ha dado miedo.

—Entiendo.

—La segunda vez que me lo encontré fue en Brentford, el día...

—El día que secuestraron a Ermac —completa Alexis.

—Exacto —asiento.

—Dimitri fue quien lo secuestró, el del video —comenta Delancis, mirándolo por el retrovisor.

—Sí, no tengo dudas —responde Alexis, más serio ahora.

Recordar el rostro destrozado de Ermac en ese video me llena de rabia. No puedo evitar desear que Dimitri se pudra en la cárcel. Con ese sentimiento amargo, les confieso:

—Ese día, cuando mencioné tu nombre, Delancis, Dimitri reaccionó como si te conociera. Por un momento pensé que ustedes eran amigos, y quise que le hablaras para que me dejara en paz.

—¿Para que te dejara en paz?

—Sí, Delancis. Dimitri está obsesionado conmigo. Ayer me secuestró solo para tenerme cerca.

—Me recuerda a alguien... —murmura Delancis.

El silencio se instala entre nosotros durante unos instantes, hasta que me atrevo a preguntar:

—¿Cómo diste conmigo, Delancis?

—Llamé a la jefatura para reportar tu desaparición. Fue el detective Kross quien te encontró primero, aunque no sé cómo. Me llamó para avisarme que te habían localizado. —Delancis gira levemente hacia mí—. No sabía que estabas con los Paussini. Justo lo estábamos buscando.

—¡Bienvenida a esta caótica familia! —exclama Alexis, con tono burlón y alegre—. Estás a punto de ser corrompida...

Delancis le propina un golpe en el hombro, interrumpiéndolo.

—¡Nadie corrompe a nadie, cállate! —le regaña, aunque también sonríe.

Alexis suelta una risa ligera antes de rendirse.

—¡Ok, ok!

Mientras miro a mis dos compañeros de viaje, me invade un sentimiento cálido. Esto es lo que siempre he deseado. Lo que más he anhelado en toda mi vida: tener una familia.

CAPÍTULO 29: La carta.

Por primera vez, me siento completa, como si nada más me faltara en la vida, como si el sol hubiese estado esperando este preciso momento para asomarse en el horizonte y bañar mi realidad en un resplandor dorado.

A través de la ventana del auto, veo cómo el cielo comienza a despejarse bajo el suave despertar del amanecer. Hace poco que la nieve ha dejado de caer, permitiendo que el sol se abra paso entre las nubes espesas, que parecen burlarse de la débil intensidad de su luz. Los rayos solares apenas logran calentar el helado paisaje, incapaces de derretirlo. Sin embargo, la vista es relajante, casi hipnótica. El frío invernal permanece inmóvil, creando una sensación de calma.

Mientras contemplo la escena, escucho las voces de Delancis y Alexis discutiendo alegremente sobre los preparativos de Navidad: hablan de la cena, los licores y los regalos. La calidez de su conversación contrasta con el frío exterior, y siento que, por primera vez en mucho tiempo, todo está en su lugar.

—Esta Navidad será diferente a todas las demás —la voz de Delancis suena cargada de melancolía, y entiendo el motivo: será la primera Navidad sin su padre.

—Delancis, ¿está bien celebrar Navidad mientras estamos de duelo? —le pregunto, mientras observo la escarcha cubriendo los arbustos congelados frente al portón de la mansión.

—¿Quieres que Don Gabriel aparezca disfrazado de Santa Claus y te jale los pies bajo las sábanas? —bromea, y ambos sueltan una carcajada ligera. Luego me mira y, con una sonrisa cálida, añade—: Mi padre nunca perdonaría que dejáramos pasar la Navidad. Él adoraba estas fiestas..., y este año la celebramos en su honor.

—Ok... —respondo, sorprendida y con una sonrisa algo tensa.

—Es verdad, en otra vida Don Gabriel pudo haber sido un Santa Claus perfecto —agrega Alexis mientras estaciona el auto frente a la mansión, rompiendo el momento con una nota de humor.

Al cruzar el portón del vestíbulo de la mansión, lo primero que llama mi atención es un imponente árbol de Navidad, majestuoso y perfectamente decorado.

—¡Qué hermoso! —exclamo, con una amplia sonrisa de asombro.

El árbol es al menos el doble de mi tamaño, adornado con cintas turquesas, esferas plateadas, y coronado por una estrella que parece ser sostenida por un delicado ángel en la cima.

—Lo había mandado quitar durante el sepelio, pero pedí que lo volvieran a poner ayer por la tarde —me explica Delancis, con un tono más suave.

—¡Oh, por Dios!... ¡Ino! —grita Lottie desde la parte alta del vestíbulo. Baja corriendo las escaleras con rapidez, levantando los brazos emocionada. De repente, se frena en seco frente a mí, con los ojos bien abiertos—. ¡¿Dónde demonios están tus pantalones?! —me pregunta, mirando mis piernas desnudas. Solo llevo puesto el abrigo de Delancis y el pijama que me dio Dimitri.

—¡Prima, apareciste! —me saluda Valentine, acercándose con una gran sonrisa, acompañada de Florence.

—¿Estás bien? —pregunta Florence con el rostro serio, claramente preocupada.

—Estoy bien, tranquila —le respondo, con suavidad. —Chicas, voy a darme un baño y luego veré qué comer. Nos vemos después...

—Te esperaremos en el comedor —me interrumpe Lottie—, desayunaremos todos juntos.

—Oh... Ok —asiento, sintiendo una cálida sensación de alivio luego de tanto caos.

Y esta es la razón por la cual me siento completa. La felicidad que experimento no nació de mí misma, sino que llegó de diferentes personas. Cada uno de ellos me ha complementado con un poco de su alegría; esta es la felicidad compartida que me hace sentir plena y realizada.

Al entrar a mi habitación, suspiro profundamente. Por fin estoy aquí, rodeada de mi colección de estatuillas y crucifijos. Solo mirarlos me llena de una necesidad inmediata de orar, de agradecer a Dios por mantenerme a salvo. Es el momento perfecto para conectarme con Él.

Tras finalizar mis oraciones, me sumerjo en la bañera, dejando que el cálido aroma a manzana y canela envuelva mis sentidos. El agua tibia acaricia mi barbilla mientras mi cuerpo se relaja completamente bajo su superficie. Cierro los ojos, permitiendo que mi mente se libere y, de inmediato, la imagen de mi madre aparece, con su inconfundible sonrisa que siempre fue única. Sus ojos grises, tan claros, parecen brillar con vida propia. Son pocos los que poseen ese tono tan raro.

Pero de pronto, algo no está bien. El iris de sus ojos comienza a tornarse rojo, viscoso, como si se derritiera lentamente. Veo cómo sus ojos parecen desintegrarse y resbalar por sus mejillas como un líquido grotesco.

—¡OH, POR DIOS! —grito, abriendo los ojos de golpe, horrorizada. Un escalofrío recorre todo mi cuerpo, y mi corazón comienza a latir descontroladamente.

La oscuridad, esa sombra astuta, parece acecharme incluso en los momentos más insignificantes, cada vez más fuerte, creciendo como una bestia dentro de mí, alimentándose de mis miedos. Siento cómo me consume. Esto no está bien…

Salgo de la bañera, temblando y angustiada, apenas capaz de sostenerme en pie. Me acerco al lavamanos, limpio el vapor del espejo con las manos temblorosas y fijo la vista en mis propios ojos reflejados. Empiezo a respirar profundamente, intentando recuperar el control.

—Soy una mujer pacífica, misericordiosa y de mucha fe —me repito siete veces, como una consigna desesperada.

Cada vez se me hace más difícil creerlo, pero, al menos, empiezo a sentir una leve calma regresar.

Me envuelvo en toallas hasta la cabeza, salgo del baño y camino hacia el armario. Lo abro, pero inmediatamente recuerdo que dejé toda la ropa que compré en la mansión de Dimitri. Suspiro y termino poniéndome unos jeans gastados y una blusa color crema que traje del monasterio. No es lo ideal, pero servirá.

Mientras bajo las escaleras rumbo al comedor, me topo con uno de los guardias de seguridad que suelen estar en el portón de la mansión.

—¿Señorita Inocencia?
—Sí, ¿pasa algo?
—Un mensajero llegó hace unos minutos y nos dejó esta carta para usted.

Tomo la carta con manos temblorosas y le agradezco al chico antes de que se retire. Es una carta del monasterio Los Claustros. Aunque no la he abierto, ya sé cuál es su contenido. Aun así, mi corazón comienza a latir con fuerza.

«¡Oh, Señor! Todos mis esfuerzos podrían desmoronarse con estas palabras. Necesito sentarme, o seré yo quien termine en el suelo.»

El lugar perfecto para leerla es el salón donde hablé por primera vez con Delancis. Camino hacia allí, segura de que estará vacío, cuando escucho una voz familiar.

—¡Ey, hola! —me saluda Delancis desde el sofá.

No esperaba encontrarla aquí. Está sentada con su laptop en el regazo, pero su mirada se posa en la carta que tengo entre las manos.

—Perdón, no sabía que estabas aquí.
—No pasa nada. ¿Quieres que te deje sola?

Lo pienso por un momento, pero sacudo la cabeza. No quiero enfrentar esto sola.

Me siento junto a ella en el sofá, despliego el sobre y comienzo a leer el contenido. Mis peores temores se confirman. Sabía que no era buena noticia, pero leerlo me duele más de lo que esperaba. Mis ojos se llenan de lágrimas, y sin terminar de leer la carta, la arrugo en mis manos y la dejo a un lado sobre el sofá.

Respiro profundamente, intentando disipar la tristeza, pero no funciona.

—Parece que esa carta llegó en mal momento —comenta Delancis, notando mis ojos cristalinos.

Sin decir una palabra, se levanta del sofá y camina hacia la licorera que cuelga de la pared. Saca una botella cuadrada y dos vasos de vidrio.

—Acompáñame con un trago.

—Delancis, yo no…

—No bebes —completa mientras pone un par de cubos de hielo en los vasos—. Sí, recuerdo eso. Pero, ¿acaso no fue Jesús quien convirtió el agua en vino en medio de una parranda? —bromea, logrando sacarme una sonrisa.

Deja uno de los vasos sobre la mesa frente a mí, y tras verter un poco de licor, coloca la botella al lado.

—¿En ayunas?... Me va a quemar el estómago.

—Y no sabes lo bien que se siente.

Tomo el vaso y lo levanto hasta la altura de mis ojos, observando cómo los cubos de hielo flotan en el dorado del licor.

—Es ron —dice Delancis con una sonrisa—. Antes no bebías porque eras monja, ¿no?

—Las monjas pueden beber, siempre que no se excedan ni se vuelvan adictas —respondo, levantando la vista para encontrarme con sus ojos color avellana—. Mi temor es ese, Delancis… perder el control.

—Te prometo que no dejaré que eso pase —me dice con una sonrisa tranquila, sellada por el cuidado en sus palabras.

Vierto todo el contenido del vaso sobre mi boca, el olor fuerte del alcohol me obliga a tragar de forma inmediata; insoportable, infernal. Siento el calor del licor recorrer mi cuerpo, desde la garganta hasta el estómago, como un fuego abrasador que me hace apretar los ojos y sacar la lengua, buscando alivio.

—Entonces...

—Ya no soy una monja —la interrumpo antes de que termine, agarrando la botella y sirviendo más ron en mi vaso, sin medir la cantidad. Otro trago directo. Delancis, sorprendida, rápidamente me quita la botella de las manos.

—¡Mujer! En serio, eres un peligro para la comunidad alcohólica —bromea mientras guarda la botella en la licorera.

Se sienta de nuevo a mi lado, pero esta vez apoya los codos sobre sus rodillas, dejando caer su peso y su mirada, visiblemente afectada por algo.

—Veo que no soy la única que está caída hoy... ¿Te preocupa algo? —le pregunto con un tono más suave.

—¿Algo? Decir «algo» es poco. Preocuparme por muchas cosas es mi día a día, pero no es solo eso… también tengo que encontrar soluciones.

—Lo entiendo. Todo lo que llevas encima es demasiado para una sola persona, por eso me ofrezco a ayudarte —le digo con convicción, esperando poder aliviarle un poco la carga. Ella me responde con una sonrisa torcida, casi incrédula, pero agradecida—. Sé que no será fácil, pero al menos puedo intentarlo.

—Gracias —dice, levantándose del sofá y tomando mi brazo con suavidad—. Ven, vamos a desayunar.

—Sí, vamos —respondo, sintiendo que, a pesar de todo, tal vez podamos compartir no solo el peso, sino también un pequeño respiro.

Delancis me sigue jalando del brazo mientras caminamos por el pasillo lleno de cuadros abstractos. Siento que mi cabeza empieza a arder, como si me estuviera sonrojando intensamente. La sensación es tan intensa que parece que en cualquier momento podría convertirme en un fósforo andante. Incluso mi visión se empieza a distorsionar: las figuras de los cuadros se ven en 3D y mucho más abstractas de lo que recuerdo.

—Ino, no debiste beber ese segundo trago, el alcohol pega más fuerte y más rápido con el estómago vacío —me advierte Delancis, con tono preocupado.

—Dela, tranquila... mírame, estoy normal —respondo intentando sonar segura, aunque sé que mis palabras suenan poco convincentes.

—¡¿Normal?! —exclama con incredulidad—. ¡Dile eso a tu equilibrio!

—¿Qué? —pregunto, desconcertada.

—¡Pendeja! Si no te sostengo, te estrellas contra la pared.

«¡Por la sangre de Cristo!... ¡Presiento que esto no va a terminar bien!»

CAPÍTULO 29: De monja a borracha.

Vivir en una realidad distorsionada es tener un pie hundido en lo difuso y el otro apoyado en lo alto, es cuando esperas avanzar sobre cimientos firmes, y en realidad todo lo que te sostiene resulta ser inconsistente.

Es mi primer día como miembro de la familia Hikari, un momento que debería estar lleno de claridad y no de este caos borroso, con ambos pies hundidos hasta las rodillas en una realidad difusa. Mientras camino hacia el comedor, sostengo una batalla personal con mi propio equilibrio. ¡Qué vergüenza! He tenido que aceptar la ayuda de mi hermana mayor, quien me sostiene del brazo para evitar que me desplome. Debo verme patética.

—Inocencia, solo trata de no hablar mucho durante el desayuno.

—Pero si apenas hablo.

—Lo digo por el tufo que sale de tu boca.

«¡Oh, Jesucristo! ¿Cuándo sonarán las trompetas del apocalipsis?».

De repente, una de las puertas del pasillo se abre. No logro distinguir lo que hay dentro, pero sí a quienes salen: la pequeña Marisol, de la mano de Ermac, quien trae un brazo enyesado.

—¡Oh, Ermac! —lo abrazo impulsivamente, en un desborde de afecto—. ¿Estás bien?

—¡Diablos, Inocencia! —se sobresalta y mira a Delancis con seriedad—. ¿La secuestraron o se fue de parranda?

—Secuestrada... —responde Delancis en un tono aburrido.

—Delancis Hikari... Esa cara de culpabilidad la reconozco.

—Ya, pero no se lo digas a nadie, por favor —le pide en un susurro.

Veo la expresión de indignación en el rostro de Ermac y su mirada torcida hacia Delancis. No quiero que la culpe; la pendeja aquí fui yo. Si hubiera tomado solo el trago que me ofreció, no estaría en este estado.

—Ermac, agarra el otro brazo de Ino, así pareceremos tres hermanos felices... Y actuemos normal.

—¿Normal? —pregunta mientras me toma del brazo—. ¿De verdad crees que esto es normal?

—Mami... ¿Qué le pasa a la extraña? —pregunta Marisol, notando mi inestabilidad.

—No le digas así, es tu tía.

—¿Mi tita?

—Sí, como tita Lottie.

—Aaah... Ok —responde pensativa.

—Así que más respeto con ella, ¿ok?

Tras un breve silencio, la niña dice con voz seria:

—Tita Ino, las borrachas no van al cielo.

—¡Marisol! —la regaña Delancis en un susurro.

No puedo evitar sonreír ante la ocurrencia de la pequeña.

—Nena, pero si yo no estoy borracha —le digo con cariño.

—No te preocupes, tita, todos mis amiguitos tienen una tita borracha. Ya era hora de que yo también tuviera una.

«Es oficial. Soy la tía borracha de Marisol».

Entramos al comedor y, como aquella vez, en la cabecera de la mesa está Doña Murgos, quien me lanza una sonrisa forzada al verme. Sé que debería disculparme con ella por haber permitido que circulara esa mentira sobre mí, pero no es el momento. Cuando esté sobria, lo intentaré. A su lado están el tío Edward y el tío Yonel: uno sonriente, el otro envuelto en su habitual aura de misterio.

Nos sentamos tal como llegamos: yo en el centro, Delancis a mi derecha, Ermac a mi izquierda, y Marisol junto a su madre, acomodada en una pequeña silla que parece hecha a su medida. Se ve tan adorable que me arranca una sonrisa.

—¡Good morning! —saluda Alexis con entusiasmo, entrando con Florence.

—¡God mourning, Alexis! —respondo animada, intentando practicar mi inglés.

Todos estallan en carcajadas. No entiendo por qué, pero me río también, tratando de ocultar mi confusión.

—¿Acabas de decir que Dios está de luto? —me pregunta Florence, sonriendo de manera compasiva.

—Te aseguro que lo está —añade Ermac con una sonrisa burlona.

Florence se inclina hacia Ermac, le susurra algo al oído sin dejar de mirarme. Ermac asiente, con una expresión que mezcla diversión y aprobación. Me da la sensación de que le preguntó cómo estaba y él simplemente confirmó que todo estaba en orden.

Alexis se sienta al otro lado de la mesa, justo frente a mí, y Florence toma su lugar a su lado, quedando frente a Ermac. Estoy mareadísima, pero eso no impide que me sienta eufórica; la felicidad me invade al vernos a todos reunidos. Apenas pasa un momento cuando Lottie y Valentine entran al comedor. Sus movimientos me parecen hilarantes, como si sus cabezas estuvieran haciendo una especie de coreografía infantil... ¡Dios mío! ¡No puedo contener la risa!

—Buenos días, fam... —Valentine se detiene en seco al escuchar mi carcajada.

—¿Qué le pasa? —pregunta el tío Yonel en ese tono frío y cortante que lo caracteriza.

«Es gracioso cómo todos se quedan en silencio cuando él habla...»

—...es como si el diablo abriera la boca —¡Ay no! ¡Eso debía quedarme en la cabeza! ¡Qué estupidez!

Intento sofocar las risas, pero se me escapan algunas. Todos voltean a mirar al tío Yonel, quien me observa con una mezcla de sorpresa y molestia.

—¡¿Qué acabas de decir?! —exclama mi tío, visiblemente alterado.

Intento enfocar mejor la vista en mi tío Yonel, pero todo se vuelve aún más borroso. ¡No puedo creer que me esté pasando esto! Y aunque la situación es un desastre, no puedo evitar reírme de mí misma.

—¡¿Inocencia, te estás riendo de mí?! —grita el tío Yonel, visiblemente furioso.

Delancis suspira, exasperada, y llama a la chica del servicio doméstico para que se lleve a Marisol.

—¡Mami, otra vez no! —protesta mi adorable sobrina, molesta.

—¡Ve de una vez, niña! —Delancis le lanza una mirada fulminante, y la pequeña obedece al instante. Hasta yo sentiría miedo si me mirara así.

—¡No puedo creerlo! —Doña Murgos levanta las manos al cielo, en un gesto teatral—. ¡Resultaste igual de irrespetuosa que tus hermanas! —dice, su rostro arrugado y distorsionado por la ira... o tal vez siempre se ha visto así. Un momento... ¡Maldición, no aguanto la risa!—. ¡Esto es intolerable! —grita mientras mi risa se escapa sin control.

Toda la sala se vuelve más caótica con cada segundo, mientras yo solo puedo pensar en lo absurdo que es todo esto.

—Parece que la niña está ebria, ¿no, sobrina? —pregunta el tío Yin con un tono que deja claro que ya sabe la respuesta.

—Bueno... sí, tío Edward. Tomamos «solo un poco» antes de venir —admite Delancis, intentando restarle importancia.

—Inocencia, te lo dije hace unos minutos, que no te dejaras corromper —dice Alexis. Y sí, lo recuerdo. ¡Es verdad, me lo dijo en el auto! ¡Qué cosas! Todo esto me parece tan gracioso.

—¡Delancis, ¿cuándo vas a aprender a cuidar a tu familia?! —regaña el tío Yang, mientras mi hermana se cubre el rostro, avergonzada.

—Tío Yang, discúlpeme... Es que nunca en mi vida había bebido licor —respondo con voz temblorosa.

De repente, alguien rompe en carcajadas. Es Lottie, que finalmente entiende la tragicomedia en la que estamos envueltos.

—¡Ay, Ino!... Hoy te has lucido —me dice entre risas exageradas. Pronto Ermac, Florence y Valen se unen a las carcajadas—. ¿Quién carajos es el tío Yang? —pregunta Lottie, limpiándose las lágrimas de risa.

Antes de responderle, ya me estoy riendo.

—El tío Yang es el tío Yonel —respondo entre risotadas—. Y el tío Edward... ¡es el tío Yin! Y si los juntas a los dos, ¡son la reencarnación humana del Yin y Yang! —exclamo, ahogada de risa.

¡Dios mío! Es tan gracioso que no puedo parar de reír, y el resto de la familia me sigue. Nos reímos como si nada más importara, todos juntos, y por un momento, me siento completamente feliz, ligera, y en paz.

—Inocencia, nunca pensé verte así de borracha —me dice una voz frente a mí... Es Ermac, ¿verdad?

—Mira, Ermac... —comienzo a decir, pero alguien me interrumpe.

—Es Alexis —me corrige Florence, entre risas, como siempre corrigiendo a todo el mundo.

—Mira, Alexis, yo estaré borracha... pero tú... tú estás borroso —respondo, tratando de parecer ingeniosa, aunque mi cerebro no parece estar ayudando mucho.

Mi intento de defensa solo provoca una nueva ronda de risas. Incluso el tío Yin se está riendo, pero no el tío Yang. Él sigue con su cara larga y congelada en seriedad. Y, ahora que lo pienso, ¿dónde está Doña Murgos? Parece que se fue del comedor hace rato y ni cuenta me di.

Delancis se levanta de su silla y, sin decir una palabra, me toma del brazo y comienza a jalarme.

—¡Bueno, ya basta de circo por hoy! —me susurra cerca del oído—. Inocencia, es mejor que te vayas a recostar en tu habitación. Vamos.

Me levanto, pero el mundo entero parece tambalearse conmigo. ¡Dios mío, sí que estoy hasta el tope!

—¡No, no! —La voz de Lottie suena fuerte y clara, y me giro tratando de enfocarla, aunque su rostro se mezcla con los de Valen y Florence—. Si te la llevas, ¿quién va a hacer la oración antes del desayuno?

—¡Sí, es cierto!... ¡Te-Tengo que... hacer la oración! —intento decir, pero las palabras se atropellan entre sí.

Todos se ríen, pero en medio del ambiente cargado de carcajadas, noto que alguien le hace señas a Delancis para que me saque del comedor. Yo no quiero irme. La estoy pasando bien, disfrutando el momento con mi familia. 

—¡Dela, pe-pero quiero quedarme! —reprocho, intentando mantener el equilibrio.

—¡Vas a venir conmigo! —me responde entre dientes, con esa mirada asesina que nadie en su sano juicio desobedecería. Así que cedo, dejo que me saque del comedor y que me lleve prácticamente arrastrando por el pasillo.

El mundo a mi alrededor da vueltas, y ahora también mi estómago.

—Dela..., no me siento bien.

—¡Claro! Estás hasta la verga, Inocencia —me responde, visiblemente molesta.

—¡Baño...! —alerto rápidamente, justo cuando las náuseas empiezan a intensificarse.

Delancis me arrastra más rápido por el pasillo. Su mano firme me lleva hasta el baño, donde caigo de rodillas frente al inodoro y empiezo a vomitar. Ella, siempre la más sensata, sostiene mi cabello en alto mientras mi cuerpo se rinde al malestar.

—Te dije que no hablaras, y es lo primero que haces —murmura con resignación.

Una sonora arcada llena el espacio, haciéndome sentir aún más avergonzada. La sensación de culpa me invade junto con el malestar físico.

—Lo siento, Delancis, en serio... —balbuceo entre jadeos.

—¡Ya! Yo también soy culpable de todo esto —dice ella, tratando de quitarle peso al asunto.

—No... no te culpes —otra vomitada me interrumpe. Caigo sentada al lado del inodoro, sintiendo cómo la tristeza comienza a hundirse en mi pecho. Un llanto descontrolado se apodera de mí mientras me lamento—. ¡No quería que las cosas fueran así!

—¡Lo que me faltaba! —gruñe Delancis mientras me toma del brazo y me jala para levantarme—. Vamos, levántate.

—Mírame, soy una vergüenza para la Virgen María —sollozo, con lágrimas y mocos cubriendo mis mejillas.

—La Virgen María debe estar ocupada, seguro ni se dio cuenta —responde Delancis, con ese humor seco que nunca falla, aunque esté visiblemente agotada.

—¡Dambién soy mada diendo du hedmana, Dedancis! —farfullo entre mocos y lágrimas, con la nariz completamente congestionada, apenas puedo hablar y mucho menos respirar... ¿Por qué me siento tan mal de repente?

Delancis, visiblemente frustrada, abre la puerta del baño y me jala del brazo, pero apenas puedo mantenerme en pie. Lo intento, pero mis piernas no responden, y caigo al suelo de inmediato.

—¡Dedancis, hedmana..., peddoname! —sollozo, ahogada en flema y llanto.

—¿Perdonarte por qué? —pregunta, casi exasperada.

—Podque... no me puedo devantad —logro decir entre hipos y jadeos.

—¡Deja de llorar pendejadas! —me reprende con dureza.

Todo a mi alrededor se siente borroso, caótico, y escucharme a mí misma es vergonzoso. No puedo creer cómo, en cuestión de un día, pasé de ser una monja a una borracha hecha un desastre. Mi vida se siente como un completo fracaso, todo es deprimente.

—¡Alexis, ¿qué haces ahí parado como idiota?! —Delancis le grita a alguien más, mientras yo sigo llorando sin control.

De repente, siento que dos personas me levantan por los brazos, colgando de sus cuellos mientras intentan llevarme a algún lugar. Mis pies apenas tocan el suelo, siendo arrastrados a lo largo del pasillo.


—¡Ardilla!

—¿Ella gritó «ardilla»? —alcanzo a oír que alguien pregunta, seguido de una carcajada.

—¡Sí, acaba de gritar «ardilla»! —repiten entre risas.

—Pues yo no veo ninguna ardilla aquí —hablan entre ellos, riendo.

¿Dónde estamos...? ¿Este es el vestíbulo? No lo sé... todo comienza a volverse oscuro.

CAPÍTULO 30: La verdad sobre Pimientita.

—Inocencia..., despierta —alguien está hamaqueando mi hombro..., y yo que estaba durmiendo tan placenteramente. 

Aún estoy muy somnolienta como para responder de inmediato, con mis ojos semiabiertos intento enfocar mi visión para reconocer a aquel pecador que irrumpe el sueño sagrado de una monja.

Cabello rizado de un oscuro color castaño y unos hermosos ojos grises...

—¿Mamá? 

—Claro, Inocencia. ¿Quién más podría ser?... Ahora levántate que vas tarde al colegio.

—Pero si ya tengo 30 años, mamá.

—Recuerda que la escuela llamó diciendo que no encontró algunas de tus calificaciones. Tienes que volver y dar esas clases, sino el monasterio va a anular tu profesión solemne.

—Pe-Pero mamá, no tengo uniforme.

—Sí lo tienes, hija —responde señalando hacia un sofá—. Aún usas la misma talla que en aquellos tiempos, así que todavía debe quedarte.

Voy juntos con mi madre dentro de un automóvil de procedencia desconocida..., y bueno, tampoco es que me interese sabe cada detalle de todo este asunto, justo ahora estoy pasando el tiempo con mi madre y no hay pensamientos que se atrevan a irrumpir mi concentración sobre ella. Quiero recordarla justo así, el viento colándose por la ventana y levantando sus definidos rizos, la observo manejar tan precavida y ella, al percatarse de que la estoy mirado, sonríe de una manera tan agradable que me hace suspirar montones de alegrías.

¡¿Ya Llegamos?!... Este es... ¡¡¿mi colegio de primaria?!!... Algo no está bien... ¿Volveré a clases con todos estos niños?

—Lo siento, mamá, ¡no iré a la primaria otra vez!

—Mi niña, no pasará nada..., ve a clases.

—Pero mamá...

—Hija —me interrumpe reposando sus manos sobre mis hombros—, prometo que voy a esperar aquí hasta que salgas de tus clases, no te dejaré sola.

—Ok, mamá —respondo algo insegura.

—Solo trata de no despertarte del sueño, ¿Ok?... Si despiertas, ¿cómo volverías a encontrarme?

—Ok mamá, prometo no despertar... Tú espérame aquí, no me dejes sola ¿ok?

Asiente junto con una sonrisa amplia y cálida, una que logra iluminar más que un sol de verano.

Doy media vuelta y, a los segundos de darle la espalda a mi madre, se escucha un fuerte disparo... El estallido logra espantarme hasta despertarme, es un sonido perdura aun cuando ya me encuentro de vuelta en la realidad, estoy con mis ojos exaltados y con un corazón latiéndome a mil por hora.

Doy un rápido vistazo a mi alrededor. Ahora puedo asegurar que estoy en mi habitación y que en la mansión todo parece estar tranquilo.

Entonces solo fue un sueño. 

Caigo regada de espalda sobre mi cama y mi pecho se comprime al comprender que he despertado, un nudo en mi garganta me exige desahogo, mis labios se estremecen y ahora creo que no puedo evitar deprimirme.

No tenía que haber despertado..., mamá..., perdóname.

¡Maldición! No debería estar llorando, solo fue un sueño.

¿Por qué tiene que doler tanto?

No puedo evitar deprimirme.

De repente, escucho como la perilla de la puerta empieza a girar, la puerta se abre y bajo ella veo entrar a Pimientita.

—Inocencia, ¿cómo te sientes? —trae un vaso de agua en la mano.

—Como si me hubiese enfrentado a Goliat —respondo y limpio mis lágrimas a la mayor brevedad.

Pimientita ha soltado un par de risas.

—Te traje unas pastillas efervescentes para ayudarte con tu resaca.

—Nunca me imaginé lidiando con una resaca.

—No te preocupes —dice mientras echa la pastilla dentro de un vaso con agua—, supongo que no volverás a tocar el vidrio de ninguna otra botella por un buen tiempo.

—... Ni olerla.

Lentamente voy levantando mi cabeza de la cama para intentar sentarme al borde de la cama.

«¡Pero qué dolor de cabeza tan insoportable!».

Este dolor no me permite ni siquiera recordar lo que pasó después de que salí del comedor junto con Delancis, lo único que recuerdo es lo risueña que estaba junto con la familia.

Dignidad, ¿dónde te has metido?

—Sentarte al borde de la cama con una mirada distante y una sonrisa perdida: «Cosas de resacas» —dice en un tono burlesco, logrando en mí una sonrisa—. ¿Quieres que te traiga algo de comer? —pregunta mientras se sienta a mi lado—. Aún no has almorzado.

—Me gustaría prepararlo yo misma.

—Bien, entonces vamos —dice al levantarse de la cama.

—Pimientita, espera —la sostengo del brazo deteniendo sus pasos—... Antes me gustaría que preguntarte algo.

—Sí, claro...

—¿Cómo es eso de que estás secuestrada en esta casa?

—Así que hablaremos de eso...

—Si no te molesta, me gustaría entender las cosas que están pasando en esta familia.

—No me molesta —responde mientras vuelve a sentarse a mi lado—. Voy a contarte todo.

—Ok.

—Como ya te había comentado, soy una actriz porno, tengo miles fanáticos por todos los rincones del mundo y pues, como es de esperarse, algunos de estos fans viven obsesionados y fantaseando con mi cuerpo... Uno de esos fans es Ermac.

»Supongo que desconoces que todos los años se celebra unas convención para adultos en el centro de Londres, miles de fans se reúnen allí para comprar juguetes sexuales, lencerías, disfraces, películas y demás cosas para adultos; también hay paneles y foros donde hablan varios sexólogos y, por supuesto, muchos artistas de la industria pornográfica también asisten para firmar y tomarse fotos con el público asistente..., y como en todos los años, yo estaba entre esos artistas.

»Recuerdo la larga fila que había frente a mí, firma tras firma, era una noche interminable, donde solo me tocaba aguantar las miradas lujuriosas de mis fans. Inocencia, este tipo de fama es un asco, mis fans no me admiran por tener algún talento—, y bueno, tampoco es que muestre alguno en las películas—, mis fans solo aman lo bien que luzco cuando estoy teniendo sexo.

»El día estaba por terminar, cuando lo vi llegar, con seriedad se paró frente a mí y sobre la mesa puso uno de mis poster donde posaba con lencería. Él señaló el lugar donde quería que firmara, y en el momento en el que bajé el bolígrafo encontré un escrito que decía: «Puedo salvarle la vida a tu hermano». No sé cómo supo lo de mi hermano, se me hizo muy raro, ya que no hablo con nadie sobre eso. Subí la mirada extrañada y, al verle a los ojos, el solo dijo: «Bailarina a las tres en punto». Miré hacia mi derecha pensando que me estaba señalando a alguna bailarina a mis tres en punto, pero no, volví a buscar sus ojos aún sumergida en esa confusión y a él solo se le ocurrió sonreír.

»Por más que le metí mente no logré entender eso de «bailarina a las tres en punto». Firmé su poster y, antes de irse, me lo agradeció. Mientras hacía las últimas firmas pensaba en ello, ese evento terminaba a las tres de la madrugada, lo único que se me ocurrió fue que al salir de este evento él estaría esperándome en algún lugar para invitarme a bailar a alguna discoteca, ¿qué más podría ser?

»La convención terminó y todos los actores salimos del lugar escoltados por agentes de seguridad. Mientras iba caminando observaba a todos a mi alrededor esperando encontrármelo, pero no lo vi.

»Cuando llegamos a los estacionamientos la vi a lo lejos, era la estatua de una bailarina esculpida en cromo, a eso se refería. Les dije a los demás actores que regresaría en un momento y, sin tan siquiera pensarlo, fui hacia allá. Mientras me acercaba a la estatua, una silueta iba emergiendo de la oscuridad, su espalda recostada sobre la escultura y la luz del celular reflejada en su rostro, era él.

»Al tenerlo frente a mí le pedí explicaciones, pues quería saber cómo fue que se enteró de que mi hermano estaba enfermo; incluso, él sabía que necesitaba un trasplante de hígado y que yo no contaba con el dinero para hacerlo, él sabía cuál era mi mayor debilidad y me atacó justo por ahí. No quiso decirme cómo lo supo, solo dijo que podía pagar la operación por completo, siempre y cuando yo renunciara al mundo de la pornografía y me casara con él.

»Podría salir de este asqueroso mundo y también salvarle la vida a mi hermano..., pero él ni siquiera me gustaba, no era mi tipo, él era más pequeño que yo.

»No me exigió una respuesta, solo me dio una tarjeta de presentación diciendo que si llegara a tener una respuesta positiva que le llamara. Entonces dio media vuelta, subió a su BMW y se fue.

»Lo pensé por varios días, su voz resonaba en mi cabeza a cada instante; incluso, en el set de grabaciones no me podía concentrar, me encontraba perdida al estar pensando todo el día en esa oferta.

»Una tarde, recibí la llamada del doctor de mi hermano, dijo que él estaba empeorando, que necesitaba iniciar la operación lo antes posible. Se trataba de la vida de mi hermano, perdí mi tiempo pensando en la oferta sabiendo muy en el fondo que lo terminaría haciendo, tenía que llamarlo, no conocía mucho de aquel extraño chico, lo único que puede notar, a simple vista, es que parecía tener tanto dinero como para pagar una costosa operación.

—¿Estás casada con mi hermano?

—Sí, y mi hermano está vivo, la operación fue un éxito —lo dice sonriente y con ciertos tonos insensibles.

—¿Amas a mi hermano? —me sonrojo avergonzada tras la pregunta—... Disculpa que pregunte algo tan personal 

Pimientita ha bajado la mirada y se ha quedado en silencio, le está costando responder a eso.

—Inocencia, lo que importa es que mi hermano está vivo.

—Sí realmente quieres irte y separarte de mi hermano, solo dímelo y yo te apoyaré —le agarro de las manos y aprieto fuerte—. No estoy de acuerdo con un matrimonio donde no haya amor de por medio.

Asiente sin decir algo más al respecto, se levanta de la cama y, antes de salir por la puerta, Pimientita voltea a verme para decirme:

—Vamos a la cocina, deberías comer algo.

Asiento y me levanto del borde de mi cama. Mientras voy caminando hacia ella, me surge otra incertidumbre:

—Me gustaría saber el nombre real de mi cuñada.

Ella me sonríe con una alegría que pareciera desbordarse.

—Es Antonella, Antonella Cowens.

CAPÍTULO 31: Amigo guardián.

El simple hecho de tener un camino es una bendición, y si en el camino te conviertes en alguien bondadoso, entonces veras el horizonte resplandecer como sol del Edén.

¿Por qué a las personas se le hace tan difícil hacer el bien sin recibir algo a cambio?... Lo bien que se siente el saber que ayudaste a una persona y que con eso hiciste el bien; incluso, es mucho mejor poder dar algo sin que alguien tenga que pedirlo.

Al parecer mi hermano es muy posesivo con ciertos intereses, me molesta que haya ayudado al hermano de Antonella de tal manera, no pensé que Ermac tuviera ese nivel de soberbia... Es tan enfermizo que hasta da coraje.

Antonella y yo vamos bajando las escaleras que están en el vestíbulo, justo frente a nosotras está el gran árbol de navidad y bajo él está la pequeña Marisol.

—¡Hola, princesita! —le saludo al bajar los últimos escalones— ¿Qué haces?

—¡Tita Ino! —Marisol está colgando algunas cosas en la parte baja del árbol de navidad—. Estaba poniendo estas ramitas que encontré en la habitación de tito Ermac.

—¡Miércoles! —Antonella baja corriendo las escaleras y le quita las ramitas a una velocidad atemorizante.

—¡Tita Pimientita, eres cómplice! —Marisol le frunce el entrecejo de maneja exagerada.

—E-Es que tito Ermac está construyendo un arbolito personalizado en su habitación.

—Está creativo el Ermac —digo mientras me quedo viendo las exóticas ramitas de aproximadamente sietes hojas —, de esas ramas puede salir un lindo árbol.

De pronto, nos sorprende el sonido que hace el portón al abrir, se trata de uno de los agentes de seguridad que cuida los alrededores de la mansión.

—Señorita Inocencia, tiene una visita.

—¿Visita? ¿quién es? 

—Es el detective Kross, le dejé esperando en la entrada de la garita.

—Ino, iré a dejar esto al cuarto de Ermac. Espérame en el área social —cuando Antonella terminó de decirlo ya iba llegando a la parte alta de la escalera. Parece que tiene prisa.

—Está bien, que pase —le respondo al agente de seguridad, este saca un teléfono celular y hace una llamada.

—Jhonson, déjalo pasa —dice al teléfono y enseguida cierra la llamada.

El agente abre la puerta principal del vestíbulo y espera a que llegue el detective.

—Disculpe —le digo al chico de seguridad—, es la segunda vez que cruzamos palabras y aún no sé su nombre.

—Mi nombre es Peter, señorita.

—Un placer, Peter.

—El placer es mío.

A través de la puerta veo pasar un auto, ha doblado hacia los estacionamientos. De seguro es él, reconozco ese viejo y oxidado auto.

Salgo fuera del vestíbulo y me pongo a esperarlo.

Desde aquí lo veo venir, con su mirada agachada, parece estar revisando algunas cosas en su celular; al levantar su rostro se percata de mi presencia y reluce con esos hoyuelos que se forman sobre aquella encantadora sonrisa. Si tuviera que elegir colores para describir este momento serían el plateado y celeste. La nieve derritiéndose bajo la luz del sol hace que todo el paisaje parezca brillar a su alrededor.

—Detective Kross, ¿Cómo está? —le extiendo la mano para saludarlo y él la acepta mostrando un rostro gentil.

—Feliz, por fin ha salido el sol.

—Cierto que usted odia el frío.

Le invito a entrar a la mansión, ya que aún es un poco frío aquí afuera.

—Por cierto —dice luego de cruzar la puerta—, te traje tus bolsas y tu celular.

–¡Gracias! Estas son mis compras de ayer.

—Sí, es lo que encontramos en la Mansión de los Paussini.

—Disculpe, señorita Inocencia —alguien me habla tras mi espalda, al girar me encuentro con una de las chicas del servicio doméstico—. Si gusta, yo puedo ayudarle llevando esas bolsas a su habitación.

—¿En serio?... Le estaré muy agradecida —digo y de inmediato la chica toma las bolsas.

—¿Desean que les lleve un café o algo de tomar? —pregunta la chica.

—Un café está bien, gracias —responde el detective.

—Igual para mí.

—¿Van a estar en la sala de la chimenea?... La sala del bar está ocupada y supongo que quieren hablar a solas.

Esta chica ha hecho que me sonroje... ¡Jesucristo, no permitas que el detective me vea así!

—S-Sí..., estaremos en esa sala.

La chica me asiente con una clara suspicacia y luego empieza a subir las escaleras con mis bolsas en mano.

—Sígame, detective —le digo sin verle a la cara, es que creo que aún estoy sonrojada.

Entramos al salón. Una luz tenue de color amarillenta da un ambiente cálido y relajante; el techado con vigas de madera le da ese toque rústico y refrescante; el sonido del fuego atizándose se deja escuchar con cierta sutileza; y cubriendo por completo la pared izquierda está un amplio librero de madera, aquí puede haber cientos de libros.

—Supongo que ha venido para tomar mi declaración referente al secuestro —pregunto mientras voy sentándome sobre un sofá de cuero color mostaza que está a un lado de la chimenea.

—En parte sí, pero principalmente estoy aquí porque estuve preocupado por ti. Sé lo traumático que puede ser, y eso no me ha dejado tranquilo en lo que va del día.

Él se ha preocupado por mí..., y parece que aún no tengo palabras para responder a eso. Me he quedado contemplando su rostro frente a esa gran ventana de cortinas gruesas y frente a un vidrio empañado que permite el desliz de ciertas gotas de agua.

—Detective...

—No seas tan formal conmigo, puedes llamarme Richard.

—Richard —lo digo y de inmediato mi ritmo cardiaco se vuelve un desastre—... Fu-Fuiste el primero en encontrarme, ¿Cómo es que diste conmigo?

—Bueno… —Richard voltea la mirada hacia la gran ventana—. Sabía que ibas a estar en Bentall Center, entonces decidí ir; incluso, pensé en varias coincidencias que podría inventarme para cuando te viera —se escucha un poco nervioso, da un gran respiro y continua—... Te vi a lo lejos y, justo cuando iba caminando para sorprenderte, empezó el caos. Busqué a los alrededores a aquel sospechoso que grito lo de Chica Pimienta y cuando volví a buscarte con la mirada ya no estabas.

—Tú estabas ahí…

—Sí..., pero tú no. Entonces fui a sumergirme en todo ese caos, ayudé a despejar a los fans de las demás chicas y, con ayuda de algunos agentes de seguridad que llegaron después, pudimos ponerlas a salvo..., pero tú seguidas desaparecida, entonces mandé a varias unidades policiales a buscarte por dentro y por fuera de Bentall Center.

»La noche llegó y aún no se sabía nada de ti, mantuve a varias patrullas de la policía rondando por varias calles de Kingston e, incluso, me quede en la jefatura durante la madrugada intentando rastrear la señal de tu teléfono, pero no habían resultados. Tu última señal había sido emitida en Bentall Center, lo más seguro es que el teléfono ya estaba apagado.

—No me di cuenta que se llegó a apagar.

—Por suerte alguien prendió el teléfono como a eso de las 2:00 am.

—Dimitri estuvo usando mi celular, de seguro fue él.

—Sí, y así tu celular pudo ser rastreado... A ese tal Dimitri le falta calle en lo que se trata de secuestros.

«Y Así, en los comienzos de una madrugada, el detective Richard Kross decidió convertirse en un héroe solo para salvarme».

Su agradable sonrisa es interrumpida por el sonido que hacen al girar la perilla de la puerta, ambos volteamos y vemos entrar a la chica del servicio, ella trae una bandeja con dos tazas de café.

—Les traje los cafés que les prometí, dejaré las tazas aquí. —Ella pone las tazas sobre una larga mesita de café que tenemos enfrente.

—Muchas gracias, eres muy amable —le respondo a la chica.

Ella asiente junto con una sonrisa y luego abandona la sala.

De repente, el aroma del café se difunde a nuestro alrededor dejándome en un estado relajado. Busco la mirada de Richard y lo encuentro con su mentón levantado y su cabeza recostada sobre el respaldar del sofá, tiene sus ojos cerrados e inhala profundo sobre la taza, en su sonrisa se refleja lo mucho que lo disfruta.

—Richard, muchas gracias —rompo el silencio dejando escapar una sonrisa—... Sabes, cada vez que estoy perdida en mi oscuridad apareces sacudiendo tus alas y despejas todo hasta lograr mi habitual claridad.

—¿Ahora soy un pollo? —cuestiona en tono burlesco haciéndome reír.

—Me refiero a un ángel, siento que eres como mi ángel guardián.

—Pues tienes suerte de tener un amigo que también sea tu ángel guardián.

Entonces soy su amiga, Richard es mi primer amigo oficial y eso me hace muy feliz. Él ha notado mi alegría y parece haberse contagiado de ella, le veo tomar un sorbo de su café en medio de una sonrisa incontrolable, incluso sus hoyuelos son más notables de lo normal... Definitivamente, no puedo apartar mi mirada de él.

Mi vida está cambiando de forma drástica, muchos son los horrores y también hermosos momentos he pasado últimamente... aunque creo que han crecido mis terrores, de todas formas, creo que podría acostumbrarme a eso.

—Es hora que me cuentes tu historia con Dimitri —pide mientras me ve dar el primer sorbo del café.

—Dimitri es quien se defecó en mi vida... Él fue aquel chico que entró en las aguas termales aquella...

Richard me interrumpe con escupitajo de café, parece que se ha sorprendido demasiado con eso... Por suerte no me escupió la cara.

—¡Maldición!... Disculpa —dice mientras empieza a limpiar la mesita y parte del piso con las servilletas.

—Ya, no te preocupes. Cada vez que pienso en eso, vuelvo y me sorprendo.

Richard ha dejado de limpiar para preguntarme:

—¿Aún piensas en eso?

—Pues..., sí.

—No deberías pensar en cosas que se relacionen con Dimitri Paussini.

—¿Por qué no?

—Po-Porque lo vas a atraer con tus pensamientos.

—Cierto..., y yo lo quiero lejos de mí.

—Sí, así es.

—Mírate, eres un buen amigo guardián —le digo sonriente y él me sonríe de igual manera.

—Un guardián a sus órdenes —agrega mostrando los dientes junto con una gran sonrisa.

La noche se deja ver tras la gran ventana, no me di cuenta en qué momento llegó, pero ya se está haciendo tarde. Dentro de unos minutos van a servir la cena en el comedor y yo muero de hambre.

Continúo contándole a Richard el resto de mi historia con Dimitri, y mientras me escucha atento lo graba todo desde su celular. Al terminar de contarle, él se levanta del sofá y yo le sigo hasta la puerta principal del vestíbulo.

—Gracias por recibirme hoy. Supongo que tienes cosas que hacer, me robé mucho de tu tiempo.

—Para nada, disfruté mucho de tu compañía. Cuando quieras vuelve a visitarme.

—Ya será después de Navidad —luego de responderme, se me acerca y deja un beso plasmado en mi mejilla, haciendo que mi estabilidad neuronal pierda su normalidad—. Que tengas una feliz Navidad, Inocencia.

Y así me ha dejado, con un leve problema de concentración y con un corazón alocado... Le veo alejarse bajo la luz de la luna y entre la niebla fría de la noche.

CAPÍTULO 32: Desde la perspectiva de Mya Diamond.

Narrado desde la perspectiva de Mya Diamond.

Me despierto sonriente sobre el confort de sedosas y cálidas sábanas algodonadas, me estiro placenteramente y luego me voy levantando tranquilamente hasta quedar sentada sobre la cama. Entre los cristales de la ventana veo como el sol intenta colarse entre las gruesas cortinas grisáceas, sus rayos ultravioletas puede que estén derritiendo toda la nieve de ahí afuera, pero eso no le quita lo helado que debe de sentirse el clima… Ni el clima, ni mi papá, ni nadie podrá impedir que salga a buscar a Alexis, hoy no... Hoy será un gran día, después de todo, es víspera de Navidad.

Por fin volveré a montar a mi semental, ya hace días que tengo ganas de un poco de Alexis y he tenido que aguantarme toda esta calentura, pues desde aquel último encuentro todo se ha complicado. El pobre ya no puede venir ni a escondidas, ya que teme que el maniático de mi padre lo encuentre y desate fuego contra él…, pero hoy yo iré hacia él. Me presentaré frente a los Hikari con una excusa algo gastada: como en todos los 24 de diciembre, me dirigiré a esa repugnante mansión solo para dejar el regalo de navidad de mi adorable sobrina Marisol.

Luego de darme una ducha, me visto con ropa de invierno y endulzo mi cuello con aroma a Channel.

Salgo de mi habitación y, como en todas las mañanas, me encuentro a la servidumbre esperando mi salida frente a la puerta, ellos me dan los buenos días acompañado de una reverencia y luego entran a mi habitación para reordenarla.

—Alto ahí, bella escarlata —la voz ronca de mi padre me detiene al bajar las escaleras del vestíbulo—. ¿A dónde crees que vas?

—Papi, lo que hago todos los 24 de diciembre: ir a ver a Marisol y dejar sus regalos.

—Claro, la excusa perfecta para ir a ver al mal parido de Alexis Evans.

Bufo desconforme a los comentarios del viejo Frank.

—Tomate un tecito y relájate, papi —ignoro su descontento, continúo bajando las escaleras y avanzo hacia el portón del vestíbulo.

—¡Donde encuentre a ese desgraciado voy a hacer que se estremezca con un pepazo en la sien! —grita con su bravura habitual.

Salgo de la mansión y subo en mi blanco Mercedes, acelero el auto hasta salir de los jardines; como es de esperarse, no voy sola, tras de mi va un auto con agentes de seguridad, más de los que me acompañan normalmente. Después de lo ocurrido con Ermac Hikari, mi padre ha ordenado que cada una de mis salidas deba ir escoltada por cinco agentes de seguridad y no es que me moleste, siempre estoy rodeada de seguridad, unos cuantos más no hace la diferencia.

En medio camino, suena la notificación de una llamada telefónica desde el sistema del auto, de inmediato acepto la llamada de Nick Smith, la mano derecha de mi padre.

—Nick, ¿a qué se debe tu llamada?

—Señorita Mya, por nada en el mundo se ocurra alejarse de sus agentes de seguridad.

—¿Y esa exigencia a que se debe?

—Hace unos minutos nos llegó información de que Dimitri Paussini acaba de escapar de prisión.

—Era de esperarse, los Paussini tienen comprada a media estación de policías… Bueno, gracias por avisarme, Nick —cierro la llamada y continúo manejando rumbo a la mansión Hikari.

Dimitri «bizcochito» Paussini, no me molestaría ser secuestrada por él, que me azote y practique miles de castigos sexuales conmigo. Me sorprendió cuando, en la mañana de ayer, nos llegó la noticia de que había sido detenido en su propia mansión, ahora Richard Kross tiene motivos suficientes para mantenerlo en la cárcel, tiene cargos por la extorción de Ermac Hikari y por el secuestro de una presunta mujer… ¿Quién podría ser aquella mujer como para que despierte ese interés en Dimitri?

No demoramos en llegar a la mansión Hikari, me detengo en el portón de la garita, bajo el vidrio de la ventana del auto y, solo con mi simpática sonrisa, los guardias de seguridad me dejan pasar. Marisol es la llave que mantiene abierta las puertas para cualquier Diamond, aparte de los negocios que tenemos con esta familia, fueron Thomas y Delancis quien crearon ese vínculo familiar entre las dos familias.

Como lo extraño…, mi amado hermano ¿Por qué tuvo que enamorarse de la hija de Gabriel Hikari? Ellos eran nuestros enemigos, teníamos que acabar con ellos antes de que sus negocios y su gente crecieran en la zona Sur, pero no…, él tuvo que complicarlo todo al caer en las mentiras de Delancis Hikari… Esa mujer es astuta, estoy segura que ella lo planeo todo para abrirse paso en el negocio de las ventas de drogas y así dejarnos solo con la venta de armas.

«Delancis Hikari, enamoraste a mi hermano y dejaste que él arruinara todos nuestros planes, para luego deshacerte de él con tus propias manos… Sé que eres la culpable de su desaparición, esa mediocre búsqueda que empezaste fue solo una farsa. Desde aquí te puedo ver, recostada sobre el marco de la puerta del vestíbulo esperando mi llegada, no me sorprende encontrarte ahí, era obvio que los guardias te avisarían de mi llegada».

Bajo del auto y camino hacia ella.

—Mya Diamond, nunca faltas un 24 de diciembre —dice mostrándome su cínica sonrisa.

—Ya que no puedo pasar la Navidad con mi sobrina, por lo menos puedo venir a visitarla un día antes y dejar su regalo.

Tuerce los ojos con cierta indignación.

—Sí, todos los años dices lo mismo —contesta y luego señala el árbol de navidad que está en el vestíbulo —. Puedes entrar y dejar el regalo bajo el árbol.

Entro al vestíbulo y dejo los regalos bajo el gran árbol, me sorprende que celebren la navidad con tanta normalidad aún estando de duelo, es como si no les doliera la muerte de Gabriel, como si todo ese sufrimiento hubiera sido solo otra más de sus farsas. No me sorprendería que su propia familia estuviese envuelta en ese asesinato.

De repente, se escuchan algunos pasos en lo alto de las escaleras, levanto la mirada y me encuentro con la nefasta de Charlotte Hikari, viene acompañada de una mujer que no logro reconocer.

—Señorita fuego uterino —Charlotte me falta el respeto mientras sonríen con descaro.

—¡Lottie, no deberías burlarte de una enfermedad! —aquella extraña mujer lo dice con mucha seriedad. No estoy segura si ese fue un regaño en mi favor o si se está burlando de mí.

—Inocencia, tienes razón… Supongo que viene por su vacuna de control.

Inocencia… Creo reconocer ese nombre. Ayer Nick me contó que la chica que fue secuestrada era de nombre Inocencia, y si está relacionada con los Hikari, de seguro se trata de ella.

—Recuerdo ese rostro tan corriente —digo fijándome en sus ojos castaños —. También estuviste aquella vez en Bentall Center.

—Así es. —Inocencia frunce el cejo sin apartar su mirada de la mía—…Por lo que veo, ese problemita que tiene en el útero le tiene de mal humor.

Esta mujer parece ser peligrosa y astuta, su forma de atacarme ha sido muy ingeniosa. No puedo bajar la guardia frente a ella.

«Inocencia, ¿de dónde saliste?»

—Bueno yo tengo que retirarme, tengo que hacer algunas compras navideñas antes de que cierren las tiendas. Charlotte, tu viene conmigo —le exige Delancis.

—¡¿Qué?! —Charlotte se molesta, parece que Delancis ha tomado esa decisión en último momento.

—Hermanita, vas a venir a ayudarme con las compras.

—Qué vaya Inocencia —sugiere Lottie descontenta, pero Delancis le exalta sus ojos amenazantes—… OK, iré contigo.

—Vayan tranquilas, yo me encargo de Marisol —dice Inocencia mientras les sonríe.

Delancis agarra del brazo a Charlotte y la jala hasta llevarla fuera de la mansión, dejándome a solas con la misteriosa mujer que apenas estoy empezando a conocer.

—¿Y tú de dónde saliste? —pregunto mientras la observo con mi rostro en alto.

—De un monasterio…

Qué respuesta tan sarcástica, de seguro salió del mismo infierno… Puedo sentir su oscuridad, ver a través de las personas es algo que se me da muy bien, toda esa seriedad es de temer, así que debo tener cuidado con ella.

—¿Ardillita, que haces aq…? —es la voz de Alexis, quien, al parecer, no se percató de mi presencia, ya que el árbol de navidad me ocultaba de él.

Y…, después de todo, ¡¿Cómo que ardillita?! ¡¿Por qué llama de esa forma a esta mujer?!

—¡Ya deja de llamarme así! —Inocencia se ha sonrojado. No quiero pensar que estos dos se traen algo.

—Mya, pero que hermosa sorpresa —dice Alexis al verme.

—¡Tita Mya! —Mi preciosa sobrina asoma su angelical rostro tras el árbol de navidad.

—Marisol, angelito, ven con tía —me agacho a su altura y le extiendo mis brazos. Ella viene corriendo hacia mí—. Te extrañe muchísimo —le digo mientras la abrazo.

—Igual yo, tita. Ojalá y pudieras venir todos los días.

—Igual quisiera eso… Trataré de venir más seguido, ¿Ok?

—¡Ok!

—Marisol, supe que te gusta que te lean historias —le dice Inocencia.

—¡Sí, tita Ino!

Inocencia toma de la mano a Marisol y caminan hacia el pasillo que da al salón de la chimenea.

—¿Por qué Marisol le dijo tía? —pregunto luego de ver a ambas entran al salón de la chimenea.

—Porque es hija del difunto Gabriel. —mientras me responde me toma de la mano y me jala para subir las escaleras.

—¡¿Me estás jodiendo?! —La sorpresa hace que me detenga luego del tercer escalón.

—Es ese tipo de cosas que no debería estar diciendo, pero confío en ti —Alexis avanza sobre los escalones y yo le sigo.

—¡Wow!… Ese Gabriel dejo crías por todo el mundo.

—No me sorprendería que aparezca otro diciendo que es hijo de Gabriel.

Es una Hikari, de por ley es una enemiga, definitivamente tengo que tener cuidado con ella.

Ambos caminamos por aquel pasillo que conozco muy bien, Alexis se para frente a la puerta de su habitación, la abre y me sede el paso. Al entrar a su habitación puedo ver que luce igual que la última vez que vine aquí: paredes color crema y otras que resaltan en un azul navy; el cielo raso, en su totalidad, se cubre con pequeños cortes de maderas oscuras; sobre la cabecera de la cama e incrustado en la pared está un estante que adorna el lugar con diferentes tipos de embarcaciones de madera y a un lado están algunos libros que siempre se ven algos desordenados.

—¿Cómo está tu madre? —pregunto al ver aquella pared repleta de portarretratos de sus familiares.

—En su habitación, por ahora está bien. Florence y yo siempre tenemos que estar pendiente de que se esté tomando sus medicamentos.

—Sí, hay que estar pendiente de ella. Ya está muy mayor como para poder recordar tomarlos.

La madre de Alexis es un amor de persona, ella dice haber visto algo bueno en mí y sé que no se refería a mi dinero ni a mi fama. Dice que soy una mujer que sabe amar incondicionalmente, y por tal razón es la única que por ahora aprueba lo que tengo con Alexis. Ella confía en mí y por tal razón la estimo demasiado.

Veo caminar a Alexis hacia la ventana, en ambas manos toma el borde de sus cortinas y luego las abre haciendo que la claridad entre en la habitación.

—¿Vamos a divertirnos con toda esa claridad? —pregunto con voz seductora mientras me siento en el borde de la cama.

—Quiero verte en 4K, corazón. —Alexis ha abierto la ventana dejando que el frio del jardín entre a la habitación.

—¿Qué tramas? Nos vamos a congelar aquí dentro.

—Vamos a necesitar todo ese frío —voltea a verme y sonríe de medio lado—. Aquí se va a poner muy caliente.

Sonrío con esa coquetería que me caracteriza y luego me levanto de la cama para ir hacía él.

—Ven aquí, dragón de magma —le llamo con picardía.

Mis brazos rodean hasta su nuca. Sobre sus labios desato toda esa calentura que tenía reprimida desde hace días. Un beso sabor a eucalipto se adentra como un torbellino alcanzado cada rincón en mi boca, su lengua encuentra la mía y la roza lentamente como si intentara convencerme de que es un gran besador.

Alexis me lleva de la cintura hacia la cama, nos quitamos los zapatos, los pantalones y luego subimos de rodillas sobre el colchón. Rápidamente voy desabrochando los botones de su blanca camisa y, mientras lo hago, siento bajo mi cuello su agitada respiración.

Mi blusa ya se encuentra tirada en una esquina de la cama, Alexis encuentra el broche de mi sostén y también me libera de él. Ambos quedamos con el pecho descubierto y con la ropa interior inferior… Esta mañana trae puesto un boxer negro a medio muslo, se ve exquisito.

De repente, una fría brisa se adentra en la habitación golpeando sobre nuestros cuerpos semidesnudos, las manos cálidas de Alexis acarician mi entrepierna presionando hacia afuera para abrirse paso, haciendo que caiga de espalda sobre la cama y con él encima.

—Entremos en acción antes de que el frío nos mate —me susurra al oído. Amo el susurrar de su voz, es tan sensual y varonil.

Mientras nos sonreímos, ambos nos metemos bajo las cobijas de la cama y así terminamos sacándonos lo que resta de ropa.

Alexis no pierde el tiempo penetrándome con mucha suavidad, lento y con movimientos repetitivos. Su fricción hace que cada parte de mi cuerpo se caliente, que aquel frío no se sienta y que inicie una batalla conmigo misma para no dejar escapar fuertes gemido.

El colchón es tan suave que se hunde con cada arremetida, el sonido de los resortes ayuda a sentirme más excitada, es un vaivén de placer desenfrenado, es justo lo que necesitaba.

De repente, la voz de Inocencia se eleva hasta alcanzar nuestra ventana:

—Pequeña, voy a leerte este pasaje bíblico, es hermoso y más ahora que estamos en víspera de Navidad.

—Esto no puede ser cierto... —Alexis se queja entre jadeos y con los mismos movimientos intensos sobre mí.

—En el libro de Mateo dice lo siguiente…

¿Alguna vez te has imaginado teniendo sexo mientras escuchas las palabras de la biblia?... No, ¿verdad?... Ese tipo de cosas nunca pasa en la vida de un simple humano y mucho menos en mi casi perfecta vida. Soy una mujer que está acostumbrada que todo le salga bien… ¡Entonces, ¿por qué?!

—El nacimiento de Jesús, el Cristo, fue así: Su madre, María, estaba comprometida para casarse con José, pero antes de unirse a él, resultó que estaba encinta por obra del Espíritu Santo…

—¡Inocencia, ya cállate! —murmura Alexis casi mordiendo mi oreja.

Comprendo su frustración, la inepta ha subido demasiado su tono de voz, es como si leyera frente a un auditorio.

Por suerte Alexis no se ha desanimado, él sigue activo sobre mí, me agarra de un hombro y me embiste dejándome boca abajo sobre las almohadas, para así cambiar de posición y volver a penetrarme con mucha rudeza.

—¡Uff, qué divinidad, mi amor! —se lo hago entender en voz baja.

—Es un ser divino, nena—vuelvo a escuchar a Inocencia… ¡MALDITA!... ¡En serio me está jodiendo!

Esa mujer parece estar destinada para hacer de mi vida un completo desastre, si sigue así va a terminar cortándonos la excitación.

—Concéntrate, Mya. No le metas mente… —dice Alexis mientas acaricia mis pechos, haciendo que mi excitación vuelva a elevarse.

—Seguimos: Como José, su esposo, era un hombre justo y no quería exponerla a vergüenza pública, resolvió divorciarse de ella en secreto.

Alexis está logrando que yo empiece a saborear un prematuro orgasmo, mi cuerpo por completo empieza a estremecerse y a liberar tensiones, el sudor en nuestros cuerpos mezclándose, respiraciones entrecortadas y unos leves gemidos que anuncian la llegada del delicioso clímax.

—¡¿Cómo puedes pensar de esa forma?!... ¡Niña mala! Mejor sigue escuchando… —la estúpida esa no piensa callarse, por suerte estoy en mi mejor momento.

—Alexis, sigue así…, ya casi —le imploro mientras contengo mis uñas sobre su espalda, mientras siento como arremete dentro de mí de manera salvaje.

—Pero cuando él estaba considerando hacerlo, se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María por esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados».

El orgasmo por fin llega a nosotros, es tan placentero que siento no poder resistir mis gemidos, Alexis se percatada de mi complicada situación y con sus manos tapa mi boca, y así logra disipar, aunque sea solo un poco, mis gemidos.

Espero no haber sido escuchada.

«¡Maldición! Hace tiempo que no pasaba una vergüenza de tal nivel»

CAPÍTULO 33: No se confundan con Dimitri.

¿Quién no despierta feliz en una víspera de Navidad?

Los cascabeleros y los tambores de un «All I want for christmas is you» de Mariah Carey resuenan en mi mente desde el instante en el que despierto sobre mi cama. Al mirar por la ventana encuentro un radiante amanecer, al parecer las personas podrán terminar sus compras navideñas bajo un hermoso clima de invierno. De seguro las calles estarán repletas durante toda la mañana; después de todo, solo tiene hasta las 2:00 pm antes de que todas las tiendas cierren sus puertas.

Luego de darme una cálida ducha, salgo del baño y camino al closet para escoger la ropa que usaré hoy. Mi closet esta renovado con toda la ropa nueva que compré hace días, creo que por primera vez demoraré en decidir que ponerme.

Al final me decido por un hermoso vestido jeans con botones en el centro y amarrado en la cintura; decido acompañar mi atuendo con unos zapatos flat en rojos y aretes de botones del mismo color. Luego de peinar mi cabello me dispongo a salir de mi habitación y, justo cuando abro la puerta, conecto mirada con mi hermanita Charlotte, quien también viene saliendo de su habitación.

—¡Oh, por Dios! ¡Mírate, estas hermosa! —Charlotte se ve favorablemente impresionada.

—Je, je… Gracias. —Siento un poco de vergüenza al presentarme así tan diferente a como lucía antes.

«Un momento… ¿Tengo permitido tan siquiera pensar en mis vergüenzas después de la pasada borrachera?... Claro que no».

—Inocencia, aún hay que trabajar en ti. Te hace falta algo muy importante.

—¿En serio?... ¿Qué?

—A tu rostro le falta un poco de color.

Y así, ambas regresamos a mi habitación. Hemos pasado unos treinta minutos aquí, yo muy atenta a lo que Lottie ha llamado: “Tutorial de maquillaje entre hermanas”. Le veo tomar algunos de los maquillajes que compré en Bentall Center y, mientras va maquillando mi rostro, me enseña a cómo usarlos.

—Debes tener cuidado de cuanto maquillaje pones en tu rostro, nada de exageraciones, a menos que tengas planeado ir a matar a Batman —dice usando un tono chistoso.

Ahora que veo mi rostro en el espejo puedo decir que me siento maravillada, creo que no dejaré de contemplarme por un buen rato. Mi rostro parece haber cobrado vida con aquel tono uniforme, pómulos perfectamente bronceados y unas ligeras sombras con tonalidades naturales sobre un suave delineado de ojos.

—¿Qué tal? —pregunta al verme tan concentrada en el espejo.

—Estoy fascinada… Eres muy buena con el maquillaje.

—Y eso que es solo un maquillaje básico.

Ahora que vamos caminando por el pasillo que da al vestíbulo, puedo decir que me siento fantástica, como si hubiese esperado estar así toda mi vida, no sabía que el sentirse linda podría subir mi autoestima de tal manera.

Al llegar a las escaleras nos percatamos de la presencia de Delancis, quien está en la puerta principal del vestíbulo contemplando el jardín…, no, parece que está hablando con alguien…, sí, ya la veo mejor, se trata de ella, es Mya Diamond, imposible olvidar ese nombre, hace días me vi bombardeada de vallas publicitarias con su rostro.

—Señorita fuego uterino —el tono de Lottie muestra cierto grado de cinismo…, y pues, no comprendo lo de fuego uterino.

Supongo que se refiere a alguna enfermedad vaginal… no debería burlarse de la condición de una persona enferma y menos al tratarse de algo tan íntimo.

—¡Lottie, no deberías burlarte de una enfermedad! —Voy a tener que practicar frente al espejo mi gesto de seriedad, aun cuando lo digo muy seria, veo que Delancis y Lottie se echan a reír.

—Inocencia, tienes razón…, supongo que viene por su vacuna de control —dice Lottie aún burlesca.

Entonces comprendo…, es eso, esta chica vino por medicamentos. Lo que no comprendo es: ¿por qué venir aquí? Lo normal sería ir a una farmacia o una clínica, ¿No?

Su mirada se ha intensificado sobre mí, con ciertos aires de grandeza mantiene sus ojos sobre mí y me recorre de pies a cabeza... ¿Será que le ha impactado mi nuevo look?

—Recuerdo ese rostro tan corriente —«¡Pero que menosprecio!»—… Cierto, también estuviste aquella vez en Bentall Center.

—Así es. —De pronto, me ha empezado a molestar la presencia de esta mujer—… Y veo que ese problemita que tiene en el útero la tiene de mal humor.

El ambiente se ha tornado un poco oscuro, por suerte Delancis ha notado las miradas chispeantes que hay entre nosotras y decide llevarse con ella a Lottie, quien es más propensa a solar la mano frente a este tipo de mujer.

—¿Y tú de dónde saliste? —pregunta con su rostro en alto.

—De un monasterio —le respondo con mi verdad y con mucha seriedad.

Se ha quedado sumergida en sus pensamientos, como si tramara cada palabra próxima a soltar.

—¡¿Ardillita, que haces aq…?! —Alexis aparece por detrás del árbol de navidad. La presencia de Mya Diamond parece haber cortado su respiración y, pues, me avergüenza que me llame de esa manera, según Delancis esa palabra la grité segundos antes de caer desmayada durante mi pasada borrachera.

—¡Ya deja de llamarme así! —le exijo mientras siento como el rubor calienta por completo mi rostro.

—Mya, pero que hermosa sorpresa —Alexis le saluda con cierta coquetería.

—¡Tita Mya! —Marisol asoma su tierno rostro tras el árbol de navidad.

Luego de que Mya saludara a Marisol, decido llevármela conmigo para leerle algo. Agarro su manita y la llevo conmigo hacia el salón con la chimenea. Recuerdo que ayer encontré unos gigantescos estantes con muchos libros en ese lugar.

—¿Qué me vas a leer, tita Ino? —pregunta mientras me ve buscar algún libro infantil entre los estantes.

—Estoy buscando, nena… A ver… ¿Qué tal alguna historia de esta colección de Disney?

—Ya me leyeron todas esas.

—¿Este libro de hadas?... Mira que lindo… —pregunto mostrándole la colorida portada.

—También me lo leyeron.

Al final resulta que ya se lo han leído todo, pero no me doy por vencida, porque justo ahora he encontrado un libro que de seguro no se lo han leído.

—Ya encontré la historia perfecta.

Dejo el libro de hadas en el estante y agarro el que acabo de encontrar.

—No sé, tita… se ve feo y aburrido —dice con un gesto abnegado.

—Es una linda historia… Mira. —Señalo la puerta que da al jardín—. ¿Qué tal si leemos en el jardín?

—Bueno…, ok.

Al abrir la puerta somos alcanzadas por la frescura del jardín, todo afuera se ve húmedo por la nieve derretida. Marisol sale disparada del salón, y así la veo correr directo hacia un grupo de bancas de madera que está cerca de la ventana de cristal del salón de la chimenea. Yo camino hasta donde está ella, me siento a su lado y luego abro la santa biblia sobre mis manos.

—Mira Marisol —la pequeña se muestra interesada en el libro—, voy a leerte este pasaje bíblico, es hermoso y más ahora que estamos en víspera de Navidad.

—Ok, tita. Soy toda oídos —lo dice moviendo sus orejitas con sus manos. Se ve tan tierna, que hasta me provoca lanzarle un beso mientras jalo sus cachetitos —¡Auch!... Mejor empieza a leer, tita.

—Bien, empecemos. —Aclaro mi garganta y empiezo a leer—... En el libro de Mateo dice lo siguiente: El nacimiento de Jesús, el Cristo, fue así: Su madre, María, estaba comprometida para casarse con José, pero antes de unirse a él, resultó que estaba encinta por obra del Espíritu Santo…

—Pero tita, espera… ¿Qué es eso de espíritu santo? —me interrumpe con su pregunta, yo trato de responderle breve y que sea entendible para ella.

—Es un ser divino, nena.

—Ah..., Ok.

—Seguimos: Como José, su esposo, era un hombre justo y no quería exponerla a vergüenza pública, resolvió divorciarse de ella en secreto.

—Claro, tita, por infiel. Por más divino que se viera el ser, no era como para montarle los cachos al pobre de José.

—¡¿Cómo puedes pensar de esa forma?!... ¡Niña mala!

—Las cosas como son, tita.

¿Por qué presiento que mi inocencia sobrepasa a la de esta niña? Para la edad que tiene, sabe de más.

—Mejor sigue escuchando.

—Bien…

Continué leyéndole unos minutos más, no pude avanzar mucho ya que esta niña es de hacer muchas preguntas…, preguntas que resultan difíciles de responder a cualquier pequeñito de esa edad. Pero gracias a este tiempo que pasé con ella, pude encontrar su regalo perfecto para navidad: un libro infantil.

Entramos de regreso al salón de la chimenea y nos encontramos con una chica del servicio doméstico

—¡Trans! —le saluda Marisol con mucho entusiasmo.

Un momento… ¿Le dijo Trans?... ¿Sera que…? No, no puede ser… Tal vez su nombre esté relacionado con una palabra, por ejemplo: Transparencia. Sé que suena absurdo, pero necesito creerlo, después de todo, yo me llamo Inocencia.

—Marisol, Señorita Inocencia. Buen día —la chica saluda y sonríe con gentileza—. Ya pueden pasar al comedor para desayunar.

—Disculpa que pregunte, pero… ¿Por qué Marisol te dice Trans?

—Es porque le gusta ver Transformer —Marisol, responde con mucha certeza.

Busco los ojos de la chica esperando que me confirme si realmente se trata de eso, y ella solo me sonríe algo apenada.

Ya veo…, entonces es eso, menos mal.

—¡A comer! —Marisol sale corriendo de la habitación y nosotras le seguimos atrás.

—Entonces, ¿cuál es tu nom…? —intento preguntarle, pero antes, la chica se detiene y se me acerca al oído. Parece que va a susurrarme algo.

—Voy a ser sincera con usted, después de todo no me gusta ocultarle nada a esta familia —siento cierto misterio en sus palabras.

—Ok…

—Mi nombre actual es Jennifer.

—¿Po-Por qué dices «actual»? —pregunto titubeando.

—Porque no siempre ha sido mi nombre. Al nacer, mis padres me nombraron Jhonny.

«Mi familia es lo máximo, aquí te encuentras de todo…, por eso la amo».

Dejo a Marisol con Jennifer… o Jhonny…, bueno, la chica del servicio, y decido buscar en internet alguna librería que haga entregas a domicilio. Quiero comprar el regalo de Marisol, pero como sabrán, soy mala para usar el celular.

—¡Antonella, ven un momentito! —le grito al verla salir del salón recreativo que está justo al fondo de este pasillo.

—¿Sí, que pasa? —pregunta mientras viene caminando hacia mí.

—Ayúdame con este celular…, necesito buscar unas cosas, pero no se usarlo.

—Claro, dime lo que quieres buscar.

—Una librería, pero que hagan domicilio hoy. Busqué eso en Google y fue todo un lio encontrar algo ahí.

—Ok, mira. Cuando yo quiero buscar algún servicio de ese tipo, lo primero que hago es buscarlo en Instagram… ¿Tienes cuenta?

Instagram…, es eso que me mencionó Dimitri. El corazón se me apretuja al recordarlo, no le desearía a nadie pasar una Navidad en la cárcel.

—Sí, tengo una cuenta…

Pimientita, mejor dicho, Antonella empieza a usar mi celular y a los segundos se me queda viendo muy perpleja.

—Inocencia… ¡¿Quién es ese tipo?! —Me mira tal cual: farisea juzgando a María Magdalena.

Ella pone el celular frente a mis ojos y solo así me entero de que tengo la foto de Dimitri Paussini en mi cuenta de Instagram… Creo que él dijo algo al respecto, pero en el momento no le presté importancia.

—¡Bórrala! —le exijo y ella sacude su cabeza de forma negativa mientras se sonríe.

—Inocencia, no conocía ese lado tuyo.

—¿Qué paso? —es la voz de Florence, quien se aparece frente a nosotras junto con Valen.

—Mira al sensual que tiene Inocencia en su cuenta de Instagram.

Trato de quitarle el teléfono, pero antes, Antonella logra entregárselo a Valen.

—¡Oh por Dios!... ¡Prima! —la veo sonreír mientras le muestra la foto a Florence—. ¿No que las monjas no podían tener este tipo de deseos carnales?

—¡No es eso! —exclamo intentando aclarar el malentendido.

—Inocencia, ¿la foto fue tomada cuando aún eras una monja? —Florence pregunta con cizaña.

—Déjenme explicarles. Ese es el tipo que me secuestró —digo señalando la foto con mi dedo—, él fue quien me creo esa cuenta y subió esas fotos.

—¿Ese es Dimitri Paussini? —Valen se ve muy impactada, parece que por fin me está entendiendo—. ¿Y por qué no te quedaste secuestrada?… Digo, yo siendo tu ya estaría inventándome algo para que me vuelva a secuestrar.

—Valen, ese tipo está demente, es un criminal peligroso… y esta terriblemente obsesionado conmigo.

—Y si te ve así de linda, va a morir de amor, prima —Valen agrega mientras observa mi nuevo look.

—¿Cierto que se ve hermosa? —se pregunta Antonella.

—Estoy de acuerdo. Ese cambio te ha asentado muy bien, Inocencia —Florence me sonríe amablemente.

—¡Je! Gracias —respondo algo apenada.

—Por cierto, chicas. ¿Ya se enteraron? —Florence pregunta al resto de nosotras.

—No, ¿qué? —le indaga Valen.

—Mañana llega Carole, supuestamente va a pasar la Navidad con la familia.

—Esa arpía engreída…

—Valen, ¿por qué dices eso?… ¿quién es ella? —le pregunto bajo una atemorizada inquietud.

—La hija del tío Yonel, o sea, nuestra prima —Valen me responde mientras se une al rostro de desagrado de Florence.

Por como reaccionaron las chicas, debe ser alguien tan fría y misteriosa como el tío Yonel. Espero poder llevarme bien con ella, aunque presiento que me va a costar un poco.

—Bueno, parece que mañana vamos a tener varias visitas. Igual mi hermano va a venir a pasar la Navidad con nosotros —informa Antonella mostrando su dentadura con una gran sonrisa.

—Genial. Me agrada Henry, es tan gracioso, en especial cuando empieza a evitar y a huir de Lottie —Florence responde en un tono alegre.

—¡Cierto!... Aún le tiene miedo a Lottie —Antonella responde sonriente.

—Pimientita, ¿es el hermano del que me hablaste? —le pregunto y ella inmediatamente asiente mostrando esa agradable sonrisa que le caracteriza.

CAPÍTULO 34: Nochebuena en familia.

Una Nochebuena en Inglaterra es para pasarla en familia, es parte de las costumbres, es esa festividad que siempre aguarda momentos memorables.

Jamás podría olvidar aquellos recuerdos que yacen en mi memoria desde la infancia, esas noches de cada 24 de diciembre, cuando todo el monasterio se reunía para leer los misterios de la Navidad. Recuerdo aquella capilla adornada con flores de pascua, el olor agradable a pino que emanaba de un árbol de navidad que era alumbrado todos los años con las mismas luces multicolor. Todas esperábamos sentadas frente al altar para escuchar las lecturas de la madre superior y, luego de terminar con todos los misterios, regresábamos a nuestras habitaciones, directo a dormir. Recuerdo lo mucho que apretaba mis ojos intentando dormirme rápido, después de todo, al día siguiente era navidad y moría por abrir los regalos que llegaban junto a las otras donaciones, regalos que eran compartido con las demás niñas que vivían en el monasterio. Era hermoso, despertar un 25 de diciembre y compartir los juguetes entre todas… Hermosos momentos familiares, esas monjas y esas niñas fueron mi primera familia, y por tal razón nada podría hacerme olvidarlas.

Ahora formo parte de otra familia, una que parece estar obligada a conservar las tradiciones y a mantener vivo el espíritu de la navidad; por tal razón, esta tarde estamos todos reunirnos en el salón de la chimenea, el objetivo es: decidir que hacer esta nochebuena.

—¡Antes que nada, familia!  —Doña Murgos levanta la voz logrando la atención de todos—… Si van a salir a algún lugar en el exterior, que por lo menos cuente con una cafetería donde pueda permanecer caliente.

—Cierto, el frio hace que tu rostro se arrugue como pasa —le afirma Ermac.

—La vejez es muy extremista conmigo, hijo.

—Lo sé madre, la frente se te arruga tanto, que los sobreros te los tienes que poner como rosca —Ermac usa un tono burlesco junto con unas muecas graciosas, nos ha hecho reír.

—¡Insensato! ¡¿Cómo te atreves a burlarte de tu madre?! Soy la mujer que sufrió al parirte —la Doña exclama algo avergonzada, y aun así las risas no cesan.

—Ok, ya —Valen trata de calmar sus ataques de risas—… ¿Qué tal si vamos a ver una película navideña? Ahora mismo está en cartelera «Buscando a Santa Claus».

—¿Y de qué trata?  —le pregunta Ermac.

—De un perro que entrena para ser ninja —Lottie le responde con mucha indignación, y el resto reímos nuevamente por tal ocurrencia.

—¡No pienso volver al cine con tito Alexis! —exclama la pequeña Marisol con cierto disgusto—La última vez que fui con él nos sacaron de la sala porque lo encontraron tomando sopita china en media película.

—¡¿En serio?! —Delancis le pregunta con mucho asombro y en tono burlesco.

—Sí, la llevé preparada. Es que me gusta comer comida china mientras veo películas…, lo siento —responde Alexis.

Marisol asiente aun frunciendo el ceño.

—Bueno, si Marisol no quiere ir al cine, entonces nadie va —todos se muestran de acuerdo con la decisión de Delancis—… ¿Y si vamos a patinar en la pista que está a un lado del Tower of London? Al lado hay una cafetería, así los mayores podrán pasar un rato agradable mientras el resto está patinando.

La opción es aceptada por todos.

Y así nos ponemos en marcha, bajo un dorado y rosáceo atardecer que se deja apreciar a través de las oscuras ventanas del auto de Valen. Confieso que aún estoy algo asustada, cada vez que salgo al mundo exterior algo malo pasa, pero bueno…, esta vez estoy junto con toda la familia; no puedo obviar que me incomoda la presencia del tío Yonel…, lo tengo sentado a un lado, junto con aquella aura oscura que le caracteriza.

—Inocencia, ahora que sabemos que llevas sangre Hikari, vamos a hacer de ti una mujer fuerte —dice mi tío en un tono gélido y sin perder de vista el paisaje de enfrente.

—¿E-Eso que significa?

—Que no tenemos permitido tener miembros débiles en la familia. —recalca mi tío.

—Estoy de acuerdo, tío —agrega Ermac—. Ahora mismo Inocencia es la Yamcha de la familia.

—No entiendo que es un Yamcha, sobrino. Pero si es fácil de matar, entonces sí, es ella.

—Ermac y sus comentarios Frikis. —Valen parece haber entendido.

—Así que vete mentalizando, Inocencia. Ayer te inscribí en un curso de manejo de armas de fuego.

—No estoy segura si entendí bien.

—Que te van a enseñar a hacer click clack con un revolver —aclara Ermac.

—No, no pueden…

—Es por tu seguridad, sobrina —me interrumpe el tío Edward—. Todos los Hikari sabemos apuntar y detonar un arma de fuego; aparte, tienes a un psicópata tras de ti. Que Dimitri Paussini esté en prisión no nos asegura nada.

—¡Pe-Pero si yo aún no le pierdo el miedo a las estrellitas de bengala!

Esto no puede ser cierto, estas manos que tanto han acariciado la santa biblia, ¡¿estas benditas manos van a sostener un arma de fuego?!

No, no puedo hacerlo. No podría lastimar a alguien, no fui criada para eso. Todo esto es tan absurdo… ¿Cómo pueden tan siquiera pensar que una mujer que ha vivido en los caminos de Dios pueda tan siquiera sostener un arma?

—No lo haré, tío Yonel. Jamás me harán sostener un arma.

—No pienso obligarte, Inocencia. La maldad pronto empezará a rodearte y eso te obligará a hacerlo —lo dice en un tono escalofriante. 

Mi piel, de repente, se ha erizado.

Entiendo que ser parte de esta familia es peligroso, pero no es para tanto, para eso están los agentes de seguridad, ¿o no?

Ya se puede divisar el Tower of London, nos ha tomado unos veinte minutos llegar al centro de la ciudad. Ya es de noche.Los tres autos se estacionan uno al lado de otro, y así todos empezamos a bajar de los autos, cada uno luciendo un atuendo propio del invierno, somos una enorme familia.

—Esto esta llenísimo —dice Delancis al ver la multitud sobre la pista de patinaje.

—De seguro, con nuestra presencia, varios van a salir huyendo de aquí —Lottie lo dice algo anodina.

Es algo que aun no comprendo ¿Por qué la gente teme tanto a mi familia?, ni que fuéramos la familia Monster.

Un momento…, entre nosotros hay alguien que no logro reconocer…, es una señora que podría estar rondando los cincuenta y cinco años de edad. Alexis la están acomodando sobre una silla de rueda y Florence ayuda a acomodarla; entonces comprendo, esa debe ser la madre de Florence y Alexis. Su grisáceo cabello cae en un hermoso corte a la altura del mentón y es cubierta hasta las orejas por un Beanie de lana, lleva puestos unos anteojos que logran amplificar el verde de sus ojos, y sobre su cuello le cubre por completo una bufanda de lana que viene a juego con el Beanie.

—¡Inocencia, ven! —Alexis me llama, creo que se percató de mi interrogante.

De inmediato voy hacia ellos. Su madre me mira con cierta nostalgia se sonríe placenteramente.

—Mamá, te presento a Inocencia. —Alexis se le acerca los suficiente como para hablarle en secreto—. Ella es la hija de Miriam Duglas.

—Mucho gusto, señora —le saludo mostrándole una amable sonrisa.

—El gusto es mío. Estaba ansiosa por conocerte, Inocencia. Alexis, me ha hablado de ti y de tus inquietudes.

—Ah, ya veo.

Continuamos hablando mientras todos caminamos hacia la pista de patinaje.

—Antes que nada, me presento: mi nombre es Danna Evans. Casi toda mi vida la viví en la mansión de los Hikari, trabajé para ellos como ama de llaves.

—Lleva mucho tiempo con ellos.

—Así es. Si eres leal a los Hikari, ellos lo serán contigo.

Hemos entrado a una especie de recibidor, todo el lugar es cubierto por una gran carpa blanca y rodeada por altos divisores plásticos. Es cálido aquí dentro, no solo hay una cafetería, también está un puesto donde se piden los patines y en el fondo están los vestidores junto con los baños públicos.

—Cuando quieras puedes ir a visitarme, siempre estoy en mi habitación  —Doña Danna levanta su rostro y me sonríe a boca cerrada—. Se que quieres saber la historia sobre tu madre.

—Así es. Téngalo por seguro que ahí estaré.

Marisol me pasa a un lado, la veo saltar al caminar, se ve muy impaciente.

—¡Mami, apúrate!

—¡Marisol, calma! —Delancis está siendo llevada de la mano por su hija—, aún hay que ir a buscar los patines.

Todos nos agrupamos en varias mesitas que están en el área de la cafetería, para luego dejar todas las carteras y mochilas sobre ellas.

—¿Qué tal el lugar, madre? —Ermac pregunta a Doña Murgos.

—Nada mal, creo que fácilmente podría dormirme con esos villancicos en el fondo.

—Me alegra que te guste —le responde sonriente.

De pronto, se escucha un manotazo sobre una de las mesas, el golpe lo ha dado Alexis, quien ha dejado sobre la mesa los boletos para el acceso a la pista de patinaje.

—Tomen un boleto y vayan por sus patines —Alexis se escucha emocionado.

Todos toman un boleto y enseguida se van a buscar los patines… Veo que ha quedado un Boleto disponible sobre la mesa, y aquí solo quedamos Doña Murgos, Ermac, los tíos, Doña Danna y yo. Cuatro de ellos están incapacitados: Ermac está enyesado, el tío Yonel usa bastón, Doña Danna está en una silla de rueda y Doña Murgos no puede ni con su alma, solo queda el tío Edward.

—No me mires a mí, querida. Ese boleto es tuyo.

Era lo que temía… ¿Está de más decir que no sé patinar? ¡Jamás en la vida me he puesto un patín! Necesito regresar ese boleto, no pienso entrar a la pista y hacer el ridículo frente a todos.

Me levanto de la mesa y camino hacia donde está Alexis junto con Lottie, los dos parecen estar discutiendo sobre algo mientras se amarran los patines, pero no importa…, tendré que interrumpirlos.

—Alexis —extiendo mi brazo para entregarle el boleto—, no tenía pensado entrar a patinar, lo siento.

—¿Crees que me van a hacer una devolución por el boleto?

—Bueno, no sé….

—No, Inocencia. Si no usas el boleto sería un total desperdicio y un desaire de tu parte.

No, no quiero que piensen de esa forma, ni que me miren con esos rostros de desilusión.

—Ino, ¿es porque no sabes patinar?

—Lottie, me veré como una baby bambi aprendiendo a caminar sobre hielo, será un completo desastre.

—¡¿Y qué?! ¿Acaso prefieres estar con el club Jurásico? —Lottie señala al grupo de ancianos—. Allá se ve demasiado aburrido; es más, mira la cara del tío Yonel… ¡Ni cagando se logra un rostro tan serio!

Alexis y Lottie ríen juntos mientras terminan de ajustar los patines.

«Ojalá siempre pudieran llevarse así de bien».

—Bueno, entonces iré a la pista, pero me quedaré en los bordes o donde pueda sostenerme —digo aun sintiéndome aterrada.

—¡Genial, así se empieza! —Alexis me anima levantando un pulgar y yo intento de sonreírle aun con todo este pavor que siento.

Y aquí estoy, sentada en una larga banca mientras me ajusto los patines. Espero no partirle la cabeza a alguien con estos filos tan peligroso.

Ya varios han entrado a la pista de patinaje, la primera en entrar fue Delancis, quien fue arrastrada por la impaciencia de Marisol. También están dentro, Lottie, Antonella, Valen y Alexis.

—Ven Inocencia, yo te ayudo a entrar—Alexis me toma del brazo y me lleva hasta la entrada de la pista —agárrate del borde de la pista y ve poco a poco.

—Verás que a la final te terminará gustando —Florence se aparece atrás de mí, está esperando que yo entre para luego ella entrar.

La pista es alumbrada completamente por un intenso azul neón que emerge del borde de la pista y por unas lámparas blancuzcas que proyectan diferentes diseños de copos de nieve sobre la pista. Los villancicos suenan sutilmente a través de varias bocinas que rodean la pista de patinaje, dándole así ese ambiente propio de la navidad.

—¡Eso Ino!... De seguro completas la vuelta antes de llegar la primavera. —Lottie me pasa a un lado patinando con gran soltura y con un estilo espectacular.

Me alegra encontrar una sonrisa en cada uno de ellos, basta con solo verlos disfruta cada desliz sobre el hielo, realmente son buenos patinando, hasta Marisol se ve mejor que yo sobre la pista… Estoy a punto de tomar uno de esos soportes en formas de pingüinito que están usando algunos niños, pero no, eso sería aún más vergonzoso.

Y aquí voy, a pasos de tortuga agarrada del borde de la baranda de la pista… Sé que puedo conseguirlo, por lo menos lograr mantenerme de pies, y si no, no importa, puedo decir que lo estoy disfrutando.

La helada brisa trae consigo un aroma envuelto en mis memorias, su suavidad es agradable y su esencia pareciera ser originada a partir de la magia. Si el resplandor de las estrellas tuviese un aroma, de seguro olería así…, y me gusta, por primera vez no me siento asustada a sentir esta fragancia, incluso puedo disfrutarlo, después de todo Dimitri está lejos de aquí.

Sorpresivamente, siento como alguien agarra de mi brazo y jala de él, alejándome así, con toda esta inestabilidad, del borde de la baranda de la pista.

—¡No, no!... —le imploro mientras me aferro a su brazo. Ni idea de quien es, justo ahora tengo mi mirada sobre el hielo y mi tensión aumentando por todo mi cuerpo.

De repente, aquella fragancia se ha intensificado y parece provenir de este hombre.

No puede ser…, es imposible.

De inmediato, levanto la mirada esperando reconocer aquel rostro, pero es en vano… Este hombre trae puesto un beanie que alcanza hasta las orejas, unos lentes oscuros de Sky y un tapaboca.

Es imposible reconocerlo y eso ¡ME ATERRA!

—¡¿Q-Quién eres?! —le pregunto titubeando.

El hombre extraño se posiciona frente a mí y luego me sostiene de los dos brazos, mientras tanto, ambos seguimos deslizándonos como bloque sobre hielo en medio de la pista.

—Te extrañé, flor de jazmín de invierno. —Ese tono de voz… y el usar la palabra jazmín para referirse a mí.

Esto no puede ser cierto...

—¿Dimitri? —pregunto en un tono trémulo.

—Me alegra que puedas reconocerme al instante, Inocencia.

¡Oh, Jesucristo! ¿Es posible que este día termine bien?

CAPÍTULO 35: El plan de nochebuena de Dimitri.

No hace falta buscar los malos momentos, porque es algo que siempre llegará por sí solo, así como Dimitri Paussini, quien aparece en mi vida cada vez que pongo un pie fuera de casa, y no…, no quiero tenerlo cerca, odio toda esa maldad que sale de él, aquellos recuerdos en Brentford están frescos en mi mente, el rostro masacrado de Ermac es producto de su crueldad y por eso merece todo mi desprecio. Sé que justo ahora parece todo lo contrario, es que si no me sostengo de su brazo voy a sacarme la santa madre contra el hielo, y no estoy para pasar vergüenza.

—¿Sabes que puedo gritar por auxilio para que Alexis venga a rescatarme?

—No vas a hacer eso.

—¿Por qué tan seguro?

—Porque justo ahora las cabezas de Delancis y Alexis están en la mira de cuatro sicarios. Una mala movida por parte tuya y ¡Bang!... Les doy de baja.

¡Oh, Jesucristo!

Le creo totalmente y eso me aterra, descontrola por completo mi ritmo cardíaco y me hace sentir sumamente ansiosa, con ganas de salir corriendo lejos de aquí.

—Engendro de Satanás.

De repente, se desliza frente a mí y me toma de ambas manos.

—Lo soy, ¿y adivina?… En tus ojos he encontrado mi infierno.

Su demencia siempre va de la mano con la coquetería, y con ese tono de voz tan seductor y varonil provoca cierta sensación que no tengo permitido sentir, no con él, ni siquiera debí sonrojarme. Ni sus cursilerías, ni su aroma, ni lo bien que le queda ese ajustado y azulado sweater sobre su fornido abdomen; es que incluso, sus brazos son tan firmes… ¡Santo padre! No nos dejes caer en la tentación y líbranos de todo mal. Amén.

Inmediatamente, me suelto el brazo de Dimitri dejando expuesta mi falta de equilibrio.

—¡Ey! —Dimitri se exalta al ver como trastabillo sobre el hielo, con gran agilidad ha logrado rodea mi cintura con uno de sus brazos, sosteniéndome y salvándome de una caída.

Puedo escuchar casi sobre mi oreja el deslizar de varios patines, se trata de Valen y Lottie, ambas han empezado a patinar dando vueltas a nuestro alrededor mientras hacen una especie de coreografía.

—Me siento parte de un musical de romance en Broadway—Valen lo dice en un tono melódico.

—I found a love for me. Darling, just dive right in and follow my lead —Lottie ha empezado a cantar.

Que desastre, de seguro estoy bajo las miradas de toda mi familia; yo viéndome tan tranquila, paseando por toda la pista agarrada del brazo de un desconocido. Estoy no está bien… Si mi familia se entera de que Dimitri está aquí, se va a formar.

—Tienes que irte —le ordeno en tono bajo.

—Pero si acabo de encontrarte —responde con una falsa tristeza mientras retoma el patinaje, llevándome arrastrada tras él.

—Por favor, vete... Donde mi familia te encuentre irán por ti y tus matones podrían dispararles.

—Entonces escápate conmigo, vámonos de aquí.

—En serio que estás demente, jamás me iría contigo, no quiero terminar secuestrada otra vez. Aunque…

… Eso podría representar seguridad para toda mi familia y para todas las personas que están disfrutando de este lugar; sin embargo, tengo miedo, no quiero irme con él.

—¡Mami, mírame! ¡Puedo patinar con un solo pie! —la pequeña Marisol está tan emocionada…, y el peligro a centímetros de ella.

Sé lo que tengo que hacer… A partir de ahora dejaré de ser la tía borracha y empezar a ser la tía valiente que ella necesita.

—Viniste para llevarme contigo, ¿verdad? —le pregunto con miedo a escuchar su respuesta.

—Así es, solo hasta la media noche, prometo que te dejaré libre para que regreses en la navidad con tu familia.

No sé si creer en sus palabras, pero no tengo más opciones, no mientras la vida de mi familia esté en juego. Alguno de esos matones podría dejar escapar un tiro y… ¡Dios mío, necesito sacar a Dimitri de este lugar!

—Bien, iré contigo.

—Excelente, ahora escucha lo que tienes que hacer: vas a ir donde Delancis y le vas a decir que irás al monasterio, que quieres ir a pasar la nochebuena con las monjas. Lo más seguro es que ella de la orden para que te acompañe un guardaespaldas, así que vas a aceptarlo.

Si voy con un guardaespaldas entonces no tengo por qué temer, así que le seguiré el juego, todo por el bien de mi familia.

Dimitri avanza sobre el hielo hasta alcanzar a Delancis y a Marisol, esta última, al verme llegar del brazo de tal extraño, me mira de forma interrogativa.

—Tita Ino, ¿ya conseguiste novio?

¡Cristo Bendito! Esta niña no tiene pepitas en la lengua, me ha hecho sonrojar.

—No, hija mía. Yo… — responde Dimitri.

—¿Hija tuya? —le interrumpe Delancis.

—Soy sacerdote del monasterio Los Castros.

¡¿Sacerdote?!... De una secta satánica, sí. Además, dijo mal el nombre del monasterio.

—Eh sí, él vino para invitarme al monasterio hasta esta medianoche. Todos los años se leen los misterios de la navidad y he decidido estar ahí como en años anteriores.

—Eres algo raro para ser un sacerdote… ¿Me dejas a solas con mi hermana? —Delancis le pide al supuesto sacerdote.

—Claro, hija mía. Hermana Inocencia, me llama cuando decida salir —es un pésimo actor, ya debería dejar de decir «hija mía».

Dimitri quita mi mano de su brazo y la pone sobre el brazo de Delancis, permitiéndome así sostenerme de ella. Luego me asiente y se aleja patinando.

—Inocencia, no te lo dije antes porque quería que pasaras la navidad tranquila, pero veo que te estás poniendo en riesgo, así que necesito que lo sepas.

—¿Qué?

—Dimitri Paussini escapó de prisión, Alexis me lo dijo luego de llegar de hacer las compras.

Así que Delancis y Alexis lo sabían y prefirieron callarlo.

—¡¿Por qué permitiste que todos saliéramos de la mansión aun sabiendo que Dimitri Paussini estaba libre?! —pregunto en un tono bajo y severo.

—¡Porque nadie va a mantener a mi familia encerrada solo por miedo a encontrarlo! —me responde molesta junto con esa mirada intimidante que tanto me aterra—… ¿Sabes?, él también debería temerme.

—O-Ok —respondo trémula. Su respuesta me ha provocado escalofrío.

La veo dar un gran suspiro.

—Fue Mya quien le dijo a Alexis. Parece que el detective Kross decidió esconder esta información de nosotros para no armar revuelo de la situación.

Es cierto, Richard pudo haberme llamado y avisarme de que Dimitri estaba libre para así mantenerme precavida…, pero no lo hizo… ¿Por qué?

—Inocencia, vas a ir acompañada de un agente de seguridad —dice Delancis mientras posa su mano sobre mi brazo—. Ve con cuidado, mañana estaremos esperándote para la Navidad.

Le hago señas a Dimitri para que venga a sacarme de la pista; de inmediato viene por mí. Él se despide de Delancis con cierta hipocresía, me toma del brazo y luego me lleva afuera de la pista.

Ambos nos sentamos sobre una larga banca para quitarnos los patines.

—¿A dónde me vas a llevar? —le pregunto.

—Ya verás… —Dimitri se levanta de la banca, se para frente a mí y luego me extiende su mano—. Ven, sígueme.

Ambos caminamos en dirección contraria a la salida principal, justo por donde están los vestidores y los baños, su mano aprietan con fuerza la mía, como si presintiera que en algún momento podría escaparme de él.

Un momento, una manga de su sweater muestra manchas de sangre… Ahora lo recuerdo, su brazo fue herido aquella vez por el disparo de Delancis.

—Señorita Inocencia —tras nuestras espaldas aparecen dos de los agentes de seguridad que vinieron con nosotros—, la señora Delancis nos pidió que la escoltáramos.

—Ah sí, vengan con nosotros.

Los cuatros salimos por la puerta trasera de la carpa. Aquí fuera hay poca iluminación, y a un lado de la agrietada calle están unas ruidosas maquinarias que parecen ser de refrigeración.

—Dimitri, ¿por qué salimos por aquí?

—Venimos para convertir a estos dos en muñecos.

—¿En qué? —pregunto e inmediatamente caigo en cuenta…

Rápidamente, giro la mirada hacia mis dos agentes de seguridad. Un pánico desenfrenado llega al encontrar a otros dos hombres tras las espaldas de mis dos guardaespaldas, los veo apuntarles sobre sus cabezas con armas de fuego. Y así, en pocos segundos y en medio de aquel ruido generados por las maquinarias, mis dos guardaespaldas caen muertos frente a mí.

—Lamento que tengas que ver esto, con el tiempo te acostumbraras.

No… No puede estar pasando otra vez.

—Dios te salve, María, llena eres de gracias…

—¡Vamos! —Dimitri me agarra del brazo y hala de él mientras yo continúo con mi recitación en tono bajo—… Ustedes dos, desaparezcan esos cuerpos.

—¡Sí, señor!

Mis lágrimas se vuelven inevitables ante tal suceso, se me hace difícil respira; incluso, siento que mi cuerpo se empieza a debilitar, pierdo fuerza producto de lo tensionada que estoy… Nunca había presenciado el asesinato de alguien, y es que pensé que jamás pasaría por esto, después de todo soy una mujer de Dios.

Dimitri me hace entrar a su camioneta y luego se sienta en la silla del conductor, justo al lado mío.

—Los mataste —digo en un tono gélido.

—Lo siento, esta es la única forma que conozco para obtener lo que quiero —responde mientras enciende el motor.

Enseguida el auto se pone en marcha.

—L-Los mataste.

—Te ves pálida.

—¡Eres un maldito asesino! —un tono agudo acompaña el desliz de mis lágrimas.

—¡Sí!… Era obvio que no iban a venir con nosotros.

—¡Pudiste buscar otra forma de librarte de ellos!

—¡Mis demonios no están para estupideces!

En lo que resta del camino, solo busco reforzar mi voluntad para controlar esta tristeza, pero me es imposible, pues mi mente solo está dispuesta a mantenerme llorando, solo me permite recordar como esos hombres fueron asesinados frente a mí. El ruido de las maquinarias aún resuena en mi cabeza, claramente recuerdo la sonrisa de satisfacción de Dimitri mientras disfrutaba de aquel olor a pólvora que se esparcía en el momento.

Parece que en mi vida ya no habrá paz…

—Vamos, anímate…, levanta ese rostro.

—¿Sino qué?... ¿Me vas a matar? —le reto con desprecio.

—Jamás te lastimaría.

—¿Y qué crees que estás haciendo?

—Adentrándote en un mundo al que siempre perteneciste.

—¿Qué te hace pensar que mi mundo se trata de crímenes?

—¿Acaso no eres una Hikari? … Mi reina, estás maldita desde que llegaste a esa familia.

Oh, santo… Ahora que lo pienso, debe haber algún oscuro motivo como para que Dimitri atacaran a Ermac.

—¿Atacaste a mi hermano solo por ser parte de la competencia que estorba en tus negocios?

—Veo que estas entendiendo los asuntos familiares.

Pero qué… ¡¿Qué está haciendo?! 

De repente, la camioneta se adentra en la espesura de un oscuro bosque y, por los saltos que da el auto, puedo deducir que vamos avanzando sobre un sendero rocoso.

—¡¿A dónde me llevas?! —pregunto prácticamente muerta del pánico.

—Voy a llevarte a uno de mis escondites.

—¡¿Qué escondite?! ¡¿De qué hablas?!

—Ya verás, lo estuve preparando durante todo el día.

No sé dónde carajos estoy, siendo sincera, ya hace un buen rato que ando perdida y eso parece saberlo Dimitri, sino ya me habría vendado los ojos para así ocultarme la ubicación de su escondite.

—Solo a ti se te ocurre manejar de noche en medio de un bosque.

Árboles y más árboles, mis ojos solo alcanzan a ver el camino que tengo enfrente y que es alumbrado por los faros de la camioneta de Dimitri. Cada vez que observo hacia los lados o hacia atrás, termino encontrándome con una densa oscuridad.

Han pasado aproximadamente unos quince minutos desde que entramos al bosque y ahora entiendo que definitivamente no hacía falta vendarme los ojos, Dimitri ha doblado por diferentes direcciones y así, con la oscuridad de la noche, sería difícil dar con la ubicación del supuesto escondite.

—¡Oh, mierda! —Dimitri da un fuerte frenazo al ver pasar una sombra frente al camino.

—¡¿Q-Qué fue eso?! —pregunto con el corazón latiéndome a mil.

—Pudo haber sido un animal, algo así como un venado…. O es lo que yo quiero creer —Dimitri está pálido y a mí me encanta verlo así de aterrado, parece que las cosas paranormales son sus debilidades.

—Mi pulserita del viacrucis se ha tornado en un color rojizo, eso significa que hay algún espíritu maligno cerca de nosotros, estoy casi segura que se trata de una bruja —miento con seriedad solo para verlo aún más asustado, pues mi pulsera siempre ha sido de ese color.

—Ponte a rezar o empieza a hacer algún conjuro que ayude a ahuyentar a la bruja.

—¡¿Conjuro?! Ni que fuera yo la bruja.

—Pero fuiste monja, debes saberte algún conjuro religioso —responde con prisa y con un rostro aterrorizado.

—Las monjas no hacen conjuros, solo con decir la palabra podrías convertirte en un satánico.

—Bueno, supongo que bruja no mata bruja.

—¡Pero que atrevido! —me molesta la falta de respeto hacia mi persona.

Al fondo del bosque se puede ver un par de luces amarillentas que parecen parpadear… ¡Oh por Dios!... Que no se trate de un animal salvaje o podría morir del susto.

—Hemos llegado —vamos en dirección hacia el par de luces…, y no, no es solo un par de luces, son muchas luces… Ahora puedo verlo con mayor claridad, parece ser una especie de cabaña… Ok, es una gran cabaña.

Dimitri estaciona la camioneta frente a la cabaña y luego ambos bajamos de ella. A un lado de nuestros pies, pequeñas lámparas alumbran el borde de un corto sendero que da al pórtico de la cabaña. Frente a la puerta y en el pórtico se puede divisar a un chico que está vestido completamente de negro, su oscura y larga cabellera llega hasta sus hombros, su cuerpo es de contextura alta y delgada.

—Mario, veo que ya instalaron la planta eléctrica.

—Sí, primo. Ya tienes luz.

Así que es su primo…, otro Paussini a la vista. El chico se me ha quedado viendo mientras me muestra una sonrisa torcida.

—¿Y ella…?

—Quita esa mirada pervertida de encima de ella… ¿Sí recuerdas que te hable de Inocencia?

—Oh, claro. La que sería tu futura esposa… Es linda.

—Veo que quieres morir —Dimitri le responde en tono chistoso.

Ambos entramos a la cabaña y, al instante en que pongo un pie dentro, mis ojos se maravillan con la decoración de su interior. Esto es hermoso; luces navideñas en tonos dorados adorna cada rincón de la sala; bajo un mediano árbol de navidad reposan varios regalos; en el centro de toda la sala se encuentra una chimenea que es adornada con varios calcetines navideños que guindan sobre ella.

—¿Te gusta? —pregunta mientras me sonríe.

—Es tan… hermoso. ¿Es esto lo que estuviste preparando durante todo el día?

—Sí, es que no quería pasar la navidad solo. Mi papá aún está en prisión y mi primo ya debe estar de regreso a Maidstone para pasarla con mis tíos.

—¿E-Estaremos solos aquí? —Mi corazón vuelve a exaltarse.

—Sí —responde y me sonríe a boca cerrada—, eres la única persona en libertad con la que me gustaría celebrar la navidad.

Este ambiente es tan perfecto y a su vez peligrosamente romántico… Me asusta lo que pueda darse en esta nochebuena.

CAPÍTULO 36: Debería odiarte.

Eres hábil para transformar tu propio infierno en un paraíso de ensueño.

El diablo ha traído parte del paraíso solo para mí, de seguro en cualquier momento va a aparecer en forma de tentación y yo, como la descendiente de Eva que soy, podría caer fácilmente en ella.

El resplandor del fuego que arde dentro de la chimenea logra alcanzar cada madero que conforma la cabaña, el olor silvestre del bosque se siente junto al aroma del árbol de navidad, y cada vez que tengo a Dimitri cerca, su fragancia resalta con cierto agrado. Este ambiente es peligroso frente a mis niveles de ingenuidad e inocencia, y si tengo al pecado mismo a mi lado creo que necesitaré de mucho esfuerzo para resistir cualquier tentación.

El reloj que cuelga de la pared marca las 10:00 pm, Dimitri ha ido a la cocina para traer algunos bocadillos y algo para beber; mientras tanto, le espero sentada sobre un sofá de cuero marrón que luce como nuevo, gran parte de los muebles que se encuentran aquí parece haber sido comprado hace poco… ¿Qué tanto pudo esforzarse solo para mostrarme algo de mi agrado?

—Aquí te traje bocadillos y también algo de tomar. —Dimitri viene con una bandeja en una mano y una cubeta en la otra mano, las ha dejado sobre la mesita de café que tenemos enfrente. Luego se sienta a mi lado.

—¡Genial! Ya tenía sed —digo mientras busco un refresco dentro de la cubeta de hielo.

Dimitri se me ha quedado viendo, estaba a punto de abrir la lata de refresco, pero la intensidad de sus ojos me tiene congelada, siento su mirada en mis mejillas, en mis ojos, en mis labios y en cada parte de mi rostro.

—Cada día que pasa te pones más linda.

—Eh… intento responderle, pero antes quedo atrapada en aquel color verde oliva de sus ojos.

—Veo que ahora estás usando maquillaje, te ves hermosa.

Agacho la mirada y con mi cabello intento ocultarle mi rostro sonrojado.

—Dime, Dimitri… ¿Qué es lo que esperas de mí?

—Que me quieras.

—Nunca podría quererte.

De repente, siento sus manos bajo mi mentón, ha levantado mi rostro a la altura de su sonrisa.

—Solo quiero que me quieras hasta donde puedas.

—¿Te conformas con nada?

—No importa, yo supondré que es bastante.

Me levanto del sofá indignada por lo que acabo de escuchar; él, de repente, se está comportando como si realmente me quisiera. ¿Qué tan desquiciado puede estar? Si todo lo que sabe hacer es lastimarme, si cada vez que aparece me regala el peor de los momentos.

Abro la lata de refresco y tomo un trago… ¡Oh Santísimo!

—¡Dimitri, esta bebida tiene alcohol! —reclamo sin quitarle mi vista a la lata

—Pues sí… ¿No te gusta?

—Esta riquísima, ¿Qué es?

—Vodka con maracuyá.

Mi primera bebida alcohólica favorita, tiene un dulcecito que le da esa exquisitez adictiva y una facilidad para tomar.

—Mira, prueba los Mince Pies que hice para ti.

—¿Tú los hiciste?

—Sí, me gusta cocinar.

Dejo la bebida en la mesa, agarro un pastelito y lo pruebo.

—¡Está riquísimo! —digo mientras saboreo la mermelada que ha quedado sobre mis labios.

No estoy segura si de verdad fue él quien preparó estos bocadillos, ahora mismo no es algo que importe ya que, justo ahora, estoy disfrutando de cada bocado. La masa de las canastitas tiene la suavidad exacta para soportar el relleno de mermelada de manzana con frutos frescos, y en la parte superior una cubierta de masa en forma de estrella… Su contextura, su sabor y su presentación es perfecta… Si realmente lo hizo él, entonces es un excelente cocinero.

—Cuéntame, ¿qué has hecho, Inocencia? —pregunta sin quitarme la mirada de encima, parece que ya hace un rato que está viéndome tan detenidamente.

—Aquí el que tiene cosas por contar eres tú —respondo mientras sigo comiendo de los bocadillos.

—Ah, ¿sí?

Nuevamente me está poniendo nerviosa, se me está acercando poco a poco y, mientras tanto, yo reacciono retrocediendo sobre el sofá. Dimitri levanta su mano derecha y con su pulgar limpia sobre la comisura de mi labio.

—Sí. —Trago grueso al sentir mi espalda sobre el brazo sofá y su respiración sobre mis mejillas, lo tengo encima de mí—… ¿Cómo es que sigues obsesionado conmigo?, aun sabiendo que soy una Hikari.

—Me obsesioné antes de que lo fueras, desde ese día que te encontré en aquellas aguas termales, tan relajada y sonriente, parecías formar parte de la naturaleza que te rodeaba.

Al parecer mi corazón seguirá inquieto en lo que resta de la noche.

—Deberías de odiarme, Dimitri…, yo igual debería de estarlo haciendo.

El resplandor de la chimenea destella tan inquietante sobre su rostro, su sonrisa de típico seductor me tiene acorralada sobre el sofá, y su aroma se adentra sutilmente como si intentara convencerme de dejarme atrapar.

—Tienes razón, debería odiarte. —Dimitri desliza suavemente sus dedos sobre mi mejilla—, pero no puedo hacerlo, no es que estés interfiriendo directamente en mis negocios y, en especial, eres hija de Miriam. No puedo odiarte, Inocencia.

—Entonces deja de atacar a mi familia, por favor. —Pongo ambas manos sobre su pecho y presiono empujándolo para que me permita levantarme, pero se está resistiendo.

—Voy a tumbar los negocios de tu familia y lo haré sin destruirte en el proceso.

Debería odiarte por el simple hecho de que susurraras eso sobre mi oído, pero no puedo. Todo este tiempo creí odiarte, parece que solo ha sido miedo… Y lo comprendo, pues me criaron para no odiar a las personas y ahora veo lo mucho que me hace falta.

Dimitri me da el espacio que necesito y con ello me permite sentarme nuevamente en el sofá.

Este chico es un completo misterio, necesito conocer más de él y talvez así podría conocer más de ese mundo en el que él intenta adentrarme, la relación que tiene con mi familia.

Luego de un largo e incómodo silencio, me atrevo a preguntarle:

—Dimitri… ¿Cómo es que estás libre de prisión?

—Esperé hasta la madrugada de hoy pasa salir. Varios de los guardias que estaban de turno a esa hora trabajan para mí.

—¿Trabajan para ti?... ¿De qué trabajas? —hago otra pregunta mientras tomo otra lata de refresco de la cubeta.

Dimitri también saca un refresco de la cubeta de hielo, abre la lata y bebe de ella.

—Vendo cosas ilícitas, nena.

—¿Qué tipos de cosas? —Mis nervios me hacen tomar un gran buche de bebida.

—Vendo de eso que es verde, que se enrolla y se prende.

—¿Insecticidas en espiral?... Pero si eso no es ilegal.

Dimitri se ha echado a reír casi escupiendo el buche de la boca.

—Ves, ¿cómo no amar tu inocencia?... Me refiero a marihuana y otros tipos de confites.

—Mari... mari...

—Sí, eso mismo —me interrumpe mientras toma otro sorbo de su refresco—. Mari-Mari.

Esa palabra ha resonado en mi mente aproximadamente cinco veces, alto y claro como un gran estruendo, provocando un aumento en mi ritmo cardiaco, alborotando aún más mi ansiedad, logrando que esa oscuridad que tanto me aterra vuelva a crecer dentro de mí.

No…, no debería sorprenderme, ya he visto cosas peores, le vi dar órdenes para cometer un asesinato; aun así, me desconcierta.

—Eres un narcotraficante —me confirmo en un tono tembloroso.

—Es un negocio de familia, los Paussini nos dedicamos a eso.

—¡Por la sangre de Cristo!… Una mafia… Dime que es broma.

—Estas frente al líder de los Paussini en Reino Unido —lo dice con cierto orgullo.

Es una mafia y estoy frente al padrino…, un padrino que esta obsesionados conmigo, el peor de los criminales está loco por mí… Fantástico.

Un momento, algo no me cuadra…

—Dimitri, dijiste que mi familia es competencia de tus negocios. —Si mi corazón no se detiene, creo que dentro de poco podría empezar a convulsionar.

—No quiero estropear tu navidad junto a tu familia, creo que es mejor que ellos te hablen de sus negocios.

—Me has dado a entender que soy parte de una familia mafiosa —digo perpleja.

Dimitri se levanta del sofá, me toma de ambas manos y hala hasta levantarme.

—Debes de tener hambre, ¿qué tal si comemos algo?

Luego de un gran suspiro le respondo:

—Ok…

Sin soltarme de la mano me lleva con él hasta una cocina campestre, es un lugar rustico y de buen tamaño, lo que más resalta es una llamativa y mediana nevera de aspecto anticuado e impecable. Sobre el granito se encuentran varias bandejas de comida, botellas de vino y postres. Aquí huele a pavo horneado, huele muy bien.

Dimitri abre la puerta del horno y su calidez nos alcanza junto con su intenso y agradable olor.

—Dime que no hueles esta delicia. —Le veo sonreír mientras inhala y disfruta del olor.

—Huele tan bien que me hace dudar que lo preparaste tu.

Le veo tomar un guante de cocina y luego sacar el pavo del horno.

—Sé que la cena navideña debería ser para mañana, pero prefiero cenar acompañado, así que adelantemos esa cena para hoy.

—Mi hambre dice no tener problema con eso.

—Ehmm… —Dimitri ha empezado a ver a su alrededor—. Como que hizo falta preparar alguna ensalada.

Dimitri pone algunos vegetales sobre una tabla de picar, luego toma un cuchillo.

—¿Quieres que te ayude con eso?

—No, solo quédate sentada ahí, tranquilita. —Señala un taburete que está bajo la mesa incorporada del mueble de granito.

Empieza a pica con una gran agilidad, es increíble lo bien que maneja el cuchillo, cada trozo es rebanado con una misma precisión y tamaño; incluso puedo ver en su rostro lo mucho que disfruta hacerlo. De vez en cuando deja de prestar atención a lo que hace solo para buscar mis ojos.

—Sí que eres bueno para la cocina —digo y él me sonríe mientras me guiña un ojo—. ¡N-No creas que te estoy coqueteando!

—Ya deja de coquetearme y de mirarme de esa forma, ¿no ves que podría cortarme un dedo?

—Ya quisiera —le respondo junto con una sonrisa torcida.

Y así, Dimitri Paussini suelta el cuchillo de manera alarmante, el cuchillo cae sobre la mesa haciendo que el acero resuene sobre el granito. Sin perder tiempo levanto la mirada buscando su rostro, encontrando en él un gesto de dolor y ardor.

—¡Ves, te lo dije! —me levanto del taburete, voy hasta él y agarro su mano, la levanto y presiono su dedo con una toalla que estaba sobre la mesa—. Tu herida es algo profunda.

—He tenido peores heridas.

Entonces es cuando recuerdo. Dimitri tenía una mancha oscura en la manga de su sweater, lo había olvidado por completo; es que ni siquiera se puede distinguir la mancha por lo oscuro que es el sweater.

—Déjame atender tu herida.

—No te preocupes, en realidad es una cortada pequeña sobre un dedo.

—No me refiero al dedo.

Dimitri se muestra algo inconforme, parece que no quiere mostrarme su herida, o talvez duda de mi habilidad.

—Dimitri, confía en mí, en el monasterio me enseñaron principios básicos de enfermería.

—Bien…, solo no te asustes.

Se lleva ambas manos al borde inferior del sweater y luego levanta… ¡Virgen Santísima!... ¿De que no debería asustarme?... ¿De su perfecto abdomen?... ¿De esos tatuajes en forma de alas que parecen salir de sus pectorales y que no recuerdo haberlos visto antes?... ¿O de lo infectada que está su herida?

—Eh… —No puedo dejar de ver sus pectorales—. ¿Dónde tienes el botiquín?

—En el espejo que está en el baño —él responde, y yo, a toda prisa, salgo huyendo de la cocina.

Al entrar al baño, me encierro con seguro y luego respiro hondo… Uno, dos y tres veces respiraciones profundas y luego exhalo… Inocencia, tranquilízate.

—Inocencia, ¿ya lo encontraste?

¡Jesús, María y José! Este señor es el pecado mismo. Aun hablándome a través de la puerta logra ponerme ansiosa.

—¡S-Sí, ya voy! —De inmediato agarro la caja del botiquín, abro la puerta y me sorprendo al encontrar aquel fornido y tatuado cuerpo parado frente a mí—. T-Te voy a ser sincera…, tu cu-cuerpo me tiene muy nerviosa —digo tapando mi sonrojado rostro con mis manos.

De seguro está riendo de satisfacción.

—Pues, ¿adivina?… Vas a tener que tocarlo —Dimitri me quita una mano del rostro y la pone sobre su pecho—, ¿sino cómo vas a hacer para limpiar mi herida? 

Rápidamente quito mi mano de su pecho y corro hacia la sala alejándome de él.

Ambos terminamos sentados en el mismo sofá y a un lado del otro. Estoy con mi corazón descontrolado y latiendo con mucha fuerza.

Antes de desinfectar la herida, trato de calmarme respirando hondo, luego abro la caja del botiquín y con un algodón mojado en alcohol empiezo a limpiar.

—Inocencia, tus manos están temblando mucho —Dimitri se empieza a quejar del dolor.

—¡Shh!... Esto no es fácil —digo mientras sostengo su brazo para contrarrestar su reacción al dolor—. Y si sigues moviéndote va a ser más complicado.

—Es que eres muy brusca.

—Mas delicada que esto no puedo ser.

De repente, se ha quedado en silencio, de seguro se me ha quedado viendo… Sí, tiene sus ojos sobre mí… ¡¿Cómo no ponerme nerviosa con esa intensidad en su mirada?!

—¡Santo! —grito de espanto al escuchar el ladrido de un perro.

—¡Auch! —Dimitri se queja de dolor, ya que, sin querer, he presionado sobre la herida.

—¿Y ese perro de donde salió? —pregunto mientras veo al perro moverme la cola y venir hacia mí.

—Yoyo, acabas de asustar a Inocencia.

—¿Yoyo?... Que nombre tan raro —digo; al instante el perro sube sus patas sobre mis muslos y los aprieta—. ¡¿Q-Qué está haciendo?!... ¡Por todos los ángeles, el perro quiere fornicar mi pierna!

Dimitri empieza a soltar fuertes carcajada; mientras tanto, su perro hace movimientos obscenos sobre mi pierna.

—¡Dimitri, quítalo de encima!

Si este fuera un perro pequeño yo misma lo hubiera bajado de mí, pero este animal es enorme y tiene cara de asesino.

—Inocencia, no sabía que estabas en celo. Como canino soy pésimo —dice entre fuertes carcajadas.

—¡DIMITRI!

—¡Yoyo, yo la vi primero! —Dimitri agarra las patas del perro, lo quita de encima mío y luego lo calma dándole unos bocadillos.

Rápidamente me levanto del sofá y me voy hacia la cocina con una gran vergüenza pesando sobre mi espalda.

—Ey, disculpa a Yoyo, el solo sale de mi habitación cuando siente olor a comida.

Puedo escuchar las patitas del perro sobre el piso de madera, parece que también viene hacia la cocina, así que de una vez lo busco con la mirada.

—Bueno, Yoyo es lindo… ¿Por qué se llama así? —con cierta cautela, voy hacia donde Yoyo y acaricio su lomo.

—Porque siempre está babeando, y cuando lo hace le guinda como yoyo.

Dimitri me ha hecho reír.

—Eres muy creativo con los nombres.

—¿Verdad que sí? —me sonríe mostrando su dentadura.

—Sí, ahora ve y ponte un sweater limpio.

—¿No me prefieres así? —pregunta en un tono bromista mientras abre sus brazos.

—Quiero cenar tranquila —respondo mientras lavo mis manos.

Dimitri sale de la cocina y a los minutos regresa luciendo un ajustado sweater negro de manga larga y cuello tortuga.

—¿Así de tapado estoy bien?

—Eh…, sí. —Incluso así se ve muy provocativo.

Dimitri corta el pavo y lo sirve en los platos junto con la ensalada.

—Ten, Yoyo, prueba mi pavo. —Le da un pedazo de pavo al perro y este se aleja corriendo con la presa en el hocico.

La mesa está aún lado de la sala, pero no la usamos, ambos hemos preferido comer sentados en el piso y frente a la chimenea, con nuestros platos sobre la mesita de café y junto a la cubeta de hielo con vodka de maracuyá. Todo es tan delicioso, si Dimitri preparo todo esto debería sentirse orgulloso, y creo que lo está, cada vez que le busco con la mirada me lo encuentro con una sonrisa dibujada en su rostro; realmente está disfrutando de la cena… ¿Está bien pensar que me alegra haber venido?

—Es una lástima… —dice en un tono melancólico, mientras atiza el carbón de la chimenea.

—¿Qué…? ¿Qué paso?

—Ya son las 12:00, cuando termines de comer debo regresarte como acordamos.

Dimitri se levanta del suelo y luego camina hacia un arbolito de navidad que está repleto de regalos.

—Ven aquí —Dimitri me llama haciéndome señas con la mano. Luego se sienta frente al árbol.

Yo me levanto del piso, camino hacia él y me siento a su lado.

—A ver… ¿Qué tramas?

—Todos estos regalos son tuyos —dice mientras acicala el cabello de cae a un lado de mis mejillas, mientras me sonríe bajo el resplandor del fuego recién atizado.

CAPÍTULO 37: Manzanas y frutos secos.

Las lucecitas del árbol de navidad destellan sobre el papel de cada regalo, la mirada de Dimitri refleja cierta ilusión e impaciencia mientras espera a ver mi posible reacción; aquí podría haber más de diez regalos y, por lo que entiendo, todos son para mí.

Supongo que Dimitri no conoce como una monja acostumbra a vivir su vida. Los votos de pobreza: desde que me decidí a vivir al servicio de Dios me comprometí a no tener más que los demás y a ayudar a los más necesitados; en mi vida nunca hizo falta el lujo, esa es una de las razones por la que no he exigido parte de la herencia familiar. Jamás me verán tirando riquezas por donde pase, no me criaron así, soy una mujer sencilla y humilde.

Sé que he dejado de ser una monja, pero quiero conservar aquellas buenas cosas que siempre fueron parte de mí en mi pasada vocación.

—Dimitri, yo no puedo aceptar todo esto, yo…

—Alto ahí —me interrumpe levantando la palma de la mano en señal de stop—. Dije que todos estos regalos eran tuyos…, pero no son para ti.

—Espera... ¿Qué?

—Me he tomado el trabajo de investigarte, de cómo pudo haber sido tu vida de monja y como eso pudo influir en tu personalidad y en tu mentalidad al momento de tomar decisiones.

—Sí, y es por esas cosas que aún te tengo miedo.

Dimitri suelta un par de risas y luego agrega:

—Sabía que no ibas a aceptar cualquier regalo, ni aunque estuviera bañado en platino y lleno de diamantes, así no eres tú; entonces pensé: ¿Qué podría gustarle a Inocencia? Y es así como se me ocurrió que amarías llevarle juguetes a los niños de alguna de esas casas hogar. Ver el rostro sonriente de un niño en plena navidad, es justo lo que Inocencia más podría disfrutar.

«Maldición, Dimitri… Si sigues haciendo este tipo de cosas… ¿Cómo se supone que me mantendré odiándote?».

—Dame tu número de celular, voy a llamarte mañana para ir a dejar los regalos —pide mientras saca su celular del bolsillo del pantalón, y pues…, yo termino dándole mi número, sin tan siquiera pude pensar claramente en las posibles consecuencias, justo ahora mi mente esta algo abrumada de tantos pensamientos cruzados.

¿Acaso él no es el villano de esta maldita y trágica historia? Debió de regalarme una casa para después mantenerme prisionera dentro de ella, o talvez haberme regalado un sobre lleno de fotos de rehenes con la cual luego pudiera amenazarme para tener sexo salvaje con él… No, no es que lo esté deseando…, es solo que es lo que normalmente debería estar pasando.

—Estas muy pensativa —Le veo comer un mince pies—. Di algo… ¿Te gustó mi regalo?

—Ya deja de verte tan lindo frente a mí. —No debí decir eso, siento como el rubor en mis mejillas empieza a delatarme frente a la sonrisa agradable de Dimitri—… Entiende algo, tú y yo jamás podremos ser una pareja, somos muy diferentes.

Sorpresivamente le lanza sobre mí y con sus manos presiona mis muñecas contra el piso.

—¿Prefieres que sea malo contigo? —sonríe con cierta malicia, su mirada coqueta y su aroma me desconcierta; es más, no sé qué responderle, cualquiera de mis dos posibles respuestas está en mi contra—Estoy por pensar que eres masoquista.

—¡C-Claro que no! —Mi corazón tiene un brinca-brinca poco inusual, no quiero que él se percate de ese detalle, podría ser peligroso—. Ya déjame regresar con mi familia —le exijo, pero mi voz y mi fuerza no parecen ser muy convincentes.

—No te estoy presionando con fuerza, puedes levantarte por tu propia cuenta e irte, pero no lo haces, ni siquiera te inmutas en empujarme.

Es cierto, y no es que esté paralizada del miedo como normalmente pasa, es algo más… ¿Será que su aroma tiene alguna sustancia química que me hace vulnerable frente a él?... Puede ser que en sus ojos aguarda algún poder hipnótico que me hace perder el control… ¿Cuál es su secreto?

—Ya comprendo —le sonrío con cinismo—… ¿Me has drogado?... ¿O qué otra razón podría existir como para sentirme tan extraña?

—No, no lo he hecho —Dimitri apoya su frente sobre la mía—. Eso que sientes es normal, solo estás excitada —sus susurros me hacen sentir aún más extraña—…, estás deseosa de este cuerpecito. —Dimitri agarra una de mis manos y la adentra bajo su sweater.

Calidez, firmeza y tersidad…. Recuerdo esta sensación sobre mis dedos, recuerdo deslizarlos sobre este mismo abdomen, solo que esta vez su cuerpo no está mojado, ahora es la chimenea quien le mantiene cálido, es ella quien alumbra sobre aquella sonrisa tan perfecta y seductora; incluso, su respiración sobre mis mejillas es tan parecida a la de aquel día…, pero esta vez hay una nueva sensación en mí, no estoy asustada, esta vez me siento a gusto bajo sus caricias.

—Nuevamente te he atrapado —Sus labios entreabiertos están demasiado cerca a los míos, se mantiene al margen, como si esperara algún tipo de permiso para proceder.

—Atrapada entre un extraño deseo y entre mi dignidad.

El muro que llegué a levantar en base a mi dignidad empieza a desplomarse poco a poco, con cada mínimo roce que experimentan mis labios se fortalece este deseo que hasta ahora era desconocido para mí. Lo tengo sobre mí, jugueteando con una falsa abstinencia a besarme, un pequeño desliz sobre mis labios y al instante los aparta, haciéndome desear aún más aquellos labios tan chispeantes y estremecedores.

—Flor de Jazmín, feliz Navidad.

Un dulce y suave encuentro llega de manera inesperada sobre mis labios… Manzana y frutos secos: es este el delicioso sabor de mi primer beso.

Por primera vez siento como unos labios ajenos logran hundirse sobre los míos, tan suaves y húmedos, la palabra excitación complementa por completo la esencia de este beso… Y yo aquí viéndome tan inexperta, no sé cómo corresponder a tal sensación, solo tengo una vaga idea de cómo mover mis labios, así que solo trato de seguirle el ritmo, solo me estoy dejando llevar.

Es cierto que antes llegué a sentirme atrapada, pero ahora con cada uno de sus besos me siento liberada; y tanta es la libertad que hasta me hace sentir perdida en un mar de sensaciones nuevas, perdida en sus labios, en su aroma y en esas caricias que siento recorrer sobre mi espalda; sus manos alcanzan la parte baja de mi cintura con una agradable sutileza, siento como con sus dedos delinean la curvatura de mi cadera… ¡Oh santísimo!

—¡Di-Dimitri, contrólate! —pido al sentir como su mano baja dentro de mi pantalón—… ¡Oh por Dios!

¡Esto se está saliendo de control!... Ahora sí me estoy asustando, Dimitri ha sobrepasado bajo mi ropa interior y al instante sus manos alcanzan mi intimidad. Siento como sus dedos empiezan a moverse a un ritmo exquisito, y así involuntariamente mis piernas le dan paso, es que ni yo misma puedo controlarme, con sus dedos me lleva hasta al cielo y sus labios sobre mi cuello me hace creer ver el paraíso.

Esto se siente extremadamente bien.

—¡Dimitri! —quiero detenerle, pero termino gimiendo su nombre.

—Me encanta que digas mi nombre bajo esa expresión tan excitante.

¡Este hombre de seguro es un guitarrista! No…, es mejor que eso, ¡él me hace pensar en querubines tocando arpas!

—Estás mojadita —susurra sobre mi oído.

Su agilidad hace que suelte más de un gemido, que me estremezca por completo, mi espalda arqueada es rodeada con firmeza por el brazo de Dimitri.

De repente, empiezo a sentir una extraña fuerza electrificante recorrer todo mi cuerpo, esto es nuevo para mí, de seguro es esto a lo que le llaman orgasmo... ¡Oh Santo! No hay manera que sea otra cosa, es algo increíble. Es incontrolable, mis brazos presionan con fuerza sobre su espalda mientras su lengua delinea mis labios, y luego llega..., un delicioso orgasmo junto con un beso apasionado.

—Rico, ¿no? —La respiración de Dimitri está agitada, no tanto como la mía, pero se ve muy excitado—. Me tienes todo duro… ¿Quieres tocarlo?

—¡¿QUÉ QUÉ?! —le grito asustada. De inmediato el empujo permitiéndome levantarme—… ¡Por el padre, el hijo y el espíritu santo!... ¡¿Qué acabamos de hacer?! —me persigno mientras lo digo.

Viene hacia mí y, tras mi espalda, me toma por la cintura.

—¿Quieres que te lo detalle? —me susurra coqueto.

—¡E-Es obvio que no! —Con mis manos cubro mi sonrojado rostro—… Ahora llévame con mi familia.

—Bien, primero déjame ir al baño —me dice mientras quita mis manos sobre mi rostro.

Aún con mi mirada baja le asiento y luego escucho sus pasos alejándose.

Al estar sola en la sala doy un gran suspiro y luego tomo asiento, sintiéndome algo exhausta, sobre el sofá. No puedo pensar en otra cosa, este hombre ha creado una necesidad en mí.

Han pasado unos veinte minutos y Dimitri no regresa del baño, ¿qué le habrá pasado? ¿Será que algo en la comida le cayó mal? Le vi comer muchos mince pies, talvez fue eso… ¿O será que está planeando algo para no dejarme ir?

—Listo, vámonos —Dimitri regresa del baño sonriente.

—¿Te sientes mal? Es que demoraste mucho en el baño.

—No, tranquila. Solo estaba terminando algo.

¿Estaba terminando algo?… ¿Será que hasta ahora ha terminado de limpiar el baño?... Bueno, no es algo que importe. Ahora lo que quiero es regresar a mi casa, pues justo ahora no puedo ni verle a la cara.

CAPÍTULO 38: San Nicolás de Bari.

Mi debilidad tiene unos hermosos ojos, una labia magistral y una virtud excepcional en sus manos, con sus dedos fue capaz de convertirme en un ser sin voluntad propia.

Aun no comprendo que rayos ha pasado conmigo, ¡¿cómo pude caer tan bajo?! Esa parte que desconocía de mí, esa que se dio a conocer aquel día en las aguas termales, ha vuelto a emerger tan libre y despreocupada, se apoderó de cada sentido y en el proceso no hubo resistencia que diera batalla frente a aquella debilidad. Todo fue tan literal, tal cual como me lo dijo Lottie: solo bastó con que me tiraran al suelo para abrirme al instante… Esa debilidad me hace parecer una mujer fácil, ¿parecer?, tal vez lo soy. No estoy segura si reaccionaría de la misma manera con algún otro hombre, esta interrogante me hace sentir como una mujerzuela, me hace sentir terrible.

La puerta del maletero se cierra produciendo un bajo sonido tras un golpe, generando una suave vibración que sacude por completo la carrocería de la camioneta. Parece que Dimitri ya ha terminado de subir todos los regalos que más tarde iremos a entregar. Sí, al parecer tendré que verlo durante toda la navidad. Este día, definitivamente será un día largo.

—¡Listo! —Dimitri abre la puerta del conductor y se sienta frente al timón, a un lado mío—. Hora de regresarte con tu familia.

Fijo la mirada hacia enfrente e inmediatamente un escalofrío recorre por completo mi cuerpo, ya que nuevamente nos adentraremos a ese bosque de espesa oscuridad. Volteo para ver a Dimitri y lo encuentro tranquilo, no parece asustarle. Lo más probable es que frecuente venir a estas horas para no correr el riesgo de que alguien le vea entrar en el bosque. Podría preguntarle, pero no me atrevo ni a verle la cara, no me salen las palabras y tampoco es que quiera iniciar una conversación.

El motor del auto se hace sentir levemente y de inmediato nos ponemos en marcha, en ningún momento aparto la mirada de la ventana, aun cuando solo haya oscuridad ahí fuera, no importa, cualquier cosa es aceptable con tal de no cruzar miradas, puedo pretender disfrutar del paisaje de aquel bosque que se oculta entre la oscuridad.

—Estás muy callada.

Por un momento se me corta la respiración. No sé qué decirle, ¡no se me ocurre nada! Me urge llegar rápido a mi habitación. No soporto todo esto, me siento muy ansiosa.

—Supongo que aún estás tratando de asimilar lo de hace un rato en...

—P-Por favor —le interrumpo—, no quiero hablar de eso.

—Está bien, tranquila.

Mis ojos sobre la ventana de al lado, mi mente en aquel recuerdo que se autodenomina como mi primer beso. Me molesta lo mucho que lo disfruté y que me haya dejado llevar, que al final haya resultado ser algo tan íntimo e importante para mí… En realidad, no creo que exista cosa alguna que me ayude olvidar aquel momento.

La camioneta continúa avanzando entre el bosque. A esta hora de la madrugada mis parpados empiezan a pesar más de lo normal, el relajante sonido del motor y los pequeños brincos que da la camioneta no ayudan a mantenerme despierta. No quiero dormirme, podría despertar en cualquier otro lugar junto con Dimitri.

«Vamos, Inocencia, ¡abre esos ojos! No te duermas», estoy batallando conmigo misma para no quedar dor…

Un soplido sobre mi oreja me despierta con espanto mientras mis manos sacuden con angustia sobre mi oreja.

—¡Dimitri! —le grito molesta y él parece disfrutarlo, le escucho reír.

—Duermes feo, Inocencia —se burla aun riendo—, con la bocota abierta.

Me vuelvo a sonrojar.

—¡P-Pues me alegra!... Me alegra que te parezca fea al dormir, a ver si así ya dejas de perseguirme.

—Es tan gracioso verte dormir, creo que amaría presenciarlo todos los días.

Este tipo está mal de la cabeza…

¡Oh, Jesucristo, gracias! No me había dado cuenta que estamos frente al portón de la mansión Hikari, desde lejos se pueden ver las luces encendidas en algunas habitaciones.

Rápidamente me desabrocho el cinturón de seguridad, abro la puerta y, al intentar bajarme, soy detenida por el agarre de Dimitri, quien me jala hacia él para intentar darme un beso, pero antes logro detenerlo apartando su pecho con mis manos.

—No volverá a pasar…

—Soy bueno robando cosas.

—¿Y eso qué tiene que…? —Soy sorprendida por los labios Dimitri, se ha atrevido a darme un piquito en la boca—. Eres intolerable… —lo digo con desagrado y a él solo se le ocurre lanzarme un beso.

Bajo del auto estando sonrojada y molesta, camino por el borde de la calle mientras soy alumbrada por los faros de la camioneta de Dimitri, él aún sigue orillado en la calle y pareciera no tener prisa para irse.

Camino hasta la garita que está en el portón de la entrada y, al llegar, veo salir a Peter, el guardia de seguridad que conocí hace dos días.

—Señorita Inocencia, feliz Navidad —dice sonriente.

—Feliz navidad, Peter.

—¿Qué hace a estas horas tan sola?... ¿Dónde están los agentes de seguridad que deberían estar acompañándola?

—Ellos… —De repente, siento que el corazón se me comprime—… me… me pidieron permiso para ir a pasar la navidad con sus familias.

—Usted es muy bondadosa, señorita Inocencia. Ellos deben estar muy agradecidos, en especial Charles, sus pequeñines van a ponerse muy feliz al verle llegar a casa.

Mis ojos empiezan a lagrimear, estoy a punto de soltarme en llanto, pero no aquí, así que asiento a lo dicho por Peter e inmediatamente empiezo a caminar a toda prisa hacia la mansión, dejando escapar las primeras lágrimas.

—¡Espere, señorita!... Déjeme llevarla hasta la entrada del vestíbulo.

—Oh, Ok —respondo restregándome los ojos.

Peter entra en la garita y deja a cargo a su compañero. Luego voltea a verme y con una agradable sonrisa me señala un oscuro sedan. Ambos subimos al auto, Peter enciende el motor y enseguida se pone en movimiento.

—Ese auto que estaba atrás de usted era Uber, ¿verdad?

—¿Ubre?

—Uber, ya sabe, el nuevo servicio de transporte.

—Ah sí…, era eso.

—Pues, donde la señora Delancis se entere de que la dejaron venir sola en un Uber, van a rodar cabezas.

Peter estaciona el sedán frente a la puerta del vestíbulo y seguido ambos nos bajamos del auto. Le veo sacar un manojo de llaves y con una de ellas abre la gran puerta. Después de agradecerle entro al vestíbulo.

¡Oh, San Nicolás de Bari!... ¿Qué es lo que están presenciando mis ojos?

Esto no puede ser cierto. A un lado del gran arbolito de navidad está alguien vestido de Santa Claus, le veo dejar algunos regalos… o tal vez los está tomando. ¡¿Es un ladrón?! No, no lo creo, es imposible que un ladrón entre en una mansión de alta seguridad… ¿Será una ilusión?, se supone que Santa Claus no existe.

Ahora que lo recuerdo, Alexis mencionó que mi padre pudo haber sido un Santa Claus en otra vida… ¿Y si es él?... ¿Y si regreso como fantasma para terminar de arruinarme la vida?

El Santa Claus se ha percatado de mi presencia… ¡Oh por Dios!... Sus ojos son idénticos a los de mi padre. Le veo caminar hacia mí, ¡necesito ahuyentarlo!

—Jo, Jo, Jowww…

He abanicado sobre su cabeza lo primero que mis manos han encontrado: una sombrilla. Le veo tambalear y al instante caer de espalda sobre el piso.

«Qué raro… Se supone que los fantasmas son intangibles».

—¡Títa Ino, mataste a Santa Claus! —el grito de Marisol se escucha en lo alto de las escaleras, al subir la mirada la veo casi escondida tras los barrotes de la baranda.

—No, no…, tranquila… Jo, jo… Estoy bien —Santa Claus se empieza a levantar, al tenerlo frente a frente me mira con ojos amenazantes —¡¿Sobrina, que haces?! —pregunta en tono bajo y muy molesto.

—¿Tío Edward? —le susurro extrañada.

—¡Pues claro, ¿Quién más podría ser?!

Cierto, los ojos del tío Edward son idénticos a los de papá.

Entonces comprendo, todo esto es parte de un montaje planeado solo para Marisol. Enfoco mejor mi vista hacia el fondo que da al pasillo de la cocina; Alexis, Valentine, Florence y Delancis están presenciando todo este Show. En la parte alta de la escalera, tras la esquina del pasillo que da a los dormitorios, se ven unas cabezas asomadas, se trata de Ermac, Lottie y Antonella. Todos se están burlando de mí, todos menos Delancis, ella se ve algo enfadada.

—Señor Santa Claus, disculpe a mi títa —Marisol viene bajando las escaleras—, parece que ella no sabe quién es usted.

—Jo, jo… Tu tita se ha ganado un pedazo de carbón como regalo.

—Sí, no me opongo a eso. También puede llevarla con usted para que le ayude a repartir los regalos, así paga por su atrevimiento.

—Disculpa, ¿Qué? —me hace reír.

—Jo, jo. Me parece una idea fabulosa, jovencita.

—Antes que se vayan —Marisol corre hacia una mesita repleta con bocadillos—, no olvides tu leche y tus galletas, Santa Claus.

—¡Oh, cierto!, jo, jo. —Mi tío empieza a tomarse la leche y a comer de las galletas—… Uhm, ejtám muy buenam —habla mientras mastica las galletas.

—Sí, mi mami las mando a hacer especial para ti.

—Dile a tu mami que gracias. Bueno…, yo me tengo que ir, pequeñita. —El tío me agarra del brazo—. Hay muchos niños que esperan sus regalos de navidad.

—Santa Claus, no te puedes ir sin antes terminar todas tus galletas. —Marisol señala la mesa en la que aún reposan unas 10 galletas—. Recuerda que en el mundo hay muchos niños pobres que desearían comerlas, como dice mi mami: la comida no se debe desperdiciar.

—Bueno, yo puedo llevármelas y dejarlas en las casas de esos niños pobres. ¿Te parece bien?

—¡No! —Marisol empieza a sollozar, a mostraros sus tiernos y cristalizados ojitos—… No desprecies mis galletas.

Y así, el tío Edward empezó a comerse todas las galletas, las últimas por poco las vomita, está completamente hastiado.

—Listo. —Santa Claus luce unos ojos a lo pescado frito—… La próxima vez dile a tu «Mami» que Santa Claus no necesita comer tantas galletas.

—Ok, Santa Claus.

—Ahora me tengo que ir. —Santa se soba la panza, parece tener revoltura—. Tú regresa a tu cama, debes esperar hasta mañana para abrir los regalos junto con tu familia.

—¡Ok!

Santa me jala del brazo mientras Marisol se despide de mí sacudiendo sus manitas en el aire.

—¡Tita Ino, pórtate bien y hazle caso a Santa Claus!

—¡Sí, princesa! —le digo sonriente mientras la veo subir las escaleras—. Nos vemos por la mañana.

Ambos doblamos por el pasillo que da hacia la cocina y al salón de la chimenea, ocultos tras la esquina del pasillo están todos los espectadores empijamados.

—Por favor, cuando suban por la chimenea aprovechen para la limpiarla —dice Delancis en tono bajo y jocoso, haciendo que todos suelten agudas risitas.

—Ardillita, casi desnucas a Santa. —Alexis sigue con las bromas, todos caminan tras nosotros.

—Creo que Ino es parte del comité anti-navidad del Grinch. —Valen también me hace bulling —. Con ese golpetazo prácticamente le sacó todos los mocos a mi padre.

—Estoy muy apenada con todos ustedes, casi lo arruino.

Solo hacemos entrar al salón de la chimenea para que todos suelten las carcajadas; unos minutos después también entran a la sala Ermac, Antonella y Lottie.

—¡Oh, por Dios! Ino. —Las fuertes carcajadas de Lottie sobresalen entre todos—. Removiste toda el álgebra del tío.

—Ermac, ¿Marisol ya se quedó dormida? —le pregunta Delancis.

—Sí, dormidita —dice entre risas.

Y así, toda la familia inició esta navidad, platicando y bebiendo una exquisita infusión de té de canela, anís y cacao; sentados y estrechados sobre aquel sofá que está frente a una cálida chimenea; escuchando como, a cada minuto, se saca a relucir aquel ataque sorpresivo hacia Santa Claus.

CAPÍTULO 39: La llegada de Henry.

Tras los cristales de una rústica ventana se ve puede apreciar como los árboles del bosque se visten con una gruesa capa de nieve, no sé en qué momento volvió a caer la nieve, por suerte la chimenea de la cabaña nos brinda una reconfortante calidez, todo es alumbrado por el resplandor del fuego que arde dentro de ella y por algunas cuantas extensiones de foquitos de navidad que guindan sobre las vigas de madera del techo; el pavo está servido sobre la mesa y junto a él una ensalada de papas y verduras, pudín navideño, piggys in blankets, botella de vino tinto, un par de latas de vodka sabor a maracuyá y unos mince pies.

—Inocencia, me alegras que te animaras para venir a pasar la navidad con tu padre. —Mi padre está sentado en la cabecera de la mesa.

—¿Es necesario que comas usando tu uniforme de Santa Claus? —pregunto desde el otro extremo de la mesa.

—Claro, dentro de un rato es media noche y tengo que salir para ir a dejarle los regalos a los niños —responde señalando un enorme árbol de navidad que está rodeado por una gran cantidad de regalos.

—Aun no comprendo cómo es que llegue al polo norte.

—La magia de la navidad, hija… La magia de la navidad.

Debería de estar feliz, ya que estoy en compañía de mi padre y, pues, es navidad… Pero no, no puedo, este Santa Claus no es lo que todos siempre han creído: un anciano bonachón, cariñoso y alegre; todo este tiempo ha escondido su verdadero rostro frente al mundo, él es despiadado, un malévolo asesino.

—Si no fuera por tu culpa, hoy mi madre estaría con nosotros cenando en esta misma mesa —le reprocho con desprecio.

Por un momento se detiene de cortar el pavo y me ve intensamente con unos ojos castaños idénticos a los del tío Edward.

—Yo amaba a tu madre, éramos el uno para el otro, si yo fuera Rudolf era sería la lucecita de mi nariz, ella era la que alumbraba mi camino aun en las noches más oscuras.

—¡Santa Claus, asesino! —grita tras mi espalda una voz masculina.

Al voltear mi rostro me encuentro con un alto, atlético y sensual duendecillo. Se supone que los duendes del taller de Santa Claus son pequeños, este no lo es, su sweater de rayas blancas y rojas se ajusta perfectamente sobre sus pectorales, trae puesto unos pantalones cortos de color verdes con tirante que cuelgan sobre sus hombros, sus calcetines son rayados con los mismos colores del sweater, sus verdes zapatos son puntiagudos y van a juego con el gorro, y lleva puesto unos inusuales lentes de Sky.

—Dimitri, ¿qué haces aquí?

Me levanto de la silla sintiendo muchas ganas de salir corriendo.

—No lo sé, eres tú la que siempre me incluye en estos sueños tan raros.

—No es cierto. Yo… Yo no quiero tenerte en mis sueños, ni en mi vida, ni en nada.

Mi corazón se agita con rudeza al verle venir hacia nosotros mientras chupa un bastoncillo de menta. Voy retrocediendo con cada paso que él da, se me aproxima con una expresión perversa y una sonrisa torcida.

De repente, me encuentro arrinconada contra el madero de la pared, lo tengo demasiado cerca, esto lo aprovecha el duendecillo para desliza su bastoncillo de menta sobre mis labios

—Pero me tienes en tu mente, siempre estás pensando en mí.

—Dimitri, mi padre aún sigue aquí.

—Ya se fue —dice e inmediatamente volteo para confirmar… Es cierto. Viejo traicionero.

Regreso la mirada hacia Dimitri, lo encuentro quitándose los lentes de Sky, y así nuevamente me clavo en sus ojos hipnotizadores; sus labios semi-abiertos viene con intención de rozar los míos, estoy deseando a este duendecillo, quiero sentir nuevamente la suavidad de sus besos.

—¡Oh!… por Dios —despierto de aquel sueño sintiéndome indignada.

Restriego mis manos sobre mi rostro mientras intento asimilar las locuras que están pasando por mi mente.

¿Cómo es posible que mis sueños estén llegando a tal punto? En él me vi deleitada por su atrevimiento, el haberle deseado de tal forma me deja claro lo mucho que me he perdido; siento que me estoy convirtiendo en otra persona, la Inocencia que vivía en un monasterio no era así, no sentía este tipo de cosas.

Luego de hacer mis oraciones matutinas, de lavar mi rostro y mis dientes, tomo la bolsita de diseño navideño que está sobre mi mesita de noche y bajo hacia el vestíbulo. Hoy es navidad, y como es de costumbre, vamos entregar los regalos antes de desayunar.

Al bajar por las escaleras del vestíbulo me encuentro a Peter, uno de los agentes de seguridad, quien está parado frente a la puerta y junto a él un chico de cabellera rubia, cuerpo delgado y alto, tiene hermosos ojos grises, un rostro delicado y bien perfilado.

—Señorita Inocencia, feliz navidad —Peter me saluda al verme bajar las escaleras; enseguida, el otro chico voltea a verme, se ve algo extrañado por mi presencia.

—Feliz navidad para ambos —respondo sonriente.

—¿Ha visto a la señorita Antonella? Su hermano ha venido a visitarla —dice mientras posa su mano sobre el hombro del rubio.

—M-Mi nombre es Henry, feliz navidad. —Levanta con timidez una mano para saludar.

—Así que tú eres Henry, Antonella dijo que llegarías hoy. —Me acerco a él y le extiendo mi mano—. Mi nombre es Inocencia, soy cuñada de Antonella.

Los ojos de Henry se exaltan repentinamente, le veo hacer una respiración profunda y extensa, como si el diablo hubiese hablado a través de mi voz.

—¿U-Usted es hermana de Delancis y de L-Lottie?

—Y de Ermac también —le confirmo con una amable sonrisa mientras bajo mi mano recién rechazada.

—Eres una Hikari… —Se ve asustado.

—Pues, sí… —respondo extrañada por aquella expresión de miedo.

—Señorita, yo me retiro —dice Peter.

—Sí. Gracias.

Peter sale por la puerta principal dejándome a solas con Henry, quien, al verme fijar los ojos sobre él, se tensiona nuevamente mostrándose algo nervioso.

—Henry, ¿sabes?… Entiendo que le tengas pena o hasta miedo a Delancis y a Lottie, ambas son de carácter fuerte, pero yo no, yo soy diferente —le sonrío a boca cerrada mientras se me queda viendo con un rostro agachado—, puedes estar tranquilo conmigo. Vamos…, relájate. —Henry ha saltado espantado al sentir que toco su hombro—. Estoy segura que nos llevaremos bien.

—Disculpe, pero usted es una Hikari y yo no quiero estar relacionado con más miembros de esta familia —dice sin verme la cara, su rostro permanece agachado—. Si las mafias rivales se enteran de que yo estoy relacionado con ustedes, podrían secuestrarme o hasta matarme.

Estoy impactada por lo que acabo de escuchar, ahora no es solo Dimitri quien afirma que mi familia es una mafia, también el hermano de Antonella. Esto lo confirma mucho más…, y eso me aterra, tenía esperanzas de que todo fuera falso, de que fueran solo mentiras llenas de rencor por parte de Dimitri.

—¿D-Dices que mi fa-familia es una mafia? —titubeo sintiéndome temerosa frente a aquella revelación.

—¡Oh por Dios!... ¡¿Usted no sabía?! —Se ha puesto pálido. Yo le respondo sacudiendo mi cabeza negativamente, sintiéndome igual de aterrada que él —¡ESTOY MUERTO!... ¡De seguro amaneceré con moscas en la boca!

—¡Shh!... Ven conmigo— le tomo del brazo y lo llevo conmigo hasta la sala de estar.

Al entrar, cierro la puerta con seguro y rápidamente le busco con la mirada; él se ve muy ansioso, pareciera estar a punto de llorar.

—¡Delancis me va a mandar a matar, y todo por andar de sapo! —Sus ojos lagrimean—. Por favor, no le diga que yo te dije esto —suplica sosteniéndome las manos.

—No…, tranquilo, no diré nada —aún estoy asimilándolo.

—¡Gracias, mucha gracia!

—Cuéntame, por favor. ¿De qué tratan los negocios de mi familia? —pregunto al sentir la necesidad de obtener más respuestas.

—No, no, no. No volveré a soltar la lengua —dice agitando su cabeza negativamente. Me pasa a un lado, va caminando directo hacia la puerta—. No tenemos más nada que hablar, mejor me voy a buscar a mi hermana.

Lo detengo sosteniendo su brazo y vuelvo a suplicarle:

—Por favor, necesito saber más de mi familia.

—Lo siento, yo…—Henry es interrumpido por el sonido que hace la perilla de la puerta, alguien está intentado abrir la puerta desde afuera, pero está trancada—. ¡Oh cielos! De seguro es Delancis.

Delancis suele frecuentar esta sala por la mañana, hay alta probabilidad de que sea ella.

Abro la puerta y frente a nosotros aparece Antonella.

—¡Gracias a Dios! —Henry corre a darle un abrazo a su hermana.

—¿Qué hacían los dos aquí encerrado? —Antonella se me queda viendo con picardía—. ¿Ino, no me digas que te obsesionaste con mi hermano?

—¡Válgame, Dios! No… ¿Cómo crees? —sonrío sintiéndome algo avergonzada —. Solo nos estábamos conociendo, me contaba la misma historia que tú me contaste.

—S-Sí, es eso —confirma Henry mientras le sonríe temblorosamente.

Antonella se le queda viendo en un son divertido.

—Es de admirar ese intento fallido de mentirme, te atreviste aun sabiendo que el rechinar de tus dientes iba a delatarte.

Es cierto, es pésimo mintiendo, hasta yo puedo escuchar el chirrido de sus dientes, y parece que no puede controlarlo.

—Lo siento, no debí mentirte —me disculpo con Antonella—. Yo solo quería hacerle unas cuantas preguntas sobre esta familia y, pues, no pudo decirme mucho.

Henry le asiente de manera repetitiva, ya ha dejado de rechinar los dientes

—Bien, vamos a dejar tus maletas en la habitación, vi que las dejaste tiradas en el vestíbulo.

—¡Sí, vamos!

Mientras vamos saliendo del salón, se puede oír a lo lejos el grito agudo de Marisol, al parecer se acaba de levantar.

—¡Los Regalos, los regalos! —Vemos a la pequeña bajar saltando las escaleras del vestibulo.

—¡Cuidado te caes, Marisol! —Delancis viene siguiendo los pasos de Marisol, ambas están usando el mismo diseño de pijama navideña, se ven tan tiernas.

—¡El Diablo! —Henry susurra asustado y casi sin aliento, se ha escudado tras la espalda de su hermana, quien, con cierto disimulo, le da un leve codazo.

—¡Pero que niña tan escandalosa! —es la voz de Lottie, la vemos llegar desde el pasillo que da a la cocina —Oh, Henry. Feliz Navidad —le dice con una amable sonrisa y él se queda congelado del terror.

De un extremo de la escalera vienen bajando Florence y Alexis.

—¡Ey, Henry, estás aquí! Feliz navidad—dice Alexis mientras Florence le saluda con las manos.

—¡F-Feliz Navidad a… a todos! —no puede controlar sus nervios.

Marisol se sienta frente al árbol de navidad y empieza a abrir el primer regalo que tiene a su alcance.

—Este es el regalo que Santa Claus dejo en el cuarto de tita Lottie. —La pequeña está quitándole el papel de regalo.

—Espera, ¿Qué?... —Lottie se ve algo confundida.

—¿Qué es esto? —Marisol ve de manera extraña el juguete que tiene en mano

—¡Oh, mierda! —Vemos a Lottie correr para quitarle el juguete.

Marisol presiona un botón y así logra encender el juguete de color rosa.

—Parece un micrófono, y vibra. —De repente, Marisol ha empezado a cantar. Lottie intenta arrebatarle el juguete, pero la pequeña no se deja—. I said I like it like that.

—¡Marisol, suelta eso! —Delancis lo dice en un tono alarmante.

No comprendo por qué se ponen así por un micrófono.

—¡Ese regalo no es tuyo! —Lottie le habla fuerte—. Ese es de tita Valen.

—No sabía que a tita Valen le gustara cantar —Marisol entrega el juguete a Lottie.

—¿Qué están hablando de mí? —Valen viene bajando las escaleras.

Lottie sube corriendo las escaleras y deja el micrófono en las manos de Valen.

—Feliz navidad, pendeja.

—Eres tan discreta como las canas de Doña Murgos. —Valen se queda viendo el juguete en sus manos.

—Estaba envuelto en papel, pero Marisol lo abrió. —Lottie se encoge de hombros.

Valen también le entregó un regalo a Lottie, y así todos empezamos a intercambia regalos.

Marisol ha recibido muchos regalos por parte de Santa Claus: un piano infantil, un caballete para pintar, accesorios de muñecas, una tablet, una muñeca de trapo, ropa, zapatos y el libro infantil que yo compré para ella.

—¿Qué dice aquí?, tita —me pregunta mostrándome el libro.

—Dice: Las travesuras de Pinocho.

—Uhmm… Suena a lectura para adultos —opina Valen en un tono jocoso.

—No, para nada —le respondo entre risas.

—¡Me gusta Pinocho! —Marisol se escucha muy feliz y a mí me alegra que le haya gustado.

He recibido regalos de cada uno de ellos, yo abro mi bolsita navideña y empiezo a entregarle un pequeño obsequio que tenía preparado para ellos.

—Espero que les guste mi regalo, lo hice con mucho cariño —digo mientras los estoy entregando.

Veo como Delancis abre mi regalo y sonríe al encontrar una pulserita de madera que está compuesta por una serie bolas negras, la cual alcanza cada extremo de una cruz acostada, a un lado de la cruz le adornan un par de bolistas color plateada.

—¡Me encanta! —dice Delancis mientras se la está poniendo.

—Es hermosa. ¿La hiciste tú? —Lottie también está poniéndose la pulsera.

—Sí, toda mi vida he hecho artesanías, así que decidí hace una para cada miembro de esta familia.

—Eres muy talentosa, esto te ha quedado muy lindo. —Florence tiene la pulsera puesta, su hermano también se la ha puesto.

—Gracias, me alegro que les haya gustado —digo sosteniendo la bolsita, dentro de ella aún quedan los obsequios del resto de la familia.

Luego de la entrega de regalos, todos nos vamos caminando para ir a desayunar en el comedor, con las excepciones de Delancis y Florence, ambas ayudan a Marisol a llevar sus juguetes al salón de juegos y a su habitación.

Ya la comida está servida en la mesa y, como siempre, hay de todo. Las personas encargadas de la cocina deben trabajar muy duro durante todo el día, el preparar tanta variedad y cantidad de comida debe ser agotador. Ya me estoy imaginando el gran festín navideño que tendremos para la cena, creo que sería buena idea pasarme por la cocina luego de desayunar, lo más seguro es que necesiten un poco de ayuda.

El desayuno termina con normalidad y todos nos levantamos de la mesa. Al salir voy directo hacia la puerta que está diagonal al comedor, la que da acceso a la cocina.

Al atravesar la puerta de la cocina, lo primero que resalta es el gran mueble central de color negro que da soporte a una amplia plancha de sobre de granito de colores metálico, el cual tiene incrustado sobre él una estufa de seis quemadores; en el fondo de la cocina, una de las paredes está cubierta por completo con muebles modulares negros de igual diseño, más de esos sobres de granito yacen sobre la pared y sobre tres muebles que dan soporte al fregadero; en la altura media del resto de los mueble están incrustados varios electrodomésticos que comparten los mismos acabados con cromados: el horno, lavavajillas, un microondas y en la esquina de la pared está un enorme refrigerador.

Amo venir a esta cocina, su diseño moderno le da una elegancia exacta, su amplitud permite que varias personas puedan moverse libremente sin que se tropiecen el uno con el otro, todo aquí siempre luce radiante y limpio, todo se ve ordenado.

—¡Buen día, señorita Inocencia! —me saluda Jennifer, alias Trans.

—Hola, buen día —Jennifer no está sola, le acompañan cuatro chicas más, una de ellas es una señora que luce un uniforme de chef, recuerdo que Jennifer me dijo que ella es sorda muda y que es buena leyendo los labios—. ¿Puedo ayudarte para la cena navideña? —le pregunto asegurándome de que lea claramente mis labios.

—Inocencia, no tienes que modular como si fueras Dory y su dialecto de ballena. Háblale normal, ella te entenderá —me dice Jennifer.

—¿Qué es Dory?

—Es un personaje de una película animada. Si vas al cuarto de Marisol verás varios peluches de Dory y de Nemo.

—Ah…, ok —reacciono entre risas.

—Veo que no vas mucho al cine.

—Fui una monja de clausura, no teníamos permitido salir del monasterio.

—Comprendo… Por cierto, la chef Anna dice que si la quieres ayudar puedes hacerlo con el postre —Jennifer puede traducir señas, es asombrosa—. Te pregunta que si sabes hacer un brazo de gitano decorado como un tronco navideño.

—Claro, me encanta la repostería —respondo forzando una sonrisa, y es que yo…, ¡jamás he hecho un brazo gitano!

CAPÍTULO 40: Rumbo a la casa hogar.

El área social de la mansión parece estar inspirada en locaciones propias del paraíso, la amplia piscina tiene una hermosa arquitectura ovalada con finas baldosas color turquesa, desde un extremo de la piscina se puede escuchar como el agua se desborda hasta caer a un nivel más bajo, parece ser una extensión exclusiva para niños, ya que de ese lado hay un pequeño tobogán que desciende en aguas llanas.

Estoy sentada en una cómoda hamaca colgante de bambú y nilón, sus suaves cojines provocan querer dormir sobre ellos, pero ahora no es momento, ya que estoy en compañía de mi hermano menor: Ermac; ambos nos relajamos sobre un par de hamaca, bajo un translucido techado de pvc, y nos mantenemos cálido junto a una pequeña chimenea portátil mientras mantenemos nuestros ojos sobre Marisol, quien está usando su nuevo caballete para pintar el hermoso paisaje de invierno que tiene en frente.

—Ermac, conozco tu historia con Antonella —digo rompiendo silencio.

Mi hermano se queja exhalando aire de sus pulmones.

—Antonella y su problema para mantener su vida en privado.

—Aquí el del problema eres tú, y lo sabes bien. —Busco su rostro con mi mirada, se ve muy serio—. No debiste ponerla en esa situación.

—Cuando me propongo algo, me aseguro de que se cumpla sí o sí…, esa es la única manera que conozco para cumplir mis cometidos —sigue hablando sin verme al rostro… Por cierto, sus palabras me han hecho recordar a Dimitri.

¡Maldición, sal de mi cabeza!

Sacudo mi cabeza tratando de lanzar lejos aquel recuerdo de Dimitri.

—Ya, Dimitri… Solo trata de ser un mejor esposo para ella, aún hay tiempo para remediarlo —fijo mi mirada en él, pero…, de pronto, se me ha quedado viendo de manera extraña e interrogativa

—¿Me acabas de llamar «Dimitri»? —cuestiona con cierto repudio.

—¡Disculpa! —empiezo a titubear—, es q-que aún no supero e-ese suceso.

—Uhmmm… Ya veo… Entonces Dela te lo contó.

—SÍ… ¡Pero ya! Volviendo al tema sobre Antonella; solo déjala ser libre.

—¡Quiero hacerlo!, pero…

—¿Pero?...

—Tengo miedo, Inocencia… Temo que, al darle esa libertad, me muestre un rostro diferente; si ella llegara a confirmarme que nunca llegó a amarme entonces podría destruirme, y no tendría el coraje para forzarla nuevamente a estar conmigo.

¡Wow!… Entonces sí está enamorado de ella, y parece no estar seguro si ella le corresponde.

—Ermac, no puedes vivir para siempre con la incertidumbre de que «si te ama o no».

—Lo sé, pero… —el sonido que hace mi celular le interrumpe.

—Disculpa, ya vengo.

Me levanto de la hamaca colgante y camino hacia los alrededores de la piscina.

—¿Hola? —respondo al celular.

—Flor de Jazmín, podría decir que tienes voz de ángel, pero no, de seguro los ángeles copiaron la tuya.

—Dimitri —respondo sorprendida luego de escuchar su voz.

—Estaba pensando en ti… ¿Será que tú también lo estabas?

—¡C-Claro que no! —miento con descaro, incluso amanecí soñando con él.

—Ya mandé a alguien para que pase por ti, uno de mis sicarios debe estar preguntando por ti en la garita del portón. Para no levantar sospechas le dije que se disfrazara de monje.

—Eres increíble, ¡¿cómo se te ocurre cometer tal aberración?! —me quejo sintiéndome avergonzada y a él solo le causa gracia.

La puerta de cristal que da al interior de la mansión se escucha deslizarse, tanto Ermac como yo volteamos para ver de quien se trata, es Peter, quien de seguro viene para decirme que alguien vino a buscarme.

—Dimitri, ya vinieron por mí.

—Bien.

Cierro la llamada y camino hacia donde está Peter, Ermac parece estar hablando con él.

—Señorita Inocencia, alguien del monasterio dice estar esperándola afuera en la garita.

—Sí, hoy iremos a dejar regalos a una casa hogar.

—¡Pero qué hermana tan bondadosa tengo! —dice Ermac mostrando una amplia sonrisa.

—Espero y mi hermanito siga mis ejemplos —digo sonriéndole de la misma manera, él deja de sonreír viéndose menos animado.

Al salir por la puerta principal del vestíbulo ambos subimos al sedán que nos llevará al portón principal, donde debería estar esperándonos el supuesto monje.

—Voy a contactar a dos guardaespaldas para que le acompañen.

—¡NO! —le grito asustada al recordar lo que pasó con los anteriores guardaespaldas.

—¿Eh?

—N-No hace falta, estaré bien en compañía de las monjas del monasterio.

—Pero es que… Es una orden de la Señora Delancis.

—No te preocupes por Delancis, yo me encargo de explicarle.

—Bueno…, ok.

El auto se pone en marcha. Mientras vamos cruzando el jardín, voy tratando de controlar mi agitada respiración producto de toda esta ansiedad que siento, pues nuevamente volveré a verme con Dimitri. Desearía no volver a encontrármelo, quisiera creer que después de esto jamás volveré a verlo, pero entiendo que eso sería algo imposible.

—Señorita Inocencia, disculpe que le pregunte, pero… ¿es permitido que un monje tenga su cuerpo tatuado?

—Pues... —me quedo sin palabras al divisar a aquel monje parado a un lado del portón, es algo peculiar y, aunque sea de baja estatura, es alguien bien llamativo, ya que a simple vista puede notarse que su cuello está completamente tatuado de varios colores.

Al tenerlo frente a frente puedo ver con claridad sus tatuajes; un payaso psicópata, una carabela envuelta en llamas, un revolver que parece disparar rosas y una frase que dice «Yo no asesino, solo me doy a respetar».

—Seño Inocencia, pongámonos en órbita, pues… —su acento de malandro lo pone al descubierto frente a cualquiera… ¡Padre santo!

—Sí, sí, vamos —digo con brevedad, ya que la mirada curiosa de Peter parece sospechar del monje.

Rápidamente me dirijo hacia el oscuro microbús y, al llegar al vehículo, deslizo la puerta para subirme; mientras me voy acomodando en los asientos, puedo escuchar y sentir el arranque del motor.

—Inocencia, es un gusto verte —me saluda Marco, la mano derecha de Dimitri. Es él quien está conduciendo la camioneta. 

El monje tatuado se ha sentado a un lado de él, voltea a verme y me sonríe tratando de lucir agradable… No quiero juzgarlo por su apariencia o su dialecto, pero es que no hay forma que pueda hacerme sentir relajada, ¡me da miedo!

Ya llevamos unos diez minutos de viaje y puedo asegurar que este monje es un gran hablador, se la ha pasado contando anécdotas durante todo el camino, y Marco solo le responde con palabras cortas y con poco interés.

—… te lo juro, compadre. En la escuela nadie se atrevía a hacerme bulling, era un niño temible, me decían «el Chucky» —lo dice con cierta rudeza—. Recuerdo que, cuando estaba en tercer grado de primaria, me tuve que enfrentar a unos niños de sexto grado, agarré mi lonchera metálica y le partí la cabeza al niño más grande, y a su amiguito le enterré la punta de una Crayola en el ojo.

Se me hace que está exagerando.

El microbús entra a una zona que parece ser el área de descarga de varias bodegas y se detiene frente a una de ellas. Marco ha empezado a tocar la bocina y, mientras tanto, el monje se baja del microbús, se saca el hábito y así deja al descubierto ambos brazos tatuados desde los hombros hasta el extremo de las mangas. Marco apaga el motor del auto, se baja de él y después le veo deslizar la puerta del microbús.

—Nos vamos en el auto de Dimitri —me dice con ese tono gélido que le caracteriza.

Me bajo del microbús esperando encontrarme con Dimitri, pero no parece estar por ningún lugar.

—¡Salgan, perras! —el sicario, que antes era un monje, grita mostrando cierta gracia en su rostro.

De repente, la puerta de la bodega se estremece y empieza a levantarse… Desde aquí se pueden ver varias cajas que tienen impreso el logo de uno de los supermercados más reconocidos de Londres, y desde lo profundo del local emerge la silueta de una mujer alta y cuerpo protuberante.

—¡Maldición, 1/4 de pollo! —La mujer se queja con agresividad. Justo ahora viene saliendo de la bodega—. ¡¿No puedes ser más escandaloso?!

—¡Relaja la raja, mujer! ¡Relaja la raja!... Mira que es Navidad y hay que estar alegres.

Es una mujer muy hermosa, la claridad del sol logran resaltar sobre su pálida piel y en aquella cabellera negra de intensidad azulada; sus ojos son sumamente claros, tan claros como el celeste del cielo; sus labios gruesos lucen un vivo escarlata; su ropa es oscura, luce un jacket de cuero color negro, pantalones súper cortos y algo rasgado, y lleva puestas unas botas negras estilo militar. Se me ha quedado viendo, como si ya supiera de mi llegada.

—¿Estás seguro que esta mojigata es la Hikari que el jefe mando a buscar?

—¡Claro! Es la futura patrona, así que trátala con respeto.

—¿Disculpa? —me sorprende escucharle decir tal embuste.

—Oh Cierto, no me he presentado. Mucho gusto, señorita —el sicario me extiende su mano para saludarme—. Mi nombre es Chitsen, pero mis amigos me dicen Chicken.

—Le decimos ¼ de pollo —es la voz que Dimitri, viene saliendo de la bodega luciendo un hoodie negro, gorra y gafas oscuras—, es el mejor sicario que tiene el clan Mil Sombras.

—Uy jefe, me honra con sus palabras.

—Ella es Bárbara —Dimitri señala a la chica—, es quien asiste en el área de cumplimiento.

—¿Cumplimiento?

Bárbara se me acerca como si fuera a susurrarme.

—Me aseguro de que mis chicas le cumplan al jefe —dice en tono bajo y luego se aleja tras mi espalda.

—¡Bárbara! —Dimitri logra escucharla, se ve muy disgustado—… ¿Acaso no te ibas ya para tu casa?

—Ok, ok… Nos vemos mañana. —Alza una mano para despedirse y con la otra sujeta a Chitsen para llevarlo con ella.

Ella dijo que son sus Chicas… No debería sorprenderme, después de todo, él es un mafioso, tener varias mujeres para satisfacer sus necesidades es algo normal en su mundo.

¡No, esto es algo que no debería afectarme!

Bárbara voltea la mirada una vez más y me lanza una sonrisa llena de cinismo, y junto a Chitsen, le vemos caminar hasta aproximarse a un sedán color blanco, ella entra por la puerta de conducto, enciende el motor y, luego de que Chitsen entra al auto, la escuchamos acelera y partir derrapando sobre el pavimento, y así desaparecen de nuestras vistas.

—Inocencia, espérame en mi camioneta junto con Marco —Dimitri señala la camioneta, a un lado de ella ya se encuentra Marco, el moreno me hace señas para que vaya con él—, iré a dar un par de ordenes en la bodega, no demoro.

Marco abre la puerta trasera de la camioneta permitiéndome entrar, luego de cerrarla se dirige hacia el puesto del conductor y espera sentado frente al timón.

Han pasado unos quince minutos y Dimitri aún no regresa de la bodega, quiero salir de este asunto lo antes posible, no quiero que me vinculen con los negocios de Dimitri o que cualquiera que me vea piense que soy uno de los juguetes sexuales del Paussini este.

¿Será que Dimitri solo me quiere para aumentar su lista de mujeres? Tal vez para él solo soy un logro a alcanzar, conseguir a una mujer que es virgen a los treinta es toda una rareza, hay probabilidades que su obsesión hacia mí se base en eso.

—Te ves algo pensativa —Marco me observa a través del retrovisor central—… Supongo que se debe a lo dicho por Bárbara.

—¡Ja!... No me importa lo que haga Dimitri con esas prostitutas, me resbala. Que haga lo que quiera.

—Bien, veo que estás ardida.

—Marco, no te confundas conmigo.

—Bárbara es quien garantiza que todos nuestros clanes cumplan con el pago de impuesto.

—Ni me importa, ni lo entiendo.

—… No solo eso, también es la encargada de llevar las mejores mujeres a Dimitri y a Don Guiovanni; obvio, ninguna es tan hermosa como ella, los rumores la ponen como la más cercana para convertirse en la futura señora de Dimitri Paussini, es por decirlo así: su preferida—«No quiero seguir escuchando, quiero que se detenga»—, ella ha trabajado duro para ser considerada por Dimitri y él parecía empezar a corresponderle…, eso fue hasta que apareciste tú, Inocencia. Dimitri se obsesionó contigo y dejo de estar con otras mujeres, ni siquiera ha vuelto a aceptar una noche con Bárbara.

—Yo… yo no quiero tener problemas con Bárbara.

Ha soltado un par de risas.

—Ya los tienes.

¡Maldición! No quiero a Bárbara de enemiga, esa mujer es la clara representación humana de la ferocidad, el cinismo en su sonrisa parecía amenazarme con puras atrocidades.

La puerta trasera del auto se abre.

—Te haré compañía aquí atrás —Dimitri me sonríe a boca cerrada mientras se acomoda a un lado mío.

—¿N-No prefieres ir adelante junto a Marco?

—Él no huele a Jazmín.

—Debo oler a los escupitajos de ¼ de pollo. El desgraciado solo sabe escupir cuando habla, y habla bastante.

Llevamos varios minutos de viaje, y Dimitri en ningún momento me ha quitado la mirada de encima, me hace sentir algo incomoda, así que, para poder distraerme, saco mi celular y lo empiezo a usar, aprovecho el momento para buscar la receta del brazo gitano, porque ya me comprometí con la chef Anna y no pienso quedarle mal.

—Veo que ya encontraste un vicio —me dice Dimitri.

—Lo acepto, esto es muy adictivo. Ya estoy amando la tecnología.

—Qué envidia le tengo a la tecnología.

De repente, ha empezado a sonar mi celular. En la pantalla se muestra el nombre de Richard.

—¿Hola? —respondo al teléfono.

—Hola, inocencia. Feliz navidad.

—Feliz Navidad Richard —le saludo sonriente, me alegra saber de él.

—¿Quería preguntarte si tenías planes para hoy?

—Bueno, sí. —Volteo a ver a Dimitri y me quedo atrofiada al notar aquella expresión que tiene sobre mí, se ve muy molesto; intenta disimularlo con una sonrisa, pero su enojo es inevitable—… E-estoy en una labor social junto con las hermanas del monasterio.

—¡Wow! Me parece increíble que aún tengas ese tipo de intereses. Eres una mujer impresionante, digna de admirar.

—¡Gracias! —me hace sonrojar.

—Bueno… ¿Qué tal si mañana nos vemos en Bental Center? Mañana es un día perfecto para ir de compras, así aprovechamos todos los descuentos.

—Es que yo no tengo dinero.

—No, no, no —me interrumpe Richard—… Yo pago, velo como mi regalo de navidad de mí para ti.

—No sé si pueda aceptar tal cosa, es muy generoso de tu parte.

—Por favor, acepta mi invitación —me implora Richard.

—Bueno, ok…

La llamada se cierra y enseguida busco la mirada de Dimitri con cierto temor, porque sé que debe estar furioso.

—¿Acabas de aceptarle una cita a otro chico?

Al parecer Dimitri logró escuchar gran parte de la conversación con Richard, esto podría complicar mi… ¡¿cita?!

CAPÍTULO 41: Los niños de la casa hogar.

Y un día verás llegar a la primera persona que, aún con sus celos, te hará sentir como alguien importante.

No puedo evitar sonreírme, aquellos celos se sienten tan saludable dentro de mí. No dejó pasar ni un segundo cuando, al finalizar la llamada, con su mano encontró la mía, y la sostuvo como si presintiera que alguien podría arrebatársela en algún momento, y yo, por más que lo intentara, no pude librarme de su agarre, pues cuando me desprendí de su mano, él volvió e insistió en tomarla.

Hemos llegado a la casa hogar New Hope, era este el lugar que siempre me tocaba visitar, amo estar aquí, amo a cada uno de los niños que viven en este hogar… ¿Es solo coincidencia que Dimitri se decidiera por este lugar? No lo creo, de seguro ha estado investigando a profundidad sobre mi pasado.

—Sor Inocencia, es un gusto volver a verla —me saluda la monja encargada del hogar: anciana de arrugas pronunciadas y de gafas con bastante aumento; justo ahora nos encontramos en su oficina—… Señor, sea bienvenido.

—Gracias, hermana —responde Dimitri.

—Sor Dera, me alegra estar de regreso en este lugar. Extrañaba estar aquí.

—¿Extrañabas a Estarqui?... ¿Quién es Estarqui?

—No, no —le corrijo sonriéndole—…, que extrañaba venir aquí.

—Oh, sí. —La vejez es notable en su tono de voz, es una anciana muy tierna—. Los niños ya extrañaban tus visitas. Justo ahora están en la sala jugando Monopolio.

—Bien, entonces vamos, que sea una sorpresa —me dice Dimitri.

—¿Hay una Sor presa?... ¡Santísimo!... ¿Cuál de las hermanas es la pecadora? ¡Cuénteme, ¿qué paso?! —Se ve preocupada y muy intrigada.

Luego de un par de risas le respondo:

—No se preocupe, no hay ninguna hermana presa. Lo que el señor aquí presente quería decir es que deberíamos sorprender a los niños.

—Ah ok, entonces era eso… Menos mal.

Llegamos a la sala, unos siete niños están aquí dentro divirtiéndose: los cuatro más grandes juegan Monopolio en la mesita de café, otros dos están corriendo entre los sofás, y el más pequeño se encuentra sentado sobre el piso mientras se come una pera. Los conozco muy bien, esos dos que están corriendo se llaman Tamara y Lucas; de repente, ambos se frenan y se me quedan viendo con un rostro extrañado; parece que no me reconocen… Claro, cuando venía aquí usaba mi hábito de monja.

—¡Sor Inocencia, viniste! —Desde el otro extremo de sala aparece el pequeño Liam, sus ojos avellanos son de brillar cuando está frente a alguien amado, se ve muy feliz de verme; sin vacilar, viene corriendo hacia mí y con fuerzas me abraza por la cintura; es un niño que se da a querer fácilmente.

Me agacho frente a él y le doy un fuerte abrazo.

—Liam, espero y te hayas portado bien —digo mientras acaricio su rubio cabello.

El resto de los niños, luego de reconocerme, vienen corriendo hacia mí dispuestos a abrazarme. Quiero demasiado a cada uno de estos niños, es una pena que sean pocas las familias que estén dispuestas a adoptarlos, estos niños son un amor, merecen tener una familia.

—Sor Inocencia, ¿por qué no tiene puesta su bata negra? —me pregunta Tamara, es una hermosa niña de piel canela y risos castaños.

—Bueno —Voy sentándome en uno de los sillones—, es que empecé a dedicarme a otras cosas… Por cierto, a la bata negra se llama hábito.

—¿Ya no tienes un hábito? —me pregunta Lucas.

—Pues…

—Claro que tiene uno —me interrumpe Dimitri—, tiene el hábito de ir de cita en cita con otros.

—Ooohh… —hacen eco los niños; incluso Sor Dera escuchó el comentario de Dimitri.

Está claro que aún sigue celoso por la llamada de Richard, y se está pasando, me está haciendo enojar.

—¿Y usted quien es, señor? —le pregunta Liam.

—Soy el futuro esposo de Inocencia.

—Ooohh…—vuelven a sorprenderse.

—¡Deja de mentirles! —le exijo entre dientes y en voz baja. Dimitri me tiene muy molesta... ¡¿Cómo se le ocurre mentirles a estos angelitos?!

—No miento, es cierto.

—¡Eso es increíble! —Liam da un pequeño salto de emoción —... Significa que ambos pueden adoptarme cuando se casen.

—¡Liam! —Sor Dera le llama la atención.

—Claro, pequeñito —Dimitri le confirma sonriente.

¡Oh, santísimo!… Esto no puede ser cierto…

«Dimitri… ¡¿Qué crees que estás haciendo?!», intento expresar esto en mi mirada.

—¡Sí, viva! —los demás niños empiezan a alegrarse por Liam.

¿Qué debería decirle?... No me atrevo a negarlo, Liam se ve muy feliz, hasta parece querer llorar.

—¡Liam, tendrás una familia, eso es genial! —Tamara lo felicita y le abraza mientras ambos siguen saltando.

Me siento tan molesta, Dimitri está dispuesto a arruinar mi vida, y ahora se ha atrevido a mentirle a estos niños, a jugar con sus sentimientos. No puedo tolerarlo, y tampoco puedo llorar frente a ellos.

—¿A dónde vas, flor de jazmín? —Dimitri me pregunta al ver que me levanto del sofá.

No le respondo y salgo de la sala a gran velocidad.

Voy vuelta el diablo, salgo a las afueras de la casa hogar sintiéndome más irritada que ojo con conjuntivitis; incluso, el suelo rocoso del estacionamiento me hace tropezar provocando aún más mi cólera, las rocas crujen y el polvo se levanta tras mis inestables pisadas.

«Calma, Inocencia…, respira hondo».

El cielo está despejado, el paisaje se expresa tan sereno sobre un cielo de intenso celeste, es un hermoso día… ¡Maldición!, necesito relajarme y regresar ahí dentro con los niños; así que, con el rostro en alto respiro profundo y trato de tranquilizarme.

En el aire puede sentirse un aroma a perfume caro.

—Discúlpame. —tras mi espalda escucho venir a Dimitri; de repente, ha detenido sus pasos, parece que no sabe disculpase de frente—... Sentí miedo, pues entendí que en cualquier momento tu podrías interesarte en otro tipo, quien de seguro sería alguien mejor para ti, por eso yo solo quería amarrarte a mí de algún modo y sin pensarlo reaccioné así… No quería comprometerte con ese niño.

Doy media vuelta y camino histérica hacia él, le agarro el cuello de la camisa y lo estrello contra la camioneta.

—¡Eres un gran pedazo de mierda! —jamás había dicho tan asquerosa palabra, Dimitri me ha sacado de quicio—. ¡Has jugado con los sueños y las ilusiones de ese niño! —Una lágrima se me escapa—. Tú no sabes lo que es estar esperando a ser adoptado por una familia… Tú no conoces cuan feliz pudo haberse sentido Liam al creer que su más grande deseo podría hacerse realidad.

—¡¿En serio crees que mi infancia fue dorada?! —dice exaltando sus ojos, su mirada parece estar bañada en frustración—… Es cierto que soy una mierda, mi vida entera lo es, ha sido así desde mi infancia.

—¡Por favor, ¿qué puede ser tan trágico en la vida de un niño de familia millonaria?!

—No siempre fui un Paussini, Inocencia. Nací entre el metal de una vieja y oxidada casa rodante, viví un infierno durante ocho miserables años… No todas las familias son buenas, no todos los niños reciben el amor de sus familiares… Así que no pretendas que me conoces, porque no es así, porque yo también deseé tener una familia, una de verdad.

Entonces Dimitri tuvo una oscura infancia, de seguro paso por algo horrible, ya que en su rostro se refleja mucho dolor, mucha angustia y desagrado… No, este no es el momento para hablar de nuestro pasado, vinimos por los niños, estamos aquí para darle una feliz navidad.

Suelto el cuello de su camisa y retrocedo un par de pasos, no me había percatado lo cerca que estábamos el uno del otro.

—Prometo que me encargaré de hacer feliz a ese niño —en su tono de voz puedo sentir su sinceridad—, me encargaré de remediar mi falta.

Asiento a lo dicho manteniendo un espacio prudente entre ambos. Dimitri me pasa a un lado y camina directo hacia el maletero, de ahí saca dos bolsas llenas de regalos.

—Es hora de entregar estos regalos —lo dice mientras se lleva ambas bolsas sobre la espalda—, vamos —me sonríe con vagas intenciones de animarme.

Luego de cerrar la puerta del maletero, vemos venir a Sor Dera, quien trae en sus brazos a un pequeño bebe de aproximadamente dos meses de edad.

—Vengo a presentarles a Arthur, es el más pequeño y más consentido de la casa —la anciana grita desde la entrada del hogar.

De inmediato me dirijo hacia donde está la hermana, volteo a ver a Dimitri y me sonríe al ver que yo igual le sonrío, no puedo ocultarle mi alegría, un bebe alegra a cualquiera.

—Uy cuchi, cuchi —digo mientras presiono mis manos sobre mi pecho, mientras camino sobre las piedras del estacionamiento—…, de seguro es una ternurita.

—No es una ternerita, es un bebe humano y es un varoncito —Sor Dera me trata de corregir. Me causa gracia su pésima audición.

Sostengo al bebé sobre mis manos, es un cachetoncito con hermosos ojos color miel, lleva puesto un gorro que va a juego con un body de color blanco y detalles azules; y pesa…, pesa bastante. La hermana Sor Dera debe tener unos brazos bien fuertes como para poder sostener por tanto tiempo a este gordito.

—Te asienta lo de ser mamá —Dimitri me ha sacado una foto con su celular, cuando me di cuenta ya era demasiado tarde.

Le regreso el bebé a la hermana y luego entramos a la habitación para reunirnos junto con los niños.

—¡Wow, regalos! —los niños se emocionan al vernos llegar con las bolsas de regalos.

Dimitri empieza a repartir los regalos a los niños e inmediatamente las emociones de los pequeños empiezan a desbordarse a través de sus agudos tonos de voz. No hay nada en el mundo que iguale la satisfacción que siento al ver cada una de sus sonrisas, sus ojos parecieran rebotar de un lado otro al no saber que juguetes abrir primero.

Dimitri ha salido de la habitación, debe ser que ha olvidado algún juguete en la camioneta.

—Mami, ayúdame a armar este muñeco —Liam ha provocado un ligero salto en mi corazón, me ha hecho tragar grueso.

—Señora, este juguete necesita batería.

«¡¿Señora?!».

—¡Niños, aún hay más para ustedes! —Dimitri viene de regreso, me sorprende verle llegar con otra bolsa—. ¡Les traje comidita!

No sabía que Dimitri tenía pensado traer comida navideña para los niños, los niños corren hacia la bolsa y se paran frente a ella esperando que se le reparta la comida. Dimitri empieza a sacar unas pequeñas cajas decoradas con diseños navideños, y la primera se la entrega a Lucas, al abrirla se pueden ver las frutas, el refresco, una porción de pavo, pan navideño y unos pastelitos.

—Dimitri —le susurro—, no sabía de esto.

—Yo también quería regalarles algo —en su tono de voz puedo comprender lo feliz que está.

De la nada me ha hecho sonrojar; rápidamente trato de ocultárselo girando mi rostro hacia la ventana, y es así como me percato de que el atardecer ha empezado a caer. Es tarde, ya deberíamos irnos. Vuelvo a buscarle con la mirada, pues debería informarle de nuestra partida, pero antes me quedo ida viendo el atardecer en sus ojos, aquel verdes oliva se aprecian mucho más claros bajo el resplandor del sol… Está bien sonreírle, ¿verdad?, después de todo, la visita ha resultado muy bien. Los niños han pasado una linda navidad y para mí eso significa haber pasado una feliz navidad este año.

—Mami, papi, prométanme que van a regresar por mí —dice Liam luego de despedirse de nosotros.

Dimitri se me ha quedado viendo, se ve algo asustado al no saber cómo responder.

Yo me agacho frente a Liam y le respondo:

—Lo prometo, volveremos por ti.

CAPÍTULO 42: Horneando un brazo gitano.

Lo he prometido y ahora tengo que buscar la mejor manera para cumplirle a Liam, odié como Dimitri jugó con sus ilusiones y yo no pretendo hacer lo mismo. Lastimosamente, para poder adoptarlo, necesito estar casada a lo civil y cumplir con ciertos requisitos, ser parte de la mafia no es uno de ellos, rechazarían de inmediato la solicitud de adopción, por tal razón, Dimitri no puede casarse conmigo.

Aún queda por ver eso de que mi familia es mafiosa, son altas las probabilidades, y si resultara ser cierto sería un completo problema…, y yo quiero adoptarlo, necesito hacerlo.

Me pregunto: ¿Qué tendrá pensado hacer Dimitri respecto a Liam? Él dijo que iba a remediar su imprudencia, ¿será que lo dijo en serio? justo ahora se ve muy concentrado en su celular, espero y no lo haya olvidado.

—¿Disfrutaron el día? —Marco nos pregunta mientras nos observa desde el retrovisor central del auto.

—Disfruté cada sonrisa de esos niños —no miento, me divertí con cada uno de ellos—. Me lo he gozado bastante. Me alegra haber ido, así que, les aseguro que regreso a casa estando muy contenta. Por ahora, esta navidad va de maravilla.

—Me alegra saberlo —Dimitri me sonríe algo apenado—, estaba preocupado de haberte arruinado el día.

—Está bien…, al final la pase muy bien.

En un corto silencio voltea a ver el paisaje que se muestra a través de la ventana del auto. Luego vuelve a buscarme con la mirada y me pregunta:

—¿Y qué vas a hacer en lo que resta de la tarde?

—Pues, tengo que preparar un postre para la cena navideña.

—Wow, me encantaría probarlo —me sonríe apretando sus dientes.

—¿Estás seguro? Ni siquiera sé cómo prepararlo —digo en tono jocoso.

—Flor de jazmín, esa receta debe estar en Internet —me extiende su mano para entregarme mi celular… Un momento.

—¿Y tú qué haces con mi celular? —pregunto mostrandome algo intrigada.

—Se te había salido del bolsillo del pantalón.

—Sí…, claro. —Pongo mis ojos en blanco sintiéndome indignada. Luego agarro mi celular.

En lo que resta del viaje he estado leyendo una de las recetas que encontré en Internet, nada complicado, estoy segura de que puedo hacerlo.

Minutos después, hemos llegado a la mansión de mi familia. La camioneta se ha detenido frente a la garita.

—Inocencia, que termines de pasar una feliz navidad —me dice Marco en su característico tono frio.

—Igual, gracias por traerme.

—Flor de jazmín, estaremos en contacto… Y ni se te ocurra ir a la cita con ese tipo.

—Sí, corriendo te hago caso —le sonrío de forma cínica.

Al cruzar la garita principal de la mansión, soy recibida por el agente Peter, quien con cierta incertidumbre se ha quedado viendo la camioneta de Dimitri.

—Señorita, inocencia… ¿No era un microbús que la vino a buscar?

—Sí, es que en el monasterio iban a usar el microbús para otra cosa, así que decidieron traerme de regreso en una camioneta.

Nunca había mentido tanto en un solo día, me siento tan embustera.

Peter me lleva en el auto hasta la entrada del vestíbulo y, luego de agradecerle, me bajo del auto para luego dirigirme a toda prisa hacia la cocina. Ya se me ha hecho algo tarde, espero y la chef no se me haya adelantado.

Al entrar a la cocina me encuentro a Florence y a Charlotte sentadas en la mesa central de la cocina, están bebiendo un vaso de limonada, amabas se me quedan viendo al verme llegar.

—¡Ey, la desaparecida! —es el saludo de Florence.

—Ino, ¿dónde diablos andabas metida?... Tienes a Dela bien encabronada, y todo por atreverte a salir sin un guardaespaldas.

—¡Dios!... Tendré que explicarle, pero será después. —Volteo a ver a la chef Anna, está de pies frene al horno, parece estar revisando el pavo que está dentro. De pronto, se percata de mi presencia, voltea a verme y me sonríe en su intento de saludarme —. Primero voy a ayudar a la chef Anna en la cena navideña.

La chef me ha asentido, parece que ha entendido lo que dije.

—Es bueno que por lo menos una de nosotras sepa cocinar, porque tanto Delancis como yo somos mala en eso —dice Charlotte; seguido, la veo tomar otro trago de limonada.

Le sonrío exaltando mis ojos, pues no tengo idea de cómo vaya a terminar todo esto, Lottie se me queda viendo con cierta inseguridad, me observa mientras me lavo las manos y mientras me preparo para empezar a preparar el brazo de gitano navideño, uno que debería tener forma de tronco de pino.

Mi hermanita y Florence empiezan a ponerme nerviosa, no me quitan la mirada de encima, es como si ellas presintieran que todo va a terminar mal.

Mujeres de poca fe.

He puesto mi celular con la receta sobre la mesa, justo a un lado de los ingredientes… Bien, al parecer se empieza separando las claras y las yemas de los huevos; quiebro el primer huevo con el borde del recipiente, parece que he golpeado muy fuerte el huevo, pues la mitad de la cáscara ha caído dentro del recipiente.

Maldición, ¿se darán cuenta de los pequeños trozos de cáscaras?, hay varios pedacitos esparcidos sobre la mescla, talvez se pulvericen con la batidora.

Agarro la batidora eléctrica y la enciendo; al ingresar las paletas metálicas dentro del recipiente, la clara de huevo sale disparada chispeando gran parte de la mesa… Me veo tan novata, incluso mi hermana y Florence se han empezado a reír de mi poca experiencia.

—Ino, vas a darle más trabajo a la pobre de Anna —dice Florence entre risas.

—No, solo fue un mal inicio, va a mejorar, ya verán —digo mientras hecho las yemas sobre la clara recién batida.

De repente, bajo puerta de la cocina aparece mi prima Valentine, ha llegado luciendo un atuendo deportivo, se ve toda sudada, agitada y con el rostro colorado.

—¡Agua! —la vemos correr hacia la jarra de agua que está a un lado de la nevera, bebe agua en un ritmo agitado y con cierta desesperación —Oh sí…, qué rico…, Oh…

—Qué perra eres —Lottie se hecha a reír—. Nunca había presenciado el orgasmo de una mujer tomando por la boca…

Todas nos echamos a reír. Últimamente estoy entendiendo muchas de las cosas que dicen estas locas.

—Tú solo sabes joder, Lottie —dice mientras trata de normalizar su respiración.

—Para nada —su rostro dice lo contrario—. Por cierto, esos leggins están muy apretados, prima ¿Acaso quieres que Anna te lea los labios?

Las tres se vuelven a reír con carcajadas fuertes, y yo, pues…, nuevamente no entendí el chiste. ¿Qué tienen que ver sus labios con los leggins?

—Malditas, se burlan porque no tengo fuerza para defenderme —Valen voltea a verme—¡Vaya, prima!… No sabía que tenías esos dotes.

—Bueno, se hace…

—Eres hábil para regarlo todo —Valen me interrumpe mientras me muestra una risa burlesca.

Todas vuelven a reírse de mí y mi reguero.

—A ver, niñas —Lottie se levanta de su taburete, camina hacia donde está Valen, la agarra del brazo y luego la jala —Vamos a buscar una botella de Jack Daniel para la cena.

—Buena idea, vamos —responde Florence. Valen, al pasarle a un lado, la agarra del brazo y la jala con ella.

—Prima, te dejamos con Anna… Solo trata de no incendiar la cocina.

Luego de unas cuantas risas, le respondo:

—Sí, vayan tranquilas.

Por fin estoy sola, bueno no tan sola, por suerte aún está aquí la chef Anna; se me ha acercado con un tamizador en mano y me hace señas para que vierta dentro de él el saquito de harina, y mientras voy echándolo ella da pequeños golpecitos al tamizador, y así la harina empieza a ser colada y a caer dentro del recipiente. Hacemos lo mismo con el polvo de hornear y con la Maizena. Luego me hace señas para que me ponga a batir la mezcla junto con los huevos y el azúcar, antes señalándome el nivel intermedio de la batidora, de seguro así evitaré hacer más reguero sobre la mesa.

La mezcla es vertida sobre una bandeja para hornear. Luego la metemos dentro del horno y, unos minutos después, el timbre suena indicándonos que ya está listo. Con cuidado abro el horno. El calor se sofoca sobre mi rostro y sobre mis brazos. Saco la bandeja del horno y la dejo sobre la encimera y, mientras la masa se va refrescando, empiezo a mesclar la crema de cacao que voy a usar para decorar el brazo de gitano.

Acepto que soy malísima para decorar…, pero daré lo mejor de mí para que se vea lindo.

Termino decorando algo que se acerca bastante a lo que parece ser un tronco navideño, no me ha quedado tan mal, igual se ve apetitoso.

—Oh… —Por primera vez escucho a la chef decir algo, se ve algo… impresionada por mi creación.

—Es lo mejor que pude hacer, en serio… ¿Crees que está feo mi tronco navideño?

La muda es muy compasiva, me sonríe y levanta los pulgares haciéndome señas de "Ok", pero por su expresión estoy casi segura que no le ha gustado mucho. Ni modo…, de verdad me esforcé bastante... Solo me falta ponerle una especie de azúcar, en la receta dice azúcar Glass, y ni idea de que pueda ser eso.

—Tita Ino. —Tras mi espalda escucho la voz de Marisol, volteo a verla y le sonrío de inmediato —Aquí huele muy rico. —Se levanta de puntillas intentando ver lo que hay sobre la encimera de la cocina.

La chef me hace señas para decirme que va a ir al baño a orinar, yo le asiento despreocupada y ella sale corriendo.

Vuelvo a fijar mi atención hacia Marisol.

—Nena, el postre aún no está listo, aún me hace falta ponerle ese polvito blanco encima. —Le muestro la imagen del celular.

—Como este, ¿tita? —Marisol me muestra una pequeña bolsita transparente con polvo blanco dentro, es muy parecido a lo que se muestra en la imagen de la receta.

—A ver, déjame ver a que huele.

La pequeña me da el paquetito, yo lo abro y lo inhalo, pero lo hice tan fuerte que hasta termino ahogándome y tosiendo con torpeza.

—¡Tita, ¿estás bien?!

—Sí —respondo tosiendo—…, huele bien. —Con un dedo lo pruebo—. Uhmm… Nada mal…, de seguro es el supuesto azúcar glass que debo esparcir encima.

—Genial, tita.

—Pero no es para comerlo ya, es para la cena navideña.

Veo el resultado final de mi brazo gitano y puedo decir que no es exactamente parecido a la imagen que sale en la receta, pero por lo menos puedo asegurar que mi familia va a disfrutar mucho el comerlo, es que esto huele muy bien.

CAPÍTULO 43: Desde la perspectiva de Doña Murgos.

Narrado desde la perspectiva de Doña Murgos.

¿Quién dice que las viejitas no vemos porno?... Este calor incita al pecado... ¡Anda suelto Satán!

Elevemos una plegaria al cielo para que cada actor porno conserve su fornido cuerpo y para que su tronco permanezca así de vigoroso. Nunca había visto tanta salvajeza en un solo video. Espero que a Delancis no se le ocurra regresar a su cuarto; mira las cochinadas que se pone a ver cuándo nadie la ve… Salió igual de traviesa como su madre, ji, ji.

—¡In your face, baby! —escucho decir a uno de los actores porno, su tono de voz es tan excitante y tan varonil.

¡Oh, santo! Caliente, caliente… La juventud… Cuanto colágeno en esos hombres, y es que son tan buen mozos…

Si yo fuera igual de joven como aquella actriz tendría a la vieja coneja toda babeada, tanto que hasta podría deslizarme sobre esta plástica silla…, pero no, estoy más seca que el Sahara; incluso, cualquiera que se atreviese a echar un vistazo ahí dentro podría encontrar desde cactus hasta tormentas de arena.

—Madre… ¿Qué carajos haces usando mi laptop?... ¿No que estabas en la Iglesia? —es la voz de mi hija, trato de enfocar mi visión, pero las cataratas me limitan. Para verla mejor me quito los lentes de leer y me pongo los de ver a distancia… !Ups! Mi hija se ve enojada.

—Ay, queridita, acabo de llegar de la iglesia. Vine aquí a buscar mi corona de papel para la cena navideña, y pues —señalo el video que aún transcurre—me encontré con esta barbaridad.

—¿Prefieres bajar a la cena navideña o te quedarás viendo más videos pornos?

—Vamos a la cena –respondo mientras me levanto difícilmente de la silla —… Aunque debería quedarme, la navidad se me da más seguido.

Entre risas, mi hija acomoda la corona de papel dorada sobre mi cabeza, me sujeta del brazo y luego me lleva hasta el comedor.

—Dela, ¿y dónde está Marisol? —pregunto mientras bajamos en mi pequeño ascensor.

—Se quedó dormida, se la paso jugando y pintando todo el día. Es una lástima que se pierda la cena.

Al entrar al comedor nos encontramos con una hermosa decoración navideña reposando sobre la mesa: arreglos con flores de pascua, un par de candelabros con velas encendidas, platos blanquitos, los cubiertos se ven perfectamente ordenados y a un lado están los crackers ya listos para ser rotos. La comida típica de una cena navideña inglesa deja un aroma exquisito y propio de la temporada: Pavo asado relleno y bañado en salsa gravy, pudding, ensalada de patata, coles de Bruselas, mince pice, vino caliente y… ¡¿Qué carajos es eso?!...

—¡Jennifer!... !¿Qué es esa obscenidad sobre la mesa?! —le pregunto a la mucama que está parada a un lado de la puerta.

—Bueno —la escucho mientras voy sentándome en la mesa—…, ese es el postre que hiso la señorita Inocencia.

—¡Pues, parece un pene lleno de venas!

Delancis, quien está sentada al lado mío, se hecha a reír como mujer desquiciada; Y Jennifer como que tampoco soporta la risa e intenta tapar su boca resaltando sus modales.

 —Doña murgos, ese es el intento de «brazo gitano» de la señorita Inocencia.

—¿Brazo gitano?... Debería llamarlo «Pene gitano».

—Madre, ya —Delancis limpia las pequeñas lagrimas que escapan de sus ojos —… De seguro has visto mucha porno por hoy.

—¡No me salgas con tus humillaciones, Delancis! Mientes solo para hacerte la graciosa —regaño a mi hija, ella no puede dejarme mal frente a las criadas.

—Ok madre…, solo no digas nada frente a Inocencia, no la hagamos sentir mal, de seguro se esforzó mucho.

Con mi mentón levantado, bufo a lo dicho por Delancis.

La familia empieza a entrar al comedor, todos visten casuales, propio de una celebración familiar tan importante como lo es la navidad para nosotros; Ermac aún tiene el yeso en su brazo, se ha sentado a un lado de Delancis. Luego entran Florence, mi cuñado Yonel, Valentine, Alexis, Pimientita junto con su hermano. Más atrás vienen entrando mi cuñado Edward, Charlotte, Inocencia y… ¿Carole?

—Tía Murgos, un gusto verla —sonríe mostrándome sus respetos.

Mujer refinada de piel trigueña, cabello castaño de risos definidos, es alta, delgada, he escuchado que es modelo de «Victoria sí cree», bueno, algo así me comentó Florence.

—Mujer de Dios, ¿en qué momento llegaste?

—Hace quince minutos.

Carole se sienta a un lado de Inocencia, la observa sobre los hombros y le da una sonrisa torcida, Inocencia se percata y le sonríe de la misma forma, como si hubieran empatizado desde el primer momento. No, esto es imposible, Carole es de odiar a las personas como Inocencia, jamás podrían llevarse bien.

¿Qué es esta sensación?… La Inocencia que estoy observado tiene un aura diferente, es propio de temer.

—Carole, ¿ya conociste a Inocencia? —le pregunta mi sobrina.

—Sí, me la encontré en el salón de la chimenea… Me parece una mujer interesante —responde mientras la mira de reojo.

Un momento… ¿Escuché bien?… ¿Dijo Interesante?

—¿Inocencia, interesante?… ¡Ja!... No digas cosas tan descabelladas.

—Descabellada su cabeza, Doña Murgos. —Inocencia muestra una mirada profunda y sumamente dilatada—. Para todos es evidente que se está quedando calva —lo dice en un tono frívolo… ¡¿Qué está pasando?! Su sonrisa es tan maniaca y tan aterradora.

—¡El maligno está dentro de esta mujer!

Todos se echan a reír tras mi reacción. ¿Acaso no se han dado cuenta de que hay algo extraño en esta mujer?

«¡Paren de reírse de mí!».

—Ya basta… —mi hija se escucha algo molesta, y es obvio, se están burlando de su madre.

Como es posible que de la nada se haya tornado tan oscura, por un momento Inocencia me ha recordado al difunto Takeshi Hikar —abuelo de Gabriel, bisabuelo de mis hijos—. Era un viejo demente y aterrador, fue el quien inició los negocios en Japón, luego huyó de la mafia Yakuza y así llegó hasta Reino Unido.

Necesito empezar rápido con la cena navideña, no voy a permitir que esas auras oscuras se apoderen del momento, esto debería ser radiante y armonioso.

—¡Bien, familia! Empecemos rompiendo los crackers —digo en tono animado—. Van a romperlo con la persona de al lado, el que se quede con el pedazo más grande tendrá que ponerse la corona de papel y leer el chiste o la frase que venga dentro del cracker.

Todos agarramos el extremo de cada cracker: tubo de cartón forrado con papel de regalo, son muy hermosos y tienen forma de caramelo. Me encantan los crackers navideños, pues me recuerdan a mi niñez.

Delancis tiene agarrado el otro extremo de mi cracker, ambas halamos y de inmediato se escucha el singular estallido que hace al romperse, las serpentinas salen disparadas y caen sobre el piso junto con el rollo de papel que tiene escrito la frase o el chiste.

—¡Cielos!… Me toca leer el rollo de papel. Ten, te regalo la corona, hija —le pongo la corona sobre su cabeza, todos se echan a reír de mis ocurrencias.

—Déjame recoger el rollo por ti, madre —Delancis se agacha para tomar rollo de papel y luego lo pone a un lado de mi plato.

—¡Oh, es un chiste! —Antes de continuar me pongo las gafas que normalmente cuelgan de mi cuello—. «¡Doctor, doctor! Vengo porque hace mucho que me duele una pierna. El doctor responde: De seguro es por la edad. Entonces el paciente dice: pues esta otra tiene la misma edad y no me duele».

—Hasta los crackers te dicen vieja, Doña Mugre —me interrumpe la inepta de Charlotte.

Todos sueltan las risas, no estoy segura si es por mi chiste o si fue por la insolencia de Charlotte.

—Piruja irrespetuosa, ¿en qué momento lo he negado? —todos siguen riendo—… Apúrate a romper tu cracker.

Charlotte sostiene el cracker junto a Edward; de inmediato el estallido vuelve a escucharse, y así las serpentinas caen lentamente al suelo.

—Bien, aquí lo tengo —Edward se quedó con el pedazo más grande, así que le toca desenrollar el papel y empezar a leer —Es otro chiste, ahí va:

»¿Tienes Wifi?

»Sí.

»¿Y cuál es la clave?

»Tener dinero y pagarlo.

—¡Por dios, pero que chistes tan malos! —mi hijo se ve algo jaranero. El resto de la familia ríe con jocosidad—. Carole, te toca romper el tuyo.

Carole toma el cracker en sus manos y le ofrece el otro extremo a Inocencia. De manera sorpresiva, Carole hala el cracker y deja a Inocencia con el pedazo más largo.

—¡El momento de mi coronación ha llegado! —dice Inocencia en un tono sarcástico.

—Primita, tu corona —Carole pone la corona de papel dorado sobre la cabeza de Inocencia —Ahora lea el papelito, mi reina.

Inocencia se agacha y luego se levanta con el rollo de papel, lo desenrolla y luego aclara su garganta para leer.

—«Si estás atravesando un mal momento…, sigue caminando. Lo malo es el momento, no tú» —Un silencio sepulcral invade el comedor, y luego de un suspiro, Inocencia concluye—. Y si aún sigue estorbando, solo deshazte de él.

—Muy bien dicho, sobrina —Yonel sonríe viéndose algo malicioso—. No sé qué carajos te habrás fumado, pero me agrada ese cambio de actitud.

Inocencia ríe mientras sacude su cabeza de manera negativa… ¿Será que está drogada?... No lo creo, ella no se atrevería.

—Creo que es su turno, tío Yonel —dice Inocencia.

Cada uno de nosotros participa en el juego con los crackers. He reído tanto, que ahora estoy sintiendo algo resecos mis dientes de porcelana, así que agarro una copa de agua y bebo de ella para poder humedecerlas.

Jennifer y la Chef Anna se acercan a la mesa, empiezan a cortar el pavo y a servir la ensalada sobre los platos.

Las tripas me han empezado a sonar, ¡qué bochorno! Todos voltean a verme luego de aquel escándalo.

—Empecemos rápido con la oración, por favorcito, que a esta edad los gases pegan fuerte —pido apenada.

—Pegan fuerte y huelen fuerte —Charlotte no deja escapar la oportunidad para fastidiarme.

—Por favor, oremos por los gases de Doña Murgosia —pide mi hijo en son de burla.

—Hijo de tu madre…, eres un Insensato e insensible, cómo te atreves a burlarte de los gases de tu madre.

Que va…, en esta familia no hay respeto hacia mi persona. ¡Qué dolor tan grande, Dios mío!

Como acostumbramos, el líder de la familia es quien hace la oración en navidad; Gabriel ya no está con nosotros, es mi hija quien ha heredado ese rol.

Delancis termina la oración con un par de lágrimas escapándose de sus ojos, de seguro ha recordado a su padre, debe estar echándolo de menos. Sé que para ella y para Ermac puede ser muy difícil, pues es la primera navidad sin su padre. Mi hija agarra una de las servilletas de la mesa y limpia el rabillo de sus ojos intentando no arruinar su maquillaje.

Todo agarran los cubiertos de las mesas y empiezan a comer… Hasta ahora me percato que todos están usando la pulsera que les regaló Inocencia, ella igual me dio una, pero no pretendo usarla, no soy una vieja hipócrita.

 —Doña Mugre, ¿te gustó mi regalo?

—¿El masajeador de senos?... Justo ahora tengo puesta la pastilla en medio de las tetas. —Saco el control remoto de la pastilla y presiono el botón para que empiece a vibrar—. Mira cómo se me mueven mis chichis —digo mientras levanto el pecho.

—Vieja pendeja, eso no va en las tetas, va en la vagina.

Todos vuelven a reírse de mí, y todo por culpa de los regalos obscenos de Charlotte.

—Prima, veo que este año le regalaste un juguetito a cada una de nosotras —le dice Valen.

—En mis tiempos, los regalos que se daban entre familia eran decentes, nada de esas vulgaridades. ¡Aquí todos son unos obscenos, unos desvergonzados!

—Es que estamos entre familias, entre confianza, no hay temas tabúes entre nosotros —dice Ermac mientras sonríe.

—Sí, claro. Ahora somos la mejor familia de este cagado mundo… ¡Tú, hijo mío! —señalo al susodicho—, me has regalado una crema antiarrugas… ¿En serio crees que este rostro tiene espacio para que le salga tan siquiera una sola arruga más?

—Pues me dijeron que tiene minerales del mar muerto.

—¿Y por qué yo querría ponerme algo muerto en la cara?... Y tú, Edward —Señalo al desgraciado de mi cuñado—. Me decepcionas. ¿Un certificado de regalo de la farmacia?... ¡¿Qué clase de regalo es ese?!

 —Doña Murgos —Inocencia me mira con unos ojos llenos de desprecio, esa nueva actitud me pone nerviosa —, como se atreve a menospreciar los regalos que recibe de su familia.

Todos se ven sorprendidos por la fuerte reacción de Inocencia.

—Bueno —Pimientita aclara la garganta—…, ¿qué tal si probamos el brazo gitano que nos preparó Inocencia?

—Hablando de obscenidades…

—¡Madre, compórtate! —mi hija me regaña en un susurro, odio que me trate como si fuera una niña.

—Pues yo no voy a probar eso —digo y de inmediato Delancis me pela sus endemoniados ojos—…, e-es que debo cuidar mi dieta baja en azúcar.

Le hago señas a Jennifer, ella entiende de inmediato y empieza a repartir sobre cada platito tal aberración de postre, y mientras la observo, continúo comiendo de mi ensalada de patatas.

—La presentación no era muy buena, pero esto sabe muy bien —dice Florence luego de probar un primer bocado del postre.

—C-Claro, no se atrevan a juzgar mi creación solo por su apariencia —parece que tenemos de regreso a la Inocencia que todos conocen, su mirada vuelve a ser tímida y su tono de voz nervioso.

—Ino, ¿qué le echaste a esto? —Ermac se ve algo extrañado luego de probarlo—… Este sabor que me resulta conocido, pero no lo saco.

—Pues, no me acuerdo, je, je… Es una receta que encontré en un sitio web —dice mientras prueba de su creación, es un alivio que vuelva a ser la Inocencia sonsa de siempre —¡¿A poco no me quedo rico?!

—Se-Señorita Inocencia —Henry alza la voz—, su postre está muy delicioso.

—Por qué me siento tan excitada al comer de este postre… ¡Dios mío! —Charlotte sacude sus caderas sobre la silla, empieza a verse algo extasiada; de repente, ha empezado a sudar.

—¿Qué carajos…? —Ya me estoy asustando.

—Prima, me siento igual —Valentine me interrumpe, muestra una gran e ilógica sonrisa, sus ojos parecen estar algo perdidos—. Y esa música que está sonando en el fondo me tiene activada.

Ermac ha empezado a reír de manera descontrolada… ¡¿QUÉ ESTÁ PASANDO?!

—¿Qué locuras estás hablando, Valen? —mi hijo no puede controlar sus risas—… Yo no escucho ni mierda.

—¡¿Cómo que no, amorcito?! Está sonando «The Spectre de Alan Walker» —Desde aquí puedo ver como Pimientita acaricia el muslo de mi hijo.

Mi hijo le susurra algo a Pimientita, la mujerzuela le sonríe de manera cachonda y enseguida ambos se levantan de las sillas dejando la mesa.

—¡Cierto! También escucho la música. —Mi sobrina Carole también ha caído en la locura de esta gente—. ¡Hello, hello! Can you hear me… —está cantando.

—¿Soy la única que tiene ganas de irse de rumba? —Delancis se levanta de la silla y alcanza una de las botellas de licor que están en el centro la mesa —. ¡¿Cuántos quieren un trago de Jack Daniels?!

Todos hacen el típico grito de adolescente alborotado, y así todos dan el «Go» para que Delancis empiece a derramar licor sobre el hocico de cada uno.

¡Padre santo!… Inocencia vuelve a mostrarme esa temible mirada de pantera oscura.

¡Yo mejor me largo de aquí!... ¡ESTO PODRÍA SER CONTAGIOSO!

CAPÍTULO 44: La oscuridad.

Minutos antes de la cena navideña.

Algo no anda bien conmigo, todos los sonidos a mi alrededor parecieran intensificarse: el estruendo que hace la chef al ordenar las cacerolas, Jennifer cortando las rodajas de zanahoria, Marisol masticando los snacks; incluso, puedo escuchar y sentir los latidos de mi corazón, mi mente se siente tan inquieta… No me estoy sintiendo bien.

—Jen, voy a ir a tomar algo de aire, creo que el calor de la cocina me está afectando.

—¿Quieres que te acompañe al jardín? —se escucha algo preocupada.

—No, no… Yo puedo ir sola.

—Ok, cualquier cosa me avisas —asiento a lo dicho por Jen e inmediatamente salgo de la cocina.

Me estoy asustando, nunca me había sentido de esta manera…, es como si la oscuridad…

«No, no, no…», se me hace difícil tranquilizarme, siento mucho miedo. La luz de las lámparas pareciese querer lastimarme con su intensidad.

Justo ahora debo verme como misma loca corriendo por el pasillo, así que con brevedad y rudeza abro la puerta del baño, entro y tranco la puerta, y, mientras intento normalizar mi agitada respiración, me concentro en el reflejo del espejo.

—Soy una mujer pacífica, misericordiosa y de mucha fe —trato de convencerme, pero no parece tener efecto en mí, necesito intentarlo varias veces—. Soy una mujer pacífica, misericordiosa y de mucha fe —repito pero mis miedos no disminuyen, ¡va aumentando!—. Soy una mujer pacífica, misericordiosa y de mucha fe —vuelvo a repetir mientras esta oscuridad se desata, está creciendo dentro de mí, me hace sentir molesta, con una ira inexplicable, me pone a la defensiva, como si presintiera algo malo—. Soy una mujer pacífica, misericordiosa y de mucha fe… ¡Oh por Dios! —grito sintiéndome espantada al ver el cuerpo de Dimitri reflejado en el espejo.

Rápidamente volteo la mirada tras mi espalda, pero no encuentro a nadie; en definitiva, estoy enloqueciendo, no puedo detener esta oscuridad, me esta dominando…, me ha vencido.

Valentía…

Ferocidad…

Despreocupación…

Apatía….

Coraje…

Esta es la oscuridad que había reprimido durante toda mi vida… y se siente muy bien.

Ahora siento que puedo enfrentarme a lo que sea que me tire el mundo, sin miedo a nada ni a nadie. Antes temía que aquella oscuridad llegara y me arrebatara todo lo que soy, pero ¿qué podría perder?, si nunca he tenido algo significativo, siempre he sido una mujer vacía, débil, miedosa y sumisa.

Me agrada esta nueva «yo», me siento tan poderosa, tan bien… Con esta oscuridad me siento segura de lograr todo lo que me proponga.

Así que, con mucha determinación, abro la puerta y salgo del baño…

—¡Wow, cuidado! —dice quien por poco se estrella conmigo.

—Disculpa —me dirijo a la morena de cabello rizado y hermosos ojos color miel—… ¿Y tú de dónde saliste?

—De un Tesla Roadster.

No entendí, jamás he sido buena para las leyes físicas…

—¿Eres…?

—Carole Hikari, y supongo que tú eres el famoso buitre que, con solo escuchar la palabra «muerte», vino volando de una vez.

Me acerco lo suficiente a ella y empiezo a jugar con uno de sus risos.

—Es cierto, primita, soy como un buitre; así que procura no mostrar tus heridas o tus penas frente a mí.

—Tienes carácter…, me agradas.

Treinta minutos después de la cena navideña.

Jamás se me pasó por la mente que en algún momento podría estar por entrar a un lugar como este, si mi angelical versión estuviese aquí estaría aterrada, por suerte aún me siento fantástica. Aquí estoy con Valentine, Delancis, Lottie, Carole, Alexis, Florence y Henry (quien fue arrastrado por Lottie). Todos vamos caminando a la derecha de una larga fila de personas que esperan para entrar a la discoteca más popular de Londres, y cuando sus miradas recaen sobre nosotros me hacen sentir poderosa, temible…, y eso me gusta.

—Señorita Valentine, un gusto verle por acá —le saluda el portero de la discoteca.

—¿Qué tal Jeremy? Hoy vinimos a explotar la discoteca —Ella le guiña un ojo e inmediatamente el robusto Moreno nos abre la puerta, dejándonos pasar frente a las miradas curiosas de la fila.

—¿E-Explotar? —Henry se ve ebrio y asustado—. Espero y sea en sentido figurado.

La puerta es abierta y al instante soy sucumbida por el bajo de la música; veo las luces laser transitar sobre cientos de cuerpos danzantes; aquí dentro se siente un intenso olor a licor y a cigarro mesclado en el aire acondicionado; el ruido es ensordecedor, sin embargo, es energizante. En el ambiente se siente una vibra locamente divertida, todo esto invade abruptamente mi cuerpo sin ningún permiso.

Todos seguimos los pasos de Valentine, pues ella nos ha prometido un espacio en un área llamado VIP; por lo que me dijo Valentine, ella es una de las accionistas de este lugar, puede hacer y deshacer en este lugar cuando se le pegue las ganas.

Todos subimos por unas escaleras metálicas y nos detenemos repentinamente al ver que Valen se ha congelado repentinamente.

—¡¿Qué hacen esas perras en nuestra área?! —Valen grita rabiosa frente a dos hombres de seguridad que están en la entrada del área—. ¡¿Qué esperan para sacar a esas zorras malditas?!

Ambos hombres se miran con cierta inconformidad, mas no le queda otra que hacer caso a las palabras de Valen. Dan media vuelta y se dirigen hacia donde están las chicas; solo por los gestos de sus manos y por la expresión de desacuerdo de las chicas podemos deducir que le están pidiendo que dejen el área. Varias chicas están en desacuerdo, pero es una de ellas quien logra calmar los ánimos y así dejar la mesa.

Y así, ambos grupos se topan en media escalera.

Una de las chicas que viene bajando, intimidante y agresiva, se atreve a agarra a Valen por el brazo

—Típico de Valentine Hikari, cuando te embriagas te crees la leona del Serengueti.

—¡Largo, michi de tienda! —Mi prima se zafa del agarre. Luego suelta escandalosas carcajadas mientras las ve bajar como las perdedoras que son.

—¡Con cuidado! —Alexis la sostiene, pues pareciera estar a punto de caer escalera abajo—. No creo que tengas siete vidas, leona.

De pronto, hemos sido contagiados por las carcajadas de Valen.

Al llegar al área, todos nos acomodamos sobre un largo y cómodo sofá de terciopelo color rojos, todos excepto Florence y Lottie, ambas están bailando y saltando al ritmo de la música frente al barandal del palco.

—¡Oye tú, Chico! —Delancis grita haciéndole señas a uno de los hombres de seguridad—. ¡Que nos traigan una botella del mejor Midleton que tengan!

El hombre le asiente y enseguida baja las escaleras para cumplir con la orden.

—Valen —acerco mi rostro al de ella y le digo en tono alto—, es evidente que todos aquí te respetan… En otras circunstancias, esas chicas habrían formado un alboroto.

—Ino, no me respetan a mí, respetan el apellido.

—Bueno…, a mi todos deben desconocerme.

—Claro que no, prima. En Kingston los chismes no vuelan, se teletransportan.

—Uhmm… ¿Sera?

—¿Por qué no bajas y te pides un trago?... Veras lo que te digo.

—Un trago…, buena idea —ambas nos sonreímos.

Al bajar por las escaleras, de repente, siento como una extraña ansiedad empieza a perturbarme…, es la oscuridad, está desapareciendo y eso no me gusta. No quiero sentirme ni verme débil frente a los demás, necesito permanecer fuerte; y comprendo que la oscuridad es eso que me convierte en quien siempre he querido ser.

¿Qué hizo que la oscuridad se apoderara por completo de mí?... ¡La quiero de regreso!

Estoy en medio de la discoteca, todo está más agitado de lo normal, las personas saltan a mi alrededor, sus cuerpos sudados rozan el mío, me empujan y me apretujan entre ellos.

—¡Ya, déjenme pasar! —nadie me escucha, la música es muy alta.

Sigo avanzado entre las personas, trato de empujarlas, pero no me atrevo, ni siquiera tengo el valor para alzar mi voz… ¡Odio sentirme así!

Repentinamente, alguien me ha sujetado del brazo, al buscarle con la mirada me encuentro frente a un chico de rasgos asiáticos, es alto, delgado, luce un largo cabello negro que cae hasta sus hombros y tiene una sonrisa encantadora. El chico se me acerca y, usando un tono alto de voz, me habla al oído:

—Señorita Inocencia, se ve algo impaciente.

—Eh… ¿Y usted de dónde me conoce? —Me libero de su agarre y retrocedo un paso.

—Que maleducado soy, no me he presentado. —Vuelve a acercarse a mí—. Mi nombre es Mikael William, uno de los líderes del clan Kamikaze.

—Bueno, señor Kamikaze…, yo… yo iré por un trago.

—¡Espera! —Sorpresivamente acerca sus ojos a los míos —… Reconozco esos ojos tan ansiosos, tu no necesitas de un trago —se mete la mano en el bolsillo del pantalón—, tu necesitas de esto… ¿cierto?

En sus manos, y a escondidas de todos, me muestra una pequeña bolsita transparente…, es idéntica a la que me dio Marisol…, al azúcar glass.

—¡¿D-De donde sacaste eso?!

—Vamos…, ¿en serio me vas a preguntar eso?... Tu hermanito me regaló esta coca. No sé si lo sabes, pero somos muy buenos amigos —dice mientras me muestra una sonrisa torcida—, a veces hasta nos volamos juntos.

Coca es igual a cocaína…

Cocaína es igual droga…

¡Drogué a mi familia!

¡Me Drogué!

—¿Por qué esa cara de espanto? —me susurra al oído y me baila—. ¿Quieres o no?

—Dios te salve María; llena eres de gracias…

—¿Qué? —Acerca sus oídos a mis labios—. Nena, no te escucho.

—… Bendita eres entre todas las mujeres…

—No me jodas… ¿En serio estás recitando el Ave María en plena discoteca? —Se detiene para reír y luego continúa bailando —Dios te salve María... ¡Wopa! —Ha empezado a cantar el Ave María al ritmo de la música… ¡QUÉ IRRESPETUOSO!

—¡Ya detente! —Lo empujo, esto hace que se choque contra la espalda de otro tipo.

—¡EY, cara de…! —el extraño detiene el insulto al verme junto a Mikael—… señorita Hikari, un gusto saludarla —Se ve algo asustado.

Mikael le hace señas al chico para que se aleje, y este le hace caso inmediato… Entonces es cierto, las personas temen al apellido, tal como dijo Valen.

—Ya te ganaste el temor de todos —Mikael me sonríe con cierta suspicacia mientras sigue bailando—. ¿Me vas a dejar bailando solo?

—No me agrada que me teman —digo mientras trato de seguirle el ritmo.

Mikael sigue bailándome, me tiene muy nerviosa, siento como sus manos pasan tras mi espalda y bajan suavemente hasta alcanzar la parte alta de mis pompis… ¡Oh, Jesucristo!... ¡Ha presionado su pelvis contra la mía!... ¡Estamos muy cerca!

—¿Lo quieres o no?

—¡¿Q-Qué cosa?!

—La coca.

—Ah…, eso.

Para poder terminar este día, necesito probar, aunque sea solo un poco de eso, ya después lo alejaré de mi vida… Hoy será la primera y la última vez.

—¿Y bien?...

—Sí, lo necesito.

CAPÍTULO 45: La cascada del diablo.

Hay una parte dentro de mí que se revuelca y trata de tomar nuevamente el control, mas no puedo permitirlo, pues el mundo que nos rodea es demasiado siniestro como para permitir tanta debilidad.

Lo que se viene no es fácil, necesito una dosis de demencia.

Esta vez me han enseñado a inhalar aquel potente polvito blanco, su efecto es inmediato. Todo se vuelve a intensificar.

—Mucho mejor, ¿no? —Mikael pregunta mientras pasa un mechón de mi cabello tras mi oreja.

—Sí, me siento fantástica.

Le veo reír mientras acerca sus labios a mi oreja.

—Entonces, oficialmente tenemos a un nuevo consumidor en la familia Hikari.

—Eso parece. —Puedo disfrutar de la música sin miedo o vergüenzas a que alguien me vea, me siento tan liberada.

Nada me resulta tan importante como para sacarme de este estado de sosiego, las luces que destellan por todas partes de pronto se han vuelto tan intensas que hasta me impiden enfocar la visión hacia el fondo de la discoteca, solo puedo apreciar el delicado rostro de Mikael, su nariz es perfectamente perfilada, sus labios son delgado, y tiene una cabellera sumamente lacia; parece ser un hombre complaciente y de dulce agarre, sus manos en mi cintura se sienten tan reconfortante, como si supiera la fuerza exacta que debe ejercer sobre mí.

Mikael me agarra de una mano y hace que gire hasta quedar de espalda a él, con su otra mano rodea mi cintura y me lleva a su ritmo.

—Y dime, ¿dónde estuviste metida todo este tiempo?

—En un monasterio…, en mi pasado fui una monja.

—¡No lo puedo creer! —aún de espaldas, le escucho reír —¿Estás bromeando?

Doy media vuelta y quedo frente a él para responderle.

—Hablo en serio —le sonrío a boca cerrada.

—¡Acabo de drogarme junto con una monja! … Nadie, jamás en la vida… —ríe con mucha impresión.

—Sí, supongo que es un gran logro. —Fijo la mirada sobre el bar—… Mira, iré por algo de beber.

—Ok muñeca, ya sabes a donde ir si necesitas volarte.

—Lo sé, mi hermanito es un adicto experimentado, debe tener guardadas varias bolsitas de coca.

—Tu familia entera es una fábrica de coca, corazón, puedes tenerla cuando se te pegue las ganas.

—Genial.

Luego de guiñarle un ojo, me doy media vuelta y avanzo entre la multitud, rumbo al bar de la discoteca. Cada vez que mis hombros tropiezan con los de estos extraños, sus ojos conectan con los míos y de inmediato se apartan, como si de mi mirada emanaran algún tipo de feromona tóxica capaz de repeler a cualquiera, es fácil de percibir sus temores, parecen ser dominables.

Al llegar frente a la barra del bar, espero a que el bartender note mi presencia y, al hacerlo, de inmediato acude a mi llamado.

—Feliz Navidad, señorita Hikari —me saluda mientras limpia la superficie de la barra.

—Hola, feliz navidad… Por lo que veo, todos aquí me reconocen.

—Sus fotos en la pista de patinaje recorre las redes sociales de todo Londres.

—Así que fue eso.

—Sí, todos están pendiente de lo que hace la familia Hikari.

—Entonces tengo que tener cuidado con los paparazzis —le sonrío de medio lado.

—Exacto… Y dígame, ¿qué le sirvo esta noche?

—Bueno, te soy sincera…, no conozco de tragos.

—A mí deme una «Cascada del diablo» —dice una voz femenina a mi izquierda, al buscarla con la mirada me encuentro frente a una larga e intensa cabellera oscura, ojos extremadamente claros, piel pálida y llamativos labios rojos.

—Me sorprendes, hermosura. No todos los días me piden ese trago, puesto que… a mí me encanta prepararlo.

Como podría olvidar su intimidante rostro… Bárbara me sonríe con una evidente hipocresía, me observa de arriba abajo como si buscase algo malo para restregármelo en la cara.

—Inocencia Hikari, no esperaba encontrarte en una discoteca. ¿No deberías estar leyendo sobre el nacimiento de Jesús?

—No…, ya sé cómo termina.

El bartender toma una botella de licor y vierte un poco sobre una coctelera, luego, con un mechero, empieza a calentar la base del recipiente.

—Veo que estoy frente a la verdadera cara de Inocencia…, la que nos hace creer a todos que es una mosquita muerta.

—Me vale tres mil hectáreas de verga lo que pienses de mí.

—¡Wow! Hasta puedes ser grosera… y muy vulgar.

El bartender enciende el mechero dentro de la coctelera logrando que unas flamas azuladas se levanten hasta sobresalir del recipiente, luego toma otras dos botellas y, desde una prudente altura, vierte más licor, y lo hace con cierto cuidado para no quemarse.

—Chico, yo también quiero una de esas —le ordeno al bartender. Luego volteo a ver a Bárbara y le sonrío a boca cerrada.

—¿Segura? —el bartender se ve asombrado —. Este trago es el más fuerte del bar.

—Dame el maldito trago… —respondo entre dientes y molesta. Odio que me subestimen.

—Dáselo, quiero ver que tan diabla puede ser.

El bartender agarra dos copitas de cristal con una sola mano, y con estilo los pone sobre la barra, luego vierte el contenido de la coctelera en cada uno de ellos; es aquí donde se puede entender el porqué del nombre de «Cascada del diablo»., el licor cae sobre las copitas en forma de una azulada cascada flameante, es todo un espectáculo.

—Cuando el fuego se apague pueden tirarse el shot —dice el bartender poniendo las copitas flameantes frente a nosotras.

Bárbara agarra la copita y luego se le queda viendo.

—Me pregunto: ¿qué diría Dimitri si te viera en este estado?

—¿Él está aquí?

—Qué pregunta tan estúpida. ¿Cómo se te ocurre? Él está escondido. Por si no recuerdas, es uno de los más buscados. No puede arriesgarse y venir aquí.

Claro, comprendo… Esa vez en la pista de patinaje él andaba camuflado con sus lentes de sky, no hay manera de pasar desapercibido estado aquí.

Ambas copitas extinguen las flamas e inmediatamente Bárbara toma una en sus manos, sin tan siquiera pensarlo levanta la copa y bebe de un solo golpe; su rostro parece no soportar el trago, sus ojos se han irritado un poco.

De igual manera levanto mi copita y de un solo golpe me trago todo el licor…

¡ESTA MIERDA QUEMA!

No es que esté caliente, este trago tiene unos niveles de alcohol muy elevados…, exageradamente altos. Mi garganta, mi estómago y hasta en el maldito hígado siento que arde.

—Mírate —Bárbara vuelve a balbucear estupideces—…, tomando un trago traído desde el mismo infierno. Tu jamás llegaste a amar a Dios, eres toda una farsa, una monja de mentira.

Valentía…

Me acerco a ella hasta casi rosar nuestras frentes.

—Ya cállate, Bárbara…

—No eres lo que creía Dimitri, una maldita sumisa… Eres el diablo, eres igual a tu padre.

Apatía…

—No deberías juzgarme, pues no eres nadie. Ser la jefa de las prostitutas no te hace alguien importante —sonrío con cinismo—… Solo eres una solitaria zorra, y todo aquel que esté contigo, al final siempre termina pagando, pues nadie podría amarte.

—¡¿Cómo te atreves a hablarme de esa forma?! —Bárbara me agarra el cabello bajo mi nuca, en su rostro se refleja lo mucho que mis palabras le afectaron.

Esto no terminará bien.

—Vamos chicas, calmadas… —el bartender se escucha algo asustado.

Despreocupación….

—Suéltame o barreré toda la discoteca con tu grasiento cabello —le exijo.

—Primero te mueres… —dice y al instante estrella mi cabeza contra la barra del bar.

«¡Maldita zorra de monte! ¡Me ha dolido bastante!».

Los gritos en la discoteca resaltan sobre la música electrónica, parece que el caos empieza; aun aturdida, veo como varios empiezan a empujarse al tratar de alejarse del bar.

El bartender salta sobre la barra y se interpone entre ambas.

—¡Basta, Bárbara! ¡¿Qué crees que haces?!

Yo sigo de pies, pero algo tambaleante. Todo me está dando vueltas. Siento ganas de matar a alguien. Quiero partirle la cabeza a esa zorra.

Ferocidad…

—¿Sabes, Bárbara? —Fijo mi mirada en ella—… No es lo mismo invocar al diablo, que verlo llegar.

Coraje…

Con mis niveles de cólera elevadísimos, paso a un lado del bartender y agarro por el pelo a Bárbara, la jalo y no solo la estrello contra la barra, también la llevo de paseo de extremo a extremo, tumbando cada vaso y cada copa con su cabeza, y al terminar su recorrido, la lanzo sobre el piso.

Agarro una botella y la quiebro.

—Te voy a matar, perra.

Soy detenida por el agarre de alguien, al observar el agarre en mi muñeca, me encuentro con una mano masculina.

—¡Quieta! —me grita mientras intenta sujetarme de ambas muñecas tras mi espalda.

Frente a mí, un par de policías corren para asistir a Bárbara, ella está aturdida, sigue tirada en el suelo y tiene una cortada en la frente que la tiene desangrándose.

Siento el frio metal de unas esposas en mis muñecas.

Maldición…, estoy en problemas…

—¡Ino, ¿estás bien?! —Lottie viene gritando mientras avanza entre toda esa multitud expectante. Tras ella viene el resto de mi familia.

—¡Detective Kross, suelte a mi hermana!

Richard… ¡¿Es Richard el que me está esposando?!

Al voltear la mirada me encuentro con sus ojos pequeños y con esas cejas despeinadas que tanto me fascinan

—Qué decepción, Inocencia…

Tres palabras que, de pronto, han logrado quebrantar mi oscuridad. Mi alma está manchada y mi corazón desmoronándose… Me siento fatal.

CAPÍTULO 46: Interrogatorio.

Desde un inicio he culpado de mis desgracias a un solo hombre, y al parecer siempre he sido yo quien ha llevado la perdición pegada en la suela de los zapatos.

Solo bastó con que apareciera mi ángel guardián para que, de manera inmediata, se reprimiera toda aquella oscuridad.

No me di cuenta en qué momento la discoteca dejó de sonar su música, aquí sólo se escucha el escándalo de las personas que están saliendo del local y las órdenes que dan los policías para despejar el lugar. Todo esto es mi culpa, me dejé llevar por la oscuridad, no pude con ella y tomó el completo control de mis acciones.

—Detective Kross —es la voz de Delancis—, permítame hablar con mi hermana, a solas, antes de que se la lleve.

EL detective parece dudar de las intenciones de mi hermana, así que tarda en responderle.

—Bien…, esperaré aquí.

No tengo el valor como para levantar la cabeza y mirar a la cara a mi familia, siento como mi hermana me agarra del brazo y con rudeza me jala hasta llevarme a una zona más iluminada. Luego abre una puerta y al cruzarla la tranca con seguro. Este es el baño de damas.

—Por favor, dime que sufres de alguna enfermedad mental o de un tipo de trastorno…, ¡sino ¿cómo carajos limpios tu enorme cagada?!

Aún con la mirada agachada y esposada, asiento a lo sugerido.

—¡Inocencia, levanta el estúpido rostro! —Me agarra del mentón y con dureza me obliga a levantar el rostro—… ¡Explícate!... ¡¿Qué fue todo eso?!

Las lágrimas y mis sollozos me complican poder explicarme. No estoy segura si mi hermana pueda creer toda esta locura, pero sé que por lo menos debo intentarlo.

—Dela, no fui yo… —digo mientras mi espalda cae deslizándose sobre las baldosas de la pared, mi depresión me lleva a quedar sentada sobre el suelo, a un lado del lavabo.

—Toda la discoteca vio como arrastraste a esa mujer.

—Fue mi oscuridad, Dela… Creo que esa parte de mí se activó luego de consumir drogas.

—Esto no puede ser cierto —Desliza su mano sobre su cabeza.

—Lo sé, parece una locura, pero es cierto —empiezo a hablar con la mirada por el suelo—…, es como si aquella oscuridad se apoderada de mis acciones, me reprime y me impide salir, y cuando por fin estoy a punto de retomar el control, vuelve y busca la manera de quedarse con mi vida. Delancis, estoy…

—Ok, Jeckyll y Hyde —Delancis me interrumpe, se agacha frente a mí y posa sus manos sobre mis hombros—…, te creo.

—¿En serio me crees? —Con mucho asombro fijo mis ojos en los suyos.

—Sí, te creo.

—¿Así de rápido?

—¡Sí, Ino!

Delancis me agarra del brazo y jala para ayudarme a levantarme de suelo, ya que yo sola no puedo, puesto que estoy esposada.

—Escúchame bien, Inocencia Trevejes —Con sus manos sostiene mis mejillas—… No pienso dejarte sola en ninguna de las desgracias que llegues atravesar, quiero que tengas presente que, cada vez que te sientas perdida, yo estaré ahí para recordarte que la fe que pones en las personas es la mejor brújula que tienes para encontrarte. No permitiré que pierdas todo eso que te hace buena persona, luchemos por eso.

Del abrazo de mi hermana emana una calidez profunda, me hace sentir segura, que no estoy sola en todo esto y que puedo apoyarme en ella. Con ella es más fácil suprimir los agobios y ganar ánimo.

—Ahora dime, ¿quién fue el imbécil que te drogó?

—Fue mi culpa, Dela. Marisol me dio una bolsita transparente y yo pensé que era azúcar glass.

—¡¿Mi hija te drogó?!

—Marisol es inocente, ella no sabía.

—La Inocente aquí eres tú, Ino —mi hermana se echa a reír—. ¡Una niña de cuatro años te drogó!

—Yo… tendré más cuidado la próxima vez. Prometo no volver a drogar a toda una familia.

—Claro, ahora todo tiene sentido: la locura de esta cena, las risas sin sentido… Ermac se las verá conmigo.

Alguien empieza a tocar la puerta del baño.

—Delancis, ya es hora de que salgan de ahí —es la voz de Richard.

Delancis voltea la mirada hacia la puerta y luego conecta con mis ojos.

—Bien, vas a ir con Kross y le vas a decir que, luego de tomarte un trago, empezaste a sentirte extraña. Vamos a hacerles creer que alguien te drogo. Luego harán una prueba de anti-doping y saldrá positivo. Esta misma noche estarás libre, yo te estaré esperando fuera de la jefatura.

—Ok.

Puedo manejar esto, después de todo no es una completa mentira eso de que alguien me drogó.

«Qué tremenda eres, Marisol. Me alegra que no llegaras a la cena navideña, jamás me lo hubiese perdonado».

Ambas salimos del baño y caminamos hacia donde están los policías. Kross viene hacia nosotras y me toma del brazo para llevarme con él.

Mi familia aún sigue aquí, todos me observan con rostros preocupados, sus miradas me persiguen mientras soy llevada esposada hacia las afuera de la discoteca, desgreñada y con el maquillaje algo corrido, pero conservando el hermoso traje y los altos tacones.

Me avergüenza todo esto que me está pasando, tener que pasar por todo esto frente a las personas que he llegado a amar, siento que les he fallado.

Al salir de la discoteca, la frialdad de la calle se deja sentir en unas frías gotas de lluvia, en algún momento de la noche a empezado a llovizna. Un par de patrullas están estacionadas frente a la entrada de la discoteca, destellan las luces de sus sirenas sobre las paredes de los edificios aledaños y sobre los rostros de aquellas personas que graban todo desde sus celulares.

El detective abre una de las puertas de las patrullas permitiéndome entrar en los asientos traseros. Luego de cerrar la puerta le veo dar algunas órdenes a otros policías, ellos le asienten y suben a la patrulla que está frente a nosotros. El detective regresa a la patrulla, abre la puerta del conductor y enciende el motor.

—Inocencia —me habla viéndome desde el retrovisor central del auto—, yo creí conocerte, pero veo que lo supuse en muy poco tiempo.

—Richard, esa mujer salvaje que viste no era yo —digo mientras observo la ciudad a través de la ventana de la patrulla.

—¿Entonces quién era?

—Una mujer que aceptó el trago de otro tipo y que a los segundos empezó a sentirse extraña.

—¿Te refieres a Mikael William? —pregunta en tono gélido.

No quiero involucrar a Mikael en todo esto, él no me obligó ni me engaño para que yo me drogara, él solo me lo ofreció al verme desesperada y yo acepté.

—No, cuando conocí a Mikael yo ya estaba mal… Por cierto, ¿me viste con Mikael? ¿Hace cuanto estabas en la discoteca?

—Aquí el de las preguntas soy yo. —Richard está muy molesto, su tono de voz es cortante y severo—… Quiero que te guardes todas tus excusas para cuando lleguemos a la jefatura.

El resto del camino nadie dijo ni una sola palabra, el viaje fue tan deprimente y a la vez tan Incómodo… La depresión me tiene recostada del vidrio de la ventana, pensando en aquella personalidad criminal que llevó oculta dentro de mí y que ahora temo dejar salir; ahora le temo mucho más, porque sé que, al dejarle llevar el control, pueden pasar cosas realmente malas. Una parte de mi es muy peligrosa, y por tal razón estoy aquí, siendo trasladada en una patrulla de policía.

Al llegar a la jefatura, soy llevada a una sala que parece ser el laboratorio del centro de investigaciones, ahí dentro me sacan muestras de sangre y luego me conducen hacia una sala de interrogación. Solo estamos el Detective Kross y yo, frente a una mesa donde reposa una grabadora de voz y bajo la intensa luz de una lámpara colgante.

Si antes me sorprendí al estar frente a una discoteca, ahora más al estar dentro de una sala de interrogación, como una vil criminal que está a punto de ser encarcelada.

«Mi Dios, debes estar avergonzado de mí», cierro mis ojos muy arrepentida de mis acciones.

—Inocencia Trevejes, estas siendo juzgada por evidente agresión física en contra de Bárbara Thomson. ¿Algo que decir a su favor?

—Yo no estaba consciente de lo que estaba haciendo, no tenía control de mis acciones. —Odio mentir, pero esta vez seguiré las órdenes de mi hermana—… Minutos antes, estuve platicando con un chico que me ofreció un trago, luego de eso todo empezó a verse diferente dentro de mí cabeza, sentía mucha ira, una inexplicable sensación de supremacía.

—¿Dices que alguien te drogo en la discoteca?

—Sí.

—¿Sabes el nombre de la persona que te drogó?

—No.

—Vamos a necesitar que nos ayudes con un retrato hablado para dar con la persona. Como sabrás, es peligroso que ese tipo de sujetos esté suelto por las calles.

—O-Ok…

—Inocencia —fija sus ojos en los míos—, Bárbara aún está en el Hospital, ella ya despertó y está fuera de peligro.

Luego de un profundo respiro, respondo:

—Menos mal…

—Pudiste haberla matarlo, vi tu rostro cuando sostenías esa botella, te veías decidida a acabar con su vida. No sé qué hubiese pasado si no te detengo.

—Y te lo agradezco.

—Por favor, mantente lejos de las drogas y de las personas que vivan en ese mundo. —Richard pone pausa a su grabación y luego me observa con unos ojos angustiado y a la vez doliente—. Soy tu amigo, quiero lo mejor para ti. —Ha llevado sus manos sobre las mías—… Por eso es que te recomiendo que te alejes de tu familia, vive una vida lejos de ellos, no te hará bien tenerlos cerca.

—Cuando me viste en la discoteca me dijiste que soy una decepción. —Las ganas de llorar me insisten—… Ahora que puedo verte a la cara, déjame decirte que tú también me has decepcionado.

—¿A qué te refieres? —Ha apartados sus manos de las mías.

—Siempre lo has sabido y aun así no me dijiste nada —le reprochó mientras siento el cólera recorrer todo mi cuerpo—. Mi familia está relacionada con asuntos criminales, y me lo ocultaste.

—«Tu familia es la mafia que controla el movimiento de las drogas en la zona sur de Londres»… ¿Crees que es fácil decir esto frente a unos ojos llenos de ilusión y alegría?... Estabas feliz de haber encontrado a tu familia, Inocencia, y como veras, no soy tan valiente como para destruir un sueño que recién acababas de cumplir… Tú me importas, todo lo que te afecte me llevará tiempo procesarlo, porque, aunque no lo creas, también soy algo inseguro.

Alguien está tocando la puerta de la habitación, desde la diminuta ventana se puede ver al oficial que está esperando frente a la puerta. Richard se levanta de la silla, abre la puerta y recibe un sobre.

—Este es el resultado del anti-doping —me dice mostrándome el sobre en sus manos—. Antes de abrirlo, quiero que sepas que confío en ti y en tus declaraciones.

Richard camina hacia mí, saca una llave del interior de su Jacket y luego me libera de las esposas.

—Ya puedes irte, Inocencia.

—Pero… aún no has abierto el sobre.

Richard abre el sobre, lee el examen y luego me sonríe.

—No vemos mañana, te estaré llamando para encontrarnos en Bentall Center —dice haciéndome sonreír algo avergonzada—… Y discúlpame por hacerte pasar por todo esto.

—Tranquilo, comprendo que es tu trabajo.

—Ve a casa y descansa, Inocencia. Vi que Delancis está esperándote afuera.

CAPÍTULO 47: La oscuridad familiar.

Todo se dio tal como mi hermana me lo había pedido: mentí al decir que alguien me había drogado y quedé como la víctima. Mi caso es de esos que pasan frecuentemente en las discotecas, así que, al tratarse de mí, resultó fácil engañarlo. Y ahora que le he engañado, temo que esa mentira se alimente de otras desdichas hasta hacerse más grande.

¿Por qué una mentira es más fácil de creer que la realidad?

Soy escoltada hasta la salida de la jefatura por un miembro de la policía. El frio aquí fuera se ha intensificado o tal vez solo soy yo que ando sin energías. Necesito subir de inmediato al auto, este frío es insoportable, ya hasta me tiene temblando; así que, rápidamente, entre la neblina de la noche, hago una búsqueda visual por los hombros de la calle tratando de encontrar la camioneta negra de Delancis.

El sonido de una bocina se escucha, al buscar la procedencia, la logró encontrar. Ella de verdad esperó por mí, Delancis parece ser de esas hermanas sobreprotectoras y muy comprometidas con la familia. Dice Richard que mi familia me hace mal, pues ella parece todo lo contrario.

Corro hacia la camioneta e inmediatamente abro la puerta trasera del auto.

—¿Qué haces, mujer? Ven aquí adelante —Delancis es quien está manejando, pensé que Alexis estaba aquí.

—¿Y Alexis? —le pregunto mientras me subo a la camioneta.

—Le pedí que se quedara con los demás. —Me observa mientras me abrocho el cinturón—. Imagínate un par de chicas hasta la madre en licor. Dejarlas solas podría ser peligroso para cualquier ciudadano que se le pueda aproximar.

—Tienes razón, ahora entiendo que una Hikari alcoholizada puede resultar muy peligrosa.

—Así es —me sonríe a boca cerrada mientras enciende el motor del auto —. Imagínate que, una vez estando borracha, armé tremenda escena de celos: casi le prendo fuego al cabello de mi exnovio, porque creí verle romanceando con una adolescente Lottie, pero luego me di cuenta que era el primo de mi exnovio. Tiempo después, me encontré con mi ex,y me reclamó disque que su primo ya no puede salir a la calle sin una gorra, pues no le crece el cabello en ciertas partes del cuero cabelludo.

—Dela, eso fue algo insensible.

—Insensible le quedo la cabeza al cocobolo ese… ¿Quién le manda andar toqueteando a mi hermanita?

—Supongo que por eso Lottie te odia.

—Bien, hablemos de nuestra familia, Ino —dice sin perder la vista de enfrente, mientras conduce bajo la noche desierta—…, es hora de que conozcas sobre nosotros.

—Hay varias cosas que he ido descubriendo.

—Era de esperarse... A ver, dime. —Voltea a verme y con brevedad regresa la mirada sobre la carretera—… ¿Qué tanto sabes?

—Que los negocios de mi familia son muy turbios… ¿Tan siquiera esa fábrica de licores existe?

Asiente suavemente en un incómodo y corto silencio.

—Ok, lo que estás a punto de escuchar es toda la verdad, no puedes ir por la calle hablando de eso con cualquiera, ni con amigos ni con nadie…, a eso se le llama: código de silencio.

—Ok.

—Las personas que rompan ese código podrían estar firmando la orden de su propia muerte—luego de un gran suspiro, continúa hablando sin perder de vista el camino que nos conduce—. Ino, es algo muy delicado, pues no podemos poner en peligro a las personas que confían y trabajan a nuestro lado.

—Has mencionado la palabra muerte… Hasta ahora, lo más crudo que había escuchado sobre la familia Hikari era «Cocaína».

—Aunque no lo creas, hay muchas personas en Londres que están bajo nuestra protección: familias adineradas, políticos, empresas multinacionales y, en especial, nuestros propios clanes. Todos ellos reciben protección de los Hikari; claro, recibimos algo a cambio, ellos pagan un impuesto para recibir todos esos servicios.

—No es sólo la venta de drogas…

—Pues no, si uno de los nuestros necesita un trabajo de extorsión o si desea llevar a cabo algún secuestro, es algo que puedo manejar junto con mis clanes —lo dice tan despreocupada, con un rostro serio que denota sinceridad.

La respiración vuelve a sentirse tan pesada, siento que me falta el aire. Esto ha resultado peor de lo que me imaginaba. Después de todo, Richard tenía razón, mi familia me hace mal… Sí, mis días han sido un total caos desde que los conozco.

Persecuciones, secuestros, muertes, drogas, oscuridad desatada…. Todo esto lo viví en menos de una semana.

—Lo siento, Delancis, yo no nací para esto —le digo sacudiendo mi cabeza negativamente.

Me siento tan desilusionada, no es la familia con la que soñaba encontrarme.

—Es irónico que digas que no naciste para esto —se sonríe de medio lado—… Ahora hablemos de tu oscuridad.

—¡Mi oscuridad no tiene nada que ver con todo esto, Delancis! —grito enfadada. Luego bajó la voz y le concluyo—. Mientras yo siga siendo una mujer de Dios, ni la oscuridad ni nadie podrá arrastrarme a estas cochinadas.

—Hermanita, déjame contarte una historia:

»El Fundador de la familia Hikari fue uno de los mafiosos japoneses más recordados, al ser él quien controlaba todo lo que se hacía bajo el sol naciente… Natsuki Hikari, nuestro Tatarabuelo. Todo su éxito fue gracias a algo oscuro que se apoderaba de él cada cierto tiempo, esa oscuridad era inteligente, valiente, sanguinaria y temible por todos.

»Se trata de una alteración en el gen D4, es algo que se hereda de los abuelos. Nuestro abuelo Takashi Hikari la tuvo e hizo cosas increíbles cuando alcanzó el poder; ni nuestro padre, ni el tío Yonel obtuvieron esta oscuridad, pues su abuelo no la tenía… la oscuridad debía regresar en nuestra generación, y todo gracias a nuestro abuelo Takashi.

—¿Por qué yo, Dela?... Yo no quiero esto —pregunto angustiada, aterrada.

—El primer hijo de la oscuridad se convierte en un portador, este rol lo heredó nuestro padre: Gabriel Hikari; el segundo hijo del portador es quien hereda la oscuridad, se pensó que Ermac era el segundo hijo, él estaba al tanto de todo, y hasta se obsesionó con recibir esa oscuridad, pues representa poder y control sobre todos.

»Nuestro hermanito investigó todo acerca sobre el gen y encontró que hay un interruptor que lo activa y lo apaga. Ermac siguió investigando sobre ese supuesto interruptor y descubrió que al abuelo Takashi le gustaba estar High to the Sky casi todo el tiempo, que el viejo se volaba sólo para activar su interruptor, y que esa era su manera más fácil para darle paso a la oscuridad.

—Dela…, ¿su adicción a las drogas es por culpa de esa ambición?

—Sí. Cuando apareciste ya era demasiado tarde, ahora consume solo por vicio.

—Yo no… no quiero, Dela…, no quiero esta vida, esta oscuridad... Tengo miedo.

—¿Miedo?... ¡Ja! ¿Quieres que te diga lo que de verdad me tiene aterrada?

—¿Qué?

—Pues adivina, como en toda historia de terror, esta termina con una maldición.

»El primer hijo del portador morirá y la oscuridad tomará su lugar…

»El hermano mayor del tatarabuelo Natsuki murió al recibir un disparo en el corazón, también el hermano mayor del abuelo Takashi… Al parecer, mi muerte podría estar cerca. —Luego de estacionar el auto a un lado de la mansión, me mira con mucha angustia—… Yo no quiero morir, Ino… No debiste activar esa oscuridad.

Caigo rendida sobre mi cama, deseando darle fin, lo más pronto posible, a esta oscura navidad. El reloj de la pared marca la medianoche exacta, y parece que mi cerebro está muy ocupado como para ponerse a dormir.

No quiero que mi hermana muera por mi culpa ni tampoco quiero ser la líder de una mafia… Mi vida es una desgracia a tiempo completo.

CAPÍTULO 48: La mujer que superó su oscuridad.

Antes de que me consumiera la oscuridad logré encontrarme con Dios, él me aceptó y abrió un camino que se adecuaba solo para mí. Si me hubiese quedado en sus senderos, tal vez mi vida estaría resguardada en el bien, pero estamos desafiando a un destino necio y persistente, que se reúsa a aceptar cambios, se las arregló para sacarme de aquel camino y ahora siento que estoy perdida.

¿Por qué me abandonaron en un monasterio?... ¿Mi madre sabía de mi oscuridad?

Esta es una habitación amplia y con buena iluminación, las delgadas y translucidas cortinas deja que el sol se cuele con facilidad, dejando así una agradable calidez en la habitación. Estoy sentada sobre una silla de madera blanca y frente a un pequeño televisor que cuelga sobre una floreada pared empapelada: Aquí dentro huele a café y a rosas. Tomó un sorbo de mi taza mientras observo el programa mañanero que están transmitiendo en la televisión y mientras espero que la madre de Florence salga del baño, ya que justo la vine a visitar cuando disponía darse un baño.

—Inocencia, gracias por esperarme.  —Doña Danna viene saliendo del baño, se mueve con ayuda de su hija.

—¿Cómo pasó la navidad? —le pregunto sonriente.

—Muy bien, gracia.  — La señora responde mientras su hija la va sentando en el sillón que tengo al lado—. Me apena el no haber estado presente en la cena de anoche, la verdad es que prefiero pasarla viendo películas navideñas. Difícilmente dejo pasar las tradiciones familiares, era así como me recuerdo en las navidades campestres de mi familia.

—No se preocupe, le aseguró que no ir a la cena fue lo mejor para usted. Anoche pasaron algunas cosas… locas. —sonrío apenada.

—En total acierto —Florence me sonríe—… Voy a dejarlas solas para que hablen tranquilas.

—No, me gustaría que te quedaras, Florence. Necesito de una amiga que comparta mi secreto, y creo que eres perfecta para eso.

—Claro, siempre que quieras hablar de algo yo estaré disponible.

—Me alegra que ambas se lleven tan bien —dice Doña Danna—, Miriam y yo teníamos una amistad muy parecida.

—¿Qué fue del pasado de mi madre? Quiero saber de ella.

—Ese pasado es algo turbio. ¿Estás segura que quieres escucharlo?

—Sí.

Doña Danna toma otro sorbo de café y luego aclara la garganta.

—Conocí a tu madre en la Universidad, ella era una de las mejores estudiantes del campus, tenía calificaciones excelentes y, además, era una buena compañera, ya que ayudaba a cualquiera que la necesitará, era una excelente amiga; pero sus buenas acciones y sus excelentes notas no le ayudaban mucho al momento de buscar trabajo, pues le exigían experiencia, y la única experiencia que ella tenía era en el burdel donde trabajaba.

—¿Era bailarina?

—Sí, y no sólo eso…, también era… ¿Cómo decirlo…?

—¿Qué? —mi pecho aprieta con fuerza, los latidos se sienten muy fuerte.

—Mujer de la vida alegre.

—Menos mal, pensé que diría que era una prostituta.

—Ehmmm —me ve extrañada—, me refiero a eso, prostituta. Mujer de la vida alegre es prostituta.

—Oh…, ya veo.

Todo este tiempo le di un significado distinto a esas palabras, al parecer, mi padre no tenía amigos comediantes, él solo disfrutaba del sexo con prostituta, y, por lo que entiendo, una de ella era mi madre. No puedo juzgarla por serlo, no conozco su historia ni sus razones.

—Tu madre deseaba dejar ese mundo, pero los clientes y la administración del burdel no lo permitía, pues ella era la chica más solicitada. Aparte, tenía que pagar las mensualidades de la universidad y, para dejar ese trabajo, primero debía conseguir uno nuevo.

—Está de más preguntar, pero… ¿Cómo se conocieron mis padres?

—Gabriel recién había terminado una relación con Murgos, quien ya se había ganado un lugar en la familia Hikari y era madre de la pequeña Delancis.

«Una noche se dispuso ir a recuperarla, se fue al burdel, pues Murgos era hija de los dueños y la encargada de la administración. Gabriel llegó y no encontró a Murgos, sino a Míriam. Recuerdo las descripciones detalladas que me dio tu madre, ella quedó flechada al instante. Gabriel se encariñó con Míriam y por un momento olvidó su intento de reconciliación con Murgos.

—¿Doña Murgos conocía a mi madre desde hace tiempo?

—Murgos y Míriam tenían una extraña amistad, a ella no le importaba que su amiga fuera una prostituta, en especial porque era su gallinita de oro, tenía que hacer todo lo posible para mantenerla en el burdel, eso fue hasta que llegó tu padre y se la robó.

»Gabriel quería a Míriam en el área administrativa de la empresa familiar, y logró ponerla como asistente administrativa. Ya te imaginarás como eso pudo afectar a Murgos….

Mi madre logró salir de ese mundo, ella pudo superar su propia oscuridad y, por lo que dice Doña Danna, mi padre fue una pieza importante en su vida.

—Estoy orgullosa de ella.

—Sí, en poco tiempo Míriam alcanzó el puesto más alto en la compañía de licores y luego le dio una oportunidad a Gabriel para iniciar una relación romántica. Tus padres se amaron bastante, tuvieron una linda relación y vivieron juntos en esta misma mansión, pero Murgos estaba decidida a recuperar a su marido, hasta que lo logró…, aprovecho el momento de debilidad de aquella relación y logró regresar con Gabriel.

—Entonces Murgos aún amaba a mi padre.

—Las cosas cambiaron, tu padre se dio una oportunidad con Murgos y tu madre encontró a un nuevo mejor amigo; resulta que se trataba del enemigo de tu padre, su recién competidor en el mercado: Guiovanni Paussini.

»Tu padre se sintió traicionado y exigió su carta de renuncia, ese fue un gran golpe para Míriam, era todo lo que ella tenía, con solo un año de experiencia sería difícil encontrar otro trabajo.

»El joven Paussini le permitió quedarse en su casa junto a su hijo, y desde ese momento, mi contacto con Míriam disminuyó. Yo trabajaba con mi esposo en la mansión Hikari y ella estaba del otro extremo de Londres, estuvimos incomunicadas por mucho tiempo, ni Gabriel ni nadie de acá se enteró de su embarazo.

» Una tarde Gabriel se me acercó muy disgustado, parece que alguien había roto un código de silencio. La única persona que conocía el lugar donde escondían los conteiners de mariguana era Míriam, al parecer ella soltó la lengua frente al Paussini. No sé por qué lo hizo, ella no era así de traicionera. Me quedé muy preocupada por ella, porque ya sabía que procedimiento seguía.

—La muerte…

—Le exigí a tu padre que no lo hiciera… que le perdonará la vida. Él me respondió que jamás podría ordenar la muerte de Míriam, que jamás lo permitiría… yo le creí, y aún creo que él no la mató.

—¿Pero el asesino no fue un sicario de esta familia?

—Sí —al escuchar su respuesta mi mundo se detiene por completo, mi mente se revuelca intentando buscar otras posibilidades, pero todo es tan claro… Todo este tiempo ha estado frente a mis ojos—, supongo que ya tienes tu respuesta, Inocencia.

—Sí…

Me levanto de la silla y salgo a toda prisa por la puerta de la habitación, voy vuelta el diablo, y desconozco si esta ira es producto de la oscuridad, yo solo quiero que me lo diga en la cara, que lo acepte.

—¡Inocencia, espera! —Florence viene siguiéndome, trata de alcanzarme, pero yo avanzó más rápido —. ¡Detente!

Subo las escaleras de manera acelerada, con mi respiración agitada, mis ojos divisan a mi hermana en lo alto de la escalera y entonces me detengo.

—Florence, ¿pasa algo? ¿Por qué le gritas? —Delancis me observa con cierta preocupación.

Yo avanzó hacia ella y entonces le digo frente a frente:

—¡¿Que qué pasa?!... Que tu madre es una maldita asesina.

—Mierda… —murmura Florence.

—Pero Qué… ¡¿Qué bicho te pico?... Ah, no… ¿Te drogaste? —me observa con una mirada fría e intimidante, con una sonrisa llena de cinismo.

Chocó su hombro al pasarle a un lado y continuó mi camino rumbo a la habitación de Doña Murgos, tanto Florence como Delancis me siguen, pero no me alcanzan antes de que abra abruptamente la puerta de la habitación de la vieja.

—¡Ay caray! —la vieja Murgos grita espantada al escuchar como la puerta se estrella contra la pared —¡¡Cómo se atreven a irrumpir de esa manera en la habitación de una pobre anciana!! —la encontramos aún recostada en la cama, leyendo un libro de Mafalda.

—Eres una asesina, mataste a mi madre —digo entre dientes mientras controlo mis sollozos.

—¡Oh, por un demonio! ¡¿De dónde saca eso esta mujer?! —Murgos lanza su libro sobre la cama y se levanta lentamente de la cama, claramente se escucha como todos sus huesos empiezan a crujir.

—Míriam era tu amiga, y aun así la mandaste a matar… —le reprochó dejando escapar una lágrima.

—Cuidado con las acusaciones que salen de tu boca, Inocencia —Delancis me jala con rudeza para sacarme de la habitación, pero antes logró librarme.

—¿Qué?... ¿Me vas a matar? —no debí decir eso…, lo sé, fue demasiado.

—Jamás mataría a mi familia —Delancis se ve muy molesta.

—Ino, mejor salgamos, tal vez entendiste mal —dice Florence mientras me toca sobre el hombro.

—¿Quién te dijo tal mentira? —la pregunta de Murgos nos pone atentas.

—Vengo de hablar con Doña Danna, y lo sé todo.

—¡Vaya, vaya! ¿Danna me acusó? —se exalta extrañada.

—Bueno…, no…

—¡Insensata, piensa antes de actuar! —me regaña Doña Murgos—. Míriam era mi mejor amiga, te soy sincera cuando te digo que la quería mucho, y no sabes lo mucho que dolió el saber que había muerto. No sé quién pudo haber ordenado su muerte, lo que sí te digo con seguridad es que ni tu padre ni yo estuvimos implicados en esto…, no éramos los únicos en dar órdenes.

Luego de disculparme con todas, salgo cabizbaja de la habitación. Necesito despejar mi mente y alejarme de todo esto, me siento fatigada, colmada de tantas verdades ocultas.

Entro a mi habitación y caigo tendida sobre la cama, trato de distraer mi mente con cualquier cosa, como, por ejemplo, esos diseños geométricos que tienen las lámparas de mi habitación, también mis crucifijos y mis estatuillas… Este es mi espacio, y aquí me siento a salvo.

«Por fin, ahora sí podré relajarme».

Alguien está tocando la puerta de mi habitación.

—Adelante.

Es Delancis, y se queda parada bajo la puerta, me observa con una mirada llena de consolación y con una sonrisa que emana calidez.

—Dela, de verdad…, lo siento tanto.

—Sí, sí, hace unos minutos te disculpaste. —Mi hermana decide venir hacia mí, se acuesta a un lado mío y así ambas quedamos tendidas bocarriba sobre la cama, contemplando el cielorraso—. Espero y la persona que mató a tu madre lo pague de la peor forma... Si tan solo supiera…

—No —le interrumpo—, no vas a hacer nada, ni tu ni yo. Esta justicia sólo le compete a Dios, porque él es justo.

—Confías mucho en él —dice fijando sus ojos avellanos en los míos.

—Claro, porque los planes de Dios son perfectos para quien cree en él.

—Enséñame a creer, necesito tener esa fe que tú tienes, porque tengo miedo.

Oh Richard, yo no puedo abandonar a mi familia, porque ya pasé por eso… y duele mucho.

—«Confío en que tú me vas a proteger siempre, Jesús». Repítelo todas las noches luego de tus oraciones, y cuando sientas que realmente lo estás creyendo, esa será la fe en ti.

Mi hermana puede sonreír de verdad, y cuando lo hace se le dibuja una linda sonrisa. No puedo evitar sonreírle con cariño.

—¿Qué tienes pensado hacer hoy? —me pregunta regresando su mirada al cielorraso.

—Ehmmm…

Cierto, hoy volveré a ver a Richard, a estas horas ya debería haberme chateando o llamado, pero aún no hay señales de él. ¿Será que se le olvidó?... Creo que voy a intentar llamarle yo.

Tomó el teléfono de la mesita de noche y empiezo a buscar el número de contacto de Richard, sé que lo guardé en el teléfono, pero no lo encuentro.

—¿Qué haces, Ino?

—Estoy buscando el número del Detective Kross.

—¿Pará qué?

—Quedé en verme con él en Bentall Center, iremos de compras junto.

—Espera, ¡¿Qué?! —Se levanta y queda sentada sobre la cama —¡¿Estás demente?!

—Bueno, solo cuando me drogo.

—No puede hacerte amiga del cazador de mafias.

—Pues yo confío en él, somos buenos amigos.

—A ver, ¿cómo te lo explico, niña?... El ratón y el queso jamás podrán ser amigos… En este caso el Detective sería el ratón y tu serías el queso.

De repente, se empieza a escuchar por todo el pasillo los gritos agudos de Marisol, está llamando a su madre de manera sofocante y desesperada.

—Bueno, ya sabes… Ten cuidado con tus amistades, Ino —Delancis se levanta de la camina y sale a toda prisa de la habitación.

—¡Mami!, dice la muñeca de trapo que necesita usar tu shampoo para lavar el cabello de Agosta.

Esta niña me hace reír con sus ocurrencias.

Continuó con mi búsqueda de contacto en mi celular, pero no logro encontrar el número de Richard. Esto es muy raro, si nadie ha usado mi… Un momento… Dimitri.

CAPÍTULO 49: Charla de mafiosos.

Aun estando acostada sobre mi cama y con el celular en mis manos, empiezo a buscar el número de contacto de Dimitri…Uno, dos, tres intentos fallidos para sostener el celular en mis manos. ¡Jesucristo, esto casi me revienta un seno!... Sostengo con fuerzas el celular en mis manos y continúo buscando el número de contacto de Dimitri… Aquí está… Al llevármelo a la oreja escucho repicar los tonos, este no demora en contesta la llamada.

—¡Flor de jazmín, es un milagro recibir tu llamada! ¿A qué se debe esta sorpresa?

—¡Dimitri, borraste el número de Richard!

—¿Eh?

—La vez que regresábamos de la casa hogar, tu estabas trasteando mi teléfono, y resulta que estabas borrando el número telefónico de Richard.

—Ah, sí, borre el número de Elmo.

—¡¿Elmo, ya le pusiste un sobrenombre?!

—Sí, él es Elmo, Elmorrinoso —le escucho reír por el teléfono, eso me pone aún más furiosa.

—¡Respeta, Dimitri!

—Ok, ok… Veo que te importa…

—Sí.

—Donde lo vea lo mató —su tono es gélido y sincero—, nadie pone sus ojos en mi chica.

—Disculpa, ¿tu chica? —me echo a reír—. Yo no soy tuya, ni de nadie.

—Bueno, ¿podemos decidirlo con una moneda?

—¿Qué?

—La próxima vez que nos veamos tiraré una moneda, si sale cara eres mía, y si sale cruz soy tuyo.

—Te crees muy listo, ¿no? —vuelvo a escuchar sus risas—… Eres un caso perdido, Dimitri —le digo mientras dejo ir un par de risas.

—Sí, bueno… Discúlpame por haber arruinado tu cita y por no arrepentirme de hacerlo.

—No importa, de seguro Richard buscará la forma de contactarme.

—Y yo volveré a arruinarlo, hasta que entiendas que no pienso compartirte con nadie.

—Por favor, Dimitri, ya basta. Richard es solo un amigo.

—¿Amigo?, ¡Ja!... Ten cuidado con lo que hagas, Inocencia. Él es un importante problema en tu familia, podría estar utilizándote.

—Tú también podrías estar utilizándome para matar a mi hermana.

—Bueno, sí…, pero sabes que jamás podría utilizarte. Si mató a tu hermana, será por mis dotes criminalísticos.

—Adiós, Dimitri.

Así es Dimitri, en un momento intenta llevarte volando hacia la luna y en medio camino se desconcierta y te deja caer, mostrándose como realmente es: como un hombre desquiciado y maníaco, uno que es capaz de hace horrores con tal de alcanzar sus intereses.

Por la ventana se muestra una resplandeciente tarde. Me levanto de mi cama y salgo de mi habitación. Al cruzar el pasillo empiezo a bajar las escaleras del vestíbulo y, mientras voy andando, me vienen recuerdo de aquella noche en la cabaña, de cuando le di mi primer beso y de cómo nos divertimos juntos… Aun no comprendo cómo pudo pasar, como es que él me hace sentir tan diferente, me ha permitido conocer y explorar sensaciones que jamás había sentido.

—Inocencia, espera…

Me detengo de inmediato, pues reconozco ese tono de voz, es mi tío Yonel.

Volteo la mirada y le sonrío.

—Buenos días, tío.

—Buenos día... ¿Podemos hablar? —Continúa bajando los escalones.

—Sí, claro.

El tío Yonel me lleva por el pasillo que da al área social con piscina, pero antes abre la puerta del salón de billar, enciende las luces, y así toda la habitación es iluminada con un suave tono dorado. Aquí dentro hay una hermosa y elegante lámpara colgante que alumbra la superficie verdosa de una mesa de billar, de un lado está un bar junto con un rústico estante de madera que guarda gran variedad de licores, y del otro lado un juego de sofás color aceituna donde parece haber estado esperándonos el tío Edward, quien, al verme entrar, me saluda mostrándome una cálida sonrisa.

—Hola, sobrina. Bienvenida a los negocios familiares —el tío Edward siempre está sonriente, podría estar lidiando con un dolor de tripa y nadie se enteraría —. Ven, toma asiento. Alexis no demora en llegar.

—Así que se trata de eso, hablaremos de negocios —digo mientras me siento al lado del tío Edward.

—Me dijo Delancis que ya estas al tanto de…, bueno, no todo, pero sí lo primordial referente a los negocios familiares. —El tío Yonel camina directo hacia el bar.

—Sí… ¿Y dónde está ella?

—Fue a dejar a Marisol a la mansión Diamond. —El tío Edward coloca un tabaco en sus labios y empieza a darle vueltas mientras lo prende—. Hoy el abuelo Frank y la tía Mya pasarán el día con la pequeña.

—Frank es el señor que llegó aquí todo alocado buscando a Alexis, ¿verdad?

—Sí, hablemos de la familia Diamond.

El sonido de la perilla de la puerta nos alerta de la llegada de alguien, es Alexis quien asoma su cabeza y luego entra al salón.

—Genial, llegue en buen momento. Me encanta hablar de la familia Diamond.

—Alexis, hablaremos de tu Diamond favorito. —El tío Yonel está parado frente al estante que está dentro del bar, le vemos alcanzar una botella que parece estar sellada y, luego de abrirla, vierte el licor de tono dorado dentro en un vaso con hielo.

—Mr Frank, alias: recipiente de muestra de esperma —mi tio Edward usa un tono jocoso.

—¿Cómo así?

—Inocencia —mi tío Yonel acapara mi atención—, creo que ya sabes que Don Frank es el suegro de Delancis, y abuelo de Marisol. —Le veo cortar una rodaja de limón para luego echarla dentro del vaso.

—Sí, algo de eso me comentó Lottie.

—Tiene dos hijos, Thomas y Mya Diamond —dice mientras vierte licor en un segundo vaso.

—Solo tuve el «placer» de conocer a Mya Diamond, de Thomas no sé mucho —respondo mientras le veo venir con ambos vasos en mano.

—Thomas está desaparecido, nadie sabe si está vivo o sí ha muerto —el tío Edward recibe uno de los vasos con licor—. Diamond cree que tenemos que ver con la desaparición de su hijo.

—Me da pesar por la pequeña Marisol… ¿Cómo lo tomó Delancis?

—Nuestra Delancis cree que él sigue vivo —Alexis responde y, luego de recibir el otro vaso de licor, agrega—, ella tiene a parte del clan Myer buscándolo, pues le prometió a su hija que su padre regresaría.

—Se enamoró del hombre equivocado —recalca el tío Yonel, quien va de regreso al bar del salón.

Entonces Delancis tiene a alguien a quien ama de tal manera que se reúsa a perder las esperanzas. Debe ser muy difícil para ella no recibir noticias y, más aún, estar ocultándole la verdad a su hija para mantener sus ilusiones vivas. Ojalá pudiera hacer algo por ellas.

—Por ahora, la familia Diamond no es un problema, pero igual hay que andarse con cuidado, aquel supuesto estado de paz que existe entre ambas familias es algo que aún está vigente gracias a Marisol…, bueno, excluyendo a los Evans. Alexis está en la lista negra de Frank Diamond, donde lo vea lo mata —mi tío Yonel saca otros dos vasos de vidrio, sirve hielo, licor y un par de rodajas de limón en el fondo de los vasos.

—Si, recuerdo ese show —sonrío con Alexis.

—Ellos son quienes controlan las ventas de armas ilegales en el Sur de Londres —dice el tío Edward—, no nos metemos en sus negocios y ellos de igual manera respetan los nuestros… Si necesita armas, vas con ellos.

—Quiero que tengas claro que nuestra guerra es contra Dimitri Paussini, el mismo que secuestró a Ermac y a ti. —Mi tío Yonel se acerca y me entrega uno de los vasos con licor—. No sólo eso, también se han metiendo en nuestro territorio y ha empezado a vender los mismos productos que nosotros.

Lo sé, y aún no sé cómo lidiar con eso, pues acepto que Dimitri, de cierto modo me agrada, no permitiría que le hicieran daño a él ni a su familia…, es más, no permitiría que le hicieran daño a ninguna otra persona, ya sea si la conozco o no, son seres humanos y yo no soy una criminal.

No puedo aprobar estos hechos tan inhumanos, por más familia que sea, los quiero, pero no sus formas de ganarse la vida, de resolver problemas. Este no es mi mundo.

—Bueno… —Bebo un trago del vaso, lo dejo en la mesita de centro y me levanto del sofá—. Yo no quiero estar involucrada en sus negocios, sáquenme de esto, yo me largo de aquí.

—No puedes andar sola, Ino, serás cazada —lo dicho por Alexis ha detenido mis pasos. Doy media vuelta y, sintiéndome sumamente preocupada e intrigada, fijo mis ojos en él.

—¿De qué estás hablando? —De repente, los latidos de mi corazón se sienten tan potentes.

—Los Hikari y los del clan kamikaze están siendo cazados por la más peligrosa mafia del Japón, los Yakuza.

—¡¿Qué?! —Me llevo las manos a la cabeza—... ¿Más Mafias enemigas?

—¿No te emociona? —mi tío Edward ríe con cinismo—. Nuestra familia siendo perseguida por la peor de la mafia. Me siento tan importante.

—Pues no, yo me siento aterrada —Regreso a sentarme en el sofá e inmediatamente agarro el vaso para tomar un buen buche de licor.

Mi tío Yonel se sienta sobre la mesita de centro, acerca su singular mirada sombría y me observa sin tan siquiera pestañear.

—Cuando mi padre aún era joven, era miembro de la Yakuza, y estando ahí descubrió algo que muy pocos logran encontrar, unos túneles subterráneos que daban a uno de los bancos clandestinos de la Yakuza, en él aguardaban aproximadamente 300 mil millones de yenes japoneses, era una especie de «cueva del tesoro», libre de los impuestos del gobierno y oculto de todos los clanes. La hazaña de Takeshi Hikari se vio respaldada por los Kamikaze, que en aquellos tiempos eran de los diez clanes más importante de la Yakuza.

—Ellos tiene bajo su poder a más de tres mil clanes en todo el mundo, y de seguro ya saben de tu existencia. —Mi tío Edward exhala el humo de tabaco—. Así que, si llegan a encontrarte sola y sin protección, no habrá nada ni nadie que te salve.

»Lottie está clara de eso, y aun cuando odia estar aquí, sabe que es el único lugar donde estará a salvo. Vino con nosotros luego de la muerte de Gabriel, pues hace años mi hermano logró firmar una especie de tratado con los líderes de la Yakuza, ningún clan pondría una mano sobre su familia y sobre los Kamikaze, siempre y cuando los Hikari nos mantuviéramos pagando un alto impuesto de protección…, pero tras la muerte de Gabriel se deshizo todo acuerdo con la Yakuza.

—Enemigos actuales: Paussini y Yakuza. Ambas Mafias han puesto precio a cada una de nuestras cabezas —me dice Alexis en un tono convincente—. ¿Dudas al respecto?

—¿C-Cuánto cuesta cambiar de rostro e identidad? —pregunto, pues esto me tiene muy asustada.

El tío Yonel me sonríe de manera torcida mientras el resto se echan a reír al escuchar mi pregunta; yo lo dije muy en serio, es la única y mejor idea que tengo para no ser asesinada por unos locos japoneses.

—Nadie huye de la Yakuza, aunque traspases tu espíritu a otro cuerpo, ellos siempre te encontrarán.

—¡Santo cielo! —Restriego mis manos sobre mi rostro—… ¡¿Cómo pueden dormir tan tranquilos?!

—Porque tenemos a nuestros clanes informados de cada asiático que pisa el sur de Londres, estamos bien protegidos en esta mansión, y nosotros no somos fáciles de cazar. Por eso necesito que tomes tus clases de manejo de armas y que te hagas fuerte, Inocencia, en especial, que logres controlar tu oscuridad.

Maldición, aquí vamos de nuevo… Mi oscuridad.

—Mi oscuridad es mala, tío, ella no puede andar suelta por ahí.

—Solo debes dejarla salir en los momentos necesarios.

—¿Y cómo se supone que se logra eso? Si aquella vez que apareció casi no regreso, si fuese por ella quedo drogada de por vida.

—Parece que no solo tú tienes miedo, sobrina —me dice mi tío Edward—. Por lo que nos dices, tu oscuridad igual tiene miedo de no regresar, y por tal razón busca drogarse para mantenerse presente.

—Exacto, puede ser eso —afirma mi tío Yonel fijándose en su hermano—, tal vez aceptándola como parte de…

—No voy a andar drogándome, tío —le interrumpo—No me volveré una adicta a las drogas.

—No, solo tienes que encontrar tu activador definitivo.

—Y mientras tanto, ve a tus clases de manejo de armas —me insiste mi tío Edward—. Aprender a usar un arma no significa que te convertirás en una asesina en serie, eso puede ayudarte a salvar muchas vidas.

Respiro hondo y dejó caer mi cabeza sobre el respaldar del sofá, al parecer ya estoy dentro de todo esto, y fue así desde aquel momento en el que puse un pie dentro de esta mansión. Una mujer que vivió su vida en los senderos de Dios, que se comprometió para traer paz a este mundo, esa misma mujer está a punto de desatar una tormenta infernal, pues es justo lo que pasará cuando acepte esta oscuridad, Londres podría arder en llamas.

Mi celular está sonando, es un número desconocido.

Me levanto del sofá y dejó a esos tres hablando de cosas de mafiosos, salgo del salón y respondo la llamada.

—¿Hola?

—¡Inocencia!... Soy Richard, por favor no me cierres la llamada.

—¡Oh, Richard! —mi corazón pega un brinco—. ¿P-Por qué crees que te cerraría la llamada?

—Porque has bloqueado mi número…, y comprendo, después de lo de ayer, debes estar molesta conmigo. Por favor, discúlpame.

—No, no… No estoy molesta, tampoco bloqueé tu número, creo que «Marisol» anduvo mi teléfono y algo hizo que te bloqueó.

—Menos mal —se escucha aliviado—… ¿Entonces podré verte hoy?

—Sí, claro —le respondo sonriente.

—Pasaré a buscarte dentro de una hora, ¿te parece bien?

—Bien, te espero.

¿Qué debería hacer para que Dimitri no se entere de esto?... No quiero fomentar otro caos en Bentall Center.

CAPÍTULO 50: La primera cita.

Hoy usaré mi sonrisa más bonita y rociaré tras mi oreja la mejor fragancia, esa que me hace ver el mundo de manera positiva.

Sacó de mi closet la mejor ropita que tengo hasta ahora, el invierno aún se siente, así que elijo unos jeans largos que se ajustan perfectamente a mis piernas, me pongo una blusa de lana blanca y alrededor de mi cuello guindo una bufanda gris, la acomodo tal como me enseño Lottie. Me pongo mis botas negras y, con cierta dificultad, me paseo por toda mi habitación para practicar un rato mi taconeo, las botas no tienen un tacón demasiado alto, pero no quiero quedar en pena, y menos quiero avergonzar a Richard, a ningún chico le gustaría salir con una chica que camina como borracha desequilibrada.

—Bien, no es tan difícil…, puedo moverme bien con esto.

Me detengo frente al espejo y agarro el jacket negro que está sobre el perchero de alado, al ponérmelo me contemplo de arriba a abajo, acicalo mi cabello y reviso mi maquillaje…. Me veo fantástica.

Mi celular acaba de notificarme de un chat, es de Richard: «¡Hola, ya estoy fuera de la garita! ¿Te espero aquí o entro por ti?».

«Espérame afuera, no demoro», le respondo con otro chat.

Agarro mi bolso y salgo de mi habitación con algo de prisa.

Estoy muy emocionada, en mis tiempos en el convento siempre imaginaba como sería estar en una cita con un chico, y ahora que mi vida ha cambiado, estoy convirtiendo aquella imaginación en una realidad. Solo espero que esta cita sea muy linda y que todo salga bien.

—Inocencia, ¿a dónde vas? —es la voz de mi tío Yonel, me ha sorprendido abriendo el portón del vestíbulo.

—Estaré en Bentall Center… Y no se preocupe, estaré con un par de guardias de seguridad y también con el detective Kross.

—Bien…, ve con cuidado, que cada vez que sales de esta casa eres secuestrada o perseguida por alguien.

—Lo sé —le sonrío al sentirme conmovida—…, tranquilo.

Mi tío me asiente desde la parte baja de la escalera, con esa suspicacia y con ese misterio que sólo él sabe mesclar tan perfectamente.

Al salir de la mansión, el frio hace que exhale aliento sobre mis manos y, al levantar mi rostro hacia el cielo, mis ojos son encandilados por el brillo de aquel sol que aparenta ser cálido sobre un invierno que aún está presente.

En la lejanía del jardín puedo ver a Peter, parece que está haciendo guardia por los alrededores de la mansión. Levanto la mano para saludarlo y él decide venir corriendo hacia mí.

—Señorita Inocencia, ¿necesita un auto para salir?

—Sí, por favor.

El auto no demora en llegar.

Al cruzar la garita, lo primero que hago es buscar el auto del detective, lo encuentro estacionado en el hombro de la calle, aproximadamente a diez metros de la garita. Richard se baja del auto, le da la vuelta al auto y me sonríe mientras me abre la puerta, mostrándose tan caballeroso y galante frente a mí.

—Un gusto verla, mademoiselle —me sonríe tras la puerta del auto y extiende su mano invitándome a entrar—. No es la mejor de las carrozas, pero haré de este su mejor viaje.

Si sigue sonriendo y mostrando esos hoyuelos en sus mejillas, no creo que pueda pedir más.

El resto del viaje hablamos de nosotros, de nuestra infancia, de las cosas más locas que nos ha pasado, que, por cierto, las mías son muchas; como, por ejemplo: cuando era solo una niña, una de mis amiguitas del convento me encontró llorando a causas de un dolor de cabeza, ella fue corrigendo a la enfermería y me trajo una pastilla efervescente junto con un vaso con agua, me trague esa pastilla y casi muero ahogada por la espuma que empezó a salir por mi boca.

—¡Wow! Jamás escuche de algo así —le escucho reír a carcajadas.

—Toda mi boca empezó a echar espuma, fue aterrador.

—Hubieras cerrado la boca —sigue riendo hasta ponerse rojo—, tal vez hubieras salido volando.

—¡Te imaginas! —las ganas de reír me invaden— Hubiera sido la protagonista del segundo alunizaje.

Al llegar al Mall, la música y la decoración navideña pareciera flotar en lo más alto del lugar; aquí hay una gran cantidad de personas, pues hoy es el día de ofertas post-navidad, en Londres le llamamos el Boxing Day.

—Inocencia, ¿qué tal si primero comemos algo?

—Sí, buena idea.

No sé hacia dónde me lleva, solo sé que vamos rumbo hacia algún restaurante, y pareciera que ya estuvo pensando a cuál ir, porque hemos pasados al lado de un buen par y ni siquiera ha volteado la mirada para ver opciones. Voy caminando a su lado, sin temores ni miedos, pues con él me siento protegida, y me agrada pasar tiempo juntos. Hoy no viste con aquel estilo que siempre usa en la oficina, esta vez tiene puesto un hoodie color gris que tiene bordado un pequeño y gracioso cocodrilo de un lado, un tshirt polo negro, unos oscuros jeans color azul y tenis negros.

—¡Llegamos! —Se adelanta hasta la puerta y la abre para mí—. Adelante.

Al instante en el que cruzó la puerta, quedó fascinada con la delicadeza y elegancia del lugar: el revestimiento de la pared es un enternecido color turquesa con detalles de roble, algo muy agradable para la vista; mesas redondas y sillas de metal con cojines floreados en beige; imposible ignorar como el fino y sutil perfume de las azucenas invaden con una precisión agradable, y unas hermosas hortensias azules que adornan un par de divisores dentro del lugar. Esta ocasión se siente tan perfecta, unas cuantas frases de motivación pueden leerse desde una pared; aquel retrato de la Torre Efiel bajo un magnífico atardecer. Fácilmente todo puede disfrutarse, como aquella melodía francesa que se caracteriza por el sonido de un nostálgico acordeón, y la compañía de la única persona que me hace sentir a salvo y relajada. No puedo pedir más.

Richard hala mi silla y me permite sentarme, viéndose nuevamente como todo un caballero.

Ya estando sentados en una mesa, ambos levantamos los menús y empezamos a leer… Para mi suerte, el menú tiene imágenes de los platos, porque sí fuera solo por los nombres, no entendería nada.

—Pide cualquier cosa, con confianza.

—Ok, gracias.

En eso se nos acerca un camarero de sonrisa amigable.

—Bonjour, mes chers —el camarero nos saluda de manera Cortés, en sus manos trae una pequeña libreta para anotar nuestro pedido.

—Oh Bonjour, Monsieur. —Me derrito al escuchar el acento francés de Richard—. Que recommandez-vous de boire?

—Vin Chaud français, monsieur.

—Sí, siempre me ha gustado. —Richard voltea a verme, no comprendo que estarán hablando, pero ese «siempre me ha gustado» me ha hecho sonrojar.

—¿Y usted señorita? —el camarero se refiere a mí aún con un acento francés—. ¿También vino caliente?

—¡¿C-Cómo así?! —Siento como la tonalidad rojiza de mi rostro empieza a intensificarse—. ¡¿Cómo se atreve a… a preguntarme eso?! —titubeó al sentirme avergonzada.

¿Qué cosa pudieron estar hablando como para preguntarme tal barbaridad?... ¡Santísimo!

—Non, Non… se equivoca, madame —el camarero trata de salvar la situación—. Lo que intentaba preguntarle es que, si desea beber una copa de vino caliente, en Francia se le llama: Vin Chaud.

De inmediato, mis ojos buscan a Richard, es evidente como está intentando reprimir una risa, trata de verse sereno y respetuoso frente a mí, pero le entiendo, soy experta haciendo el ridículo.

—Lo lamento tanto —digo apenada, mientras tapó mi rostro con mis manos, luego levanto la mirada y le digo—… Sí, quiero probar del vino caliente.

—D'accord, lo agregaré a su orden.

—Yo quiero ordenar cassoulet.

—Ok, ¿algún postre? —El camarero empieza a anotar todo lo ordenado por Richard—…. Listo.

—¿Ya elegiste qué comer? —me pregunta Richard.

—Sí —Levantó el menú frente al camarero y le señaló el plato—, quiero esto…, no sé cómo se lee, disculpe.

—Soupe à lʼoignon.

—Ese mismo —le confirmó y él de inmediato lo anota en su libreta.

—Ok, se lo traeré lo más pronto posible, mandame —me sonríe a boca cerrada.

—Gracias.

Tan pronto como el camarero se aleja de nosotros, Richard comenta:

—Que ruda eres, Inocencia. Vino caliente con sopa de cebolla.

¡¿Sopa de cebolla?!... ¡No debería comer algo que termine apestado mi aliento!... ¡Oh, Jesucristo!... Eso me pasa por pedirlo sin antes preguntar sobre el platillo.

—Es que soy amante de la cebolla —Últimamente estoy mintiendo mucho. Perdóname, Señor.

—Tranquila, tu solo disfruta del momento.

Luego de haber pasado unos diez minutos, vemos al camarero aproximarse junto con una bandeja que trae en una sola mano, con cierta destreza deja los platillos sobre la mesa junto con los cubiertos. La presentación de los platillos no está nada mal, está sopa se ve muy deliciosa, y viene acompañada con unas rodajas de pan.

—Ya les traigo el Vin Chaud —nos dice.

—Merci —le dice Richard. Luego el camarero se retira.

Richard se percata de que le estoy viendo, esto lo aprovecha para regalarme una sonrisa.

—Te recomiendo mojar el pan dentro de la sopa, sabe riquísimo.

—¿Ya lo has probado antes?

—Sí, mi madre era francesa, amaba la cocina de su país.

—Ya veo…, por eso tan perfecto francés.

—Soy perfecto, pero no francés —ambos nos echamos a reír ante tal fanfarroneo—… Aprendí el idioma gracias a mi madre, ella me hablaba mucho en francés.

—Ok, ahora comprendo. 

El camarero no demora en regresar, viene junto con las copas de vino y, al ponerlas sobre la mesa, me percato de las rodajas de naranja junto con varios arándanos que están flotando sobre el vino rojo. Al tocar la copa me doy cuenta de que es tan cálido como una taza de té.

Terminamos de comer, y puedo asegurar que la comida estuvo deliciosa, tal como lo dijo Richard, elegí un plato exquisito, el problema es que ahora trato de no abrir mi boca frente a Richard, pues temo que me sienta mal aliento… Necesito una pastillita de menta, ¡URGENTE!

—¿Te ha gustado la comida y el lugar?

—Ujumm —asiento para evitar abrir mi boca. Volteo mi mirada y, sin verle, le digo—… Voy al baño.

Es lo menos que puedo hacer, enjuagar mi boca, pero, por más que lo intente, aún siento el sabor de cebolla en mi boca. Esto está muy mal… ¡DIABLOS!

Al salir el baño, veo que Richard está hablando con el camarero, tiene su billetera en mano, parece que acaba de pagar la factura. Al llegar con ellos, el camarero voltea a verme para sonreírme de manera agradable, Richard se levanta de la silla y luego nos despedimos del gentil camarero.

A pesar de toda la vergüenza que pasé, pude tener un rato agradable junto a Richard, y entre todos estos malos entendidos, tal vez algo si era cierto, pues él, ante mis ojos, parece ser un chico perfecto.

—¿A dónde quieres ir a comprar? —me pregunta, y como yo no quiero abrir mi boca, terminó encogiendo los hombros—. ¿Qué tal si entramos a la primera tienda que veamos a nuestra derecha? —le asiento mientras le sonrío—… ¿Pasa algo?... No has dicho una sola palabra desde que salimos del restaurante.

Volteo la mirada hacia la derecha y entonces respondo:

—No te preocupes, estoy bien.

«Qué pena, debe estar pensando que me comportó indiferente… Maldición».

Y así, la primera tienda que aparece a nuestra derecha tiene de nombre: Prada. Desde aquí afuera puedo reconocer que tan costoso pueden estar todo ahí dentro, todo es tan elegante.

—Richard, no es necesario entrar a esa tienda, podemos ir a otra.

—Nada de eso —Richard abre la puerta de la tienda y me invita a pasar.

Los vendedores nos saludan de manera cortés al darnos la bienvenida. Al divisar rápidamente el lugar, el primer estante de ropa que mis ojos encuentran tiene precios extravagantes para mi humilde forma de vestir, esto es demasiado. Volteo a ver a Richard y él solo me sonríe, me extiende su mano insinuando que tome lo que guste.

Entonces me le acerco y, luego de desear no tener mal aliento, le susurro al odio:

—Richard, es demasiado costoso.

En eso, siento como Richard aparta parte del cabello que cubre mi cuello... Oh, por Dios, Richard…, esa manía que tienes para acelerar mi ritmo cardíaco.

—Tienes pecas en el cuello, ¿lo sabías?

Nuestros rostros están tan cerca… Con sutileza usa sus dedos para acomoda parte de mi cabello sobre mis hombros… Nunca habíamos estado así, es tan atrayente, tanto que nuestros labios están a punto de rozar, pero antes recuerdo mi pésimo sabor de boca, así que retrocedo un paso y, del estante más cercano, rápidamente agarro algo al azar.

—Me gusta esta ropa —digo con el corazón desquiciado y al borde de una taquicardia.

—Ese vestido es hermoso —lo que me dice me trae de vuelta a la realidad. Entonces es cuando me da por ver aquel vestido corto de color negro que tengo en mis manos... Es cierto, es hermoso—. Está de más decirlo, pero de seguro se verá lindo en ti.

Cupido, hasta cuando dejarás de dispararme flechas, ya me tienes embobada y algo aturdida, así que está bien, lo acepto, Richard me gusta.

—Gracias, Richard.

Las vendedoras de esta tienda son muy buenas haciendo su trabajo, no sólo se conformaron con vender el vestido, también buscaron la forma de trabarme unos zapatos y una estola que combina perfectamente con el vestido, golpearon el ego y se aprovecharon de la caballerosidad de Richard, y claro, de mi miedo a decirle «no» a la sonrisa galante de este chico.

Logramos salir de la tienda antes de que Richard terminará gastando todo su dinero en ropa femenina, se supone que hoy vendría a comprar cosas baratas y en rebaja, no quiero que Richard siga gastando tanto en mí, ya no quiero seguir comprando, es demasiado por hoy.

—Richard, creo que ya… —me detengo al encontrar el rostro de Richard algo inquieto, observa a su alrededor con cierto disimulo—. ¿Qué pasa?

—Creo que nos están espiando.

¡Oh, Virgencita!… Que nadie se aparezca a arruinar este día.

—¿Viste a alguien? —le pregunto mientras observo a mi alrededor.

—He visto a varios tipos observándonos, pero al momento que los pillo, se esconden —Con su brazo rodea mis hombros, como si me protegiera con ello—… Muy sospechoso, creo que es mejor irnos.

—¿Crees que sea Dimitri? —pregunto mientras aceleramos nuestros pasos.

—¿Alguien más que quiera matarnos?

Mientras vamos caminando a toda prisa entre los amplios pasillos del mall, me llegan recuerdos de la historia contada por el tío Yonel… ¿Serán ellos?… Por favor, no. Por primera vez estoy deseando que aparezca Dimitri junto con todas sus terroríficas escenas de celos, porque sí resultaran ser los Yakuza, estaremos en problemas.

Estoy aterrada, mi respiración está demasiado agitada al igual que mi ritmo cardíaco, subo la mirada buscando el rostro de Richard y lo encuentro algo preocupado e inquieto.

—¡Señorita Inocencia! —Peter, quien me estaba escoltándonos desde lo lejos, se me acerca sorpresivamente, espantándome al instante; justo ahora tengo el corazón en la boca—. ¿Qué sucede? ¿Por qué caminamos tan rápido y tan angustiados?

—¡Peter! El detective cree que alguien nos está espiando.

—No se preocupen, vayan a los estacionamientos y regresen al auto, nosotros les escoltaremos.

Mientras avanzamos con largos pasos, veo en lo alto del mall a algunos tipos raros que también empiezan a moverse a la misma velocidad que la nuestra.

—¡Nos están siguiendo! —Peter habla desde su intercomunicador—. Matt, Rey, cuiden las entradas de los estacionamientos, que nadie pase hasta que nosotros salgamos.

Rápidamente entramos a los estacionamientos subterráneos de Bentall Center, la luz aquí abajo no es muy favorable y a los alrededores se ven algunas personas que recién están llegando con sus autos.

Tengo mucho miedo, aun cuando Richard me lleva corriendo de la mano, me siento aterrada.

Los primeros disparos se escuchan, Peter y Richard hacen presión sobre mis hombros para ocultarme tras un auto junto con ellos.

—¡Peter, le dieron a Matt! —se escucha en el intercomunicador de Peter—. ¡Son más que nosotros!

—Inocencia, quédate cerca de nosotros, te protegeremos. —Richard sostiene mi nuca e intenta hacerme sentir segura.

—¿Cómo la vas a proteger si no tienes un arma? —Peter le pregunta y de inmediato Richard saca un arma debajo de su hoodie—. Vaya, ¿siempre sacas a pasear a tu amiguito?

—Sí.

Ambos sostienen sus armas con mucha firmeza, de vez en cuando asoman sus cabezas por los bordes del auto para dar con la ubicación de los sicarios. Y yo… siento que la oscuridad quiere volver a brotar dentro de mí, aún le tengo mucho miedo; además, sé que ni con la oscuridad podré defenderme de aquellos disparos, soy un animalito asustado que, si pudiera, se escondería debajo de la carrocería de este auto hasta que todo acabe.

—Inocencia, toma este revolver. —Peter saca otro revolver y lo pone en mis manos—. Solo apunta y dispara.

CAPÍTULO 51: Mujer de armas tomar.

Jamás había visto un arma de fuego tan de cerca, por primera vez siento el pesado calibre sobre las palmas de mis manos, el frio del hierro me ha paralizado de tal forma que no me permite sostenerla con la firmeza y seguridad requerida, pues todos mis dedos están entumecidos por el miedo que siento. No sé nada de armas, desconozco cuál sea el modelo y en donde tiene puesta las balas. ¿Antes de disparar debería hacer alguna otra cosa? Lo único que sé es que las balas salen por el agujero de enfrente y que tiene esa pequeña cosa llamada gatillo.

—¡N-No sé usar un revolver! —exclamo aterrada y casi susurrando—. ¡¿c-cómo se sostiene esto?!

—No es un revolver, es una pistola semiautomática —Peter me corrige en voz baja—… Solo sosténgala como pistolita de agua ¿ok?

—Las únicas pistolas que he sostenido en mi vida son las de goma caliente, las pistolas de manguera de agua y, si acaso, un secador de cabello.

—Bueno, sostenlo cómo un secador de cabello, pero sin llevárselo a la cabeza, ¿Ok?

—¡Ok!

Aun no tengo valor para sostener esto, y la oscuridad sigue avanzando dentro de mí.

«¡Dios mío, ¿qué hago?!».

Una bala impacta frente a la carrocería que nos esconde, el sonido es un estruendo violento que logra desatar aún más aquel terror que siento dentro de mí. El segundo disparo se escucha aún más cerca, y el tercero atraviesa las ventanas del auto; diminutos vidrios caen sobre mí y van dejando pequeñas cortadas sobre mi brazo.

—¡Nos encontraron! —grita Peter.

—¡Inocencia, ¿estás bien?! —Richard se percata de mis cortadas.

—Tranquilo, no es nada.

—Detective, son demasiados —Peter aprieta su mandíbula con mucha rabia, sus ojos reflejan pura preocupación—. Solo nosotros no podremos contra ellos.

—Ya llamé refuerzos policiales, solo resistamos un poco.

—Dios te salve, María; llena eres de gracias —empiezo a recitar en voz baja, paralizada del miedo y agachada a un lado de Richard—, el señor es contigo…

Los brazos de Richard me rodean por completo, luego fija sus ojos en los mío, esos ojos propios de un ángel guardián.

—Necesito que te relajes, yo te protegeré.

Al escuchar sus palabras solo puedo asentir de manera temblorosa, y es que es difícil, cada disparo provoca un pequeño infarto en mi corazón, es imposible poder relajarse, siento que mi oscuridad podría controlarme en cualquier momento, y no quiero, no puedo permitirlo.

Junto con los disparos se empieza a mesclar el bullicio de la multitud en el Mall… Me siento culpable, es como si yo fuese la maldición de este lugar.

—¿Serán los sicarios de los Paussini? —se pregunta Peter.

—No, tampoco son los de Diamond —le aclara el detective—… Jamás los había visto por acá, y son muy jóvenes, parecen ser adolescentes.

—¡Maldición!

—Ni se te ocurra matarlos, Peter. Apenas son unos niños —advierte Richard.

—¡No, no puedo! —lanzó pistola lejos de mí—. Me reúso a usarla contra esos chicos —con mis manos tapó mi rostro, no aguanto las ganas de llorar.

—¡¿Qué hace, señorita?! —se exalta Peter.

—No voy a matar a unos niños, Peter.

—No los vas a matar —me explica Richard—, solo tienes que dispararles a las piernas. ¿Acaso no aprecias tu vida?

De repente, nos sorprende un disparo que estalla frente a nosotros, el estallido me provocó apretar mis ojos, y al abrirlos lo primero que hago es ver si mis amigos están bien, pues no me ha impactado a mí, ni tampoco a Richard…, es Peter quien ha recibido el disparo en media frente, su cuerpo se desploma y su cabeza cae sobre las rodillas de Richard.

—¡NO, PETER! —un grito se me escapa del alma, un grito sumergido en pánico y agonía.

Mis lágrimas se derraman con desenfreno en medio de un ataque de pánico, una tristeza inevitable sacude mi alma y me desgarra por dentro. Peter está muerto y todo por protegerme.

Richard levanta su arma, apunta e irrumpe mi llanto con un disparo, el sicario deja caer el arma y luego su cuerpo cae al piso. Vemos que sigue vivo, pero no puede levantarse, su pierna recibió el impacto de bala.

—¡Salgamos de aquí, Inocencia! ¡Sígueme!

Richard se levanta a media altura y, al intentar cruzar hacia el auto de al lado, suena otra detonación, le veo perder el balance y caer de un costado al piso.

—¡RICHARD! —le grito envuelta en llanto.

—¡E-Estoy bien!... —dice mientras se queja del dolor.

Definitivamente no lo está, desde acá puedo ver que en su hoodie tiene una mancha oscura, justo en la parte baja de su hombro, es obvio que una bala le ha alcanzado y ha empezado a derramar demasiada sangre, su respiración se ve agitada y sus ojos revelan los aterrado que está.

Entonces es cuando recuerdo las palabras de mi tío Edward: «Un arma también puede ayudar a salvar vidas».

«Ya perdí a Peter, no puedo perder a Richard».

De inmediato, mis ojos se enfocan sobre la pistola que lancé hace unos segundos, está tirada a dos metros tras mi espalda… No hay tiempo para analizar, aún me quedan un par de cosa que puedo hacer: rezar para que no me den un balazo, correr hacia la pistola y armarme con ella.

Me hago la señal de la cruz y salgo corriendo hacia donde está tirada la pistola, un par de disparos producen ecos ásperos por todo el amplio lugar, pero ninguno logra darme; me tiro al piso, agarro el arma y me escudo atrás de un auto, los latidos de mi corazón de sienten hasta en mis pulmones, el miedo tiene descontrolada mi respiración.

—¡Vaya, vaya! Mira a quien tenemos aquí.

Busco con la mirada el origen de esas palabras, es un sicario quien aparece a un lado de Richard, le apunta con el arma sobre la cabeza mientras le sonríe como todo un desquiciado.

—Siempre seré recordado como el que mató al insoportable detective —le dice mientras le presiona la punta del arma sobre la cabeza.

A unos seis metros de distancia y escondida tras un auto, me apoyo sobre una rodilla, levanto el arma con mis manos aún temblorosas, apunto sobre aquel chico y, sin darme tiempo de pensarlo, aprieto el gatillo. El fuerte estallido taladra sobre mis oídos y me hace apretar mis ojos de puro espanto; luego de sentir el olor a pólvora, abro mis ojos y me quedo observando el arma que sostienen mis manos… Esa descarga de energía que ha dejado aquel disparo sobre mis brazos… se ha sentido increíble.

No… No debería…

¡¿Por qué me ha gustado?!

Mis ojos buscan el cuerpo de aquel desgraciado y le veo aun apuntando sobre la cabeza de Richard, justo ahora tengo toda su atención, ríe burlándose de mi disparo, pues he fallado. Apunté a sus piernas y terminé rompiendo una lámpara del techo.

—¡Inocencia Hikari, eres malita con la puntería! —dice y ríe con descaro, me molesta que se éste burlando de mí—. Dieron orden de no matarte, pero resulta soy malo para seguir órdenes.

—¡No te atrevas a dispararle, te irá muy mal! —le advierte Richard.

El malhechor levanta su arma a la altura del hombro y me apunta con ella, pero antes de presionar ese gatillo, se escuchan cuatro detonaciones tras mi espalda, con cada estallido el malhechor se estremece por completo, mostrando un rostro agonizante y despavorido; de repente, vemos como este empieza a perder el balance y cae al piso.

Rápidamente doy media vuelta para buscar el rostro de aquel que ha salvado mi vida.

—¼ de pollo… —no recuerdo su nombre, solo sé que le dicen así.

—Vine para sacarla de aquí. —Se aproxima gateando hasta quedar a un lado mío, me toma del brazo y me hala—. Vámonos.

—¡No! No me voy sin Richard.

—¡No me joda, vámonos! —jala de mi brazo, pero yo me reúso.

Richard está tendido sobre un charco de sangre, su respiración es corta y pausada, se ve muy mal, tiene sus ojos sobre mí y parece que intenta decirme algo.

—Huye… —su respiración entrecortada le dificulta hablar.

—No… —Mi sollozo y mis lágrimas acompañan a la angustia de no poder ayudarle.

«Quiero ver tu sonrisa bajo aquel verano que tanto anhelas, así que, por favor, resiste todo lo que puedas».

—¡Alto el fuego! ¡Policía metropolitana de Londres! —por fin ha llegado la policía, me siento un poco aliviada.

—¡Mierda, donde me vean aquí me encierran! —1/4 de pollo susurra en un tono preocupado—, nos vamos ya, sí o sí.

Hago caso a lo último dicho por Richard y huyo junto con el mejor sicario de Dimitri Paussini. Mientras vamos corriendo entre los autos, volteo la mirada una última vez para ver el estado de Richard, le veo tirado en el suelo mientras es atendido por sus compañeros policías… Menos mal, aun así, no dejo de estar preocupada por él, pues ha perdido mucha sangre. Lo único que puedo hacer es rezar por su salud.

Mientras continuamos corriendo a escondida y entre los carros, empiezo a encontrarme cuerpos tirados en el suelo, algunos parecieran estar muertos… Sé que Richard no quería matarlos, y aun así paso.

Las armas de fuego siempre estarán enlazadas con la muerte, es inevitable.

Al salir de los estacionamientos subterráneos, la luz del día golpea sobre mi rostro de manera abrupta. Los alrededores de Bentall Center apenas están siendo despejados, muchas personas curiosas insisten en quedarse en las cercanías de las patrullas policiales; por suerte, nadie se ha percatado de nuestro escape, hemos salido por una de las salidas principales del estacionamiento sin tan siquiera ser vistos, es un milagro.

¼ de pollo saca su celular y realiza una llamada.

—Jefe, su chica está fuera de peligro.

Es ahora cuando caigo en cuenta.

¡¿Qué carajos hacía ¼ de pollo en los estacionamientos?!

Recuerdo que aquel chico dijo que había una orden de no matarme…

Entonces no me querían a mí… Creí que era la Yakuza, y ahora comprendo que no… Ellos iban por la cabeza de Richard.

CAPÍTULO 52: Menuda suerte.

Cuando escucho su nombre solo pienso en esa progresiva e interminable obsesión que constantemente me persigue; Sí, porque su obsesión tiene patas, las he llamado: inseguridad y perturbación.

Dimitri Paussini amenazó con deshacerse de Richard al instante en el que supo de nuestra cita, solo él tenía motivos para querer matarlo, solo él es capazas de hacer algo tan horrible, él y su maldita obsesión; ahora todo esto me hace sentir culpable, porque es por mí que, justo ahora, Richard está al borde de la muerte.

Mientras vamos caminando por los alrededores de Bentall Center, siento como la claridad del día me encandila y me hace ocultar el rostro bajo las palmas de mis manos, siento como una fuerte brisa golpea y refresca mi rostro humedecido en lágrimas. El cuerpo inerte de Peter aún ronda por cada rincón de mi cabeza, la expresión de agonía de Richard es una tortura constante. Siento mucha ansiedad.

—Señorita Inocencia, la dejaré en el portón de su casa. —¼ de pollo aun no me suelta de su agarre, aprieta con fuerza mi muñeca.

—Llévame con Dimitri —le pido, aun con mi mirada agachada y desconcertada.

¼ de pollo detiene su andar y voltea a verme.

—No esperaba ese tipo de petición…

—Llévame con ese hijo de… su madre —exijo furiosa, entre dientes y con mi rostro enrojecido.  

—Ok, pero antes guardemos el arma que tienes en mano. —Cuidadosamente sostiene mi entumecida mano, deprende mis dedos de la pistola y, luego de quitármela, la guarda dentro de su verdoso jacket.

Dios mío…, estaba tan nerviosa, tan espantada y perdida en mis pensamientos, que no me percaté de que aún traía el arma en mis manos.

—Tranquila, linda —me dice mientras se detiene frente a una camioneta gris—. Te acostumbrarás con el tiempo, ver a la gente morir se convertirá en tu día a día.

—Que desgracia la mía…

—Ahora necesito que apagues tu teléfono y que no lo prendas en todo nuestro recorrido, no queremos policías persiguiéndonos.

Llevamos aproximadamente unos cuarenta minutos viajando en la camioneta, según ¼ de pollo, vamos rumbo a un casino, dice que Dimitri está en una reunión de negocios en ese lugar. Esta sería la primera vez que entro a un casino…, bueno, soy primeriza en el noventa por ciento de las cosas que hago últimamente.

En lo que va del viaje, el loco que va conduciendo no ha dejado de hablar, se divierte contando, con cierta exageración, todas sus aventuras de sicario. Mientras él parlotea, me quedo contemplando el atardecer que justo ahora empieza a caer, voy pensando si debería llamar a Delancis para comentarle lo ocurrido, ella debería saber lo que pasó con el pobre de Peter… No, no debería contactarla aún, ella no me permitiría ir a buscar a Dimitri, me recalcaría lo peligroso que es y que podría quedar secuestrada nuevamente... Aún me parece escuchar la voz del tío Yonel diciéndome: «Ve con cuidado, cada vez que sales de esta casa terminas secuestrada o en una persecución».

Espero no quedar secuestrada…

Llegamos al casino, ¼ de pollo entra por el valet parking y, luego de detener el auto, me observa por el retrovisor del auto.

—Baje y espéreme frente a la ruleta.

—¡O-Ok!

Al salir del auto levanto la mirada y observo aquel techado lleno de bombillos amarillentos, la oscura puerta de vidrio se desliza automáticamente, permitiéndome entrar al lugar.

Las máquinas de juego y sus llamativas luces en diversos colores resaltan iluminando por todos lados, el suelo por completo es revestido por un alfombrado rojo vino con pequeños diseños en cocadas negras y doradas, y lo que le da más ambiente al lugar es el sonido de las tragaperras, las cuales se deja escuchar junto con una suave melodía de jazz en el fondo. Mientras avanzo caminando entre las tragaperras, observo a lo lejos una gran mesa que está rodeada por muchas personas, destaca una mujer de cabellera rosada, viste camisa manga larga blanca, chaleco morado y en el cuello un corbatín negro; con mucho carisma y desfreza se le ve repartir las fichas sobre la mesa.

—¡Iniciamos la próxima ronda, señores! —dice la chica en un tono animado.

—Escucha, Rose —Frente a la mesa, un chico le habla a una rubia—. Si cae en el veintidós te compró ese auto que tanto quieres. —Es un joven que viste un traje muy elegante, se nota que tiene mucho dinero y, al parecer, no sabe en que gastarlo.

El público que rodea la mesa se alborota en gritos y aplausos, yo me acerco para poder comprender de que se trata.

—¡Cruzaré los dedos, las piernas, todo! —la rubia despampanante, que está al lado del chico, se ve muy emocionada.

Es una mesa color verde, muy parecida a la mesa de billar que vi en la mansión, solo que esta tiene una cuadrícula llena de números con fondos rojos y negros. En la parte superior de la mesa está la ruleta, y junto a ella está la chica pelirosa, quien agarra un delgado y largo gancho, y con el artefacto arrastra una torre de fichas para dejarlas sobre el numero veintidós de color rojo.

—¡Quince mil libras! Wow —dice un chico que está detrás del apostador, y aquel, con confianza, reposa su brazo sobre los hombros del jugador—. ¡Eres un crack, amigo!

La anfitriona pone a girar la ruleta, al instante todos aplauden para animar y para dar buena vibra al apostador…

—¿Alguien más se suma al juego? 

—¡Yo! —grito, pero a los segundos me arrepiento… Ese fue un extraño impulso, yo no soy de arriesgarme así, y menos en algo que no entiendo.

«¡¿Qué carajos estoy haciendo?!».

Todos los espectadores que están alrededor de la mesa guardan un repentino silencio, todos tienen su atención sobre mí, esto me pone aún más nerviosa.

—Disculpe, ¿cuál sería su apuesta? —la voz de la pelirosa irrumpe el incomodo silencio.

Rápidamente saco mi billetera, y al abrirla me percato de que solo tengo un billete de cincuenta libras, es lo único que me separa de la pobreza extrema, donde lo pierda quedo limpia y sin un centavo. 

—Apuesto cincuenta libras al diecisiete negro. —Le doy las cincuenta libras a la anfitriona y ella lleva una ficha sobre el número.

—¡¿Qué carajos haces?! —Tras mi espalda aparece ¼ de pollo, quien me susurra regañándome. Sin verle la cara ya reconozco su singular acento de malandro—. ¡Fenner Rak siempre gana cuando apuesta solo, nadie apuesta cuando él lo hace, y menos en su contra!

Rápidamente busco el rostro de Fenner Rak, y lo encuentro mirándome con ojos de asesino serial, no solo él, también esas dos personas que le acompañan... ¿Será que mi día puede ponerse peor?

La pequeña esfera metálica que ha estado girando dentro de la ruleta empieza a perder estabilidad, todos los presentes quedan atento al desenlace de la ruleta, la rubia aún sigue con sus piernas cruzadas, sus brazos, sus dedos de las manos y hasta los dedos de los pies también los tiene cruzados…, pero al final, de nada le sirve, pues la esfera ha caído en el 17 de color negro, en mi número… Menuda suerte la mía, ¿eh?

Madre santa..., protégeme.

—Bueno… —la rubia se ve avergonzada—, la intención es lo que cuenta, corazón.

—¡Sí, pero no contó tu número! —dice una voz escondida entre los espectadores, logrando que varios resoplen un par de risas burlescas.

—Felicidades, amiga —la anfitriona ha empezado a contar dinero con gran agilidad, luego extiende su mano para entregármelo—. Aquí tienes el premio.

Al recibir el dinero, empiezo a contar… ¡Oh, Santísimo!... ¡Me he ganado mil setecientos cincuenta libras, no lo puedo creer!

Fenner Rak se me viene acercando, con rudeza aparta a las personas que estorban sus pasos y, al llegar frente a mí, se inclina un poco para susurrar en mi oído:

—Mejor que ni salgas, maldita —en su tono de voz se le nota lo enojado que está, me ha provocado escalofríos.

—Jefe, lamento lo ocurrido — ¼ de pollo se disculpa agachando la mirada.

¿Por qué le ha dicho jefe?

El pequeño y delgado sicario me jala del brazo y me aleja de la ruleta, justo ahora vamos caminando entre unas máquinas de raspaditos.

—Este no es el sur de Londres, señorita Inocencia, ahora está en el norte, y sepa que aquí nadie la conoce, así que compórtese como una persona normal y no andes desafiando a uno de los jefes del clan Mil sombras.

—¿Mi-Mi-Mil sombras?

—Sí, es hijo del big boss de mi clan —responde mientras cruzamos por la puerta de administración—, y ahora te lo ganaste como enemigo, lo retaste y, además, le ganaste el juego, le hiciste perder dinero, linda.

—Ahora puedo decir que soy buena en algo: en ganar enemigos.

—Y buena para ganar en la ruleta —me sonríe de manera divertida casi sacando la lengua.

Nos hemos detenido frente a una puerta de madera caoba, doy un vistazo a mi alrededor y enseguida me percato de que todas son iguales…, parecen recámaras…, solo espero estar equivocada, no quiero encontrarme con Dimitri dentro de una recámara privada.

¿Será que estoy a punto de entrar a la boca del lobo?... Ya me puse nerviosa.

—Esta es una de las salas de reuniones, el jefe está dentro resolviendo un problema de negocios, tendrás que esperar a que termine su reunión.

—Entonces ahí dentro está Dimitri.

—Sí… Emmm, espérame aquí —se ve inquieto—, necesito con urgencia un baño... Ni se te ocurra interrumpir.

¿Qué no interrumpa? ... ¿Acaso no fue Dimitri quien interrumpió mi cita con Richard?

Dimitri Paussini no merece ni una pisca de mis respetos, así que hago caso omiso a lo dicho por ¼ de pollo y abro la puerta con mucha agresividad. Al entrar a la habitación me encuentro frente a una mesa de juntas, sobre ella un par de laptos que son usadas por dos extraños hombres, cada uno sentado en una elegante silla de escritorio forrada en cuero negro.

—¿Y usted quién es, señorita? —me pregunta un señor de avanzada edad, arrugas pronunciadas y de notable calvicie. A un lado de él está un hombre barbudo que viste un atuendo árabe de color gris, sobre su cabeza cae una especie de turbante rojo que parece estar sostenido sobre la coronilla con una especie de soga negra. 

Parece que fui engañada por ¼ de pollo, aquí no está Dimitri.

—¡D-Disculpen! —titubeó en un tono nervioso—... Yo solo estaba buscando el tocador de mujeres…  

—¿Tocador de mujeres? —el árabe voltea a verme—… Ese soy yo, solo dime dónde quieres que te toque, flor de jazmín.

—Dimitri… —digo al reconocer aquellos ojos verdes y esa sonrisa coqueta—, vine para partirte la cara, infeliz.

—Yo también te extrañé, preciosa —se levanta de la silla y me extiende sus brazos. 

Mi cólera explota dentro de mí, rápidamente voy hacia él y lo empujo por el pecho hasta estrellarlo contra un librero.

—¡Ja! Parece que debería dejarlos solo —dice el extraño señor en un tono jocoso—… ¿Estarás bien sin mí, Paussini?

—No se preocupe por mí, señor Rak. Estaré bien. —Podría catalogar su mirada como diabólica, parece que he provocado una verdadera furia en él… y me aterra.

¡Inocencia Trevejes, no es hora de acobardarse!

El señor sale por la puerta y nos deja solos en la habitación. No ha pasado ni medio minuto cuando, en medio de un hondo respiro, Dimitri me agarra del cuello del abrigo y me lleva de espalda sobre la superficie de la mesa.

—¡JAMAS VUELVAS A DEJARME EN RIDÍCULO! —su grito acelera mi ritmo cardíaco de manera sinigual.

Sus ojos verde oliva conectan con los míos de forma intimidante, me tienen al borde del llanto, mi mandíbula aprieta con rabia y mis labios insisten en un absurdo sollozo; es que jamás alguien me había gritado de tal forma, nunca me habían mostrado unos ojos tan llenos de ira… Maldición, cuando pensé en venir a buscarle, todo esto se veía tan diferente en mi cabeza.

—S-Suéltame…

—No tienes idea lo que me está costando ser aceptado por los lideres de los clanes…, todos me ven como aquel inexperto, y no quiero que piensen que soy incapaz de controlar estos negocios… Y a ti se te ocurre aparecer por esa puerta como misma «Juana De Arco» para luego dejarme como un crio regañado.

—¿Crees que me importa tu maldito rango? —le digo entre dientes.

—Creí que te importaba tan siquiera un poco…

—¡Es justo lo que yo creía!, que yo podría importarte más allá de tu maldita obsesión —mis lágrimas no deberían estar brotando—…, que por lo menos podríamos ser amigos…, pero no, tú solo estás enfocado en matar a Richard, sin importarte que yo salga lastimada… —sin decir más, levando mis brazos para mostrarle mis pequeñas cortadas.

—¡¿Qué mierda…?! —Dimitri me agarra un brazo y hala de él, permitiéndome así sentarme en el borde de la mesa. Se ha quedado viendo mis pequeñas cortadas—… Yo no mande a matar a ese imbécil. 

—¡No me mientas, Dimitri! —Acerco mi irritada mirada a sus ojos intimidantes—… Recuerdo cuando me lo dijiste por teléfono esta mañana. 

—He dicho tantas cosas. —Agarra el cabello tras mi nuca y presiona con fuerza acercando su rostro al mío—… Aún no logro decir algo que realmente pueda cumplir, porque soy un charlatán, un estúpido que expresa sus deseos sin antes pensar en ello, así que permíteme decir por primera vez algo que es cierto: me importas demasiado, jamás haría algo que te lastime o te ponga en peligro.

Mientras mi respiración y mis latidos se normalizan, Dimitri decide pasa su pulgar sobre mis mejillas para limpiar mis lágrimas.

—Entonces…, ¿no fuiste tú?

—No fui yo.

—¿En serio? 

—Lo juro… 

Esa extraña forma de atraparme en sus ojos, esa exquisita fragancia que se adentra en mí y que logra quedarse en mi mente como si fuera su casa. Solo él desata emociones inexploradas dentro de mí, me confunde y me hace sentir tan extraña.

—Dimitri…

—¿Sí? —sus labios están muy cerca, me empieza a poner nerviosa.

—¿Por qué estás vestido así? —Presiono sobre sus pectorales y con sutileza lo aparto de mí.

Toma un respiro junto con una sonrisa.

—Cada vez que salgo a las calles tengo que disfrazarme, pues, como recordarás, estoy entre los más buscados de Londres.

—Creo que más llamarás la atención vistiendo así —digo en tono burlesco.

—Bueno, sí —suelta un par de risas—… ¿A poco no me veo guapo?

Y así, nuevamente me hace sonrojar.

CAPÍTULO 53: Perspectiva de Yonel Hikari.

Narrado desde la perspectiva de Yonel Hikari.

El futuro no es mañana, es cuando termine de pensar en esta frase...

El futuro de mi familia es extraño y preocupante, está vinculado con una disparatada profecía que pone a mi recién conocida sobrina como la más grande mafiosa de esta era, aún más grande que Delancis, quien ha sabido manejar nuestros negocios a la perfección; sí, tengo que aceptarlo, ella estuvo siempre presente en los negocios de su padre, aprendió bastante de ello. Me es difícil pensar que Inocencia pueda hacer un mejor trabajo que Delancis, pero confieso que puede hacerlo si aprende a controlar su oscuridad, justo ahora acaba de salir del salón de billar para responder una llamada, toda esta charla que tuvimos parece no haberla convencido por completo.

—Bien, volvamos a nuestros trabajos —le digo a Alexis y a mi hermano—. ¿Alguna noticia sobre los documentos de Diamond?

—Delancis logró conseguir acceso a la bodega privada que tenía alquilada Gabriel —responde Alexis—, así que esperemos, ojalá y pueda encontrarlos ahí.

—Hemos buscado en cada rincón, en cada mueble de esta mansión, y aún no aparece nada, si Delancis no encuentra algo en la bodega, no se dónde más buscar —dice Edward, le vemos inclinarse frente a la mesita para apagar el tabaco sobre el cenicero.

—Ni aquí ni en sus oficinas… Gabriel logró esconder muy bien esos documentos —digo y luego tomo el último trago de mi vaso.

—Son documentos muy delicados, era necesario mantenerlos bien ocultos, Gabriel hizo bien su trabajo —dice mi hermano.

Asiento a lo dicho por mi hermano y me levanto del sillón, salgo del salón y, mientras voy caminando por el pasillo, aprovecho para enviar un chat a mi hija: «¿Dónde estás metida?».

Carole me responde: «Estoy en el salón de la chimenea», y luego me envía un sticker de una hiena aburrida.

Claro que va a estar aburrida y estropeada, si ayer ella y sus primas llegaron de madrugada y fuera de sí, desde mi habitación se escuchaba lo risueñas y ebrias que estaban.

Al abrir la puerta de la sala, me encuentro a Carole echada sobre un sillón mientras usa su celular.

—Hola… —me saluda al verme entrar.

—Hola… —me siento en el sofá de al lado.

—¿Para qué me necesitas, padre? —Ha dejado su celular sobre la mesita de centro.

—Desde que llegaste con nosotros, no hemos podido hablar.

—Supongo que quieres hablar de negocios —Trepa sus piernas sobre los brazos del sillón—, digo, es lo único de lo que siempre hablamos.

—¿Quieres que hablemos de tus admiradores? —le sonrío de manera torcida—… Por ejemplo, de Mikael William…

—¿Qué tal si hablamos sobre el espectáculo que dio mi primita anoche en la discoteca? —usa un tono burlesco—… Barrió el piso de la discoteca, literal.

—La Inocencia que viste ayer no estaba en sus cabales, ella no es así.

—Por favor, papá. La «inocencia» solo lo tiene en el nombre —se pone pensativa y luego sonríe—… ¡Ja! Mi prima es toda una demente…

—Tu prima está empezando a lidiar con la oscuridad familiar … ¿Sí recuerdas que te hable de eso?

Ha tornado su mirada distante, luego responde:

—Brutal…

Suspiro y tuerzo mis ojos al sentirme algo indignado. Carole tiene una impresión equivocada de Inocencia, nunca la había visto tan orgullosa de un familiar, espero y no se lleve una gran desilusión.

—Mejor hablemos de negocios —le sugiero—. ¿Cómo vamos con las instalaciones de interiores?

—La planta baja del establecimiento está quedando muy bien, ya tuve la oportunidad de ir a ver los avances junto con el diseñador de interiores y, pues…, en cuanto a iluminación, ya se instalaron las luces leds del techo, las del escenario y el bar. También se han hecho las pruebas de sonido y todo se escucha fantástico. Mañana estarán amueblando la parte central con los sofás circulares e instalando las mesas con los tubos.

—¿Ya terminaron con los baños públicos?

—Sí…

—¿Y cuál es el estado actual de las últimas compras que hicimos?

—Esas órdenes de compras aún no han sido enviadas, me tocó presionar un poco, así que mañana estarán llegando los muebles para las habitaciones y para el resto de la planta alta. Todo se está viendo genial.

—Bien, ¿te aseguraste de que sea la elegancia y el prestigio que estamos buscando?

—Sí, es un ambiente que resalta esa exclusividad que buscan nuestros clientes.

—Perfecto.

—Por cierto, me dice Valentine que la tía Murgos tiene varios documentos pendientes por firmar, parece que son hojas de contratos. Deberías ir y presionar a la vieja.

—Sera…

Al salir de la sala, me encuentro con una de las mucamas.

—¿Sabes dónde está Murgos?

—Está en su habitación, señor.

Empiezo a subir las escaleras del vestíbulo, pero me detengo al escuchar cómo se levanta el seguro del portón del vestíbulo, al voltear la mirada encuentro a Inocencia frente al portón, parece que va de salida, se ve más arreglada de lo normal, demasiado linda como para ir a visitar un monasterio.

—¿Inocencia, a dónde vas? —mi voz se alza por todo el lugar.

Sus ojos me buscan y luego responde:

—Estaré en Bentall Center… Y no se preocupe, estaré con un par de guardias de seguridad y también con el detective Kross.

«¿Con el Detective Kross?... Vaya sorpresa…», intento no sonreírme.

—Bien…, ve con cuidado, que cada vez que sales de esta casa eres secuestrada o perseguida por alguien.

—Lo sé… —me dice y sonríe—, tranquilo.

Le asiento y la dejo ir a su cita. Seguido, meto la mano en el bolsillo de mi pantalón, saco mi teléfono celular y me pongo a buscar un contacto. Un par de tonos al marcar y luego se activa la llamada.

—¿Hola? —responden del otro lado de la llamada.

—Fred, hablas con Yonel Hikari.

—¡S-Señor Hikari, feliz navidad! —se escucha muy sorprendido.

—Fred, necesito hablar contigo, te espero «ya» en la mansión Hikari.

—¡Entendido!

Fred es el encargado de nuestra escuelita sicaria, es aquí donde se entrenan los futuros sicarios del clan Myer y del Kamikaze, todos sus aprendices son jóvenes entre los 12 y 18 años de edad, se les enseña defensa personal, a portar armas blancas y de fuego, a practicar puntería y a no sentir pena por sus víctimas. Aprenden a ser insensibles, rudos, a respetar a sus líderes, y lo más importante: a amar a sus familiares hasta el punto de hacer cualquier cosa por ellos. Es la escuelita clandestina que tenemos los Hikari, es nuestra manera de construir un futuro sostenible.

Fred llega en tiempo récord, le invito a pasar a la sala de estar y, mientras se acomoda sobre el sofá, le brindo una copa de Brandy, él la acepta y de una vez bebe del trago.

—Fred, necesito a tus mejores chicos para un trabajo.

—¿De qué trata, señor? —Está nervioso, no deja de sacudir el talón del pie.

—Quiero darle un susto a una de mis sobrinas.

—¿Po-Por qué no recurre con los sicarios experimentados, señor?

—Porque la policía puede reconocerles, y si eso pasa, mi sobrina podría enterarse de que estamos involucrados.

—¡Ok!

—Fred, nadie puede sospechar de nosotros, ni mi familia ni la policía; esto es algo entre tú y yo… ¿Te ha quedado claro?

—Sí, señor. Le mandaré a los chicos con mejor puntería —trata de sonreír aun estando asustado—, no queremos que un disparo se desvíe hacia su sobrina.

—Quiero que esos disparos penetren la piel de Richard Kross, y si es necesario deshacerse de algunos de mis guardaespaldas, no me importa —me acerco y le susurro en tono ronco—…, pero a mi sobrina la necesito intacta.

Fred me asiente repetitivamente, pareciera estar paralizado por sus nerviosismos.

—¡Es para hoy! —grito señalando la puerta, y él se levanta del sofá en el instante en que recibe la orden. Le veo salir disparado y a toda prisa del salón.

Necesito hacerle entender a mi sobrina que es parte de un mundo peligroso del cual ya no puede escapar, que, si no se prepara y se hace fuerte, podría pasar lo peor, tanto a ella como a las personas que ama.

Luego de dos horas, llegan buenas noticias a mi celular. Con un chat, Fred me indica que el plan ha salido a la perfección, el detective Kross recibió un disparo letal y ha sido trasladado a un hospital en el centro de Londres, espero y fallezca en la sala de urgencia, sería un problema menos. También recibí una triste noticia… Peter, quien llevaba años en nuestra familia, murió en medio del enfrentamiento; no solo él, otros dos de nuestros guardaespaldas fallecieron, lo mínimo que puedo hacer es darles ayuda financiera a sus familiares y apoyarles en los sepelios.

Otro chat dice que Inocencia logró salir viva y que, además, le vieron disparar un arma. Lo que no me esperaba es que la vieran salir corriendo junto con Chitsen. Que los Paussini estuvieran involucrados en mis planes me molesta y me deja un poco inquieto, hay altas probabilidades de que Inocencia haya sido secuestrada por Dimitri Paussini.

Marco el número de Delancis y luego me llevo el celular a la oreja esperando que mi sobrina tome la llamada, el tono repica un par de veces, la llamada no demora en entrar.

—Delancis, los Paussini han atacado a Inocencia —es lo primero que le digo, uso un tono preocupante para causar más impresión en ella.

—¡¿QUÉ?!... ¡¿Qué paso?!

—Otro caos en Bentall Center. Inocencia estaba junto con Peter y dos Guardaespaldas cuando le atacaron… Ella es la única que logró vivir.

Un largo silencio dentro de la llamada y, sin decir más palabras, mi sobrina cuelga la llamada. La comprendo, Peter era parte de esta familia, se ganó el aprecio de todos, y ahora duele…, y no es que me arrepienta, son cosas que pasan, en esta familia estamos más que acostumbrado a ver partir a las personas que queremos. Esta pena es un sentimiento asfixiante, pero pasajero.

La noche ha llegado y Inocencia no aparece, tengo a Delancis angustiada y paseándose por todo el vestíbulo mientras intenta contactar a Briam Williams, es hora de que el líder del clan Kamikaze inicie la búsqueda del escondite de los Paussini.

De repente, tras mi espalda se escucha como el portón del vestíbulo empieza a abrirse. Delancis ha cancelado la llamada, sus ojos y ese suspiro denotan cierto alivio en ella, eso me hace girar la mirada hacia el portón.

—¿Cuándo iniciamos las clases, tío? —Su mirada se ve apagada y fatigada. Inocencia ha llegado con sus pantalones polvorientos y sus brazos rasguñados. Nada de qué preocuparse.

CAPÍTULO 54: Un hogar solitario.

El grisáceo humo de los cigarros se sobrepone frente a la tenue oscuridad que se tiende por toda la habitación, aquí huele a una mescla de tabaco y vodka, no hay ventana ni nada que permita filtrar la claridad del día, esto pareciera estar construido en algún lugar bajo tierra. Y pues, estoy aquí en mi nuevo trabajo de «madrina de la mafia», sentada en la cabecilla de una mesa rectangular, rodeada por paredes repletas de armas y de objetos de extorsión, frente a los rostros desconocidos de los líderes de todos los clanes que ahora yo estoy controlando.

Sobre la mesa: unos cuantos vasos con licor, un par de ceniceros, un antiguo teléfono de disco, diferentes tipos de pistolas y, en el centro de todo, un juego de Monopolio.

—Alexis, te toca lanzar el dado —le digo al chico que se ha convertido en mi mano derecha.

—Ino, ¿no deberíamos estar jugando a algún juego de cartas? —me pregunta Ermac, quien está sentado a mi lado izquierdo—. Pienso que este sueño se vería mejor si jugamos una ronda de Poker o Blackjack; es lo que comúnmente jugamos los mafiosos.

—Mafioso que se respete juega Monopolio con dinero real —le aclaro de forma contundente.

Alexis ha lanzado el dado, es un seis el que le permite llevar su ficha hasta la avenida Tennesse.

—¡Lo compro! —dice mientras saca dinero de su billetera. Luego toma la tarjeta de título de propiedad de Tennesse.

De pronto, llega un silencio con sabor a espera e interrogante, el próximo turno ya debería estar tomando el dado para lanzar.

Los segundos pasan y nadie avanza con el juego.

Sorprendo a todos al golpear la mesa con las palmas de mis manos.

—¡¿A quién carajos le toca?! —pregunto, pero nadie responde. Todos se miran las caras, parece que ninguno sabe de quien es el turno, así que, para agilizar el juego, agarro la pistola de la mesa y recargo con balas—. Si no se sacan el dedo del culo, me aseguraré de que se quede ahí metido junto con un balazo.

Todos se espantan y estiran las manos para tomar el dado.

—Se-Señorita Inocencia —el líder de un clan me dirige la palabra—, sobre los negocios de hoy…

—Sí, habla… —le hago señas con las manos mientras veo como la ficha del jugador pasa sobre el Go.

—Hemos actuado tal como lo ha pedido el señor ministro. Le garantizamos que el senador no soltará la lengua durante su entrevista en el noticiero —afirma mientras observa como Ermac toma el dinero del banco (que es un fondo recolectado por todos) y le paga el sueldo del Go al jugador.

—Perfecto, que ni se le ocurra hablar de peculado en contra de nuestro cliente, eso podría ser muy perjudicial para su carrera política, y nosotros lo necesitamos aún en el gobierno.

—Como contingencia, hemos mandado a falsificar los documentos de propiedad de los jates y de los terrenos que el ministro ha comprado con el dinero de los fondos públicos.

—Excelente —digo y luego tomo un trago de mi vaso de vodka.

Es mi turno de tirar el dado y, luego de hacerlo, empiezo a contar sobre cada propiedad hasta llegar al número cinco, posicionándome sobre la Avenida Pensilvania. Me molesta un poco haber caído sobre una propiedad con tres hoteles, levanto mi mirada amenazante sobre el dueño de aquellas propiedades.

—¿Cuánto te tengo que pagar? —le pregunto en un tono gélido.

—¡No es na-nada, señora! —se escucha muy asustado—. Usted pu-puede hospedarse gratis en mis hoteles.

Levanto mi pistola, apunto en su cabeza, y aprieto el gatillo. El disparo fue ensordecedor, el cuerpo del cadáver permanece sentado sobre la silla, con el mentón levantado y boquiabierto.

—Nadie le llama «señora» a Inocencia Hikari, atrevido… —rezongo con amargura mientras voy dejando el dado en el centro del tablero.

Otro de los líderes toma el dado y lo tira, es un tres, este da dos toques sobre el tablero, pero el tercero no lo baja aún, pues tiene su ficha sobrevolando el celeste cielo de mi Paseo Tablado, el cual tiene dos hoteles. Aún con mi mirada agachada, le miro de manera diabólica y con una sonrisa de medio lado.

—Baja la ficha y págame —le exijo.

—Ne-Necesito otro préstamo del banco, por favor —le suplica a Ermac.

—El banco no te prestará más, ya le debes mucho.

—¡Por favor, jefecito!

—Estas muerto, amigo… Lo siento.

—No... ¡¡NO!! —el hombre grita aterrorizado al verme levantar mi pistola.

El sonido del disparo resulta ser tan fuerte que hasta logra despertarme de aquel extraño sueño, y es que aún después de abrir mis ojos he creído haber escuchado aquel disparo dentro de mi habitación, así que he quedado arisca y asustada, no vaya a ser que un Yakuza o algún enemigo de la familia se haya infiltrado en la mansión.

Luego de un par de segundos, me convenzo de que solo era parte de mis sueños.

¡Oh, Santísimo!… Estoy temiéndome a mí misma, a la loca de aquel sueño tan raro, estoy segura de que esa era mi oscuridad… ¿Realmente soy así de sanguinaria?

Luego de darme un baño, salgo de mi habitación. Mientras voy caminando por el pasillo, noto que hay un silencio poco normal, no escucho los gritos y las risas de Marisol ni los murmullos que siempre se escuchan en la habitación de Lottie, todo está demasiado tranquilo en mi familia y eso no es normal. Bajo las escaleras y me percato de que la mansión está demasiado solitaria. ¿Dónde están todos?

Entro a la cocina y me encuentro a Jennifer y a la Chef Anna, ambas están desayunando en la barra de la cocina.

—¡Buenos días! —les saludo.

—Buenos día, señorita.

—¿Dónde están todos?

—Hoy Londres retorna a su cotidiana vida. Marisol fue a la escuelita y el resto de la familia están en las oficinas; por si no lo sabes, hoy la empresa retorna a sus días laborales luego de los días de luto.

—Cierto que todos estaban de luto.

—Bueno, si le soy sincera…, pienso que el luto solo fue una excusa para no ir a trabajar. Mire ese poco de borrachas que llegaron la noche pasada.

Si, y yo también me gocé esa noche toda drogada; obvio que me quedo cayada, me da vergüenza tan siquiera pensarlo.

—Debería de buscar trabajo, no quiero verme como una arrimada en esta familia.

—¿Aún no te han dado tus funciones en la empresa familiar?

—Pues no…

—Tranquila, de seguro la señora Delancis te dará un buen puesto en la empresa.

—Eso fue lo que me dijo Lottie, y me preocupa, pues yo no tengo alguna habilidad que pueda ser útil para la compañía.

—¿Qué es lo mejor que sabes hacer?

—Artesanía cristianas, pulseritas, collares, crucifijos de madera…

—Que va… —me interrumpe—, estamos hablando de una empresa que vende licores, y no creo que se les ocurra regalar crucifijos por cada botella de ron vendida.

La chef Anna se nos acerca y empieza a hablar en señas, Jennifer parece entenderle a la perfección, se ha empezado a reír junto con ella.

—¿Qué dijo? —le pregunto a Jennifer.

—Que podrías bendecir las botellas de vino.

Oh, santísimo… ¿Acaso estas mujeres pretenden que San Pedro pase mi nombre a su lista negra? Al final he terminado riendo con ellas.

La notificación de una llamada se muestra en la pantalla de mi celular, ¡ES RICHARD! De inmediato tomo la llamada y salgo de la cocina.

—¡Richard, ¿cómo estás? ¿Dónde estás? ¿Acabas de despertar?!

—Inocencia —su voz se escucha algo fatigada—, sí, acabo de despertar, aún estoy en el hospital; y bueno, estaba preocupado por ti, así que decidí llamarte en cuanto tuviera mi celular en manos.

—¿Qué cosas dices? El que fue abaleado fuiste tu. Solo yo debería estar preocupa.

—Temía que estuvieses secuestrada por los Paussini, es un gran alivio escuchar tu voz.

Me ha hecho sonrojar.

—I-Igual me alegra escuchar tu voz… ¿Puedo ir a visitarte?

—Eh… No, disculpa. Es que ya me estoy preparando para salir del hospital.

—¿Tan pronto?

—Sí, al parecer no fue tan grave, ya me han dado de alta.

—Es bueno saberlo.

—Si quieres puedes ir a visitarme a mi casa —su propuesta ha logrado que mi corazón pegue un gran brinco.

—¡Sí, me encantaría!

—Genial, cuando llegue a mi casa te estaré avisando para enviarte mi ubicación.

—Perfecto, te lo agradecería.

—Bien, quedamos así, nos vemos más tarde.

—Hasta luego.

La llamada se cierra en medio de una sonrisa que me resulta inevitable reprimir, realmente quiero ir a visitarlo, ayudarle en cualquier cosa que necesite, pues… Ahora que lo pienso… ¿Él vivirá solo? Recuerdo que me comentó que los procesos de su divorcio ya se habían consumado, lo que significa que no está viviendo con su esposa; puede ser que Richard esté viviendo con algún hermano o compañero de piso, bueno, no es algo que importe mucho, después de todo solo somos amigos.

El atardecer ya a caído y aun no tengo noticias de Richard. Es raro que aún no me contacte, a estas horas él ya debería estar en su casa. ¿Será que se olvidó de mi visita?

Mi celular empieza a sonar y a vibrar sobre la mesita de noche, al agarrarlo veo en la pantalla un número desconocido. Es posible que sea Richard, así que rápidamente contesto la llamada.

—¿Hola?

—Inocencia, soy Delancis.

—Delancis, ¿por qué tienes otro número?

—En nuestro mundo es necesario estar cambiando número de manera constante, hermanita.

—Wow, no sabía.

—¿Hace cuánto no cambias el tuyo?

—Nunca lo he hecho.

—Bueno, voy a pedir que te compren un nuevo chip para tu celular... No, mejor cambiemos tu celular, así evitamos ser rastreados por cualquier programa espía.

—No sé si quiera cambiarlo… —respondo pensando en lo especial que resulta este celular para mí, pues me lo regaló Richard—, creo que mejor…

—Déjame protegerte, ya que no eres muy buena haciéndolo, por favor.

Sus palabras me resultan muy conmovedoras, cálidas, es por eso no puedo reusarme a los cuidados de mi hermana mayor.

—Bueno, ok —respondo algo insegura. No creo que eso moleste a Richard.

—Ok, la razón de mi llamada es para que estés enterada de que organicé para mañana tu primera visita a las oficinas de la fábrica.

—¿Iré a conocer la empresa familiar?

—Sí, es hora que conozcas a las personas que, a partir de ahora, van a trabajar contigo. También voy a explicarte como trabajamos aquí y buscaremos aquellos dotes que puedan serte útiles para laborar en la empresa.

—Ok.

—Y también, a partir mañana, vas a iniciar tus clases de manejo de armas, esas clases son nocturnas, iras después de salir de la empresa.

De repente, se cruzan por mi mente el cuerpo sin vida de Peter y la expresión de sufrimiento de Richard, aún puedo sentir esa insoportable decepción hacia mí misma, de como todos han salido lastimados por mi culpa, he empezado a odiar ser tan débil.

—Genial, es hora de aprender a portar un arma.

CAPÍTULO 55: No debería estar pensando en él.

Mi ángel guardián está indispuesto a levantar vuelo, al ir a rescatarle vi sus alas blancas manchadas por aquella oscuridad que brota de este mundo agrietado.

La llamada de Richard llegó tarde, muy tarde, y no dije nada al respecto, no me atreví a pedirles razones, y hasta reprimí mis molestias para que no se notaran en mi tono de voz, pues no quería que me tomara como una mujer tóxica, o que se quedara con una mala impresión de mi persona, suficiente con lo que vio en la discoteca.

A través de las ventanas del auto puede verse la bruma esparcida en ciertos rincones del paisaje nocturno, a estas horas las calles de Kingston aún están siendo transitada por una buena cantidad de autos. Desde el sillón trasero del auto puedo ver que el reloj marca las 10:00 pm… Creo que no soy la única que piensa que estas horas no son propias de hacer visitas, pero se trata de Richard, y todo el día he estado preocupada por él.

Esta noche voy acompañada de dos guardaespaldas que me ha designado mi hermana, y aun así voy con miedo; estoy intentando relajarme haciendo lentos ejercicios de respiración para poder controlar mis nervios, mantengo mi cabeza recostada sobre el cristal de la ventana, sobre la cual destella el resplandor de las coloridas luces navideñas de la ciudad… No se hace cuanto la tranquilidad me abandonó.

—Según el GPS, la casa de su amigo está entrando por esta calle, señorita —dice Sebastián, uno de los guardaespaldas encargados de mi seguridad, quien justo ahora está conduciendo el auto. Es un hombre de estatura promedio, luce un corte de cabello degradado, usa un par de aretes y gafas oscuras aun cuando es de noche.

—Dime, Sebastián… ¿Por qué elegiste esa profesión?... —le pregunto mientras sigo contemplando el paisaje—. ¿No te aterra vivir entre tanta violencia?

—No me aterra, me molesta… Es por eso que he decidido proteger a las personas, este mundo solo sabe cagar pura maldad, que como verá, es mucha mierda.

—Sí, compañero —Afirma Cosmo, quien ahora es el guardaespaldas que ha tomado la posición de Peter—. Tanta es la maldad que hasta me hace pensar que él fin del mundo podría está cerca.

—Ni se le ocurra decirlo frente a mi mujer, compañero, sino empezará a decirme que no tiene ropa para la ocasión.

Me ha sacado una sonrisa.

—Por lo menos usted tiene mujer, compañero. Yo estoy más solo que calcetín sin pareja.

Sebastián ha estacionado el auto a las orillas de un alto edificio residencial, al parecer el detective vive en un apartamento.

Al entrar al lobby nos dirigimos hacia el recibidor, la chica que atiende tras la recepción levanta la mirada y, al percatarse de quien soy, muestra una cara de asombro con un sonrojado que la hace ver aún más nerviosa, yo le sonrío tratando de demostrar lo angelical que puedo ser, pero parece que al final resulta todo lo contrario.

—Se-Señorita Hikari, bienvenida.

—Señorita, usted es toda una celebridad —Sebastián me susurra tras mi espalda, de inmediato volteo a verle y le sonrío a boca cerrada.

—Hola, chica. Vengo de visita al apartamento J34.

—Si, permítame anunciarla.

—Ok.

—N-No es que no quiera que usted pase —hay tanto miedo en su tono de voz, como si la fuese a matar por no dejarme pasar—, disculpe si le incomoda, es que es un protocolo obligatorio.

—Comprendo, tranquila —digo tratando de apaciguar su nerviosismo.

La chica levanta el teléfono y rápidamente marca el número del apartamento, no demoran en responderle.

—Señor, aquí está la señorita Inocencia Hikari… Ok, entendido… —La recepcionista cierra la llamada y me asiente con una sonrisa nerviosa—. D-Dice que puede subir, es el piso 10.

—Gracias.

Los dos guardaespaldas suben conmigo al ascensor, y al llegar al piso 10, nos detenemos frente a la puerta del apartamento.

—Me esperan aquí fuera, no creo que haya necesidad de entrar, ¿verdad?

—Aquí le esperamos, señorita —responde Sebastián.

Ambos se sientan en unas bancas que están al lado del ascensor.

Antes de tocar la puerta, respiro hondo. Luego doy tres toques sobre la madera y en un par de segundos la perilla empieza a girar, mi corazón empieza a agitarse mientras se va abriendo esa puerta, no esperaba sentirme tan nerviosa, no entiendo que es lo que me asusta tanto. Richard asoma su rostro por el borde de la puerta…, él luce demacrado, aun cuando sonríe, sus ojos le hacen verse fatigado.

—Inocencia, un gusto volver a verte. —Su pecho está desnudo, tiene una gasa sobre la herida y trae puesto unos pantalones deportivos.  

—¿Cómo estás, Richard?

—Mejorando —Richard extiende su brazo y me invita a pasar—. Entra, bienvenida a mi hogar.

Es un lugar con muebles sumamente modernos, las paredes blancas le dan un ambiente impecable, y más aún con esa agradable y sutil fragancia que se siente al entrar a la habitación; hacia el fondo resaltan amplios ventanales con largas persianas verticales; una cocina igual de moderna; en la sala un enorme televisor que con su brillo resalta entre las tenues lámparas del techo. Al parecer, Richard estaba viendo las noticias.

—Creo que no fue buena idea venir a molestarte a estas horas, te ves muy cansado —le digo mostrándome un poco apenada.

—Fui yo quien te ha invitado a venir tan tarde, estoy apenado, debí pensar en ti, de seguro también estás cansada.

—No te preocupes, estoy bien.

Todo esto se ve tan costoso y a la vez tan raro, si comparamos el viejo auto de Richard con este departamento, uno podría suponer que algo no encaja con todo esto, pues con todo el lujo que tira esta sala fácilmente podría haberse comprado un nuevo auto… ¿Pero quienes somos nosotros para juzgar?

—Tu casa es hermosa.

—Gracias —sonríe mostrando sus dientes—. Toma asiento, por favor. —Señala el sofá que tiene frente al televisor—. ¿Quieres algo de tomar?

Richard pretende ir a la cocina, pero antes le agarro del brazo y le detengo.

—No quiero que te esfuerces tanto por mí visita.

—Déjame esforzarme, quiero que te sientas cómoda.

—Aquí el que debe estar cómodo eres tú, déjame hacerlo por ti —le informo y de inmediato me adelanto hacia la cocina.

Mientras empiezo a buscar dentro del refrigerador, solo logro escuchar el sonido del televisor, Richard no dice nada. Al voltear la mirada lo encuentro observándome aun de pies en el mismo lugar, frente a la puerta y muy sonriente.

—¿Po-Por qué no vas y te sientas?

—Me alegra haber encontrado a mi ángel guardián.

Rápidamente oculto mi sonrojado rostro con la puerta del refrigerador.

—¿E-Esto es jugo de naranja? —saco una jarra de jugo y se la muestro aun escondiendo mi rostro.

—Eehh… sí, es naranja.

—¿Dónde tienes los vasos?

—Eeeehh…. —Richard debe estar muy cansado como para no recordar el lugar exacto donde guarda los vasos—. De seguro está en una algunas de las alacenas.

Empiezo a abrir cada una de las alacenas, hasta encontrar los vasos, y al dar con ellos los pongo sobre el mueble de la cocina y les vierto el jugo de naranja.

De pronto, algo me llama la atención, mi nombre es mencionado en las noticias, no me llaman por mi apellido, últimamente me refieren a mí como Inocencia Hikari.

—Mira, estás en la televisión. —Richard señala la televisión.

El titular de la noticia dice: Inocencia Hikari involucrada en los altercados de Bentall Center. Muestran una foto de mi rostro ansioso, aterrado y desconcertado justo en aquel momento en el que iba saliendo del estacionamiento acompañada de ¼ de pollo. La reportera del noticiero comenta sobre una posible alianza entre los Paussini y los Hikari, usa un tono alarmante, como si se tratara de la llegada de los jinetes del apocalipsis… Esto es un completo desastre, esto puede provocar que la gente me tema aún más.

—Qué vergüenza… —me lamento mientras voy caminando hacia donde está sentado Richard—. Siempre creí que si aparecía en el televisor sería haciendo mis actos de caridad, pero jamás así —digo mientras le entrego el vaso de jugo.  

Me he sentado a su lado y a una distancia prudente para así evitar que mi brazo roce los suyos; lo sé, es algo estúpido, pero necesito estar lo más tranquila posible, tampoco es que quiera que me vea reaccionando nerviosa.

—No es que sea tu culpa, Inocencia, es lo que pasa cuando te reconocen como una Hikari. Todo lo que hagas, los medios lo exponen como algo perjudicial para el mundo.

Si tan solo las personas pudieran conocerme mejor, que me conozcan como la mujer de Dios que siempre he sido, la que jamás ha hecho un mal, la que siempre intenta hacer el bien para el prójimo.

—¿Cómo es que mi familia ha terminado siendo la más temida de Londres? —le pregunto, y luego tomo un trago de jugo.

—Uff… Fue hace años, cuando en ese mismo noticiero la reportera Julia Jones dio a conocer todas sus investigaciones referente a Gabriel Hikari. Ella dio declaraciones muy fuertes, hundió a tu padre hasta lograr que todo un país exigiera prisión para él y su familia.

—Julia Jones…, creo que su nombre me es conocido.

—Claro que lo es, no solo fue una de las reporteras más famosa de Londres, también es la madre de tu hermana, Charlotte Hikari.

—No… no entiendo —«Algo no me cuadra»—… ¿Eso fue antes o después de Lottie?

La cabeza me va a estallar. ¡¿Cómo alguien que ha odiado tanto a una persona puede terminar dándole un hijo?!

—Fue antes… Nadie sabe qué fue lo que pasó entre esos dos. Una tarde Gabriel Hikari se apareció frente a los medios televisivos y exigió que se le reconociera la paternidad de su hija, que él tenía las pruebas que lo afirmaban.

—No conocía esa historia…

—El rumor más fuerte supone que Julia intentó ocultar la identidad del verdadero padre de Lottie, pero Gabriel, al sospecharlo, se las arregló para hacerle un examen de paternidad a la pequeña.

Tapo mi rostro con mis manos mientras me recuesto sobre el respaldar del sofá, al bajar mis manos volteo a ver a Richard, me sonríe algo apenado, su mirada pareciera querer decir «No es tu culpa, tranquila».

—Richard, ¿algún Hikari ha estado en prisión alguna vez?

—Jamás, los Hikari y los Diamond comparten a los mejores abogados de todo Inglaterra, no es fácil encerrarlos. Te confieso que lo he intentado, pero requiero de pruebas más sólidas, ni siquiera tus declaraciones podrían ayudar para dejarlos tras las rejas.

—Jamás declararé en contra de mi familia —no puedo evitar molestarme—, así que ni lo intentes.

—Inocencia, eres una mujer religiosa, ¿quién mejor que tu para reconocer las cosas buenas y malas de la vida?… No permitas que Delancis destruya más vidas, a más familias… Ayúdame a bajar el alto índice de ventas y consumo de drogas aquí en Kingston, sé que puede ser difícil para ti, pero…

Me levanto del sofá sacudiendo mi cabeza de forma negativa y camino hasta llegar frente al ventanal, abro las persianas y, mientras intento calmarme, observo el paisaje nocturno de la ciudad. Imposible, estoy muy ansiosa y bastante enojada por las intenciones de Richard. No quiero traicionar a mi familia, pero tampoco quiero ir en contra de los principios de Dios.

—Inocencia… —Desde el reflejo del cristal de la ventana le veo venir caminado hacia mí.

—Fue mala idea venir, ¡lo sabía!

—No lo fue. —Puedo sentir sus manos sobre mis hombros.

—¡Eres una farsa! —Volteo y encuentro demasiado cerca aquellos pequeños ojos marrones—. Es cierto lo que dice mi familia, me buscas solo para encerrarlos.

—¡No, Inocencia!... No pienses así de mí, yo…

—¡Entonces no me pidas que traicione a mi familia! —le grito enfadada.

—¡Inocencia, escúchame!

Richard intenta sostener mis mejillas, pero antes mis reflejos hacen que termine empujándolo sobre su pecho; se empieza a quejar del dolor, rápidamente mis ojos buscan los suyos encontrando en ellos una expresión doliente… ¡Maldición!

—¡Richard! L-Lo siento…

Lo agarro del brazo y lo llevo hacia el sofá.

—Pensé que querías hacerme sentir mejor…. —dice mientras se sienta sobre el sofá.

—Es lo que quiero, es ese el motivo de mi visita, no quería lastimarte, discúlpame.

—Igual, discúlpame —Richard hace gestos de dolor mientras intenta recostar su cabeza sobre el brazo del sofá —. No debería hablarte mal de tu familia, soy un imbécil.

La gasa está manchada de sangre, mi descontrolado carácter hizo que le golpeara tan fuerte haciéndole sangrar, ¡soy una cavernícola!

—¡¿Qué debería hacer?! —Me arrodillo frente al sofá—. ¿Te llevo al hospital? ¿Llamo una ambulancia? ¿Llamo a un doctor?

—No, no… —Richard empieza a levantar el adhesivo de la gasa—, fíjate si se rompió algún punto de la herida.

Tomo el borde del adhesivo y empiezo a levantarlo cuidadosamente, y mientras lo hago, Richard trata de aguantar el dolor.

—Pues parece que los puntos están bien —le digo luego de examinar la herida—. El sangrado se está deteniendo, hay que limpiar sobre la herida.

—Menos mal…

—¿Dónde tienes el botiquín?

—Bueno… el botiquín… —se ve pensativo y algo nervioso.

—Tranquilo, si no tienes un botiquín, por lo menos puedo limpiar con agua.

Richard me asiente. Aún encuentro expresiones de dolor en su rostro.

Voy hacia la cocina y regreso con una vasija llena de agua junto con un paño, me arrodillo frente al sofá y empiezo a limpiar sobre la herida. Richard aprieta sus labios para resistir el dolor que le provoco cada vez que paso el paño húmedo sobre su herida. Esto me recuerda a la vez que atendí a Dimitri en su cabaña, recuerdo como insistía en sonreírme aun cuando le dolía… No, no debería estar pensado en él.

—Tu cabello huele a flores…

Sí, lo sé. Dimitri me lo ha dejado claro tantas veces… No, no debería estar pensando en él.

—Es bueno saber que no huelo a mono —le digo en tono jocoso.

Siento que ambiente se está tornando algo rosado, mi corazón late con fuerza y el sonrojado de mi rostro me delata frente a la sonrisa coqueta de Richard.

—Ese sonrojado se ve muy bien en ti.

—Tienes una amiga que se sonroja por todo. —Agacho la mirada y sonrío bajo mis nervios.

—Me gustaría ser más que un amigo, Inocencia.

—Ya lo eres —conecto sus ojos con los míos—, recuerda que eres como mi ángel guardián.

—No —Richard hace un esfuerzo para acercarse más a mí—, me gustaría ser menos que eso.

—¿Qué es lo que quieres, Richard?

Su respuesta llegó en un lenguaje apasionado e intenso, Richard me devora con sus labios como si intentara tatuarse en ellos, es un beso tan profundo que hasta podría deducir el sabor de su alma. Sus manos agarran con fuerza bajo mi nuca, de vez en cuando siento pequeños mordiscos en mi labio inferior, es agresivo, rebelde y atrevido…. ¡¿Por qué me siento tan asustada?!... Así no me sentía con Dimitri… No, no debería estar pensando en él, no ahora.

—Me gustan tantas cosas de ti…, es por eso que quiero ser tu novio. Y tú… ¿quieres ser mi novia?

CAPÍTULO 56: La empresa familiar.

—Richard, soy inexperta en esto del noviazgo, quiero aceptar ser tu novia, pero no sé cómo debería responderte.

—Ya lo hiciste.

Richard vuelve y me besa, y en medio de aquel beso, empieza a usar su lengua, la adentra tan profundo que hasta me provoca una nausea inmediata, pero no se lo hago notar, solo aprieto más mis ojos para aguantar hasta el final. No quiero arruinar el momento, se supone debería ser hermoso e inolvidable; es que no entiendo, ¿Por qué tiene que meter su lengua en mi boca? ¡¿acaso este hombre intenta borrar mis memorias con su lengua?! ¡Santo padre!

Jamás pensé que un beso fuese a sentirse tan diferente al anterior, si antes estaba asustada, ahora me siento ansiosa, quiero salir corriendo de aquí. Quiero irme, es como si la oscuridad se revolcara dentro de mí para detenerle, y estoy segura que no debería sentirme así, pues siempre creí que un beso me dejaría deseosa por ir más allá. Aún recuerdo cuando, por las noches, regresaba a mi habitación, me lanzaba sobre mi cama, agarraba mi almohada e imaginaba que estaba en medio de un dulce y suave beso, como cualquier adolescente inexperta en el amor y que, en aquellos tiempos, sabía que eso sería lo más cercano que podría estar de recibir un beso.

—Sabes —Richard acaricia mis pómulos—, mi nuevo color favorito está en tus ojos —ambos compartimos sonrisas.

No me salen las palabras, espero y mi silencio no le incomode.

Richard baja del sofá y se sienta en la alfombra, abre espacio frente a él y me jala para sentarme entre sus piernas, yo me acomodo evitando lastimar su herida con mi espalda. Luego él me envuelve en sus brazos.

En mi espalda puedo sentir lo acelerado que está su ritmo cardiaco, puedo sentir su calidez, sus caricias recorrer mi cintura y mis caderas, incluso su respiración sobre mi cuello se siente tan bien. Sus labios sobre mis hombros son exquisitos. Me está gustando estar así con él. Por fin los nervios se me están pasando, solo bastó un abrazo de Richard para encontrar esa tranquilidad y seguridad que necesitaba.

—¿Estás cómoda?

—¿Sí, y tú?

—Mejor no podría estar.

Acepte ser novia de Richard porque me gusta bastante, tanto que hasta me hace omitir todas esas advertencias que me ha lanzado mi familia, es que su compañía me hace sentir segura, me siento completa cuando lo tengo cerca. No estoy segura si esto es amor, pero de verdad que quería intentarlo con él. Espero acostumbrarme a sus besos y a sus caricias, espero no haber tomado una decisión precipitada…, porque sí, hay que aceptarlo, también le he correspondido porque siento que estoy algo tarde para andar rechazando propuestas, tengo miedo de que esta sea mi única oportunidad para tener un novio, pues a mi edad ya debería tener hasta hijos.

Ambos nos hemos quedado viendo una película que recién han empezado a transmitir en la televisión, se llama «Como si fuera la primera vez» es una hermosa historia, espero poder verla hasta el final, pues mis ojos empiezan a pesar...

—Inocencia, te estás durmiendo —me despierta susurrándome al oído.

—No, aún estoy aquí —respondo y él se hecha a reír.

Siento como su mano entran bajo mi blusa, con la yema de sus dedos acaricia sobre mi abdomen y delinean la curvatura de mi cintura, para luego descontrolar mis latidos con ese lento y estremecedor recorrido que le lleva hasta mis senos.

—Te puedo mantener despierta de esta forma —con sus dedos empieza a rozar mis pezones… ¡Me está excitando!

Mientras acaricia mis senos empieza a besar sobre mi cuello, y mientras lo hace, yo empiezo a ponerme nuevamente nerviosa.

Como manera de escape, fijo mis ojos sobre el reloj de la pared y observo la hora.

—Richard, es tarde, tengo que irme ya.

—¿Qué?... ¿Te ha molestado que te toque?

Con mucho cuidado me volteo para quedar frente a frente, poso mi mano sobre su barbilla y fijo mis ojos en los suyos.

—Me ha gustado tanto, que hasta podría haber llegamos más lejos —vuelvo a sonrojarme—, p-pero tengo que ir a las oficinas mañana temprano, toca levantarse temprano —sonrío apenada.

—Yo mañana seguiré incapacitado, regresaré a trabajar después de año nuevo.

—Bien, entonces seguiré viniendo para visitarte.

Me sonríe antes de un evidente beso que, al iniciarlo, nuestros labios comparten suavidad, es un beso corto pero memorable, y cuando se desprende de mis labios le veo sonreír nuevamente.

Este chico me ha hecho suspirar en medio de una sonrisa.

De camino a la mansión Hikari, no puedo esconder mi felicidad, ahora es oficial que tengo novio… ¡Tengo novio!

Al entrar a mi habitación aún conservo la misma sonrisa, me acuesto sobre mi cama y abrazo mi almohada, vuelvo a besarla como en aquellos tiempos, y me imagino el rostro y los labios de Richard, ¡¿Cómo podría dormir estando tan feliz?!

Es verdad que al principio me asusté y sentí ganas de huir, pero resistí y ahora me alegro de haberme quedado, pues al pasar más tiempo juntos, todo fue sintiéndose mejor.

La alarma suena, en ella marca las 6:00 am del 28 de diciembre, me levanto con dificultad y sintiéndome demasiado soñolienta, ya que no pude dormir temprano debido a la emoción de tener novio. Luego de bañarme, elijo un atuendo apropiado de oficina, un vestido en tonos grises y un blazer negro que combina con los tacones, un poco de maquillaje, y, por último, peino mi cabello.

Alguien está tocando mi puerta, de seguro es Delancis. 

—Buenos días, linda —es mi hermana Charlotte, ella igual luce ropa de oficina.

—¿Lottie, ya vas saliendo?

—Sí, nos vamos juntas.

—¿Y Delancis?

—Delancis tiene reunión temprano con unos clientes americanos, dice que Valen nos dará el tour por las oficinas.

El auto de mi hermana es un oscuro sedan color gris de marca Audi, asientos de cuero y un suave aroma a vainilla. Ya hace unos minutos que vamos circulando por las calles de Londres, al parecer las oficinas están en el centro de la ciudad. Durante el viaje, encontré la oportunidad para hablar de nuestras madres, de nuestro pasado. Me contó con mucha libertad parte de la historia que conocía, de que ella es el gran error de una noche de su madre, trate de hacerle ver su situación de otra forma, pero no la acepto.

—¿Así que toda tu vida la pasaste en Estados Unidos?

—Así es, antes de la muerte de Gabriel trabajé por cuatro años en una de las empresas publicitarias más grande de New York.

—Y tuviste que dejarlo todo.

—Sí, en una tarde, cuando iba saliendo de la oficina, me encontré con Delancis, ella misma fue a buscarme para darme las noticias y para llevarme con ella. Sabía que tenía que irme, ya que no era seguro estar sola.

—Sí, comprendo…

—Esa misma noche fui a la tumba de mi madre y me despedí de ella, y bueno…, llegué a la mansión el mismo día que tú.

—Solo que tú ya conocías a tu familia.

—Sí, desde pequeña me he relacionado con todos estos locos, pero siempre sin involucrarme en sus negocios, no quiero ser una criminal ni ser parte sus de negocios ilegales. Es cierto que sé manejar armas, más nunca he disparado contra una persona, jamás he mandado a matar a alguien y espero nunca hacerlo.

—Espero lo mismo que tú…, pero según esa extraña profecía, seré yo quien controle todo.

—Ermac me habló sobre eso, y si te soy sincera, me alegra que seas tu. Dicen que la oscuridad familiar nace con el más grande líder de los últimos años, y si eres tú, de seguro es para bien.

—Ya conocí a mi alter ego, y te aseguro que es de temer.

—Pues escucha lo que te voy a decir, mujer temeraria, no me importa si te llegas a convertir en el mismísimo anticristo, yo misma me encargaré de ir a patearte el culo con todo y tu oscuridad.

Empiezo a reír por tal amenaza, Lottie es una mujer increíble, y me alegra que ambas podamos compartir los mismos ideales.

—Por favor, si enloquezco, solo hazlo —pido mientras trato de controlar las risas.

—Dalo por hecho.

La ciudad recién está preparándose para dar su bienvenida al verano, el vapor y una ligera bruma se levanta sobre la claridad de la mañana, pues en las calles la humedad aún es insistente.

—Bueno, ya estamos aquí. —La velocidad del auto ha empezado a disminuir—. Te presento el Hikari’s Factory Building.

Levanto la mirada y contemplo aquel alto y elegante edificio de cristales negros, en la cima del edificio está el apellido de mi familia, el edificio entero le pertenece.

—¡¿Delancis controla todo esto?! —pregunto muy sorprendida mientras sigo observado a través de la ventana. 

—Sí, desde ayer es la nueva CEO de la compañía.

De repente, Lottie gira el timón para entrar a los estacionamientos subterráneos del edificio, enciende los faros del auto y luego se estaciona en un estacionamiento que tiene su nombre. Tengo fe de que esta empresa guarda todo lo bueno de mi familia, creo que por fin podré sentirme orgullosa de ellos.

—Esa es la misma sonrisa que te vi anoche —dice con un tono y una mirada llena de suspicacia.

—¿Anoche?

—Sí. —Lottie apaga el motor del auto y voltea a verme sonriendo de medio lado—. Anoche, como a las 2:00 am, yo iba saliendo de la cocina cuando te vi llegar muy sonriente y tarareando una canción.

—Ah, sí… je, je.

—¿Qué has estado haciendo, Inocencia Trevejes?... ¿Algo que quieras contarle a tu hermanita menor?

«¡Oh, padre santo!... ¡¿Qué hago?!... ¿Debería decirle?».

—Yo solo venía de visitar a un amigo.

No, Inocencia. ¡NO TE SONROJES!

—¡Aja, mírate, estás toda roja! —Lottie se echa a reír. Luego agrega en tono divertido—. Puedo suponer que es un amigo con derecho, ¿verdad?

—Eeh, sí…, creo que sí.

—¡Wow! No esperaba esa respuesta —se ve muy sorprendida y hasta emocionada—… ¡¿Es en serio?!

—Sí, por lo que me dijo, se graduó en la escuela de derechos y ahora trabaja con leyes.

—Ino, eres irremediable… —mi hermana vuelve a sueltar un par de risas.

Subimos al ascensor del estacionamiento y después Lottie presiona el botón de planta baja. Al llegar a la planta baja, me sorprendo al ver tan elegante lobby, en todo el centro del recibidor está una enorme lámpara colgante de cristales tornasoles, plantas exóticas, sofás de cuero negro, y un sistema de acceso que da paso hacia los ascensores.

—Buenos días, señoritas —Valen viene acicalando su corto cabello.

—Llegaste temprano, es un milagro —le dice Lottie.

—Bueno, es que hay días en que amanezco solidaria y decido no madrugar, para que así Dios ayude a otras personas.

Valen nos hace reír.

—¿Es por ese dicho que dice: «El que-que madruga, Dios le ayuda? —le pregunto.

—¿El que quema droga? —se pregunta Valen.

—No, no, «el que madruga» —le corrijo con una sonrisa avergonzada.

—Pendeja, no te burles del tartamudeo de mi hermana.

Las tres vamos caminando hacia la recepción del Lobby, tras el mueble está una mujer alta, trigueña, de larga cabellera negra y ojos grises.

—Hola Kate, necesito tarjetas de acceso para mis primas —le dice Valen.

—Ok, enseguida me comunico con el departamento de soporte técnico.

—Genial, me avisas cuando estén listas.

Las tres cruzamos hacia los elevadores e iniciamos con el recorrido. Mi prima nos ha presentado con los gerentes y los líderes más importantes de la compañía, nos mostro la gran cafetería, los exteriores, el salón de esparcimiento, el gimnasio, hasta tienen su propia guardería.

El elevador se detiene en el piso diez, dice Valen que aquí es donde está el departamento de publicidad.

—¿Valen, y a que te dedicas en la compañía? —le pregunto mientras vamos saliendo del elevador.

—Soy la gerente del departamento de Recursos Humanos.

—Qué bien, te felicito.

—Gracias, se hace lo que se puede.

—¿Ya puedo ir a mi puesto? —lottie tiene un rostro aburrido.

—Sí, vamos para presentarte con tu equipo —Valen voltea a verme—. Ino, espérame en el piso veinte, en ese piso están las salas de reuniones, tenemos que ver tus conocimientos y habilidades.

—Ok, te espero allá.

El pasillo del piso veinte es diferente a los demás, este es más alto, sus paredes tienen varias columnas con hermosos diseños imperiales en tonos dorados, una larga alfombra color mostaza que va de extremo a extremo, y varias puertas de cristal translúcido. Todas las puertas son iguales, menos aquella que está en el final del pasillo. La curiosidad me lleva hasta aquella puerta de madera con acabados finos, y antes de que mis manos agarraren la perilla, esta gira abriendo la puerta sorpresivamente; tras la puerta aparece un hombre sumamente alto, rasgos asiáticos, cabellera negra perfectamente peinada, aquel hombre lleva puesto unos lentes de aros negros y sobre el cuello guinda un lanyad con el logo de la compañía junto con un carnet de identificación.

—Disculpe —Con una mano ajusta su corbata, y con la otra sostiene la caja de una laptop—, ¿y usted quien es, señorita?

Por lo que he visto hasta ahora, en el centro de Londres no soy tan conocida como en Kingston, de cierto modo esto me agrada.

—Mi nombre es Inocencia Trevejes, soy hija de Gabriel Hikari. 

—¿Y eso que? —me cuestiona mostrándose muy serio—. Eso no le da derecho a irrumpir la oficina del CEO de la compañía. Por seguridad, nadie tiene permitido el paso, solo la señora Delancis puede entrar aquí.

—¿Es la oficina de Delancis?

—No, aún es la oficina del señor Gabriel.

—Ok, comprendo... Entonces, esperaré a Valentine aquí fuera.

—Bien.

El chico me pasa a un lado con una actitud de indiferencia, camina hasta los ascensores y luego presiona el botón para bajar: el ascensor está demorando en llegar, el chico se balancea de un lado a otro viendo algo impaciente.

—N-No se tu nombre —le digo.

—Soy el ingeniero Kim Seok, trabajo en el departamento de tecnología.

—Un placer conocerte, Seok.

—Preferiría que me llamara por mi apellido, señorita.

—Lo siento, pensé que Seok era tu apellido.

El ascensor llega, y sin decir más palabra, el ingeniero Kim entra y se va en él.

Mis ojitos curiosos se centran nuevamente en aquella puerta, y ahora que el ingeniero Kim no está, puedo ir y darle un vistazo rápido. Corro hacia la puerta haciendo eco con mis tacones, agarro la perilla y enseguida la abro. Al entrar encuentro una sofisticada oficina, tras el escritorio están unos altos ventanales de vidrios ahumados que tienen una notable inclinación hacia la punta del edificio; bajo mis tacones se siente un cómodo alfombrado color blanco hueso; incrustado en una pared está un librero color caoba y un estante con varias botellas y copas de licor; hacia el otro extremo se encuentra una chimenea eléctrica frente a un juego de sillones color turquesas.

Camino hacia el escritorio de papá y me siento en aquella silla tapizada en cuero y de respaldar alto.

De repente, sobre el escritorio, mis ojos encuentran aquellos portarretratos de fotos antiguas, podría apostar que se tratan de mis hermanos cuando eran niños, incluso está una foto de Marisol. Esto es lo que mi padre divisaba diariamente, aquí mi padre pasó gran parte de su tiempo; con la yema de los dedos rozo los brazos de su silla, el acabado de la madera del escritorio, las teclas de su computador, y aquel sello metálico en forma de H que tiene incrustado el borden del escritorio… Un momento… ¿Qué es esta sensación?... Aquel sello parece ser un botón.

Con mi curiosidad aún latente, presiono ese sello metálico, e inesperadamente, bajo el escritorio, se abre un compartimiento secreto, dentro de él está una carpeta con una buena cantidad de hojas. Tomo esa carpeta en mis manos y, al abrirla, encuentro varios documentos con fotos estilo carnet de varias personas, la mayoría son mujeres; los documentos detallan sus nombres, números de identificación, edades, nacionalidad, tipo de sangre y fecha de nacimiento. Otros documentos tienen las mismas fotos pero con información diferente, ¿nombre real?..., ¿nacionalidad real? Estos otros documentos tienen algo adicional: la dirección residencial y sus familiares directo… No comprendo mucho, así que sigo revisando los demás documentos.

—¿La rana que baila? —es lo que leo en el título de un documento—. ¡¿Qué carajos es esto?!

—¡Hermanita, los encontraste! —Delancis aparece muy sonriente bajo la puerta de la oficina—, no tienes idea lo mucho que llevo buscado estos documentos.

—¿Quiénes son estas personas? —pregunto mostrándole un documento.

—Bueno… —Delancis viene caminando hacia mí—. ¿Cómo te lo explico? —La veo sentarse sobre uno de los sillones que está frente al escritorio.

—Explícamelo de la manera más sencilla, por favor —le exijo con seriedad.

—Claro… —extiende su mano, me quita la hoja y agarra la carpeta—, son personas que empezarán a trabajar gratis para nosotros.

—¡Las cosas como son, Delancis! ¡Esto es trata de personas!

CAPÍTULO 57: La próxima vocación.

¿Debería esperar siempre lo peor?

¿Dónde debería depositar mi orgullo?

Me siento tan decepcionada, tenía fe de que, al llegar a esta empresa, podría encontrar el lado bueno de mi familia, pero todo parece estar podrido, mi familia es el maldito cáncer de la ciudad, sus acciones cada vez son más dañinas para el prójimo, y sus desalmados negocios siempre están manchados de crueldad.

—Es el mundo que nos tocó vivir, Inocencia. —Delancis cruza sus piernas y se acomoda sobre la silla—. Es cierto que se puede nacer con alas de ángel en medio de un infierno, pero por más que se protejan aquellas alas, terminarán quemadas o chamuscadas.

Me levanto de la silla y me inclino de frente y hacia ella.

—Y aunque me quede sin alas, no me convertiré en un demonio.

—Lo dice la reina de la oscuridad —sonríe con cinismo. 

—No, Delancis. No pienso convertirme en una mala persona, yo tengo mis ideales claros, y si aún no te ha quedado claro, el crimen y la maldad no es lo mío.

Delancis empieza a echarle un vistazo a los documentos; de repente, deja de hacerlo y levanta la mirada frente a la firme postura que aún mantengo frente a ella.

—Ya estoy cansada de que estemos discutiendo siempre de lo mismo, Inocencia. Ojalá y logres hacer algo.

¿Realmente quiere eso?

La puerta de la oficina se abre, es Valentine, quien de seguro me ha estado buscando. Al entrar se encuentra con un ambiente caldeado, se ve sorprendida y hasta algo intrigada.

—¿Interrumpo?

—No, de echo me alegra verte, estaba contándoles la historia de la empresa, y… quién mejor que tú para hacerlo, ¿no?

Delancis se levanta de la silla y luego, sin decir alguna otra palabra, sale de la oficina. Valen se acerca al escritorio y se sienta en la misma silla donde estaba sentada mi hermana.

—Algo me dice que no estaban hablando de historia.

Me dejo caer sentada sobre la silla del escritorio de mi padre y luego respiro hondo para tranquilizarme.

—¿Tu sabía lo de: «La rana que baila»?

—Así que se trata de esa historia.

—¿Todos los saben?

—Todos menos Lottie y tú, ambas apenas acaban de llegar y pues, esto es algo nuevo para nuestra familia.

—¿Van a vender mujeres? ¿De qué trata todo esto?

—Es un Burdel, varias de esas mujeres vienen de países tercermundista y de pobreza extrema, se prostituían en las calles, y muchas veces hasta eran maltratadas. Entonces llegamos nosotros para darles una oportunidad para cambiar su estilo de vida. 

—¿Y qué crees que piensen los clientes cuando se enteren de que le están ofreciendo mujeres de la calle? —pregunto sonriendo con ironía.

—¿Vas a dar ideas? ¡Excelente! Soy toda oídos —me sonríe de la misma manera.

—¡C-Claro que no!

Valen se hecha a reír tras mi reacción.

—Los clientes no tienen por qué enterarse; además, antes de sacarlas de sus países se les examinó para comprobar que estén libres de enfermedades, estamos claros en que no podemos traer mujeres enfermas.

—Y por lo que vi en los documentos, van traerlas de manera ilegal.

—Exacto, a la mayoría de los clientes les gusta consumir productos extranjeros.

Me levanto de la silla y me paro frente a los inclinados ventanales de la oficina, desde aquí empiezo a observar el pesado tráfico que circula en la avenida principal.

—Traerlas de manera ilegal no es correcto, pero tampoco es tan malo como ponerlas a trabajar gratis, eso sí es despiadado —digo sin apartar la vista del paisaje.

—Eso no es del todo cierto, hemos negociado con cada una de esas mujeres, no vamos a pagarles un salario, pero si tendrán donde dormir, ropa, alimento y buena salud. Ellas aceptaron esas condicione, no estarán secuestradas, estarán mejor que antes.

No puedo estar contenta con aquella «solidaridad», porque habiendo tanto dinero en esta familia, pudieron escoger mejores formas para ayudar a esas mujeres, sacarlas de ese mundo y ofrecerles un trabajo más apropiado, tal como hizo mi padre con mi madre.

—Ya veo… —me volteo a mirarla—. Y dime, Valentine, ¿cuál es el lado oscuro de esta empresa? Porque supongo que hay algo turbio aquí.

Mi prima supone estar pensativa mientras desvía la mirada por toda la oficina, luego vuelve a conectar sus ojos con los míos.

—Lavado de dinero —responde de forma contundente.

—Claro, hay que declarar de donde viene todos esos millones —vuelvo a sentarme en la silla de mi padre.

—Así es como funciona, prima. Todo negocio ilícito debe convertir sus ingresos mediante un sistema financiero legal, y es por eso que tenemos a un excepcional hacker con nosotros.

—¿Hacker?... —la curiosidad se revuelca dentro de mí.

—Te explico: No podemos crear «empresas de papel» para simular transacciones, pues como entenderás, somos una empresa exageradamente auditada por el gobierno. Así que nos toca encontrar personas que sirvan de mulas, nuestro hacker envía correos masivos con atractivas propuestas para ganar dinero fácil y las personas aceptan de inmediato, les contratamos para que trabajen desde casa y le exigimos solo un par requisitos: tener tarjeta de crédito y realizan una cierta cantidad de compras mensuales desde nuestro sitio web, las ordenes de compras de estos usuarios se completan automáticamente, para que finalmente, por medio de remesas, se les hace llegar el dinero en efectivo con total de las ordenes compradas más un 15% de comisión. Y Así el dinero sucio entra de manera legal a esta empresa.

—Es asombroso… —mi mente aún lo está procesando.

—Y bueno, primita. Espero y sepas guardar muy bien todos estos secretos, confiamos en que no vas a traicionar a tu familia.

¿Acaso tengo otras opciones? Me siento prisionera al no poder salirme de todo este lio, solo me queda soportar todo esto y hacerme la de la vista gorda frente a todos los crímenes que comenta mi familia, esto es tan asfixiante.

¡Oh, dios mío!... ¿Por qué me castigas de esta forma?

—Ino, no tienes que involucrarte en los movimientos ilegales de esta empresa, tranquila. Puedes trabajar conmigo en recursos humanos, se te da bien ayudar a…

—No —le interrumpo—, quiero trabajar con Delancis.

Valen se me queda viendo con unos ojos llenos de impacto, ella no esperaba tal respuesta.

—¿Sí entiendes que trabajar con Delancis es estar envuelta en todos los negocios ilícitos de la familia?

—Hubo un tiempo en el que mi madre estuvo sentada en esta misma silla —respondo mientras acaricio los brazos de la silla—, fue la CEO de esta empresa durante un año, y por tal razón quiero conocer que pudo estar haciendo en este lugar, y si sus acciones eran buenas, talvez podría continuar su legado. Eso no significa que quiera arrebatarle el puesto a mi hermana, es imposible, pero es lo único que tengo para sentirme cercana a mi madre.

Valen se me queda viendo en silencio. Luego se sonríe bajando la mirada.

—Eres una mujer de admirar. —Levanta la mirada buscando mis ojos—. Espero y nunca cambies, prima.

—No pienso hacerlo —le sonrío.

—Bien, vamos con Delancis.

Al entrar a la oficina de Delancis, de inmediato mis ojos empiezan a contemplar el lugar. Esta también es una oficina con diseños modernos, algunas paredes con acabados de ladrillos de color blanco, en borde del techo unas pequeñas lámparas de ojo de buey y unos sofisticados muebles que combinan la madera del roble con tonos negros; aquí dentro se siente mucho frío, ni el sol logra colarse por las cortinas desplegables, al parecer mi hermana ama trabajar congelada.

—¿Ya elegiste tu nueva vocación? —me pregunta.

—Sí, quiero trabajar en el área administrativa, contigo.

Mi hermana se ha sorprendido al escuchar mi decisión, y es que, después de aquella discusión, era de esperarse que eligiera trabajar en alguna otra área.

—¿Estás consiente de lo que eso conlleva?

—Claro, colmarte la paciencia hasta que logremos hacer las cosas de forma legítima.

Delancis y Valen me sonríen.

—Supongo que tocará prepararme para largas discusiones —dice Delancis.

—Después de todo, es lo que hacen las hermanas, ¿no? —agrega Valentine.

—Sí, es lo que normalmente hago con Lottie, y por lo que veo, también pasare por lo mismo con Inocencia.

En lo que resta del día estuve reunida con Delancis, desde su escritorio me enseñó la misión y visión de la empresa, hablamos sobre nuestros clientes y proveedores, sobre la competencia, el mercado actual, los proyectos y las próximas negociaciones por salir. Hay mucho trabajo por delante y, con ayuda de mi hermana, estaré aprendiendo a cómo administrar esta empresa; incluso la acompañaré a sus reuniones; juntas analizaremos diferentes situaciones. Delancis me ha dado un buen cargo en esta empresa, uno que antes llevaba ella, me ha asignado: ejecutiva de servicios administrativos; así que me aseguraré de hacer bien mi trabajo, es hora de garantizar que la empresa tenga todo lo necesario para su buen funcionamiento.

—¿No has pensado en obtener una licenciatura? —me pregunta mientras bebe un vaso de agua—. Te convendría mucho estudiar administración de empresas.

—Cierto, debería ir a la universidad. Necesito ganarme este puesto de la manera más justa.

—¿Quieres que te ayude para matricularte en una? —mi hermana sonríe muy animada.

—Bueno, ahora que estoy trabajando, creo que podré pagar la colegiatura, así que te lo agradecería mucho.

—Ya cuando inicies las clases habrás terminado con las clases de manejo de armas —dice mientras permanece sonriente.

—Cierto —le sonrío de vuelta.

La jornada laboral de hoy ha terminado, al salir de la oficina nos encontramos con un pasillo vacío, y es obvio, ya que aquí solo están las salas de reuniones y las oficinas administrativas. Ambas subimos al elevador y, mientras este empieza a bajar, se va deteniendo en cada piso. Varios son los colaboradores que parecen espantarse al encontrarnos dentro, otros saludan con cortesía y entran en el elevador. Aquí dentro hay un silencio sepulcral, podría apostar que varios aquí han detenido la respiración solo por nuestra presencia, miro de reojo a mi hermana y entonces es cuando comprendo, Delancis tiene un poderío algo intimidante y frívolo, su postura perfectamente erguida, la seriedad de su rostro y esa claridad en sus ojos desborda pura confianza y supremacía, tiene una presencia muy imponente. ¿Quién mejor que ella para ser la respetable CEO? 

Al llegar al lobby, todos nos bajamos del ascensor, y mientras caminamos hacia la salida, Delancis se acerca y me susurra al oído:

—Le pedí a Ermac que te llevara a tus clases de manejo de arma, como él trabaja en las granjas, va a demorar un rato en llegar. Me dijo que le esperaras en el parque, es ese que está atrás del edificio.

—Oh, ok.

—Suerte en tu primera clase, nos vemos en casa —ambas nos despedimos con un abrazo.

Al llegar al parque busco una banca donde pueda sentarme, por suerte no demoro en encontrar una.

Mientras espero a mi hermano, contemplo este hermoso lugar: En todo el centro del parque se puede apreciar un enorme largo, el cual es rodeado por arbusto con diferentes tipos de flores, unos cuántos árboles de cerezos y un sendero de adoquines que le da la vuelta por completo, bancas con vista al lago, un olor a primavera y una brisa fresca que transita bajo un bello atardecer. Desde aquí puedo disfrutar de aquel deleitante horizonte, el cual se viste de tonalidades celeste, rosa y anaranjado. Es tan relajante, tan pacífico, incluso amo ver a los niños jugar, frente a mi pasan algunas personas que pasean a sus mascotas y otros que van trotando sobre los senderos.

Ojalá y pudiera disfrutar de este lugar en compañía de alguien.

—زهرة الياسمين ، جمالك قد احمر السماء.

Me espato al escuchar aquel inentendible susurro sobre mi oreja.

Tras la banca donde estoy sentada mis ojos encuentran a un hombre alto que viste un singular «disfraz árabe»; sí, porque es un disfraz, esos ojos verde oliva jamás podrían camuflarse de mí, aún con esa abundante barba puedo reconocerle.

—Hola, Dimitri —le saludo sonriéndole.

—¡Maldición!, no quería que me reconocieras. —Ae ha sentado a mi lado—. Y yo que hasta me aprendí aquella frase en árabe solo para sorprenderte.

—Pues misión cumplida, ¡me sorprendiste!

—Ah, ¿sí?

—Sí… ¿Y que se supone que significa eso que me susurraste?

Dimitri acerca su rostro lo suficiente como para volver a susurrarme:

—Flor de Jazmín, tu belleza tiene al cielo sonrojado.

Oh, Allah….

No puedo evitar suspirar mientras me sonrojo, ni tampoco puedo ocultar esta tímida sonrisa. Dimitri levanta el borden de su largo turbante, lo estira hasta tapar nuestros rostros y con ello aprovecha mi desconcierto para robarme un beso.

No…

Esto es inaceptable, yo tengo novio…

¡Inocencia, di algo! 

—N-No vuelvas a robarme un beso —le hablo en tono bajo y tembloroso.

—¿Por qué no?... Si tú ya hace rato que me estás robando el sueño.

¿Por qué con él se siente tan diferente?

Los besos de Dimitri tienen algo especial y a la vez son raros para comprender, porque, con cada beso, mi mundo por fuera se hace más lento, pero por dentro se estremece todo por completo, y tiene ese desenlace que llega con una sonrisa que es capaz de pintar con los colores del atardecer todo a nuestro alrededor… Yo solo espero que este sentimiento no sea amor.

CAPÍTULO 58: Rumbo a clases.

Me asusta tenerte cerca, porque cuando te paras frente a mí, haces que pierda el control de mi vida, y por un momento siento que conviertes mi futuro en algo aleatorio.

Voy caminando, con mucha prisa, por los alrededores del lago, rumbo a los baños públicos que están en el parque, solo así podré mantenerme lejos de aquel pecado de dos patas que justo ahora viene tras mis pasos, se trata del fugitivo más buscado de toda Inglaterra: Dimitri Pausinni; su disfraz no le deja pasar desapercibido frente a la mirada de las personas, pues no hay manera de ignorar la presencia de aquel alto y barbudo hombre de traje árabe, y más aún si está correteando a una inofensiva mujer con traje de oficina y tacones altos.

Necesito mantenerme lejos de él, no quiero convertirme en una novia infiel. Tampoco puedo enfrentarlo y decirle que tengo novio, eso sería sentenciar a Richard a una muerte segura, así que mejor me quedo calladita, y mientras tanto, solo me queda pedirle a Dios que haga de mí una mujer cautelosa, solo así evitaré encontrármelo en un futuro.

Santo cielo, pero qué insistente es…

—¡Te dije que me dejaras tranquila! —Detengo mis pasos y volteo a verle—¿Por qué insistes en seguirme?

—Tal vez eres tú quien forma parte de mi camino.  

—Shh… ¡Ya!... Deja la cursilería… —Me le acerco un poco para hablarle en voz baja—. Si sigues persiguiéndome con esas fachas de terrorista, de seguro tendrás a toda la policía asechándote.

—¡Ey, eso fue muy xenofóbico, señorita!

—¡¿Y qué tienen que ver los senos con tu disfraz?! —refunfuño en voz baja—. A-Además no creo que le tengas fobia a los senos, me lo dejaste muy claro aquella vez en las aguas termales.

Se empieza a reír de mí en voz alta, parece que he entendido mal las cosas, algo muy común en mí.

—Te gustó, lo sé… —me susurra—. Aún lo recuerdas.

—¡Ya basta! 

Doy media vuelta y sigo caminando más rápido.

Es difícil apresurar mis pasos usando estos tacones, a cada rato mis tobillos se tuercen por culpa de las separaciones y los relieves de los adoquines.

¡Maldición!... ¡Caminar con tacones debería catalogarse como un deporte extremo!

—¿Quieres ir a beber algo conmigo? Debes estar agotada de caminar todo el día con esos tacones —Dimitri aún está siguiéndome.

—Que te quede claro, Dimitri, las mujeres nacimos para aguantar los tacones y… —vuelvo y me tambaleo—, y no para aguantar a locos obsesivos como tú.

—No creo que hayas nacido para verte como Tagadá de feria, corazón.

—¿Tadagáh? ¡¿Qué demonios es eso?!… Bueno, no importa. ¿Sabes qué? Desde mañana cargaré con unos calzados deportivos en mi cartera.

—Claro, flor de Jazmín —dice en tono burlesco.

—Aparte, no puedo ir a beber contigo, porque mi hermano pasará a buscarme.

—Cierto, aún no tienes auto… Yo puedo llevarte a tu casa, llama a tu hermano y dile que no venga por ti.

—No voy a mi casa —la caminata me tiene con la respiración agitada—, voy a un curso.

—¿Curso de qué?

Vuelvo a detenerme, tomo un gran respiro y me doy vuelta para responderle.

—Veo que no te cansas, ¿eh? … —me le acerco un poco más y agrego casi sin respiración y en tono bajo—. Voy a un curso de manejo de armas.

No le ha gustado mi respuesta, esa seriedad le hace ver aún más como un terrorista, provoca que un escalofrío inmediato recorra por todo mi cuerpo.

—¿Y ahora por qué quieres aprender a usar un arma?

Antes de continuar hablando observo a mi alrededor para evitar ser escuchada por algún chismoso.

—Como sabrás, estoy metida hasta el cuello en esto del mundo de las mafias… Necesito aprender a protegerme, y en especial si quiero proteger a las personas que amo.

Dimitri exhala con un gran respiro, se ve más relajado.

—Comprendo, solo ten cuidado… —Me toma de las manos —. No me gustaría verte convertida en una Inocencia sin inocencia.

—No, no me convertiré en otra persona.

«Si supiera…».

Dimitri suelta mis manos mientras me sonríe a boca cerrada, está tan cerca que al instante en que conecto con sus ojos me quedo atrapada en aquella verde profundidad, en ellos me veo reflejada y hace preguntarme: ¿qué hay detrás de esa mirada enternecedora? ¿Qué es lo que realmente siente por mí?

De pronto, una fuerte brisa golpea sobre nosotros, alborotando aquella mágica fragancia dentro de mi cavidad nasal. Su sonrisa es tan cálida… No puedo negar que me agrada que se preocupe por mí.

—Chitsen me contó cómo te armaste de valor para apuntar y disparar un arma, ya te imaginarás la versión de aquella historia, dice que tomaste el arma y gritaste «¡muere infeliz!» en pleno disparo.

—¡¿Qué?! ¡Claro que no!

Ambos empezamos a reír.

—Me hubiera gustado ver eso… Verte con un arma sería tan raro como ver a un pirata bailando vals —dice con una contagiosa sonrisa.

De pronto, a lo lejos veo venir a mi hermano, trae puesta una camisa roja, pantalón negro, y un yeso de color verde que guinda de un sostén de brazo en color negro; viene acompañados de dos robustos agentes de seguridad, sus rostros son tan serios como manual de calculadora.

—Dimitri, tienes que irte ya —le exijo entre dientes.

—¿Por qué?

—Porque ahí viene mi hermano junto con dos de sus guardaespaldas.

—¡Mierda!… —Dimitri se ve inseguro, no sabe si despedirse o no—. Bien, nos vemos después.

Decide irse de inmediato, con su mirada agachada y con el turbante ocultando parte de su rostro. Le veo alejarse bajo los árboles del parque. No sé, pero algo me dice que pronto nos volveremos a ver.

Ya nos encontramos en el auto rumbo a las instalaciones donde tomaré las clases de manejo de armas, frente al timón va manejando uno de los guardaespaldas de mi hermano, el otro le acompaña en el puesto de al lado, Ermac va sentado en los puestos de atrás, pues por su condición no puede manejar, y eso me tranquiliza, recordemos que la última vez no nos fue bien con él al volante.

Fue un día agotador, en realidad estos tacones me tienen los pies estropeados, la caminata que me di con Valentine y con Dimitri fue demasiado para mis delicados pies, y creo que hasta me he hecho unas vejigas en mis talones, no aguanto esto, así que aprovecho que vamos en el auto y por un momento me quitos los tacones... Mucho mejor…, de seguro esto es otro de los placeres de la vida.

—Ino, ¿quién era el extranjero que estaba contigo en el parque?

—Ah… Ni idea, solo me estaba preguntando por una dirección.

—Ya veo…

Volvemos a quedan en medio de un tranquilizador silencio, solo se escuchan el suave rugido del motor del auto y el ligero sonido que hacen las llantas sobre el pavimento.

—¿No sienten un olor como a bacalao? —pregunta uno de los guardaespaldas.

—A mí me está oliendo como a queso rancio —le responde el compañero que va sentado a su lado.

Rápidamente me pongo los zapatos.

—Amigos, deben tener hambre —les responde Ermac—. Cuando lleguemos a la academia vemos donde podemos cenar algo.

—¡Sí, genial! —ambos guardaespaldas responden.

Todos se ven muy animados, menos Ermac. Mi hermano ha hablado muy poco en lo que va del viaje, se ve muy pensativo, parece que algo está pasando con él, su expresión luce algo triste.

—Ermac, ¿Y qué es de Antonella?... Llevo días sin verla.

—Aún no regresa de Alemania.

—Cierto, el veintiséis se fue con su hermano.

—Sí, tiene un familiar enfermo.

—Supongo que la extrañas.

—Mientras más amas a alguien más mortificante es la distancia —Ermac me sonríe con algo de melancólica.

Desvío mi mirada hacia la ventana del auto y doy un gran suspiro.

—Y yo que soy tan despistada en eso del amor…, creo cuando por fin esté enamorada de alguien, no me daré cuenta y lo arruinaré.

—Creo que lo mejor en ese caso es ser sincero con uno mismo.

Finalmente llegamos a un elegante local de infraestructura moderna que se encuentra ubicada en un área rural, los terrenos del lugar son bordeados por altos muros de concreto, y en la entrada principal una garita es custodiada por unos guardias de seguridad.

Luego de pasar la garita y de estacionarnos, los cuatro bajamos del auto. Al entrar al local somos recibidos por un señor canoso, este se acerca a mi hermano y le estrecha la mano.

—Señor Hikari, tiempo sin verle.

—Señor Jeremy, un gusto saludarle —Ermac voltea a verme, haciendo que todos pongan sus ojos sobre mi—. Esta es mi hermana, Inocencia Trevejes, es quien recibirá el curso.

—Un gusto conocerla, señorita —Jeremy extiende su mano para saludarme.  

—El gusto es mío, señor. —Estrecho su mano.

Ojos grises sumamente claros, barba apenas pronunciada, y un rostro algo recorrido por el tiempo; tiene una sonrisa que le hace ver como un señor agradable y confiable, creo que nos llevaremos muy bien.

Mi hermano acaba salir del local para ir a cenar junto con sus dos guardaespaldas, antes de irse prometió regresar dentro de una hora para llevarme a casa.

El señor Jeremy me lleva con él para iniciar las clases, y aquí estoy, en una habitación llena de armas: en las paredes guindan armas, en las mesas hay unos maletines que también tienen armas, un gran tablero con patas que tiene dibujada las estructuras de varias armas; demasiadas armas para mi gusto, esto me hace sentir algo incomoda.

—Dime, Inocencia, ¿Ya has portado un arma?

—So-Solo una vez.

—¿Y la disparaste?

—Bueno…, sí.

—Entonces, ¿tienes licencia para portar armas?

—Eh… no.

—¿Sabes que soy un teniente de la policía? Podría llamar y reportarte por portar un arma sin tener licencia. —Jeremy se ve muy serio.

—¡No, por favor! —suplico sintiendo que el corazón se me sube a la garganta.

El Señor Jeremy empieza a reír luego de ver mi reacción, al parecer solo estaba bromeando, y eso me hace sentir aliviada.

—Tranquila, soy de los tuyos. —Se me acerca y pone un arma en mis manos—. No soy un teniente, lo fui, ahora solo soy un militar retirado.

»Fui yo quien entrenó a tus hermanos y a tus primos… , y por lo que veo faltabas tú… No sé dónde estabas metida, mujer, pero te voy a convertir en una de las mejores tiradoras de los Hikari.

CAPÍTULO 59: La próxima cita.

El señor Jeremy se pregunta: que dónde yo estaba metida; «señor, yo vivía metida dentro de unas hermosas aguas termales, tal cual cisne en estanque floral, hasta que llegó asechando un chacal de cuello blanco y me sacó de aquel lugar».

Mi primera clase de manejo de arma ha terminado por hoy, en ella me enseñaron a diferenciar los diferentes tipos de armas, sus funcionamientos y hasta algo de historia. Por ejemplo, ahora sé que el arma que tengo guardada en casa es una semiautomática de 9mm, es la que le pertenecía al difunto Peter… Que Dios lo tenga en su gloria.

—Hasta mañana, señor Jeremy —me despido antes de salir de la armería.

—Adiós, que tengas una buena noche, Inocencia.

Me encuentro bajo una estrellada noche, el frio ya no arremete con tanta fuerza, esto me permite esperar a mi hermano, tranquilita y juiciosa, parada frente a la puerta principal del local, sola y algo aburrida… Solo espero que mi hermano no demore en llegar; mientras tanto, me pongo a pensar en mi nueva relación romántica, en mi flaco y bello novio, quien de seguro se debe estar preguntando por mí.

Saco el celular de la cartera y busco el número de contacto de Richard, por suerte Alexis me enseñó a guardar mis contactos en algo llamado «El cielo», ¿o tal vez era “El aire”?... No, creo que él lo llamó «La nube». Bueno, lo que entendí es que mis contactos están guardados en el Internet.

Entre mis contactos busco el nombre de Richard, y enseguida le marco a llamarlo.

—¿Aló, buenas noches? —responde en un tono varonil y serio. En el fondo de la llamada se puede escuchar el televisor, de seguro está en su casa.

—¿Richard?

—Sí, él habla. ¿Con quién tengo en gusto?

—¿No reconoces la voz de tu novia? —uso un tono seductor… o es lo que intento.

—¿Inocencia? —ha bajado su tono de voz, casi está susurrándome—. ¿Qué pasó con tu número de celular? ¡¿Te robaron?!

—No, no me robaron, imagínate que Delancis me regaló uno nuevo, con todo y chip.

—¿Por qué, Inocencia?... —claramente se le siente la severidad—. Ese fue mi primer obsequio hacia ti, ¿y así lo desechas? —se escucha muy molesto.

—N-No lo he desechado, es solo que… —no puedo contarle la razón, pues él sigue siendo miembro de la policía, así que mejor guardo silencio.

—Sé que el celular que te regalé debe ser tremenda porquería comparado con el “posible” Iphone que te regaló tu hermana, pero el mío era especial, pensé que entenderías eso.

—Richard, lo siento, yo…

—Se supone que antes fuiste una monja, ¿no? —escucho como bufa de enojo —. ¿Acaso ya perdiste toda la humildad? ¿Te estás acostumbrando al lujo?

—Si tanto te ha molestado, está bien, cuando llegue a casa volveré a usarlo y guardaré el que me regaló mi hermana, porque sí, para mí es especial, por eso lo mantuve guardado en mi mesita de noche.

Un incómodo silencio se apropia de la conversación, en el fondo la llamada solo se escucha el sonido de la televisión.

—Está bien, corazón. Discúlpame, es solo que me dolió, creí que por lo menos lo usaría por más tiempo. No tienes que hacerlo…

—Lo haré, mañana vuélveme a llamar a ese número.

—Oh, mi amor... Eres tan bondadosa… No sabes cuanto amo eso de ti.

—Esta vez fui insensible, lo sé.

—No, ya olvidemos eso... Sabes, quería saber de ti desde hace rato, no sabía cómo comunicarme contigo.

—Sí, apenas estoy saliendo de… la oficina —odio mentirle.

—¿Tu primer día y trabajando tan tarde?

—Sí, fue súper agotador, estoy que no aguanto los pies.

—¿Qué opinas si vienes a mi casa y te hago unos ricos masajes?... tal vez y hasta podamos hacer algo más divertido —me encanta escuchar esa voz varonil y seductora.

—Y… ¿Cuánto me va a costar eso? —pregunto con cierta coquetería.

—Depende del tiempo, corazón.

—Pues, ahora mismo el tiempo está algo nublado.

—No me refiero a eso —su voz es algo risueña—, sino al tiempo que me tomará hacértelo.

—Oh, ok —respondo entre risas. De repente, mi cerebro hace click—… ¿Ha-Hacerme qué? —pregunto titubeando.

—Ya sabes, amor… Tú y yo en la cama…

—¡Santo padre! —me exalto apenada, sintiendo como mis mejillas se ruborizan.

—¿Qué dices? ¿Vienes?

De pronto, veo venir a lo lejos a un elegante y blanco BMW, ese es mi hermano. 

—Hoy no puedo, ya tengo planes con mi hermano, pero de seguro mañana podemos vernos.

No puedo permitir que mi familia se entere de mi romance con el «caza mafias», como le dice Delancis. Sería un verdadero problema, y ahora mismo lo que menos quiero es enemistarme con mi familia. 

—Oh, estaré impaciente.

—Hasta mañana, te quiero.

—Yo igual, descansa amor.

Para mí, el día terminó en aquel momento en que subí al auto de mi hermano y partimos rumbo a la mansión Hikari. Al llegar al vestíbulo lo primero que hago es librarme de los incómodos tacones para irme descalza hasta mi habitación; al entrar en ella me saco toda la ropa y luego entro en la bañera... Y aquí estoy, sumergida hasta el cuello en agua, relajándome y pensando en mi próximo encuentro con Richard.

Virgen santísima… ¿será que doy el siguiente paso con Richard? ¿No será muy pronto?

Salgo de la bañera aun con esa incertidumbre rondado en mi cabeza, me envuelvo en toallas y salgo del baño. Abro la gaveta de ropa y de ella saco mi pijama y mi ropa interior.

Alguien está tocando la puerta. 

—¡Inocencia, estás ahí? —es la voz de Lottie.

—¡Abre primita! —Valen también está con ella.

—¡Sí, ya voy!

Me visto más rápido que ligero, y luego corro a abrirles la puerta.

—¿Qué pasa? —les pregunto con cierta intriga, es que veo raro que me vengan a visitar a estas horas.

—¡Lottie me lo conto, así que cuenta! —Valen entra como Pedro por su casa.

—Disculpa la hora, Ino. —Florence también está con ellas.

—Necesitamos más detalles, hermana. —Lottie entra y se sienta en el medio de Florence y de Valen. Las tres están sentadas sobre mi cama, me observan y esperan calladas, como niñas a punto de escuchar un fascinante cuento de hadas.

—N-No entiendo. ¿Sobre qué quieren saber?

—Sobre aquel chico misterioso —Lottie sonríe con cierta picardía.

Camino hacia donde están ellas y me siento entre mi hermana y Florence.

—Bueno…, se llama Richard.

—¿Como el Detective? —me interrumpe Florence, sus ojos denotan mucho impacto y misterio.

—No es él, ¿verdad, primita? —La mirada de Valen es algo intimidante, más no es hostil.

—Sí, pero no es él. Mi novio es del centro de Londres; es más, mañana lo volveré a ver.

—¡Maldita, ¿Por qué te sonrojas?! —Lottie sonríe mientras me da un golpecito en el hombro—…No me digas… ¿Acaso mañana van a preparar choripán?

—¿Choripán? —pregunto extrañada.

—Ya sabes —agrega Valen—… ¿Van a ver Netflix?

—No sé si él tenga Netflix.

Todas resoplan y gruñen mientras sacuden sus cabezas negativamente. Entonces Florence se me acerca y susurra algo en mi odio.

—¡San Patricio! —grito y me sonrojo aún más, termino tapando mi rostro con mis manos.

Todas sueltan las carcajadas tras mi reacción.

—Que no te de pena, Ino. —Lottie se seca las lágrimas mientras detiene sus risas—. Si no te cogen rápido te vas a fermentar ahí dentro —dice señalando mi entrepierna.

—Esperemos que sí. Ni la virgen María fue tan virgen…

—Ino, ¿entonces sí o no? —pregunta Florence 

Creo que puedo contarles, incluso podrían aconsejarme y hasta animarme dándome confianza.

—Él me lo propuso… pero no se…

—¡Mañana es tu día, desgraciada! —Lottie se levanta de la cama y se para firme frente a todas—. ¡Chicas! Nos toca prepararla para la ocasión.

—¡Entendido, mi generala! —Florence se levanta y empieza a caminar marcando el paso como militar. Luego abre mi closet y empieza a buscar entre la ropa.

—Mañana tienes prohibido ir a tu cita usando ropa de oficina, nos regresaremos rápido para que te des un baño y te alistes.

Florence saca del closet un traje corto, de color blanco y estampado con flores; ella estira sus brazos y nos muestra la prenda.

—¿Qué tal este atuendo, mi generala? —Florence pregunta en un tono militar.

—Una pregunta, cadete —Valen también entra en el rol militar —¿La susodicha va recibir el bautizo, o va a recibir su rica tanda?

—Su rica tanda, tenienta —Florence responde casi al borde de la risa.

No pasa ni un segundo cuando todas estallan en risas. Florence vuelve a meter sus manos en mi closet, guarda mi vestidito floreado, rebuscar entre mi ropa y luego saca el vestido negro que me compró Richard.

—¿Prada? —Florence sonríe de medio lado, se ve muy impresionada.

—¡Wow! —Lottie también se sorprende—. Hermana, creí que no eras de tirar lujos…

—Ese… me lo regaló él —me sonrió como boba enamorada.

—¡ESE ES! —todas gritan señalando el vestido.

Y por fin llega el día, justo es aquel momento de la noche cuando me iré a ver con Richard, tal vez hoy pierda mi virginidad y me convierta en toda una mujer, en su mujer… Estoy parada frente al alto espejo de mi habitación junto con mi hermana tras mi espalda, es ella quien me ha ayudado a verme linda, me observa desde el espejo mientras acicala mi cabello.

—Llego la hora, no olvides salir con tus guardaespaldas —me dice Lottie—… ¿Qué pendejada no? —se sonríe—. Parezco de esas madres que alistan a sus hijas para el baile de graduación.

—Sí, mamá —le respondo y ambas nos sonreímos.

Salgo de la mansión en uno de los autos de la familia, me acompaña uno de mis guardaespaldas, Cosmo, quien no ha dejado de verme a través del retrovisor central del auto, y cuando se percata de que lo estoy viendo, esconde la mirada.

—Lu-Luce muy linda hoy, señorita —me alaga mientras conduce el auto.

—Gracias, Cosmo —le sonrío sintiéndome algo avergonzada—. La verdad es que nunca me había vestido así, tan escotada y… ¿sexy?

—El atuendo le queda muy bien, tanto que hasta me pone a mí en alerta.

—¿Có-Cómo así? —titubeo sintiéndome nerviosa. Inmediatamente trato de ocultar el escote del pecho. 

—¡No, no lo malinterprete! Me refiero a que… muchos hombres podrían quedar locos solo con verla —aclara la garganta y luego continúa diciendo—… ¡Usted solo tíreme una llamada perdida y yo voy enseguida!

—Bien, así será —le respondo sonriéndole.

Una llamada está entrando en mi celular, el celular que me regaló Richard, y al ver la notificación mis ojos leen su nombre.

—Alo, ¿Richard?

—Inocencia, por favor, dime que aún estás en tu casa.

—¿Por qué?... —mi corazón se agita con cierta crueldad.

—Es que pasó algo en la jefatura y no podré llegar a tiempo a mi apartamento, me quedaré hasta tarde.

—¡No, tranquilo! —le respondo mientras mis ojos se cruzan con la mirada triste y apenada de Cosmo—. Yo aún estoy en casa.

—Bien… —le escucho suspirar—, menos mal. Entonces dejémoslo para después de año nuevo ¿sí?

—Pero nos veremos en la víspera de año nuevo, ¿verdad?

—Eh… Creo que ese día también me tocará trabajar hasta tarde… Lo siento tanto, corazón.

—No te preocupes —mi rostro empieza a batallar contra un inevitable sollozo—, tu solo dime que día nos vemos y yo estaré ahí para ti.

—Mi amor, amo esa parte bondadosa de ti —me lanza un beso traqueado—… Te llamo mañana, que tengas un lindo sueño.

—Igual, descansa.

La llamada se cierra junto con un fatídico desgarre en mi corazón, yo estaba tan emocionada de verlo, me la pasé pensando en eso todo el día, anoche casi ni duermo, y ahora que me ha llamado para cancelar, duele, duele mucho, y todo por ilusionarme tanto con esta cita, soy una estúpida.

—Cosmo, llévame a algún otro lado, ya no vamos a la dirección que te di.

—¿Cómo a qué lugar le gustaría ir, señorita Inocencia?

—Lejos, a un lugar que me ayude a liberarme de este nudo de garganta —digo sollozando.

Recuesto mi cabeza en el vidrio de la ventana del auto tratando de ocultar mi patético rostro del rango visual de Cosmo.

Hemos llegado al lado norte de Londres, le pedí a Cosmo que me llevara bien lejos y así lo hizo. El auto se detiene frente a un bar discoteca de fachada elegante: su alto portón tiene un grueso marco revestido de piedras, un letrero neón en la parte superior, en la entrada hay un par de cordones VIP y dos agentes de seguridad que controlan el acceso. Aquí no hay filas de personas como en la discoteca que nos llevó Valentine, esto se ve más exclusivo.

—Señorita, le recomiendo este bar VIP, es el mejor de la zona norte.

—Bien, vamos.

—Prefiero quedarme aquí esperándola…, es que no tengo el dinero para entrar —se escucha algo avergonzado.

—No te preocupes, yo lo pago.

—No, ¿cómo cree? Qué pena…

—No quiero estar sola ahí dentro —digo de forma contundente—, así que vendrás conmigo.

Esta será la primera vez que entraré a un bar estado cuerda y en mis cabales. Espero y esta vez todo termine bien, pues aún me siento deprimida por aquel desaire.

CAPÍTULO 60: El rubio de ojos azules.

Cruzamos el portón del bar y abarcamos una tenue oscuridad violeta, en la entrada resalta un corto pasillo de paredes cubiertas con altos espejos, en ellos me veo reflejada mientras camino junto a Cosmo.

Al llegar al centro del bar me percato de que este es un lugar sumamente elegante: el dorado mate de las superficies de las mesas combina a la perfección con los oscuros sofás morados que tienen forma de L; el mueble del bar y la parte baja de la pared es decorada por el mismo fino revestimiento dorado; el cielo raso está tapizado con un gamuzado negro que pareciera simular un cielo estrellado, el cual resplandece con cientos de pequeñas lucecitas plateadas; y en las orillas del techado una moldura cobriza permite que una luz neón en tonos morados emerja bajo ella. El sonido de la música electrónica es armoniosa y placentera, permite que las personas charlen entre ellas sin esforzar la voz y que disfruten del ambiente en compañía de una costosa bebida. Todos se ve tan pacífico, puse un pie dentro de este lugar y nadie se exaltó por mi presencia, algunos me ven llegar y parecieran no conocerme, me agrada este lugar.

—Señorita, por aquí hay una mesa libre —Cosmo señala hacia el fondo del bar.

Ambos tomamos asiento y en silencio observamos el lugar, no pasa mucho tiempo cuando Cosmo aclara la garganta para hablar.

—¿Qué gusta beber, señorita?

—¿Qué es lo que normalmente pides en estos sitios?

—Bueno, yo siempre pido cerveza…

Cerveza, jamás he tomado eso, buen día para empezar.

—Bien, esta noche beberemos cervezas.

—Genial, voy a ir a la barra y pediré una para usted.

—Pide varias.

Cosmos pela sus ojos y se sonríe de medio lado.

—No sabía que fuera buena bebedora, señorita… ¿Quiere que pida un minibarril de cerveza?

—¿Minibarril? Sí, ese.

De mi cartera saco 100 libras esterlinas y las pongo entre las palmas de Cosmo. Presiento que esta noche terminaré gastándome todo el dinero que me gané aquella vez en el casino.

Cosmos no demora mucho en regresar, en una mano trae el minibarril de metal plateado y en la otra mano trae apilado un par de vasos plástico transparente, los pone sobre la dorada mesa y me sirve cerveza en uno de los vasos.

Al probar el primer trago de cerveza la encuentro súper amarga, espumosa y un alto nivel de alcohol, no puedo evitar arrugar el rostro.

—¿Qué paso? —se escucha algo preocupado—… ¿No le gusta la cerveza negra?

—Me encantan las cervezas negras, están riquísima —respondo con un tono de bebedora recurrente; enseguida tomo otro trago de cerveza y fuerzo una sonrisa bajo mi rostro marchitado por aquel sabor amargo.

No puedo quedar como una inexperta frente a mi guardaespalda, quiero que siga creyendo que soy altamente tolerante al licor y que no soy una bebedora novata.

—Sí, igual me gusta la cerveza negra, y mientras más uno la bebe, mejor sabor tiene.

Espero y tenga razón… De seguro la orina de demonio tiene un sabor parecido a esto.

—Yo solo quiero dejar de pensar en Richard —digo y luego bebo un buche de cerveza—. Odio que esté trabajando hasta tarde. —tomo otro buche y amarro el rostro—. Odio que no pueda verlo en año nuevo.

—¿Es su amigo…, el que estaba incapacitado?

—Sí, el mismo…

—¿No que regresaba a trabajar después de año nuevo?... Bueno, es lo que usted nos comentó cuando íbamos de regreso a la mansión.

Siento como el corazón se me comprime y se arruga tanto como mi rostro, y duele, duele bastante, porque Cosmo tiene razón, lo recuerdo muy bien, Richard dijo que estaría incapacitado hasta después de año nuevo, y ahora dice que está trabajando... ¡Él debería estar en casa descansando!

Sintiendo aquel coraje arder dentro de mí, agarro el vaso y me empujó toda la cerveza en una sola bajada, y mientras me la voy tomando siento unas terribles ganas de llorar… Es un total mentiroso… Aquel televisor que se escuchaba en el fondo de la llamada era el de su casa, como no me di cuenta… ¡Oh, señor! ¡¿Por qué tengo que ser tan estúpida?!

—Ese desgraciado me ha mentido… —Vuelvo y tomo otro trago de cerveza—. Si no quería verme debió habérmelo dicho de frente. —Siento como los tragos espumosos bajan por mi garganta—. Que sea hombre y que se atreva a rechazarme sin rodeos.

—Cualquier cosa señorita —Cosmo se me acerca a la oreja y me susurra—, usted nos avisa y nosotros le damos piso.

—Ahora mismo no daré ordenes, que me estoy empezando a dañar —digo al sentir como todo a mi alrededor empieza a mecerse lentamente.

—Señorita, usted desahóguese y beba tranquila, que yo me encargo de que llegue a su casa sana y salva… Bueno, no tan sana, pero si salva.

—¡ESO! —grito mientras levanto el vaso de cerveza y mientras me sonrió muy divertida.

Y seguí bebiendo de manera alocada, sin control y como vieja despechada. ¿Qué más da? si ya estoy hasta la guacha en alcohol, y si me estoy embriagando, quiero que sea una de las mejores borracheras de mi vida… Ya hasta me he olvidado de aquel mentiroso…

—¡Tienes la maldita razón, Sebas…! —bebo las últimas gotas de mi vaso.

—Soy Cosmo, señorita —me corrige entre risas, mi acompañante está igual de risueño que yo.

—Mierda, cierto —me hecho a reír—… ¡Oye! —Mi mente intenta procesar—... Se me olvido lo que te quería decir.

Cosmos se hecha a reír y yo le hago compañía con mis carcajadas.

—¡Ah, ya me acorde!... —levanto las palmas de mis manos en señal de stop—… Yo… Yo quería decirte, amigo mío, que tienes toda la razón —me quedo viendo el vaso vacío—, esta cerveza sabe mejor con cada trago que me aviento... ¡Quiero otra!

Vuelvo a presionar el grifo del minibarril, y luego me percato de que dentro del vaso no está cayendo nada, esta cosa se acabó y mi cuerpecito exige más.

—¡Se acabó el minibar-barril! T-Te ordeno que me tr-traigas más —mi lengua empieza a dormirse. Entonces es cuando decido sacar mi lengua y sacudirla sobre mis labios—. ¡No te duermas, lengua haragana!

Cosmo empieza a reír con fuertes carcajadas, haciendo que todos a nuestro alrededor volteen a vernos.

—Sshhh… Ya para de… de reírte y busca mi minibarril.

Cosmo no me escucha, está casi ahogándose en risas, agacha su cabeza sobre la mesa y sigue riendo de manera desenfrenada.

—¿Sabes qué? —me levanto de sofá y en un corto instante me tambaleo—… Yo iré por el bendito barril.

Empiezo a caminar sobre el movido piso y entre las mesas de patas andantes, siento la pesadas miradas sobre mi andar, personas curiosas que no tienen más nada que hacer, personas cabezonas y de frentes altas, justo ahora estoy viendo a una señora que tiene un ombligo entre sus ojos.

Mierda, estoy bien jodida…

Llego al bar por obra y gracia del Espíritu Santo, pongo mis codos sobre la barra y fijo mi casi nublada vista sobre el individuo que atiende el bar… Sí, aún puedo ver más o menos…, aunque no recuerdo que el bar fuese tan ovalado.

—Bbsstt… Oiga, señor del bar.

—¿En qué le puedo servir, señorita?

—No me sirva en nada, deme… deme un barril de cerveza, que y-yo me sirvo sola.

El bartender parece estar riéndose de mí… No comprendo cual es la gracia.

—¡Diablos, señorita! —dice un hombre que está a un lado mío: un alto y fornido rubio de ojos azules, su ondulado cabello cae sobre sus orejas, y su oscura barba perfectamente delineada enmarca una encantadora sonrisa.

Un momento… esa sonrisa me recuerda a alguien, incluso huele idéntico al Paussini ese.

—Disculpe señor…, ¿usted es italiano?

—Me presento —Me extiende su mano—, soy uno de los descendientes de los homosapiens.

Me quedo viendo sus largo dedos, su brazo no tiene ni un poco de bello corporal, sus uñas están muy bien cuidadas… o tal vez soy yo quien está viendo todo borroso.

¡Inocencia, regresa a la conversación!

—¡Wow, un descendiente! —estrecho su mano mientras le sonrío —... Es usted muy importante, s-señor.

—Así es —escucho su respuesta mientras me siento sobre un taburete que está frente al bar, justo a un lado de él.

—¿Ese tal homo… ¿cómo es que era?... Bueno, eso… ¿Acaso es un clan mafioso?

—¿De qué clan mafioso estamos hablando, bella?

¡Mierda!... ¿De qué carajos estamos hablando?

Ah…, ya me acorde.

—Señor, usted se… usted se parece a un amigo mío.

El bartender pone el minibarril frente a mí, e inmediatamente me pongo a rebuscar el dinero dentro de mi cartera.

—Tranquila, yo invito —el rubio deja el dinero sobre la barra y el bartender lo recibe.

—Señor, no tiene por qué pagar mi minibarril —digo con seriedad—, yo a usted ni le conozco.

—Pero si dices que me parezco a un amigo tuyo, ¿eso no me hace aunque sea un poquito conocido tuyo? —hace énfasis en la palabra «poquito».

Por un corto momento me quedo procesando aquella suposición, y luego respondo:

—Puede ser…

El rubio agarra uno de los vasos transparentes y luego vierte cerveza en él.

—Aquel amigo… ¿Qué opina de él? —pregunta, y mientras espera mi respuesta, le veo beber del vaso.

—Que me agrada…

—¿Le gusta? —el rubio me ofrece un vaso con cerveza.

—¿Qué si me gusta?... Dimitri Paussini es aquel pecado que cualquier monjita quisiera cometer. —Bebo un trago de cerveza y continúo platicando sonriente y con gran soltura—. Su cuerpo no fue esculpido por los dioses, sino por el mismísimo Satanás. Me gusta como huele, me gusta el verde oliva de sus ojos, me gusta cuando intenta hacerme reír y cuando se dispone a protegerme hasta de la brisa que golpea mi rostro, me gusta todo, incluso esas doble S que tiene su apellido… Pero lo que más me gusta es cuando llega y me sorprende al oído, diciéndome…

—… Flor de Jazmín —es lo que me susurra al oído.

—Mierda… 

—Dicen que los borrachos siempre sueltan las verdades.

—Di-Di-Di —empiezo a tartamudear—… ¡¿Di-Dimitri?!

—¡Sorpresa! —se baja de su taburete y me da un fuerte abrazo, haciéndome sentir aún más tambaleante sobre la silla.

—¡Cuidado me-me tumbas!

—¡Acabas de confesar que te gusto! —se ve muy feliz, no puede ocultar su sonrisa—… ¡Ja! Lo sabía.

Con toda la brusquedad posible, trato de liberarme de sus fuertes brazos, y cuando por fin me suelto, trato de enfocar mi visión sobre su rostro, se ve un poco borroso, pero aun así no tengo dudas, es él, la única persona que podría llamarme de esa forma.

—¡¿Por qué estás rubio?!... Y tus ojos se ven azules.

—¿Ojos azules?... La borrachera te tiene cegata, querida —con delicadeza sostiene mis mejillas y acerca aún más su rostro—. Míralos bien, corazón, mis ojos aún tienen aquel color que tanto te gusta.

—Cierto… —la ganas de reír vuelve a apoderarse de mí, y Dimitri me sigue el jueguito de las risitas—, ¡Y no creas que me gustas! —me pongo seria—... Porque no, no es así.

—¡Claro, flor de Jazmín! —creo que me está sonriendo, parece que no fui muy convincente.

—Porque yo ya tengo novio, y… 

—¿Qué…? —me interrumpe con mucho desagrado.

¡Santísima trinidad! Ya no tengo filtros en mis palabras, algo me dice que no debí iniciar esta conversación. 

—¡Pero no te preocupes! —mi nerviosismo me hace querer tomar otro trago de cerveza, pero antes, Dimitri me quita el vaso de las manos—. Desde hoy estoy… estoy odiando a ese desgraciado... Je.

Mis excusas no sirven de nada frente al rostro endiablado de Dimitri, está furioso, el fuego de sus ojos pareciera calcinarme poco a poco. Y es que no sé qué decirle, mi cerebro es una esponja mojada en alcohol, cualquier palabra podría ir en mi contra. Tampoco puedo salir corriendo, porque ahora mismo mi equilibrio es un completo fiasco, donde me levante de este taburete, de seguro caigo esparramada sobre el piso.

—¡Ya me cansé, te vienes conmigo! —con brusquedad me toma del brazo y hala de él.

—¡¿Qué… qué crees que haces?! —grito al sentir que mis piernas no responden como debería—. ¡Su-Suéltame!

—Si te suelto te caes.

Empezamos a avanzar entre las personas, rumbo a, lo que creo es, la salida del club nocturno. He perdido fuerza, visión, estabilidad, libertad… Estoy jodida.

—¡Abran paso!… Gracias —empieza a pedir permiso entre la gente—… ¡Abran paso! Borracha en la vía.

Dimitri me lleva con él a rastras, debo verme como una patética borracha que recién fue echada del local.

—No me llevaras muy lejos, Dimitri. Cosmo ya debe… ya debe de venir por mí… —le advierto y al él solo de le ocurre reír —.. ¡Ja! No estoy sola, rubio soquete.

Trato de enfocar la visión hacia el fondo del bar para buscar a Cosmo, pero es en vano.

—Amor, tu guardaespaldas está dormido sobre la mesa.

—Maldición…

Unas gotas de lluvia caen sobre mis escotados hombros, ya estamos en las afueras del bar. Con fuerza me desprendo de su agarre y corro, corro lo más rápido que pueda.

—¡Inocencia!

Me encuentro corriendo en medio de un amplio estacionamiento, empiezo a perder el equilibro al sentir que corro en diagonal, y entonces mis pies se tropiezan entre ellos y caigo al piso.

¡Mierda!... Mi rodilla arde.

—Flor de Jazmín, mírate, te lastimaste una rodilla. —Dimitri se agacha frente a mí y sacude la tierra que tengo sobre mis piernas—. Eso te pasa por terca. —Me toma del brazo y me ayuda a levantarme, y luego… todo mi mundo se pone de cabeza, literal, Dimitri me agarra bajo la cintura y me levanta sobre sus hombros.

—¡Dimitri! —Pataleo aterrada.

Voy como saco de papas sobre los hombros de Dimitri.

De repente, escucho que se abre una puerta de un auto y luego soy lanzada sobre la silla trasera de una camioneta.

—Señorita Inocencia, un gusto volver a verla —creo que ese es Marco—. El bailoteo que tiene en sus ojos me dice que está empetrolada.

—Y secuestrada —agrega Dimitri, el que pensé que era mi amigo, quien, al parecer, me acaba de secuestrar otra vez.

CAPÍTULO 61: De vuelta a la cabaña.

Huele a leña, a café y a tierra mojada. Es como si la suavidad de la sábana intentara convencerme de quedarme sobre ella, en aquellas sedas de frialdad agradable, me provoca acurrucarme entre el grueso cobertor de la cama y dormir un rato más, cinco minutos más y después me levanto para ir a trabajar. Es que amo amanecer así, en una mañana fresca; no recuerdo haber dejado la ventana abierta, pero me gusta sentir la brisa sobre mi rostro, el cantar de los pájaros y el inconsistente sonido de la llovizna.

Después de todo, ¿Por qué huele a leña?… ¿Y ese montón de pájaros cantando?... Maldición, ¿por qué me duele tanto la cabeza?

El sol ha llegado resplandeciendo sobre mis parpados y me obliga a abrirlos… ¿Ya salió el sol?... ¡Oh, dios mío, ¿Me quede dormida?!

Rápidamente abro los ojos y trato de cubrir la claridad del sol con mi mano, y entre mis dedos veo a un hombre de cabello oscuro y espalda maciza, en una mano sostiene una taza que emana vapor, y con la otra ajusta las cortinas.

—¡OH, SANTISIMO! —grito al descubrir que no estoy soñando, al encontrar a semejante cuerpo pecaminoso.

—Buen día, flor de jazmín. Vi que el sol estaba interrumpiendo tus sueños, así que vine a espantarlo para ti.

—¡¿Dónde estoy?! —hago una rápida inspección al lugar: esta no es mi casa, es la cabaña de Dimitri—… ¡¿Qué hago aquí?!... ¡Dimitri, ¿cómo llegué a tu cama?!

Su cuerpo intercepta la luz que se filtra entre la tela de las cortinas, es una silueta escultural que podría robar la atención de cualquiera, solo tiene puesta una tolla blanca que se amarra sobre su pelvis y luce más despeinado de lo normal.

—¿Qué ha pasado entre nosotros?... —sigo haciendo preguntas mientras voy sintiendo cada golpetazo que da mi corazón contra mi pecho.

Ahora que se ha alejado de la ventana puedo verlo con mayor claridad, todo su cuerpo está rociado por completo en agua, nuevamente vuelvo a contemplar aquellas alas tatuadas sobre sus pectorales…, y gracias al cielo y a todos los ángeles este tipo aún mantiene puesta su toalla; me tiene muy nerviosa y con la respiración descontrolada, mas no me provoca desviar la mirada, es el mismo cuerpo que a veces invade en mis sueños, el mismo hombre que conocí en aquel viejo convento.

—No ha pasado nada entre nosotros. —Se detiene frente a un gavetero de madera y sobre él deja la taza—. Solo que te encontré anoche en la discoteca, estabas tan ebria que hasta te desbocaste hablando, y… me lastimaste.

—¡¿Ebria?! —recuerdo muy pocas cosas, sé que estaba con Cosmo y debimos bastante… ¡Mierda!—. ¡¿Y mi guardaespalda?!... No me digas que…

—No le hice nada a tu guardaespalda —de pronto agacha su rostro e intenta ocultar una expresión doliente—, aquí el que resultó herido fui yo.

Su sentimiento es tan verdadero que hasta me desgarra el alma.

—Pero… ¿Qué te hice? —pregunto sintiéndome preocupada, no por mí, sino por él.

—Agarraste mi corazón —empieza a dramatizar la escena—, lo abrazaste y luego le diste un beso, para después arrugarlo entre tus manos, lanzarlo al piso y finalmente pisotearlo.

—N-No entiendo… No recuerdo nada, Dimitri.

—Que me dijiste que yo te gustaba y… y después soltaste la bomba de tu supuesto novio —usa un tono frívolo y enfadado.

—¡¿Qué?! —estoy perpleja, esto no puede ser cierto.

—Y por eso te tengo aquí —aquella sonrisa maniaca vuelve a él—, no voy a permitir que te veas con otro.

Como un lobo que asecha una inocente oveja, sube sobre la cama y avanza de rodillas entre mis piernas, con un rostro serio y decidido a ejercer sus acciones, me acorrala entre sus brazos. Debería tenerle miedo, pero ya no provoca tal sentimiento en mí, ahora mismo me gusta aquel sentimiento que surge al sentir su respiración sobre mi nariz, me gusta como sus ojos buscan y contemplan mis labios, y lo refrescante que está su cuerpo; unas cuantas gotas de agua se deslizan sobre su rostro y caen sobre la coyuntura de mi labio, sobre mi rubor y en la parte baja de mi oreja.

—¿Lo amas? —pregunta casi susurrándome.

—¿Cómo podría asegurarlo, si no sé cómo se siente?

Una sonrisa torcida y maquiavélica se forma muy cerca de mis labios.

—Dime como se llama.

—No soy tan estúpida, no te diré.

—Por lo menos su primer nombre, y acabaré con cada individuo llamado así.

Necesito mantenerme lejos de él, porque aún soy novia de Richard, y como soy una buena cristiana no pienso cometer adulterio, aunque no estemos casados, me sentiría fatal si lo traiciono, así que de inmediato empiezo a empujar sobre su pecho para que me permita levantarme.

—Dimitri, apártate, por favor —le exijo con toda la seriedad que dispongo.

—Voy a descubrir quién es y lo voy a matar —se ve muy decisivo.

Dimitri se aparta de mí, se baja de la cama y luego camina hacia donde está el closet, lo abre y empieza a rebuscar entre la ropa, saca un sweater negro de cuello tortuga y manga larga, unos jeanes negros y zapatillas deportivas del mismo color. Se lleva las manos a la toalla y… ¡Santísimo!... Se quita la toalla, mas no está por completo desnudo, tiene puesto un boxer rojo escarlata que se ajusta perfectamente a su trasero de avispa.

—Inocencia —me mira de reojo—, ¿me estás lujuriando?

—¡La-La lujuria es un pecado!

—Hay un versículo de la Biblia donde Jesús dice: El que esté libre de pecado, que se largue a pecar, porque todavía hay tiempo.

—¡¿De dónde sacas eso?! —no puedo contener las risas, ya me era raro que mencionara la Biblia.

Yo rio, pero él no…

Por lo que veo, Dimitri puede ser gracioso aun cuando está enojado conmigo, es como si tuviera miedo a ser odiado por mí, y me impide odiarle, aun cuando amenaza con matar a mi novio, no puedo, solo él puede estar enojado conmigo, pero yo no con él.

—Necesito que me lleves a la oficina, por favor —le pido con cierto encogimiento.

—No —responde mientras se está poniendo el jean—, por si no te has dado cuenta, te he secuestrado por segunda vez.

Olvidemos mis pensamientos de hace un rato…

—¡TE ODIO! —gruño enfadada y le lanzo una almohada desde la cama.

Dimitri voltea a verme y me guiña un ojo, viéndose como el coqueto de abdomen mojado más sexy que podría existir.

¡Inocencia, concéntrate! Necesitas reportarte con tu hermana.

—Necesito mi celular, por lo menos permíteme decirle a mi familia que estoy bien.

—Anoche no llevabas tu celular contigo, Marco revisó tu cartera y no encontró nada —responde mientras se termina de vestir—, ya que necesitábamos asegurarnos de que no trajeras un celular a este lugar, porque podrían rastrearnos.

—Estoy jodida —digo restregando mi rostro con mis manos.

—Además, aquí no llega la señal de celular.

No puedo salir huyendo ya que estamos metidos en el medio de un espeso bosque, perderme sería peor que quedarme aquí. Tampoco puedo realizar llamadas, estoy incomunicada en el mejor lugar que un secuestrador podría tener a sus víctimas. No hay escapatoria. Me tocará esperar alguna buena oportunidad, tal vez convencerlo de que me lleve con él a donde quiera que vaya, en algún momento podría descuidarse, y si Dios está conmigo, aprovecharía para huir.

—¿A dónde vas? —le pregunto.

—Voy por mi padre —responde mientras peina una peluca rubia—, lo sacaremos de la penitenciaria.

—Yo quiero ir.

—¿Estás loca? Es una misión peligrosa, estoy podría involucrar disparos, explosiones, persecuciones, muertes…, y no pienso involucrarte en esto.

Le veo agarrar unos lentes oscuros, luego abre el gavetero, del fondo saca una pistola y la acomoda dentro de la funda que sostiene su cinturón.

Voltea a verme y luego respira hondo, como si del aire pudiera recolectar valor.

—Prometo estar aquí para año nuevo.

Tengo un mal presentimiento, tengo miedo.

—Por favor, ten mucho cuidado.

Realmente no quiero que le pase algo malo, quiero decirle que se quede, pero se trata de su padre, nada le haría cambiar de opinión.

Dimitri da media vuelta y sale de la habitación, dejándome sola sobre la cama.

Desde aquí se escucha el arranque del motor del auto y como las llantas se ponen en marcha… Cristo bendito…. Odio tener estos presentimientos, porque siempre traen cosas malas; como, por ejemplo, aquel día en el convento, cuando solo era una niña: mi hermanita Sor Tijita insistía para sacar a pasear a mi gatito, y yo no quería, porque sentía esa corazonada de próxima tragedia, pero la deje ir junto con mi mascota. Minutos después la vi venir corriendo desde la parte trasera del convento, sus manos estaban llenas de tierra, con ellas se restregaba los ojos e intentaba limpiar sus lágrimas, su rostro estaba completamente sucio. Fui hacia ella y la enfrenté cara a cara, le exigí explicaciones, me urgía saber dónde había dejado a mi gatito, recuerdo su respuesta exacta: «El Miñi no va a regresar… lo acaba de matar la soledad». Me quedé en silencio tratando de analizar: ¿Cómo algo puede morir de soledad? No demoré mucho en entenderlo, en recordarlo…, que la rottweiler de la madre superiora se llamaba Soledad.

Alguien está tocando la puerta.

—Pase.

Bajo la puerta aparece un hombre de tez mestiza, alto y rellenito, su cabello lacio está peinado hacia atrás, viste por completo de negro, y trae una bandeja de comida en sus manos.

—Señorita Inocencia, ¿todo bien?

—Eh… sí.

Empieza a inspeccionar por encima toda la habitación. Luego fija su mirada sobre mí.

—Cierto, aún no me he presentado... Mi nombre es Paul Smith, soy uno de los guardaespaldas del jefe. El señor Paussini me dejo a cargo de su seguridad y su comodidad, así que me ha tocado traer su desayuno y algo de ropa que el jefe mandó a comprar a usted.

—Gracias, Paul.

—Cualquier cosa que necesite no dude en decirme.

—Pues ahora mismo estoy aburrida de estar aquí.

Paul se acerca a la cama y deja la bandeja de desayuno sobre las sábanas. Luego camina hacia la ventana, y echa un vistazo entre las cortinas.

—Ya ha escampado. —Voltea a verme—. ¿Quiere jugar una ronda de tiro al blanco?

No es mala idea, me gustaría sentir nuevamente toda esa energía estallada sobre mis manos, y hasta podría aprovechar la oportunidad para aprender por lo menos a portar un arma.

—¡Bien, vamos! —respondo en tono animado—. Pero primero quiero darme un baño y después desayunar.

Y bueno, henos aquí, en la parte trasera de la cabaña, en una improvisada zona para practicar el tiro al blanco. Sobre la tierra yacen parados un par de troncos con tablas clavadas en la parte superior; a un lado se encuentra una mesa de madera, sobre ella se encuentra un rollo de papel blanco, unos tres cartones circulares, un marcador color rojo y otro negro. Paul arranca un pedazo de papel y lo extiende sobre la mesa, pone encima los círculos y con los marcadores empieza a bordear el cartón para así dibujarlos sobre el papel. Le veo hacer lo mismo con una segunda hoja, para finalmente clavarlos sobre las tablas que están en los troncos.

Paul regresa trotando rumbo a la cabaña. Luego de veo venir con un par de armas y una bolsita transparente llenas de bolitas negras.

—Listo, tome esta. —Me da una pistola—. Esta es una pistola semiautomática que dispara balines de goma, está cargada, así que ten mucho cuidado.

—Ok —Apunto hacia el papel, tal como le he visto hacer a Delancis y a Richard.

—La estás agarrando mal, permíteme mostrarte cómo. —Paul agarra la pistola en sus manos y luego toma una de mis manos—. Debes sujetarla por completo, con tu dedo índice fuera del disparador, siempre fuera, y cuando estés lista para disparar entonces aprietas el disparador con el dedo. —Entonces agarra mi otra mano y la acomoda sobre el otro extremo de la empuñadura de la pistola—. Justo así, que tus manos hagan un buen agarre y sin miedo, no es necesario presionar demasiado, ya con esto garantizas que el arma no se te caiga al momento de disparar.

»Como verás, tus manos están por debajo el carro superior de la pistola, esta parte debe estar libre, si disparas con tus manos mal colocadas el carro podría lastimarte muy feo.

Antes de iniciar a disparar, empiezo a practicar el agarre de la pistola, es un agarre en 360 grados, cada parte de las palmas de mis manos hace una leve presión sobre la pistola, es un hecho que sujetarla de manera correcta hace sentir a una más segura.

—Ahora practiquemos tu postura.

—Ok.

—Apunta al objetivo. —Hago lo que me ordena—. Como podrás notar, el arma tiene dos miras, una delantera y otra trasera. Utiliza tu mejor ojo y alinea ambas miras, que la delantera quede justo en el centro de la trasera. Que tus codos no estén tan tensionados, ni que estén completamente estirados. —Me hace doblar un poco los codos—. Que tus codos sirvan como amortiguador para la fuerza de retroceso que producirá el disparo.

—Listo.

—Bien, dispara cuando estés lista.

El sonido del disparo provoca que varios pájaros se espanten y salgan volando de las copas de los árboles; mi corazón también se espantó con aquel disparo, aún está latiendo con gran fuerza. Por suerte solo fue el susto. Todo está bien. Fue fascinante volver a disparar un arma, y esta vez sentí más control sobre el arma, creo que todo salió bien.

—Muy bien, un par de centímetros más hacia la derecha y le das al borde del papel —sonríe mostrando los dientes mientras bromea con mi fallido disparo.

—Se ha sentido tan bien… —digo sonriente.

—Ok, veamos cómo te va en tu segundo disparo.

Las horas han pasado rápido, los rayos del sol se están desvaneciendo, sinónimo de que pronto llegará el atardecer. Fue una divertida tarde, disfruté jugar tiro al blanco junto con Paul, es un gran tirador, me gano en todas las rondas, yo si acaso pude atinar un par de disparos dentro del círculo más grande.

Justo ahora me encuentro junto con Paul en el pórtico de la cabaña, ambos estamos sentados sobre unos cómodos sillones fabricados con bambú. Este lugar es sumamente relajante, estábamos hablamos de nuestras vivencias, cuando, de repente, se escucha a lo lejos el sonido de una camioneta.

—Viene alguien, debe ser Dimitri —digo sintiendo un gran alivio, al parecer nada malo le ha pasado.

—Sí, y vienen a toda prisa —su desasosiego me deja nuevamente preocupada.

Una camioneta 4x4 se ve venir a toda prisa entre el improvisado camino del bosque, destruye toda la maleza que se encuentra frente a él y no se limita a frenar entre las protuberancias del camino. La camioneta pega un frenazo frente a la cabaña y de inmediato vemos bajar a Marco, quien venia manejando… En definitiva, algo no anda bien, se ve aterrado.

De la puerta trasera se ve bajar al padre de Dimitri, creo que su nombre era Giovanni, sí, Don Giovanni Paussini, esto significa que la misión fue un éxito, ¿Qué pudo haber salido mal?

—¡Necesito que me lleven a buscar a mí hijo! —exige rabioso, con una mirada perturbada y agonizante, el señor tiene todo su hombro ensangrentado.

Marco asiste al Don Giovanni y le sostiene bajo los brazos.

—¡Marco! —Paul sale corriendo del pórtico y pregunta en un tono preocupante—. ¡¿Qué ha pasado?! —El trigueño levanta los pies de Don Giovanni y ayuda a Marco a llevar al viejo adentro de la cabaña.

Marco y Paul traen cargando con cierta dificultad al viejo histérico, este reúsa a entrar a la cabaña, está muy alterado, le grita para que le dejen ir, es como si no sintiera el dolor de aquella herida que tiene en su hombro, está claro que algo aún más terrible le mortifica.

—M-Marco… —mi voz es trémula—, ¿Y Dimitri?

—No sé… —responde con una respiración caótica—, en medio de una persecución su…. su auto fue envestido por la policía… haciéndole caer sobre el Támesis. Su auto se hundió en el río. —Sus ojos se han aguado—… No sabemos si aún vive.

—No…, no… —Dentro de mi corazón duele, duele mucho.

CAPÍTULO 62: Flor de jazmín.

Este sentimiento desgarrador es algo nuevo en mí, y no me gusta, hace que mi corazón se sienta tan blando y deshojante, como una lechuga.

Trato de sostener mi fe, pero este presentimiento me hace temer lo peor, aun cuando no debería, no puedo suprimir este sentimiento de haber perdido algo, como si gran parte de mí ya hubiese aceptado que él es alguien sumamente importante en mi vida, y que ya no esté me deja al borde de la desquicie. Esta ansiedad no me da chance de pedir a Dios por su bienestar; es que quiero que esté bien, pero mi cabeza paranoica ha empezado a inventarse tantos posibles escenarios: o murió ahogado, o logro salir vivo de aquel accidente; y ahora mismo, para mí esas dos posibilidades son casi nada.

«¿Si no estás… ahora a quien esperaré encontrarme en el camino?».

Ya me había acostumbrado a que me sorprendiera como solo él sabes hacerlo; incluso, aún creo escucharle decir mi nombre, como si me llamara a la distancia.

—¡Inocencia! —Marco me grita y así me trae de vuelta en mí. Volteo a verle y le veo cargar a Don Giovanni junto con Paul.

—Disculpa, ¿Qué me decías?

—Necesito que me ayudes con Don Giovanni, hay que limpiar y vendar sus heridas.

—¡Ok!

Veo a ambos hombres entrar a la cabaña mientras llevan cargando a Don Giovanni, quien tiene puesto una ropa de presidiario en color naranja. Inmediatamente, les sigo hasta la habitación de Dimitri. Luego espero a que acomoden al herido sobre la cama, quien se ha empezado a quejar del dolor.

 —Don Giovanni, iré por su hijo, prometo regresar con él.

Don Giovanni agarra del cuello de la camisa de Marco y con mucha rudeza acerca su rostro al de él.

—¡¡Más te vale, imbécil! ¡Quiero a mi hijo aquí!! —le exige y luego suelta el cuello de la camisa.

—No regresaré hasta encontrarlo.

Marco busca mi mirada y entonces me asiente, recordándome así la tarea que tengo asignada, una muy importantes, pues tengo que tratar las heridas del padre de Dimitri para que se pueda recuperar pronto.

—Paul, vienes conmigo, que Inocencia no tiene forma de salir de aquí —le ordena Marco.

—¡Ok, vamos!

Ambos hombres salen de la habitación llevando mucha prisa, han dejado la puerta abierta, así que voy y la cierro. Luego volteo a ver a Don Giovanni y le encuentro observándome.

—Inocencia Hikari… —su tono de voz es quebradizo y nostálgico—, siempre quise conocerte —me está sonriendo.

Aclaro la garganta y bajo la mirada con timidez.

—Señor Paussini, vo-voy por el kit de primeros auxilios… —digo con cierto temor de ver su rostro.

—¿Tan siquiera sabes dónde está? —pregunta mientras se acomoda lentamente sobre la cama.

Claro que lo sé, hace días atendí a su hijo en esta cabaña, ¿cómo podría olvidarlo?

—Sí, no se preocupe. —respondo y, sin perder más tiempo, salgo corriendo de la habitación, dejando tras de mí unas cuantas palabras sollozadas.

Siento un gran deseo de saber si Dimitri está bien, y sí es así que vuelva pronto, no importa si regresa gravemente herido, yo volvería a atenderle sin importar el tiempo que me tome, podría quedarme secuestrada días y hasta meses solo para cuidar de él... Oh, Jesucristo… Aun no comprendo el origen de estos absurdos deseos, pero de verdad quiero volver a verle.

Abro la puerta del baño y al entrar tomo el botiquín que está dentro del espejo, y al cerrarlo me veo reflejada en él, mi rostro está envuelto en expresiones llenas de tragedia… Entonces entiendo que necesito un par de minutos para mí, para desahogar toda esta ansiedad que siento dentro…, y así lo hago, dejo que las primeras lágrimas caigan sobre mis mejillas, y mientras ellas caen yo igual caigo deslizando mi espalda sobre la pared del baño, hasta terminar agonizada en llanto y sentada sobre el piso. Le doy libertad a mi sufrimiento, y abro paso a toda esta desventura, a esta desesperanza que me consume poco a poco, y a la tristeza que parece matarme por dentro.

Queda tanto por sentir…, cosas que solo me pasan contigo…. Por eso…

Te necesito de vuelta.

Un par de minutos empapada en lágrimas y sentada sobre el suelo, me levanto, abro el grifo del lavamanos y limpio mi rostro. Mis ojos aún se ven algo rojos, pero ya no importa, tengo que regresar ya con Don Giovanni, el pobre señor podría estar muerto sobre la cama y yo aquí llorando.

Tomo el botiquín y salgo del baño. Al llegar frente a la puerta de la habitación de Dimitri, doy un gran respiro, giro la perilla de la puerta y entro. Gracias a Dios el señor Paussini aún sigue vivo.

—Pensé que ya te habías ido.

—No puedo dejarlo así, señor. Usted necesita de mi ayuda... Además, no tengo forma de salir de aquí.

Le ayudo a levantarse para sentarlo al borde de la cama, y así los últimos rayos dorados del atardecer resplandece sobre su cabello canoso, tiene unos ojos verde oliva iguales a los de su hijo, una barba corta y descuidada, y en sus brazos tiene toda una manga larga tatuada en colores.

Don Giovanni empieza a desabrochar los botones del uniforme anaranjado, su rostro muestra gestos de dolor.

—Déjeme ayudarle. —Le termino de desabrochar todos los botones y con mucho cuidado empiezo a sacar su brazo de la manga. No puedo obviar que este señor aún mantiene su cuerpo en forma.

Don Giovanni no me quita la mirada de encima, intenta evitarlo, pero sus ojos necios vuelven a mí haciendo del momento un poco incómodo.

—Disculpa, te veo y no puedo dejar de pensar en tu madre.

—Todos dicen que me parezco a mi padre.

—Y tienen razón, eres el retrato de Gabriel, pero esa personalidad tan afectuosa la heredaste de tu madre.

—Intenté odiar a su hijo, pero no pude.

—Porque te enamoraste de él, claramente lo puedo notar en aquella expresión devastada, cada vez que piensas en él parecieras desmoronarte por dentro.

Llevo como tres minutos en medio de un crudo silencio, Don Giovanni ni siquiera se ha quejado cuando he hurgado dentro de su herida, estoy intentando sacar una bala y con ello tratar de distraer mi mente, ya que ahora mismo estoy sin poder responder o decir algo que contradiga lo que me acaba de decir, porque sí, vuelvo a sentir como me desmorono por dentro, porque la noche ya ha caído y él aún no aparece bajo esa puerta.

—No te preocupes, estoy seguro que mi hijo estará bien —dice mientras limpia mi mejilla con su pulgar, al parecer dejé escapar una lágrima y no me di cuenta.

—¿Usted cree?... —pregunto casi sin energía, pues toda mi fortaleza las estoy usando para evitar estallar en llanto.

—Estoy completamente seguro, conozco la clase de hierva mala que es mi hijo —dice sonriéndome de manera torcida.

Le asiento con el cuello tensionado. Luego continúo limpiando la herida y, por último, le termino vendando el hombro.

—¿Cómo conociste a mi hijo?

—En el Monasterio Los Claustros, es el que… —Mi mente empieza a conectar con algunas posibilidades—. ¡Claro! El Monasterio está al lado del río Támesis. —Conecto mis ojos con los de él mientras le sonrío—. Es el único lugar donde Dimitri podría ocultarse sin peligro a ser encontrado, la policía no puede entrar a requisar el interior del monasterio.

—Luego de que su rostro apareciera en todos los noticieros, Dimitri perdió todos los proyectos arquitectónicos, y entre ellos estaba el del monasterio. Él no tiene forma de entrar.

—Dimitri debe conocer cada rincón del antiguo convento, de seguro sabe de la puerta que está oculta tras las enredaderas, él pudo usarla para entrar.

Don Giovanni se alegra mostrándome una amplia sonrisa.

—¿Entonces estás lista para ir por él? —se levanta de la cama como si nada le doliera—. Solo tú sabes cómo entrar a ese lugar.

—¡Sí!

La esperanza vuelve a mí como sol en el ocaso, se asoma una porción de mi fe y me da ánimos para ir a buscarle, para encontrarlo con vida; es ese tipo de fe que con el tiempo va aumentando, y hasta me permite volver a confiar en Dios, y es justo lo que necesito.

—El río Támesis es extenso, y no estoy seguro que tan cerca cayó del monasterio, pero si es su única opinión, de seguro está en ese lugar —dice mientras agarra un arma de la mesita de noche—, ¿traes un arma contigo?

—Eh, no…, la dejé en casa.

—Eres una Hikari, no deberías olvidar tu arma en casa, acostúmbrate a llevarla siempre contigo. —Se me queda viendo con mucha seriedad—. Quiero que sepas que esta no es la vida que tu madre quería para ti, pero ya estás ahí, y si no te defiendes perderás la vida…, y no permitiré que le pase algo a la hija de Míriam.

Siento… una extraña sensación paternal en él, este señor me está tratando como si yo fuera su hija, y es extraño porque apenas me conoce. Comprendo que sea la hija del amor de su vida, y que ciertos aspectos míos lleguen a recordársela. No me molesta, es solo que se siente extraño, nunca ningún hombre me trato de manera tan cálida y acogedora.

—Esta 9mm es de mi sobrino, él es de manos femeninas, así que de seguro te sentirás cómoda con ella —dice mientras me entrega el arma.

—Ok —el arma se amolda muy bien en mis manos.

—Toma este dinero.  —Don Giovanni me da 100 libras—. Solo puedo dejarte fuera del bosque, así que deberás tomar un taxi. Me hubiera gustado acompañarte, pero, como ya sabes, estoy lastimado y toda Inglaterra me está buscando, debo quedarme aquí.

—Es más que suficiente para mí.

Don Giovanni abre la puerta de la habitación y extiende su brazo indicándome que salga primero.

Han pasado aproximadamente diez minutos desde que salimos de la cabaña, Don Giovanni va manejando el auto con una sola mano y en velocidad baja, parece que los pequeños saltos que da el auto le producen dolor en su herida. Hubiera preferido venir con otra persona, pero él es el único que estaba conmigo en la cabaña; no perdió tiempo para cambiarse de ropa, trae el pecho descubierto y el vendaje un poco ensangrentado, más no es que tenga hemorragia, por ahora se ve bien; solo tiene puesto un pantalón anaranjado manchado con gotas de sangre, y unas viejas zapatillas negras.

—Me disculpo en nombre de mi hijo —sus palabras rompen el silencio.

—¿A qué se refiere?

—Por culpa de mi hijo estás metida en todo este mundo; es justo como decía tu madre, ella estaba clara al creer que estarías mejor en un monasterio.

—¿Por qué me abandonó en un monasterio?

—Tu padre había dado la orden de matar a tu madre, el único detalle es que no sabía que ella esperaba a su tan deseado segundo hijo. Miriam no podía decirle que estaba a punto de dar a luz, pues quería mantenerte lejos de ellos, y como ella ya estaba en la mira de los Hikari, no podía ponerte en peligro a ti también, ella prefirió renunciar a ti y dejarte en el monasterio, dijo que necesitarías estar muy cerca de Dios.

—Siempre lo supe…, algo dentro de mí me decía que mi madre tuvo sus razones.

—Miriam quería darte una vida junto con ella, era lo que tenía pensado, y yo estaba dispuesto a darte un lugar en nuestra familia, pero tu madre fue sentenciada y por eso ya no podía quedarse contigo… En aquellos tiempos yo no podía protegerte, no tenía los medios aún para enfrentar a los Hikari.

—Mi madre siempre me quiso —me sonrío mientras unas cuantas lágrimas vuelven a deslizarse sobre mis mejillas.

—Hubieras tenido una buena madre, una suerte que no tuvo Dimitri.

Recuerdo que, durante mi primer secuestro, Dimitri mencionó que su madre no fue buena con él, no supe más nada de ella porque él parecía no querer hablar del tema… Ahora vuelvo a sentir curiosidad por saber de ella.

—¿Qué pasó con la mamá de Dimitri? 

—No quiero hablar de la vida privada de mi hijo.

Parece que me quedaré intrigada.

Al salir del bosque, Don Giovanni detiene el auto a la orilla de la carretera, y luego voltea a verme para regalarme una última sonrisa.

—Si encuentras a Dimitri, dile que estoy bien, que le estaré esperando en casa.

—Bien —le sonrío de vuelta.

Don Giovanni ha decidido esperar desde el interior de su auto hasta ver que yo me vaya en un taxi, y aun así siento un poco de miedo, la calle está completamente oscura y ni la luz de la luna nos alcanza. Luego de subirme en un taxi, giro la mirada y a través del vidrio trasero del taxi le veo retorna por el mismo camino del bosque. Espero y llegue bien a la cabaña.

La cuidad de Londres aún está vestida con su temporada navideña, faltan las últimas festividades del año, la cual tendrá lugar mañana. Desde el interior del taxi logro observar algunas pantallas gigantescas que alumbran las calles de la ciudad al proyectar diversos anuncios publicitarios, hay uno que me llama mucho la atención, se trata del típico evento de fin de año, el festival de fuegos artificiales. Esto es lo que más disfruto del año nuevo, ver los fuegos artificiales.

«Prometo estar aquí para año nuevo», fue lo último que Dimitri me dijo.

—Señorita, hemos llegado —me dice el taxista.

Luego de pagarle el viaje, bajo del taxi y me detengo frente al gran portón del monasterio, doy un gran respiro, cierro mis ojos y en silencio le oro al señor para que me permita encontrar a Dimitri aquí, para que esté bien, sino… ¿qué haré con tanta tristeza?

Avanzo caminando sobre la acera que rodea el monasterio, doblo por el lateral izquierdo, es por estos lados donde están las paredes que conforman el antiguo convento, la pared por completo está adornada por plantas trepadoras, se enredan de arriba a abajo entre ellas, dejando todo con un lúcido y frondoso color verde.

Mis manos se adentran entre las enredaderas de la pared y fácilmente encuentran la perilla de la puerta, la giro y está abre sin problemas; parece que todavía nadie en el monasterio se ha percatado de este acceso, esto me da aún más esperanzas para encontrar a Dimitri, hace que mi ritmo cardiaco aumente mientras se desata con fuertes latidos.

Esta puerta da acceso inmediato a la lavandería del antiguo convento, él no está aquí, así que salgo de esta habitación y empiezo a buscarlo en medio de toda esta oscuridad, no tengo nada que me ayude a alumbrar el lugar, esta vez no podré ayudarme ni siquiera con su fragancia, tal vez pueda encontrar su silueta, o pueda escuchar su singular saludo.

No está en las viejas habitaciones, ni tampoco en la cocina, fui a la sala de estar y al comedor, he revisado cada rincón de este polvoriento lugar; incluso busqué en las aguas termales, y aún no lo encuentro. La ansiedad empieza a atormentarme, la desesperación vuelve a apoderarse de mí.

«Sera que… ¿ya no volveré a verte?».

¿Qué está pasando con toda aquella esperanza que tenía?... ¿A dónde se está yendo mi fe?... Dios, no me digas que te has olvidado de mí. 

Rápidamente salgo corriendo hacia la única ventana averiada que tiene este viejo convento, salgo por ella, y luego, sin ser vista, corro hacia la capilla del monasterio. La puerta siempre ha estado abierta, y a estas horas nadie viene; entro por el portón principal y mientras voy caminando entre las bancas, empiezo a sollozar sin perder de vista el cuerpo crucificado de Jesús, y mientras avanzo frente a su imagen, mi alma se revela en su contra y termina explotando en ira frente al altísimo.

—¡¿Me estás castigando?!... —mi voz se tropieza con un nudo de mi garganta—. Si es así, ¿por qué no vienes contra mí? —sigo caminando hacia el altar—… ¡Fui yo la débil, la que accedió!... ¡Solo yo soy la culpable de perder mis votos!... —mis lagrimas se derraman a cántaros—… No él.

Caigo de rodillas frente al altar y me libero de las ganas de llorar, me dejo ir en lágrimas, sin miedo a ser escuchada o ser encontrada aquí, he llegado al punto de no importarme por nada.

—Señor, no me abandones… —digo entre el llanto—, que yo aún soy de tu rebaño, aún sigo batallando para mantenerme en tu camino, señor.

»Necesito de tu fuerza... Quiero que me regreses toda esa fe que acabo de perder, quiero volver a confiar en ti.

No sé cuánto tiempo he estado en esta capilla, mis ojos ya arden de tanto llorar, me siento tan cansada, creo que es hora de regresar a casa… Maldición... En todo lo que va del día, es hasta ahora que pienso en lo preocupada que debe estar mi familia, y yo debo ser considerada con ellos, así que me levanto del piso, limpio mis lágrimas y camino de regreso al antiguo convento. El entrar por la ventana me trae recuerdos de cuando venía aquí todas las noches… ¿Está bien hacerlo de nuevo? Una última vez, sumergirme en esa calidez podría ayudarme con esta depresión que siento.

«¿Será que al abrir la puerta…, tu estarás ahí esperándome?».

Al detenerme frente a la puerta de la habitación de las aguas termales, tomo un gran respiro, llevo mis manos a la perilla de la puerta y la giro, el temor de no encontrarlo aquí me hace abrir la puerta lentamente. Espero encontrar aquellos ojos verdes que tanto amo ver, pero mis ojos no lo encuentran, la habitación está solitaria.

El tener esperezaras es una mierda, al final termina doliéndote más,

Deprimida y con un corazón marchito en tristeza, empiezo a quitarme toda la ropa y luego la dejo tirada a un lado la pared junto con la pistola y mis zapatillas; me suelto el cabello y así, finalmente, entro completamente desnuda a las aguas termales; ya dentro del agua trato de relajarme, cierro mis ojos y dejo salir una respiración honda con inesperados titubeos en mis pulmones. Al abrir los ojos me fijo en las enredaderas que rodean las rocas del jacuzzi: en las flores de jazmín.

«Pensé que el olor a jazmín venía de las flores, pero era tu cabello», es increíble que, de repente, pueda recordar cada palabra, no puedo evitar sonreírme y sentir nostalgia.

—¿Flor de jazmín? —incluso creo escuchar su voz… ¿o será que él…?

Rápidamente giro la mirada. Mi corazón da el mayor salto de su vida al verle parado bajo la puerta de la habitación, me le quedo viendo por un momento, solo por si acaso empieza a desvanecer como fantasma, pero él sigue aquí, está todo sucio, despeinado, y trae un pedazo en pan en una mano.

Esos son mis ojos verde oliva.

—Oh, por Dios… ¡DIMITRI! —salgo corriendo impulsada por una fuerza extraña, una que ya creo saber de qué trata.

Me estampo sobre su cuerpo y ambos nos abrazamos como nunca antes lo habíamos hecho, mis manos alcanzan sus mejillas y las presiono con una fuerza que no logro controlar.

—Estás vivo, Dimitri.

—Sshh… No llores, que yo estoy bien… —el también sostiene mis mejillas.

—Dimitri, estás vivo —Aún mi mente está procesando todas estas emociones.

—Tontita —me sonríe conmovido—, no esperaba que fueras tú la que viniera por mí, se suponía que me odiabas, que querías escapar de mí.

—Sí, te dije que te odiaba, que no te amaba, que te quería lejos… Y mírame, estoy aquí, buscándote. —Una lágrima cruza sobre mi sonrisa—… ¿En qué clase de mentirosa me has convertido?

Siento todas estas emociones chocar y estallar entre ellas dentro de mí, como fuegos artificiales en pleno año nuevo, es unas mesclas de hermosos sentimientos que jamás había sentido, de seguro esto es eso que llaman amor.

En definitiva, este es mi primer amor.

Y le veo tan cerca que hasta me da una necesidad de sentir sus labios sobre cada parte de mi cuerpo, así que, sin dudarlo, y por primera vez, soy yo quien le sorprende con un apasionado beso.

CAPÍTULO 63: Me has vuelto adicto a ti.

Que pueda amar tantas cosas en este mundo me ayuda a entender que contigo es diferente, pues el amor que llegué a conocer jamás se sintió así, tan intenso, desestabilizador, como si el armazón de mi alma se hubiese desprendido, dejándome así…, tan vulnerable.

Nuestra forma de besar es intensa y liberal, nos separa de la realidad y nos lleva a un mundo donde solo existimos ambos, es como si cada uno intentara succionar el alma del otro, como si nuestros labios intentaran dejar una marca de propiedad imborrable; puedo leerlo claramente en mis labios, es como si sus labios escribieran su nombre sobre los míos.

—Inocencia —su respiración se escucha agitada—, que vinieras corriendo desnuda hacia mí supera cualquiera de las fantasías sexuales que he tenido.

¡¿Desnuda?!... ¡Oh, por Dios!... Fue tanta la emoción de verle que hasta olvide ese detalle… Maldición, me estoy sonrojando horriblemente.

—¡Qué pena!... Debería vestirme —digo sintiéndome súper avergonzada.

—¡No, no, no! —reacciona a la mayor brevedad posible.

Aun parados frente a la puerta, Dimitri se saca su oscuro sweater y lo lanza contra un rincón de la habitación, se quita los zapatos, se libera de su cinturón y luego se baja el pantalón con todo y boxer.

¡Oh, bendito! Nos volvemos a ver.

—¡¿Qué crees que haces, Dimitri?! Podrían encontrarnos así. —Mi ritmo cardiaco va en aumento.

—Tranquila, esta vez voy a cerrar la puerta —lo dice mientras le pone seguro a la perilla de la puerta—. Esta vez ninguna monja impertinente nos va a interrumpir.

Dimitri hace que me sonría bajo mi rubor. Luego me toma por la cintura y me levanta haciéndome sujetarle con mis piernas sobre sus caderas, vuelve y me besa, y mientras lo hace, me lleva hasta las aguas termales.

Nuestros cuerpos se sumergen en las cálidas aguas, Dimitri se sienta sobre una de las rocas que está en el fondo del agua y yo quedo sentada sobre su pelvis, y mientras Dimitri empieza a besar bajo mi mentón empiezo a notar que, bajo mi muslo, hay algo duro que se está moviendo, creo que me senté sobre su mano, y de seguro le estoy incomodando, así que rápidamente meto mi mano bajo el agua y le agarro….

… Esta no es la mano de Dimitri.

—No me esperaba tal atrevimiento, señorita —dice mientras sonríe de manera torcida—. ¿Quieres jugar con él?

—¡OH, SANTÍSIMO! —grito y me levanto espantada—. ¡No, esto no está bien!

Me percato de que prácticamente tengo mi parte íntima frente a los ojos de Dimitri, así que rápidamente me tapo con mis manos y corro a sentarme del otro extremo del estanque.

Dimitri se levanta y se sienta a un lado mío, ha posado su mano sobre la mía, y así se queda por un momento, con nuestros dedos entrecruzados bajo el agua, él intenta tranquilizarme y lo está logrando; mis ojos buscan los suyos y de inmediato conecto hasta quedar embelesada.

«¡Inocencia, detente, tú tienes novio!», mi católica conciencia me alerta.

—No tienes por qué estar nerviosa, no pienso presionarte a hacer algo que no quieras —hay mucha sinceridad en su mirada.

—E-Es que —agacho la mirada—… siempre creí que mi primera vez sería con la persona que fuese mi novio… —no me atrevo a verle a la cara—, es por eso que siento que estoy haciendo todo mal, y no me gusta.

Dimitri me sujeta las mejillas y levanta mi rostro, para que así mis ojos vuelvan a conectar con los suyos.

—Sé mi novia. —Esa mirada tan determinante me hace suspirar como tonta enamorada—. Podemos casarnos mañana por la mañana, si así lo deseas.

Este maldito corazón no debería comportarse de manera tan exagerada.

—Dimitri, pero yo…

—Te necesito en mi vida, Inocencia —dice mientras lleva parte de mi cabello tras mi oreja—. Estoy convencido de que requiero urgente de una novia, una que en el pasado fuese una monja, una de hermosos ojos castaños y, sobre todo, que su cabello huela a jazmines… —me sonríe con ternura—. Necesito una que con sus sermones religiosos me ayude a ser mejor hombre.

—No puedo hacer nada por ti, porque eres irreparable —digo acariciando sus mejillas.

—Te juro que yo…

—Sshh —le interrumpo poniendo mi dedo índice sobre sus labios—, no intentes cambiar por mí, porque así, con todo y tus demonios, yo… —la timidez detiene mis palabras.

—… ¿te amo? —Sus labios están muy cerca de los míos—… ¿Eso es lo que intentas decirme?

Con mucha timidez asiento a su cuestionamiento, dejándole mis sentimientos al descubierto.

No puedo apartar mis ojos de sus labios, me encanta contemplar como aquella amplia sonrisa se dibuja solo por mí. Él ha entendido como me siento, y yo también he logrado comprender cómo es que este alocado corazón no ha dejado de latir de manera acelerada cuando lo tengo así de cerca…, porque lo amo.

—Te amo, Inocencia, y si tú me amas, ¿Por qué no estar juntos?

—Solo déjame terminar con mi novio.

—Ese tipo ya debe estar muerto, tu tranquila.

—¡¿QUÉ?! —Le golpeo contra su pecho.

—¡Es broma, es broma! —dice sonriente y de manera jocosa, luego se levanta y se inclina frente a mí, con sus brazos me tiene atrapada frente a él—. Quiero que sepas que jamás mataría a alguien a causa tuya, sé que podrías sentirte responsable y no quiero eso.

—Yo… necesito terminar mi relación, ya no puedo estar con él, porque… de verdad quiero estar contigo.

Dimitri vuelve y me besas, tan apasionado y desenfrenado, muerde y estira mi labio inferior y luego lo delinea con la punta de su lengua.

De repente, me levanta por la cintura y me sienta sobre las piedras que bordean del estanque, me abraza por la cintura y empieza a besar bajo mi oreja, sobre mi cuello, y empieza a bajar hasta mis hombros. Me siento atrapada, necesito más y más de él, quiero que sea él, quiero conocer la manera en la que podría devorarme, sentirme amada por primera vez, solo con él.

Dimitri me agarra de la mano y entonces deja de besarme, sus ojos se paralizan frente a los míos, en ellos puedo ver lo excitado que está y como pelea para contenerse frente a mí.

—¿Te atreves? —lleva mis manos hasta la parte alta de su entrepierna… Y yo… me siento muy curiosa.

Sin pensarlo dos veces, mi mano encuentra su miembro viril, lo agarro con mucha delicadeza y me llevo un bocado de aire al sentir la dureza de su erección; rápidamente levantó la mirada para ver su reacción, y me lo encuentro sonrojado, nunca lo había visto así, con una expresión que mescla perfectamente el goce y la excitación. Dimitri se percata de que lo estoy viendo y, mientras me sonríe coqueto, sostiene mi mano y empieza a moverla lentamente, sin quitarme los ojos de encima, le veo sonreírme con mucha satisfacción.

—Sigue así —Retirar su mano para que yo continúe sola, y así lo hago.

Ambos estamos muy excitados, yo un poco nerviosa, pero eso no le quita lo mucho me ha gustado el sentir aquella firmeza en mis manos. Creo que recordaré esta sensación en mis manos por un buen tiempo, ya que nunca había tocado uno.

Dimitri llega sorpresivamente sobre mis labios y se adentra con su lengua, su ritmo es suave y exquisito, sus besos lograr desconectarme de cualquiera preocupación y de todos mis nerviosismos. Me gusta cómo me besa y como me acaricia la espalda mientras lo hace.

De repente, deja de besarme y se estremece junto con un sensual gemido, pues yo aún me mantengo tocando y descubriendo cada parte que desconocía de él.

Sus dedos cruzan sobre mis costillas y se trasladan hasta mis senos, los aprieta sobre la palma de su mano y los masajea, en ciertos momentos acaricia mis pezones provocando en mí un aumento en mi grado de excitación. De pronto, lleva sus labios hacia el lóbulo de mi oreja y lo chupa, después empiezan a bajar rápidamente por todo mi cuello hasta llegar a mis pechos; con su otra mano me sorprende al llegar hasta mi intimidad y vuelve a tocarme como aquella vez. Es tanta la excitación que hasta me hace gemir de placer.

—Inocencia, no puedo soportarlo más. —Con su cuerpo me embiste y me hace acostarme sobre el suelo que está al borde del estanque—. ¿Me permites…?

Asiento sintiéndome extasiada en placer, él me toma por las rodillas y abre mis piernas para poner su miembro encima del mío… ¡Oh, bendito seas! Aquello que hacía con sus manos lo vuelve a retomar, y se siente jodidamente bien. Hace que mi espalda se arquee y que mis caderas empiecen a moverse involuntariamente. Estoy perdiendo el control, no hay forma humana que me ayude a detener esto.

«¡Inocencia, hay que forrarse!», mi conciencia reclama, pero mi voluntad está más perdida que la Atlántida, y creo que pronto quedaré más profunda que ella.

—¿Te gusta sentirlo? —su excitación reluce entre su voz varonil, eso ha erizado mi piel por completo.

—Cállate de una maldita vez.

Mi mano presiona tras su nuca y le beso con ese mismo descontrol en el que estamos perdidos, con mi otra mano acaricio tras su espalda, y en ciertos momentos mis dedos llegan a entumecerse haciéndome arañarle la espalda. No pensé que él pudiera déjame de esta forma, con sensaciones tan desenfrenadas.

—Necesito entrar —se escucha muy agitado.

—Dimitri…, por favor…, este es el momento —Mi ritmo cardiaco está por las nubes, mi respiración se ha vuelto un desastre.

—Va a doler un poco ¿Ok?

—Lo sé.

Entonces pasa… Siento como entra lentamente, arde por dentro y el dolor me hace abrazarle aún más fuerte. Puedo notar lo cuidadoso que está siendo conmigo, por un momento se detiene y me distrae al besar tiernamente mis labios.

—Tienes que relajarte, así dolerá menos —su agitado susurro hace que se me erice la piel —. Prometo tratarte con toda la delicadeza que requieras.

Sus palabras logran tranquilizar mis nervios, mi cuerpo se relaja y Dimitri parece haberlo notado. Ha empezado a moverse dentro de mí y a profundizar más en el asunto, los hace lento, suave y con dulzura. Este hombre sabe cómo mover sus caderas, ha sabido mantenerme excitada aún bajo el pequeño ardor que estoy sintiendo. Nuestros cuerpos empiezan a sudar al compartir el calor de la piel, incluso puedo sentir lo fuerte que late su corazón sobre mi pecho.

De repente, todo se siente tan húmedo y tan suave. Necesito que acelere, así que llevo mis manos a sus glúteos y los presiono para hacérselo entender.

—Ok, prepárate, que entraré en modo turbo.

«Madre santa».

Pisa el acelerado con fuerza y acelera; cada arremetida se siente más placentera, cada uno de sus gemidos es música erótica para mis oídos y, mientras tanto, la fricción aumenta; Dimitri recuesta su frente sobre la mía y con su mano aprieta el cabello tras mi nuca, su jadeante respiración choca en mis mejillas, su rostro y esa sonrisa pervertida me enloquece; incluso me encanta como su cuerpo se estremece constantemente y como me hace sentir unos ricos corrientazos orgasmeantes dentro de mí.

—¡Oh, Dimitri! —mis gemidos ya son algo inevitable, siento que estoy a punto de llegar.

—¡Oh, por Dios! —Por primera vez Dimitri hace un llamado a Dios.

La delicadeza se fue al garete y nos abandonó, la agresividad y la rudeza nos acompaña junto con una desbordante fogosidad. Mi cuerpo se impacienta producto de una inexplicable necesidad. Cada impacto dentro de mí me hace creer ver paraíso y me hace exhalar cortos gemidos; y así, acostados en el borde del estanque, se presenta el mejor de los orgasmos y, mientras estamos en la gloria, puedo sentir como se corre dentro de mí. Con sus brazos rodean mi cintura y me abraza con fuerza. Sobre mi pecho puedo notar como trata de controlar su casi nula respiración y como intenta no caer desplomado sobre mí. Todo nuestro cuerpo está sonrojado y empapado en sudor, y ahora que estoy recuperando el aliento, puedo decir que vuelvo a sentirme viva, y es que…, definitivamente, me hacía falta vivir.

—Flor de jazmín, me has vuelto adicto a ti.

CAPÍTULO 64: Manzana del Edén.

Luego de aquel encuentro desenfrenado y pasional, hemos quedado sentados sobre las piedras que están dentro de las aguas termales. Estamos desnudos y acurrucados, Dimitri me tiene abrazada tras mi espalda, con sus manos rodean mi cintura mientras su barbilla reposa sobre mi hombro, en ciertos momentos juega a hacerme cosquillas rozando su barba sobre mi cuello y yo respondo tocando bajo su rodilla, ya que hace un rato descubrí que esa es una de sus zonas cosquillosas.

Me gusta estar así con él, porque me hace sentir completa, como si esto fuese lo único que necesitara en la vida.

—Tengo que regresar con mi familia —le digo con un tono suave y bajo—, de seguro están preocupados por mí.

—Lo sé.

—No solo mi familia está preocupada, tu papá también lo está. Él te está esperando, fue el único en estar seguro de que aún seguías con vida; sin embargo, eso no le quita el hecho de que tu padre siga preocupado… Todos deben estar preocupados por nosotros, Dimitri.

—Y nosotros aquí divirtiéndonos —agrega en un son burlesco mientras me abraza fuerte.

Me doy vuelta buscando su mirada, le sonrió y, al instante, él me roba un beso.

—Ya deberíamos irnos.

—Cosita bien hecha, yo quiero quedarme un rato más contigo —me hace pucheros, y a mí me derrite verle así de tierno.

—Ya deja de comportarte como un bebe —no puedo evitar jalar sus cachetes.

—Déjame comportarme como un bebe —vuelve a hacer pucheros—,¿no ves que estoy feliz de estar aquí contigo?

—Yo también estoy feliz, pero no podemos quedarnos aquí para siempre.

—Ah, ¿no?

—¿Tan siquiera has pensado en cómo regresarás a la cabaña?

—Bueno, necesitaré que alguien venga por mí.

—¿Te sabes el número celular de alguien? Afuera hay una caseta telefónica, puedo salir y llamar.

—Sí, el de Marco, ese me lo aprendí de memoria.

Ambos salimos del agua, agarramos nuestras ropas y nos empezamos a vestir. Luego de escurrir mi cabello, lo amarro con una liga, me pongo los zapatos y agarro la pistola que me prestó el papá de Dimitri. Cuando por fin estamos listos, presto mi atención hacia Dimitri, quien empieza a dictarme las enumeraciones telefónicas de Marco; cada número se repite como eco en mi mente, lo repito una y otra vez para que se me quede grabado en la cabeza, pues confieso que no soy muy buena memorizando cosas.

—¿Y esa pistola?

—Me la dio tu papá, dice que es de tu primo.

—Ya veo. —Dimitri camina hasta mí, me quita el arma de las manos y después examina la cámara de la pistola—. No está cargada. —De repente, abre espacio bajo el cinturón de mi pantalón y con ello sujeta la pistola—, solo ten mucho cuidado, ¿ok? —se ve algo preocupado.

—Ok.

«¡Miércoles!… ¿Cómo eran los números del teléfono?... Ah, creo que ya me acordé».

Salgo caminando a pasos largos por los pasillos del antiguo convento, voy repitiendo en voz baja cada uno de los números del celular de Marco. Al llegar al cuarto de lavado voy directo hasta la puerta, giro la perilla y, antes de salir, asomo mi cabeza para percatarme de que nadie haya notado este acceso. Salgo del convento y corro hasta donde está la caseta telefónica. Luego inserto una moneda y empiezo a marcar los números, la llamada se cobra y empieza a dar tono.

—¿Halo? —no demora mucho en responder.

—Hola, ¿Marco? Necesito que vengas por Dimitri, él está escondido en el monasterio y no tiene como irse —digo de manera acelerada.

—Disculpa, ¿qué Marco?

—No, no tienes que marcar nada, Dimitri no tiene su celular.

—No, señorita, usted está confundida. Yo no conozco a ningún Marco.

—¡Oh, santo! Mis disculpas, señor… Y-Ya voy a cerrar —reacciono sintiéndome algo apenada y de inmediato le cierro.

No puede ser…, ¡me olvidé los números!

Vuelvo a marcar, pero esta vez intento invirtiendo dos números, creo este sí es.

—¿Hola? —una voz masculina responde la llamada.

—Hola, ¿hablo con Marco?

—Sí, soy yo.

«Menos mal… ya me estaba preocupando, no quería regresar pareciendo una tarada frente a Dimitri».

—Marco, necesito que vengas al Monasterio Los Claustros, encontré a Dimitri.

—¡¿Dimitri apareció?! —Se le escucha un «¡yes!» en el fondo de la llamada.

—Sí, y alguien tiene que venir por él.

—Después de todo, ¿con quién…? —Marco detiene sus palabras—Un momento… ¡¿Inocencia?!

—¡Sí!

—¡¿Qué haces fuera de la cabaña?! ¡Mujer de Dios!

 —Don Giovanni me pidió que fuera por su hijo, fue él quien me sacó del bosque.

—Este señor es un caso serio —Luego de un gran suspiro, continúa diciendo—. Vale, pasaré a buscarlos, estaré ahí en quince minutos.

—¡Ok!

Cuelgo la llamada y salgo corriendo de regreso al antiguo convento. Al llegar a las aguas termales veo a Dimitri intentando no verse tan desalineado, su oscuro sweater tiene semillas de grama y musgos incrustados en la lana, su pantalón todavía se ve algo mojado y enlodado, él trata de sacudirse la tierra, pero termina empeorándolo todo.

—¿Pudiste contactarlo? —me pregunta al verme llegar.

Dimitri se rinde frente al lodo que tiene pegado en el pantalón, va y se sienta sobre una de las rocas que está a un lado del estanque y después levanta su codo para examinar una raspadura.

—Sí, dice que llega en quince minutos —respondo mientras camino hacia él.

—Perfecto. —Dimitri deja de examinar su codo y se me queda viendo—. ¿Quieres que hagamos algo mañana?

—Bueno…, me gustaría ir a algún lugar a ver los fuegos artificiales.

—Genial, déjamelo a mí.

Ambos salimos del monasterio con mucha cautela ya que nadie debería vernos salir por aquí, pues Dimitri aún está siendo buscando por la policía; además, todo Londres debe saber de su desaparición gracias a los noticieros.

Aún está lloviznando y la noche no ayuda mucho con el frío, por aquí no hay mucha gente, ambos caminamos a pasos largos y con los rostros agachados, tratando de disimular nuestra condición de fugitivos, porque estoy clara en algo, ayudarle me convierte en su cómplice.

—¡Ese es Marco! —Dimitri señala un auto que esta orillado a un lado de la caseta telefónica—. ¡Vamos!

Acelera aún más sus pasos mientras me mantiene agarrada de las manos, pero no avanzamos mucho cuando, de repente, me detengo tras él.

—¿Qué pasa? —me pregunta extrañado.

—Yo regresaré con mi familia, Dimitri.

Se ve muy serio… ¿Será que no me lo va a permitir? En su rostro me demuestra su inconformidad.

—Está bien —responde mientras asiente repetitivamente. Me hace suspirar el encontrar aquella desilusión reflejada en sus ojos—. Mañana por la noche mandaré a alguien para que te pase a buscar.

—Genial —sonrió a boca cerrada y con el corazón achicharrado.

—Y a cada rato te estaré llamando para saber de ti.

—Ok.

—Y ordenaré a los Mil Sombras que a partir de ahora también cuiden tus pasos, y… y para que ningún tipo extraño se te acerque.

—Ok, señor hostigador, nos vemos mañana.

Nos despedimos con un beso. Luego le doy un empujoncito en la espalda para que se apure a subir al auto.

—No demores en tomar un taxi, bye. —Antes de subir al auto vuelve y me besa.

El auto de Marco se pone en marcha aumentando su velocidad de manera considerable, en pocos segundos se pierden de mi vista y me dejan sola a un lado de la caseta telefónica.

De repente, una brisa sopla con fuerza sobre mi húmedo cuerpo, provocándome un frio polar inmediato y un temblor inevitable.

Al fondo de la carretera se ve venir un taxi, levanto la mano temblorosa intentando detenerlo. El taxi se estaciona frente a mí.

—Señor, necesito ir a… —Le doy la dirección exacta de la mansión Hikari y él parece reconocerla al instante, se me queda viendo con ojos saltones mientras se va sonrojando.

—Yo… ¡Yo lo siento! —Acelera el taxi haciendo un derrape sobre el pavimento. 

Ahora recuerdo el problemita que tenemos con los taxis.

Viene otro Taxi, espero y este sí se inmute en llevarme, me estoy congelando por el frio y mi cabello húmedo no ayuda mucho.

—¡Ey, taxi!

—¡Ey, Hikari! —El taxi se va de largo.

¡¿QUÉ CAJAROS?! Parece que ya hasta los taxistas me reconocen como una Hikari. Vaya fama la mía.

Pasan unos treinta minutos buscando que un taxi me lleve, pero el cansancio me alcanza primero, así que me siento en el borde de la acera y espero a que otro taxi se aparezca; por ahora no veo venir a ninguno, solo se ve venir una camioneta negra que se aproxima en alta velocidad y que, luego de pasar frente a mí, hace un frenado repentino que genera un chirrido y un derrape sobre la carretera. Me llama la atención verle venir en reversa y de manera acelerada, así que me levanto y fijo la mirada en aquella camioneta, una que se parece mucho a la de Delancis… ¿Será ella?

La camioneta se detiene frente a mí y de una vez baja el vidrio de la ventana.

—¡Oh por Dios, Inocencia! Ven, sube rápido —es Alexis, se ve muy asustado y acelerado, así que, sin decir una sola palabra, abro la puerta del copiloto y me subo a la camioneta.

El auto acelera sin permitirme acomodarme sobre el sillón, y mientras me voy abrochando el cinturón de seguridad, mis ojos encuentran a un Alexis sudado, su camisa de manga larga está algo sucia, pero lo que más me sorprende son sus mangas ensangrentadas.

—Alexis… —Mi ritmo cardíaco se siente fatídicamente anormal—, ¿Po-Por qué están sus manos manchadas de sangre?

—Tuve que picar a unos sicarios de Diamond, justo los acabo de lanzar al río.

—¡JESÚS BEDITO! —reacciono haciéndome la señal de la cruz.

Me sorprende la crudeza y la frialdad de sus palabras.

—Ahora dime…, ¡¿Dónde carajos estabas metida?! —Sus ojos me recorren por completo—. No me digas que es cierto eso de que andabas escapada con tu novio.

—¡¿D-De donde sacas eso?!

—Fue lo que nos dijo Lottie, que no nos preocupáramos por ti, que de seguro andabas fugada con tu novio.

«Farisea chismosa. ¡Me vas a escuchar, Charlotte Hikari!».

—¿Po-Por qué Lottie diría eso? —me hecho a reír para parecer desentendida.

—Porque vio a Delancis muy preocupada por ti, ella tenía un presentimiento de que habías sido secuestrada por el Paussini. Luego de enterarse que el tipo se accidentó, se preocupó aún más al creer que tu ibas con él; incluso, mandó a varios hombres a buscarte por los alrededores del río Támesis.

Oh, santo… Mi familia me creyó muerta. Durante toda la noche ellos han estado preocupados por mí.

—Yo fui… secuestrada por… la Yakuza —miento, pues no puedo permitir que mi familia odie aún más a Dimitri.

—Esos malditos.

—Fue Dimitri Paussini quien me encontró y me ayudo a escapar —mi brillante mentira.

Odio mentir de esta forma, pero no se me ocurre más nada, necesito que ya dejen de preocuparse por Dimitri, pues él jamás me haría daño, y esta es una buena forma para hacerle entender a mi familia.

Alexis está muy asombrado por lo que acabo de decir, se ha quedado en silencio, en ciertos momentos me busca con la mirada y de inmediato devuelve su atención a la carretera.

—¿Me estás diciendo que esta vez ese tal Dimitri fue el héroe?

—Eh…, sí.

Le está costando creerlo, me está observando con una ceja arqueada.

—¿Y el cabello mojado qué? —pregunta y yo no sé cómo responderle, mi silencio podría delatarme—. No me digas que te torturaron.

—¡Sí, así fue! Ellos me torturaron. —Le muestro mi rostro depresivo, espero y sea creíble.

—Ese guardaespaldas tuyo es un inepto… Me alegra que Delancis le haya pateado el culo y que le despidiera.

—¡¿QUÉ?! —me exalto al enterarme de tal revelación.

—Sí, por andar emborrachándose en horas de trabajo.

—¡Yo fui la culpable! Yo le dije que bebiera conmigo, no tenían que despedirlo.

Alexis ha empezado a negar con la cabeza mientras se mantiene en el volante.

—Tú, que eres una mujer religiosa y que sabes sobre las cosas de la Biblia, debes estar clara de que la manzana del Edén no fue la pecadora, lo fue Eva por morderla.

—La manzana no solo representa el pecado, la tentación y la traición del hombre, también es la sabiduría y el despertar de la conciencia frente a la realidad.

—Dime, Inocencia ¿Alguna vez has mordido de esa manzana?

«Me la comí entera, con todo y semillas».

—¡¿Qué cosas dices?! —Creo que mis risas no le son muy convincentes—. Se muy bien cómo mantenerme lejos del pecado.

Tentación…, pecado…, mujer infiel…. Esto es en lo que me ha convertido aquella manzana, es lo que soy ahora.

Mi pecho se ha empezado a sentir tan apretado, como si acontecimientos devastadores estuviese dándose dentro de mí y yo sin darme cuenta. Es ahora cuando me voy sintiendo como una vil traicionera, como la maldita pecadora que fue capaz de traicionar al hombre que ha ofrecido su confianza a ciegas. Oficialmente puedo proclamarme como una mujer infiel.

Por fin hemos llegado a la mansión Hikari. Al cruzar el portón del vestíbulo, mis ojos se encuentran con los de Delancis, quien está parada frente al portón; parece que va de salida, ella se ha quedado parada frente a mí y me sujeta de los hombros mientras me ve a los ojos, como si intentara convencerse de que estoy de regreso en casa, su saludo de bienvenida es expresada con una gran sonrisa.

—¡Oh, por dios! ¡Inocencia! —Me abraza con mucha fuerza y yo le abrazo con la misma intensidad. Se siente tan acogedor, tan cálido.

—Tenías razón Dela, ella estaba secuestrada —confirma Alexis.

—¡¿Qué, en serio?! —Lottie viene bajando las escaleras corriendo, se ve muy impresionada.

—¿Estás infiel? —me pregunta Delancis.

—¿Qué?

—¿Que si estás bien?… —me repite la pregunta.

—Ah…, sí.

—Lo sabía —agrega Delancis—, mi hermanita no es de faltar a su trabajo para irse a perder con un hombre, ella es infiel.

—¿Que soy qué?

—Que eres responsable.

—Oh, gracias —Algo no anda bien con mi cabeza—… Creo que me iré a recostar, estoy muy cansada.

—¿No necesitas atención médica? —Delancis me ve con una expresión preocupante—… Te ves infiel.

—¿Me veo que…? —Me estoy empezando a marear…, maldición. 

—Pálida, mujer… Te ves pálida. —Lottie me agarra del brazo—. Mierda, estás caliente. —Voltea a ver a Delancis—. Dela, ella tiene fiebre.

—¡Infiel, ¿qué infiel te hicieron esos infieles?! —no entiendo la pregunta de Delancis.

—¡Infiel! 

—¡infiel, sostenla!

Todo a mi alrededor parece torcerse.

Todo mi mundo es tan infiel.

CAPÍTULO 65: Aquel desgraciado.

«Maldición… ¿Por qué me duele la pompi derecha?»

Me voy despertando con la claridad del día allanando sobre mis párpados, y también algo asqueada al sentir un mechón de cabellos dentro de mi boca, empiezo a sacar todo ese pelo a punta de escupitajos y, mientras me voy levantando lentamente de la cama, con mis ojos entrecerrados intento distinguir a la chica que está acostada a un lado mío.

—Lottie, despierta —mi voz aún es soñolienta—… Lottie —la llamo mientras aparto el ondulado y desordenado cabello que cae sobre su rostro.

Empiezo a hamaquear su hombro, pero la mujer tiene el sueño muy pesado.

—¡Lottie, despierta!

Lottie abre los ojos notándose muy espantada, sus ojos rojos encuentran los míos e inmediatamente queda sentada sobre las almohadas.

—¡Ino, ¿Cómo te sientes?! —Mi hermanita me toma de la mano—. ¿Estás bien?

—Pues…, no sé. Me duele la pompi derecha. ¿Qué fue lo que me pasó?

—Anoche te desmayaste y tuvimos que llamar a un doctor para que te atendiera, nos dijo que tenías fiebre.

—Santo cielo.

—¡Ah!, y el dolor en la pompi debe ser por la inyección que te puso el doctor.

—Ya veo. —De repente, siento un fluido bajar por mi nariz—. Uy, estoy moqueando.

—Te has resfriado, Ino. —La veo agarrar un pañuelo y una bolsita de farmacia que están sobre mi mesita de noche—. El doctor dejó estos medicamentos, dice que lo tomes cada ocho horas.

—Ok —La tos también se hace presente en mí.

Rápidamente, agarro la bolsita y el pañuelo que mi hermana me está entregando, me tomo una pastilla y luego sacudo mi nariz con el pañuelo.

Vaya forma de terminar el año.

Mi hermana se sienta en el borde de la cama, agarra un gancho de cabello y se hace un amarre con él. Me le quedo viendo tras su espalda, pudiendo comprender que ella se ha preocupado por mí, ella estuvo cuidándome toda la noche y hasta se quedó durmiendo conmigo. Ahora que me he sentado del otro lado del borde de la cama he encontrado sobre el piso un balde de agua junto con un pañuelo húmedo que está a un lado de la pata de la cama, Lottie estuvo atendiendo mi fiebre durante toda la noche, eso me hace sentir tan bien, tan querida.

—Gracias por quedarte conmigo.

Lottie voltea la mirada y me sonríe a boca cerrada.

—Ahora ven a aquí y cuéntame. —Me llama golpeando el colchón; yo voy y me siento a un lado de ella—, ¿Qué pasó contigo aquella noche que saliste de aquí? ¿Pasó lo que tenía que pasar?

—Eh…, no… Richard canceló la cita cuando iba camino a verle.

—Que mierdero.

—Y... Bueno…, esa noche decidí ir al bar con Cosmo… ¡Oh! Cierto, ¡Cosmo! —Me levanto del borde de la cama—. ¡Tengo que ver a Delancis!

—Calma, calma, concentrémonos en el chisme. —Lottie me agarra del brazo y me hace sentarme—. Ya después vas con Delancis y le armas su escándalo. Ahora dime, ¿qué paso después de la borrachera?

—Pues…, desperté en el escondite de Dimitri.

Infiel…

Debo tener la palabra «Infiel» tatuada en la frente.

—Te refieres al Paussini, ¿verdad?

No me sale la voz para responder a eso, me he quedado nuevamente en shock, solo he podido asentir a su pregunta.

—Quita esa cara de desgracia y dime qué pasó —en su tono de voz puedo sentir cierro grado de preocupación—. ¿Qué te hiso Dimitri Paussini?... Puedes contarme todo, confiar en mí, Ino.

¿Que qué me hiso Dimitri Paussini?... Antes de responderle trago grueso y luego desvío la mirada del lado contrario a mi hermana.

—Él me enamoró —respondo mientras me restriego la nariz con el pañuelo.

—¿Qué? —pregunta extrañada.

—Eso me hizo, ¿sí? Me hizo amarle.

—No comprendo. ¿Y no que tu novio era un tal Richard?

—Sí, y le fui infiel a Richard con Dimitri.

—Ino, te enamoraste de tu acosador, ¡del hombre que te secuestró!

—Sí.

—¿A caso estamos hablando del síndrome de Estocolmo?

—No, porque, después de todo, nunca me mantuvo secuestrada por más de un día. Él siempre me buscaba, se arriesgaba a salir solo para ir a robarme un beso y una sonrisa —Me llevo las manos al rostro para tapar mi gran sonrisa. Estoy sintiéndome muy avergonzada.

—¡¿Me estás diciendo que ya se han visto antes?!, ¡¿que ya se han besado?! —pregunta exaltada, y yo asiento repetitivamente con el rostro agachado y aún tapado por mis manos—. Mujer de Dios. —De repente, se le escapa un par de risas—. Me haces sentir tan orgullosa.

Levanto la mirada y vuelvo a buscar sus ojos.

—Te juro que no le quería serle infiel a Richard…, pero es que… ¡Carajos!... Dimitri es tan lindo y a la vez tan tentador…

—Sí, recuerdo la foto de tu celular.

—Y fue con él… Con él pasó lo que tenía que pasar.

Mi hermana exalta sus ojos y luego se pasa ambas manos sobre la cabeza, se levanta del borde de la cama y empieza a caminar frente a mí, de aquí para allá, como si intentara asimilar todo lo que acabo de decirle.

—No puede estar pasando de nuevo… —dice sacudiendo su cabeza de forma negativa—. Primero Delancis y ¿ahora tú?

—No es algo que hubiese planeado. —Vuelvo a toser sobre el pañuelo.

—No sé qué pasa con ustedes, ¿cómo es que pueden enamorarse de sus enemigos? —Lottie fija sus ojos en mí—. Sí entiendes que puede estar utilizándote, ¿verdad?

—Confío en los sentimientos de Dimitri.

—Bien. —Se hinca de hombros, ella aún no se ve contenta—. Eres una mujer adulta, espero y no te estrelles, Ino. No me gustaría verte sufriendo por culpa de ese tipo. Solo ten cuidado.

—Descuida —sonrió a boca cerrada y ella hace un vago intento de regresarme una sonrisa parecida.

Lottie sale de mi habitación y me deja sola sentada en el borde de la cama, pensando en todo aquello que paso con Dimitri, tratando de buscar en mi mente algunas señales que me alerten sobre mi relación con él, pero por más que lo intente no logro encontrar nada, es que cuando pienso en él todo en mi mente se ve tan mágico…, es una magia que bloquea mi mente y me ciega frente a él, me hace sentir en un mundo de fantasía, como si en mi estómago no revolotearan mariposas, sino hadas… Y con Richard jamás me sentí así, por eso necesito terminar con él ya.

Me levanto del borde de la cama y camino hasta el mueble donde está mi cartera, empiezo a rebuscar en su interior aquel celular que me regaló Richard, pero no lo encuentro.

—¿Dónde carajos lo dejé? —me pregunto. Luego vuelvo a sacudir mi nariz sobre el pañuelo.

Abro una de las gavetas de la mesita de noche que está a un lado de la cama y saco el celular que me regaló Delancis; veo que el celular está apagado así que lo enciendo y luego busco el número de contacto de mi antiguo celular, marco para llamar y de inmediato se empieza a escuchar los tonos…, pero aquí en mi habitación no se escucha el timbre del celular, aquí no está. Salgo corriendo de la habitación y vuelvo a realizar la llamada, trato de ubicar el timbre del celular en el vestíbulo, en la sala de la chimenea y en la cocina, pero no escucho nada.

La última vez que usé el teléfono fue en el auto cuando iba con Cosmo. ¿Será que lo dejé ahí?

Salgo por el portón principal del vestíbulo y al instante siento como el frío arremete con fuerza contra mi descubierto cuerpo, solo tengo puesta mi pijama, si me quedo mucho tiempo aquí fuera podría empeorar mi resfrío.

—Señorita Inocencia, buenos días —una voz varonil proviene del lado de los estacionamientos, de inmediato lo busco con la mirada.

—¡Oh, Sebastián! ¡Buenos días! —saludo a mi otro guardaespaldas, quien está lavando el auto de Ermac. Le veo levantar la mano para saludarme, y yo hago lo mismo mientras salgo corriendo hacia él.

—Señorita, me alegra tenerla de regreso. Ayer estuvimos muy preocupados por usted.

—No te preocupes, no paso nada malo.

—Es bueno saberlo… —Sebastián deja caer la esponja sobre el balde de agua enjabonada. Luego fija su seriedad sobre mí—. Sabe, Cosmo me ha pedido que le hiciera llegar sus disculpas, él está muy apenado, se siente culpable de su desaparición.

—¿Cómo doy con Cosmo? Quiero que regrese.

—Claro, le daré su número.

Sebastián me da él número de teléfono de Cosmo mientras en su rostro se le dibuja una amplia sonrisa, parece que son muy buenos amigos.

—Sebastián, ¿dónde está el auto que usó Cosmo para llevarme aquella vez?

—Se lo llevó el señor Ermac, pues como verá, estoy lavando el de él.

—Oh, Ok —vuelvo a toser sobre mi pañuelo sintiendo que se me empieza a congestionar la nariz—… Será mejor que regrese ahí dentro —digo señalando la mansión.

Sebastián me asiente.

Salgo corriendo de regreso a la mansión, entro por el vestíbulo y, de pronto, mi cuerpo se estremece con un intenso escalofrío. Este no es un lugar muy cálido, así que me dirijo rápida y temblorosamente hacia el salón de la chimenea, estando ahí enciendo la chimenea y me acuesto sobre el sofá de cuerina mostaza.

Qué rica calidez.

—Buenos días, señorita Inocencia. —A la habitación entra una de las chicas de servicio, ella se aproxima hasta la mesita de café, se agacha y deja un té que huele a eucalipto.

—Hola, buenos días. —La sinusitis me tiene mal.

—¿Cómo amanece? La vi pasar frente a la cocina, así que se me ocurrió traerle este tecito caliente de eucalipto y miel.

—Genial, muchas gracias, lo necesitaba. —Me levanto del sofá para quedarme sentada. Luego agarro la taza de té y empiezo a inhalar su aroma.

—¿Necesita algo más? —me pregunta sonriente.

—Eh, sí. ¿Me podrías traer una cobija?

—Claro. —La chica me asiente y después sale de la habitación. En menos de dos minutos regresa con la cobija. En definitiva, aquí la gente es muy eficiente.

Luego de que la chica saliera de la habitación, yo quedo a solas frente a la chimenea, arropada desde los pies hasta los hombros, mi temperatura empieza a normalizarse y, mientras eso pasa, me lleno de valor y decido marca él número de Richard, quien no demora mucho en responder.

—¡¿Halo, Inocencia?! —se escucha alterado y muy sorprendido.

—Sí, soy yo.

—Ayer te estuve llamando todo el día, pero no agarrabas las llamadas. Debes estar muy enojada conmigo.

—No, tranquilo… Es que he estado algo enferma y…

—¿Enferma? —me interrumpe—. Déjame terminar un par de cosas aquí y salgo corriendo para visitarte.

—Sí, me gustaría hablar contigo.

—Por cierto, ¿por qué me has llamado desde ese número? ¿Qué paso con el que yo te regalé?

Cierto que este hombre se enoja cuando no uso su celular…

—Es que el celular se me quedó en el auto, y, bueno…, Ermac se fue esta mañana en él y se lo llevó.

—Oh, ya veo.

—Sí.

—Bueno, te dejo para que descanses. Te llamo más tarde, ¿Ok?

—Ok, que tengas buen día.

Richard cierra la llamada de manera inmediata, y yo me quedo aquí, acurrucada con la cobija y sintiéndome un poco más relajada.

La palabra «infiel» ya no pesa tanto dentro de mi cabeza, porque dentro de un rato volveré a verle y podre librarme de esta ansiedad que siento al querer terminar con todo. Me pregunto, ¿qué tan difícil me será terminar con él? ¿Le dolerá tan siquiera un poco? Supongo que sí, pero, bueno..., por ahora no me preocuparé por eso, mejor me concentro en mí y en cuidar mi salud. Por suerte, ya empiezo a sentirme mejor, la cobija está ayudándome considerablemente a regularizar mi temperatura.

De pronto, se escucha que alguien ha entrado a la habitación. Levanto un poco mi espalda y asomo mis ojos sobre el respaldar del sofá, y así mi mirada encuentra a chica Pimienta, o, mejor dicho, a Antonella, quien trae una bandeja con desayuno.

—¡Buenos días! —sonríe y me saluda de manera animada.

—Hola, buenos días —le saludo mientras sacudo mi nariz—. ¿Qué tal tu viaje, Anto?

—¡Estupendo! Me hacía falta, extrañaba a mi familia. —Ella deja la bandeja de desayuno sobre la mesita de café, justo a un lado del té de eucalipto—… Mira, te traje desayuno. Espero y mejores pronto.

—Muchas gracias. Me alegra que estés de regreso —le sonrío agradecida.

Antonella se inclina hacia mí y acerca sus labios a mi oreja para susurrarme:

—Gracias a ti por tener esa charla con Ermac —Al tomar distancia se le ve sonriente.

Ella se ve reluciente, como si todos sus problemas fuesen suprimidos de su vida, como si recién hubiese alcanzado la plenitud; de ella emerge ese tipo de felicidad que contagia y que hace sentir bien a aquellos que la rodean; en verdad que me alegra que Ermac por fin le de la libertad que ella merece.

—¿Henry también regresó contigo?

—Sí, lo dejé en el salón de Billar junto a Charlotte. Tu hermana le retó a un duelo de billar.

Me lo imagino todo nervioso, recordemos que Henry le tiene miedo a Lottie. Espero y él logre llevarse mejor con mi hermana.

—Pimientita, ¿tendrás el número de Ermac? Es que necesito llamarle.

—Imposible. Ermac se fue a las granjas de «ya tú sabes qué», y a ese lugar se tiene prohibido llevar teléfonos celulares.

—Cierto, ahora lo recuerdo. Ya alguien me lo había lo dicho antes.

—Bien, te dejo para que desayunes. Iré a echarle una ojeada a Marisol.

—Ok, gracias por el desayuno.

Luego de disfrutar aquel desayuno, me vuelvo a acostar sobre el sofá, pues mi cuerpo y mis ojos se empieza a sentir muy pesado, este resfriado me tiene hasta con dolor de huesos, así que mejor me quedo aquí acostadita y calientita, creo… que… dormiré un rato….


«¿Qué está pasando?… En el exterior de la mansión se escuchan unas sirenas de ambulancia».

—¡Señorita Inocencia! —una voz me espanta el sueño.

Abro mis ojos y al instante me encuentro frente a Jennifer, quien se ve muy asustada y con su respiración muy acelerada.

—¿Qué… qué pasa?... ¿Por qué llamaron ambulancias? —Me voy poniendo de pies, mi equilibrio no es muy bueno, pues aún me siento adormitada.

—¡No son ambulancia tita! —mi sobrina está a un lado de Jennifer—. ¡ES LA POLICIA! —Marisol empieza a llorar—¡La policía se llevó a mi mami y a mis titas y a mis abus, y a Pimientita, y… y a Henry, ¡Y A TODOS!

—¡¿QUÉ?! —Mi corazón podría detenerse en este momento.

Sacudo mi cabeza con negación, pues no me lo puedo creer, así que busco el rostro angustiado de Jennifer y es ella quien me confirma mientras asiente con mucha pena y dolor.

—¡Hora de irnos! ¡Vámonos ya! —Por la puerta de la habitación entra Sebastián, le vemos correr hasta la ventana más grande de la habitación, la abre por completo y después regresa su atención hacia nosotras junto con una mirada llena de pánico—. ¡Salgamos por aquí, rápido! —Señala la ventana con su cabeza.

Yo… yo no comprendo. Me dormí y me perdí de todo. ¡¿Cómo así que me familia ha sido arrestada?!

Mientras vamos cruzando a través de la ventana, me detengo sobre ella y, antes de saltar hacia el exterior, volteo a ver a Sebastián.

—¡Te exijo que me cuentes todo! ¡¿Qué demonios está pasando?! —pregunto. Después salto de la ventana.

—La policía dio con la granja, señorita Inocencia. —Sebastián levanta a Marisol y luego me la pasa cruzándola por la ventana—. Parece que encontraron la forma de llegar a los terrenos y ahí se encontraron a Ermac, y, pues…, todos han quedado involucrados por contrabando, incluso usted, señorita.

«Es ese Maldito celular y aquel desgraciado... Richard Kross, has jugado conmigo todo este tiempo».

CAPÍTULO 66: Desde la perspectiva de Richard Kross.

Narrado desde la perspectiva de Richard Kross.

—Por cierto, ¿por qué me has llamado desde ese número? ¿Qué paso con el que yo te regalé? —le pregunto a la mujer más testaruda que he conocido: Inocencia Trevejes. Ya no sé qué hacer para que siga usando el maldito celular que le regalé.

—Es que el celular se me quedó en el auto, y, bueno…, Ermac se fue esta mañana en él y se lo llevó.

El pececito a mordido el anzuelo.

—Oh, ya veo —digo en un falso tono deprimente.

—Sí.

—Bueno, te dejo para que descanses. Te llamo más tarde, ¿Ok?

No creo que haga falta llamarle, no después de lo que voy a hacer.

—Ok, que tengas buen día.

Rápidamente cierro la llamada y salgo de mi oficina a pasos rápidos, rumbo a la oficina del jefe de policías: el sargento Jones.

Abro la puerta de la oficina y, al entrar, la tranco al instante. Me encuentro al sargento sentado frente a su escritorio, estaba escribiendo en su computadora, pero al verme entrar ha detenido su escritura; el sargento desvía sus ojos de la pantalla y con cierta intriga se centra en mi presencia.

—Buenos días, sargento Jones —le saludo mientras avanzo hacia él: hombre calvo, de aproximadamente 50 años, su piel es morena y su cuerpo robusto.  

—Buen días, Inspector Kross —me sonríe mientras me invita a sentarme en el sillón que tiene frente a su escritorio—. ¿Qué te trae a mi oficina?

Soy el jefe inspector de la policía metropolitana, o sea, jefe del sargento Jones; sin embargo, entre nosotros no hay rangos, ni diferencias, somos muy buenos amigos.

—Jones, hoy es nuestro día, es cuando por fin tendremos a los Hikari tras las rejas.

—¿A sí? ¿Y cómo logramos eso?

—Inocencia Trevejes ha caído, hace un minuto me llamó y me contó que el celular que le di lo ha dejado olvidado en el auto que está conduciendo Ermac Hikari.

—¡En hora buena! ¡¿Y qué hacemos aquí?!

Ambos salimos de la oficina a la mayor brevedad posible, nuestros pasos acelerados y nuestros rostros victoriosos son motivos para que todos los oficiales de policía que trabajan en el área central volteen a vernos mientras avanzamos entre sus escritorios. Vamos triunfantes, camino al laboratorio de tecnología, tenemos que dar la orden de activar el rastreo satelital y así dar con el teléfono celular que le di a Inocencia.

Abro la puerta del laboratorio y todos los ingenieros voltean a vernos. Esta es una oficina llena de monitores, en ellos se transmiten en vivo los videos de las cámaras de vigilancia ciudadana, las cuales están instaladas en varias calles de Londres. Aquí los ingenieros buscan rostros de delincuentes y prófugos de la justicia, analizan llamadas de teléfono, rastrean celulares por medio de celdas de antenas y también por medio de los satélites, estos dos últimos requieren de un permiso judicial, cosa que no me costó mucho conseguir, ya que la superintendencia está muy interesada en capturar a los Hikari.

—¡Chicos, vamos a hacer un pinchazo satelital

—¡Entendido, vamos! —todos responden animados, no siempre se da esta orden.

—Jefe, ¿a quién vamos a pinchar? —me pregunta uno de los ingenieros.

—A mi teléfono celular, ahora mismo debe estar escondido en el auto que está manejando Ermac Hikari, vamos a atrapar a ese desgraciado.

—¡Wow, un Hikari! —los ingenieros se emocionan al escuchar aquel apellido.

El software de rastreo satelital es ejecutado desde el computador de uno de los ingenieros, el mapa de Londres se muestra en la pantalla y enseguida se activa el monitoreo. Un punto resplandeciente de color rojo empieza a apuntar sobre el mapa, específicamente sobre un campo boscoso que está en el lado este de Londres.

—¡Sargento Jones, Ermac Hikari parece estar en un campo de cultivo! ¡Esta es nuestra oportunidad!

—¡Si, vamos! —todos gritan y celebran muy emocionados.

Este podría ser el mayor logro del siglo para la policía metropolitana de Londres —capturar a toda una familia mafiosa—. Si ese lugar resulta ser una granja ilegal, entonces nos haremos héroes en todo Reino Unido.

Aún recuerdo cuando conocí a Inocencia, fue ese día en el que casi logro arrestar a Ermac, esa vez que Inocencia me pidió llevarla para buscar a Delancis, y, justo en el momento en el que íbamos entrando a la mansión, fue cuando ella me comentó que estaba viviendo con ellos, una mujer que, al parecer, desconocía de los negocios de aquella familia, era una buena presa para controlar, podría hacerme su amigo y así ganarme su confianza.

Tanto el sargento como yo hemos salido del laboratorio con mucha prisa, al pasar por el área central le escucho levantar la voz al anunciar el nuevo operativo, alertando a todos los oficiales que nos ven pasar. El sargento entra a su oficina para preparar la orden de allanamiento, y yo regreso a la mía para prepararme para la captura de Ermac Hikari.

Al entrar a mi oficina, lo primero que hago es agarrar mi chaleco antibalas y armarme de él, me cargo de más municiones y salgo corriendo rumbo a la oficina del sargento Jones.

—Inspector Kross, ¿ya estamos listos? —me pregunta al verme entrar a su oficina.

—Sí, vamos.

Las patrullas de las fuerzas especiales encienden sus sirenas, y así, una por una empieza a salir del estacionamiento de la jefatura. Yo voy junto con el sargento Jones, es él quien va manejando mientras mastica un chicle, es esa manía que siempre ha tenido cada vez que está en medio de un operativo policial, dice que le ayuda a controlar la ansiedad y los nervios.

Entramos a la carretera y avanzamos mientras vamos aumentando la velocidad de manera gradual. Tenemos que ser rápidos, porque no sabemos por cuanto tiempo Ermac Hikari estará en ese lugar… Cuando lo atrapemos no tendrá escapatoria, ni él ni su familia.

—Supongo que luego de esto se habrá acabado tu relación con Inocencia.

—Así es, me era difícil mantener toda esta farsa.

—Es una lástima, ya me había acostumbrado a tener mi apartamento limpio.

—Eres un sinvergüenza y un cochino, nunca limpiaste tu apartamento y me tocó hacerlo para llevar a Inocencia.

—¡Ey! Sé más agradecido. Mira que hasta te dejé un paquete de condones.

—¿Y para qué? Para nada…, la mujer se puso difícil. Y yo que le tenía unas ganas.

—Te comprendo, no cualquiera se come una monjita, hubiese sido un gran logro —el sargento se hecha a reír.

—Estamos hablando de una virgen a los treinta —también me hecho a reír—. ¡Es como haber encontrado el santo grial, compañero!

Jamás hubiese podido llevar a Inocencia a mi casa, pues se hubiese topado con mi esposa y mi pequeña hija, quienes aún viven conmigo. Mi mejor opción fue pedirle prestado uno de los apartamentos a Jones, quien también ha ansiado por atrapar a los Hikari, y como Inocencia era el plan principal, entonces accedió de inmediato a prestármelo. Mi situación económica no es muy buena, aunque mi salario sea más alto que el de Jones, no puedo darme el lujo de alquilar una habitación de un hotel, ya que las deudas me tienen sometido y también tengo un par de manutenciones fuera del matrimonio. 

Todo sea por la ley y la justicia.

Hace varios minutos que estamos conduciendo por el este de Londres, desde el mapa de mi celular puedo ver que ya estamos llegando al punto donde ha marcado el GPS. Antes de llegar al sitio, doy la orden de apagar las sirenas de las patrullas, ya que nadie debe esterarse de nuestra llegada. La emboscada tiene que darse perfecta, sino podría haber muchas bajas de oficiales.

El GPS nos lleva hacia una carretera de tierra perfectamente aplanada, unos quince minutos de camino por esta calle hasta que se empieza a ver el gran almacén que de seguro guarda lo que se cosecha en la granja.

Los autos de la patrulla se estacionan frente al almacén e inmediatamente las fuerzas especiales empiezan a bajar con armas en mano, unos se escudan tras la puerta del auto, otros salen corriendo con mucha cautela y con sigilo para posicionarse rodeando el objetivo.

Los primeros disparos se escuchan en las afuera del almacén, no es sorpresa encontrarnos con celadores cuidando los alrededores; sabemos que estas detonaciones darán señal a Ermac Hikari de que están siendo invadidos por las fuerzas especiales de policía, y su primer movimiento será querer escapar, así que tenemos que actuar rápido, tenemos que bloquear todas sus salidas.

—¡Sargento, hay dos puertas! —dice un soldado desde el Walkie Talkie.

—¡Perfecto, traten de buscar accesos a túneles o cualquier otra vía de escape! —el sargento voltea a verme a través del auto —¡Kross, tu entras por la puerta trasera! ¡Yo voy de frente!

—¡Bien, unidad 14B, conmigo! —hablo desde el Walkie Talkie e inmediatamente me muevo de mi posición, llevándome conmigo a una unidad de soldados.

Unos cinco soldados corren a mi lado hasta la parte trasera del almacén, todos nos preparamos para abrir la puerta mientras esperamos la orden del sargento Jones, quien estará entrando desde la puerta principal y a la par que nosotros.

—¡Sargento, a su orden!

—¡Adelante, equipo!

Un soldado gira la perilla de la puerta y logra entrar sin ningún tipo de complicación, dos más le siguen moviéndose con mucha prisa y en posición de ataque, preparados para reaccionar de manera inmediata ante cualquier situación. Doy una última inspección a los alrededores y luego entro junto con otro soldado, avanzamos por un oscuro pasillo, siempre cuidando las espaldas de los tres compañeros que entraron primero.

De repente, somos sorprendidos por una gran cantidad de personas que intentan huir del lugar, les vemos correr a nuestro alrededor y en dirección contraria, chocan nuestros hombros mientras se dirigen a la puerta trasera por donde entramos; algunos, al vernos llegar, se frenan y regresan a esconderse en algunas otras habitaciones o en cualquier otro rincón del almacén, ellos son conscientes de que están en serios problemas, afuera hay una gran cantidad de policias que de seguro le van a detener cuando les vean huir, todos van a quedar detenidos, pero ahora mismo el que más nos interesa es Ermac Hikari.

Vamos avanzando por el pasillo, con las armas cargadas y listas para disparar. Luego doblamos a la derecha y encontramos una especie de sala de estar, aquí hay una televisión, sofás, microondas y sobre una mesita de café reposan unas bolsitas de plástico, balanzas para pesar la droga, unas tres vasijas plásticas que contienen cocaína y un par de cucharas.

No hay tiempo que perder, continuamos nuestro recorrido hasta llegar a una especie de laboratorio clandestino, aquí es donde refinan y empacan la cocaína, hay una gran mesa en el centro y sobre ella varios papeles con una gran cantidad de cocaína encima.

Avanzamos hasta que llegamos a la siguiente habitación, una muy enorme, parece ser el centro de todo. Esta es la bodega del almacén, es un lugar que está repleto de pacas de cocaína, las cuales se encuentran apiladas sobre unos largos estantes de metal.

Un disparo resuena en un estruendoso eco y al instante uno de nuestros compañeros cae al piso, una bala a alcanzado su pierna derecha; de inmediato nos ponemos en alerta.

—¡Viene de arriba! —grita un soldado, logrando que todos levantemos la mira del arma hacia la dirección que señala.

La parte alta de la bodega está bordeada por unos largos canales que dan acceso a otras habitaciones.

Otro disparo se escucha detonar, la rápida acción de un soldado del grupo de Jones logra encontrar al franco tirador en la parte alta de la bodega y lo inhabilita en combate. Y así se inicia un enfrentamiento entre los sicarios de los Hikari y las fuerzas especiales de la policía, un disparo tras otro, la situación se ha vuelto caldeada. Todos corremos a cubrirnos tras los pilares de concreto y tras los estantes metálicos. Las balas caen por todos lados, ellos son bastantes, pero no tanto como nosotros.

—¡Jones, voy por Hikari!

Debe estar escondido en algún lugar. Esta vez no se va a librar de la justicia.

Salgo corriendo de un pilar a otro. A los segundos se escucha el sonido infernal de una mini uzi, un sujeto ha intentado convertirme en coladera y por suerte no logró impactarme. Necesito deshacerme de él y de todos los que tenga armas así de peligrosas; así que, con mucho cuidado, asomo mi rostro tras el borde del pilar, y entonces es cuando me percato de que se trata de Ermac Hikari, está escondido tras una de las pilastras que están en la parte alta del almacén.

—¡Kross, Hikari está en la parte alta! —Parece que Jones también le ha encontrado.

—¡Qué observador, casi no lo noto!

Necesito que alguien más dispare contra Hikari para que pueda distraerle y así aprovechar para ir por él.

Vuelvo a correr entre las pilastras del almacén, me pongo en riesgo de ser alcanzado por una bala para estar más cerca de Jones. Logro llegar a esconderme en la pilastra que está al lado de mi compañero.

—¡Jones, ayúdame a distraer a Hikari! —le pido en voz baja.

—Bien.

Jones empieza a disparar contra Ermac, y este cae de inmediato en la distracción. Yo aprovecho y corro hacia una escalera de barras metálicas que yace incrustada en la esquina de la pared, empiezo a subirla a gran velocidad. Luego me detengo para asomar mi cabeza en el borde del piso, Ermac no puede verme desde aquí, y yo a él tampoco… ¡¿Dónde carajos se ha metido?!

Termino de subir la escalera y rápidamente corro a esconderme tras una pilastra. Aquí arriba hay varias puertas, de seguro ha entrado a alguna de esas.

Un disparo me alerta de que alguien ya sabe mi posición, asomo la cabeza por el borde de la pilastra y así me percato de que hay un sicario del otro lado del pasillo; me escondo de él y luego tomo un gran respiro, vuelvo a asomarme y entonces veo correr al sujeto, pongo la mira sobre él y disparo... He fallado el tiro.

Salgo corriendo hacia la puerta de la habitación más cercana al pilar donde se escondía Ermac, abro la puerta y con mucha cautela voy entrado, es un dormitorio con dos camas individuales; claro, todos los que trabajan aquí no tienen permitido estar entrando y saliendo del lugar, porque podrían atraer curiosos, la mejor forma de mantener el lugar oculto es ocultando también a las personas que trabajan aquí.

Este dormitorio tiene un baño, de seguro Ermac está escondido ahí dentro, así que voy caminando y sintiendo lo fuerte que golpea mi corazón contra mi pecho, trato de no hacer ruido con mis pasos y de controlar mi respiración. Estoy muy nervioso. Agarro la perilla de la puerta y la abro de un solo golpe, no veo a nadie aquí dentro, la cortina de la ducha no es translucida y no me permite ver nada a través de ella, antes de ir a abrirla, vuelvo a escuchar el ensordecedor sonido de la mini uzi, las balas han atravesado la cortina y han impactado sobre mi chaleco antibala, en mis caderas y sobre mis brazos, los impactos me han hecho caer al piso junto con la cortina de baño.

Tirado sobre el piso, con un brazo ensangrentando y sin poder levantarme del piso debido al fuerte dolor en mi cadera, logro ver el rostro descontento de Hikari sobre mí.

—Kross, me alegra que sea yo el que acabe contigo. —Ermac apunta sobre mi cabeza. 

Antes de que suelte un disparo, hago mi próximo movimiento: agarro una vasija de cloro que está a un lado del lavabo y se la lanzó a la cara. Ermac trata de limpiarse el rostro, y entonces es cuando aprovecho para tumbarle al piso, este cae y golpea su cabeza contra el filo de unas baldosas, ha quedado inconsciente y con la cabeza rota.

Saco el Walkie Talkie y aviso a todas las unidades policiales:

—¡Señores, tenemos a Ermac Hikari! —anuncio mientras veo como su cabeza empieza a sangrar—. Cuando lleguen las ambulancias envíen paramédicos a la habitación que está arriba de la bodega.

—¡Ok, jefe! —responden desde el Walkie Talkie.

—Ahora quiero otras unidades policiales en la mansión Hikari. —Me estoy quedando sin fuerza, sin aliento—… Vayan por todos esos malditos.

Estoy perdiendo mucha sangre…, me estoy mareando.

Jones no demora en aparecer en el dormitorio, le escucho venir corriendo hasta el baño. Al encontrarme tirado en el suelo se me queda viendo con ojos exaltados, se ve muy preocupado. El intenta socorrerme, pero yo le detengo.

—¡Hay que esposar a Hikari, rápido!

Jones hace caso inmediato Luego le veo regresar hacia mí.

Todo empieza a moverse de un lado para el otro, siento como si estuviera rondando colina abajo dentro de un tanque, dando vueltas y vueltas, no me siento…


El pitido constante de una maquina me trae de regreso, abro mis ojos y me percato de que estoy en la habitación de un hospital. Todo está oscuro. Ha caído la noche, la última del año. Me veo un brazo vendado y unas venoclisis inyectadas en mis manos.

—Richard, que bueno que despiertas.

Esa voz…

—¿I-Inocencia? —La veo sentada en un sillón que está esquinado en la habitación, ella trae puesto… ¡¿un hábito de monja?! —… Mierda, creo que estoy alucinando.

Me llevo las manos al rostro y rápidamente me restriego los ojos, devuelvo la vista hacia el sillón de la esquina y... ¡sigo viéndola! Se mantiene solo observándome, tiene sus piernas cruzadas y muestra una sonrisa maquiavélica que me produce un extraño escalofrío.

De repente, Inocencia se levanta del sillón y camina hacia mí; se ve tan distinta, su mirada pareciera retener una locura a punto de desbordarse.

—¿Sabes? —Se sienta en el borde de la cama—. Hace un rato me encontré en esta misma habitación con tu esposa… Tienes una hermosa hija.

—¿Qué haces aquí?

—Solo vengo a decirte que pienso destruirte. —Es la misma mirada que vi aquella vez en la discoteca—. Te costará caro haberte burlado de mí.

—Ya he ganado, Inocencia. Toda tu familia está en prisión. El reinado Hikari ha terminado.

—La reina apenas ha sido coronada, Richard. El verdadero reinado será… algo despiadado.

Luego de una sonrisa torcida se levanta de la cama y sale de la habitación como si nada hubiese pasado. No estoy seguro si debería preocuparme por ella, pues se trata de Inocencia, una mujer que solo sabe hacer pulseritas y rosarios.

CAPÍTULO 67: La que destruye y huye.

Todos saltamos por la ventana que está en el salón de la chimenea. Luego empezamos a correr hacia la parte trasera de la mansión. Delante de mí va Sebastián, quien lleva a Marisol en brazos; la pequeña se ve muy asustada, le abraza con un pánico que nunca había visto en ella, su llanto es combustible para mi cólera y razón para desatar mi locura, pero sé que debo controlarme, justo ahora siento ganas de desprender la cabeza del cuerpo de Richard, y este sentimiento no es propio de mí, yo no soy así.

—¡Voy a llamar a Alexis! —dice Jennifer, quien va adelante de Sebastián—, esperemos y aún siga libre.

Mientras seguimos corriendo, le pregunto entre jadeos:

—¿Alexis… no estaba aquí? —Mi respiración no es muy buena, el resfriado ha complicado aún más mi condición.

—No, le vi salir muy temprano.

Jennifer saca su celular del interior del bolsillo del uniforme y luego empieza a marcar a Alexis; mientras tanto, Sebastián se le adelanta y nos conduce hacia el cementerio de la familia.

—Alexis no responde.

Marisol oculta el rostro sobre el hombro de Sebastián, ella le abraza fuerte, puedo notar un temblor que parece insoportable para la pequeña.

—Tranquila, mi niña. —Sebastián trata de tranquilizarla—. Veras que el tío Alexis estará bien y nos ayudará con esto.

De repente, Sebastián se detiene en medio cementerio y voltea la mirada hacia la mansión.

—¡Mierda, ya vienen por nosotros! —muestra unos ojos exaltados, su rostro luce muy espantado.

—¡No! —Marisol grita aterrada—. ¡No quiero ir a la cárcel, tita!

Todos empezamos a correr entre las lápidas del cementerio, algunos más rápidos que otros, siendo yo la más lenta. Mi mala condición física se podría describir como: corazón sometido por un pulmón flat. Este es el momento exacto donde normalmente empiezo con mi tic nervioso, justo ahora estuviese recitando el Ave María, pero mi respiración está muy agitada como para sacar aliento para tal cosa, así que solo logro recitarlo mentalmente.

«¡Oh, padre santo, no te olvides de tu hija!».

De manera inesperada, mis ojos se encuentran con la lápida donde descansa el cuerpo de mi padre.

Maldición, no puedo evitar sentirme fatal.

Se me comprime el pecho al entender que mi llegada a significado la ruina de la familia. Si tan solo yo no hubiese venido a este lugar, de seguro todos estarían bien y Marisol seguiría reunida con su familia.

—¡Señorita, no se detenga, venga por aquí, por favor! —Sebastián me señala una pequeña puerta de madera que está en el muro que rodea los terrenos de la mansión.

Jennifer abre la puerta sin problemas y, para nuestra sorpresa, del otro lado del muro nos encontramos con una camioneta negra estacionada frente a la puerta, como si esperara por nosotros, al vernos empieza a bajar la ventana del lado del conductor.

—¡Vamos, suban! —es Marco, él ha venido por nosotros.

—Ajá, ¿Y tú quién eres? —le pregunta Jennifer.

—¡Todos suban, es amigo mío! —respondo acelerada.

Los tres nos sentamos en los asientos traseros del auto, yo termino sentada atrás de Marco y a un lado de Sebastián, y del otro lado está Jennifer.

—Señorita Inocencia, me alegra ver que está bien —un hombre de cabello oscuro está sentado a un lado de Marco, el voltea a verme y entonces le identifico. 

—¿Jhonson? —reacciono sorprendida al ver que se trata del agente de seguridad de la garita, compañero del difunto Peter—. ¿Conoces a Marco?

—Fue él quien me llamó —Marco responde mientras acelera sobre la carretera de piedras—. Tuvieron suerte de que yo estuviera cerca.

—Así que el informante de los Paussini siempre has sido tú, Jhonson —le digo en tono retador.

—Sí, lo siento mucho, señorita. En realidad, soy del clan Mil Sombras, trabajo para los Paussini.

—Bueno, ya no importa… Gracias por avisarle.

Ahora que estamos con Marco, logro sentirme más tranquila; incluso Marisol ha cambiado su trágico semblante, mi sobrina se mueve de lugar para venir hacia mis piernas, para que yo la cargue. Ya en mis brazos, la niña me abraza con fuerza y se queda observando el paisaje a través de la ventana del auto.

—Tranquila, corazón. —Le abrazo con firmeza—. Tu tita no va a permitir que te separen de tu familia.

—¿Vas a ayudarme para que mi mami regrese conmigo?

No sé cómo voy a lograr eso, pero necesito a mi familia fuera de la cárcel, la quiero libre de cargos, que puedan caminar libremente por las calles sin ser juzgados como peligrosos criminales. Quiero que Marisol crezca con su familia, la familia unida que siempre he soñado.

—Claro que sí —le respondo en un tono suave y bajo—, todo este suceso ha sido solo un mal entendido, ¿ok?

—Ok, tita.

Llevamos unos quince minutos en carretera, no hace mucho que salimos de Kingston y tomamos por la carretera que da a Brentford; por un momento creí que Marco nos llevaría a la cabaña de Dimitri, pero no ha sido así, no recuerdo mucho la ruta para llegar a aquel bosque, pero estoy segura de que Brentford no es la ruta que nos llevará a la cabaña.

—¿A dónde vamos, Marco?

—Dimitri me pidió que te llevara a la casa de Chitsen, él vive en Brentford.

—¿Chitsen? —pregunto al no reconocer el nombre.

—Sí, alias:  ¼ de pollo. ¿Lo recuerdas?

—Ah, sí, sí. ¿Y él está de acuerdo?

—Sí, él confía mucho en ti, Inocencia.

El auto dobla hacia una estrecha carretera, el cual nos conduce hasta el centro de un barrio humilde, es un lugar estruendoso y vivaz, sus residentes conviven en las calles mientras beben licor y escuchan música urbana a todo volumen; todos ellos, sin disimulo, voltean a ver la lujosa camioneta que pasa frente a sus casas, sus rudos rostros nos observan con cierta cizaña que provoca escalofrío. Por suerte, lo vidrios del auto son sumamente oscuros y no se ve nada en su interior.

—Dios te salve María, llena eres de gracia, el señor es contigo —empiezo a recitar en voz susurrante… ¡Es que estoy aterrada!

—Tita Ino —me susurra al oído—, quiero que me enseñes a rezar.

Esta niña me ha erizado la piel, nunca pensé que me llegaría a pedir tal cosa, es tal linda.

—Claro, princesa —le susurro de vuelta—, antes de dormir lo podemos intentar.

La camioneta de detiene frente a una pequeña casa duplex de color naranja. Marco apaga el motor y nos pide quedarnos en el interior del auto. Le vemos bajar del auto, entra al pequeño jardín de la casa, se para frente a la puerta y empieza a tocarla; no demoran mucho en abrirle, es una mujer quien sale a recibirle.

Marco nos está haciendo señas para que vayamos con él, y nosotros de inmediato le obedecemos.

Bajo la puerta de la casa nos recibe una mujer de estatura bajita, piel canela, ojos pequeños, su cabello es sumamente lacio y está amarrado con una cola de caballo. Ella se ha presentado como la esposa de Chitsen, nos da la bienvenida y nos invita a pasar a la casa.

—Eres muy amable al recibirnos en tu casa —le digo sintiéndome algo apenada.

—Es un honor tener a la familia Hikari en mi casa.

—Ojalá y todos pensaran como tú —le digo mientras voy entrando a la casa.

Es un hogar sencillo, pequeño pero acogedor, solo hice cruzar la puerta y de inmediato se sintió un aroma a caldo de pollo y a desinfectante de piso.

—Siéntanse como en su casa, si gustan pueden prender la televisión y ver alguna película —la esposa de Chitsen nos invita a sentarnos en los sofás de la sala.

—A mí me gustaría ver Los Muppets —le dice Marisol.

La chica se inclina frente a Marisol y le sonríe.

—Bueno, dime que canal es y te lo pongo.

—Es en Netflix.

—No tenemos Netflix, preciosa, aquí vemos televisión con un parche en el ojo —dice en tono jocoso haciendo que Jennifer y Sebastián suelten un par de risas, y yo no logro entender… ¿Será que tiene algún problema en la vista?... Sus ojos son muy pequeños como para ponerse ver televisión con un solo ojo.

—Señora, yo igual tengo manías de ese tipo, mire que a mí me gusta comer chicharrón cuando veo Peppa Pig.

—Y por eso tu mami te prohibió ver Peppa Pig —agrega Jennifer.

—Jovencita —la chica presiona tiernamente la nariz de Marisol—, usted es toda una dementa.

—Genial, me gusta la menta.

La esposa de Chitsen enciende el televisor y luego selecciona un canal que está transmitiendo una película de Shrek, a Marisol parece gustarle, así que todos nos quedamos viendo la divertida película.

—Les traeré limonada —nos dice sonriente.

—Gracias… —respondemos todos.

Luego de un par de minutos, vemos a Jennifer levantarse del sofá, ella vuelve a sacar su teléfono celular y empieza a usarlo.

—Intentaré llamar nuevamente a Alexis —dice e inmediatamente le asiento.

La esposa de Chitsen regresa a la sala junto con unos vasos de limonada, ella se ha detenido frente a Jennifer para obstruir su paso.

—Por favor, no le digas que están es la casa de Chitsen, dile que es una amiga tuya, o cualquier otra cosa. Es solo para evitar futuros enfrentamientos entre familias.

—Ok, comprendo, no se preocupe.

Mientras espero que Jennifer regrese de su llamada, trato de relajarme recostando mi cabeza sobre el respaldar del sofá, cierro mis ojos y respiro hondo para calmar mi ansiedad. Es tan difícil intentar parecer fuerte frente a Marisol, no sé cómo le hace Delancis para estar tan serena en momentos como estos. Desearía ser como mi hermana mayor, levantarme y con valentía enfrentarme a mis enemigos. ¿Qué haría ella en momentos como este?

Jennifer regresa a la sala, nuestras miradas se encuentran y con su sonrisa me da cierto alivio.

—Alexis está bien, justo ahora está reunido con Briam William.

—¿Quién es Briam Williams?... Ah, ya —entonces recuerdo al chico que me ayudó a drogarme en la discoteca—. ¿Será familiar de Mikael Williams?

—Sí, es el primo. Ambos son lideres del clan Kamikaze.

—Oh, Ok.

Jennifer me hace señas para que vaya con ella, parece que quiere hablarme algo en privado, así que me levanto del sofá y voy con ella. Caminamos por un pequeño pasillo que nos da salida hacia el patio trasero de la casa; este es un jardín bien pequeño, es como del tamaño de la habitación que tengo en la mansión, aquí fuera hay un par de sillas de jardín, unas plantas y un muro alto que rodea todo el terreno.

—¿Qué pasa Jennifer?

—Alexis me ha pedido que lleves a Marisol con los Diamond, dice que es mejor que se quede por un tiempo con ellos, que, después de todo, ellos también son su familia. Me dijo que Mya está al tanto, que ella se encargará de cuidarla hasta que nuestra situación mejore.

Mi corazón se pulveriza al entender cuánta razón tiene, me duele alejarme de mi sobrina, es ella quien me ha dado fortaleza para mantenerme de pies, por ella he estado batallando para sostener mi cordura, para reprimir esta oscuridad que empieza a desatarse.

Mi hermosa Marisol, me harás tanta falta.

No hay mejor opción para ella. Marisol debería estar en un lugar seguro, junto con su familia, y el mejor lugar para ella es estar con los Diamond. Estamos en víspera de año nuevo y preferiría que la pasara en un hogar que se adapte a ella, junto con su otra familia; confío en que Mya la va a cuidar y hará lo posible para que la niña no la pase tan triste esta noche. Entiendo que Alexis no puede ni acercase a la mansión Diamond, así que me tocará ir con Jennifer.

—Bien, entonces vamos a dejarla con ellos.

—Yo igual tengo que irme, Inocencia, mi familia debe estar preocupada por mí, ya Alexis está al tanto de todo.

Me estoy quedando sola, ya no tengo familia, no tengo hogar, no tengo nada, solo me queda esta horrible ansiedad y… la oscuridad que está consumiéndome por dentro.

—Cuando regreses de la mansión Diamond no me encontrarás aquí —me sonríe con cierta nostalgia—…, quién sabe cuándo nos volveremos a ver.

La tristeza golpea tan fuerte que hasta me provoca soltar las lágrimas, un sollozo incontrolable desata mi llanto frente al rostro melancólico de Jennifer. Mi pecho pareciera quedarse sin aire y la congestión me obliga a respirar por la boca. Estoy hecha un desastre. Yo misma he destruido mi vida, mis sueños, ya no tengo nada.

Jennifer intenta consolarme con un fuerte abrazo, siento como acaricia tras mi nuca para calmar mi dolor, pero yo me siento demasiado arruinada como para poder levantar la cabeza, pues todo esto es mi culpa, soy el cáncer de mi familia.

CAPÍTULO 68: Conociendo la mansión Diamond.

Creí que sería lindo darle alas de esperanzas a mis sueños, lo que no sabía era que con esas mismas alas podrían salir volando y perderse de mí… Cuando los vuelva a atrapar me aseguraré de encerrarlos en una jaula.

Luego de mi deprimente charla con Jennifer, hemos regresado a la sala de la casa. Marisol está sentada viendo televisión y a un lado de ella está Sebastián. Tengo que hablar con ella, así que necesitare verme fuerte.

Tomo un gran respiro y luego voy hasta donde está Marisol, me agacho frente a ella, y así consigo su atención.

—Pequeña, voy a llevarte a casa de tu abuelito Frank. Necesito que te quedes un tiempo por allá.

—¿Tú también vienes conmigo, tita?

—No, amor, pero prometo ir a visitarte.

—Ok —Marisol me empuja hacia un lado del hombro para que le permita ver la televisión.

Qué carajos…

¡¿Acaso esta niña no tiene corazón?!

¡He derramado un río de lágrimas por ella y parece no importarle!... Bueno…, creo que es mejor que sea así.

—Genial —reacciono consternada.

Levanto la mirada buscando la de Jennifer y ella solo se encoge de hombros mientras se sonríe de manera compasiva.

La esposa de Chitsen nos ha sugerido comer algo antes de irnos, nos ha ofrecido un delicioso almuerzo con sopa de caldo de pollo, y yo hace tiempo que no pruebo este platillo, así que ¿cómo podría negarme? Además, Marisol necesitaba comer algo antes de irse, ya son las 2:00 pm y debe tener hambre.

—¿Qué les parece si rezamos antes de comer? —les pregunto.

—¡¿Pero por qué?! ¡Métale sin miedo, seño! —se exalta la esposa de Chitsen—. Sé que soy una mujer de guetto, pero tampoco es que les quiera envenenar —usa tono chistoso y coloquial. Ella Se empieza a reír sola y nosotros le seguimos las risas solo por cortesía… Nos ha asustado el supuesto chiste.

Luego de terminar de comer me dispongo a retirarme junto con Marisol, la pequeña le da un abrazo a Jennifer, a quien llama por el apodo Trans, y, por último, se despide de la esposa de Chitsen.

Marco llega a buscarnos en la misma camioneta de hace un rato.

—Señorita, suba.

Por suerte no iré sola, Sebastián también irá conmigo, él aún se siente responsable de mi seguridad, y se lo agradezco muchísimo, ya que nunca he ido a aquel lugar, y mucho menos he cruzado palabras con Frank Diamond. Además, la última vez que hable con Mya no me fue muy bien.

El auto se pone en marcha rumbo a la mansión Diamond. Busco el rostro de mi sobrina y la veo sonreír, verla así y saber que ella estará con los Diamond me tranquiliza un poco.

Ahora debo preocuparte por mi situación actual, estoy sin un lugar donde quedarme, como aquella vez cuando me expulsaron del monasterio, solo que esta vez no tengo una familia a la que pueda recurrir. Soy consciente de que no podré quedarme por mucho tiempo con Chitsen, y que yo… yo podría quedarme con Dimitri, después de todo, él siempre ha querido mantenerme secuestrada en su casa… Por primera vez estoy deseando que me secuestre y me lleve con él.

¿Por qué Dimitri no me llevó a la cabaña?... ¿Por qué aún no ha venido por mí?... ¿Será que ya no quiere verme?... No… No puedo pensar así de él.

—Marco, ¿qué está haciendo Dimitri? —pregunto mientras contemplo el paisaje a través de la ventana.

—Lo siento, no puedo responder a eso —dice viéndome desde el espejito central del auto.

Aquella respuesta me ha dejado sumamente intrigada… ¿Qué podría estar haciendo que le ha resultado más importante que mis angustias?... ¿Será que no ha podido imaginarse lo mal que la estoy pasando?... Necesito tenerlo cerca, solo así no me sentiría tan sola.

Luego de treinta minutos en carretera, llegamos a la mansión Diamond…. Pedazo de mansión, es enorme, se ve más grande que la de mi familia.

El auto se detiene frente a la garita. Marco empieza a bajar el vidrio de la ventana.

—Señor, ¿en qué puedo ayudarle? —le pregunta el agente de seguridad.

—Dígale a Mya Diamond que su sobrina está aquí.

Nos han hecho esperar en la garita durante aproximadamente cuatro minutos. Luego levantan la barra para dejarnos pasar con el auto. 

Este lugar tiene un amplio y hermoso jardín, cada plata pareciera ser cuidada por los mismísimos dioses del olimpo, pero lo que más resalta son unos arbustos en forma de animales y una altísima fuente que está en medio de un pequeño estanque artificial.

Al llegar al portón principal de la mansión vemos que una chica del servicio doméstico está esperando por nosotros en toda la entrada.

—Te esperamos aquí Inocencia —me dice Marco.

Bajo junto con Marisol y después caminamos hasta donde está la chica.

—Buenos días, señorita Hikari. —Ella extiende su mano y nos invita a pasa mostrándonos una agradable sonrisa.

Santo cielo, de seguro este fue el castillo de algún rey. Este vestíbulo es enorme, me agrada su anticuado y elegante diseño renacentista, porque me recuerda al monasterio, sus gruesos pilares y molduras con acabados finos le da un toque imperial.

¿Será que aquí viven más personas? Es un lugar demasiado grande como para vivir solo dos personas.

La chica del servicio doméstico abre una puerta, al entrar me encuentro en una especie de estudio de trabajo, frente a nada más ni nada menos que Frank Diamond. Inmediatamente, mi sistema nervioso se acobarda y empieza a tensionar cada músculo de mi cuerpo. No esperaba encontrarme con él, señor de cabellos canoso, barba frondosa, cuerpo robusto, traje elegante y un reloj que brilla en diamantes. Al vernos entrar a la habitación se levanta de su escritorio y luego viene hacia nosotras.

—¡Abuelito! —Marisol corre emocionada y se queda abrazada a su pierna.

—Princesita, te extrañe muchísimo —dice mientras espolvorea el cabello de la pequeña—. ¿Por qué no vas con tu tía Mya? Ella está en el salón de spa.

—¡Ok! —Marisol se detiene frente a mí y extiende sus brazos para que yo la abrace; sin dudarlo lo hago.

—Prometo venir a verte pronto —me despido de ella dándole un fuerte abrazo—. Lamento que no pueda enseñarte a rezar como lo prometí, pero por lo menos confía en que traeré de regreso a tu mami.

—Confío en ti, tita. —Marisol me da un beso en la mejilla y luego se desprende de mis brazos.

—Si es posible, moveré montañas y la traeré de regreso.

Marisol asiente notándose muy feliz. Luego cruza corriendo por la puerta del despacho de su abuelo. 

Levanto la mirada y fijo mis ojos en Frank Diamond, en él puedo encontrar una mirada perversa y una sonrisa maquiavélica, su esencia es la supremacía pura, aquel porte erguido y elegante deja claro que no tolera el irrespeto y que espera lealtad.

—Inocencia Hikari, por fin nos conocemos. —Me extiende su mano mientras sonríe de manera torcida.

—Señor Diamond, un placer conocerle —le saludo estrechando su mano—. Gracias por recibir a mi sobrina.

—Fue sabio de tu parte traerla con su familia, una Diamond no debería estar deambulando por las calles.

—Usted es lo único que le queda a Marisol, pues, como se habrá enterado, toda la familia Hikari está en problemas.

Me asiente repetitivamente mientras camina hacia un estante lleno de licores.

—Te ves muy angustiada, estresada, y hasta acabada —dice mientras abre el cristal del estante y saca una botella de licor—. Te vendría bien un trago de coñac.

—Supongo que estaría bien, gracias.

Don Frank sirve licor en dos vasos de vidrio y luego los mescla con jugo de limón, sostiene ambos vasos y me ofrece uno.

—Inocencia, ¿sabes que tu nombre recorre todos los noticieros? Estás entre las más buscadas de todo Londres.

¡¡Jesús, María y José!! Esto no puede ser cierto, están ensuciando mi nombre, ¡¿por qué Richard me hace todo esto?!

—Yo no he cometido ningún crimen…, no comprendo.

—Claro que sí —me interrumpe—, ¿acaso no estás al tanto de los negocios de tu familia?

—Sí, lo estoy, pero…

—Eres cómplice, le ocultaste información crucial a las autoridades policiales, que hayas encubierto a tu familia te convierte en una criminal.

Me ha hecho tragar grueso, este señor es directo y me ha hablado de frente con la verdad. He pasado de ser una mujer de Dios a ser una criminal, debería estar en la cárcel pagando por mi silencio, por ocultar la verdad a la policía, pero no puedo, porque amo a mi familia, porque ellos no me abandonaron y me dieron un espacio en sus vidas, ahora me toca a mí hacer algo por ellos.

—Es cierto, soy una criminal —confirmo. Luego tomo un trago de licor—, y creo que lo seguiré siendo, porque tengo sangre Hikari.

»Al parecer, el mundo está empeñado en rechazar mi bondad, es como si la vida reclamara la peor versión de mí. 

—No es la vida, ni mucho menos el mundo quien está en tu contra. Ambo sabemos que solo se trata de una piedra en el zapato. Unos cuantos gatos maúllan y todo el mundo se alerta; si quieres que tu familia vuelva a ser respetada, entonces deshazte de aquellos gatos. Eres la única Hikari libre, levanta ese rostro y ve a buscar a tus clanes.

—Ayúdeme a liberar a mi familia.

—No, esa no es mi batalla, es tuya.

—Estamos hablando de la madre de su nieta, por favor.

—¿Qué sugieres? ¿Qué convierta a toda una familia en fugitivos? —Mr Frank se echa a reír—. No cometas el mismo error que Paussini —sus carcajadas me irritan un poco.

—Bueno, no… Creo que lo primero sería contactar a los abogados de la familia.

—Exacto, y vas a necesitar presionarlos —Mr Frank deja el vaso sobre su escritorio. Luego se me acerca deteniéndose frente a mí—. Ven conmigo.

Ambos salimos del estudio, me hace seguirle por un largo pasillo de paredes blancas y pilastras redondas, solo hay dos puertas en medio del pasillo, él se detiene frente a una de las puertas y después de abrirla me invita a pasar a lo que parece ser un salón de billar.

—No soy buena jugando billar, Mr Frank… —le digo mientras doy una rápida inspección al lugar.

Mr Frank se detiene frente a una de las mesas de billar, mete una mano bajo la mesa y, de repente, se escucha un click. La sorpresa aparece frente a mis ojos al presenciar como una de las paredes empieza a girar sobre un eje central, me impresiono aún más cuando veo que del otro lado de la pared cuelga un soporte metálico lleno de diferentes tipos de pistolas semiautomáticas.

—Pensé que este tipo de cosas solo se veían en las películas de acción.

—¿Qué te puedo decir?... Amo las paredes corredizas.

Le veo ir hacia la pared, toma un arma en manos y me hace señas para que me le acerque.

—No tengo dinero para comprarle un arma.

—Ya está pago, Yonel pagó por adelantado. Ahora solo elije un arma, procura seleccionar una que se adapte bien a tu agarre, una que no resulte tan pesada, ya que esta será tu fiel compañera.

Don Frank me da a probar varios modelos de pistolas, al sostenerlas en mis manos mido su peso, las acoplo entre las palmas de mis manos y la levanto a la altura de mis hombros para probar la mira. Es cierto, algunas son muy pesadas para mí, otras son demasiado grandes o muy pequeñas para mis manos, incluso me toca verificar que tan ligero corre el carrete de recarga, no es fácil encontrar una que se adapte a mí.

—Mírate, toda una sicaria —dice mientras me ve inspeccionar el arma—. Ni Delancis en sus inicios supo sostener apropiadamente una pistola, definitivamente naciste para esto.

—Es lo que dicen.

Hasta mis manos llega una pistola 9mm de agradable agarre, no es pesada y tiene un hermoso cromado color beige, ¿Qué tan bien se sentirá detonar este arma en la cabeza de Richard? No puedo evitar sonreírme, por más que odie a Richard, no tengo el valor para tal cosa.

—Veo que te has decidido por la Norinco 1911.

—Una Norinco ¿eh?... Me gusta.

—Bien, vamos para que la pruebes.

Este hombre tiene una habitación de tiro al blanco dentro de su mansión, es increíble, podría haber un cine aquí dentro y nadie se da cuenta.

Hemos probado el arma y he quedado enamorada de ella, nunca llegué a pensar que podría terminar gustándome tanto un arma de fuego. El impacto que se siente con cada detonación, la adrenalina es algo sinigual, y esa destreza que desconocía tener, porque tengo que aceptarlo, soy muy buena para dar en el blanco.

Salgo de la mansión Diamond cargando un maletín en cada mano, sintiéndome poderosa e invencible, como si fuera yo la madre de todas las mafias, claro está, todo es solo otro de mis locos pensamientos.

En la entrada principal aún está esperándome Marco y Sebastián, inmediatamente abro la puerta trasera del auto y subo al auto.

—¡Vaya! ¿Cambiaron a Marisol por un par de pistolas? —Marco me pregunta en tono jocoso, y a mí no me hace mucha gracia.

—¿Cómo se te ocurre decir tal cosa? Eres un insensible.

Ambos hombres se echan a reír mientras el auto se pone en marcha rumbo a la casa de Chitsen, y yo no estoy muy contenta de regresar a aquel lugar, es que me avergüenza ir a incomodarles en plena víspera de año nuevo. Ojalá tuviera un lugar donde ir, como, por ejemplo: la cabaña del desaparecido Dimitri Paussini. ¿Quién podría decirme dónde carajos estará metido aquel hombre? No entiendo por qué no aparece y me lleva con él… Espero y no se le haya ocurrido jugar conmigo, no ahora que soy una mujer armada.

CAPÍTULO 69: Futama.

Al llegar a la casa de Chitsen, todos nos bajamos del auto, menos Marco, él da la vuelva en el auto y se aleja conduciendo por la misma calle que nos trajo.

—Permítame ayudarle con los maletines.

—Gracias, Sebastián. —Le doy ambas maletas.

Caminamos hasta la entrada de la casa, me paro frente a la puerta, doy tres toques sobre la madera y a los segundos se logra escuchar cómo, desde adentro, alguien empieza a quitar las cerraduras de la puerta. La puerta se abre y tras ella mis ojos encuentran el rostro pálido de una mujer que logro recordar a la perfección, yo misma agarré aquella ondulada cabellera oscura y la arrastré por todo el bar de la discoteca.

—Perra malparida… —Bárbara me agarra del cabello y me adentra a la casa con fuertes jalones—. ¡Hoy te mato!

—¡Bárbara, cálmate por favor! —suplico, pero es en vano, Bárbara me jala aún más fuerte y me hace arrodillarme frente a ella.

—¡¿Crees que por ser una Hikari debería temerte?! —Se inclina y acerca su rabioso rostro frente al mío—. Así, de rodillas frente a mí, maldita.

Sebastián deja las maletas a un lado del perchero y entra en acción agarrando uno de los brazos de Bárbara, hace algún tipo de llave tras su espalda y la inmoviliza bajo dolorosos movimientos que la dejan de rodilla sobre el suelo. Chitsen y su esposa aparecen en la escena luego de escuchar los gritos de la alocada mujer.

—¡Oh por Dios! —la esposa de Chitsen grita asustada—. ¡Suéltala, por favor!

—¡Ya, compa, déjala! —le exige Chitsen.

—Solo si ella promete no volver a atacar a Inocencia.

Bárbara aprieta la mandíbula con mucha fuerza, como si con eso impidiera soltar alguna palabra. Ella no está dispuesta a ceder, tiene su mirada centrada solo en mí, me observa con desagrado, con unos ojos sonrojados y llenos de furia.

Yo me pongo de pie y me disculpo con la chica que Sebastián mantiene de rodillas frente a mí:

—Lo siento tanto, Bárbara… Aquella vez no estaba en mis cabales, no sabes cuanto me arrepiento de lo que te hice, no quería lastimarte.

—Sí, claro… La mosquita muerta —Luego gira el rostro buscando el de Sebastián—. ¡YA SUELTAME! No le haré nada.

Sebastián duda un poco en soltarla, él busca mi mirada y entonces le asiento para que la libere, y él así lo hace. Bárbara se levanta del piso y, sin decir más nada, se aparta de todos, la vemos ir a pasos acelerados por el pasillo que da al patio trasero de la casa, y al abrir la puerta se deja escuchar la estruendosa música que parece provenir del jardín trasero.

La esposa de Chitsen me regala una mirada compasiva y luego sale corriendo tras Bárbara.

—Lo lamento tanto, jefecita —noto a Chitsen algo apenado—, no sabía que ambas eran enemigas, sino no hubiera traído a Bárbara.

—Descuida, Chitsen.

De repente, siento un extraño olor proveniente del jardín, trato de identificarlo, pero no se me parece a nada. Asomo mi cabeza hacia donde está el pasillo y me extraño al encontrar todo el pasillo repleto de un humo de intenso color blanco.

—Ah, jefecita, veo que ya notó la pequeña fiestecita que tenemos en el patio.

—¿Fiestecita?

«¿Será que tienen alguna máquina de humo? Recuerdo ver una así en la discoteca»

—Si gusta, puede pasar al patio de atrás, jefecita.

La curiosidad me hace ir hacia el patio trasero de la casa.

—Señorita, no creo que sea buena idea salir al patio —me susurra Sebastián, quien me sigue a lo largo del pasillo.

—¿Por qué no? —me detengo en medio del humo del pasillo.

—Porque no creo que a sus católicos pulmones le agraden inflarse en crack.

—¡¿Cr-Cr-Crack?!

—Sí, sí…, esta fiestecita es una fumata, están fumando cocaína en pipas, reconozco este olor.

La oscuridad… La oscuridad podría manifestarse en cualquier momento.

—¡Tenemos que irnos rápido! —le exijo exaltada y con mis manos sacudiendo sus hombros—. Yo no… no puedo inhalar esta vaina

—Pues ya hace un minuto que se ha inhalado un buen pedazo de nube.

¡Oh, Jesucristo!... Ya empiezo a sentir como empieza a hacer efecto en mí, me hace sentir extraña, puedo sentir como mi presión sanguínea empieza a aumentar, el sonido de la música se intensifica, la claridad del día a estas horas es algo exagerada, me siento ansiosa y enojada, la histeria se está desatando dentro de mí.

—¿Señorita, se siente bien? —Sebastián me toma del brazo y me jala—. Vámonos, venga conmigo.

—No… —Me libero de su agarre—. No te preocupes, Sebastián, ya estoy jodidamente trasladada.

Genial…, estoy de regreso.

Continúo mi camino hacia el patio trasero de la casa. Al llegar al lugar me veo inundada en humo, y es que al ser este un jardín rodeado de paredes, no hay forma de que el humo se escape. Volteo la mirada hacia mi derecha y veo a Bárbara, Chitsen y su esposa sentados sobre unas sillas de jardín, los tres tienen en mano una pequeña pipa que está prendida y destilando humo.

—Así que a Inocencia Hikari también te gusta inhalar del bueno —Bárbara me sonríe con cinismo. Aquellos ojos rojos de hace un rato, en realidad eran por todo el humo que se ha fumado.

—Jefecita, no sabía que usted también le metía a este vicio —Chitsen levanta la pipa para mostrármela y luego vuelve a fumar de ella.

La esposa de Chitsen se levanta de su silla, viene directo hacia mí y, con una actitud coqueta, de detiene muy cerca de mí, levanta su pipa frente a mi boca y me ofrece inhalar de ella, y yo, sin tan siquiera dudarlo pego mis labios en la pipa e inhalo. Nunca antes había inhalado humo, así que terminó torciendo como la novata que soy… Qué bochorno.

Sebastián entra al patio y enseguida vuelve a sujetarme del brazo.

—Señorita Inocencia, ¿qué tal si nos vamos a caminar un rato? Tal vez se nos ocurra algo para liberar a su familia.

El cólera se incrementa en mí al recordar que hace unas horas atrás arruiné a toda mi familia, que mis hermanos están en prisión, que mis tíos podrían pasar sus últimos años de vida encerrados en ese lugar, Doña Murgos podría enloquecer si se queda por mucho tiempo en prisión, y la pobre de Antonella, que empezaba a disfrutar de su felicidad, ha vuelto a caer en la desgracia. Todo esto es culpa de la Inocencia tan estúpida que suelo ser, por haber caído en las mentiras de Richard, ese desgraciado…, no le conviene encontrarme en este estado.

—Dame un momento, Sebastián —Me suelto su agarre y me voy a sentar con el grupo de fumadores.

—¡Ey, compadre! ¿Quiere una cervecita? —Chitsen le pregunta mientras le muestra la cubeta llena de cerveza que está sobre la mesa de jardín.

—No, gracias —Sebastián se ve demasiado asustado frente a mi situación.

Agarro la pipa de Chitsen, inhalo en ella, se la devuelvo y luego exhalo el humo sin problema.

—¿Qué han dicho los noticieros sobre la granja encontrada? —pregunto mientras me quedo observado el humo que sale de mi boca.

—Los titulares dicen: Cae toda una familia de narcotraficantes… Los Hikari tras las rejas.

—Esos malditos reporteros… —Vuelvo a fumar de la pipa de Chitsen, exhalo el humo y enseguida se la regreso—. ¿Cómo se atreven a confundirnos con narcotraficantes? Somos más que eso.

—También han dicho que un importante inspector de la policía metropolitana está en el hospital en condición estable —comenta la esposa de Chitsen—, creo que su apellido era Kross.

—Ah ¿sí?

—Si, así escuché —confirma ella.

Rápidamente me levanto de la silla y volteo a ver a Sebastián.

¡¿Qué carajos…?!

Parece que a mi guardaespaldas ya le está pegando fuerte el humo. Me sorprende verle bailando solito en medio del jardín, salta y da vuelta como si estuviera disfrutando de un festival de música electrónica.

—¡Eso, compadre! —las carcajadas de Chitsen son muy contagiosa—. ¡Me saluda a los unicornios!

Todos soltamos fuertes e incontrolables carcajadas. Sebastián también empieza a reír como mismo desquiciado, sin perder el ritmo, solo su cordura está completamente perdida; está tan pasado que hasta empieza a quitarse la ropa… ¡Mierda!

—¡Ey, ya…, detente! —corro hacia él y le detengo mientras intento controlar mis risas.

—Seño Ino, hace años que no me sentía tan feliz —dice mientras sigue bailando al ritmo de la música y con las carcajadas de los otros en el fondo.

—¡Oye, Sebastián!… —sostengo sus mejillas y fijo mis ojos sobre los de él—. Escúchame, vamos a ir a visitar a un amigo.

—¿Y vamos a ir así con los ojitos rojos? —pregunta en un tono burlesco.

Ahora que lo analizo mejor, Sebastián tiene razón. No podemos salir así, podríamos buscarnos más problema con la policía, además de que estoy entre las más buscadas.

Volteo a ver al grupito de drogados y entonces veo unos lindos lentes de sol sobre la cabeza de Bárbara. No pierdo tiempo y voy hacia ella, se me queda viendo extrañada mientras voy camino hacia ella y se sorprende más al verme quitarle los lentes de la cabeza.

—¡¿Qué crees que haces?, estúpida!

—Voy a salir y necesito ocultar mis ojos.

—¡¿Y crees que me interesa?! —la pelinegra grita rabiosa.

—Voy a ir por la cabeza de Richard Kross.

—Ok, sí me interesa… —Bárbara me sonríe con malicia—. Con mucho gusto iré a recoger mis lentes sobre tu cadáver.

Ella cree que voy a fallar con mi objetivo, lo que no sabe es que soy muy lista cuando estoy al 100%.

—Jefecita, va a necesitar ocultarse de la policía, necesitará de un buen disfraz, uno tan bueno como los que usa el jefe Dimitri —sugiere Chitsen.

—¡Cierto! —La esposa de Chitsen se levanta de su silla—. ¡Eres todo un genio cuando fumas, bebe! —La vemos entrar a la casa corriendo.

Vuelvo a sentarme a un lado de Chitsen y espero que regrese aquella mujer que me ha dejado bastante intrigada, no logro descifrar que podría estar planeando. Por suerte, no pasa mucho tiempo cuando la vemos aproximarse entre todo el humero del jardín, en sus manos sostiene una bolsa de plástico y viene directo hacia mí.

—Usa este disfraz —me entrega la bolsa—, es un hábito de monja. Cuando Chitsen compro el disfraz de monje le vino ambos, era un set disfraces para parejas, el de monja nunca se usó.

—Es más que perfecto, gracias.

Esta vez no hacemos el llamado a Marco, en esta ocasión tomamos un taxi y, sin miedo a ser reconocida, me lanzo a esta loca aventura junto con Sebastián. Ambos vamos usando lentes oscuros para ocultar el rojo de los ojos, y para ocultar aún más mi identidad uso un disfraz que es la réplica exacta de un hábito de monja. La idea de Chitsen fue brillante, nadie podría imaginarse que debajo de este hábito está la 9mm junto con una bolsita de cocaína, porque necesitaré mantenerme activa por un buen rato. Por suerte, Chitsen tenía más de la sustancia y me dio antes de irme.

La noche nos acompaña al llegar al hospital. Luego de pagar el taxi, corro hacia una esquina del jardín del hospital, volteo a ver a Sebastián y espero a que llegue a mi lado.

—Señorita Inocencia, no lentes negros no me permite ver bien de noche.

—A ver, déjame ver tus ojos —nos quitamos los lentes y luego inspecciono sus ojos—. Bien, parece que ya se fue el efecto en ti, tus ojos se ven bien.

—Los suyos aún se ven rojos.

—¿Quién podría pensar que una monja anda drogada? Cualquiera que me ve pensara que he llorado o que no he dormido bien. 

—Es usted muy lista, señorita, tiene toda la razón.

—Ahora dame un minuto, que necesito recargarme de valentía.

El efecto de la cocaína está esfumándose de mi cuerpo, necesito consumir un hilo más para sentirme llena, completa e hidratada en venganza, así que vierto un poco de polvo en mi mano y de inmediato lo inhalo por la nariz, siempre cuidando de que nadie a mi alrededor me vea hacer esto.

—Listo, espérame por la entrada del hospital, que yo iré sola, ¿ok?

—Ok, entendido.

Ambos entramos al hospital, Sebastián se queda sentado en unas bancas que están frente a la puerta del hospital y yo me voy directo a la recepción. La recepcionista no parece reconocerme, ella me pide mi identificación y luego me registra como Inocencia Trevejes. Nadie conoce mi apellido real, así que permanezco serena y sin problemas.

—Dígame, sor Inocencia, ¿qué le trae por aquí? —me pregunta la recepcionista.

—Vengo a visitar a un enfermo. El monasterio Los Claustros quiere ofrecer su ayuda al detective Richard Kross.

—Oh, comprendo, ya le doy el número de la habitación.

Trato de reprimir una sonrisa, pero se me escapa frente a la recepcionista, ella me sonríe de vuelta y luego me entrega un papelito donde ha escrito el número del piso y la habitación donde se encuentra Richard.

—Muchas gracias —memorizo los datos del papelito y luego lo guardo en el bolsillo del hábito.

Y aquí estoy… frente a la habitación de aquel traicionero. Llevo mi mano hacia la perilla de la puerta y la giro, lentamente voy abriendo la puerta y, repentinamente, alguien desde dentro la abre por completo.

—¡Oh, disculpe! —dice una mujer de altura promedio, cuerpo rellenito, cabellera corta y un rubio desteñido—. ¿Se le ofrece algo? —me pregunta extrañada.

Mis ojos se congelan frente a la pequeña niña de aproximadamente cinco años, está tomada de la mano de la mujer, esa niña es muy parecida a Richard, de seguro es familia.

—Vengo a visitar al detective Kross, es un buen amigo mío ¿Usted es familiar del detective? —no puedo apartar la vista de la niña.

—Ella es la hija de Richard —responde y enseguida mi corazón golpea fuerte y sin piedad.

Ese desgraciado nunca me mencionó a su hija, estoy que estallo por dentro.

—¡Oh!… Entonces usted debe ser su ex esposa.

—Soy su esposa —me sonríe con amabilidad—, estamos felizmente casados.

Luego de tomar una respiración honda, «MUY HONDA», retomo la conversación.

—¡Vaya!... Me alegro por ustedes —es mentira, estoy que lo mato.

Temo que esta mujer logre escuchar los fuertes latidos que da mi corazón, al pobre lo tengo arrebatado.

—¡Mami, vámonos ya, que tenemos que preparar la cena de año nuevo para papá! —la niña sonríe muy emocionada.

—Sí, sí, ya vamos… —le responde a su hija y después me regresa la mirada—. Nosotras ya vamos saliendo, si gusta puede quedarse un rato y esperar que despierte, no creo que demore en despertar.

—Sí, me quedaré aquí hasta que despierte.

Las veo cruzar y cerrar la puerta, confiadas se han retirado y han dejado a una diabla que reclama por un cuerpo envuelto en fuego. Justo ahora soy un alma oscura que está queriendo estrenar pistola nueva. Es una lástima que este sea un hospital, no soy tan mala como para desatar un infierno aquí entre enfermos e inocentes.

Voy hacia donde está la camilla y lo veo dormir… Rata maldita, tuviste que negar a tu familia para intentar ir por el honor de atrapar a los Hikari; no vales nada como hombre, ni como persona. Si te mato aquí mismo le haría un favor a la vida.

Podría agarrar una almohada y asfixiarte… ¿Será que funciona?

Y si intento quitarte la máscara de oxígeno… No…

¿Qué tal si te inyecto aire en las venas?

Deseo mucho acabar con él, pero justo ahora hay algo que me lo impide: los ojos brillantes de una niña que espera ver a su padre en año nuevo.

Esa bondad que intentaba reprimir, de repente, se ha hecho sentir levemente en mi interior, muy en lo profundo de mí, y odio que sea así, porque me hace ser débil.

CAPÍTULO 70: De visita en el St. Dunstan.

No creo que le llegue a pesar el remordimiento, este traidor es peor que Judas, él no se ahorcaría solo.

Richard me ha mostrado su verdadero rostro, un hombre capaz de lastimar a inocentes con tal de alcanzar sus cometidos. Él piensa que ha ganado, con esa sonrisa equivocada supone que mi familia está acabada… ¿Acaso no ve que estoy frente a él?

—La reina apenas ha sido coronada, Richard. El verdadero reinado será… algo despiadado.

Me levanto del borde de la cama y, luego de una cínica sonrisa, le doy la espalda y salgo de la habitación. Espero y no haya escuchado lo fuerte que ha estado latiendo este corazón lleno de ira, estoy próxima a estallar en cólera.

Rápidamente me voy hasta donde está el ascensor, presiono el botón de bajada y espero a que este venga por mí. Al llegar a planta baja acelero mis pasos y, cuando Sebastián se percata de mi llegada, le hago señas indicándole que se levante de la silla para irnos.

—Señorita, ¿pudo visitar a su amigo?

Respondo asintiendo repetitivamente, pues tengo un nudo en la garganta que no me deja soltar una sola palabra y, si lo hago, Sebastián podría notar el quebrante de mi voz y así fácilmente podría romper en llanto, y no puedo llorar, no por ese imbécil.

Nos detenemos en el borde de la calle para esperar a que pase un taxi; y mientras tanto, siento la mirada curiosa de Sebastián sobre mí, al parecer ha notado lo afligida que estoy.

—¿Su amigo está muy grave?... Es que la veo algo triste.

Justo en el momento en el que debería responder logro detener un taxi, me subo en los asientos traseros y Sebastián se sienta a un lado del taxista.

—¿A dónde los llevo, señores? —pregunta el taxista.

Por un momento Sebastián voltea a verme y se me queda viendo con unos ojos llenos de preocupación, trata de animarme con una cálida sonrisa, pero no lo logra. Luego voltea a ver al taxista.

—¿Qué lugares nos recomienda para esperar el año nuevo, señor?

—El festival de fuegos artificiales está muy cerca de aquí.

—Perfecto, entonces llévenos ahí.

El taxi se pone en marcha, yo decido recostar mi cabeza sobre el vidrio de la ventana y cerrar mis ojos para poder descansar un rato, es que me siento deprimida. Tal parece que la droga ya está perdiendo su efecto y no tengo más conmigo.

Cierro mis ojos y al instante mi mente trae tu rostro de regreso…Oh, mi amor … ¿Dónde estás Dimitri? ¿Acaso tú también te aprovechaste de mí? ¿Es la vida tan sádica?

El taxi se orilla al lado de las ruinas de una antigua iglesia en Londres que tiene por nombre: St. Dunstan. Estas ruinas fueron convertidas en hermosos jardines públicos y ahora es usado como centro turístico, normalmente no es muy visitado, pero de seguro hoy sí lo estará; desde aquí puedo ver las luces que alumbran el interior… ¿Será que hoy sí podré entrar? Siempre quise venir a visitarlo, pero mi vida de clausura me lo impedía.

Sebastián le paga al taxista y después ambos nos bajamos del auto. Al pisar la acera de la calle, lo primero que hago es levantar la mirada y contemplar aquellas históricas ruinas. Es increíble que esté frente a este lugar.

—Está sonriendo —le escucho decir a Sebastián. De inmediato volteo a verle, él igual me está sonriendo—. Veo que conoce este lugar.

—Toda monja conoce la historia que hay tras este lugar, leí mucho de él, nunca lo había visto así de cerca.

—Entonces entremos —sonríe mientras señala la entrada del lugar.

Por cierto, hasta ahora me percato de que en la entrada de las ruinas hay un hombre vestido de negro que parece estar custodiando el acceso.

Ambos caminamos hasta la entrada de la iglesia y nos detenemos frente aquel custodio.

—Disculpe, ¿hay que pagar para entrar? —le pregunta Sebastián.

—No, el lugar fue alquilado para un evento privado, por eso no puedo dejarles pasar —dice mostrando un rostro tosco.

—Ok, comprendo.

Damos media vuelta y regresamos hacia la acera, justo donde nos dejó el taxi. 

Y yo que tenía tantas ganar de ir a conocer aquel lugar. Al parecer, este año insiste en que le despida estando triste, muy triste.

—¿Ahora a donde vamos, Sebastián? —pregunto luego de un desconsolado suspiro, con mi rostro agachado y con la depresión creciendo en mi cabeza.

—El taxista dijo que el festival de fuegos artificiales sería en la terraza del Old Billingsgate y que habrá un espectáculo musical de Disney desde las 11:00 pm; estoy seguro de que eso le animará.

Sebastián está preocupado por mí, todo este tiempo él se ha comportado a la altura conmigo, aun cuando he dejado de ser su deber, aun cuando le dejé claro que no podría pagar por sus servicios, él aún se mantiene a mi lado, y tengo que aceptar que me alegra tenerlo cerca, creo que gracias a él aún permanezco de pies.

—Sebastián, y, mientras tanto, ¿qué hacemos? Apenas son las 8:30 pm.

—Sí… Eeeh… Bueno… —se ha puesto nervioso—. Se me ocurrió invitarla a cenar —sonríe con cierta timidez—, no hemos comido nada y supongo que debe tener mucha hambre.

—Claro —le sonrío—, tu igual debes de tener hambre, vamos.

Ahora que tengo mis ojos fijados en él puedo contemplar como las luces navideñas se reflejan en su rostro y como le hacen brillar las piedras plateadas que conforman sus pendientes.

—Genial, vamos por aquel camino —dice señalando la acera que está del otro lado de la calle, frente al St. Dunstan.

Nos disponemos a cruzar la calle, pero antes mi cuerpo se congela por completo al sentir una fragancia cara que llega transitando libre con la brisa nocturna, una fragancia que solo he llegado a sentir en un hombre, es así de exclusiva, o tal vez solo en él puede sentirse de esa forma. Rápidamente volteo la mirada tras mi espalda, y le encuentro…, por fin le encuentro…, es Dimitri quien está parado frente a la entrada de las ruinas, y esta vez no está disfrazado, hoy luce sumamente elegante, como nunca antes lo había visto: lleva puesto un traje negro de fina etiqueta, una camisa blanca que se ajusta perfectamente a sus pectorales, y una oscura bufanda en tonos turquesas que cae libremente sobre su cuello… Le veo venir hacía mí, a pasos lentos y con ambas manos dentro de los bolsillos de su pantalón.

Yo… necesitaba verte.

—Disculpa, pero ya le había prometido una cena a esta dama —Dimitri me agarra de la mano y me jala llevándome contra su pecho—, así que largo de aquí, ella se viene conmigo.

Aquel tono altanero y esas palabras formadas con evidentes celos me derriten por dentro y se me hace inevitable abrazarle. Ni se imagina lo feliz que me hace verle, aun cuando se ha demorado tanto en aparecer, no hay nada que me arrebate esta maldita felicidad.

—Bueno, supongo que me tocará ir a comer solo —escucho decir a Sebastián.

Dejo de abrazar a Dimitri y volteo a ver a Sebastián. 

—Ve tranquilo que yo estaré bien. Deberías irte a pasar esta noche con tu familia. Prometo contactarte mañana.

—¿Es tu guardaespaldas? —me pregunta Dimitri.

—Sí, y también un buen amigo —digo sonriéndole a Sebastián—. Él estuvo conmigo todo este día —volteo a ver a Dimitri—, cosa que no hiciste tú.

—Amigo, dame tu número de celular, yo te llamaré cuando mi mujer necesite de ti.

¿S-Su mujer?... Esas dos palabras han logrado debilitar mis piernas, justo ahora podría derretirme en sus brazos.

Sebastián le da su número y después se despide de mí dándome un beso en la mejilla, seguido de un «Que tengas un feliz año nuevo».

Le vemos cruzar la calle y doblar por la esquina de un edificio, perdiéndose así de nuestras vistas.

—Flor de jazmín, ¿por qué estás vistiendo un hábito?

—Bueno, es que, al igual que tú, también ando escondiéndome de la policía.

Dimitri se hecha a reír.

—Vale, ven conmigo. —Aún tomados de las manos, Dimitri me lleva… ¿hacia las ruinas?

—Dimitri, no podemos entrar ahí, al parecer habrá un evento privado.

—Lo sé —responde sonriente.

—¡Ni creas que nos vamos a infiltrar! No quiero meterme en problemas.

Me lleva hasta la entrada principal de las ruinas. El custodio de la entrada se extraña al verme regresar de la mano de Dimitri, ya no se ve tan rudo, me sorprende su cambio de actitud, el custodio me saluda asintiéndome mientras me sonríe con generosidad.

Un momento… ¿Será que…?

—Señor Paussini, adelante.

¡¿Dimitri es quien ha alquilado todo este lugar?!

Ambos cruzamos la entrada principal de las ruinas, y así, por primera vez, mis ojos contemplan un lugar que parece haber salido de un mundo de fantasía: lo primero que me llama la atención son aquellas luces de feria que guindan bajo un inexistente techado, es un dorado tenue que logra alcanzar las ramas del árbol que está en el centro del jardín y continúa extendiéndose hasta otras zonas del lugar; le embellece aún más los hermosos jardines florales, al enredaderas que trepan las viejas paredes y los suelos de adoquines que conforman todo el sendero; aquí dentro también hay varias bancas de maderas, Dimitri me señala una invitándome a sentar.

—¿Qué es todo esto, Dimitri? —pregunto mientras me voy sentando en la banca.

—¿Recuerdas que ayer te pregunte si querías hacer algo para hoy? Tú me respondiste: «Ver los fuegos artificiales» —Dimitri se agacha frente a mí y conecta sus ojos con los míos, él aún no suelta mi mano—. Te dije que yo me encargaría, que me lo dejaras a mí.

—Cierto, lo recuerdo.

—Todo esto lo hice para ti, Inocencia. Discúlpame por no ir contigo desde el primer segundo en que te alejaron de tu familia, pero es que tenía que pensar en cómo ayudarte a afrontar todo esto, no sé si te habrás dado cuenta, pero cuando estoy contigo me vuelvo bruto y no analizo bien las cosas.

¿Cómo no amarle? ¿Cómo detener estas lágrimas que se desbordan por tanta felicidad? Él ha pensado en mí todo este tiempo, se preocupó tanto que hasta prefirió aguardar las ganas de correr hacia mí, solo para poder idear algo que me sacara de mis tristezas, algo memorable para ambos.

—Tenía tantas ganas de verte… —Mis lagrimas caen a cántaros—. Quería abrazarte, solo así no me sentiría tan sola, tan abandonada. Sin ti estuve a punto de perderme por completo, de cometer un crimen que pudo haberme costado lo que me resta de cordura.

—¿Un crimen? 

—Estuve a punto de matar a alguien… ¿Sabes?, hay una parte de mí que aún no conoces, puedo llegar a ser una mujer despiadada, muy mala.

—No lo creo, ¿cómo es eso posible? Si tú eres un ángel, corazón —dice acariciando mis manos.

—Tengo un gen que heredé del abuelo Hikari. Cada vez que… —Agacho mi rostro al sentir vergüenza—… Cada vez que consumo cocaína, ese gen se activa y me convierte en otra persona.

—¡¿Te gusta consumir cocaína?! —pregunta en tono alarmante.

—¡Claro que no! Pero, de cierto modo, siempre termino consumiéndolo accidentalmente.

—¿Cómo es que lo consumiste hoy? ¡¿Te obligaron?!

—No, es solo que… en la casa de Chitsen estaban fumando crack y llegue a inhalarlo sin querer.

—Ese pendejo me va a escuchar. —se escucha enfadado. 

—Por favor, no le digas nada, él me acogió durante toda la tarde, y se lo agradezco mucho. 

Después de un profundo suspiro, me pregunta:

—Bien, ahora dime: ¿A quién querías matar y por qué?

Trago grueso al escuchar tal pregunta, pues temo que él decida tomar acciones al respecto, sus ojos exigen venganza sin tan siquiera conocer la historia, él se ve dispuesto a todo.

—Richard Kross…, él me traicionó…, y sí, lo sé, ahora dirás: «¡Te lo dije!», pero es que sabes como soy de confiada e ingenua.

Dimitri pasa sus pulgares sobre mis mejillas para limpiar mis lágrimas.

—¿Puedes darme el honor de vengarte? Quiero encargarme de él, yo mismo iré y… 

—No —le interrumpo—, ya sabes lo que pienso de eso.

—No me hago responsable de lo que haga cuando lo vea, es probable que no me contenga y… —le interrumpo con un beso, apasionado y aclamado desde hace un rato.

Luego de aquel beso se pone de pies y me jala de la mano para levantarme de la banca.

—Ven conmigo, Inocencia.

Dimitri me lleva de la mano hacia el fondo de las ruinas, en dirección hacia la torre del campanario. Desde aquí afuera puedo ver como las paredes internas de la torre destellar por las flamas de lo que podrían ser velas.

Al entrar al lugar, me llevo una bocanada de aire al encontrar una pequeña mesa cubierta con un mantel blanco, en ella están puestos los cubiertos, unos cuantos platos, diferentes tipos de copas, un par de botellas de licores y en el centro le adorna un candelabro con tres velas encendidas. Doy un breve vistazo a mi alrededor, encontrando también unas cuantas bandejas de comida sobre unos tres carritos plateado, y sobre el respaldar de una de las sillas me sorprende un hermoso vestido satinado en tonos oscuros del turquesa, es el mismo color de la bufanda de Dimitri. De inmediato, lo tomo en mis manos y lo extiendo frente a mis ojos, es tan hermoso.

—Yo mismo lo escogí para ti. ¿Te gusta?

—Me encanta…, es tan hermoso —respondo sonriente.

Dimitri se me acerca como todo un experto en seducción, con cierta delicadeza empieza a quitarme el velo del hábito y deja que mi cabello caiga sobre mis hombros.

—Sor Inocencia —sonríe coqueto—, permítame ayudarle, le quitaré el hábito de monja.

Se va tras mi espalda y baja el zipper del disfraz. Lentamente va deslizando la tela sobre mis hombros y en su trayecto va dejando tiernos besos sobre mi cuello.

Este hombre me está prendiendo.

El peso de mi pistola hace que el hábito caiga rápidamente hasta mis tobillos, dejándome solo en ropa interior. Puedo sentir como las manos de Dimitri se deslizan desde mis hombros, recorren mis brazos y baja hasta mis caderas. Sus suaves labios besan mi espalda mientras con sus pulgares estira el elástico de mi ropa interior… Puedo sentirlo atrás de mí, muy erecto.

Rápidamente volteo para quedar frente a él, intento regularizar mi respiración para controlar mis impulsos, necesito bajar la temperatura.  

—Aquí no, Dimitri —susurro casi rosando sus labios—, no es un buen lugar ni el mejor momento.

Mis palabras le entraron por un oído y le salieron por el otro, desenfrenado e intenso se abalanza contra mí, me arrincona entre las paredes de la torre mientras presiona mis manos contra la pared.

—Es que la ropa interior con encajes se te ve muy tentador, amor. —Su fuerte respiración transita entre mis pechos.

—Este lugar fue una Iglesia, Dimitri. —Mi ritmo cardiaco aumenta—. Respetemos eso.

—Pero ya no lo es —mete sus manos bajo mi sostén y empieza a apretar mis senos. 

No logro resistirme y termino guindada de su cuello, sumergida en profundos besos y deleitada por sus exquisitos movimientos de lengua.

Dimitri deja de presionarme contra su pelvis para así poder quitarse la bufanda, el saco, la camisa y, por último, se desabrocha el pantalón dejándolo caer hasta sus tobillos.

Ese boxer negro le queda de maravilla.

Vuelve a estirar el elástico de mi pantie y se agacha frente a mí para bajarlo por completo; se ha quedado abajo, y que su cara esté a centímetros de mi conejita me hace sentir avergonzada, esa misma vergüenza se esfuma en el momento en el que empiezo a disfrutar de los pequeños besos que va dejando bajo mi ombligo. Él levanta la mirada y me lanza una sonrisa traviesa.

—Dimitri, que vas a… —se me cortan la respiración al sentir sus labios en mi entrepierna, ¡está besando muy cerca de mi zona intima!

Sus labios se estampan el interior de mis muslos, con sus manos presiona sobre mi trasero y me jala hacia el piso sentándome frente a él.

De repente, me sorprende levantando mis rodillas sobre sus hombros y luego se inclina frente a mí vientre para lamerlo de extremo a extremo… Es un maldito corrientazo de placer. Involuntariamente, me hace morderme el labio inferior y apretar mis ojos.

Una respiración profunda llega a mí al sentir como alcanza los labios de mi intimidad; esto es demasiado excitante, es tan bueno estimulándome. No demora mucho en usar su lengua, bendita sea esa lengua, hace que me estremezca y me tensione al mismo tiempo, y como no tengo donde sujetarme me agarro de su cabello y le presiono aún más sobre mi pelvis. Mis gemidos empiezan a escucharse al borde del orgasmo, lo que le lleva a mover más rápido su lengua y que mis gemidos resuenen como eco por todo lo alto de la torre. Estoy rogando al señor para no ser escuchada por nadie.

«¡Oh, señor!, prometo rezar tres avemarías por mis pecados de hoy, ¡pero que nadie me escuche!».

Y entonces llega, es el mejor orgasmo que he tenido hasta ahora, mis gemidos incontrolables de escuchan en cada rincón de este lugar, incluso logro escuchar como mis ecos resuenan dentro de la gran campana que está en lo alto de la torre.

—¿Te ha gustado? —Dimitri cuestiona, pero a mí me hace falta el aire como para responder a eso… ¡¿Acaso no me escuchó gritar?!

Dimitri sube hasta mis pechos, me quita el sostén y, por un momento, se queda viendo como suben y bajan producto de mi descontrolada respiración. No pierde más tiempo y se hunde en ellos, los chupa y los lame hasta lograr prenderme nuevamente de excitación. Se quita el boxer, abre mis piernas y me penetra lentamente, va entrando poco a poco… Aún duele un poco.

Los labios de Dimitri se plasman sobre mi cuello, sus dedos rosan jugueteando con mis pezones logrando que todo dentro de mí se empiece a sentir más suave, más placentero. Mis caderas encuentran el ritmo de Dimitri y con fuertes estocada empieza a profundizar más en mi interior.

Más fuerte…, más adentro.

Dimitri aumenta la velocidad de sus movimientos, su miembro toca donde nunca llegado antes y me ocasiona un pequeño ardor que me hace moverme con brusquedad, provocando así que Dimitri se venga al instante. Sus roncos gemidos acompañan a los apretones que hace sobre mis senos, y el cansancio le hace reposar su cabeza sobre mis hombros.

—Dimitri Paussini, me has vuelto adicta a ti.

CAPÍTULO 71: Un año nuevo juntos.

Todo cambió desde aquel momento en el que mi corazón escogió su destino, comportándose como un órgano autónomo, ha marcado la ruta y me ha conducido hasta él.

Aquella mujer religiosa y de exagerada pureza se está desvaneciendo, trato de buscar de aquella ingenuidad y no logro encontrar ni siquiera una pizca. Yo… estoy cambiando, es como si aquella monja ya hubiese dejado de existir.

Han pasado varios minutos desde que tuvimos revolcándonos en el suelo, que, por cierto, no estaba sucio, todo aquí está muy limpio. Justo ahora me encuentro sentada frente a la mesa, luzco el hermoso vestido turquesa que Dimitri me regaló, y unos hermosos tacones negros que él también escogió para mí. Estoy acicalando mi cabello mientras espero a que Dimitri termine de servir la comida en los platos, yo traté de ayudarle, pero él insistió en hacerlo solo, disque que todo esto es para que yo lo disfrute.

—Espero y te guste el pavo horneado —dice en tono bajo y ronco sobre mi oído, mientras pone un plato con comida sobre la mesa—, sino dímelo y mando a matar al Chef, así de fácil.

Trato de conectar con sus ojos al tenerlo así de cerca, pero antes me encuentro con una sonrisa torcida y un guiño de ojo… ¡Oh, santísimo! Amo cuando hace eso.

—¿Cómo es que pagaste por todo esto? Creí que tus cuentas bancarias estaban congeladas.

—Lo están, solo que también tengo el hábito de guardar dinero bajo el colchón.

—Ok, comprendo.

—Sí, aún me mantengo trabajando. —Ha puesto una copa a un lado de mi plato—. Estar entre los más buscados de Londres no limita mi trabajo.

Dimitri termina de poner todo sobre la mesa. Por último, agarra una botella de champaña que está sobre el carrito de comida, quita el sello que está sobre el corcho, hace presión sobre este y de inmediato sale disparado junto con un eco que se esparce por todo lo alto de la torre. Se acerca tras mi espalda y vierte champaña en mi copa, luego va hacia el otro lado de la mesa y también vierte en la suya.

—Brindemos —dice luego de sostener su copa.

¿Brindar?... No creo que merezca brindar por algo.

Me levanto de la silla y, con la mirada agachada, también agarro mi copa.

—No tengo un motivo para brindar, Dimitri —digo en medio de un sollozo—. Mi familia está en la cárcel, esta noche recibirán el año nuevo tras las rejas y todo es por mi culpa. —Una lagrima se desliza por mi mejilla—. He destruido mis sueños, casi lo hago realidad, pero al final lo arruiné todo.

Dimitri se aproxima hasta mí, me agarra la mano y me hace levantarme de la silla. Luego posa su mano bajo mi mejilla y con el pulgar limpia mis lágrimas.

—Conseguiré más realidad para tus sueños, lo prometo.

En sus labios puedo sentir la veracidad de sus palabras, y la forma en la que su brazo rodea mi cintura es tan reconfortante, me hace entender que aún lo tengo a él.

—Ya encontré un motivo para brindar. —Levanto la mirada y conecto con sus ojos—… Por nosotros.

Porque no sé qué pude haber encontrado en él, lo que sé es que eso que amo no podría encontrarlo en alguien más.

—Claro, por nuestro futuro.

—Espero y tengamos un largo futuro —le sonrió mientras le agarro de la cintura.

—Y si no es muy largo, podríamos escribirlo, como si fuera el segundo libro de nuestra historia.

—¿Crees que nuestra historia tenga moraleja? —pregunto mientras me mantengo viendo sus labios.

—No creo, el protagonista es un sanguinario caprichoso que vive enamorado de una mujer que suele desquiciarse cada vez que fuma crack… Nada bueno puede enseñar algo así.

Me ha hecho reír, mi loco sanguinario y caprichoso hombre siempre busca la forma de sacarme una sonrisa, sin importar que tan triste me sienta, solo él puede lograrlo.

Chocamos nuestras copas y tomamos un trago de champaña. Ambos nos sentamos en las sillas y nos preparamos para iniciar a comer, todo huele tan bien: el pavo horneado, la ensalada de vegetales, las papas asadas cubiertas de mantequilla, el pudín de ciruelas; todo se ve tan apetitoso. Agarro los cubiertos y corto un pedazo de pavo, y antes de meterlo en mi boca me detengo al escuchar el sonido de una orquesta, la música parece provenir de la calle.

—No es cosa mía, así que no te emociones —aclara mostrando un rostro burlesco—, ese es un supuesto concierto de Disney.

Trato de afinar más mi audición, pues el tema que está sonando me resulta familiar, fácilmente podría tararearlo.

—Creo haber escuchado ese tema antes.

—Claro, es: «Un mundo Ideal» de Aladdin.

—No creí que un mafioso, tan temido y buscando como tú, podría conocerse las canciones de Disney —le sonrío con cierta ironía.

—¿Te digo un secreto? —él pregunta y yo asiento de inmediato—. Las personas me ven como el hombre más cruel y temible de todo Reino Unido —usa un tono grave y ronco, como el de un supervillano—. Lo que esas personas no saben es que ese mismo hombre ama reír todas las noches viendo a Mr Bean en la TV. —Aquella revelación casi hace ahogarme con la champaña, no he podido aguantar las risas, me ha hecho reír otra vez —. Solo no lo menciones frente a los jefes de mis clanes, ¿Ok?

—OK, será nuestro secreto —respondo entre risas.

Este hombre pareciera ser más saludable que la aspirina, me hace tanto bien estar con él, que hasta me hace olvidar, por un momento, todos mis problemas.

Ambos continuamos disfrutando de la deliciosa cena mientras disfruto de la armonía de los violines, cada instrumento puede oírse suave y distante, como si los músicos estuviesen tocando en los alrededores. Todo esto es tan lindo, cada vez que me concentro en los ojos de Dimitri me sonríe como si todo esto en realidad estuviese planeado.

Luego de terminar de cenar, nos hemos quedamos en la mesa unos cuantos minutos más.

—Dimitri, hace un rato mencionaste nuestro futuro.

—Sí.

—¿Tienes algo planeado para nosotros?

—Temes que nuestro futuro esté basado en vivir escapando de la policía, que nuestra historia esté oculta de todos, ¿verdad?

—No me refería a eso, es que…

—Flor de Jazmín —me interrumpe—, encontraré la manera de poder estar juntos, no volverás a sentir miedo alguno, te daré la tranquilidad que necesitas. Te compraré una enorme casa con amplios jardines y un área social con piscina incluida; tendremos vecinos molestos y nuestros hijos molestarán a los suyos; el tiempo será tu aliado, porque me hará amarte aún más, y cuando ambos estemos viejitos recodaremos este día. —Dimitri se levanta de su silla y viene hacia mí—, Inocencia… —Toma mis manos y luego se pone de rodillas frente a mí… ¡Oh, Jesucristo!... Puedo sentir los latidos de mi corazón hasta en la punta de mis dedos—. Sé oficialmente mi novia, por favor.

Él me hace sentir como el color rosa…

—¿Acaso mi sonrisa no me delata? Nada me haría más feliz que ser tu novia, Dimitri.

Aún estado de rodillas, se levanta solo un poco para alcanzar mis labios, permitiéndome tallar en mis recuerdos un beso memorable y muy especial, porque es el primer beso que nos damos como novios, uno igual de suave y tan exquisito como los anteriores. Dimitri Paussini es oficialmente mi novio, la persona que ha cambiado mi vida por completo y que de seguro seguirá cambiándola para siempre, porque amo sus locuras y como transforma mi mundo en una travesía rebelde y desafiante. Todo lo que le rodea me reta a ser más fuerte, me ofrece una vida que jamás pudiese imaginar, porque él es así de inusual para alguien como yo, es ese algo que solo puedo encontrar en él.

Dimitri se pone de pie y, tomados de la mano, me saca de la torre del campanario.

Estamos de regreso en el jardín, con el aroma de las flores y las altas ruinas cubiertas de enredaderas. Mientras disfruto de la hermosa vista, me percato de que Dimitri lleva un buen rato viéndome detenidamente, así que aprovecho para centrarme en su presencia, me deleito al contemplar como las luces de feria dan un tono dorado sobre su piel y como el viento levanta las puntas de su cabello. Este momento no podría ser mejor, no si en el fondo aún se escucha la orquesta tocar las músicas de Disney.

—Esa mirada tan intensa me pone algo nerviosa.

—Disculpa, es que aún no me lo puedo creer —trata de verse avergonzado—. Temo que al parpadear desaparezcas.

Con mis brazos rodeo su cintura y acerco mi sonrisa a la suya.

—Todo esto es real, estamos juntos.

De repente, veo que Dimitri inclina un poco su rostro, como si intentara reconocer aquel tema musical que está tocando la orquesta.

—¿También reconoces esas melodías? —pregunto mostrando cierto asombro.

Me sorprende verle inclinar su torso frente a mí, me extiende su mano y con una expresión de cortesía empieza a actuar como si fuese un noble caballero.

—Bella dama, ¿le concedería un baile a esta bestia?

—Dimitri, pero yo no sé bailar… —río sintiéndome apenada.

—La magia de Disney te hará bailar como toda una princesa, ya verás.

Me decido a tomar su mano, porque no debería sentir vergüenza frente al hombre que ahora es mi novio. Dimitri se muestra divertido frente a mí, levanta nuestras manos y me hace dar una vuelta bajo ellas, luego posa su otra mano sobre mi cintura y así, finalmente, entre pequeñas risas logro seguirle el ritmo del vals, con las suaves y elegantes melodías que conforman el tema de «La bella y la bestia».

De repente, junto a la música de la orquesta, se escucha la delicada y fina voz de una cantante:

Se oye una canción que hace suspirar

Y habla al corazón de una sensación

Grande como el mar

Algo entre los dos cambia sin querer

Nace una ilusión, tiemblan de emoción

Bella y Bestia son.

Dimitri es un excelente bailarín, es fácil seguirle el ritmo, mantiene una posición erguida, una amplia sonrisa y una mirada juguetona; lo estoy disfrutando bastante, es como si el mundo entero creara este momento solo para nosotros. Nos divertimos bajo las estrellas y simulamos que somos parte un cuento de hadas.

De repente, me toma de la cintura, me levanta frente a él y, sin apartar sus ojos de mi sonrisa, da un giro conmigo en brazos; vuelvo a poner mis pies sobre el suelo y continuamos moviéndonos por todo el jardín.

Esto es tan mágico.

—Nuestra historia será muy parecida —Dimitri hace que incline mi espalda hacia atrás—, yo también soy una bestia enamorada.

En medio de una sonrisa, me da un beso, y en medio de un beso se escuchan estallar los primeros fuegos artificiales.

El año nuevo nos ha sorprendido, ambos dejamos de bailar y, sin soltarnos de las manos, levantamos la mirada hacia el cielo para contemplar los fuegos artificiales. Las oscuras nubes resplandecen en tonalidades rosadas y doradas, y en sus ojos aquel color verde oliva se ve brillar aún más; al percatarse de que lo estoy observando, me regala una cálida sonrisa y me vuelve a dar un beso.

Y aun así…, me es inevitable llorar.

—¿Qué paso? —pregunta con preocupación.

—Lo siento —con manos limpio mis lágrimas—, es solo que no puedo olvidarme de mi familia.

—Mañana tu familia estará libre, ya verás.

—¿Cómo es eso posible? —pregunto en un tono incrédulo.

—Ven, quiero mostrarte algo.

Me lleva de la mano en medio del jardín y bajo los fuegos artificiales, vamos de regreso a la entrada principal de las ruinas.

—¡Ey, Dann! —Dimitri llama al custodio que está cuidando la entrada, él de inmediato voltea a vernos —¡Feliz año nuevo! —ambos se dan un abrazo fraternal.

—Feliz año, señor Paussini —le felicita y después me busca con la mirada— Feliz año nuevo, señorita.

—Feliz año.

—Dann, ¿me prestas tu celular un momento? Necesito usar el Internet.

—Claro, no hay problema.

Dimitri me toma de la mano y me lleva de regreso al interior de las ruinas, cruzamos por el centro del jardín y caminamos en dirección hacia la torre del campanario.

—Dimitri, me tienes muy intrigada, ¿qué estás tramando?

—Ya verás.

Ambos entramos a la torre, aquí dentro no es escucha tan fuerte las explosiones de los fuegos artifíciale y la música de la orquesta no logra escucharse tan fuerte como en el jardín. Dimitri se sienta en una de las sillas y después da golpecitos en su muslo para que yo me siente sobre su pierna; no dudo en hacerlo.

—Como ya te había dicho, estuve todo el día ocupado pensando en cómo ayudarte a liberar a tu familia—dice mientras empieza a buscar algo en el celular—. No te niego que en otras circunstancias estaría feliz de que ellos estuviesen en prisión, pues me dejarían el camino libre e inmediatamente quedaría controlando el mercado, pero entendí que ir contra ellos es ir contra ti, y así no puedo.

—¿Q-Qué tienes pensado hacer? —me tiene impaciente por escucharle.

—Mira este video… —En el celular empieza a correr un video—. Este mismo video fue enviado a varios influencers para que fuesen ellos quienes lo compartieran en las redes sociales, se les pagó una buena cantidad para que lo mantuvieran en Internet.

En el video aparece Dimitri, expuesto a todos, a punto de dar un anuncio a todo Londres:

«Feliz año nuevo, Londres.

Mi nombre es Dimitri Paussini, líder de una de las mafias más importantes de todo Londres, responsable de varios crímenes y uno de los fugitivos más buscados en la actualidad.

Me presento ante ustedes por primera vez para aclarar ciertas cosas. Hace unas horas me enteré de que la familia Hikari ha sido detenida por ser los presuntos dueños de la granja de cultivo de cocaína que recién fue encontrada por la policía metropolitana de Londres. No comprendo cómo es que esa familia siempre queda envuelta en mis asuntos, creo que mi cliente y mejor consumidor —Ermac Hikari— tiene mucho que ver en esto. Es cierto que Ermac estaba en mis granjas, pero tampoco es que él y su familia sean los dueños de la granja, por favor…, no le den los méritos, si el único dueño siempre he sido yo.

Todos ellos están en prisión, y por el error de uno de ellos ahora todos están pagando, todo este tiempo han sido juzgados como mafiosos y criminales, cuando la realidad ha sido otra: solo son dueños de una fábrica de licores.

Señores de la policía metropolitana, ya dejen a los Hikari tranquilos, les reto a ir por el único responsable de todo el narcotráfico en Londres: Dimitri Paussini».

Luego de aquellas palabras, el video finaliza.

—Con esta declaración tu familia quedará libre, la policía no tendrá cargos para presentar contra los Hikari, porque yo he declarado ser el dueño de aquella granja.

Mi corazón late muy fuerte, siento mucho miedo.

—Dimitri, has hecho de tu vida más complicada, has ensuciando tu apellido.

—Tranquila, mi apellido lleva un buen rato sucio. Londres me conoce como un mafioso, secuestrador, torturador y fugitivo; declarar que también tengo granjas de cocaína es solo algo más para agregar a mi lista de crímenes.

Él está sacrificándolo todo, solo por mí.

CAPÍTULO 72: En la suite.

Dimitri agarra la manija de la puerta principal del hotel, la abre para mí y me permite pasar; el lobby está muy solitario, mi mirada va directo hacia donde está el recepcionista, este nos sonríe con cortesía y, después de asentirle a Dimitri, nos permite pasar a los ascensores sin tan siquiera pedir identificaciones… Dimitri me comentó que el dueño del hotel es uno de sus mejores clientes, y que solo nos permitió quedarnos una semana. También me dijo que no podríamos regresar a la cabaña porque su padre sigue escondido ahí y no quiere ponerlo en riesgo, que siempre ha evitado estar entrando y saliendo de aquel bosque porque podrían encontrar su escondite.

Al entrar a la suite, Dimitri empieza a buscar los interruptores para encender las luces, no demora mucho en encontrarlo.

—¡Wow! Es tan hermoso y elegante —digo mientras contemplo todo el lugar.

—Gracias, y eso que me dejaste un poco destartalado —responde mientras se dirige hacia el fondo de la suite, yo le sigo atrás.

Dimitri abre una de las puertas y, bajo la oscuridad, mis ojos encuentran un hermoso dormitorio matrimonial. Ambo, al entrar, nos vamos directo hacia la cama y nos dejamos caer sobre el colchón como si la gravedad hubiese aumentado dentro de la habitación, es que estamos demasiado cansados.

—Tenemos pocas horas para dormir… —dice con una voz agotada. Luego le escucho bostezar.

Doy media vuelta buscando el reloj que está colgado a un lado de la ventana, trato de enfocar mi visión y, entre toda esta oscuridad, logro leer la hora: 4:00 am.

Dimitri cree que he volteado para verle, así que de inmediato también voltea a verme.

—¿Qué? —le sonrió coqueta—¿Me vas a dar un beso de buenas noches?

—No, te voy a dar una noche con buenos besos.

Se trepa sobre mi pelvis y, a gran velocidad, le veo quitarse el saco y la camisa, sus pectorales desnudos rosan mis pechos mientras lleva lentamente sus labios hacia los míos, juguetea con querer besarme y me amaga un beso, pasa sus labios ligeramente y, como si fueran las alas de una mariposa, me hace sentir unos ricos cosquilleos sobre mis labios, muy tentador; me sorprende al alcanzar mi labio inferior, lo succiona hasta estirarlo y enseguida lo suelta.

—Déjame quitarte el vestido —susurra en mi oído.

—Pensé que estabas cansado.

—Ya me reactivé, corazón.

Me inclino frente a él y le permito bajar el zipper del vestido, él lo hace con rapidez y mucha desesperación, agarra los hombros del vestido y empieza a bajarlo por mis brazos, mis caderas y, al llegar a mis muslos, lo saca por mis piernas.

—Oh, flor de jazmín, bendita sea esa ropa interior con encajes.

Me quita el sostén, lo lanza a un lado de la cama y con sus labios empieza a transitar entre mis senos, va recorriendo cada zona y dejando suaves besos sobre mi piel; sus manos acarician tras mi cintura y sus caderas se menean sobre las mías. Dimitri se acomoda para quitarse el cinturón y el pantalón, y de igual manera los lanza hacia un lado de la cama. Vuelve a estamparse sobre mi cuello, sus labios exploran bajo mi oreja dejando besos suaves, tiernos, lentos…, pausados…, casi ausente…

—¿Dimitri?

Dimitri se ha quedado dormido sobre mi cuello.

Empujo sobre sus hombros y lo hago a un lado, el pobre está tan cansado que hasta ha empezado a roncar.

Antes de ponerme a dormir, agarro la camisa de Dimitri y me visto con ella, de la tela emana la usual fragancia que siempre logro sentir en él, esta alcanza sutilmente mi olfato, es un aroma varonil, ligero y delicioso, amaría dormir sintiendo este olor todas las noches.

Dimitri… amo estar contigo.

Se supone que el primer despertar del año debería ser placentero, aliviador, lento…, que el amanecer junto a Dimitri significaría quedarme acurrucada sobre su regazo, que estaríamos empiernados toda la mañana bajo las cálidas sabanas de seda, hablando de las cosas que hicimos anoche y de lo que podríamos hacer en lo que resta del día, pero no es así, pues aún tenemos muchos problemas por resolver, Dimitri dice haber solucionado uno de ellos y yo pienso que solo fue remplazar uno por otro.

Desde que nos despertamos no hemos salido del dormitorio, ambos permanecemos sentados sobre la cama con una bandeja de desayuno sobre nuestras piernas. A cada rato voltea a verme, pues dice que ama verme con su camisa puesta; él pareciera no sufrir de frío, bajo las sábanas solo tiene puesto un bóxer color negro, y a mí no me incomoda en lo absoluto.

Mientras desayunamos nos encontramos viendo las noticias que se están siendo transmitidas en vivo en un canal local de Inglaterra; por cierto, aquel televisor que cuelga de la pared es enorme.

—Deberías aprovechar para tomarle una foto al televisor, no todos los días podrás ver a tu novio en la TV.

—¿Con ese titular?, de seguro lo haría.

«El señor del mal: Dimitri Paussini se revela como el criminal más temible de Reino Unido», es lo que se lee en el cintillo del noticiero.

—«El señor del mal» ¿Es en serio? Hubiera preferido que me nombraran: El señor tenebroso o Don Siniestro; incluso, Maléfico suena mejor para mí.

—Eres un hombre cruel y despiadado, deberían llamarte: Cruello.

No puedo negar que me asusta todo lo que está pasando, pero ver a Dimitri tan tranquilo alivia un poco mi nerviosismo. Él dice que ya está acostumbrado a huir de la policía, que esto se ha convertido en su nuevo día a día. Solo espero que de verdad todo esté bien, porque no me gustaría perderle cuando apenas estamos iniciando algo, cuando por fin entiendo que lo amo.

De repente, uno de los periodistas del noticiero anuncia que va a empezar una transmisión en vivo desde el la jefatura metropolitana de Londres, es una rueda de Prensa, nada más y nadas menos que con el jefe inspector de la policía: Richard Kross.

—Mira, es tu amiguito —Dimitri señala el rostro de Richard.

—No es mi amiguito —respondo molesta—, es solo un error en mi vida.

—Ese supuesto novio que decías tener… ¿era él?

—Sí.

¿Qué tan peligrosa ha sido mi respuesta? El saber que otro hombre ha probado mis labios… ¿Qué tanto podría mortificarle? Él solo se mantiene callado y, con una seriedad absoluta, se mantiene observando el rostro amargo de Richard, quien empieza a hablar frente a las cámaras:

«Este año ha iniciado con el pie izquierdo, toda Inglaterra amanece con la noticia de una supuesta confesión por parte de Dimitri Paussini, dónde confirma ser un criminal y el propietario de la granja de cocaína que ayer allanamos en el este de Londres. Él dice ser el único responsable del narcotráfico en Londres, y es el primero en declararse líder de una mafia, algo que ya todo sabíamos debido a los secuestros y las torturas que propinó a algunos miembros de la tan reconocida familia Hikari».

—¿Me está elogiando? —se pregunta en un tono chistoso.

«Algo turbio está pasando entre estas dos familias, ¿cómo es que en un día los torturas y al siguiente los intenta salvar de ir a prisión? ¿Por qué, de repente, este hombre sale diciendo que la familia Hikari no está envuelta en sucesos criminales cuando todo Londres sabe qué sí?, que ellos también controlan una mafia».

—¿Este estúpido no entendió mi mensaje? —Dimitri muestra un rostro perturbado.

De repente, deja la bandeja de desayuno sobre la mesita de noche, se levanta de la cama, y se queda de pie y semidesnudo frente al televisor.

«Señor Dimitri Paussini, sé que está viendo esta transmisión, así que déjeme decirle que no creemos en sus palabras. No sé qué tiene pensado hacer, así que no caeremos en sus juegos sucios, no vamos a liberar a la familia Hikari hasta que usted se entregue primero».

—¡MALDICIÓN! —Dimitri grita y, con mucha furia, abanica su mano sobre un florero que estaba adornando un mueble, el florero sale volando y termina quebrándose sobre el suelo.

—Dimitri, tranquilízate —mi voz es temblorosa.

—¡No, no me voy a tranquilizar! —Restriega sus manos sobre su cabeza mientras empieza a pasearse en boxer por toda la habitación, va de un lado a otro, mostrando un rostro endiablado y un cuerpo tensionado.

—Encontraremos otra solución, ya verás. No tiene que ir a entregarte.

Alguien está tocando la puerta.

—¡Adelante! —Dimitri grita rabioso.

La puerta se abre y tras ella aparece Marco junto con una bolsa plástica en su mano.

—Veo que ya vistes las noticias —dice al entrar a la habitación.

—Ese malnacido quiere morir… —refunfuña mientras abre la ventana de la recámara y, con los codos recostado sobre ella, asoma su cabeza para tomar un gran respiro.

Marco voltea a verme y luego me sonríe compasivo.

—Buenos días, Inocencia.

—Buenos días.

—Mira, te traje ropa nueva. —El moreno lanza la bolsa plástica y esta cae sobre la cama.

—Muchas gracias, ustedes se la pasan comprándome ropa... —sonrío sintiéndome apenada.

Agarro la bolsa y empiezo a sacar la ropa que viene dentro, es la misma marca MK que vi aquella vez en Bentall Center.

—Si mi mujer necesita algo, yo lo consigo —Dimitri usa un tono de voz áspero, su mirada aún cruza por la ventana.

—Espero y la ropa te quede bien, no sabía cuál era tu talla, así que la escogí al ojo.

—Tranquilo, Marco, elegiste bien, esta es mi talla —le respondo sonriente—… Ehmm… Marco, ¿tú podrías ayudarme con algo? —mi pregunta hace que Dimitri ponga su atención en mí.

—Claro, dime —Marco responde como si estuviera dispuesto a todo.

—Necesito localizar a Alexis, quiero reunirme con él.

—Ok, será fácil.

—Gracias.

No quiero involucrarlos más en estos asuntos, estos problemas son de mi familia, soy yo quien tiene que buscar una solución, mi familia solo nos tiene a Alexis y a mí como su única salvación, así que tengo que reunirme con él para que me ayude a contactar con los abogados de la familia, esa es la única forma que conozco para sacarlos de ahí.

Marco sale de la habitación y me deja a solas con Dimitri, quien regresa a la cama para sentarse a mi lado. Le observo de reojo al sentir como le rodea un aura que fácilmente puede percibirse como una gran intriga.

—¿Qué vas a hablar con Alexis?

—Quiero que él me ayude a contactar con los abogados de la familia, tengo que dar la cara.

—Ah ok… Sí, vas a necesitar abogados para revolver varios temas legales. —Me sorprende con un beso en la frente—. Yo seguiré trabajando para ti, veré que hacer para convencer al mierdero con traje de detective.

—Bueno, iré a bañarme.

Me levanto de la cama y agarro la ropa que trajo Marco.

—¿Quieres que nos bañemos juntos? —me pregunta Dimitri usando un tono de voz que se va tornando seductor—. Creo que necesitarás ayuda para restregar tu espalda.

—Genial, tengo un novio muy generoso —le sonrió coqueta.

Dejo la camisa de Dimitri tirada sobre la cama e inmediatamente ambos entramos a la ducha sin intenciones de bañarnos.

El agua desciende sobre nuestros rostros y hace un poco difícil el besarnos, pues me deja una sensación de ahogamiento y así no puedo concentrarme ni disfrutarlo. Al parecer, los besos bajo la ducha no están funcionando y Dimitri parece notarlo, él decide cambiarme de posición, me da media vuelta y me hace poner las manos contra la pared, sorpresivamente siento como me penetra desde atrás y empieza a someterme contra las blancas y muy finas baldosas que conforman el interior de la ducha. Esto se está sintiendo muy bien, ya ha dejado de dolerme. Solo me queda disfrutar de sus deliciosos y desiguales movimientos: en un momento se mueve suave y lento, y luego se desata con mucha rudeza, como animal salvaje que devora a su presa.

Nuestras pieles mojadas chocan provocando sonidos de azotadas. Los movimientos de Dimitri son tan exquisitos, él ha sabido mantenerme suave y húmeda, tan deseosa por más.

Es una locura que esté pensando de esta forma, mi mente virginal nunca fue así, tan lasciva: quiero que me ponga de todas las posiciones que conozca y me haga solo suya, con nuestras hormonas desatadas, sin protección, que sus genes le quiten lo pendejo a los míos.

—¡Oh, por Dios! —grito libre y despreocupada de que alguien me escuche. Ya puedo saborear la llegada de un rico orgasmo.

Dimitri agarra mis senos y los aprieta, sus movimientos empiezan a ser más rápidos y sus estocadas más fuertes, esta es la fricción más suave y deliciosa que podría existir.

Ambos soltamos un fuerte gemido, Dimitri presiona sobre mis caderas y se viene dentro de mí. Mis brazos se debilitan provocando que mis senos se estrellen contra las baldosas de la pared. Hemos quedados agitados, tanto que hasta puedo sentir su respiración tras mi nuca. Dimitri retrocede y me da espacio para voltear a verle; al instante quedo abrazada a su cintura.

—¿Cómo es que terminé enamorándome de ti? —susurro sobre sus labios.

No han nada más verdadero que un beso de Dimitri sobre mi piel, no hay nada más placentero que sus labios sobre los míos, y la mejor sensación que podría experimentar es la que surge al pasar mis manos sobre sus pectorales.

Al final terminamos bañándonos juntos, él lavó mi espalda y yo la suya, restregamos la espuma del champú sobre nuestros cabellos, disfrutamos de unas cuantas caricias que se deslizaban sobre la seda del jabón y nos quedamos un buen rato bajo la ducha. Después salimos del baño envueltos en toallas.

Voy hacia la cama y agarro la ropa que me trajo Marco, este hombre me compró hasta la ropa interior, qué vergüenza, Señor…, pero ni modo, no podría estar más agradecida con él.

El atuendo que me compró es muy lindo y me queda de maravilla. Solo me falta secar mi cabello, así que regreso al baño para usar la secadora de cabello que hace un rato vi ahí dentro.

Entro al baño, cierro la puerta y conecto la secadora, al encenderla empieza a hacer ruido e inmediatamente desata su calor sobre mi cuero cabelludo. No pasa ni un minuto cuando creo escuchar que alguien está tocando la puerta de la habitación, ese debe ser Marco.

—¡Pasa, Marco! —claramente escucho el grito de Dimitri.

Desde el interior del baño me parece escuchar que Dimitri y Marco están manteniendo una seria conversación… ¿Ellos están discutiendo?... No logro escuchar bien debido al escándalo que hace la secadora, las discusiones continúan y yo quiero enterarme de lo que sea que estén hablando, así que apago la secadora y pego mi oreja sobre la puerta del baño… No se escucha muy bien, mejor abro solo un poco la puerta, lentamente, para que no se enteren de que les estoy espiando.

—Ya te dije, Marco… Respeta mi decisión, quiero hacerlo.

—¡¿Cómo puedes caer tan bajo?! —Marco se escucha muy molesto.

Marco conecta con mis ojos… ¡Maldición, me ha pillado!

—Inocencia, encontré a Alexis —menciona mi nombre, y yo, disimuladamente, abro la puerta del baño, como si recién estuviera saliendo—. Dentro de treinta minutos nos toparemos con él en el restaurante que está a un lado del Big Ben.

—Ok, gracias Marco. Espérame afuera, por favor, ya salgo.

—OK, te espero en la sala.

Luego de ver salir a Marco, mi mirada recae sobre Dimitri, no puedo evitar sentirme intrigada por aquella conversación.

—¿Pasó algo? Es que los oí discutir…

—Tranquila, siempre discutimos por trabajo, muchas veces él no está de acuerdo con los tipos de negocios que acepto hacer.

—Ah, ok… Entonces es eso.

—Sí.

CAPÍTULO 73: En el restaurante con Alexis.

¿Por qué debería tener miedo de lo que podría hacer Dimitri?, si le conozco bien, le he visto matar personas y en ningún momento encontré en él alguna expresión de compasión, él es así y no creo que eso llegue a cambiar ahora que está conmigo, él seguirá matando y cometiendo crímenes…, lo que me aterra es que pueda hacer cosas peores.

¿Que acepte sus crímenes me hace mala persona? Supongo que sí.

El elevador no tarda mucho en llegar y abrir sus puertas, Marco me permite pasar primero y, luego de entrar él, presiona el botón que da a los estacionamientos subterráneos. De inmediato, el elevador empieza a bajar e inicia un largo recorrido desde el piso más alto del hotel; solo estamos nosotros dos en medio de un silencio que se siente pesado. 

Con cierto disimulo intento descifrar la expresión amarga de Marco, tal vez en su5 rostro pueda encontrar pistas de aquello que estuvieron hablando hace un rato: su entrecejo está sumamente arrugado, tiene una mirada perturbada y perdida de la realidad, algo me dice que le han mandado a hacer algo que está más allá de sus límites.

Al llegar a los estacionamientos, la puerta del elevador se abre y frente a mis ojos encuentro un sedán azul que tiene los faros y el motor encendido, el vidrio de la ventana empieza a bajar y dentro del auto logro reconocer a Chitsen.

—1/4 de pollo a sus órdenes, mi lady.

—Chitsen, ¿qué haces aquí? ¿Vienes a ver a Dimitri?

—No, su majestad, estoy aquí por usted. Voy a llevarla con el conejito de sombrero.

—¿Conejito de sombrero?

—Se refiere a Alexis —aclara Marco.

—Él siempre aparece cuando Delancis le necesita, cuando ella está en aprietos solo hace levantar el sombrero mágico y de una vez aparece Alexis —dice Chitsen en tono jocoso.

—Ah, ok… —suelto un par de risas. Luego fijo mi mirada sobre Marco—. Oye, pensé que irías contigo.

—Tengo que ir a dar unas órdenes a unos clanes —dice con una mirada distante, de seguro tiene que ver con lo que le ordenó Dimitri.

Camino hacia la puerta del copiloto para ir a sentarme a un lado de Chitsen, abro la puerta y, antes de entrar al auto, observo que Marco se dirige hacia una camioneta blanca que se encuentra estacionado en el otro extremo. Antes de entrar al auto, Marco inicia una llamada desde su celular.

—Jefecita, venga, que vamos tarde —Chitsen me apura. De inmediato entro al auto.

El auto empieza a avanzar hacia a la salida de los estacionamientos. A través del retrovisor del auto puedo ver cómo, tras nosotros, viene el otro auto que está manejando Marco, tiene los faros encendidos y avanza a velocidades bajas.

Al salir del hotel ambos autos tomamos caminos diferentes.

—Chitsen, me siento demasiado intrigada, no puedo con esta inquietud —digo rascando mi cuero cabelludo.

—Pues ¿adivine que, jefecita? Yo también he estado todo el día intrigado.

—¿Y eso por qué?

—Porque por la mañana, cuando me iba de la casa, me subí a este mismo auto, agarré mi celular y vi que mi cholita me estaba escribiendo algo en el whatsapp, me quedé esperando, pero la mujer nunca me envió el chat, se quedó en «Escribiendo…» y nunca lo envió. ¡Ella lo borró! Y yo odio cuando me hacen eso —se queda pensativo y a la vez asustado—, ¿Qué carajos intentaba escribirme?

—Tranquilo, de seguro se confundió de chat, tal vez ese chat no iba a ser para ti.

—¡Claro, es eso! —se exalta sorprendido.

—¿Eh?

—Esa chola rastrera de monte —dice entre dientes. Chitsen se ve furioso—, solo esperó que yo me fuera de la casa para chatearse con otro, pero se confundió de chat y borró lo que me escribía.

—Creo que te estás precipitando, no creo que sea así, Chitsen.

—Debe ser el vecino madafoca ese...

—¿El mada… qué?

—¡Ya está decidido, lo voy a matar! —sus ojos escupen fuego.

«¡Oh, padre celestial, protege al vecino!».

—¡No tienes que hacerlo, de seguro es un mal entendido!

—Ese tipo ya está muerto, jefecita —se sonríe como mismo demente.

Luego de orarle al señor, continuamos el viaje durante unos veinticinco minutos. Levanto la mirada y observo el paisaje a través del vidrio de la ventana del auto, mis ojos se topan con la gran torre de reloj que está en el centro de Londres, el llamado: Big Ben.

De repente, el auto dobla hacia una de las calles cercanas al Big Ben y se estaciona a un lado de un restaurante que parece ser de comida rápida.

—Llegamos, jefecita —Chitsen se baja del auto y corre a abrirme la puerta.

—Gracias, no era necesario.

—Sí que lo es, usted es la nueva patrona, déjeme tratarla como tal.

No puedo evitar sonreírme.

Ambos entramos al restaurante y, al instante, logramos dar con Alexis, quien nos levanta la mano al vernos entrar, él está sentado a un lado de la entrada, y está solo.

—¡Alexis! —Voy y le doy un abrazo.

—Inocencia, feliz año nuevo, me alegra que estés bien. —Alexis igual me abraza—. Dime, ¿Dónde has estado?

—Estuve… con mi novio —le digo en tono bajo y avergonzado.

—¿Tu novio?... ¿Quién se supone que es ese? —él pregunta y yo busco a ver a Chitsen, que parece estar asustando a los clientes del local—… ¡¿QUÉ?!... ¼ de pollo es…

—No, no, no. —Trato que se calme y que baje la voz. Me acerco a él y susurro en su oído—. Mi novio es Dimitri Paussini.

—Mierda…—le veo respirar hondo—, las Hikari están locas —suelta un par de risas—. Por lo que veo, les gustan los chicos malos.

—Bueno…, eso parece; incluso Charlotte estuvo contigo, ¿verdad? —le guiño un ojo mientras le sonrió, él se echa a reír y hasta se ruboriza.

—Mejor vayamos a comer algo. —Alexis señala hacia donde está Chitsen, frente a la caja del restaurante; este solo hizo llegar y fue directo a pedir su comida.

Ambos hacemos fila atrás de Chitsen y esperamos a que él haga su pedido.

—Señorita, quiero el combo de mariscos mixtos, y el refresco me lo da sin pipote —Chitsen voltea a verme sonriente—. Hay que ser cociente, así salvamos a los animalitos del mar, ¿verdad, jefecita?

—Eeh…, Sí.

Mientras Chitsen realiza su pedido, siento como Alexis se me acerca tras mi oreja para susurrarme.

—Ino, ¿tu amiguito es idiota o lo parió un Teletubie?

—Me parece que… ¿intentas ofenderlo?

—Señorita —Chitsen sigue pidiendo—, las papitas me las da agrandadas y que la gaseosa sea light. ¡Ah! Y que sea para llevar.

—No hay dudas, Ino —Alexis agrega en tono susurrante—. De seguro este tipo es familiar del Teletubie rojo.

Mientras pido un combo de hamburguesa, veo como Chitsen agarra el paquete de su pedido y, luego de revisar el interior, voltea a verme.

—Jefecita, nos vemos en otro momento, yo voy a ir a enfrentar a mi chola y al desgraciado del vecino.

—Chitsen, ya verás que no ha pasado nada, ve tranquilo.

EL sicario me sonríe. Luego busca la mirada de Alexis tornando su rostro con excesiva seriedad.

—Alexis, espero y logres sacar a tu gente.

—Bien.

Ambos hombres se despiden sin tan siquiera mostrar un intento de sonrisa, la seriedad entre ambos es competitiva y muy profunda. Chitsen agarra su paquete de comida y sale de local sin decir más nada. Mis ojos le persiguen a través de los altos ventanales hasta verlo doblar por la esquina del local.

—Señorita, ¿su pedido es para llevar? —me pregunta la cajera. De inmediato regreso mi atención a ella.

—Ah, no. Vamos a comer aquí.

—Ok, enseguida le damos su pedido.

Luego de que Alexis pidiera para comer, ambos agarramos las bandejas con nuestros pedidos y nos dirigimos hacia una de las mesas desocupadas; al parecer, este restaurante es muy popular en esta zona, hay muchas personas aquí, y por suerte hemos encontrado un lugar donde sentarnos a comer, estamos a un lado de la ventana y frente a un televisor que transmite un canal de música.

—Eh… ¿Necesitas que oremos antes de comer? —me pregunta mostrándose un poco ansioso por comer.

—Dios ya sabe que estamos agradecidos por la comida de hoy —sonrío mostrando mis dientes—, así que comamos ya, que hace hambre.

Me alegra que nos hayamos quedado a comer aquí, esta es la segunda vez que me siento en un sillón propio de restaurante de comida rápida, con el olor notable del pollo frito y a hamburguesa rostizadas; es que comer aquí da alegría, para donde quiera que mire están todos estos colores llenos de vida, es un ambiente agradable y es aún más placentero cuando muerdes tu hamburguesa y escuchas los gritos alegres de los niños que están divirtiéndose en la zona de juegos; en definitiva, este lugar hace a las personas felices y a las familias más unidas.

—Ino, nos están observando desde hace un buen rato —dice Alexis en tono bajo.

—¿Có-cómo así? —Mi cuerpo entero se tensiona.

—Aquí dentro logro reconocer a varios reporteros.

—¡Pero ¿qué hacen aquí?!

—Intentan conseguir una entrevista con la única Hikari que está libre…, así que vete preparando.

No he podido disfrutar de mi hamburguesa ni de mis papitas fritas, estoy muy asustada, siento cada mirada sobre mí, todos aquí parecen estar pendiente de lo que yo haga, esto es demasiado incómodo.

—¡Hanna tienes que ver esto! —dice un chico que porta el uniforme del restaurante. Él se para frente al televisor y cambia a un canal que está transmitiendo las noticias en vivo. Luego voltea a verme con cierto resentimiento y odio en su mirada.

Algo no anda bien.

«Noticia de última hora: se registra explosión en la residencia del detective Richard Kross, familia entera fallece en el lugar», en la pantalla aparecen tres fotos: una anciana de aproximadamente 75 años de edad llamada Francesca Kross, ella era la madre de Richard; las otras dos fotos las reconozco muy bien, anoche estuve frente a ellas: la esposa de Richard y su hija.

—Esto no puede ser cierto. —Una lágrima se desliza sobre mi mejilla.

—Mierda, tu novio está presionando fuerte. —Alexis se ve muy impactado.

—Se trataba de eso. —Me tapo el rostro con mis manos—… Dimitri mandó a matar a toda la familia de Richard, ha involucrado a personas inocentes, ¡ha matado a una niña! —siento como el rubor de mi rostro sube enfurecido por toda mi piel.

—¡Ino, cálmate!… —Alexis posa sus manos en mis hombros y me susurra—Nadie aquí puede relacionarte con ese atentado, nadie puede saber que eres muy cercana a Dimitri Paussini, sino estarás en problemas.

Vuelvo a fijar mis ojos en la pantalla del televisor, están transmitiendo imágenes en directo de la residencia envuelta en llamas. Se puede ver como el humo negro y las cenizas se levanta hasta las nubes, la labor de los bomberos y como los paramédicos arrastran las camillas con los cuerpos cubiertos en sábanas blancas… Siento que me está faltando el aire, así que me levanto de la silla y me dispongo a salir del restaurante.

—¡Inocencia, ¿a dónde vas?! —Alexis intenta detenerme, pero antes apresuro mis pasos, abro la puerta del restaurante y salgo del lugar.

El sol es incandescente, la calurosa tarde está en su máximo apogeo, apenas la mitad del día ha transcurrido y ya me siento agotada, exhausta de tanta calamidad, una tras otra, ¡¿cómo aprendo a vivir de esta forma?!... ¿Cómo me vuelvo insensible frente a tanta crueldad?

—¡Hora de correr, Inocencia! —Alexis me agarra del brazo y luego jala de él apresurando aún más mis pasos—. ¡Vamos hacia los estacionamientos, que los reporteros vienen tras nosotros!

—¡Señorita Inocencia, permítanos unas palabras! —gritan tras mi espalda.

Junto cuando iniciábamos a correr, somos alcanzados por reporteros, camarógrafos y fotógrafos. Estamos rodeados de micrófonos, de destellos de flash y de preguntas, y yo estoy dispuesta a responderlas, pues me he decidido a dar la cara por mi familia, porque todo esto es mi culpa.

CAPÍTULO 74: Dando la cara.

—Señorita Hikari, cuéntenos, ¿dónde estuvo todo este tiempo? ¿Por qué nadie ha sabido de usted hasta ahora?

—Ino, no tienes que responderles —Alexis me susurra—, mejor espera hablar con el abogado.

No hago caso al consejo de Alexis y tomo un gran respiro antes de responder las preguntas.

—Toda mi vida se dio dentro de un monasterio, fui una monja de clausura, lo que significa que viví lejos de mi familia.

—¿Por qué salió del monasterio? ¿La expulsaron?

Aquella pregunta me hace recordar como perdí la serenidad de mi vida; todo fue por culpa de Dimitri Paussini, el apareció y todo mi mundo se derrumbó.

—No pienso hablar de mi vida privada.

—Señorita Hikari, ¿usted cree en la inocencia de su familia? ¿Qué tanto sabe del caso de la granja?

Y aquí vamos, directo a la candela, llegó la hora de hablar del tema del momento.

—Sé que mi familia es inocente, todos ellos están tras las rejas de manera injusta, aun cuando Dimitri Paussini ha aceptado sus crímenes, él ha confirmado frente a toda Inglaterra ser el propietario de aquella granja, y aun así la policía metropolitana de Londres no deja en libertad a mi familia. Esto es una injusticia, esto solo es una psicosis por parte de los jefes de la policía, pues para ellos el capturar a mi familia ha sido un reto, una meta que necesitaban cumplir para llenar sus orgullos.

—Señorita, hablando de los jefes de la policía, hace unos minutos se dio a conocer la trágica noticia de una explosión que ocurrió en la residencia del jefe de investigación, ¿cree que Dimitri Paussini tenga que ver en esto?

—Estoy igual que ustedes —respondo, trago grueso y bajo la mirada con mucha tristeza—, desconozco lo que pudo haber pasado, no sé si fue un accidente o un asesinato. —Levanto la mirada hacia las cámaras—. Es lamentable enterarse de tantas muertes, espero y todos los fallecidos logren estar en paz en el reino del señor.

—Señorita Hikari, usted dice que su familia es inocente, pero ¿Qué nos dice de Ermac Hikari? A su hermano lo encontraron en el lugar al momento de la redada.

—No pienso hablar de los problemas de adicción que tiene mi hermano, solo quiero pedir a las autoridades responsables que dejen libre a mi familia, ellos son inocentes, no tienen por qué pagar por los crímenes de Dimitri Paussini. Por favor, señores, seamos justos y respetemos los derechos que tienen estas personas, estamos hablando de ancianos —necesito sollozar, así me veré más creíble—, de una madre que desea pasar el primer día del año con su hija, de trabajadores de la familia, de personas que ni siquiera comprenden el por qué están encerrados.

—Hikari, hay rumores que dicen que están planeando un escape para liberar por lo menos a Delancis Hikari ¿Qué mensaje tiene para estas personas?

—Que mi familia no es una organización criminal —logro soltar una lagrima—, ellos van a salir libres y lo harán de forma legal.

—¡Señorita Hikari…!

—¡No más preguntas por hoy! —Alexis abre la puerta delantera del auto y me da un pequeño empujón para que entre.

Entre los empujones y el sofoco de los reporteros, logro entrar a la camioneta. Ya estado dentro pongo el seguro de la puerta.

Alexis corre hacia la puerta del conductor y, mientras tanto, los fotógrafos y los camarógrafos insisten en tomarme fotos y grabarme a través de los vidrios ahumados de la camioneta.

—Vámonos de aquí —Alexis enciende el motor del auto y enseguida empieza a avanzar con mucho cuidado, en medio de los fotógrafos y de los reporteros que obstruyen el paso del auto— ¡Maldición! ¡¿Acaso no piensan quitarse?!

—Son muy insistentes, ¡¿Qué más quieren oír de mí?! 

Esta situación aumenta mi estrés.

Por fin logramos dejar atrás a todos esos intensos, el auto avanza con normalidad por las calles de Londres.

—Amiga, te aviso que te acabas de convertir en la versión monja de Beyonce.

—No, no quiero ser famosa —le digo en tono jocoso.

—¡Estuviste fantástica! Hasta yo me creí esas lágrimas. De seguro todo Reino Unido creerá eso de que somos una familia inocente, te viste muy contundente.

—Tenía que hacer algo por mi familia, después de todo, esto es mi culpa…

—Un momento… ¿Cómo que tu culpa? —pregunta viéndose intrigado.

Le conté todo a Alexis, le expliqué como fui utilizada y engañada por Richard Kross y eso me hace sentir muy apenada. Cada vez que revivo tales hechos me doy cuenta lo estúpida que soy y lo bien que combina mi nombre con mi personalidad, soy algo impresionante.

—¿Y a dónde vamos, Alexis? —pregunto sintiéndome depresiva.

—Vamos a buscar a los abogados de la familia. El bufete de abogados no está muy lejos de aquí.

—Ok.

—Ino, después de salir de ahí vamos a ir a reunirnos con los líderes de los clanes, ellos exigen hablar con un miembro de la familia, quieren saber cómo van a continuar las cosas en la calle.

—¡¿Qué?! ¿Me vas a hacer hablar de tráfico y venta de sustancias ilícitas? —Me estoy asustando, no quiero meterme en esos asuntos.

—Lo siento, pero eres la única Hikari que está libre, tienes que pararte frente a ellos y darles tranquilidad.

—¿No puedes hacerlo tú?

—Lo intenté, pero ellos quieren escuchar a un miembro de la familia.

¡Jesus celestial! Yo no tengo el valor para hablar con los lideres de los clanes, ¿Qué debería decirle?

—Bueno…, es que… yo no sé, Alexis.

—Por ahora cambia esa cara de espanto y prepárate para hablar con los abogados, esta es la única forma que tenemos pasar sacar a todos de la jefatura.

—¡O-Ok!

Que yo quede a cargo de todo, me hace sentir como la señora de la mafia, la madre del crimen, ¡y eso me aterra! Ni siquiera sé cómo pararme frente a ellos, ¿Debería poner una cara de mujer ruda? Tal vez sea buena idea entrecerrar mis ojos, arrugar mi entrecejo, cruzar mis brazos y evitar sonreír, sí, justo como lo estoy haciendo ahora, creo que estará bien verme así frente a los líderes.

—¡Wow, Llegamos rápido y sin tráfico! —Alexis se escucha animado.

—Cierto, es un milagro.

Alexis voltea a verme y se me queda viendo algo desconcertado.

—¿Por qué me respondes con cara de mala?

—¡Oh, no, lo siento! —me sonrió apenada.

El auto entra a los estacionamientos subterráneos de un edificio, puedo notar que aquí dentro hay varios estacionamientos libres, es por eso que no se nos dificulta estacionarnos. Hemos dejado la camioneta estacionada a un lado del acceso al elevador. Nos bajamos y luego subimos al elevador. En un par de minutos nos encontramos frente a un portón elegante, de molduras que asemejan altas y gruesas columnas griegas, y en la parte alta de la puerta está un letrero con el nombre del bufete de abogados. Alexis toca un timbre; no demoran en levantar el sistema de seguridad de la puerta para permitirnos entrar.

Es un local pequeño, pero muy bien decorado, frente a la entrada está el mueble de la recepción, y detrás de este se encuentra una mujer de corta cabellera castaña que viste ropa de oficina. Ella nos ve entrar e inmediatamente se sonríe con gentileza.

—Buenos días, señor Evans, un gusto volver a verle —le saluda la recepcionista.

—Buenos días, Margaret, tenemos cita con el abogado Walker.

La recepcionista desvía su atención hacia mí, se me queda viendo de arriba abajo.

—Inocencia Trevejes, un placer conocerle.

Es un gusto volver a escuchar mi nombre, como tiene que ser.

—Hola, igual es un placer, Margaret.

—Ya les anuncio.

La recepcionista levanta el teléfono y se comunica con el despacho del abogado que nos va a atender.

—Licenciado Walker, El señor Evans y la señorita Trevejes están aquí —dice sin perdernos de vista—… Ok, entendido. —Ella cierra la llama y nos vuelve a sonreír—. Dice que pueden pasar.

—Ok, gracias —Alexis se va por el pasillo que está hacia la izquierda y yo le sigo atrás.

Nos paramos frente a la puerta que está en el fondo del pasillo, Alexis gira la perilla hasta abrirla, entra a la oficina y mantiene la puerta abierta permitiéndome pasar.

Esta es una oficina con un ambiente de naturaleza pura, todo es tan verde, aquí dentro hay muchas plantas, algunas paredes tienen acabados con piedras en tonalidades marrones y el piso está completamente revestido con madera. Tras un escritorio de caoba rojizo y parado frente a un alto ventanal está esperándonos un señor que roza la vejez, es alto, de traje fino y postura elegante, tiene una cabellera grisácea muy bien acicalada, ojos azules y sonrisa que refleja absoluta seguridad.

—Por fin logro conocer a la única Hikari sobreviviente en esta historia —dice con una gran sonrisa—Inocencia Trevejes, es un placer conocerte. —Me extiende su mano.

—Gracias por recibirnos. —Estrechamos las manos.

—No agradezcas, siempre le doy prioridad a la familia Hikari, ustedes son mi mejor cliente.

—Oh, ya veo.

—Ahora debemos concentrarnos en revolver este asunto lo antes posible, no queremos que su familia acumule más noches en la jefatura, así que, por favor, tomen asiento —pide señalando dos sillones que tiene frente al escritorio.

Ambos tomamos asiento y esperamos las indicaciones del abogado Walker.

—Verán —empieza a hablar mientras se sienta en su silla—, no es un caso complicado, tenemos a un «Dimitri Paussini» que ya ha aceptado la culpa de todo, mi pregunta es: ¡¿Cómo le hicieron?! —se ve muy impresionado.

—Bueno, imagínese que esta chica se ha convertido en una personita muy cercana a los Paussini. Digamos que Dimitri Paussini haría cualquier cosa por mi estimada…

El abogado suelta un par de risas.

—Esa se ha convertido en la estrategia clave de las Hikari ¿verdad? —el abogado me sonríe de medio lado—. Es increíble como has logrado que Dimitri Paussini se tire la soga al cuello por sí solo; eres toda una mente, mujer.

Alexis me ha presentado frente a este señor como una mujer traicionera, como una mujer que fácilmente podría jugar con los sentimientos de las personas, y ni tan siquiera logro acercarme a eso, porque lo que siento por Dimitri es verdadero. No creo que haya necesidad de corregir a este señor, no importa lo que piense de mí, lo que necesito ahora es buscar soluciones para sacar a mi familia de las celdas.

—Entonces… ¿Usted puede lograr que liberen a toda mi familia?

—A toda no, Ermac es un caso complicado, pues él fue aprendido en el lugar de los hechos.

—¿Por cuánto tiempo Ermac podría estar detenido?

—Sea quien sea el juez, podría ponerle hasta unos catorce años por fabricación y tráfico de drogas.

—¡Catorce años! —grito y de inmediato me tapo la boca con las manos.

—Pero no se preocupe, haré todo lo posible para librar a su hermano de esos cargos. Vamos a analizar las debilidades del caso e intentaremos crear pruebas que desestimen los delitos por tráfico y fabricación de droga.

—¿Crear pruebas? —le pregunto sintiéndome algo confusa.

—Claro.

—Él está al tanto de todo, Inocencia…, de «todo» —recalca Alexis.

—Ya veo.

—Si llega a conseguir algún otro acuerdo con Dimitri Paussini, me mantiene al tanto, por favor —sonríe apretando los labios—. Paussini podría hacer declaraciones que terminen ayudándonos para liberar a Ermac.

—Comprendo.

—Por ahora, mi primera movida va a ser: ir a la jefatura de policía y tener una conversación con sus hermanos, necesito sus declaraciones.

—Ok, ¿necesita que haga algo?

—No, por ahora trate de mantenerse lejos del caso, evite dar declaraciones, no actúe por su cuenta, esto puede resolverse legalmente sin ningún problema. Mañana mismo iré a la fiscalía y abogaré por todo ellos.

—Perfecto, esperemos y todo salga bien.

—Téngalo por seguro, todo va a salir bien.

Nos despedimos del abogado y salimos del bufete de abogados. Justo ahora vamos en el auto rumbo al supuesto escondite donde se hacen las reuniones con los clanes; Alexis ha enfatizado mucho en: «no hablar de este lugar con nadie, no dar direcciones ni nada que comprometa la ubicación», incluso se aseguró de que no llevara celulares conmigo.

Entramos a un lugar que parece ser un taller de chapistería de autos, el local se ve un poco polvoriento y las paredes grasosas, el sonido de los martillos son estruendoso y el olor a pintura y a aceite de motor es notable. Puedo suponer que las reuniones se dan en algún tipo de habitación secreta, esta es mi lógica de futura mujer mafiosa.

—¡Ey, viejo Mayer! —Alexis va hacia donde está trabajando un señor de piel morena, alto, flaco y calvicie en la coronilla de su cabeza.

—Alexis, ya era hora que llegaran —ambos se abrazan de manera fraternal.

—¿Ya estamos todos? —le pregunta Alexis.

—Los Williams ya están esperándonos.

—Perfecto.

El señor Mayer se me queda viendo mientras mantiene su amplia sonrisa.

—Usted debe ser Inocencia Hikari.

Podría corregirle mi nombre, pero mientras íbamos en el auto, una de las cosas que me dijo Alexis es que frente a los clanes me deje llamar por el apellido Hikari, dice que ellos necesitan el apellido al mando.

—Es un gusto conocerle señor Mayer —extiendo mi mano con firmeza y él la estrecha.

Puedo notar que tiene su mano desaseada y un poco grasosa, pero no importa, no es algo que me moleste.

—Venga y conozca nuestro rinconcito oscuro.

—Claro, vamos.

Otra cosa que me dijo Alexis es que el Señor Ben Mayer es el líder del clan Myer, tiene una hija de 21 años que, de vez en cuando, cuida de Marisol. Alexis también me dijo que este señor es un buen mecánico, él se encarga de hacer mejoras a nuestros autos y de algunas otras ingenierías mecánicas, dice que la mecánica es su pasión.

Caminamos hacia el fondo del taller. Luego entramos a una puerta que da acceso a una oficina de infraestructura metálica. Frente a la puerta y en el centro de la oficina están tres sofás de cuerina negra que reposan sobre una alfombra abstracta de color gris, en la esquina izquierda está una escalera metálica y en la otra esquina se encuentra un escritorio negro que está frente a un par anaqueles metálicos. Por lo menos, aquí dentro se ve más limpio y mejor ordenado que allá afuera.

El señor Mayer camina hacia a un lado de la escalera metálica y se para frente a una llanta de rines lujosos que está colgada en la pared, presiona la tapa de la válvula de la llanta y, de repente, frente a nuestros ojos, parte de la escalera metálica empieza a plegarse hacia arriba, mostrando bajo ella el acceso a una puerta creada con el mismo metal.

—Esto es sorprendente… —no puedo ocultar mi asombro.

La puerta tiene un sistema de seguridad biométrico que permite acceso solo con huellas dactilares, el señor Mayer pone su dedo sobre la maquinita y al instante la puerta se abre.

—Por favor, pasen por aquí —invita sonriente.

Todos cruzamos la puerta y, luego de caminar por un corto pasillo, damos con aquel rinconcito oscuro que mencionaba el señor Mayer, y sí que es oscuro…, me recuerda un poco a aquel sueño extraño que tuve hace días, cuando mi versión oscura estaba reunida frente a un tablero de monopolio. Puedo notar que la parte baja de las paredes están tapizadas con molduras de madera oscura y estas soportan varias lámparas en forma de candelabro; de un lado está un estante de madera que se ve repleto de archivos y cajas misteriosas; en el otro extremo está un bar con unos cuantos vasos y copas encima, y tras este está, incrustado en la pared, un mueble con una gran variedad de botellas de licores; en el centro de todo está una larga mesa ovalada que está rodeada de sillas, y sentado en una de las sillas están dos hombres de facciones asiáticas.

—Nos volvemos a ver Inocencia. —Logro reconocerlo, aun cuando mis recuerdos son algo confusos, puedo asegurar que este es el mismo chico que conocí en la discoteca. Él se levanta de la silla, camina hacia mí, me toma de la mano y la besa—. No sé si me recuerdas, soy Mikael Williams.

«Inocencia, recuerda, cara de chica mala».

—Claro que te recuerdo, Mikael —sonrió de manera torcida.

Tengo que verme ruda frente a ellos, como una mujer respetable. De inmediato, desvió la mirada hacia donde está sentando el otro chico.

—Me alegra conocerte, Inocencia Hikari. —Es un asiático de mentón amplio y varonil, es más pálido que Mikael, de cabello corto y algo despeinado, es de estatura mediana y de cuerpo robusto. También se levanta de la silla, viene hasta donde estoy y me extiende su mano esperando que la estreche—, mi nombre es Briam Williams.

He escuchado varias veces ese nombre, este es el líder del clan Kamikaze, el clan más grande que controla la familia Hikari.

—He escuchado mucho de ti, Briam, es un gusto conocerte —le estrecho la mano.

CAPÍTULO 75: No estaré sola.

Una oleada de poder a llegado hasta mis pies y, como agua de mar que borra las huellas, me hace temer por el olvido de aquellas grandes obras caritativas que dejé en mi pasado, por mi humildad, por el desvanecimiento de mi bondad y el de mi misericordia. No puedo olvidar quien fui, porque es lo que más valoro en mí y es lo que deseo conservar por siempre conmigo... Claro, eso después de que termine la reunión en esta especie de guarida secreta de supervillanos.

—Por favor, empecemos rápido, tengo cosas importantes que hacer —hago la solicitud extendiendo mis manos y ellos obedecen de inmediato.

Por cierto, sí tengo algo importante que hacer, cuando salga de aquí iré a enfrentar a Dimitri Paussini.

—Antes que todo… ¿Desean algo de tomar? —pregunta Mayer.

—Sí, sí por favor —los Williams responden.

Mayer se levanta de su silla, camina hacia donde están el bar de madera verde musgo, abre una de las vitrinas que cuelga en la pared y empieza a sacar unos cuantos vasos de vidrio y una botella de licor. Luego vierte el alcohol en los vasos.

Soy la primera en recibir un vaso. Mayer lo pone frente a mí, sobre la mesa.

—«Rye Whiskey», por si no lo sabía, señorita Inocencia, este era el trago favorito de su padre —comenta Mayer.

La curiosidad por conocer el sabor que llegó a sentir mi padre me lleva a tomar un trago inmediato, es un licor suave, en su dulzura puedo sentir un sabor a frutas y a miel. Se deja tomar fácil, es un verdadero deleite.

—¡Vaya! No siempre sacamos esa botella —agrega Mikael, yo volteo a verla y él, antes de tomar un trago del vaso, se percata de que le estoy viendo y me guiña un ojo.

—Mikael, esta es una ocasión especial —dice Mayer—. Por primera vez una Hikari que no es Delancis está frente a nosotros, una que en su pasado fue una buena mujer.

—¿«Fue»? Aún soy una buena mujer.

Todo se echan a reír tras mi afirmación, y yo no le veo la gracia. Me les quedo viendo sintiéndome algo confusa…, y ahora presiento que ellos no creen en mi bondad.

—Sabemos lo ruin y lo despiadada que puedes ser, Inocencia Hikari. —Briam toma un trago de su vaso y luego continúa hablando—. Usas esa fachada de mujer religiosa y engañas a tus víctimas, luego le traicionas por la espalda y los arrinconas para controlarlos.

—¡¿De dónde sacan eso?! —pregunto con una sonrisa llena de asombro, este embuste sí que me causa gracia.

—Es lo que se rumorea dentro de los clanes, y ahora con las noticias de hoy se confirma que también usaste la misma estrategia para engañar y hostigar a Dimitri Paussini. Es increíble como lograste que la mafia rival se echara la culpa de los crímenes de nuestra familia.

—Sacar a tu familia y meter a otra, es un plan brillante —agrega Mikael.

—Eso no…

—¡Estas hablando de una Hikari! —me interrumpe Alexis, quien se ve molesto frente a aquellos rumores—. Ten más respeto, ahora es ella tu jefa.

—Vamos Alexis, conocemos como se mueven las Hikari, seducen a sus víctimas y luego les traicionan, solo que eso a Delancis no le funcionó —Briam vuelve a reír.

—Delancis se disparó en el pie —Mikael igual ríe con descaro, y eso me prende en colera.

¿Cómo se atreven a burlarse de mi hermana?, ¡y en mi cara!

—¡YA BASTA! —Con mis manos golpeo encima de la mesa y con mucha tensión me levanto de la silla—. ¡No voy a permitir que se siga hablando mal de mi familia ni aquí ni en las calles!; tampoco voy a dejar que se ensucie mi nombre, si va a decirse algo sobre mí, ¡que sean cosas buenas, por favor! —mi enojo mantiene a todos callados—. No quiero que la gente me tema, que al verme piensen en mí como una mujer traicionera, porque no lo soy. Así que tú… —señalo a Briam—, lo primero que vas a hacer es limpiar el nombre de mi familia, también quiero que desmientas todo eso que se habla de mí en los clanes, que te quede claro, Briam, no pienso ser la nueva supervillana de la ciudad, quiero ser la heroína.

—O-Ok…

—No quiero que la gente siga temiendo a los Hikari, quiero que nos amen.

—Eh… disculpa, Inocencia —Mikael levanta la mano para pedir la palabra, yo se la sedo—. Los Hikari no podemos ser amados, necesitamos que nos teman, solo así seremos respetados en las calles.

Niego con mi cabeza agachada mientras me sonrío con cinismo. Luego levanto la mirada y conecto con los ojos de Mikael, Briam y Mayer.

—Aquel que diga que el respeto se gana atormentando las almas, está muy equivocado, no hay nada más despreciable que el respeto que nace del miedo. Por lo que sé, los Paussini tienen el apoyo de gran parte de la policía, los Diamond tienen la protección de todos los clanes de Londres, nosotros tendremos el respeto y la admiración del pueblo, porque la voz de toda una ciudad es más fuerte que un puñado de policías.

—Concuerdo con Inocencia —agrega Mayer—, un pueblo hostil fácilmente puede amansar a este gobierno, estoy seguro que esto podría ayudarnos bastante en un futuro.

—Ya Paussini sembró las dudas en la mente de las personas —continúa Alexis—, muchos deben estar preguntándose si realmente son buenos los Hikari, por tal razón debemos continuar con esto, tenemos a una líder con antecedentes de mujer puritana, hacer cosas buenas puede ser mejor visto a partir de ahora.

—¡Claro, hagamos obras de caridad!

Mi idea fue tomada en cuenta y analizada por un corto tiempo, no demoraron mucho en aprobarla, y eso me alegra bastante, tal vez ellos lo vean de otra forma, pero yo estoy feliz porque tengo en mente muchas organizaciones benéficas para ayudar.la 

La reunión continuó, pues el motivo de estar aquí era otro. Me tocó escuchar todo aquel enredo que se ve el mundo de las mafias:

Mayer me han pedido reducción de un supuesto impuesto de protección, él me mostro un documento que detalla todo y, luego de comparar los totales con los de propuesta, me pareció muy poca la diferencia, así que le aprobé la reducción y firmé los documentos.

Briam habló sobre el transporte de unos cinco conteiner con doble fondo y una posible emboscada por parte de la policía, es obvio que se trata de tráfico de drogas, así que no tuve problemas en cancelar aquellos viajes y asegurar la libertar de esas personas.

—Queda por atender un asunto importarte, ¿Ya encontraron embarcación para el traslado de las trabajadoras sexuales? —Alexis agrega un nuevo tema a la reunión.

Cierto, esas deben ser las chicas que van a trabajar en el nuevo negocio de la familia, el burdel que está por abrir pronto, creo que su nombre era: «La rana que baila».

—Sí, Alexis —le responde Mayer—. En aproximadamente una semana estarán desembarcando en el puerto de Bembridge, eso es en la Isla de Wight. Ahí le estará esperando Bill Ferguson para entregarle sus documentos de identidad.

—Que supongo, son falsos.

—Pues claro, Inocencia —confirma Mikael.

—Luego de eso, las chicas serán transportadas hasta Londres. Les puedo asegurar que no habrá complicaciones en la logística planeada —dice Mayer.

—Es bueno saberlo —doy un corto respiro—, la sacamos de las calles y no es para que terminen en la cárcel… Por cierto, ¿esas mujeres ya cuentan con un lugar donde quedarse?

—Sí, Inocencia, no te preocupes por eso —Mikael asiente a mi cuestionamiento—. Todas ellas estarán alojadas en un edificio residencial, tu hermana me pidió encontrar la mejor opción y eso fue lo que hice. Aquella residencia está entre las nuevas propiedades de Delancis Hikari.

—Muy bien. —Con gratitud, sonrío frente a todos—... ¿Algo más que se necesite atender hoy?

La reunión por fin termina, y así, uno por uno empieza a dejar el escondite. Los primero en salir son los Williams, le sigue Mayer y, de últimos, salimos Alexis y yo.

Al regresar al taller, ambos nos despedimos de Mayer, salimos del lugar, nos subimos al auto y, luego de acomodarnos en los sillones, nos quedamos en silencio en un corto periodo de tiempo.

—Estuviste muy bien. —Alexis voltea a verme y me sonríe—, Al primer instante se te intentaron trepar y tú no te dejaste. Señorita, usted tiene el Don del liderazgo.

—No es para tanto —me sonrío apenada.

—No miento.

Alexis enciende el motor del auto y enseguida empieza a salir de los estacionamientos que están frente al taller.

Fijo mi mirada en el cielo de la tarde y hago una respiración honda para tranquilizar mis tensiones, ya no vale decir que hoy he tenido un día agotador y estresante, porque siempre ha sido así, ya podría estar acostumbrándome a todo este ajetreo.

—¿Hacia dónde nos dirigimos? —me pregunta Alexis.

—No puedo llevarte hasta donde está hospedando Dimitri, así que déjame cerca de la Bentall Center, yo tomaré un taxi.

—Pensé que no regresarías con ese tipo.

—Solo quiero que me confirme si es el responsable de aquel atentado.

—¿Y después qué?

—Si todo es cierto, entonces buscaré otro lugar donde quedarme.

—Si quieres, puedes quedarte conmigo en mi apartamento.

—No sabía que tenías uno.

—Recuerda que la mansión Hikari no es de mi familia, Inocencia. Ese apartamento es una de las pocas propiedades que tengo, es mi espacio.

—Claro, comprendo… Tener lo tuyo.

—¿Entonces que dices, espero tu llamada?

—Sí, te estaré avisando. Solo dame tu número de celular para contactarte desde un teléfono público.

—¿Dónde está tu celular?

—En la mansión Hikari, con todo el revuelo de ayer no me dio tiempo para ir a mi recámara a buscarlo.

—No te preocupes por eso, mandare a algunos del clan kamikaze para que se filtren en la mansión y traigan tu celular.

—Pero… ¿no que la mansión está siendo custodiada por policías?

—Tu tranquila, contamos con miembros muy escurridizos, entrarán sin problemas.

—Bueno, ok.

Al llegar a Bentall Center le pedí a Alexis que me dejara frente a una de las entradas que dan al interior del Mall. No pasó ni un minuto de haberse ido Alexis, cuando conseguí que me llevara un taxi, fue un gran logro, supongo que es porque esta vez no se trataba de la dirección de la mansión Hikari.

Al llevar un buen tramo de carretera noto que el taxista no ha dejado de verme a través del retrovisor central del auto, y eso ya me está incomodando.

—Disculpe usted, señorita, pero creo que he visto su rostro en algún lugar.

—¿Le suena el apellido «Hikari»?

—¡La monjita, claro! —dice chasqueando los dedos.

—La mismísima —afirmo sonriéndole.

—Espero y su familia consiga la libertad que se merecen, yo creo en usted, señorita.

—¡Wow! Gracias por su apoyo —sus palabras me roban otra sonrisa, una más amplia.

Hoy las calles han estado libres de trágicos, pues, al ser un día feriado, es normal que la mayoría de las personas no estén laborando. Hemos llegado rápido a nuestro destino, y todo gracias a lo despejado que están la calles y, sobre todo, gracias a la velocidad del taxista. Pagué el viaje con el poco dinero que me quedaba y, luego de entrar al edificio, caminé con mucha prisa hasta los elevadores. Justo ahora me encuentro frente a la puerta del departamento de Dimitri, rápidamente toco el timbre de la puerta y espero que me abran.

La perilla de la puerta gira y al instante esta se abre frente a mí, bajo la entrada aparece el alto y robusto cuerpo de Marco.

—Me alegra verte de regreso, Inocencia —Marco me saluda, pero mi mente está ardiendo en furia, le paso a un lado y empiezo a buscar a Dimitri—. Dimitri ya se empezaba a preocupar por ti.

—¡¿Dónde está?! —pregunto sintiéndome furiosa. 

Abro la puerta de su habitación y no lo encuentro.

—Dimitri está en la terraza.

Corro hasta la puerta que da a la terraza, me detengo frente a ella y, antes de abrirla, doy media vuelta para fijar mi atención en Marco.

—¿Nos dejas solo? Por favor.

—Ok, no hay problema —Marco se dirige hacia la puerta principal. Luego sale del departamento.

Bien, a lo que iba…

Giro buscando la puerta de la terraza y sorpresivamente termino chocando contra un pecho masculino, mi nariz termina impregnada con aquel suave y varonil aroma que caracteriza a Dimitri.

—Flor de jazmín —me toma de la cintura—, por fin llegas.

Doy un par de pasos hacia atrás y con rudeza me suelto del agarre de sus manos. Levanto la mirada y con desprecio conecto con la claridad de sus ojos.

—Fuiste tú ¿verdad?

Dimitri cierra la puerta de la terraza tras su espalda y sin perderme de vista intenta hacerse el desentendido. Viene caminando hacia mí y yo le retrocedo con cada paso que da, pues no quiero que me vuelva a tocar con esas manos de infanticida.

—¿De qué hablas, corazón?

—Dimitri, no te hagas —le respondo entre dientes—… Explotaste una casa con toda una familia dentro.

Dimitri me desvía su mirada y se sonríe con ironía.

—Inocencia, ¿todo esto es por aquel atentando? —me pregunta indignado, con su singular e irritante sonrisa.

—¡RESPONDE! —le grito mientras empiezo a sollozar, a aguantar las lágrimas—… ¡¿Fuiste tú quien mato a la familia de Richard?!

Aquella expresión de hombre sorprendido ha cambiado a una más caótica y desquiciada, Dimitri ha borrado su sonrisa, muestra unos ojos exaltados y llenos de furia.

—¿Te preocupas por él?

—¡RESPONDEME, ¿SÍ O NO?!

—¡SÍ! —su grito es un ronco estruendo que recorre todo el apartamento—… ¡Ese desgraciado tenía que pagar por sus insolencias!, por retarme a que me entregara a la policía, por engañarte de tal manera y por ponerte las manos encima.

Es eso lo que más le molesta, le mortifica el hecho de que Richard recorrió mi piel con sus manos, que sus labios apretaron los mío y que me hizo su novia; es el mismo cólera que le costó la vida a aquel hombre que se propasó conmigo aquella vez que estuve en la mansión Paussini.

—¿Por qué fuiste contra su familia? —No logro aguantar mis lágrimas.

—Porque se merecía algo peor que la muerte.

Sintiéndome algo aturdida por tal aceptación, le doy la espalda y camino hacia donde está el sofá de la sala, me siento apoyando mis codos sobre mis rodillas e intento desahogar mi decepción en puro llanto.

No estaba preparada para soportar tanta tristeza… El pecho aprieta tanto que hasta duele.

Ha pasado un par de minutos desde que Dimitri me lo confirmó todo y no he vuelto a escuchar su voz, no sé si aún sigue en el apartamento o si se fue para más nunca regresar. Lo único que sé es que no quiero volver a verle, no quiero tenerle cerca nunca más, es mejor que él y todo su desalmado mundo se mantenga muy lejos de mí. Es mejor irme.

—Te traje té —es la voz de Dimitri, él aún sigue aquí, y al parecer estuvo haciendo té todo este tiempo.

Le veo poner la taza de té sobre la mesita de café para luego arrastrarla hasta dejarla frente a mí.

—Recuerdo cuando dijiste que jamás harías algo que me hiciera sentir culpable —digo cabizbaja.

—Lo sé —Dimitri se agacha frente a mí, me toma por las mejillas y seca mis lagrimas con sus pulgares—, soy un mal hombre, y es algo que ni siquiera he intentado cambiar… Así de malo soy.

No quiero verle a la cara, así que, por más que él insista, evito encontrarme con sus ojos.

—Sabía lo que eras, pero nunca me imaginé que llegarías a tales niveles. —Me levanto del sofá y me alejo de él dándole la espalda—. Eres el egoísmo mismo. Solo piensas en ti. Todo se basa en tus rencores y tus celos.

—Inocencia, por ti haría lo impensable…, intentaré ser mejor para ti.

Me doy media vuelta y decido buscar sus ojos.

—Eres un suelo infértil, un jardín condenado donde nunca podrían nacer las flores.

Mis ganas de llorar no me permiten decir una palabra más, vuelvo a darle la espalda y camino hacia la puerta principal del apartamento.

—Espera… ¿A dónde vas? —pregunta con un tono lleno de preocupación.

—Me voy lejos de ti, Dimitri —me ha costado bastante decirlo.

Le escucho correr tras mí, vuelvo a girar para buscarle y me sorprende al agarrarme de la muñeca del brazo.

—Sí sabes que no te voy a dejar sola, ¿verdad?

—Jamás estoy sola, Dimitri. Dios siempre está conmigo.

CAPÍTULO 76: En el apartamento de Alexis.

Ni siquiera tengo motivos para sentirme decepcionada, porque acepte estos sentimientos aun sabiendo que terminaría metida en el hocico de Belcebú. Toda mi vida he peleado para mantenerme lejos de la oscuridad, y al final terminé yendo hacia ella, la abracé y nos hicimos uno, la amé y ahora se me hace difícil poder desprenderme de esta agonía, de no estar más con él.

Maldita adicción a almas perversas.

Salgo del edificio residencial caminando bajo un cielo que empieza a oscurecer y a sentirse más frío.

De repente, por las aceras se ve venir un puñado de personas, al parecer, provienen de alguna actividad deportiva, ya que vario traen puestos uniformes de futbol. Se me hace difícil el aguantar las lágrimas frente a todas estas personas, pues se requiere de mucha concentración y de cierta alquimia espiritual, porque toca transformar un alma devastada en una serena y un sollozo en un sonriente saludo.

¿Acaso no se les hace extraño el hecho de que Dimitri no esté correteándome para detenerme, de que no haya enviado a alguien para así mantenerme secuestrada con él? Me resulta un poco extraño, él me ha dejado ir y, bueno…, eso es lo único que podría agradecerle por ahora.

«Maldición, ya no quiero seguir pensado en él. Mejor me concentro en buscar un teléfono público, necesito contactar a Alexis para que me pase a buscar».

Sigo caminando una cuadra más hasta que finalmente logro encontrar un teléfono, marco el número que me dio Alexis y enseguida empieza a repicar el tono.

—Hola, ¿Con quién hablo?

—Hola Alexis, soy Inocencia —ya logro reconocer el tono de voz de Alexis.

—Inocencia, dime, ¿te paso a buscar o no?

—Sí, por favor. Ven por mí.

—Bien, dame la dirección para ir a recogerte.

Alexis es un hombre demasiado eficiente, le di la dirección y no demoró en llegar a recogerme. El auto se estaciona a la orilla de la calle y el vidrio oscuro de la ventana del copiloto empieza a bajar lentamente, desde aquí fuera veo como Alexis agita su mano saludándome; enseguida abro la puerta delantera y entro al auto sentándome en la silla, en silencio, sumergida en depresión.

—Veo que las cosas salieron tal como lo presentías.

—Dimitri ha tomado mi vida y la ha quebrado por completo.

—Sabes..., a veces es necesario que algo se quiebre para que algo nuevo nazca, como un pollito que quiebra un huevo al nacer, está naciendo tu nueva oportunidad. Verás que este será un nuevo inicio para ti.

—Espero y así sea.

Alexis se mantiene en silencio durante todo el viaje queriendo respetar mi duelo. La noche nos alcanza mientras vamos entrando a los estacionamientos de un alto y elegante condominio que está en el centro de Londres, esto aquí debe de haberle costado un dineral, no hay dudas de que la familia le paga muy bien.

Al entrar a la recepción del edificio, noto que el lugar está prácticamente vacío. Aquí solo está el recepcionista, quien al vernos llegar nos recibe con una amplia sonrisa.

—Señor Evans, es un gusto verle por aquí.

—Hola Tobías.

Alexis va hasta la recepción y le estrecha la mano al recepcionista. Luego me hace señas para avanzar hacia el área donde está el elevador, nos subimos en él y en menos de dos minutos nos encontramos entrando a un largo pasillo que tiene dos puertas de apartamento, caminamos hasta llegar frente a una de las puertas, Alexis saca las llaves de su pantalón y luego abre la puerta.

—Bienvenida a mi hogar —dice mientras extiende su mano invitándome a pasar.

Entro al apartamento y Alexis me sigue atrás.

No puedo obviar lo bien que se ve el interior de su hogar: las paredes de la sala están pintadas de color blanco hueso y algunas otras de color azul navy; el suelo está revestido con madera color maple, con el mismo tono de la madera están un par de estantes y un librero que está esquinado en la pared. Aquí hay varios adornos referentes a la marina, en el librero puedo contemplar un gran velero de madera a pequeña escala, una cerámica con forma de ancla, varios caracoles y a un lado un par de retratos.

—Alexis, tu casa es muy bonita.

—Gracias, cuando no tengas donde quedarte puedes venir aquí, esta también es tu casa.

—Muchas gracias, es bueno contar con eso.

—Ven, sígueme.

Alexis me lleva a un costado del apartamento. Vamos caminando por un pasillo que conecta cuatro puertas que, de seguro, son recámaras. Alexis se para frente a una de las puertas y la abre para mí.

—Aquí puedes dormir, usa la habitación como gustes.

La habitación es sencilla, tiene paredes color beige y baldosas de porcelanato color blanco, en el centro está una amplia alfombra de yute marrón, una cama queen con sabanas de estampados abstractos en tonos verde alga, y a un lado de la cama está una mesita de noche que soporta una lámpara dorada.

—Si llegas a necesitar algo, no dudes en decirme —Alexis prende las luces de la habitación—. Ah, por cierto, para mañana tendrás tu celular y también ropa nueva para cambiarte.

Presiento que hay algo en mí que provoca que la gente quiera regalarme ropa… ¡Ah, sí! Mi condición precaria.

—Me has ayudado bastante. —Volteo a verle y me fijo en sus ojos mientras le sonrío—. Déjame hacer algo para recompensarlo.

—Si Mya Diamond te escuchara decir tal cosa —se echa a reír con moderación—, lo de Troya quedaría pequeño.

—¡Por la sangre de Cristo! —me llevo las manos al pecho.

—La sangre de Cristo no es la que correría —sigue riendo mientras da media vuelta para regresar a la sala, yo le sigo atrás.

—Alexis, es mejor que me vaya… —Me rasco la cabeza sintiéndome angustiada—. No quiero problemas con Mya.

—No, no te preocupes, ella siempre suele llamarme antes de venir. Es una manía que tiene.

Por un corto momento me quedo pensativa, pues el diablo es de jugarle trucos extraños a la gente, pero si Alexis insiste en que no hay peligro, entonces creo que podría quedarme, después de todo, no tengo a donde ir.

—Ok, pero si ella te dice que va a venir me avisas, por favor.

—Claro, y te lanzo por la ventana —dice en tono jocoso.

Alexis camina hasta el centro la sala y se lanza sobre el sofá que tiene forma de ele, el cual está frente a un enorme televisor y a una mesita de café, él agarra el control y prende la pantalla.

—Quería hacer algo por ti —digo y después de aclarar mi garganta, continúo diciendo desde un extremo de la sala—, o sea, me refería a preparar algo para cenar.

Alexis ha puesto en la televisión un programa llamado Prime.

De pronto, deja de ver la pantalla y gira a verme sobre el respaldar del sofá.

—OK, solo procura no usar harina ni nada que puedas confundir con cocaína —vuelve a reír haciéndome sonrojar de vergüenza. Es que aún no supero aquel incidente.

—¿Qué tal una ensalada? —sonrío apenada.

—¿Solo si me dices que sabes reconoces una hoja de mariguana?

—Eh… No… ¿Acaso tienes la casa repleta de drogas?

Alexis ríe a carcajadas, se levanta del sofá y camina hacia donde estoy.

—Solo bromeaba. —Lleva su mano sobre mi cabeza y me sacude el cabello viéndose juguetón—. No soy de guardar este tipo de sustancias en mi casa, Inocencia.

—Menos mal.

La noche transcurrió entretenida mientras permanecía distrayéndome en la cocina junto a Alexis. Iniciamos limpiando y sazonando un pollo que luego terminaría cociéndose en el horno, y como acompañamiento decidimos preparar una ensalada griega.

—Acéptalo, Alexis. Estás ayudándome porque sabes que carezco de dotes culinarios.

—Te dije lo de la ensalada griega y creíste que los vegetales venían de Grecia.

Alexis me está ayudando a encontrar los utensilios de cocina y a picar los vegetales que usamos para preparar la ensalada. Luego de terminar de picar todo, mesclamos los ingredientes dentro de un bol y, por último, revolvemos el aderezo.

—Esto se ve muy bien, hacemos un buen equipo de cocina, Inocencia.

—Concuerdo con eso.

Que ambos estemos preparando la cena me ha ayudado a despejar toda la depresión que he llegado a sentir, me hace olvidar mis tristezas y a sentirme más animada.

—Bien creo que ya está todo listo —dice Alexis mientras da un rápido vistazo sobre la encimera de la cocina.

Ahora que estamos ordenando la mesa, por mi mente llegan recuerdos de mi familia y de aquella primera vez que comí junto a ellos; de seguro la están pasando mal a la hora de alimentarse, esos alimentos que le ofrecen allá deben saber pésimo comparado con sus gustos gourmet. Es que ellos solo comen cosas con nombres raros, por ejemplo: ensaladas con nombres de países.

—¿Pasó algo? —Alexis deja de poner los platos sobre la mesa para concentrarse en mi depresiva expresión—. Has vuelto a poner la carita del burro de Winnie Pooh.

—Es que me gustaría ir a la jefatura para ver a mi familia —respondo con la mirada pérdida en el bol de ensalada que tengo en la mano—. ¿Tan siquiera tienen ropa para cambiarse?

—Yo me he encargado de eso —termina de poner los cubiertos y los vasos—, así que no te preocupes, ya verás que mañana estarán libres.

—¡¿Mañana?! —levanto mi rostro buscando el de Alexis.

—Antes de que llegaras, el abogado me llamó y me dijo que en la tarde de hoy empezó a trabajar en nuestro caso, también me dijo que ha logrado que el juicio se dé mañana.

—¡Mañana! —Dejo el bol de ensalada a un lado del pollo horneado—. Mañana volveré a verlos... ¡Esa es una excelente noticia!

—Por lo que sé, las autoridades no pueden mantener por tanto tiempo a un acusado en detención preventiva, necesitan enjuiciarlos a todos, y como tenemos al mejor de los abogados, puedo garantizarte de que ellos van a salir libre.

—¡¿Por qué no me lo dijiste antes?!

—Porque estaba esperando que te olvidaras del Paussini ese y recordaras lo mal que lo está pasando tu familia, que hay cosas más importantes en que pensar.

—Tienes razón, la familia siempre será primero.

—Exacto.

—¡Oh, Dios mío! Lo dejo en tus manos, señor. —aclamo al cielo. Luego me siento frente a la mesa, junto mis manos, cierros mis ojos y me preparo para orarle a Jesucristo.

—Entonces, ¿vamos a orar antes de cenar? —pregunta mientras se sienta frente a mí.

—¡Claro, hay que agradecerle a Dios!

Luego de disfrutar de la comida nos quedamos platicando en la mesa, recordamos nuestros pasados y lo compartimos entre ambos. Me ha contado sobre sus primeros años con los Hikari, de las travesuras que hacía junto a Delancis y Ermac, de las despampanantes fiestas de cumpleaños y de cómo fueron sus vidas en la escuela primaria. Alexis me ha dado a conocer detalles que desconocía de la infancia de mis hermanos, me hace sentir un poco más cercana a ellos.

—¿Y cómo fue tu pasado con Lottie? —pregunto sonriente y, muy en el fondo, por la curiosidad.

—Bueno… —le veo suspirar profundamente—, Lottie y yo tuvimos una relación amorosa que duró dos años.

—¡Wow!... ¿Dos años?

—Sí, te cuento: Hubo un tiempo en que Don Gabriel me asignó como misión prioritaria ir a New York para proteger a su hija del fuego de la Yakuza; imagínate que tuve que protegerla a escondida de ella, ya que su padre no quería que ella se enterara de que él tenía medio clan protegiéndola. No sé si lo sabes, pero Lottie odia este mundo, jamás aceptó ayuda de su padre, pues ya sabes qué tipo de ayuda recibiría.

—Sí, ya Lottie me ha demostrado aquel odio… Y sabes, yo igual lo aborrezco, pero no puedo dar la espalda a mi familia y no hacer algo para salvarles, intentaré hacer cualquier cosa por ellos.

—Ya cuando te metes en este mundo es difícil dejarlo…, incluso para nosotros.

—Igual lo intentare.

—¿Sí sabes que toda la familia vive de este negocio? —se ve algo inconforme con mis intereses—. No pierdas tu tiempo, no se puede congelar el infierno con una bola de helado.

—Claro, primero debo endulzar el gusto del diablo.

Sacude su cabeza negativamente mientras se sonríe. Luego se levanta de la silla y va hasta el refrigerador para sacar una cerveza, la levanta hacia mí para brindármela, pero yo me niego, no me apetece tomar hoy.

—Creo que mejor me iré a dormir, me siento un poco cansada —digo mientras me levanto de la silla.

—Ok, que descanses bien.

—Gracias, igual descansa, mañana será un buen día.

No tengo pijama ni nada para cambiarme de ropa, así que me toca dormir con la ropa que traigo puesta. Me subo a la cama y entro bajo las cobijas, me recuesto sobre las blandas almohadas y a los segundos siento como el sueño empieza a apoderarse de mí. Los ojos ya empiezan a pesar.


Creo que alguien está tocando la puerta de la habitación, quiero seguir durmiendo, pero el ruido que hace al tocar me lo impide… Quién más podría ser que Alexis.

Me despierto aún soñolienta y me levanto de la cama mientras restriego mis ojos. EL reloj que cuelga de la pared dice ser las 3:00 am. ¡¿Qué carajos quiere a estas horas?!

Voy hasta la puerta, giro la perilla y la abro, Alexis aparece bajo la puerta mostrando un rostro lleno de asombro e inquietud.

—¿Qué pasa, Alexis? ¿Acaso no sabes que estamos en la hora del diablo? No deberías andar deambulando por…

—¡Inocencia! —me interrumpe—. Me acaba de llamar el Sr Mayer.

—¿Y me despiertas a esta hora solo para que hablemos de los negocios sucios? —restriego mi rostro con mis manos.

—No trata sobre eso, Inocencia. Mayer llamó para notificar que Dimitri Paussini acaba de entregarse a la policía, varios de los Mil sombras están buscando protección en el clan Mayers.

—¡¿Qué?! —El corazón casi se me sale por la garganta.

—Esta vez Dimitri no tiene escapatoria, Inocencia. De seguro le van a trasladar a una de las prisiones con mayor seguridad de toda Inglaterra.

—¡¿Pero por qué?!... No comprendo, si mañana es el juicio, ¡mañana mi familia sale de detención!

—Esa noticia aún no ha salido a la luz pública, solo nosotros la conocemos.

En mi mundo, todas mis desgracias se pisan los talones entre ellas, me persiguen como sombras con cadenas mientras se ríen de mí desde la adversidad. Cuando una desgracia me alcanza me agrieta el alma y me susurra al oído la palabra «fatalidad»

CAPÍTULO 77: Tenemos que pensar en un plan.

No recuerdo si fue en una revista o si fue un comentario de algunas de las monjas del monasterio, pero hace tiempo me enteré de que el corazón es lo último en calcinarse al cremar un cadáver, y ahora lo tendiendo, porque el corazón resiste todo, es una reserva de esperanzas que puede liberarse en la última agonía: Cuando todo se desploma puedes buscar en tu corazón, llenarte de fuerza y de espíritu para no dejarte caer por completo.

—Tenemos que pensar en un plan de escape. —Las lágrimas empiezan a caer con libertad propia—. Hay que sacar a Dimitri de prisión —es lo primero que se me viene a la mente.

—Tú, Inocencia Trevejes, ¿hablando de plan de escape? —Alexis se sorprende por mi reacción.

Sé que es un delito y que no es un juego lo que estoy diciendo, pero no encuentro otra solución. Dimitri está completamente desplomado, y en mi corazón siento que aún puedo hacer algo por él, aunque no sea correcto, aunque Dimitri merezca tal castigo por sus crímenes, aunque yo peque y cometa delito, quiero hacerlo, porque yo también soy capaz de hacer estupideces por él.

«Mi corazón está tan lleno de ti, que hasta siento que me estoy pareciendo a ti».

Tal vez así siempre tuvo que ser mi vida, oscura y delictiva. Es posible que durante todo este tiempo la vida me castigara por no quererla, por rechazarla, como cuando Dios te castiga por no aceptarlo a él, de seguro así también es la vida, porque Dios es vida, y de seguro la ley entre ambas es la misma.

—¿Quieres que te traiga un vaso de agua? —Alexis está preocupado, pues no dejo de llorar frente a él, aquí, bajo la puerta de la habitación—… ¿Tal vez un té?

Doy media vuelta y camino rápido hacia el closet de la recámara, del interior saco mis zapatos e inmediatamente me los pongo.

—Inocencia, ¿por qué te estás poniendo zapatos? —Alexis entra a la habitación—. ¿Qué piensas hacer?

—Voy a ir al apartamento de Dimitri —digo sintiendo mi nariz congestionada y mis ganas de llorar latentes.

—¿No entendiste cuando dije que Dimitri está detenido? No lo encontrarás allá.

—Iré a hablar con Marco, tal vez él ya esté pensando en algo.

Intento salir de la habitación, pero Alexis tapa la puerta con su cuerpo para no dejarme salir.

—Piénsalo, Inocencia… Marco de seguro está por las calles tratando de controlar la situación con las Mil Sombras, no creo que haya alguien en ese apartamento.

Dejo de insistir en salir y me detengo a analizar sus palabras, porque tiene sentido todo lo que dice, no es momento como para que Marco esté descansando en el apartamento.

—Supongo que tienes razón —Doy media vuelta, regreso hacia la cama y me siento en el borde mientras limpio mis lágrimas.

—Quizás hoy no sea el día tan maravilloso que pensabas encontrar —le escucho venir hacia mí—, pero recuerda que la policía puso una condición para liberar a tu familia, y esa condición se acaba de cumplir. —Alexis se agacha frente a mí. Luego con sus manos trata de secar la humedad de mis mejillas—. No habrá necesidad de ir a juicios ni nada, hoy mismo tendrás a tu familia de regreso, así que por lo menos muestra una sonrisa.

No creo que pueda sonreír, solo intentaré tranquilizarme un poco, porque como en las matemáticas, mi tristeza y mi alegría, al ser diferencias de igual importe, se cancelan entre ambas dejándome sin nada, vacía por dentro.

—Cuando salga el sol iremos por mi familia —aseguro con una vaga voz.

—Exacto, así que intenta dormir un par de horas más. Apenas amanezca desayunamos y nos vamos.

—Bien.

Con mis ojos trasnochados veo como la luz de un sol opaco intenta tamizarse entre las gruesas telas de las cortinas, anunciándome que ha llegado el momento que estuve esperando durante toda la madrugada, porque no pude dormir desde que Alexis dejó esta habitación, ¿cómo podría hacerlo con tantas cosas pasando por mi cabeza? Por ejemplo: ¿qué le diré a mi familia cuando los vea a la cara? Tal vez me echen de sus vidas, hay probabilidades de que termine sola, sin familia y sin la persona que amo, porque lo único que sé hacer es destruir vidas.

Me levanto de la cama, abro la puerta de la habitación e inmediatamente escucho un trasteo en la cocina. Al llegar a la sala ciento un notable olor a café, giro la mirada hacia el lado de la cocina y me encuentro con Alexis preparando el desayuno, trae puesta una playera blanca y unos pantalones cortos, y él al verme me sonríe con amabilidad.

—No te voy a preguntar si dormiste bien, porque estoy casi seguro que no pegaste los ojos desde que te dejé sola.

—Estás en lo cierto, no pude dormir. —Voy hacia la cocina y me siento en el taburete que está frente a la mesa que está integrada al mueble—. Tengo a la ansiedad atravesada en mi cabeza.

—Bien, qué tal si te recuestas en el sofá, prendes la televisión y te relajas un rato mientras yo termino de preparar el desayuno.

—¿No quieres que te ayude?

—No, quiero que te relajes, así que ve a ese sofá y recuéstate.

Le sonrío agradecida.

—Bien, te haré caso.

Voy hasta el sofá en ele que está en la sala y me recuesto sobre él. Estiro mi brazo para alcanzar el control remoto que está sobre la mesita de café y enciendo el televisor.

—¡Oh, por Dios! —Me exalto sorprendida al encontrar un rostro peculiar en la televisión.

—¡Ey, mírate, estás en la TV!

Solo hice encender el televisor e inmediatamente se vio mi rostro proyectado en medio de la enorme pantalla. Estoy saliendo en el noticiero del canal con más rating de toda Inglaterra, y están transmitiendo la entrevista que di ayer en los estacionamientos del restaurante.

—Por primera vez escucho mi voz en una grabación.

—¿Nunca te has escuchado en un mensaje de voz desde el celular? —me pregunta sorprendido.

—Nunca he mandado un mensaje de voz, las pocas veces que he usado un celular es para hacer llamadas directas.

—Ya veo.

De repente, el periodista empieza a comentar sobre mi entrevista:

«¿Deberíamos creer en Inocencia Trevejes? ¿Quién es esta mujer? El nombre de Inocencia Hikari se viene escuchando hace solo un par de semanas, cuando se le vio acompañada de sus familiares en Bentall Center. Rumores de su pasado empezaron a esparcirse en las redes sociales, se habla de ella como: la hija ilegítima de Gabriel Hikari. Varios la catalogan como una oportunista que solo esperó la muerte de Gabriel para aparecer y reclamar la herencia, otros afirman que es una monja en clausura, razón por la cual nunca se supo de ella. Nosotros, en este noticiero, nos hemos tomado el trabajo de investigar su pasado. El reportero Samuel Jones tiene la respuesta a todas estas incógnitas».

—¡¿Qué es esto?! —señalo a la pantalla con ambas manos—… ¡Esta gente está investigándome sin mi permiso! —me exalto sintiéndome molesta.

Alexis empieza a reír, su reacción me hace buscarle con la mirada; le veo venir reído, trae un plato de desayuno y una taza de café.

—¡Inocencia, felicidades! Eres la primera Hikari en tener un documental —su rostro muestra una sonrisa llena de asombro—. ¡Tienes tu propia biografía, mujer!

—¡¿Por qué me hacen esto?, Alexis! Yo no quiero fama, no quiero que medio país me reconozca cuando vaya por las calles.

Alexis deja el desayuno sobre la mesita y luego regresa a la cocina, yo devuelvo mi atención a la televisión.

«Soy Samuel Jones, y hoy me encuentro por los alrededores del Monasterio Los Claustros para traerles un reportaje que busca dar a conocer la historia que hay detrás del pasado de Inocencia Trevejes, una mujer que vivió toda su vida entre los muros del monasterio que están tras mi espalda. Fue abandonada por su madre biológica y criada por las monjas que residen en este lugar…».

Aquel periodista ha empezado a soltar cada detalle de mi pasado, mi vida privada está siendo expuesta frente a todo un país. A partir de ahora toda Inglaterra sabrá que fui abandonada en un monasterio y que mi madre nunca regresó por mí.

«Intentamos hablar con una de las monjas del monasterio, Sor Daiputah de los Cielos nos concedió una entrevista y nos permitió entrar al monasterio para hablar con ella: la monja encargada de la crianza de Inocencia Trevejes».

—Esto no puede ser cierto, ¿por qué la hermana se ha prestado para tal cosa? Siendo ella tan culta, tan apasionada a Dios.

—¿Será que el chisme también es su pasión? —agrega en tono jocoso.

En la pantalla aparece el rostro de la hermana Sor Daiputah, tal y como la tengo en mis últimos recuerdos. Ahí está la misma mirada enternecida que vi en ella aquella vez que me reveló el nombre de mi verdadero padre, ahí está esa manía de llevar sus manos al pecho mientras habla emocionada, y el mismo cuerpo redondito que vi despedirse a través del cristal del autobús; hace tiempo que no veía sus ojos y sus redondos cachetes, y es por eso que no puedo evitar sentir nostalgia, porque ya me había acostumbrado a compartir todos mis días con ella y ahora hemos quedado en mundos diferentes, ella allá en un mundo sin tragedias, y yo acá tratando de seguir cuerda.

«En efecto, Inocencia fue una monja de este monasterio, llegó con nosotras siendo apenas una recién nacida, creció aquí y se hizo una mujer bondadosa, inquebrantable a su moral. Ella es una persona que siempre se ha preocupado por el prójimo; recuerdo que una vez me dijo que ayudar a los demás es lo que más le gusta hacer».

Sus palabras me hacen soltar una lágrima, me ha hecho sonreír cuando creía no poder.

«Cuéntenos, Sor Daiputah. ¿Cuál fue el motivo de la salida de Sor Inocencia?».

Estoy segura que no responderá a esa pregunta, pues ya esto es algo confidencial del consejo de monjas.

«Joven, puedo decirle muchas cosas sobre ella, pero decirle el motivo de su retiro, es algo que no puedo ni quiero hacer».

Estoy tan metida en el noticiero que no me percato de que Alexis está sentado a un lado mío, en una mano tiene el plato de desayuno y está comiéndolo. Y yo apenas recuerdo que también tengo un plato frente a mí, así que empiezo a comer mientras continúo viendo el noticiero.

La entrevista con Sor Daiputah termina de buena forma, cada palabra emanaba amor puro, respeto y sinceridad.

«Para concluir con este reportaje, puedo asegurarles que Inocencia Trevejes es una mujer que sigue los caminos de Dios. Inglaterra no sabrá cuál fue la razón de su retiro, pero las monjas aseguran que no fue nada grave, que es una mujer humilde y bondadosa.

Se despide de ustedes, Samuel Jones».

—¡Wow! No estuvo nada mal el reportaje —digo mientras bebo del vaso de jugo.

—Con esto de seguro los clanes dejaran de esparcir malos rumores sobre ti.

—Muy cierto.

Mi interés por el noticiero no acaba aquí, ya que una vez que el reportero hace el pase al estudio del noticiero, en una esquina de la pantalla aparece, repentinamente, una foto del rostro de Dimitri, y bajo él tiene un cintillo que dice: «¡Sorprendente, Dimitri Paussini se entrega a la policía!». Enseguida siento como mi corazón golpea contra mi pecho con intensidad, mi apetito desaparece y mi concentración aumenta frente a la pantalla, pues desconozco lo que pudo pasar con él.

«Seguimos con información recién salida de las mesas de redacción, noticia que de igual manera involucra a la familia Hikari, ya que estos serán liberados dentro de un par de horas luego de que se diera a conocer la extraña y sorpresiva aprensión de Dimitri Paussini. El hecho se dio durante la madrugada de hoy, cuando el líder de una de las mafias más grandes de reino unido llegó en estado etílico a las afuera de la jefatura de policía del centro de Londres…».

—¡¿Lo de Dimitri fue una locura de borrachera?! —Me llevo las manos a la cabeza.

—Así que Dimitri Paussini es de los que hace estupideces cuando se emborracha.

La embriaguez no es más que exponer de manera voluntaria todas tus tonterías al mundo, por un momento te hace sentir sociable, despreocupado y divertido, y al final esa parte divertida te hace ser parte del chiste de todos.

—¿Crees que su embriaguez tenga que ver con nuestra discusión? —pregunto sintiéndome culpable.

—¿Lo dudas?

De repente, uno de los jefes de la policía empieza a contar cómo se dio la aprensión:

«El señor Dimitri Paussini llegó en estado de embriaguez y empezó a gritar frente a las puertas de la jefatura. Los oficinales que estaban en la recepción escucharon los gritos e inmediatamente salieron a ver qué sucedía. Fue una gran sorpresa para todos ver a este hombre con una botella en mano, deprimido y tambaleando en medio del jardín de la jefatura. Dimitri Paussini fue arrestado sin ningún tipo de resistencia por parte de él, se trepó en una patrulla policial y fue llevado inmediatamente a una de las prisiones con mejor seguridad del país, pues al ser un exconvicto y prófugo de la justicia, requiere de mayor vigilancia policiva.

Quiero decirles a todos los ciudadanos de Inglaterra que ya no deben temer por Dimitri Paussini, les puedo garantizar que este hombre no volverá a escapar de prisión. Fueron tan graves sus crímenes, que seguramente el juez sentencie en su contra cadena perpetua».

—¡¿Cadena perpetua?! —mi corazón se ha acelerado de forma abrupta.

—Era de suponerse, cada mafioso que ha sido arrestado ha tenido esa sentencia. Lamento decirlo, Inocencia, pero ese será el nuevo destino de Dimitri, tal vez no lo vuelvas a ver.

—Claro que lo volveré a ver —mi respiración se acelera—, puedo ir a hacerle visita.

—Si no quieres darle más problemas a tu familia, es mejor que no vayas a verle. Recuerda que él está ahí por la libertad de los Hikari, y esto cualquiera lo puede tomar como una posible alianza. La policía debe creer que hay algo turbio en todo esto y verían sospechoso que una Hikari llegara a visitarle, así que ni se te ocurra cometer tal error.

Las altas probabilidades de no verle nunca más agitan mi ansiedad, tanto que hasta siento que me está faltando el aire, así que decido salir al balcón que está fuera de la sala, deslizo la puerta corrediza y, al poner un pie fuera, siento como la brisa golpeando sobre mi rostro con gran suavidad; trato de relajarme tomando un gran respiro, pero no funciona, la oscuridad hace acto de presencia haciéndome todo más difícil, porque justo ahora no tengo suficiente fuerzas para resistirme a ella, porque ya estoy cansada de hacer las cosas bien frente a una vida mal agradecida.

—Inocencia, tienes una cara de espato. ¿Te sientes bien? —Alexis está tras mi espalda.

—Mi oscuridad… quiere controlarme.

—Ey, tranquila —Siento su mano en mi hombro. Giro a verle y él inmediatamente me sorprende con un cálido y tranquilizador abrazo—… Recuerda que eres una Hikari, para ustedes siempre hay solución, sea buena o mala, encontrarás la manera de volver a verte con él.

—¿Cómo podría verle si no puedo ir a visitarle?

—Ya se te ocurrirá algo, ya verás.

Dejo de abrazarle y conecto con el azul de sus ojos.

—Ayúdame a planear un plan de escape para sacar a Dimitri de la prisión, por favor, sé que sabes mucho sobre estos asuntos. Podemos dar la orden a los Kamikaze y a los Myers para que seamos bastante.

—Inocencia, ahora que Delancis está libre es ella quien da ese tipo de órdenes, pues estamos hablando del algo sumamente arriesgado, no es un tumbe de droga ni nada por el estilo, algo así cuesta demasiadas vidas.

—Por favor...

—Lo siento, Inocencia —me interrumpe—, yo no puedo ayudarte, tal vez Delancis pueda hacerlo, háblalo con ella.

Luego de un gran respiro, respondo:

—Bien.

—Ahora vamos y busquemos a nuestra familia —Alexis sonríe tratando de animarme.

CAPÍTULO 78: Libres.

Varios esperan por nosotros, por eso necesito suprimir mis miedos, limpiar mis lágrimas y levantar el rostro, no quiero que mi familia me encuentre devastada cuando se supone que debería estar feliz de verlos. Ellos son lo único que me queda en esta vida y no estoy segura si será así en las próximas horas, pues me exigirán respuestas, y como no tengo pensado mentir ni ocultar detalle alguno, les contaré como es que, por mi culpa, quedaron todo detenidos por la justicia londinense. Es por eso que trataré de que mi próximo acercamiento sea memorable, porque no sé si este sea el último.

Subimos a la oscura camioneta y salimos rumbo a la jefatura metropolitana de Kingston, donde, según Alexis, deben estar esperándonos Delancis y los demás. Como la familia es grande, necesitamos de un auto adicional para poder llevarnos a todos, por tal razón Alexis está al teléfono con Sebastián para que nos ayude a transportar a la familia.

—¿Sebastián?... Mira, necesito que consigas una camioneta o una minivan, que vengas a la jefatura de Kingston y me ayude a llevar a la mansión a todos los Hikari detenidos. —Alexis se queda escuchando por el celular—… Por supuesto, la mansión ya está libre de policías, uno de los Myers me lo confirmó por la mañana. —Le veo asentir a todo lo que escucha—… Bien, nos vemos allá.

Alexis cierra la llamada. Luego voltea a verme mientras se mantiene manejando.

—Listo, resuelto el tema del transporte.

—Genial, esperemos y todo se dé de la mejor forma.

Se queda un poco pensativo, no demora en agregar a la conversación:

—Ino, lo más seguro es que, al llegar a la jefatura, nos encontremos con decenas de reporteros en los alrededores de la jefatura, así que, apenas lleguemos me permitirás bajar primero. Iré a abrirte la puerta y bajarás con mi protección. Deberemos caminar rápido y con cuidado hacia la puerta principal, sin responder preguntas y sin reaccionar a lo que te digan.

—Luego de que se atrevieran a investigarme y a exponer mi pasado, créeme que no tengo ganas de hablar con ellos.

Un opaco y nublado paisaje se deja notar a través de las oscuras ventanas de la camioneta. Esta mañana se ha traído un frío de invierno: calles húmedas, y hacia el horizonte unas espesas nubes que parecen arrastrar el canto de la lluvia. Hoy es un día laboral y, por tal razón, la carretera está un poco congestionada, y yo aquí tan ansiosa de ver a mi familia, de darles un abrazo y decirles que lo siento mucho, que me perdonen.

—Creo que llegaremos antes que la lluvia.

Y así resulta ser, todo es tal cual lo ha pronosticado Alexis, la jefatura está repleta de camarógrafos y reporteros de diferentes noticieros. Al entrar al área de los estacionamientos todos estos se lanzan contra la camioneta como si la quisieran embestir. Desde aquí dentro puedo escuchar todo el bullicio que fomenta su desesperación, ni siquiera nos dejan avanzar, ya que hay algunos reporteros frente al auto.

Alexis se desabrocha el cinturón de seguridad y voltea a verme.

—Inocencia, no sé si lo sabes, pero los Hikari son de tener muchos haters. No sabemos si alguna de estas personas intente hacerte algo, así que vayamos con cuidado. —Alexis abre la guantera del auto y de ella saca una pistola—. Si ves a alguna persona con actitud sospechosa me avisas —dice mientras acomoda el arma bajo su jacket.

—Bien.

Alexis abre la puerta del auto e inmediatamente empiezan a destellar los flashes de las cámaras.

—¡Por favor, déjenme bajar! —Alexis trata de bajar del auto, pero los reporteros se lo complican.

—Alexis, tú también ten cuidado, por favor —le digo al verle bajar del auto, y él, antes de cerrar la puerta, fija sus ojos en mí y me sonríe en medio de la alocada avalancha de personas, dejándome claro que todo saldrá bien.

Tiene dificultad para caminar entre la multitud, le veo avanzar todo apretujado por la parte frontal del auto. Los reporteros insisten en hacerle preguntas, pero él niega con la cabeza mientras mantiene una expresión ruda y firme. Al llegar hasta mi puerta, la abre y con su cuerpo me cubre desde el exterior.

—Vamos, pues.

Bajo de la camioneta y al instante las cámaras aumentan su actividad. Todos los presentes graban mi llegada a la jefatura. Alexis avanza a mi lado, con una mano me mantiene agarrada del brazo y con la otra va abriéndose paso.

—Señorita Inocencia, ¿A podido hablar con alguno de los Hikari detenidos?

—Abran paso, por favor —pido con la mirada agachada.

De repente, alguien empuja y nos hace perder el equilibrio, todos nos tambaleamos de un lado a otro, como ola que viene y va, muchos gritan asustados en medio de la marea de personas.

—¡Dejen de empujar, señores! —Alexis se escucha muy enojado.

—Señorita Inocencia, ¿Usted mantiene una amistad o algún tipo de relación con Dimitri Paussini?

Las primeras gotas de lluvia empiezan a caer sobre nosotros, y aun así nadie se inmuta en irse de mi alrededor.

—Señorita Inocencia, se habla de una alianza entre los Hikari y los Paussini.

—Señorita Hikari, ¿Conoce la razón por la que Dimitri Paussini se entregó?

—Lo único que sé es que estaba borracho —no logro aguantar mis palabras, Alexis aprieta mi brazo, pero eso no me detiene—, tal vez le pesaba la conciencia y no pudo soportarlo más.

—¿Por qué en aquel video se ve a Dimitri Paussini defendiendo la inocencia de los Hikari?

Odio hablar de Dimitri en este momento…, y es que me duele en el corazón el tener que hablar pestes de él, pero creo que debo hacerlo por mi familia, porque desde un principio esté fue su plan.

—Supongo que solo buscaba respeto y supremacía dentro de su mundo delictivo, creo que eso lo dejó muy claro en el video.

—Ya Ino, no respondas y sigamos avanzando —Alexis susurra en mi oído.

—Señorita Inocencia, ¿es cierto que usted protagonizó un disturbio en la pasada noche de navidad?

Ellos no se callan, y a mí ya me están estresando, me están colmando la paciencia.

—Señorita Hikari, se dice que la vieron en estado de ebriedad en un bar VIP del lado norte de Londres. Acto no propio de una monja.

«¡¿Qué le pasa a esta gente?!».

—¡DEN PERMISO, CARAJO! —Alexis grita molesto, les intimida tanto que, hasta repela a todos. esto nos permite avanzar más rápido hasta la puerta principal de la jefatura, donde se encuentran varios policías custodiando el acceso al lugar.

Los policías nos abren la puerta y, aun batallando con la multitud que se vuelve a abalanzar contra nosotros, nos permiten entrar al lugar mientras niegan el acceso a los intensos reporteros.

Al entrar nos encontramos en una recepción prácticamente vacía, aquí dentro hay un par de policías resguardando la seguridad interna del lugar y unos cuantos hombres detenidos que están sentados en una larga banca, todos ellos esposados a una barra metálica que está incrustada a la pared.

—Pensé que toda la familia estaría aquí esperándonos —digo a Alexis en tono bajo.

—De seguro no los han liberado aún.

—Entonces llegamos a buen tiempo, porque sería un completo problema dejarlos salir con todo ese montón de reporteros allá afuera.

—Así es… Preguntemos por ellos.

Mientras caminamos hacia la recepción, noto a Alexis algo estresado, él se percata de que lo estoy viendo e inmediatamente toma una respiración honda para tranquilizarse. Luego ambos nos detenemos frente al mueble de la recepción donde espera un policía.

—Buenos días. ¿Los Hikari ya han sido liberado?

—No. —Aquel policía, con gran seriedad desvía la mirada hacia la derecha para ver la hora que marca el reloj que cuelga en la pared—. Dentro de unos treinta minutos cumplen el tiempo para ser liberados.

—Ok.

Alexis me señala unas sillas que están del otro extremo para ir a sentarnos y, mientras esperamos que pasen esos treinta minutos, se empieza a escuchar un nuevo escándalo proveniente de afuera; al parecer el que ha llegado está relacionado con nuestro caso…, ¿será Sebastián?

—¡Bola de ineptos! —aquella voz desconocida grita frente a la puerta semiabierta—. ¡¿Por qué no despejan a todos estos paparazis?! —en definitiva, esa no es la voz de Sebastián.

—Abogado Walker —Alexis le saluda al verle cruzar la puerta—, ¿acaba de llegar?

—Buenos días, señor Evans, señorita Trevejes. —El abogado viene hacia nosotros. Luce un elegante traje color azul oscuro y un canoso peinado que pareciera ser indestructible—. Hace como dos horas que estoy aquí, me tocó atender el traslado de Ermac.

—¿Có-Cómo así?... ¿A qué se refiere? —pregunto sintiendo una aceleración en mi ritmo cardiaco.

—El caso de Ermac fue más grave —se para frente a nosotros a explicar—, la policía le atrapó en el lugar de los hechos. Le han acusado de tráfico y fabricación de drogas. No había manera de evitar que le llevaran a la prisión de Belmarsh.

—Es la misma donde está Dimitri, esos dos se encontrarán en prisión, y no será nada bueno —comenta Alexis.

Mi respiración vuelve a descontrolarse y mis palpitaciones a sentirse fuerte en mi cabeza. Tengo mucho miedo, no quiero que mi hermano viva en un lugar tan feo como una prisión, y como sé que no hay nada que yo pueda hacer por ahora, la oscuridad pega corrientazos en cada una de mis entrañas.

—Necesito ir a un baño —digo al sentir un dolorcito de barriga.

—Disculpe, señor oficial —Alexis se dirige a uno de los policías—, mi amiga necesita un baño urgente.

Y Aquí estoy, con un fuerte dolor de barriga producto de todos estos nervios y del malestar emocional que estoy sintiendo. Me encuentro con el trasero volando sobre la taza del inodoro, sudando frio y evacuando hasta el alma, por suerte es un baño individual, sino alguien podría oír el Vietnam que me estoy detonando con todo e intoxicación… Hiroshima se queda corta.

De repente, alguien intenta abrir la puerta del baño, pero yo la tengo cerrada.

«Miércoles, ¿será que espera un poco más hasta que se vaya el olor?».

La persona del otro lado de la puerta insiste en volver a girar la perilla de la puerta.

—¡Está ocupado! —grito sintiéndome apenada.

La perilla aún intenta ser girada desde afuera.

«¡¿Acaso no escuchó cuando grité que está ocupado?!».

—¿Sophie, puedes traerme la llave? —se escucha del otro lado de la puerta—. Es que creo que se trancó.

«¡No, no, no!... No pueden abrir la puerta, ni tampoco puedo salir de aquí con tremenda peste».

—Claro, oficial Mary, ya se la traigo.

Qué más da, es mejor salir antes de que me sorprendan aquí dentro. Al abrir la puerta del baño, la oficial de policía me observa asombrada.

—¡Vaya, ¿por qué no avisó que usted estaba adentro?! —se ve un poco molesta.

—Claro que lo hice, dije que estaba ocupado, pero usted no escucho —respondo mientras le paso a un lado—. Por cierto, le advierto que es peligroso entrar, yo usted esperaría un poco antes de arriesgarme a usar el baño.

Dejo a la policía atrás y me voy caminando hacia la recepción donde deberían estar esperándome Alexis y el abogado Walker. Al llegar al sitio me llevo una gran sorpresa, de esas que gaznatean el corazón y te dan alegría inmediata; frente a mis ojos están: Delancis, Lottie, Valen, Carole, mis tíos, Pimientita y su hermano.

—¡Ino! —Lottie corre hacia mí y me abraza con sus emociones desbordadas, como si llevara años sin verme, yo le abrazo de la misma forma y, luego de besar su frente, la sostengo por las mejillas y me fijo en sus ojos.

—Lamento que tuvieras que pasar por todo esto, lo siento.

—¿Por qué te disculpas? —la fría voz de Delancis se escucha tras mi espalda. Inmediatamente volteo a verle—. Sabemos que no tienes nada que ver con esto ¿o sí?

—Eehh…

—Obvio que no —Lottie refunfuña enfadada y en tono bajo frente a Delancis—. Todos aquí estamos conscientes de que esto fue rebuscado, y que en algún momento esto iba a pasar.

—Mejor no hablemos aquí —pido mientras observo a mi alrededor, varios policías nos tienen la mirada encima.

—Claro, hablaremos cuando lleguemos a casa, Ino —la seriedad de Delancis me deja claro que no solo está molesta por el enfrentamiento con Lottie, sino también conmigo—. Sabes, Lottie me lo conto todo.

—¿Q-Qué cosa te contó? —pregunto desentendida, porque estoy segura que Lottie no sabe nada de lo ocurrido con el detective Richard, solo sabe de mi relación con…

—Lo de Dimitri —Lottie me susurra en la oreja. Yo volteo a verle con mis ojos exaltados.

—¡Lottie! —le reprendo molesta.

—Es que, luego de estar dos días tras las rejas, ya no me quedaban temas de conversación.

—Necesito saberlo todo —Delancis nos habla en tono bajo—, porque es algo increíble que él esté en prisión, y todo para dejarnos libres a nosotros.

—Bien, lo hablaremos en casa —acepto su petición.

Delancis me toma de los hombros y, tras un corto silencio, decide darme un abrazo. Por un momento, Lottie olvida su rencor y no pierde la oportunidad para unirse al abrazo, permitiéndome sentir por primera vez una calidez que jamás había sentido antes: que las tres estemos compartiendo un único afecto me hace sentir tan especial, me hacen entender que ahora soy parte de sus vidas.

Ojalá Ermac estuviese con nosotros, me destroza el no verle aquí.

He saludado a toda la familia dándoles un gran abrazo, sin importar mi actual relación con ellos, un abrazo interminable a Valen y Florence, un beso en la mejilla para Carole, y, por último, saludo a mis tíos, a Henry y Doña Murgos.

—Inocencia, exijo una pronta retirada, no quiero seguir en este nefasto lugar  —Doña Murgos se ve algo cansada, deberíamos salir rápido de aquí.

—No se preocupe Doña Murgos, ya nos vamos —confirmo mostrando un rostro convincente. La señora solo se limita a asentir mientras se soba la parte baja de la espalda.

Alexis también llega a escuchar lo que he dicho a Doña Murgos, él se me queda viendo, y yo aprovecho su atención para hacerle señas indicándole que ya es hora de marcharnos.

Sebastián llega luego de un par de minutos junto con la ligera lluvia. Al entrar al lugar lo primero que hace es saludar a todos los presente. Por último, se detiene frente a Delancis.

—Señora Delancis, va a ser un lío poder sacar a todos de aquí. Allá afuera está de locos —Sebastián se ve mangajo y algo mojado, se nota que también le ha costado entrar a la jefatura.

—No te preocupes, yo me encargo.

Delancis usa su habilidad de influenciadora frente a unos cuantos oficiales de policía y, luego de escucharles decir unas cuantas palabras, observo como ella logra convencerles para que nos ayuden a sacarnos a todos, porque tenemos que ser realistas, Alexis y Sebastián no van a poder con todo el alboroto que está por iniciar, hay muchos reporteros esperando la tan esperada salida de los Hikari y cuando pongamos un pies afuera, todos van a atacarnos con preguntas y empujones, igual o peor que mi llegada.

—Por favor, señores —el abogado Walker se fija en cada uno de nosotros—, al salir no den declaraciones. Cualquier cosa que digan podría ser mal interpretada o podrían terminar con palabras de significados rebuscados.

La puerta principal es abierta por dos oficiales de policía y otros seis salen bajo la lluvia para despejar el frente de la puerta, se escucha como alzan la voz y como ordenan abrir paso para que podamos salir- Los policías cumplen el objetivo y, a la mayor brevedad, empezamos a salir de la jefatura avanzando atrás de los oficiales de policía. Los destellos de los flashes de las cámaras vuelven a irradiar sobre mis ojos, algunos reporteros logran acercar los micrófonos hacia nosotros evadiendo la barrera de los policías, pero nadie responde, ya que debemos seguir las órdenes del abogado; y es que son las mismas preguntas, casi todos los reporteros solo quieren saber la relación que hay entre los Paussini y los Hikari, y otros que deciden preguntar por el traslado de Ermac.

—Señor Yonel ¿Los Hikari tienen algún tipo de amistad con los Paussini?

—Señorita Charlotte, ¿Creen que este suceso afecte las ventas de la licorería Hikari?

—Por supuesto. Veo que ustedes solo saben hacer preguntas pendejas —Charlotte responde molesta.

—¿Sabía de las andanzas de su hermano?

—Señora Delancis, ¿Cómo se siente ahora que su hermano estará en prisión?

—Ni te imaginas lo feliz que estoy —mi hermana responde sarcástica—… Ahora que Ermac no está en casa podré adueñarme de su habitación.

Todos logramos entrar a los autos sin mayor complicación, solo la lluvia está cayendo sobre nosotros, ya que las unidades policiales hicieron bien el trabajo. Voy compartiendo auto junto a Alexis, Delancis, el tío Edward y Florence; Alexis enciende el motor del auto y a velocidades bajas empieza a avanzar entre la multitud de reporteros, quienes aún siguen filmándonos.

—Es bueno salir de ese lugar —Florence se queda viendo la jefatura, con cierta depresión, ve como el edificio se distancia bajo el paisaje lluvioso.

—Es hora de regresar a nuestra normalidad —Alexis le responde sonriente.

—Yo solo quiero ver a mi hija —Delancis tiene la cabeza recostada al vidrio de la ventana del auto.

—Tranquila, ya mando a que busquen a Marisol.

De repente, el celular de alguien suena, es el de Alexis.

—¿Hola?... Sí, dime Briam. —Se queda escuchando por un buen rato—… ¡¿QUÉ?!

—¿Qué sucede? —Delancis pregunta en un tono preocupante.

Alexis voltea a ver a Delancis y con la palma de su mano le hace señal de stop para seguir escuchando por el celular.

—¿Estás seguro de eso? —El rostro de Alexis nos deja claro que algo grave ha pasado—… Bien gracias por estar tan pendiente siempre.

Alexis cierra la llamada e inmediatamente, sin perder la concentración del manejo, da los detalles a Delancis:

—Los Diamond están metiendo Coca a nuestra zona…

—Ese mal parido…, no perdió la oportunidad —Delancis se escucha muy enojada.

—¿No que eran aliados? —pregunto.

—Era algo que pronto iba a romperse —responde el tío Edward.

—Briam dice que se acaba de enterar de que Diamond estuvo construyendo un túnel bajo Woolwich, y ahora lo está usando para transportar la droga.

—¿Hace cuanto están transportando? —pregunta Delancis.

—Se aprovechó de nuestras desgracias para empezar mover todo. De seguro fue en estos dos días.

La tensión se adueña por completo del interior del auto, todos están molestos con la nueva situación. Desde aquí puedo ver lo rojo que están las orejas de Delancis.

—Nos han declarado la guerra —a mi hermana le debe estar hirviendo la sangre.

—Bien, calmémonos, no pensemos en eso ahora —pide mi tío—. Necesitamos descansar, dejar ir toda esa ansiedad y el estrés que ganamos en esas horas de encierro, así que dejemos ese tema para después.

Ellos intentan disfrutar de la ventura de ser libres, pero yo no logro hacerlo, porque solo una parte de mis problemas había sido solucionada, y aquella solución trajo consigo otro problema… Aún tengo que buscar la mejor forma para sacar a Dimitri de prisión, no importa si eso signifique cometer un crimen, yo… lo necesito conmigo.

Al llegar a la mansión, lo primero que hago es seguir a Delancis, ella entra a la sala de estar y se va directo al bar, al verme entrar a la habitación me pide cerrar la puerta con seguro, y mientras lo hago siento un aura oscura y pesada tras mi espalda. Sin verle a la cara puedo saber lo mucho que está enojada.

—La-Lamento no contarte lo d-de Dimitri —volteo a verle sintiéndome muy nerviosa—, pero es que to-todo pasó tan rápido.

—¿Quieres un vaso con whisky? —pregunta mientras se sirve en un vaso.

—No me apetece tomar licor.

—¿Qué tal un juguito de pera?

—Mientras Marisol no se enoje y se guinde de mi cabello, me parece bien. —Bajo la depresión que siento, intento sacar una sonrisa.

Delancis se sonríe de medio lado, luego, con vaso en mano, va hacia una pequeña nevera y saca un jugo de pajilla, me lo entrega y se sienta a un lado mío, en el sofá que está en medio de la sala.

—Estás enamorada de él, lo veo en tus ojos. Te ves inquieta, desesperada, aun cuando se supone que deberías de estar feliz y despreocupada, ya que todos estamos de vuelta contigo, tu no lo estás, pues podría jurar que todos esos sentimientos depresivos son debido a que Dimitri Paussini está en prisión, ¿verdad?

—Sabes leerme muy bien.

Antes de hablarle de Dimitri, le he contado toda la historia que he vivido junto a Richard, de cómo fui engañada y utilizada por él, y de cómo fue que dieron con la ubicación de la granja, porque Delancis aún no comprende cómo es que pasó todo, por eso le dije que el celular que encontraron en el auto de Ermac era el que me regaló Richard.

—Eres algo increíble… —Mi hermana me está calcinando con la mirada.

—L-Lo siento.

—De seguro el celular tenía un rastreador satelital… —Mostrándose consternada, Delancis se restriega el rostro con las manos—… ¡¿Sí entiendes que Ermac está en prisión por tus zoquetadas?! —grita rabiosa y sonrojada.

—De v-verdad, estoy mu-muy arrepentida —mi respiración se vuelve un desastre—, necesito que todos me… me disculpen por ser t-tan estúpida.

—Y yo te lo dije, Inocencia —me lo restriega en la cara en un tono despiadado, frívolo y estremecedor, y no pude decir nada a mi favor, porque nada me favorece. 

Merezco toda su furia sobre mí, solo debo resistir sus regaños mientras bebo del jugo.

—Lo sé, y lo lamento —respondo cabizbaja.

Continué hablándole de Dimitri, usé toda la sinceridad que tenía y mis sentimientos fueron expuestos en los detalles, en el sonrojado de mi rostro y en cada lágrima caída, ella no me interrumpió en ningún momento, solo se limitó a escuchar lo que tenía que decirle hasta en mis últimas palabras.

—Bueno…, no puedo juzgarte, porque yo pasé por lo mismo. —Delancis se muestra más blanda conmigo—. Tampoco puedo dudar de los sentimientos de Dimitri, porque no hay mejor forma de demostrarlo que entregando la vida por la felicidad de la persona que amas.

—Él entregó su libertad para que ustedes fueran libres.

—Y estoy agradecida por ello.

—Entonces…, supongo que puedes ayudarme a sacarlo de la cárcel.

—No —niega y toma un trago.

—¡Pe-Pero ¿por qué no?!

—Porque odio a ese infeliz.

—¡Pero si estás libre es gracias a él!

—Mi hermano fue torturado horriblemente por Dimitri Paussini. Jamás voy a olvidar eso.

—Pero…

—Lo siento Inocencia, pero me alegra saber que ese desgraciado está en prisión.

—Por favor, Dela.

—No. Y no insistas, que no cambiaré de parecer. Si quieres sacarlo de la cárcel, háblalo con su gente, no pretendo traer al enemigo de vuelta.

—No puedo creer que seas tan insensible —me expreso muy molesta.

—Así es como funciona este mundo, el más débil de corazón cae primero, te pasó a ti con Richard, y a Dimitri contigo.

Me levanto del sofá y salgo embellacada de la sala, dejo a Delancis sola con su trago y con su mal genio.

Al salir de la mansión pido a Sebastián que me lleve en el auto hacia Bentall Center —el lugar más cercano para llegar al apartamento que alquiló Dimitri—, de seguro ahí podré encontrarme a Marco, ya que, al parecer, él es el único que puede ayudarme a sacar a Dimitri de prisión.

CAPÍTULO 79: Desde la perspectiva de Dimitri Paussini #1.

Desde la perspectiva de Dimitri Paussini.

Embriagué mi mente y le di rienda suelta al alma, sin medidas y sin pensar en mí, subí a un cielo vacío a buscar esa única estrella que dice hacer feliz a una flor de jazmín, y cuando regresó mi cordura, me percaté de que sería imposible bajar del cielo y regresar a ella, que justo ahora iniciaría mi era de soledad.

Aún recuerdo la primera vez que la vi, cuando su ondulada cabellera y su pálida piel desnuda eran parte fundamental de la hermosura del lugar, relajada y despreocupada en unas cálidas aguas, como si esperara de un dador de felicidad, quise ser yo el único en hacerla feliz, pues cuando sus ojos conectaron con los míos, también lo hizo mi corazón. Entonces entendí que era real aquello que llaman amor a primera vista, porque al instante me obsesioné de la ingenuidad reflejada en sus ojos castaños y del rubor que vi expandirse en sus mejillas; desde aquel momento, en mi mente quedó grabado eternamente un olor a jazmines que me hacía creer que era un aroma proveniente de las flores del lugar, y desde aquel momento me propuse que sería solo para mí.

Al siguiente día volví a verla, como si el destino nos correteara para juntarnos, nos permitió encontrarnos en otra inoportuna situación, me fije en sus ojos y en ellos vi las estrellas reflejadas desde un oscuro callejón, y antes de que escapara de mí logré darme cuenta de que ella era del lado enemigo, que necesitaba odiarla, pero mi corazón nunca lo entendió. Esa noche le dije a todos que ella sería mía, recuerdo que mi primo se burló de mi interés diciendo que necesitaría tener alas de ángeles para poder alcanzarla; a la mañana siguiente me tatué dos alas sobre mi pecho, tal vez así el destino lo entendería.

Han pasado cinco semanas desde aquella última vez que la vi, fatídico y último encuentro; comprendo que no tolere mis acciones, pero es que solo sé actuar de mala forma, en especial cuando se trata de venganza y de darme mi lugar. Tal vez debí pensar un poco más en cómo se sentiría Inocencia, pero es que el sufrimiento de Richard ha válido cada maldito segundo que paso encerrado aquí: en una celda tan diminuta como el baño de la servidumbre de mi antigua mansión, aquí solo hay una cama individual de colchón tan delgado que hasta me hace sentir los esprines metálicos bajo mi espalda; una mesa pequeña con una única silla; un pequeño estante colgado sobre la pared el cual uso para guardar los artículos personales que me dieron al llegar; un tubo donde guindo la ropa que usamos los reclusos; un inodoro y un lavamanos.

Alguien está abriendo la puerta de mi habitación, desde aquí dentro puedo escuchar el sonido que hace el manojo de llaves al dar vuelta a la cerradura de la puerta; al abrirla, bajo ella se asoma uno de los carceleros.

—Paussini, tienes visita.

«¿Quién podría ser? No puede ser Marco ni tampoco mi padre, ya que ambos están entre los más buscados. Me extraña un poco que alguien venga a visitarme, esta es la primera visita que recibo desde que llegué aquí».

—Bien, ya voy.

Camino tras el carcelero, quien me dirige por un pasillo que es divido por varios portones de barrotes color beige, el camino se vuelve lento al tener que abrir una gran cantidad de cerraduras. Luego de aquel recorrido, entramos a un amplio salón lleno de mesas de plástico, cada una con dos sillas del mismo material. Al pasear la mirada por todo el lugar mis ojos logran reconocer aquella larga cabellera negra y esos labios rojos que solo sabe sonreírme de forma coqueta, solo ella puede venir aquí sin ser relacionada con mis crímenes.

—Bárbara…

—¿Esa es la forma de saludar a tu mujer? —Bárbara está sentada en una de las sillas. Ella se levanta de la silla y espera de pie mientras me ve ir hacia ella.

—Es un gusto verte —le doy un abrazo.

Aprovecha que la tengo abrazada para susurrarme:

—Vine aquí como tu mujer, ¿comprendes? Trátame como tal —lo que dice es casi imperceptible.

—¿Qué tramas, Bárbara? ¿Qué haces aquí?

Su actitud no me sorprende, pues ella siempre ha sido así de seductora. 

De repente, me toma de la cintura y me abraza rodeándome con sus brazos.

—Necesitamos privacidad, estaré regresando dentro de dos días… para la visita conyugal.

—Preferiría que…

—Ssshhh —me calla al poner su dedo indicé sobre mis labios, luego acerca los suyos a mi oreja y me susurra—… Vamos a sacarte de aquí.

—Eso es imposible, Bárbara—también le susurro.

Bárbara se separa de mí y me señala una de la silla para que nos sentemos a hablar.

—Tu familia cree en tu Inocencia, gracias a ella vas a salir de este lugar —el celeste de sus ojos se intensifican frente a los míos. Siento que ella trata de decirme algo.

Disimuladamente, observo a mi alrededor y me percato de que varios policías tienen sus ojos y sus oídos encima de nosotros, esta es tal razón por la que ella ha decidido hablarme en clave.

—¿Cómo es posible que mi familia aún crea en mi inocencia? Yo declaré en público que soy uno de los peores criminales de Inglaterra.

—Vamos a hacerte entender de que eres inocente, que todo esto ha sido una jugada por parte de los Hikari y que te utilizaron para poder salir de detención. Dimitri, confiar en tu Inocencia es la clave de tu libertad. —Tuerce los ojos al percatarse del signo de interrogación que tengo sobre la cabeza—. A ver, todo esto que acabo de decir se resume en tres cosas: Inocencia, familia Hikari y fe.

Un momento…, ya logro entender lo que intenta decirme…, mas no lo puedo creer.

—¿Mi Inocencia va a sacarme de aquí?

—Así dicen por ahí —responde desviando su mirada, de malas ganas.

Me ha dejado sin palabras. ¿Será que entendí mal?... No… Me parece que entendí bien, y no creo que me esté mintiendo. Esta mujer ha venido hasta aquí solo para darme esperanza frente a su propia rival, algo que no es propio de ella ni de nadie que esté en su sano juicio, estoy casi seguro de que fue mi padre quien la mandó conmigo para darme ánimos.

Pero… ¿Realmente Inocencia está esperándome?

Se supone que mi flor de jazmín terminaría odiándome hasta marchitarse, por eso me es difícil creer que esté envuelta en todo este lio. Si realmente Inocencia se está arriesgando por mí, no la veo como la mente maestra que está detrás de un plan de escape, sus creencias y su fe por la paz mundial se lo impediría… ¿O será que están cambiando sus ideales?... No lo sé.

Todo esto me preocupa, porque sea cual sea el plan, al final será una operación demasiado riesgosa.

Poso mis manos sobre las de Barbara y le digo:

—Bárbara, estoy hundido hasta el cuello, ni la Inocencia más sensata podría sacarme de aquí. El gobierno y la ley inglesa aman verme prisionero, así que diles que se olviden de mi situación y que sigan sus vidas, que yo estaré bien.

Le veo fruncir el ceño yéndose de frente hacia mí con un rostro amargo.

—No vine hasta aquí para escucharte decir pendejadas. Si no fuese por la amistad que tengo con tu padre no vendría a hablarte de tu estúpida Inocencia, así que espero y te haya quedado claro. —Toma un gran respiro para tranquilizarse—. Sé que sonará irónico lo que voy a decir, pero…, bueno…, tu padre me ha pedido que te lo diga: No has perdido tu Inocencia, ella aún está contigo.

No puedo evitar sonreírme, Bárbara no es de decir cosas lindas.

—Me haces sentir tan puritano.

—¿Puritano? Debería de llamarte «333», porque veo que eres medio bestia.

Me hace reír, ella realmente ha venido a animarme el día. Bárbara me ha hecho saber que Inocencia está dándolo todo por mí. También me ha dejado claro que todos están intentando cualquier cosa para sacarme de aquí. Además, el hablar con alguien conocido me ha hecho sentir mucho mejor.

—Dime, Bárbara, ¿cómo está mi padre? ¿Qué ha estado haciendo Marco? —Suelto un reparador suspiro—... ¿La has visto?, me refiero a…

—Sí, la he visto —me interrumpe—. Se reúne todos los días con tu padre para hablar de… abogados y cosas de leyes…, ya sabes... Así que no te preocupes, que ella está bien y tu padre también lo está. No te voy a negar que todos están angustiados por ti, pero en lo que resta, están bien.

—¿Y Marco?

—Bueno, Marco no ha dejado de trabajar. En conclusión: todos están trabajando por tu libertad.

—Es reconfortante saberlo.

—Sí —Bárbara se sonríe con cierta melancolía. Luego se levanta de la silla—… Ya debo irme.

Yo igual me levanto de la silla y voy hacia ella, le sonrío con un gesto de agradecimiento y le doy un delicado abrazo.

Bárbara da media vuelta y se aleja de mí dirigiéndose hacia la salida de la habitación, va como si fuera un poderoso imán humano que solo sabe atraer miradas tras un andar sensual, es llamativa con su pálida piel de invierno y sus ojos de cielo de verano, pero lo que más llama la atención en ella es aquel look sexy y a la vez rebelde que siempre le ha caracterizado. Bárbara gira para verme una última vez y, después de regalarme una sonrisa coqueta, desaparece de mi vista siendo custodiada por un oficial de policía.

—Paussini, es hora del almuerzo, vamos.

—Cierto.

El comedor de la prisión es enorme, tiene un alto techado y una gran cantidad de mesas con cuatro sillas cada una. Al entrar, lo primero que hago es tomar una bandeja vacía e ir a hacer fila para esperar recibir mis porciones de alimentos. Al llegar frente a la señora que reparte la comida, ella toma un bol de puré de papa y, con indiferencia, sirve sobre mi bandeja junto con una cucharada de ensalada de verduras y chuleta guisada. Antes de ir a buscar una mesa libre, tomo un vaso de vidrio y me sirvo agua desde un dispensador.

Logro encontrar una mesa vacía, me siento en ella e inmediatamente empiezo a comer de mi almuerzo. Cinco minutos después, me sorprende el sonido que alguien hace al dejar una bandeja de comida sobre la mesa que ocupo, levanto la mirada y frente a mi puesto encuentro a Ermac Hikari, quien, sin decir una sola palabra, jala la silla y se sienta frente a mí.

—¿Qué carajos quieres, Ermac? —pregunto mientras continúo comiendo de mi puré—. ¿Ahora sí vas a darme las «gracias» por liberar a tu familia?

—Gracia es lo que vas a causar cuando te deje el rostro como mapache.

—¡Ja! No me vería más gracioso que como te dejé aquella vez.

—Ya verás cuando te encuentre solo, Dimitri…

—Dime, ¿qué quieres? —pregunto mientras corto un pedazo de chuleta—... ¿No ves que estoy comiendo?

—Por la mañana vino a visitarme Inocencia —su revelación hace que detenga mi bocado frente a mi boca—, y me lo contó todo. Sé que...

—… Que somos cuñados —completo sabiendo lo que intenta decir. Luego continúo comiendo de mi chuleta.

Le escucho gruñir rabioso.

—Eres un hijo de perra…

—Es cierto, mi madre fue tremenda perra —me encojo de hombros.

—… Y eres una escoria. Mi hermana está sufriendo y es por tu culpa.

Fijo mis ojos en él, pues lo que ha mencionado sí me interesa.

—¿Qué pasa con ella? ¿Te ha dicho algo?

—Imbécil ¿Crees que voy a hablar de los problemas de mi hermana contigo?

Me voy contra él y le agarro del cuello de la camisa.

—Dime qué carajos pasa con tu hermana.

—Bu-Bueno…, durante toda la visita la vi deprimida, se puso a llorar porque se sentía culpable de mi aprensión y de la tuya también.

—Estúpido —le suelto el cuello de su camisa—, es normal que se sienta así.

—¿Normal? Delancis me dijo que Inocencia se la pasa encerrada en su recámara, deprimida y durmiendo casi todo el día, que un día empezó a llorar luego de haber visto a un perro callejero rebuscando comida en un basurero.

—Bueno, creo que tienes razón, Inocencia no es tan sensible.

—Mi hermana se siente falta, y todo es por tu idiotez. No debiste haberte entregado tan de repente. Al día siguiente todos estaban por ser libres.

—Lo acepto, me vuelvo idiota cuando estoy tomado.

«… y si tengo el corazón roto, me vuelvo más bruto».

—Y no es que no me guste verte dentro de la cárcel, pero estamos hablando de mi hermana, su felicidad es primero que cualquier rencor que yo sienta hacia ti... Eso no significa que no pueda hacerte sufrir a ti sin perjudicarla a ella.

Han pasado dos días desde aquel almuerzo que tuve en compañía de Ermac, y desde aquel momento en el que supe de las depresiones de Inocencia, mis días se han tornado igual que ella, como si sus sentimientos y emociones se vincularan con los míos. Me siento tan estúpido, porque ya me había decidido a no entregarme y sabía que Inocencia podría verse igual de afectada que cuando su familia quedo detenida. Cada vez siento más ganas de estar cerca de ella para asegurarme de que está viviendo una vida feliz, para que ya no se preocupe tanto por mí. Justo ahora me encuentro sentado en la banca que está frente a la cancha de Basketball, en nuestra hora de esparcimiento al aire libre, bajo un sol agotado e indefenso y con una brisa de invierno que golpea de vez en cuando obligando a todos a entrar en calor.

En la cancha se han formado dos equipos de cuatro reclusos cada uno, y entre ellos está Ermac Hikari tratando de armar algún tipo de estrategia con su equipo.

—Ey, Paussini, nunca te he visto jugar. —A mi lado aparece el carcelero Rodríguez: el único con el que he podido entablar una conversación decente.

—No tengo ánimos para jugar.

—Déjalo, Rodríguez. —Ermac pone su atención en nosotros—. De seguro no sabe jugar—se sonríe con cinismo.

—¿Me estás retando, Hikari? —pregunto y él, de forma inmediata, lanza el balón contra mí; yo lo apaño sin problemas.

Ermac consigue un último jugador para su equipo. Luego todos nos ponemos en posición para iniciar el juego: Ermac frente a mí para pelear el balón. Uno de los reclusos lanza el balón hacia el aire y ambos saltamos intentando ganarlo para nuestro equipo; como soy más alto, gano el salto, volteo tras mi espalda y veo que uno de mis compañeros de equipo tiene en balón repicando sobre el piso, va con gran agilidad hacia la canasta contraria, Ermac se le intercepta, pero antes él logra pasarme el balón.

—¡Tuyo, Paussini! —grita uno de mi equipo.

Un recluso del equipo de Ermac viene contra mí y, frente a él, me hago lucir al rebasarlo dando un giro a su alrededor. Levantó la mirada hacia la canasta, lanzo y encesto, dándole así el primer punto a mi equipo.

Entre los aplausos de mi equipo y de los reclusos presentes, camino victorioso a un lado a Ermac.

—No te lo esperabas, ¿eh? —le sonrío con descaro.

El equipo contrario saca e inicia su travesía hacia la canasta que protegemos, el primer pase lo recibe Ermac, y este, al verme ir hacia él, lanza un pase directo hacia su compañero, quien de forma inmediata lanza el balón hacia la canasta estando fuera de la zona de tiros y encesta de manera magistral, esta anotación les da tres puntos y los pone por encima de nosotros.

—¿Me temes, Ermac? ¿Por qué no me enfrentaste?

—Porque tenía una mejor opción —señala a su compañero —. Te presento a Reggie: un veterano de la liga universitaria de basketball de Inglaterra.

—No me preocupa.

Recibo el saque de mi equipo y avanzo rebotando el balón sobre la cancha. Un recluso del equipo rival viene contra mí, pero antes de que se me acerque decido pasar el balón a otro de mi equipo. Salgo corriendo a la par que mis compañeros, y, al encontrar un hueco en la formación rival, levanto la mano haciéndome notar. Mi compañero logra verme e inmediatamente me lanza el balón a lo alto, doy un gran salto intentando atrapar el pase, y, con dificultad, logro alcanzar el balón. Al hacer el primer rebote sobre el suelo me sorprendo al encontrar frente a mí a un Reggie sigiloso, él aprovecha mi estado de shock y me quita el balón.

—¡Mierda!

—¡Eso, Reggie! ¡Vamos! —grita Ermac.

Ermac se prepara para recibir el balón que Reggie le ha lanzado, pero antes, otro de mis compañeros intercepta y logra robarlo... Por lo menos han servido de algo.

El equipo retoma el camino hacia la canasta rival, dos pases seguidos con buena velocidad y luego uno de ellos lanza a la canasta, al ver que el balón rebota en el borde decido saltar frente a la canasta para rematarlo, y al sentir el balón en la palma de mis manos anoto con un donkeo.

—¡Wooo! Así se hace, Paussini —gritan mis compañeros —… ¡Vamos arriba!

No debería perder la oportunidad de presumir frente a Ermac, así que voy hacia él.

—¿Qué piensas, Ermac? —mi respiración es agitada—. ¿Aprendiste algo de papá?

Ermac se me queda viendo con malicia.

—¡Paussini, tienes visita conyugal! —grita uno de los carceleros.

«¡A quien carajos se le ocurre gritar tal cosa!»

Todos los presentes hacen una jocosa bulla, pero yo a quien le presto mi atención es a mi cuñado, quien, sin dudarlo un segundo, me agarra de la camisa, me empuja y me estampa un puñetazo en el mentón haciéndome caer al piso.

—¡¿Ey que te pasa?! —escucho como los reclusos le gritan a Ermac—… ¡Deja la envidia, amigo!

—¡Hikari, detente! —Aun estando regado en el suelo, veo como Rodríguez va con tolete en mano hacia Ermac.

Los reclusos me dan la mano para ayudar a levantarme y, luego de sacudir mis pantalones, trato de dar con el troglodita que tengo de cuñado, pero no logro encontrarlo, de seguro se lo han llevado para ponerle algún tipo de castigo debido a la reciente agresión.

«Comprendo que se enojara conmigo, de seguro está pensando que estoy engañado a su hermana».

CAPÍTULO 80: Desde la perspectiva de Dimitri Paussini #2.

Desde la perspectiva de Dimitri Paussini.

El carcelero me conduce por un pasillo que nunca había transitado y, luego de abrir unos cuantos portones, me señala una puerta de madera oscura.

—Es aquí, Paussini. —Con seriedad, el carcelero abre la puerta. Luego me da un par de sábanas limpias.

Al entrar a la habitación me encuentro con la sonrisa coqueta de Bárbara, está parada al lado de una cama doble que está en medio de la habitación, se queda callada hasta ver que el carcelero cierra la puerta.

—Por fin solos, mi rey —Bárbara viene hacia mí y, luego de besar mi mejilla, agarra las sábanas que traigo en manos y la lanza sobre la cama.

—¿Cómo hiciste para conseguir una visita conyugal?, si tú y yo no estamos casados.

—Ya lo estamos.

—¿Bromeas?

—No, hemos hackeado la base de datos del Registro Civil, y con eso fue fácil conseguir los documentos necesarios para venir aquí.

—¿Dónde consiguieron un hacker? Entre los contactos de la familia no está algún hacker.

—¿Qué te puedo decir?... Siempre es bueno tener amigos en el gobierno. —Se da golpecitos en el pecho.

—Qué bárbara eres, Bárbara —sonrío de medio lado—. Te has casado conmigo y sin mi consentimiento.

Bárbara viene hacia mí y luego me abraza por la cintura.

—Sí, mi amor; incluso podría matarte aquí mismo y quedarme con toda tu fortuna —sonríe de manera maliciosa.

—Tú y yo sabemos lo que sientes, y no son ganas de matarme.

De forma imprevista y descuidadamente dejé que, en aquellas noches de nuestro pasado, Bárbara se enamorara de mí. No creí que yo necesitara poner las cosas claras con ella, de decirle que aquellos encuentros solo serían para satisfacer mis necesidades carnales y que no se ilusionara conmigo; tal vez fue el hecho de que en aquellos tiempos la llamara solo a ella para tener sexo, o ¿será que fue un error darle una mejor posición e incluirla en mis negocios? No creí que un día llegara a decirme que me amaba, y es que, siendo sincero, nunca se me vino a la cabeza que una pre-pago podría enamorarse de su cliente.

—Podría violarte aquí mismo —susurra frente a mis labios. Después retrocede un par de pasos—, pero tan siquiera ver esa cama siento un asco tremendo.

—Cierto, la cama es un asco, y aquí dentro no hay ni siquiera una silla para sentarnos.

—Es que aquí nadie viene a sentarse a platicar, amor, solo nosotros.

—Sé que no visite aquí para tener sexo.

—Pues no —dice mientras su mirada recorre el lugar, mostrándose muy asqueada—, es que solo aquí podemos hablar con tranquilidad y sin ser escuchados.

—Y hablemos lo que tengamos que hablar rápido, que el tiempo de corto. Sé que estás aquí porque están tramando algo para sacarme. Así que quiero saber qué es lo que está pasando allá fuera, Bárbara.

—Bien, tu primo me contó que, en la mañana de aquel día de tu aprensión, tu padre llamó para reunirse con Marcos, con el líder de las Mil Sombras y con tu primo Mario, pero no fue tu padre quien organizó esa reunión, fue Mr Fausto Paussini quien convocó a todos mediante una videoconferencia desde Italia.

—Mierda… ¿El viejo Fausto ya está enterado?

—Sí, eras noticia internacional, así que llegó hasta los oídos de tu tío Fausto. El viejo no perdió tiempo e inmediatamente llamó para saber de la situación y los motivos de tu aprensión, tu padre decidió ocultar la verdadera razón y dijo que estabas borracho y que no aguantaste la presión de este mundo, que por tal razón cometiste ese gran error. Don Giovanni no pudo hacer nada para que no te degradaran, así que Mr Fausto nombro a Mario Paussini como el nuevo líder de los Paussini en Inglaterra, y al parecer mandará a unos cuanto Paussinis más con nosotros, disque para reforzar los negocios.

—Estoy perdiéndolo todo.

—Tu libertad no la vas a perder.

—Ajá, háblame de eso.

—No había esperezas ni forma de sacarte de aquí, y como tú mismo lo decías, nosotros también creímos que era algo imposible; fue así hasta que apareció Inocencia.

—¿I-Inocencia? —Mi corazón bombea con fuerza—. ¿Inocencia Hikari?

—Si —responde sin ganas.

—Recuerdo que dijiste que gracias a mi Inocencia iba salir de aquí… Entonces lo decías por ella.

—Pues sí, al parecer aquel día Inocencia fue a buscar a Marco, y fue él quien la llevó a la cabaña. Yo estaba junto con ¼ de pollo, Mario y Don Giovanni cuando los vi llegar- Lo primero que la mujer preguntó al ver a tu padre fue si ya contábamos con alguna idea para liberarte de la cárcel, tu padre dijo que no había manera de sacarte de aquí, ni engañando la seguridad de la prisión, ni escabulléndote por el aire, ni por debajo de la tierra. Fue entonces cuando tu Inocencia dio la grandiosa idea de sacarte bajo tierra.

—¿Bajo tierra? ¿Te refieres a túneles?

—Por supuesto.

—Eso llevaría mucho tiempo y dinero…, pero es válido.

—La mejor parte de la idea es que podríamos usar un túnel que ya está construido. Al parecer, en estos últimos dos años, Frank Diamond estuvo construyendo un túnel que pasan cerca de esta zona, y ahora lo está usando para transportar cualquier cantidad de golosinas.

—¿Ya comprobaron la existencia de ese túnel?

—Sí, Frank Diamond ya se encuentra moviendo drogas en el sur de Londres.

—Ese maldito… Bueno, no me sorprende, ya esperaba algo así.

»Ahora dime, Bárbara ¿Van a alquilar el túnel de Diamond o cómo van a hacer? No creo que él quiera involucrarse en esto sin antes exigir una exorbitante cantidad de dinero.

—Van a haber días en los que los Diamond no van a operar el túnel, esos días los vamos a usar para inspeccionar el lugar a escondidas de ellos.

»Escucha bien, Dimitri. Vamos a construir un nuevo túnel que conectará la prisión con el túnel de Diamond. Será un túnel de solo tres kilómetros, construido por excelentes ingenieros, quienes ya han estipulado que la construcción podría demorar unos seis meses. Los expertos dicen que nuestro túnel, al igual que el de Diamond, tendrá electricidad y ventilación.

—Bien. El problema sería conectar nuestro túnel con la prisión.

—Claro, para eso necesitaremos de tus habilidades.

—Supongo que necesitan que investigue y escoja el mejor lugar para conectará el túnel.

—No solo eso, los ingenieros necesitan que dibujes un plano con medidas aproximadas de todo el recinto penitenciario.

—Será difícil, no es que tenga policías aliados o comprados, y este lugar es imposible recorrerlo por completo.

Bárbara posa sus manos sobre mis hombros para fijar sus ojos en los míos.

—Sé que por ahí debes de tener a algún policía que muestre aunque sea solo un poco de aprecio hacia ti.

—Bueno, sí.

De repente, la puerta es azotada desde afuera provocando un escándalo que nos pone en alerta.

—¡Paussini, hora de salir!

—¡Qué imprudente! —Bárbara grita y luego me guiña un ojo.

—Bárbara, ¿Cuándo volverás?

—¿Qué? ¿Te dejé con ganas? —pregunta con su singular tono burlesco y seductor.

—Déjate de pendejadas, Bárbara, sabes a lo que me refiero. Necesito tener los planos listos para tu próxima visita.

—Dime tú, ¿cuánto tiempo crees te podría tomar terminar el plano?

El carcelero vuelve a tocar la puerta de hierro, el sonido es perturbador.

—¡Ya voy, no joda! —grito molesto y luego regreso mi atención a Bárbara—. Regresa dentro de dos semanas, ¿ok?

—Ok. —Me da un beso en la mejilla—. Nos vemos hasta entonces.

—Por cierto —la tomo de la mano deteniendo sus pasos—, este matrimonio se puede anular, ¿verdad?

—Claro, cuando salgas de aquí podremos reversar tu estado civil a la normalidad, si así lo quieres.

Dos carceleros nos esperan afuera, y uno de ellos no disimula el recorrido que hace con la mirada sobre el cuerpo de Bárbara.

—¿Qué me ve? —Bárbara se molesta por tal lujuria.

—Se ve usted impecable, como si nada hubiera pasado.

—¡¿Qué carajos te pasa?! —Me lanzo molesto sobre él, pero antes Bárbara me detiene poniéndose delante de mí y frente al carcelero.

—A ver, señor carcelero. —Muestra una postura altanera—¿Conoce usted del sexo yoga?

—Eeh… No.

«Ni yo».

—Entonces no se meta.

—Lo siento. —El custodio se ve algo avergonzado—. La acompaño, señora —Señala la ruta que da a la salida.

Antes de separarnos, Bárbara regresa a mí y me sorprende con un beso que me es imposible negar frente a los carceleros. Es que tenía que corresponderle a mi esposa.

Hace días que Bárbara vino a visitarme, y desde aquel entonces no he dejado de trabajar en mis asignaciones. Animado y con ganas de ver a aquella personita que está dándolo todo por mí, es ella mi mayor inspiración y la dueña de cada neurona chamuscada en mi cerebro. Y es que me parece increíble que a Inocencia se le ocurriera tales ideas. No hay dudas de que pertenece a este mundo. Ahora sé que realmente ella es la mente maestra detrás de todo esto, y que lo esté haciendo por mí me hace regresar al ruedo con ingenio y astucia.

Los días siguen pasando y yo continuó encerrado en mi habitación dibujando los planos de ciertas zonas de la prisión, con medidas no exactas, pero sí aproximadas, no son líneas limpias, pero sí entendible, y todo va quedando plasmado sobre unas hojas de cuadernos donde voy dibujando cada sección que visito durante el día. Ya cuando mi familia tenga todas las hojas reunidas, les tocará juntarlas y así formar un único plano.

No sé me hizo complicado el convencer al carcelero Rodríguez para que se convirtiera en mi cómplice y para que me ayudara con la búsqueda del lugar perfecto para conectar con el túnel, porque es fácil encontrar el talón de Aquiles de las personas que ganan un salario bajo, y cuando les ofreces resolver todos sus problemas financieros logras conseguir el control absoluto de sus acciones.

«Bríndales protección y ellos se sentirán más seguros contigo, tanto que hasta podrías etiquetarle como de tu propiedad. Demuéstrales que eres alguien de palabras y siempre permanecerán a tu lado», esto fue lo que me pasó con Rodríguez, pues cuando Bárbara le hizo llegar el primero fajo de dinero a su esposa, ella de inmediato contacto a su esposo, y él no dudó en ponerse a mi merced.

Alguien toca la puerta de mi habitación, voy y la abro.

—Paussini, tengo lo que necesitas —Rodríguez se ve sonriente.

—Bien, pasa.

Luego de cerrar la puerta, le sedo la única silla que tengo en la habitación y me siento al borde de la cama para escucharle.

—Tengo el lugar perfecto para hacer la conexión.

—Genial, ¿dónde y por qué?

—En el depósito de archivos, es ahí donde tienen los históricos de aquellos reclusos que cumplieron sus condenas hace más de diez años. No es una habitación muy visitada.

—¿Con, «no muy visitada», te refieres a que sí está siendo visitada de vez de cuándo?

—Sí, pero no para lo que piensas. Esa habitación es utilizada por ciertos carceleros para fumarse todas las porquerías que encuentran en las celdas de los reclusos.

—Vaya, vaya —reacciono sonriente y sorprendido—… ¿Y nadie los ve entrar a ese lugar? ¿Cómo es que aún nadie le descubren?, siendo este un lugar de alta seguridad.

—Siempre van de dos en dos, uno se fuma su porro y el otro se queda custodiando la puerta. Además, estos carceleros son ayudados por los chicos de vigilancia y seguridad, quienes frizzean las cámaras de seguridad tanto dentro de la habitación, como por fuera en los pasillos. Los chicos de seguridad solo son dos, estoy seguro de que ellos accederán siempre y cuando tú le ofrezcas algo de dinero.

—Bien, puedo ofrecerles una buena cantidad.

Y así se da, los chicos de seguridad no pudieron negarse frente a la gran cantidad de dinero que les ofrecí, y fueron comprados por mi persona. Una vez Bárbara obtuviera los nombres de los familiares de estos chicos, el dinero se les hizo llegar, y así sus confianzas me gané. Rodríguez les explicó el plan de escape y después se coordinó la primera visita a aquella habitación.

Ha resultado ser una zona poco transitada y de oscuridad perfecta para mis planes. Al entrar a la habitación me encuentro con un lugar lleno de estantes polvorientos y de altos archiveros recostados en la pared. En esta primera visita he encontrado el lugar perfecto para esconder la entrada del túnel: debajo de un archivero que duplica la anchura de los demás, estoy seguro que nadie moverá aquel archivero por un buen tiempo.

Cada día visitaba aquella zona para poder terminar con los planos, y, cuando por fin los terminé, se los entregué a Bárbara para que ella se los entregara a los ingenieros, y así ya pudieran iniciar con los trabajos de excavación. Yo ya había terminado con mi parte del trabajo, el resto quedaba de su parte.

Fueron seis meses de arduo trabajo, hasta que por fin la conexión llegó a los subsuelos del depósito de archivos. Hoy será un gran día, ya todos estamos listos para concluir con este gran plan de escape, el cual, según Bárbara, se dio sin ningún tipo de complicaciones, pues Frank Diamond parece no sospechar nada.

—Rodríguez —le estrecho la mano—, cualquier cosa que necesites puedes contar conmigo.

—Gracia. Suerte Paussini.

Entro a la habitación y espero a que la primera baldosa se levante, ya puedo sentir como el concreto se estremece bajo mis pies. Cierro mis ojos y me parece ver la sonrisa compasiva de Inocencia.

«Ya quiero verte».

De repente, algunas baldosas empiezan a rajarse y, luego de sentir un gran golpe bajo el suelo, veo como una pequeña parte del piso se hunde levantado polvo en el proceso. Y, entre todo aquel polvorín de cemento, se ve una cabeza de abundante cabellera oscura emerger del suelo.

—¡Señor Paussini, es hora!

—¡Sí, vamos!

Entre la espesa nube de polvo, salto y caigo de pies sobre el lodo del húmedo y oscuro túnel, me pongo de rodillas y empiezo a gatear. Delante de mí también avanza gateando aquel hombre, quien ahora me va guiando en el camino con la luz de una linterna.

—¡Vamos en camino! —grita aquel hombre mientras continúa gateando frente de mí.

—¡Eso, señor, venga con nosotros! —El eco de una a una voz masculina en el fondo recorre el túnel.

Gateamos uno 50 metros hasta llegar a un área más alta del túnel, dos hombres con linterna en mano me ayudan a salir del estrecho hueco, y así logro ponerme de pie. Al parecer, a partir de ahora vamos a avanzar caminando hasta salir de túnel.

Desde esta parte del túnel todo está siendo alumbrado por una línea de bombillos conectados en serie que están colgados de la pared, aquí abajo empieza a sentirse caliente debido al intenso verano que caracteriza el mes de julio, pero por lo menos podemos respirar con normalidad, esto pone en evidencias el excelente trabajo que han hecho los ingenieros al diseñar y construir los conductos de ventilación.

—Señor, todos están ansiosos de verle —dice uno de mis acompañantes.

—Yo igual estoy feliz de salir de aquí. Ya quiero verlos a todos.

Jamás creí que podría salir de esa prisión, es una libertad que solo será conocida por mis seres queridos, porque para el mundo y para las autoridades no será así, ya que antes de salir de aquel lugar le di una última orden a Rodriguez:

«Una vez que yo entre a ese túnel, vas a agarrar la escoba que está a un lado de la ventana y empezarás a barrer el depósito, después de terminar con la limpieza vas a mover el archivero para, con él, tapar el hueco que da acceso al túnel. Nadie debe enterarse de que escapé, porque justo cuando vaya por medio camino del túnel irás a mi celda junto con el paquete de cenizas que te dio Bárbara. Cuando estés dentro, lo primero que harás es: cerrar la ventana, eso evitará que el humo del fuego levante alertas antes de que todo quede quemado; lo segundo es: regar las cenizas en una esquina de la celda; y, por último, vas a desatar fuego sobre mi cama.

Evita dejar tus huellas, ten mucho cuidado, el mundo debe creerse mi muerte».

Voy a terminar con la existencia de Dimitri Paussini, porque no quiero que mi persecución continúe, quiero estar muerto para todos, menos para las personas que realmente me importan.

Luego de caminar un buen tramo del túnel, uno de mis acompañantes grita con gran vigor.

—¡Señores, estamos cerca!

Se me eriza la piel y los ojos se me humedecen, pues no es fácil estar solo por seis meses, peleando con esas ganas de abrazar a mi padre, de escuchar la ronca voz de Marco y escuchar los cuentos exagerados de ¼  de pollo; incluso, ya creo escuchar sus voces, ya desde aquí se deja ver una escalera de tubos que parece ser la salida del túnel.

«¡Maldición, no te muestres tan frágil! Aguanta esas ganas de llorar, como todo un hombre»

—Señor, suba usted primero.

Agarro los tubos metálicos de la escalera y levanto la mirada hacia la cegadora claridad que da hacia la salida del túnel, enfoco mejor la vista y entonces logro apreciar tres siluetas humanas, creo reconocer una de ellas, es mi padre quien está esperándome al borde del túnel.

—Papá…

—¡Hijo, ven, sube! —la voz de mi padre hace que mi corazón quiera salirse de su lugar, él me extiende la mano con una desesperación temblorosa.

Pongo un pie sobre el tubo y empiezo a subir la escalera.

De repente, la mano de mi padre me agarra del brazo y luego jala de él con un claro anhelo de abrazarme.

—¡Mi hijo está aquí, carajo! —él grita emocionado mientras me ayuda a salir del túnel.

—¡Paussini invencible! —los presentes gritan emocionados—… ¡Paussini invencible!

Salgo del túnel con la ayuda de varios brazos, los míos buscan el pecho de mi padre e inmediatamente le abrazan tan fuerte y tan apasionado como nunca antes lo habían hecho, con mis ojos cerrados para concentrarme solo en este momento, un abrazo tan maravilloso como si alguno de nosotros regresara de la muerte.

«Papá…, me sentía tan solo».

—Dimitri… —aquella voz femenina estremece por completo mis sentimientos, tanto que hasta logra liberar mis lágrimas aún con mis ojos cerrados.

Temo abrir los ojos y no encontrarla, tal vez solo sea una burla de mi mente..., pero no me dejo llevar por eso. Al abrir mis ojos veo al amor de mi vida, quien también se ha dejado vencer por sus lágrimas.

—Inocencia… —Voy hacia ella a pasos lentos y muy sorprendido de encontrarla aquí y en ese estado. Con cada paso que doy voy desvaneciendo el mundo que me rodea, porque justo ahora es ella mi mundo; mi atención le pertenece solo a Inocencia y en aquella enorme barriga que no dejo de observar—. Estás embarazada.

CAPÍTULO 81: El final donde todo inicia.

Hace seis meses.

—¿Inocencia, por qué tan solita? —Jennifer se sienta a un lado mío, ambas nos encontramos en el patio izquierdo de la mansión, sentadas sobre el frio cemento de una banca y contemplando aquel paisaje con montañas vestidas de neblina —¿Qué haces?

—Aquí, disfrutando de la soledad —respondo sonriente, o es lo que intento.

—Déjame hacerte compañía, mujer. Sé lo difícil que pueden resultarte andar extrañándole a cada rato y no es bueno lidiar sola con eso.

No hace falta que alguien venga a hacerme compañía para no extrañarle, como si eso estuviese relacionado con la soledad… ¿Acaso las personas no entienden que le estoy extrañando porque no está ausente? Porque a pesar de todo, aún está conmigo en mis pensamientos y por eso el extrañarle no me hace sentir sola.

—Ya no deberían de andar preocupándose tanto, por mí. —De pronto, me empiezo a sentir rara—… Primero las preocupaciones de Delancis. Luego los intentos de parrandas de Lottie. —Me levanto de la banca e inmediatamente siento que parte de mi cuerpo empieza a dormirse.

«¿Qué carajos me está pasando?»

—Ino… ¿Qué tienes? —con mi visión tambaleante veo que Jen se levanta de la banca.

—No me estoy sintiendo bien, Jen…. Yo…


«No recuerdo que mis almohadas fueran tan planas ni que mi cama fuera tan pequeña… Un momento…».

De golpe abro mis ojos al presentir que no estoy en mi habitación, lo primero que veo es un cielo raso celeste y lámparas blancas; siento una pequeña molestia sobre mi mano y al moverla me percato de que tengo una venoclisis inyectada en ella. Estoy en la sala privada de un hospital, algo me dice que terminé desmayándome, y no me resulta extraño, ya que últimamente no he estado comiendo bien.

De repente, la puerta de la sala se abre y bajo ella aparece una enfermera.

—¡Oh, despertaste!

—Sí… ¿Cuánto tiempo llevo aquí? ¿Qué año es?

—Estamos en el año 2087 —me sigue el chiste—, justo ahora te encuentras en el hospital planetario que orbita la tierra —la enfermera bromea mientras le inyecta algo a la bolsa de la venoclisis.

—¡Vaya! Al parecer, a mi familia le ha ido muy bien.

Luego de unas cuantas risas, la enfermera agrega:

—Veo que te sientes mejor, estás de buen humor.

—No puedo negar que me siento más relajada, como si hubiese dormido una eternidad.

—Perfecto, le diré al doctor que venga a revisarte.

—Ok… ¡Ah! Por cierto, ¿hay algún familiar mío por acá?

—Sí, luego de que el doctor venga a hablar contigo, le diré a tu hermana que puede venir a verte.

—Ok, gracias.

La enfermera sale de sala dejándome sola y a la espera del doctor, sin nada con qué entretener mi mente y yo con miedo de recaer en esos pensamientos deprimentes, porque mientras más evito pensar en Dimitri más pienso en él. Por suerte, el doctor no demora en cruzar por la puerta.

—Inocencia, ¿cómo te sientes?

—Mucho mejor, gracias.

El doctor se para a un lado de mi camilla y, luego de medir mi presión arterial, me pregunta:

—¿Sabes por qué estás aquí? ¿Recuerdas lo que te pasó?

—Lo último que recuerdo es que todo me empezó a dar vueltas, supongo que me desmaye.

—Sí, así fue. ¿Esta es la primera vez que te pasa?

—Sí.

—Ok.

—Dígame, doctor, ¿qué tengo?

—Bueno, tuvimos que hacerte unos cuantos exámenes de sangre, y en ellos hemos detectado una anemia nutricional. Al parecer, no te has estado alimentando bien, y eso sí que está mal.

Su diagnóstico me preocupa bastante, pues no estoy clara de lo que eso signifique.

—¿Qué tan grave es eso? —pregunto sintiéndome muy nerviosa.

—No hay de que preocuparse, si sigues los tratamientos ambos van a estar bien.

—¿A-Ambos?

—Sí, Inocencia, hay algo más que necesitas saber —él responde medio sonreído y mis nervios aumentan significativamente—. Entre los exámenes que te hicimos, también está una prueba de embarazo, y el resultado han salido positivo.

—¡Oh, santo cristo redentor! —Me llevo las manos a la cabeza—… ¡¿Estoy embarazada?!

—Así es, felicidades —el doctor responde junto con una amplia sonrisa.

—¡¿V-Voy a ser madre?!

—Eeh…, sí. Estar embarazada conlleva a eso.

—¡Oh, Jesucristo! —tapo mi boca con mis manos.

Luego un par de segundos en silencio, digo al doctor:

—Yo… aún no me lo puedo creer.

—Pues tienes que creértelo, porque ahora el bienestar de ese bebe depende de ti, así que ya sabes, a comer bien y lo más saludable posible.

—Sí, así será —respondo abrazando mi abdomen y entrando en llanto.

—¿Quieres que deje pasar a tu familiar?, de seguro querrás hablar con ella.

—Sí, por favor.

El doctor sale de mi habitación y, al no cerrar la puerta, se le escucha mencionar el nombre de Delancis. Al parecer, mi hermana ha estado esperándome todo este tiempo. Ella entra a la sala prácticamente corriendo, pero se queda pausada al ver que estoy llorando.

—¿Qué paso? —pregunta preocupada mientras cierra la puerta—… ¿Qué te dijo el doctor?

Delancis viene hacia mí y se sienta al borde de la camilla esperando mi respuesta.

—Dice que me desmayé porque no estoy comiendo bien —respondo y trato de normalizar mi respiración—. Así que no te preocupes, gracias a Dios no es nada grave —Seco mis lágrimas, pero estas siguen saliendo más.

—No eres una niña como para no saber que tienes que alimentarte bien.

—Lo sé —siento mis pulmones congestionados.

Luego de un profundo respiro, mi hermana seca mis mejillas con sus dedos.

—Ya tranquilízate, Ino, estás vuelta un mar de lágrimas, ni que te hubieran desahuciado, mujer.

Trago grueso y tomo valor.

—Dela…, estoy embarazada —doy la noticia mesclando una sonrisa con sollozos.

—Madre mía. 

La primera reacción de mi hermana ha sido: congelar sus ojos con los míos.

Luego de salir de ese estado de shock, Delancis decide darme un cálido abrazo, y yo lo necesitaba bastante, sin ello tal vez hubiera sido más difícil detener esta extraña depresión.

—Dela, hubiera preferido que fuese en otro momento.

—Pues… ¿qué te puedo decir?, hermana. —Deja de abrazarme para fijarse en mis ojos—. Sabías que tenías que tomar medidas.

—¿A qué le tenía que tomar medidas? —me sonrojo al instante.

—Pendeja, me refiero a métodos anticonceptivos.

—Aah…, bueno…, es que yo estaba dispuesta a tener un hijo con Dimitri, pero lo que nunca creí es que, al momento de recibir esta noticia, el padre de mi hijo estaría en prisión.

Y ahí van, nuevamente mis lágrimas.

—Puedes compartir esa alegría conmigo —Delancis decide abrazarme nuevamente—, estarás bien, ya verás.

Es ahora cuando su ausencia me pega fuerte, y no es que este triste porque me encuentre sola, porque no lo estoy, me encuentro sin él y eso duele más.

Creí que con solo recordarlo estaría bien, pero ahora entiendo que todo este tiempo me he estado engañando a mí misma. Tengo que aceptar que realmente lo necesito conmigo, y más en momentos como este que nos permitirían crear los mejores recuerdos. Es que estoy segura que si él estuviera en libertad estaría aquí conmigo, ya sea disfrazado de árabe o de doctor, hubiéramos recibido la noticia juntos y compartido un beso con sabor a «vamos a ser padres».

—Supongo que le vas a decir que va a ser padre. —Mi hermana tiene su cabeza recostada en mi hombro.

—No puedo hacer eso.

Delancis levanta su cabeza y luego se me queda viendo con mucha impresión.

—¿Vas a ocultarle tu embarazo?

—No puedo empeorar su condena, estoy segura de que, si él llega a enterarse de que estoy embarazada, va a estar más perturbado de lo que está, porque va a desear estar conmigo durante cada etapa del embarazo. Por eso no puedo decirle, no puedo hacerle esa maldad.

—Comprendo. —Delancis toma un gran respiro—… Entonces le diré a Ermac que guarde el secreto.

—Gracias.

En la actualidad.

He dicho su nombre en un tono alto, así que estoy segura que cualquiera lo pudo escuchar, pero él no reacciona a mi voz y permanece con sus ojos cerrados. ¿Será que en todo este tiempo pudo olvidarse de mí? Tengo miedo de que al verme descubra que ya no me ama, pues el tiempo que ha pasado es bastante.

Dimitri abre sus ojos y deja que estos hablen por él en un lenguaje creado a partir de sus lágrimas. Esta vez sus ojos no se han clavado en los míos, sino en mi enorme vientre; para mí es un momento memorable, porque esta es la primera vez que Dimitri deposita toda su atención en su hijo.

—Inocencia… —le veo venir despacio y con un rostro sorprendido, sin quitar la vista de su hijo y sin detener sus lágrimas, Dimitri llega hasta donde estoy y por primera vez pone la palma de su mano sobre mi vientre—, estás embarazada.

«Hay algo que siempre he querido decirte».

—Vamos a ser padres —llevo seis meses con estas palabras atascadas en mi garganta.

Dimitri se centra en mis labios y, sin desprender su mirada de ellos, me hace una petición:

—Déjame darte un beso —susurra muy cerca de mis labios.

—¿Por qué tienes que pedirme eso? —yo igual bajo mi tono de voz.

—¿Acaso no notas que te he extrañado mucho?

—Es que no necesitas pedírmelo —juntamos nuestras frentes—, ya es algo que te pertenece.

En su forma de besar puedo deducir lo mucho que ha anhelado tenerme cerca, es una sensación deleitante, como si aquellos labios sumaran exquisitez por cada día que pasaba sin verme. Dimitri me besa apasionado, pero con delicadeza, como si sus manos en mis mejillas pudieran derretir mi piel, y en realidad es mi alma la que se funde en amor.

—Yo también te he extrañado —susurro frente a sus labios.

—¡Ejem! —Tras nosotros alguien carraspea para interrumpirnos, volteo la mirada y veo que se trata de Chitsen—… Jefecita, creo que es hora de regresar con su familia. Es peligroso que, con su estado, esté en este lugar.

—Él tiene toda la razón —agrega Dimitri.

—Tranquilos, ¿qué podría pasar?

A mi pregunta no responde Dimitri ni Chitsen ni mucho menos mi suegro, es la detonación de un arma de fuego que retumba en el exterior de la casa.

—¡Eso podría pasar, Inocencia! —Dimitri me grita en pánico.

—¡Oh, santísimo! —Mi corazón empieza a latir fuerte… ¡Estoy aterrada!

—¡Dimitri, saca a Inocencia de aquí! —le grita Don Giovanni y, mientras él recarga su pistola, el sonido de una metralleta retumba en el exterior.

—¡Giovanni Paussini, como te atreves a invadir mi propiedad!

—¡Es la voz de Frank! —grita Chitsen.

—Salgan por la puerta trasera —Marco se asoma por el borde de la ventana—, que el jardín delantero está repleto de hombres de Diamond.

Justo ahora todos nos encontramos en la recámara principal de una casa abandonada, pues es aquí donde Diamond construyó la salida del túnel. Esta es una casa amplia, así que, para salir de aquí, tendremos que transitar un largo pasillo que conecta unas cuatro recamaras. Luego cruzaremos la sala, y, por último, iremos a la cocina para salir por la puerta trasera; nada sencillo de lograr, estoy súper asustada, y más con esta oscuridad que empieza a reclamar control sobre mí.

«Por favor, Inocencia, respira hondo, tranquilízate».

—Tranquilos, saldremos de esta —Dimitri acaricia mi pancita.

Do Giovanni le quita el arma a dos de los Mil Sombras. Luego va y se las da a Dimitri.

—Toma éstas dos, hijo.

—Las necesitaba, gracias —dice mientras revisa las municiones dentro de la cámara del arma.

Chitsen y Don Giovanni corren hacia la puerta para comprobar que el pasillo esté despejado. Al abrir la puerta de la recámara, Chitsen asoma su cabeza.

—Puede salir, jefecito —le dice a Dimitri.

—Bien, vamos.

Dimitri me toma de la mano y juntos nos preparamos para salir por la puerta de la habitación, pero antes vemos que Marco corre hacia nosotros.

—¡Dimitri, espera! —bajo el cinturón de su pantalón saca un arma que reconozco bien, es una de mis Norinco 1911—… Es hora de usarla, Inocencia.

—¡No! ¡¿Estás loco?! —Dimitri discute con Marco y, mientras tanto, las detonaciones empiezan a escucharse dentro de la casa—… ¡¿Cómo se te ocurre darle un arma a una mujer embarazada?!

—¡Es por su seguridad, ella tiene que proteger a su hijo! —Marco pone el arma sobre la palma de mi mano, y con esto logra ponerme más nerviosa.

«Pero Marco tiene razón, tengo que proteger a mi bebé».

—¡Dame, eso acá! —Dimitri intenta quitarme el arma, pero yo evado su intento.

—¡No! Déjame proteger a mi hijo, él tiene razón.

—Mierda… —Dimitri aún se ve inconforme, mas todos sabemos que no es momento para discutir esto—. Ok, vamos. Solo ten mucho cuidado con el arma, por favor.

—Aunque no lo creas, sé cómo manejar un arma.

Chitsen vuelve a abrir la puerta, sale de la habitación e inmediatamente, desde afuera, nos hace señas para que salgamos. Don Giovanni es el segundo el salir, después le sigue Marco y, por último, Dimitri y yo.

Todos vamos con arma en mano, dispuestos a disparar a cualquier extraño que se nos pare en enfrente con intenciones de matarnos. Avanzamos corriendo por el pasillo que conecta a las habitaciones.

De repente, nos sorprende uno de los hombres de Diamond, este levanta la pistola frente a Chitsen, pero es Marco quien dispara contra aquel hombre haciéndole caer de forma inmediata. Chitsen voltea a ver a Marco y le levanta el pulgar como gesto de agradecimiento.

Estamos a punto de dejar el pasillo y de entrar en la sala. Todos nos recostamos contra la pared mientras Chitsen echa un ojo desde el borde de la pared. Luego regresa su atención hacia nosotros y levanta una mano haciendo la señal de stop, hace otro poco de gestos que no entendiendo y todos asienten a lo que sea que haya dicho.

—Amor, nosotros vamos a ir a limpiar la sala, tú te quedarás aquí esperando a que se dé el sexto disparo —Dimitri dice en un tono bajo—, cuando escuches un sexto disparo vas a venir conmigo.

—O-Ok.

«Maldición, tengo miedo, mucho… muchísimo miedo».

Los veo salir corriendo hacia la sala, uno tras otro.

El primer disparo se escucha y me hace estremecer por completo, dejándome preocupada y angustiada al no saber si realmente son ellos los que han disparado o si fue todo lo contrario.

El segundo disparo se escucha más fuerte que el anterior, volviéndome a espantar al instante. Mi reacción inmediata es hacerme la señal de la cruz, pedir al cielo por nuestra seguridad y rogar al señor para que esta oscuridad no se desate nuevamente, porque la siento muy al borde de mi cordura.

El tercer disparo es seguido por el sonido que hace un cuerpo al derrumbarse y la voz de un hombre quejándose, no es la voz de Dimitri, más no sé si sea alguno de los nuestro, pues nadie dice nada, así que no sé cómo va el asunto desde otro lado de la pared.

«Calma, Inocencia, todo va a salir bien».

El cuarto disparo llega acompañado de una sombra que logró divisar sobre la pared que tengo frente a mí, en la pared puede verse el hueco que ha dejado el proyectil de una bala, alguien ha disparado contra mí, pero no pudo darme, pues el muy imbécil ha fallado el tiro; así que…

Valentía.

Ferocidad.

A gran velocidad y sintiéndome sumamente enfadada, volteó tras mi espalda ya con la mira de mi pistola levantada, al segundo de ver a aquel extraño hombre aprieto el gatillo y disparo contra él.

—¡Oh, por Dios! —grito al ver a aquel hombre con un balazo en la frente, este cae al suelo y queda inerte.

«Esa ira que recién acabo de sentir…, era mi oscuridad… ¡Está regresando!».

—¡Inocencia, ¿qué fue eso?! —volteo buscando la voz de Dimitri, y al verle al final del pasillo corro hacia él—. ¡Eso, ven conmigo!

—¡Lo maté Dimitri! —Me agarro de su brazo con ambas manos. Mi corazón aumenta su agitación y las lágrimas siguen deslizándose por mis mejillas.

—Tranquila, tenías que hacerlo.

Es difícil tranquilizarme, pues mi oscuridad me ha hecho matar a un hombre sin tan siquiera sentir un poco de compasión por él, sé que puede ser conveniente en estos momentos, pero tampoco es lo que quiero, no quiero que me domine por completo, y si dejo de resistirme a ella, estaré perdida, sería como dejarme morir para darle chance a otro ser.

Se escuchan otros dos disparos provenientes de la sala. Al llegar veo tres cuerpos regados en el suelo. Por suerte, no es nadie conocido, mas no puedo dejar de sentir coraje, pues estos hombres han intentado matar a las personas que quiero, como, por ejemplo: Don Giovanni, quien está herido en un hombro y se ve que está derramando mucha sangre, su rostro pálido y doliente me comprime el corazón, me desquiciada.

Valentía.

Ferocidad.

Despreocupación.

—Dimitri, Inocencia y Marco, ustedes salgan por la cocina.  —Don Giovanni se encuentra escudado tras un sofá—. Chitsen y yo nos quedaremos aquí para evitar que más hombres entre. Tengan mucho cuidado, de seguro Frank mandará más hombres por la puerta trasera.

—¡Ok! —responden unísonos Marco y Dimitri, este último observa a su padre con mucha preocupación, pues hasta yo comprendo que existe una alta probabilidad de no verle nunca más, y esa probabilidad hace que mis miedos sean casi incontrolables, que mi oscuridad se sienta más cerca.

Los tres salimos corriendo hacia la cocina, al llegar nos vamos directo hacia la puerta trasera, Marco abre la puerta, y al poner un pie en el jardín trasero, uno de los hombres de Diamond le encañona e inmediatamente un disparo se levanta entre las copas de los árboles, tomo un gran respiro y un tremendo alivio al ver que no es Marco quien ha caído al piso, el enemigo fue impactado en la cabeza por una bala que salió del arma de Alexis… Sí, es Alexis quien también aparece en el patio trasero de la casa.

—Vinimos a ayudarte, Inoce… —Alexis ni siquiera ha terminado de decir mi nombre, cuando, de proto, vemos que a un lado de su cabeza la sangre salpica al aire luego de un impacto de bala.

—¡ALEXIS! —grito en pánico al ver como el cuerpo de Alexis se desploma frente a nosotros.

Valentía.

Ferocidad.

Despreocupación.

Apatía.

Es Frank Diamond quien, con su mirada vengativa, ha disparado contra Alexis. Su sonrisa victoriosa sacude toda esa locura maligna que habita dentro de mí.

—¡NO! —el grito ahogado en llanto de mi hermana me sorprende tras mi espalda, rápidamente doy media vuelta buscando a Delancis, quien ya está con la mira de la pistola levantada, con la furia de sus ojos se encuentra redactando la sentencia de muerte de Frank Diamond, pues es notable que está dispuesta a acabar con la vida del viejo…

… pero no lo logra.

Dos disparos vuelven a escucharse, y esta vez mis ojos no buscan la procedencia de aquel sonido, pues justo ahora tengo toda mi atención sobre aquellas dos manchas de sangre que empiezan a expandirse desde el abdomen de mi hermana, ella cae de rodillas frente a mí y con un rostro agonizante me observa, por última vez, antes de caer de pecho al piso.

—¿Delancis?... —la llamo, pero mi hermana no me responde.

Y así, mi última lágrima es derramada.

Valentía.

Ferocidad.

Despreocupación.

Apatía.

Coraje.

Coraje.

Coraje.

Coraje.

Coraje.


Ahora que lo pienso…, la esencia de nuestro universo es oscura y fría, hay más oscuridad que estrellas, pues es la oscuridad el origen de todo. ¿Y por qué creo esto? Porque antes de que Dios creara el cielo y las estrellas, estaba la oscuridad, es por eso que, antes de que existiese el bien, de seguro ya existía el mal... En conclusión: el mundo no te obliga a vivir en oscuridad, ya estás en ella.

«Oh, oscuridad mía… Yo reprimiéndote, y tú que solo buscabas hacerme encajar en este mundo, en hacerme como tú, parte de todo».

Suelto fuertes carcajadas, y con ellas pauso las acciones de todos. Me río de la bondad, de la compasión y de la vida que creí que podría existir. Me río bien fuerte, para que el mundo se entere de que he llegado.

—Inocencia, ¿qué pasó? ¿Por qué te ríes? —No puedo creer lo que mis oídos escuchan, será que mi locura me hace escuchar cosas, estoy segura de haber escuchado la voz irónica de Richard.

Volteo la mirada hacia la puerta trasera de la cocina, y tras el cuerpo petrificado del viejo Frank está Richard, el humo que sale de su pistola me deja claro que fue él quien le salvó el pellejo a Diamond, es él quien le ha disparado a mi hermana.

¡Ja! ¡Imposible aguantar mis carcajadas! Por fin la vida se pone de mi lado.

—¡¿Sigues riendo?! —El futuro difunto se ve algo enojado—… ¿Acaso no comprendes que estamos aquí para, por una maldita vez, acabar con tu familia?

—¡INFELIZ! —Dimitri grita rabioso y, con un rostro exageradamente enrojecido, levanta las miras de sus dos pistolas para disparar contra Richard.

«Oh, Richard… No debite haber disparado a mi hermana… No, no, no».

Dos disparos de Dimitri golpean sobre el chaleco anti-balas de Richard, el impacto le hace caer al suelo, y, desde el suelo, el desdichado se queda viendo a Mr Frank como si esperara a que este le defienda, pero el viejo sigue inmóvil, pues aún tiene sus ojos congelados sobre el cuerpo de mi hermana... Y es entonces cuando decido ganarme el privilegio de acabar con la vida de Richard, sintiéndome feliz y con estas carcajadas incontrolables, recargo el arma y apunto a la cabeza de Richard.

—Inocencia, jamás te atreverías a dispararme —Richard trata de verse seguro, pero está aterrado.

—Tu mayor error fue creer que me conocías del todo, Richard —respondo entre risas.

Uno, dos, tres, cuatro disparos contra la cabeza de Richard; aún no me siento conforme, así que voy hacia él, pongo un pie sobre su pecho y continúo disparando contra su cabeza, sintiéndome extasiada y llena de gloria, riendo por fuera y recordando la sonrisa de mi hermana desde lo más profundo de mi ser.

«¡Malparido, espero y te pudras en el infierno!».

—¡INOCENCIA, DETENTE! —el grito de mi tío Yonel me hace detenerme, le busco con la mirada y lo encuentro a un lado de Don Giovanni, y atrás ellos le siguen Valentine y Sebastián.

«¿Ya todo acabó?».

No sé hace cuanto dejaron de escucharse los disparados por toda la casa, tampoco me había percatado de que todos estaban viéndome reventar la cabeza de Richard. El rostro impactado de Dimitri me hace sentir un poco confundida y hasta avergonzada…, inmediatamente desvío la mirada hacia mí tío.

—Tío, este viejo ha matado a Alexis —digo señalando a Don Frank.

Un último disparo se escucha retumbar con rudeza bajo la puerta que da a la sala, es Florence quien, a distancia y con unos ojos inundados en ira y lágrimas, arremete con un único disparo contra la cabeza de Diamond.

—Tal vez Marisol nunca me lo perdone, pero tenía que hacerlo.

Florence me pasa a un lado y, con una mirada vacía, camina hacia donde está el cuerpo sin vida de Alexis. Se deja caer de rodillas, acaricia el rubio cabello de su hermano como si se tratara de un bebe recién nacido, para después posar su cabeza sobre la frente de su hermano y quebrarse en llanto. Pareciera ahogarse en tristeza, es una pena que de seguro le está desgarrando las paredes del corazón.

Maldición, duele bastante verla así, desearía poder llorar junto a ella, pero no me salen las lágrimas, es como si estuviera seca.

«Alexis, puedes irte tranquilo. Yo me encargaré de cuidar a tu familia».

Doy el arma a Dimitri para ir hacia el cuerpo de mi hermana. Le tomo el pulso y después levanto la mirada buscando la de mi tío Yonel.

—Hay que llevarla a un hospital, y que sea rápido.

—¡Yo la llevo! —Cosmo aparece junto a Sebastián, ambos no dejan ir el tiempo e inmediatamente corren para socorrer a Delancis.

Valen se aproxima a nosotras con arma en mano y con su ropa ensangrentada, más no parece estar herida, ella se frena asustada al ver el cuerpo de Delancis regado en el suelo, luego reacciona y decide ayudar a los chicos.

Cosmo y Sebastián levantan el cuerpo de Delancis dejando un charco de sangre bajo ella y, mientras ellos la acomodan en sus brazos, yo la tomo de la mano y aprieto fuerte, aun sintiéndome enfadada, presintiendo que la flama de este cólera jamás volverá a apagarse.

—Estarás bien, hermana.

—Así será, ya verás — Dimitri llega y me abraza tras mi espalda.

—Por favor, Valen, ve con ellos y ayúdame con Delancis. Necesito ir a la Mansión, tengo que dar la cara frente a la familia.

—Tranquila prima, ve a descansar, yo me encargo de Delancis.

—Me mantienes informada, por favor.

—Claro.

Podría estar rezando por la salud de mi hermana, pero esa ya no soy yo, solo espero que se recupere pronto, porque la necesitamos, porque su hija la estará esperando.

—Deberíamos irnos, la policía no demorará en llegar —dice Don Giovanni.

Al salir de la cocina encontramos un jardín lleno de muertos. No hay bienvenida más simbólica para alguien como yo, mi nueva «yo».

Desde el auto de Dimitri veo como el tío Yonel arrastra el cuerpo de Diamond para, junto a Marco, ir a enterrar el cuerpo del viejo en lo profundo del bosque, pues no queremos que los Diamond queden involucrados en este suceso, Marisol lleva su apellido y sería muy perjudicial para ella.

Por otro lado, Chitsen me ha comentado que la casa no será limpiada del todo. Al parecer, Mario Paussini vendrá acompañado con unos cuantos hombres del clan Mil sombras para dejar unas cuantas pacas de cocaína, y así todo esto parecerá una redada por parte de Richard.

Chitsen pone el auto de Dimitri en marcha y deja atrás aquel escenario catastrófico. A un lado de él va Florence, yo voy sentada en el sillón de atrás con mi cabeza recostada sobre el hombro de Dimitri, cansada y con ganas de dormir, pero no puedo, cierro los ojos y veo el rostro de Alexis: le recuerdo en aquel momento en la cocina, cuando me preparaba el desayuno mientras me venía descansar en su sofá.

«Oh, amigo mío. Alexis, me regresaste a la familia. Ahora regresa tú».

Le he pedido a Chitsen que me deje en mi casa, pues esta noche necesitaré estar con mi sobrina, con Doña Murgos y, en especial, con Florence y Doña Danna.

Al llegar a la mansión Hikari, Dimitri me toma de las manos mostrándose con un rostro angustiado.

—Has pasado por una situación demasiado difícil para la condición en la que está. ¿Estás segura que no quieres ir a ver a un doctor? Tal vez sea bueno revisar tu presión arterial o…

—Tranquilo, estoy bien —le interrumpo mientras presión sus manos—. Nos veremos mañana y verás que me encontrarás mejor.

—Bien. —Él aún se ve preocupado por mí.

Me bajo del auto y espero a que Florence baje también, pero no lo hace.

—Chitsen, ¿crees que puedas llevarme a la mansión Diamond? Mya merece saber lo que pasó con Alexis y con su padre.

—Claro, no hay problema.

Esta misma noche Florence se fue a la mansión Diamond, pues en este día aún queda alguien pendiente por recibir malas noticias. De seguro Florence no tiene el suficiente valor para hablar con su madre, para ella será una mejor opción ir con Mya Diamond y así terminar de desahogar su tristeza junto a su excuñada. Algo me dice que esas dos van a amanecer hundidas en el alcohol.

He decidido quedarme esta noche en la sala de estar, es aquí donde tuve mi primera plática con Delancis, donde me ofreció un juguito de pera y donde me embriagué con su trago favorito… Oh, hermana, espero y salgas bien de esta, si no ¿qué carajos le diré a tu hija?, ¿que una estúpida maldición acabó con la vida de su madre y todo por culpa mía?

Alguien está abriendo la puerta, mi tío Edward viene entrando.

—Inocencia, sobrina. ¿Cómo estás?

—Con ganas de explotar el puto mundo.

—Yo igual —mi tío no está sonriente, sus ojos han empezado a lagrimear.

—¿Valen te ha dicho algo? —pregunto, pues sus ganas de llorar me inquietan un poco.

—Tu prima me acaba de llamar, dice que Delancis está en cirugía, las balas alcanzaron su hígado y está muy mal.

—Mierda…

—Delancis necesita de un trasplante; mientras tanto, ella permanecerá en un coma inducido.

—Triple mierda…

—Sí.

Por primera vez, aquel tío alegre y que siempre está sonriente se rompe en llanto, pues su querida sobrina está al borde de la muerte. Si yo fuese la Inocencia de antes estaría acompañándolo en su llanto, pero no puedo, porque ya no sé llorar; sin embargo, no deja de doler bastante, así que le abrazo y le presto mi hombro para que llore en él.

—Voy a conseguir ese hígado para mi hermana, cueste lo que cueste —digo de forma contundente.

Mi tío intenta controlar su respiración, y cuando lo logra, me dice:

—Inocencia, ahora estamos bajo tu protección. Cuida de nuestros negocios y no dejes que esta familia caiga en la desgracia.

—No te preocupes, tío. La reina ya está en su trono y piensa estar ahí por un buen tiempo.

Me ha tocado un destino cruel y oscuro, mas no le tengo miedo, ya que estoy dispuesta a enfrentarme a él, a un mundo poco conocido por mí y que en un pasado creí diferente. Que el universo entero se prepare, porque una mujer, que alguna vez fue una monjita, sacudirá el mundo con una renovada mafia. Fue un extraño trayecto el que pasé: de monja a mafiosa; y al final sigo aquí, como una vil desquiciada que vive enamorada de un loco sanguinario y romántico empedernido de ojos verde oliva.

EPÍLOGO.

Hace un mes que me casé con Dimitri, sin un despampanante vestido de novia, sin iglesia y sin una mega fiesta, pues la familia ha regresado al luto y ahora mismo nadie tiene ganas de andar celebrando nada. Puedo asegurarles que estoy feliz con mi boda civil, ahora soy la señora de un hombre renovado, uno que hace un mes mandó a hackear el servidor del registro civil del gobierno, y todo para crearse una nueva identidad: Iam Newman, nombre muy sospechoso a mi parecer, pero ¿qué podemos hacer? Mi amado esposo lo eligió.

Justo ahora nos encontramos cumpliendo una promesa que hice en el pasado, porque aún en mi oscuridad puedo asegurarles que yo soy una mujer de palabra. Mi esposo y yo nos encontramos en aquella casa hogar que visitamos en la pasada navidad, estamos tramitando los últimos papeleos que hacen falta para la adopción del pequeño Liam.

—¡Oh, Inocencia! Liam se pondrá muy feliz cuando le diga que casi todo está listo, que solo es cuestión de esperar.

—Lo sé, Sor Dera, ya me lo imagino saltando por toda la mansión —sonrió de malas ganas, pues ya quiero largarme de aquí.

—Y yo me lo imagino peleando con Marisol —agrega Dimitri entre risas.

—Señor Iam, señora Inocencia, gracias por darle una oportunidad a este niño. Estoy segura de que ustedes le harán muy feliz.

Ambos salimos de la casa hogar con una agradable sensación, es que no puedo negarles que me hace feliz la idea de adoptar a Liam, pues dentro de mí aún permanece una parte de esa sonsa Inocencia.

—Amor, ¿qué se te antoja comer hoy? —Dimitri pregunta mientras me ayuda a subir al auto.

—Qué tal… una hamburguesa bien grasosa, y que encima de las papas fritas le pongan una bola de helado, y que sobre esa bola de helado lleve esparcido un poco de tuna rayada y canela. —Se me hace agua la boca.

—Presiento que nuestro hijo va a nacer con forma de balón.

Dimitri me ayuda a ponerme el cinturón de seguridad y, luego de cerrar mi puerta, se sube al auto y enciende el motor.

—Hablando del nacimiento de nuestro hijo —tomo un gran respiro—… ¿Sabes?, tengo miedo de que mi oscuridad le afecte de cierto modo.

—¿Temes que nazca un pequeño demonio? —pregunta mientras el auto se pone en marcha.

—Pues no creo que sea un ángel —le sonrió con malicia—, tan solo hay que mirar al padre que tiene.

Dimitri suelta un par de risas y luego dice:

—Te encanta subirte en el tridente de este diablo, no lo niegues, mujer.

—Me encanta desatar el infierno contigo —le susurro al oído y él lo aprovecha para robarme un beso.

Amo a Dimitri más que en el primer día, y es que esta oscuridad no ha impedido que este sentimiento crezca cada vez más; sin embargo, esta misma oscuridad podría terminar alejándonos, pues no soy la misma mujer de quien él se enamoró. No hace mucho le escuché decir a Marco que extrañaba a la antigua Inocencia, a la bondadosa, la que saltaba aterrada luego de un disparo. Yo ya dejé de ser esa mujer, así que desde entonces no he dejado de estar preocupada por aquella situación.

—¿Qué piensas, corazón? —me sorprende con su pregunta.

—Ah…, bueno… Yo…. pensaba en el nombre de nuestro hijo.

—¿No te gusta el que elegí?

—Nicolas es un nombre bonito, es mejor que el que me sugirió Ermac.

—¿Y cuál te sugirió él?

—Kakaroto.

Dimitri se desboca con unas fuertes carcajadas. Al parecer, él sí sabe la procedencia de ese nombre.

Las risas de Dimitri son interrumpidas por la notificación de una llamada telefónica, es mi celular.

—Hola, Sebastián. Cuéntame.

—Señorita Inocencia, le tengo una información sumamente importante, es noticia impactante, así que procure estar sentada, por favor.

—Estoy sentada, ahora dime.

—El líder de la Yakuza ha dejado Japón, justo ahora se encuentra pisando suelos londinenses.

La noticia acelera mi ritmo cardiaco, pues estamos hablando de la mafia más peligrosa del mundo.

—¿Dónde escuchaste eso? ¿Estás seguro?

—Lo dicen varios clanes por la calle; incluso, varios policías afirman haber visto a varios asiáticos tatuados con la marca de la Yakuza.

—Mierda…, lo que se viene es serio.


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Comentarios

user

Anonimo:

Muyyy buena

Hace 1 días

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