El pacto prometido / Josel Gueta

#drama, #fantasÍa, #suspenso

SINOPSIS:

Después de la trágica pérdida de sus dos seres queridos, Abi, una mujer casi ciega enfrenta su dolor y culpa mientras desentraña el misterio de un niño de cabello blanco, cuya presencia en su hogar revela secretos oscuros y antiguos, conectando el pasado con el presente y desafiando la realidad de las leyendas locales.

A mis amados Ben y Ani:

Estas palabras forman parte de mi terapia, sugerida por mi esposo, para enfrentar su pérdida y expresar el mayor dolor de mi vida, uno que nunca imaginé ni jamás deseé.
Hoy se cumplen dos meses desde su accidente. Recuerdo claramente el momento en que me enteré. Estaba en el muelle, contemplando un cielo gris y borroso sobre el mar, que reflejaba mi propia oscuridad interior. 

Las pesadillas nocturnas continúan atormentándome, especialmente una en la que estoy frente al mar, con un cigarrillo consumiéndose lentamente entre mis dedos. La brisa marina lo hace difícil de sostener, mientras el humo se desvanece en un cielo distorsionado y oscuro, que parece absorberlo todo, incluida mi esperanza en el mañana.

La ausencia se ha convertido en una compañera constante, una presencia que invade cada rincón de esta isla, que solía estar llena de vida con ustedes dos. Nunca pensé que llegaría a odiar el paisaje que tanto amaban, mis niños. Pero hoy siento su peso más que nunca, y desprecio profundamente ese sentimiento.

Mi Ben, recordarte en aquellos días llenos de luz y risas es inevitable. Te veo sentado en el muelle, con la mirada perdida en el horizonte, mientras el sol acariciaba tu rostro sereno bajo tu gorra de pescador. Era un espectáculo digno de contemplar. 

Me sentía orgullosa de tu pasión por el dibujo, plasmando paisajes con un trozo de carbón y una miga de pan, el reflejo de lo que te enseñé. Admiraba tu amabilidad cuando me ayudabas en el negocio los fines de semana, siempre reponiendo el inventario sin falta. Nunca pedías nada a cambio, salvo un simple helado.

Siempre pedías un chocolatoso, era tu favorito, sin excepción, hasta que un día lo cambiaste por un mantecoloso. Cuando te pregunté por qué, no quisiste decirme nada, pero pronto lo entendí. Fue por Ani, ¿verdad? Aunque nunca te lo mencioné, sabía que el mantecoloso era su helado preferido. Ella siempre venía con sus monedas, esperando ganar el "vale otro" en el palito ganador.

Mi dulce Ani, siempre buscabas la suerte, con la ilusión de ganar algo que cambiara tu fortuna. Aunque nunca lo conseguiste, la suerte te encontró una tarde. Llegaste corriendo hacia mí, radiante de alegría, con un palito ganador en la mano, sin saber que era una pequeña trampa mía. Cuando te pregunté cómo lo habías conseguido, tus mejillas se ruborizaron, consciente de que yo ya lo sabía. Aun así, decidiste quedarte con el palito como amuleto, y te di otro helado. Con tu sonrisa pícara, dejaste claro que habías ganado mucho más que un simple premio.

Ani, tu espíritu rebelde te hacía única. Siempre destacabas y eras bien recibida donde fueras. Procurabas traer alegría a los demás y evitabas los silencios incómodos, aunque a veces sentías la presión de mantener la armonía. Por eso, cuando te enfadabas y te sentías sobrepasada, tus puños se apretaban, te levantabas bruscamente y corrías sin mirar atrás. En esos momentos, siempre terminabas llegando al negocio, donde me encontrabas, porque confiabas en mí. Aunque Ben era mi sobrino, mi conexión contigo siempre fue profunda. Nunca llorabas en público, pero muchas veces lo hiciste frente a mí.

Recuerdo claramente el día en que te descubrí intentando llevarte un dulce de mi negocio. Al principio, me desconcertó tu acción, pero luego comprendí que era tu manera de llamar la atención, de hacerte notar, de expresar tu deseo de ser querida. Aunque confieso que al principio sentí rabia, decidí tomar tu meñique con el mío y te hice una promesa: que, sin importar la hora o el lugar, si alguna vez te sentías sola o triste, vinieras a mí. Te prometí que no necesitarías dar explicaciones, porque no serían necesarias. Apretaste fuertemente tu meñique contra el mío y estallaste en un llanto infantil, sellando nuestro pacto con un compromiso que, al final, no pude cumplir.

Siempre me sorprendió cuánto cambiaste desde que Ben llegó a tu vida, y viceversa. Antes de que él se mudara conmigo, eras más reservada, pero entiendo por qué, Ani. Cargabas contigo el peso del abandono de tu madre y la constante ausencia de tu padre. Esta soledad te acompañó durante muchos años, cerrándote al mundo durante largo tiempo. La llegada de Ben transformó nuestras vidas para bien, y por eso me siento agradecida, a pesar de todo el dolor. El anhelo de ambos por escapar me recuerda a mi propio sueño de infancia; quería ser aviadora, pero ese deseo se truncó por la guerra. Aunque perdí ese sueño, ustedes me dieron la fuerza para seguir adelante. Espero que, donde estén, sepan que fueron todo para mí. Aunque no eran mis hijos por nacimiento, para mí eran míos, y esa es una verdad absoluta.

Ahora, cuando voy al muelle, mi mente evoca la paz de nuestro último encuentro y el deseo de haber compartido más historias. Recuerdo cómo se sentaban a mi lado, ansiosos por escuchar relatos sobre nuestro hogar, la isla Tari, con sus volcanes ancestrales y su exuberante vegetación, un escenario perfecto para los misterios y criaturas ocultas entre las raíces del vasto bosque circundante. Sabían que me gustaban los giros dramáticos, por eso soy hábil narrando historias, pero abrirme a las personas siempre fue un desafío. Ahora me embarga un sentimiento de culpa por no haber compartido más con ustedes. Nunca les expliqué por qué siempre llevo gafas oscuras, evadiendo el tema cuando lo preguntaban. Aunque siempre cuidaron de mí sin necesidad de palabras, yo callé silenciosamente mi propio pasado e historia, como si me avergonzara.

Cuando era niña, solía presumir de mi aguda vista. Soñaba con ser aviadora, surcar el cielo azul y ver el mundo que solo algunos privilegiados podían conocer. Pero todo cambió de golpe cuando la guerra llegó a nuestro hogar hace unos treinta y seis años. Recuerdo vívidamente despertar junto a mi hermano menor para contemplar la luna llena iluminando la noche, hasta que una explosión lo desgarró todo. Un bombardeo mal ejecutado dispersó el impacto en mil fragmentos. Nuestra isla ni siquiera era un objetivo; solo fue un lamentable daño colateral. La ironía más desgarradora es que lo que yo soñaba pilotar fue lo que nos atacó, y ahora, ese mismo sentimiento de pérdida y devastación es lo que siento.

Fue en esa fatídica noche cuando casi quedé ciega. Logré salvar a mi hermano usando mi cuerpo como escudo. Al despertar, el dolor en mi cuerpo era inmenso, pero nada comparado con la angustia de abrir los ojos y ver borrosas y distorsionadas siluetas corriendo entre el caos. Los gritos ensordecedores y el olor a carne quemada son recuerdos que nunca he superado. Por eso, evitaba la carne y permanecer cerca de asados y estofados. Nunca supimos quién fue, pero alguien nos sacó a mi hermano y a mí de nuestra casa en llamas y nos puso a salvo. Desafortunadamente, nuestros padres no corrieron con la misma suerte; quedaron atrapados dentro y no pudieron salir.

Consciente de nuestra propia impotencia, lloré tendida en el suelo, a metros de lo que alguna vez fue nuestro hogar, junto a mi hermano inconsciente y sin nuestros padres. Esa noche aprendí una cruel lección: la guerra no ofrece culpas ni disculpas, solo arrebata todo en un silencio impune.

Mi vista jamás volvió a ser la misma. Sentí que fue una cruel broma del destino, el peor castigo para alguien que amaba comprobar el mundo con sus propios ojos. Pero aprendí a sentir el mundo de otras maneras. Me costó mucho, y mucho más de lo que podría expresar, pero logré hacerlo, sin dejar de pensar ni un segundo en mi propia injusticia y en la de mi pueblo. Mi hermano creció, se fue y jamás volvió, excepto para tu funeral, Ben. Juzgo a tu padre por muchas cosas, pero no por querer abandonar está condenada isla, al igual que lo hicieron ustedes, mis niños. A veces creo que yo debería haberme ido con ustedes, pero lamentablemente, ya es tarde para mí.

Ben, recuerdo que siempre ayudabas a otros sin hacer preguntas, resolviendo en silencio. Era tu naturaleza, como la mía. Recuerdo cuando tu padre te confió a nosotros poco después de perder a tu mamá. Pensé que te costaría adaptarte del bullicioso ritmo de la ciudad al aislamiento isleño. Pero tan pronto como llegaste, te convertiste en parte de nuestra peculiar y pequeña familia. Sé que no te gustaba sentirte solo, pero tampoco querías parecer necesitado. Sin embargo, encontraste cosas a las que aferrarte. Por eso cuidaste de mí, de tu tío, y luego de Ani, dejando un impacto profundo en cualquiera que te conociera, y eso me llena de orgullo.

Por eso quisiera que estuvieras aquí para ayudarme con toda esta misteriosa situación.

Cuando ocurrió su accidente, la explicación oficial fue que perdieron el control del vehículo por exceso de velocidad y chocaron contra un árbol fosilizado al tomar una curva. El auto destruido y en llamas parecían ser la prueba definitiva. Pero, aun así, me cuesta creerlo, dada tu naturaleza precavida. ¿Qué pasó realmente? Me dijeron que había un niño que probablemente cruzó la carretera nocturna, y ustedes intentaron esquivarlo, chocando en el proceso. Cuando los agentes llegaron al lugar del accidente, encontraron el auto incendiado, pero con ustedes afuera, abrazados. Aunque fallecieron por las heridas y quemaduras, sus expresiones mostraban una paz, como si durmieran una larga siesta, que, a pesar de todo, me reconforta un poco, dándome una dolorosa calma.

Mis niños, después de la desgarradora tarea de reconocer sus cuerpos con mi esposo, nos dirigimos a la clínica para ver al supuesto niño canoso. Al llegar, quedamos atónitos al verlo. Su aspecto reflejaba una tensión prolongada, como si hubiera cargado con un peso inmenso, despertando en nosotros una profunda impotencia y preocupación.

En la pequeña habitación con vista al mar, el silencio era abrumador. Mientras la brisa marina arrastraba los susurros de las olas, permanecimos sumidos en pensamientos profundos y angustiosos, intentando comprender el misterio detrás de su presencia y su conexión con el trágico accidente.

La imagen del niño, con su cabello canoso y el pelaje salvaje, contrastaba profundamente con el dolor que nos embargaba, dejándonos con más preguntas que respuestas, en una noche de desolación y desconcierto. Ninguno sabía qué emoción sentir en ese momento; todo parecía irreal.

En la isla Tari, tenemos muchas leyendas, y una de ellas es la del “pelos blancos”, una historia que estoy segura de que les conté en algún momento. Se dice que en lo profundo del bosque habita un niño con el cabello blanco y los ojos negros que custodia un árbol de color ceniza, del cual se dice que es la fuente de la vida y que solo es visible en las noches de luna llena durante los años bisiestos. Se dice que posee un apetito voraz y es considerado un monstruo salvaje que acecha a los desdichados que se adentran en el bosque sin permiso. Aunque se trataba de un cuento para mantener a los niños alejados de los peligros del bosque, allí estaba él, frente a nosotros, médicos y policías, demasiados testigos para negar su existencia.

No recuerdo cuántas veces escuché esa historia, Ben. Primero me la contó mi abuela, que a su vez la había oído de la suya, y yo la usé para entretenerlos a ustedes. Se la conté a tu tío cuando lo conocí, y finalmente a ti. Aunque era solo un cuento, ver al niño de cabello blanco durmiendo hizo que todo pareciera surrealista.

Tu tío, siendo el científico apasionado que es, fue más receptivo a aceptar la realidad de la situación. Siempre cuenta que lo vio una vez, cuando llegó a la isla por un proyecto de investigación universitaria. Estudiaba los anillos de crecimiento en árboles nativos para entender mejor las condiciones climáticas del bosque circundante, pero lo que realmente le atrajo fue la gran cantidad de especies no clasificadas en la isla. Apasionado por la ciencia y casi obsesivo, decidió aventurarse solo al bosque una noche de luna llena para recolectar muestras, a pesar de mis advertencias. 

Cuando regresó, mi entonces conocido estaba pálido, agitado y sudando. Me contó sobre un encuentro aterrador: un niño de colores pálidos lo había saludado con una mano mientras que con la otra destazaba a un animal. Según él, el niño le sonrió con la sangre fresca en su rostro, lo que lo aterrorizó y lo llevó a huir del lugar. Desde entonces, ha convertido en su mantra trabajar solo durante el día y evita salir de noche a toda costa, incluso después de veinticuatro años, siguió manteniendo la superstición como algo intangible, pero legitimo ante lo desconocido. 

Al mes de su accidente, ocurrieron muchas cosas: el velorio, el funeral, las lágrimas, el duelo, y durante todo ese tiempo, el niño seguía durmiendo. Estaba estable, pero no despertaba. Aun así, algo en él parecía haber cambiado; su vida ya no corría peligro. En ese momento, decidí llevarlo a casa, y, sorprendentemente, nadie se opuso. Ser la esposa del único científico respetado en la isla tiene sus ventajas. La gente tiende a confiar en mí, incluso a pesar de mi casi ceguera. Quizá el miedo a lo desconocido también los hizo aceptar sin cuestionar.

El niño durmió en nuestro hogar durante unas dos semanas, como si el mundo exterior no pudiera perturbarlo. Mientras tanto, la habitación que alguna vez fue tuya, Ben, se convirtió en el refugio temporal de este niño, un espacio cargado de recuerdos y expectativas que, de repente, quedaron truncadas. Era extraño verlo allí, tan inmóvil, tan ajeno al caos que lo rodeó aquella noche.

A veces me sentaba a su lado en silencio, escuchando su respiración pausada, tratando de descifrar su origen, su conexión con las leyendas de la isla, y con ustedes, mis niños. Con cada día que pasaba, me sentía más atrapada en un mar de incertidumbre y culpa, sin saber cómo afrontar esta inexplicable conexión con este ser. Su misteriosa presencia seguía desconcertándonos, y en medio de nuestra perplejidad, una noche me quedé dormida a su lado. En mis sueños, un antiguo recuerdo emergió con una claridad asombrosa, arrastrándome hacia una imagen que creía olvidada.

El recuerdo de hace doce años, marcado por la furia descontrolada del padre de Ani, se coló en mis sueños como una pesadilla reprimida. Su aliento impregnado de alcohol y su violencia incontrolable desataron una escena que aún me revuelve el alma. Aquella vez, él los vio juntos, cuando Ani ya no se escondía, cuando no temía que su cercanía fuera evidente. En su estado de ebriedad, la rabia lo consumió, y, sin pensarlo, se abalanzó sobre ella, gritándole, lastimándola. Ani, aterrada, escapó hacia el bosque, huyendo del horror, el miedo y la vergüenza que la seguían de cerca, mientras su padre, como un depredador, continuaba su persecución, decidido a castigarla.

Ben, por su parte, estaba inmóvil, con el cuerpo petrificado por la impotencia. El nudo en su garganta y las lágrimas en sus ojos eran testigos mudos de su incapacidad para intervenir. Cada paso de Ani hacia el interior del bosque parecía una marcha inexorable hacia la oscuridad, mientras Ben quedaba sumido en un abismo de culpa y desesperación. Esa imagen, la de Ani corriendo hacia la oscuridad, quedó profundamente arraigada en él, como una cicatriz emocional que el tiempo nunca pudo borrar.

Recuerdo cómo Ben llegó hasta mí, con el rostro deseperado, gritando por ayuda. Salimos juntos a buscarla, pero nunca comprendí por qué Ani no acudió a mí directamente, como tantas veces habíamos prometido. En lugar de eso, eligió el camino más peligroso: se adentró en lo profundo del bosque durante una noche de luna llena, en un año bisiesto, el peor momento para estar en ese lugar.

Esa noche fue cuando finalmente entendí que las historias que se cuentan de generación en generación no son simples cuentos. Tienen un propósito: deben ser escuchadas y respetadas. Ignorarlas puede desatar consecuencias que no siempre estamos preparados para enfrentar. En la isla, se dice que durante esas noches, los espíritus del bosque salen en busca de tributos, y que, para evitar enfrentarlos, todos debemos refugiarnos en nuestras casas antes del anochecer.

La búsqueda fue una de las más largas y angustiosas que recuerdo. Toda la isla, desafiando el miedo que habíamos heredado, se unió a la búsqueda. Finalmente, fue Ben quien la encontró, pidiendo ayuda con la desesperación de quien teme lo peor. Cuando llegamos, vimos ramas quebradas, plantas aplastadas y el penetrante olor a sangre en el aire. Ani estaba sola, herida, recostada contra un árbol, como si la naturaleza misma la hubiera tomado bajo su protección.

Me acerqué a ella, y lo primero que sentí fue que su rostro reflejaba algo que no había visto antes. Era una mezcla de horror y una determinación que me estremeció. Sin decir una palabra, me senté a su lado y le pregunté cómo se sentía. Ani, en un gesto silencioso pero poderoso, entrelazó su meñique con el mío, recordando la promesa que nos habíamos hecho tiempo atrás.

—Perdóname, tía Abi, rompí nuestra promesa —susurró, mientras sus lágrimas caían en silencio.

Sus palabras resonaron en mi mente, pero lo que más me impactó fue el silencio que siguió. Algo había cambiado profundamente en Ani, algo que había transformado su ser desde lo más profundo. Aunque intenté preguntarle qué había sucedido con su padre, su mirada, cargada de secretos y silencios, hablaba más que cualquier respuesta que pudiera haberme dado. Fue en ese momento que comprendí: lo que Ani había vivido en el bosque era algo que jamás podría explicarse con palabras. Algo oscuro había comenzado esa noche, un silencio que presagiaba un cambio inevitable, pero para mal.

Nunca volvimos a ver a su padre. La isla, con su aire denso de supersticiones y susurros, sabía lo que había ocurrido, aunque nadie se atreviera a decirlo en voz alta. Los rumores corrían, pero la incertidumbre sobre si volvería alguna vez se quedó suspendida en el aire. No hubo búsqueda oficial, ni lamentos públicos, como si su desaparición fuera parte de un destino que todos, en algún nivel, habían aceptado.

La ausencia de su padre no fue el único cambio en Ani. La desaparición en el bosque, en aquella fatídica noche de luna llena, pareció otorgarle una nueva fortaleza. En lugar de quedar rota por el trauma, Ani emergió más madura y decidida. Aquella experiencia le había conferido una sabiduría que iba más allá de su edad, un conocimiento antiguo que la guiaba en los desafíos de la vida.

Lo que ocurrió aquella noche no solo definió el destino de su padre, sino también el suyo propio. Aunque no lo decía, sentía que algo en ella había comenzado a sanar, pero también a endurecerse. Fue en ese momento en que la invitamos a vivir con nosotros, algo que aceptó sin dudarlo. Sin embargo, aquel evento también despertó en Ani el deseo de irse lo más pronto posible de la isla, decisión que Ben y yo apoyamos en todo momento.

Una vez crecieron, Ani y Ben decidieron estudiar fuera, ya que las opciones en la isla eran limitadas. El único motivo por el que volvían era para visitarnos en las fiestas, y en esta ocasión, para celebrar que Ben finalmente le propuso matrimonio después de casi una década juntos. Todo parecía encaminado hacia una nueva etapa, hasta que ocurrió la tragedia.

Al despertar, las lágrimas brotaron de mis ojos ciegos al recordar tantas cosas reprimidas en mi conciencia. Sumida en estos pensamientos, no me di cuenta de que el niño había despertado de su largo sueño. Estaba de espaldas, observando el paisaje desde la ventana, evocando recuerdos de ti. La serenidad y profundidad en su mirada emanaban una singularidad que inspiraba tanto respeto como temor. Sus cabellos blancos se mecían al compás de la brisa, mientras seguía en silencio contemplando el cielo crepuscular.

Finalmente, se volteó para observarme fijamente. A pesar de mi casi total falta de visión, pude notar la intensidad de su mirada. Era como si escaneara mi alma, mi cuerpo, célula a célula. Y en la oscuridad de sus ojos, lo único que encontré fue una desgarradora sensación de soledad y desamparo, como si esa mirada encerrara una historia más antigua y profunda que la mía, una herida que aún no había cicatrizado, al igual que las nuestras.

Con su mano izquierda extendida, pálida y fría, sacó algo que tenía escondido, quién sabe dónde, de entre sus dedos: un viejo palito de madera con la inscripción "Vale otro". Mi corazón se agitó al reconocerlo de inmediato. Ese era el regalo que Ben le había dado a Ani tantos años atrás, un amuleto de complicidad entre ellos, un símbolo de momentos futuros que quedaron truncados. Y ahí estaba, en sus pálidas manos, como un eco del pasado.

La visión me inundó de sentimientos encontrados, una mezcla de dolor, añoranza y desconcierto. Mientras intentaba procesar lo que esto significaba, apenas noté que el niño mordía su meñique derecho hasta que sangró. Sin decir una palabra, entrelazó su dedo con el mío, observándome fijamente. En ese momento, lo supe. Él sabía que entendería sus pensamientos, y lo que sucedió me dejó sin aliento.

Con nuestros meñiques entrelazados, una oleada de sensaciones, recuerdos y memorias invadió mi mente. No eran míos, sino fragmentos de una vida ajena. Vi visiones en primera persona, observando en la oscuridad de la noche a Ben y Ani a lo largo del tiempo. Ellos iban constantemente al bosque a pasear, a jugar, a compartir lo que creían que era un espacio secreto, solo para ellos. Pero había algo, o alguien, que siempre estaba allí, escondido entre las sombras, observándolos con atención.

El niño no tenía ninguna malicia en su corazón, solo un profundo anhelo de pertenecer. Desde las sombras, observaba a Ani y Ben, deseando formar parte de algo que siempre le fue negado. Su soledad se entrelazó con la mía, compartiendo ese dolor silencioso de la desconexión.

En ese momento, una promesa rota me inundó: un pacto hecho entre Ani y él hace doce años, una promesa que se quebró porque ella ya no estaba. El niño, con lágrimas en sus negros ojos, me susurró:

Yo solo quise ayudarlos, y al final no pude.

Su dolor, como el mío, estaba marcado por promesas incumplidas y tragedias. Un llanto profundo y liberador surgió desde lo más hondo de mi ser, mientras lo abrazaba con fuerza. A pesar de lo inquietante de su presencia, lo que realmente sentí fue su vulnerabilidad. Era solo un niño, perdido en un pacto hecho bajo la luz de la luna llena, una promesa rota por la tragedia, igual que la mía.

Creo que nunca sabré bien qué sucedió aquella noche en la que Ani fue salvada de su padre, así como tampoco sabré qué ocurrió con ustedes en ese trágico accidente. Sin embargo, sé que el niño tenía una cualidad que iba más allá de la ficción de su relato; era un vínculo irrompible que nos unía. Un fuerte abrazo selló nuestro nuevo pacto. Después de eso, el niño volvió a dormir, esta vez durante dos días completos. Ayer despertó, pero algo en él había cambiado: su cabello, antes canoso, se oscureció misteriosamente, mientras que sus ojos, que antes eran oscuros como la noche, revelaron un suave y precioso color marrón. 

Cuando el niño me vio, sonrió, iluminando la habitación. No pude evitar pensar en ustedes, mis niños, y con un profundo anhelo, le devolví la sonrisa.

Conversamos mucho con tu tío, Ben. Pensamos en la bondad que emanaba de tu alma y la alegría que provenía del corazón de Ani. Luego de pensarlo un poco, decidimos cuidar de ese pequeño misterioso que llegó a nuestras vidas como una respuesta a tantas interrogantes, para resguardarlo del peligro o tal vez simplemente porque nos encariñamos con él durante el tiempo que lo cuidamos mientras dormía. Sé que estamos viejos, pero eso no nos preocupa.

Mientras tanto, la isla sigue siendo testigo de nuestras vidas entrelazadas, de nuestras alegrías y penas. Ahora hay un silencio perpetuo, pero que me motiva a mirar más allá, por ustedes, por él y por mí. Hoy, decidimos ir los tres al muelle para presenciar un atardecer despejado tras la tormenta, un cielo carmesí que se extendía sobre el mar justo antes de la penumbra. Era una vista preciosa para ser nuestra primera salida familiar.

Creo que hay misterios que no tienen solución, y ahora estoy en paz con eso. Porque esto va más allá del saber; es un pacto prometido. Anhelo que en la eternidad nos podamos reunir, mis niños. Desde el muelle, siempre esperándolos, su tía Abi.


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Comentarios

user

Anonimo:

Me gustó mucho!!!

Hace 4 días

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